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Hace casi 70 años atrás, en Caazapá (Paraguay) nacía un

gran cacique. El nombre que le pusieron los blancos fue…


Robin Wood.
El 19 de abril de 2011, a un mes del bicentenario de la
independencia patria, casi desapercibido, también se celebra
“El día del indio americano” recordando el primer Congreso
Indigenista organizado en México.
No sabemos si encerrará algún mensaje,
pero también en abril los periodistas
paraguayos festejan su día. Otra
coincidencia: en abril,
pero de 1990, en el
número 48 de la revista
Nippur Magnum,
nuestro cacique blanco
publicaba una historia
que hoy queremos
recordar.
El episodio comienza cuando
un muy anciano apache abre
fuego sobre una columna de
soldados, tratando de hacer
volar la carreta con pólvora.

Pero el indio paga con su vida la absurda


intención de enfrentar él solo a todo un
regimiento. Es acribillado al instante.

Los confiados
soldados se burlan de
una acción tan
descabellada. Y el
general Silverstone
comenta:
Cuando el apache blanco conocido con
el nombre de Jackaroe se entera del
asesinato, recupera el cadáver y lo
entierra según las costumbres
ancestrales del anciano.
Luego entra al
Saloon, donde
un soldado lo
desafía por ser
“amigo de los
indios”. El
cantinero lo
sujeta y le dice
quien es el del
poncho.
El soldado se pone lívido. Conoce ese
nombre. Sabe que su sola mención es
sinónimo de muerte.
“Viento de la noche”
es su nombre
apache. Tranquilo
por la seguridad que
su fama le da, se
sienta a reflexionar
y a recordar…

Su mente retrocede décadas y la


infamia se hace presente: La cobar-
de masacre de su pueblo a manos
de Silverstone… la desesperación
del jefe “Águila valiente” para
enfrentar a aquellos demenciales
criminales… y la orden… la orden…
…la orden de proteger a los últimos,
a los niños…
El jefe “Águila valiente” le
encomendaba al joven guerrero
“Viento de la noche” la tarea más
importante, preservar a los suyos y
no dejarse matar.

Algo inconcebible. Le ordenaba vivir, le


ordenaba no pelear, le ordenaba esconderse.
Y lo hizo. “Águila valiente” fue capturado y
pasó el resto de su vida de prisión en prisión.
Hasta hoy. Hasta hoy, que se hizo matar en
forma estúpida. Jackaroe no entiende, trata de
desentrañar el postrer mensaje del jefe.
Los pensamientos de Jackaroe son
interrumpidos cuando unos
desconocidos abren las puertas del
saloon.
Son los primeros que entran y tienen
algo característico, algo que llama la
atención sólo al apache blanco.

No son desconocidos, sino mestizos,


hijos de los niños salvados por él años
atrás. Vienen al enterarse de la muerte
de su jefe “Águila valiente”. Vienen a
rendirle homenaje a este gran apache.
Vienen a consumar la venganza.
-Salud, “Viento de la noche”. Que
Manitú esté contigo…
De todas partes siguen llegando. En
silencio. Rodean todo el pueblo y se
concentran en la cantina.
Jackaroe no comprende. Le cuentan
que se enteraron de que “un blanco”
había sepultado a su jefe y supieron
que “Viento de la noche” estaba allí.
Por eso vinieron
-¿Qué vamos a hacer?, pregunta.

Una sonrisa helada le responde:


-Vamos a caminar.
No hacen falta más palabras. Es la nueva
generación, los nuevos apaches…
En el cuartel, el general
Silverstone festeja. Brinda porque
el último apache ha muerto. Y ha
sido él quien finalizó lo que
comenzara tanto tiempo atrás.

Feliz, casi regocijante, toma un puro


y sale fuera para disfrutar de la paz
de la noche. Sonríe. Mira los jinetes
que lentamente se acercan por el
camino.
El primero se acerca al general. Y sin
desmontar, con reverencia, se quita el
sombrero para saludar.
Sus ojos son dos puñales.
Y en su rostro… en su rostro…

Las facciones del general se


transforman de ira, miedo, sorpresa.
Nadie dice una sola palabra. Llegan,
saludan y siguen adelante.
Uno tras otro se quitan el
sombrero y dejan al descubierto
la pintura de guerra. Mestizos,
hombres que tomaron mujeres
blancas y mujeres blancas que
tomaron apaches… sus hijos…
los niños oscuros también van
pintados… son los mestizos, los
nuevos apaches que saludan al
viejo general.

Pero él ya no los oye… no los


ve… no los siente. El general, el
gran general Silverstone ha
muerto.
Antes de terminar la
historia aparece el
rostro de una india que
le dice al cadáver del
general:
-“Casi lo consigues.
Casi nos echas para
siempre de este mundo
y de la memoria del
mundo. Pero mira.
Estamos aquí. No nos
has vencido.”
Abril. Los festejos por el
Bicentenario están en auge.
El blanco celebra el día del
Indio Americano. El indio no.

Abril. Mes del


periodista paraguayo.
Nada hay que
festejar. Un decreto
que no es más una
bella intención sin
real intención.

Y en medio de la batalla por la supervivencia, los periodistas


aún no han aprendido a unirse realmente. Mientras, los
soldados de Silverston siguen disparando y matando,
masacrando y robando, burlándose de toda la tribu.
Un extranjero intentó pisotear la lengua por la que tantos
compatriotas dieron su sangre. ¡Inconcebible!
El general Pizarro lanzó un sablazo contra la sagrada cultura
ancestral, pero por primera vez los mestizos se unieron para
alzar su voz. Y la pintura de guerra cubrió los rostros de
todos los paraguayos.
Cuidado generales. Los mestizos están
llegando.
Hace años ser guarango era un insulto;
hoy es un orgullo. Hoy, grandes caciques
como Robin Wood o como David Galeano
que defiende el guaraní y hace retroceder
los ataques demenciales de los Pizarros.
Cuidado generales. Los patriotas están
llegando.
Abril. Mes en que los periodistas, los indígenas, los patriotas,
los mestizos deben sacarse el sombrero y saludar con
pintura de guerra en el rostro, mirando fijamente a todos
esos generales que brindan por la muerte de inocentes.
Miremos a todos aquellos generales que toman un puro en la
noche y se sienten ebrios de impunidad.
No era tan difícil hacer retroceder a un abusivo mal educado,
¿verdad?.

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