Está en la página 1de 2

Alvaro Mangino y José Luis Inciarte regresaron a salvo junto con 14 compañeros de un infierno de

hielo. Su experiencia en superar situaciones críticas se puede aplicar en momentos en los que se
hacen necesarios el trabajo en equipo, el liderazgo eficaz y la motivación.

La recesión es un túnel en el que aún no se ve la salida. Alvaro Mangino y José Luis Coche Inciarte son
de esa clase de gente que puede iluminar el camino hasta que podamos ver la luz al otro lado, como
sugería esta semana la vicepresidenta Salgado. “Siempre se puede estar peor”, dicen ambos, y lo saben
bien. El 13 de octubre de 1972, el avión en el que viajaban con el resto del equipo de rugby uruguayo del
Old Christian’s y algunos familiares –eran 40 pasajeros y 5 tripulantes– se estrelló en la Cordillera de Los
Andes, a 4.000 metros de altura, en un inhóspito paraje con temperaturas de 20 grados bajo cero. Ahí
comenzó una lucha contra el frío, el hambre, el dolor y la muerte de la que salieron airosos 16
supervivientes (Mangino e Inciarte son dos de ellos) que hoy pueden contar historias de esperanza,
liderazgo y superación en circunstancias muy difíciles.

De hecho Roberto Canessa, otro de los supervivientes que formó parte de la expedición salvadora, ha
llegado a comparar la peripecia de Los Andes con un maquiavélico experimento de un científico loco que
hubiera puesto a seres humanos en el hielo: “Quitémosles el oxígeno para que se tambaleen y alucinen.
Que la mayoría sean universitarios para ver cómo se organizan y trabajan en equipo. Que sean
deportistas, para comprobar si resisten 72 días, y cuánto pueden soportar”.

En tiempos difíciles de recesión y paro, Mangino e Inciarte quizá esbocen una sonrisa al oir hablar de
planes de rescate de las instituciones financieras. Su rescate fue mucho más complicado. Diez días
después del accidente, y a través de una radio que se encontraba en el interior del avión destrozado, los
supervivientes se enteraron de que el servicio aéreo había suspendido la búsqueda. Y seis días más
tarde, por si la situación no fuera suficientemente desesperada, una avalancha de nieve arrasó el
Fairchild. Esa noche, ocho personas más murieron sepultadas.

A pesar de la dura experiencia, Mangino cree que “es una ventaja haberla vivido, porque ahora sabemos
que siempre hay una esperanza si se toman decisiones. En lugar de lamentarnos, actuamos. La queja no
conduce a nada, y debemos trabajar para salir de las situaciones difíciles, porque resulta desesperante
estar pensando todo el día ‘hasta cuándo voy a estar así’. Te puedes caer, pero te vas a levantar
siempre”.

Mangino se rompió la tibia en el accidente, y se arrastró durante 72 días sentado en un almohadón.


Decidió no ser una carga, y asumir responsabilidades. Era quien se encargaba de saciar la sed de los
supervivientes, derritiendo hielo para hacer agua, porque a pesar de estar rodeados de nieve, esta les
quemaba y no les quitaba la sed.

Alvaro Mangino añade que ninguna de las dificultades consiguió derrotarlos: “Nos motivaron para salir
adelante. También lloramos y perdimos la esperanza, pero la unión del grupo hacía que este eliminara los
aspectos negativos. Aprendimos varias cosas: que en la vida siempre se puede estar peor; a agradecer lo
que uno tiene; que siempre se puede dar más; y que en momentos de crisis surgen las grandes
creatividades”.

José Luis Inciarte no sufrió consecuencias físicas en el accidente, pero después de la avalancha uno de
sus pies se congeló y gangrenó. En una pequeña libreta apuntaba todo lo que quería hacer al salir de
aquel infierno blanco –casarse con su novia, tener hijos, vivir en el campo–, y también había calculado,
según cuenta en La sociedad de la nieve, el día en que iba a morir: el 24 de diciembre. El 23, los 16
supervivientes fueron rescatados.

Inciarte explica que en situaciones como la vivida en Los Andes “emerge la familia como lo más
importante. Volver a ella era la meta. Es aquí donde el grupo se convierte en un equipo formidable y
surgen los trabajos en equipo y las sinergias. Aparecen los liderazgos rotativos y los líderes con vocación
de servicio. Por eso se les otorga la condición de líderes”.
Mangino coincide en que “el objetivo común era volver con nuestras familias y fuimos muy creativos en
los mecanismos de motivación para salir adelante; para tener motivos que nos hicieran seguir luchando al
día siguiente”. Añade que “cada uno tiene su propia cordillera, y los helicópteros de rescate nunca llegan
solos”. En su caso, los liderazgos fueron surgiendo según las necesidades: “Había líderes en creatividad,
en expediciones o en ayudar a tomar decisiones, como es el caso de tener que llegar a comer carne
humana para sobrevivir. Se discutía en grupo cómo tomar y ejecutar las decisiones. Los líderes eran
siempre personas que, por su ejemplo y capacidad de trabajo, gozaban de un reconocimiento especial.
En un grupo no hay un único lider. Hay varios. Y éstos deben ser capaces de identificar los liderazgos
puntuales, sacando lo mejor del resto”.

José Luis Inciarte identifica la crisis financiera con una “crisis de valores generada por un alto grado de
irresponsabilidad. En nuestro caso fue diferente. Ayudamos a los enfermos desde el principio y tratamos
de defendernos de las adversidades desde la primera noche. Conocimos el calor humano, que nos ayudó
a sobrevivir. Al día siguiente descubrimos la alegría de estar vivos”.

Inciarte destaca la dignidad con la que respondió aquel grupo al dolor, a la desesperación y a la
humillación: “En lugar de perder valores, éstos fueron los que nos ayudaron realmente. Algunas veces, las
crisis son muy buenas para darnos cuenta de lo que es realmente importante. Hemos aprendido que
podemos vivir con muy poca cosa”.

También podría gustarte