Está en la página 1de 2

una angustia tan grande. . .

Yo no puedo contemplar córno


comen ese "habersup" . . . ¡Ja, ja, ja' ja!
- ¿Qué es "habersuP"?
- Ed una sopa descrita por Gógol. Cuando leí la des-
cripción me gusté muchísimo. Y en el hospital también se
aficionaron a- servir esa sopa' y a mí cada vez que Ia veía
me entraba tal gana de reí} que no podía contenerme' In-
cluso la enfermóra comenzó a reñirme y a mí, después de
eso, la cosa me hacía más gracia aún: me reía sin parSl'
Caáa vez que me acuerdo..-. ¡"Habeisup"!..' Y-no- podía
comer: en iuanto levantaba la cuchara, me moría de riga'
Y por eso me marché de allí. ' . ¿Y vosotros, qué habéis
comido ho¡r? ¿Seguramente gachas?
Ekaterina-Grigórievna consiguió leche en alguna-parte:
¡no se podía dar gáchas de buenas a primeras a un enfermo!
' Belujin le agradeció alegremente la atención:
- Giacias,-se ha cornpadecido usted de un agonizante'
Pero, a pesar de todo, vertió la leche en las gachas'
Ekaterina Grigórievna hizo un ademán de impotencia'
Pronto regresaron los demás.
Antón tteíó al domicilio ,de la enfermera un saco de
harina blanca.
1?. SHARIN EN LA PICOTA
Poco a poco nos íbamos olvidando del "más guapo", de
tos disgustós que nos había proporcionado el tifus, nos o1-
vidábamos d.ef invierno con su séquito de pies helados, con
la tala, con su pista d'e patinar, pero en la delegación de
Instrucción Púbiica no pbdían olvidar mis fórmulas "casi
militares" de disciplina. En la delegación empezaron a
hablarme de un modo también militar:
- Daremos un cerrojazo a su experimento de gendar-
mes. Hace falta educación socialista y no una cárcel'
En mi informe acerca de La disciplina yo me había per-
mitido poner en duda el acierto de tesis que enton-ces eran
"ucotto"^id"t generalmente y que afirmaban q99 el castigo
no hace más- que educar ésclavos, que se debía dar libre
espacio ai espíiitu creador del niño y, sotrre todo, -que era
pieciso hacer- hincapié en la autoorganización y en la auto-
áisciplina. N{e permití sostener el punto de vista, pa¡1 -mi
incuéstionable,-de que, mientras no existiera la colectividad
con sus organismos correspondientes, nientras faltasen la
tradición y los hábitos elementaies cle trabajo y de vida,
el educadór tendría de¡¿cho a la coerción' a cuyo einpleo
no debía renunciar. También afirmé gue era imposible fun-
damentar toda la ed.ucaci.ón en el interé.s' que la educación
del sentimiento del deber se hallaba frecuentemente en
contradicción con el interés del niño, en particular tal
como lo entendía él mismo. A mi juicio, se imponía la
educación de un ser resistente y fuerte' capaz de ejecutar
incluso un trabajo desagradable y fastidioso si lo reque-
rían los intereses de la colectividad.
En total, yo defendí la formación de una colectividad
entusiasta, fuLrte y, si era preciso, severa. Y sólo en tal
colectividad cifrabá todas mis esperanzas' Pero mis adver'
sarios me arrojaban a la cara los axiomas de la paidología
y todo Io veían partiendo únicamente del "niño"-
Yo estaba y:a hecho a la idea del cerrojazo de la colo-
nia, pero los témas cotidianos de nuestra vida -la siembra
y la reparación de la segunda colonia impedían su-
Írir paiticularmente con motivo de las pers-ecuciones de la
delegación. Al parecer, alguien me defendía allí, porque
tardában muchó en darme el cerrojazo. Y la cosa era de
lo más sencillo: no tenían más que destituirme.
Yo procuraba no ir por la delegación; allÍ me trataban
"o.t muy poco cariño e incluso con desprecio. Particular-
mente me-atacaba uno dé los inspectores, Sharin' un mo-
reno guapo y fatuo, con una espléndida-y ondulada cabe-
llera, -coriquiitador de los corazones de las damas provin-
ciales. Teñia los labios gruesos' rojos y húmedos y unas
cejas arqueadas y espesas' No sé a qué podría.dedicarse
anles de^1917, péro ahora era un gran especialista preci-
samente en educación social. Había aprendido a las mil
maravillas un centenar de términos en boga y sabía hilar
sin fin gorjeos verbales completamente hueros, persuadido
de que "o"ült"b"tt preciosos valores pedagógicos y revolu'
cionarios.
A mí me trataba con hostilidad y altivez desde un día
en que no pude reprimir ante éI una carcajacla verdadera-
mente irreprimible.
Una vez vino a la colonia. Sobre la mesa de mí des-
pacho vio un barómetro aneroide.
¿Qué es eso? -me Preguntó.
138
139

También podría gustarte