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La música contemporánea desde principios del siglo XX hasta nuestros días, ha suscitado
una polémica cada vez más cruda y compleja: ¿contemporaneidad o facilismo?; ¿arte
abierto o metalenguaje?; ¿compromiso con la época o desconocimiento de la historia del
sonido?.
Desde finales de los años 90 la música ha expandido sus fronteras sonoras, algo
realmente insospechado cien años antes, para explorar zonas que con los instrumentos
tradicionales y medios sonoros diversos, incluyendo la voz, no podíamos lograr. Se han
creado nuevos sonidos, efectos electrónicos, alteraciones de la voz, yuxtaposición de
timbres y mil combinaciones más. La digitalización ha invadido no solo las artes visuales
sino también la música, y en diferentes lugares del mundo las personas se preguntan una
vez más: ¿Qué es arte?. Siempre será una pregunta compleja, onírica y un tanto lúdica,
como lo será siempre: ¿Qué es libertad?.
Félix Varela – ese gran pensador cubano del siglo XIX – dijo que cuando podemos elegir
somos libres. Chaplin, en otro contexto, apuntó que es libre el hombre que ama lo que
hace.
Pero las circunstancias históricas cambian y el hombre con ellas. Para el artista en
general, pensar por uno mismo es libertad, y servir al arte – no servirse de él – significa
un acto de suprema y exquisita libertad. No obstante, hay que tener cuidado con la
espontaneidad y buscar a toda costa verdades robustas y superiores. No podemos
detenernos en banalidades, aunque sean ciertas. Debemos ir a la columna vertebral de
la obra musical, a su esencia conceptual, a su mensaje histórico y estético.
José Martí, en el siglo XlX, nos advirtió: “ Mucha tienda, poca alma “. Esa idea poética es
aplicable también a la música, pues la sabia sonora no está en el ropaje ornamental de
una obra, aunque despierte curiosidad en el público no entrenado en el viejo oficio de
escuchar.
Hacer música en cualquier época, es un don de Dios o de la vida, pero con la premisa de
la verdad interior, del conocimiento de la historia del arte y de uno mismo, con una
mentalidad dialéctica que apunte al infinito, con respeto al “otro” y al equilibrio natural, con
autenticidad fruto del estudio de las leyes de la naturaleza, de la observación, de la
meditación y del saber escuchar el sonido entre dos notas. En las antiguas culturas
precolombinas, los escritores, los artistas y poetas, pero sobre todo los músicos eran
considerados “hombres tocados por los dioses”. No sé si por lo etéreo y abstracto del
sonido o por el efecto físico profundo que produce la onda sonora cuando llega a nuestro
oído y luego el cerebro la procesa para descubrir su magia. Lo cierto es que se debe
buscar a toda costa un equilibrio en la estética musical contemporánea como el que tiene
la naturaleza, para que la humanidad y los artistas, como parte peculiar de ella, se
comuniquen en diálogo abierto y diverso, pero entendible.
De tal suerte estaremos en condiciones de encontrar nuevas luces sin negar la memoria
de nuestra corta existencia, para que regresen tiempos en que el amor, el color, el sonido,
la paz, la libertad y el respeto no sean arcaísmos y todos apuntemos no a la diana, sino al
infinito.