A pesar de la excepcional prolificidad artística de Rafael
Sanzio (circunstancia que ha hecho que una buena parte de críticos no se pongan de acuerdo con respecto a la autoría de determinadas obras, consideradas pertenecientes a su taller), son destacables de entre su producción los maravillosos frescos de las estancias vaticanas, donde crea historias con vida propia en las que se fusionan su habilidad como dibujante, su pericia como colorista, su conocimiento de las reglas perspectivas y el uso de las peculiares arquitecturas bramantescas, su aprecio por un naturalismo que no descarta la exacerbación, junto con un equilibrio y armonía completamente renacentistas (no siendo posible tampoco olvidar sus dulces y vívidas madonnas)
Sus obras representan el paradigma del Renacimiento por su
clasicismo equilibrado y sereno basado en la perfección de la luz, la composición y la perspectiva.
Trabajó fundamentalmente en Florencia, en donde recibió la
influencia del arte de Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. De entre sus obras de este período (El sueño del caballero, Las tres Gracias), las más celebradas son sus variaciones sobre el tema de la Virgen y la Sagrada Familia. Los personajes sagrados, dotados de cautivadores toques de gracia, nobleza y ternura, están situados en un marco de paisajes sencillos y tranquilos, intemporales. En estas telas, Rafael da muestras de su inigualable talento para traducir a un lenguaje sencillo y asequible los temas religiosos. Su maestría en la composición y la expresión y la característica serenidad de su arte se despliegan ya en plenitud en la Madona del gran duque, La bella jardinera o La Madona del jilguero, entre otras obra