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CONSIDERACIONES ESTÉTICAS SOBRE LA MUSICA CONTEMPORANEA

La palabra transgresión pudiera ser el mejor calificativo para referirnos al quehacer


artístico en el siglo XX.
Isadora Duncam con su inusitado lenguaje corporal; Pablo Picasso, con su reacción
cubista; Tristan Tzara y los poetas surrealistas; La Escuela de Viena con el
dodecafonismo y otras tendencias que constituyeron el colmo del atrevimiento. En
Latinoamérica, irrumpe una pléyade de importantes artistas como Juan Rulfo, Julio
Cortázar, Alejo Carpentier, Wifredo Lam, Heitor Villa-Lobos, Manuel M. Ponce y en Cuba,
la inmensa estatura del compositor, guitarrista, director de orquesta y hombre de
pensamiento Leo Brouwer.

La música contemporánea desde principios del siglo XX hasta nuestros días, ha suscitado
una polémica cada vez más cruda y compleja: ¿contemporaneidad o facilismo?; ¿arte
abierto o metalenguaje?; ¿compromiso con la época o desconocimiento de la historia del
sonido?.

Cuando Igor Stravinsky mostró al mundo occidental su “Consagración de la Primavera”,


alteró positivamente el lenguaje artístico del siglo como también lo hizo Pablo Picasso con
las “Señoritas de Avignon”. Cambiaron el discurso estético del arte. Pero la música no
puede ser una constante y desenfrenada experimentación. El lenguaje evoluciona al igual
que el arte. No obstante, deben existir ciertos puntos de reposo, de reconocimiento
histórico, de identificación con los procesos de evolución y madurez por los que ha
transitado el sonido. De otro modo, arribaríamos a un monólogo interior – y no el de
Ulises – que excluiría al gran público. Por tanto el lenguaje, sea artístico o no, no solo se
conforma de acuerdo con lo que se quiera expresar con él, sino que, su “diálogo final” con
el público, por llamarle de algún modo, está conforme a los medios de expresión de que
se dispone.

La novedad constituye no solo la justificación sino la condición de existencia de toda obra


artística. Ninguna por muy original que sea, puede poseer novedad total en cada uno de
sus elementos y aspectos. Toda obra de arte, incluyendo la obra musical, situada en un
contexto histórico - y no conocemos ninguna fuera de este contexto - muestra junto a sus
rasgos originales rasgos también convencionales. Todo artista debe utilizar medios de
expresión conocidos y probados, no solo para hacerse comprensible, sino incluso para
poder acercarse a las cosas y finalmente al público. La novedad debe contener ciertos
elementos de la tradición, aunque esta última cueste trabajo romperla.

La modernidad ha acelerado la inteligencia en detrimento, muchas veces, de la


sensibilidad. Conceptos como amor, suavidad, sutilezas sonoras, equilibrio y silencio
-que también es música - son cosas cada vez más raras. Hoy nos asusta el término post-
modernismo por la negación desenfrenada que propone en varias ramas del saber. El
uso de las técnicas de la computación ha ayudado a crear música más rápido pero no
siempre mejor. Por suerte, muchos compositores están adoptando una estética de
“retorno”, sin negar o desconocer el progreso científico aplicado al arte. La espiral eterna
existirá por siempre: evolución y regreso, búsqueda y memoria. Solo así se logra el
equilibrio necesario para un arte auténtico y reconocible no sólo por el artista sino también
y sobre todo por la historia. Varios compositores e intérpretes actuales, incluso los
vanguardistas y amantes de la experimentación, regresan a menudo a los instrumentos
acústicos. ¿Por qué?. La raza humana se ha degradado en muchos aspectos por la
proliferación de sentimientos negativos como el odio, la avaricia, la envidia y finalmente la
estupidez. Se necesita tranquilidad y reposo (no inactividad) en el modo de vivir y
también en el modo de hacer música. El mundo en que vivimos lo está exigiendo.

Otro aspecto a considerar en la época moderna es el de los mass-media. Hoy la


información es el producto más valioso que existe. Mientras más conoces más te alejas
de tu origen animal, pero en ocasiones esa información y ese conocimiento son
manipulados por los medios de comunicación para vendernos una estética del arte un
tanto alejada de la naturaleza humana. La música no se escapa de ese monstruo
devorador y creo que los musicólogos, compositores, críticos, especialistas diversos e
intérpretes debemos asumir la responsabilidad de alertar y educar en este sentido,
buscando la naturaleza diversa del arte y su impacto individual y colectivo en la
humanidad.

Desde finales de los años 90 la música ha expandido sus fronteras sonoras, algo
realmente insospechado cien años antes, para explorar zonas que con los instrumentos
tradicionales y medios sonoros diversos, incluyendo la voz, no podíamos lograr. Se han
creado nuevos sonidos, efectos electrónicos, alteraciones de la voz, yuxtaposición de
timbres y mil combinaciones más. La digitalización ha invadido no solo las artes visuales
sino también la música, y en diferentes lugares del mundo las personas se preguntan una
vez más: ¿Qué es arte?. Siempre será una pregunta compleja, onírica y un tanto lúdica,
como lo será siempre: ¿Qué es libertad?.

Félix Varela – ese gran pensador cubano del siglo XIX – dijo que cuando podemos elegir
somos libres. Chaplin, en otro contexto, apuntó que es libre el hombre que ama lo que
hace.

Pero las circunstancias históricas cambian y el hombre con ellas. Para el artista en
general, pensar por uno mismo es libertad, y servir al arte – no servirse de él – significa
un acto de suprema y exquisita libertad. No obstante, hay que tener cuidado con la
espontaneidad y buscar a toda costa verdades robustas y superiores. No podemos
detenernos en banalidades, aunque sean ciertas. Debemos ir a la columna vertebral de
la obra musical, a su esencia conceptual, a su mensaje histórico y estético.

José Martí, en el siglo XlX, nos advirtió: “ Mucha tienda, poca alma “. Esa idea poética es
aplicable también a la música, pues la sabia sonora no está en el ropaje ornamental de
una obra, aunque despierte curiosidad en el público no entrenado en el viejo oficio de
escuchar.

Hacer música en cualquier época, es un don de Dios o de la vida, pero con la premisa de
la verdad interior, del conocimiento de la historia del arte y de uno mismo, con una
mentalidad dialéctica que apunte al infinito, con respeto al “otro” y al equilibrio natural, con
autenticidad fruto del estudio de las leyes de la naturaleza, de la observación, de la
meditación y del saber escuchar el sonido entre dos notas. En las antiguas culturas
precolombinas, los escritores, los artistas y poetas, pero sobre todo los músicos eran
considerados “hombres tocados por los dioses”. No sé si por lo etéreo y abstracto del
sonido o por el efecto físico profundo que produce la onda sonora cuando llega a nuestro
oído y luego el cerebro la procesa para descubrir su magia. Lo cierto es que se debe
buscar a toda costa un equilibrio en la estética musical contemporánea como el que tiene
la naturaleza, para que la humanidad y los artistas, como parte peculiar de ella, se
comuniquen en diálogo abierto y diverso, pero entendible.

De tal suerte estaremos en condiciones de encontrar nuevas luces sin negar la memoria
de nuestra corta existencia, para que regresen tiempos en que el amor, el color, el sonido,
la paz, la libertad y el respeto no sean arcaísmos y todos apuntemos no a la diana, sino al
infinito.

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