Un par de pestañeos, desvías la mirada un momento, y ya
está. Reconstruyendo templos de antiguas
civilizaciones, alimentando mascotas enterradas. Dos o tres silencios a tiempo, y se acabó. Sumidos en torbellinos de rabia. Sólo se necesita un momento. Todo tiene que ser perfecto. Puñaladas limpias, dientes sucios. En tu odio está mi libertad. Todo lo que siempre quise. Mientras, los guardianes de lo correcto estudian mi caso, los jueces ordenan prisión preventiva. Ordenan cadena perpetua. Ordenan inyección letal, una y otra vez. Ácido fluyendo por mis venas, hasta las palmas de mis manos, donde van a brotar ojos, estoy casi convencido. Gracias por liberarme. Soy lo que debió sentir el minotauro en el laberinto, abriendo puertas a ciegas, con el picor de sus ojos en la palma de sus manos, guiándole hacia las equivocadas. Un giro a la izquierda, dos hacia la derecha, y estás perdido. Las puertas que abrí buscando la salida eran sólo entradas a paraísos de plástico. Bajo tu atenta mirada cierro puertas y abro trampillas, me muerdo mi propio brazo porque me estoy muriendo de hambre. ¿No lo ves? ¿No prestas atención, desde tu palco? ¿Acaso alguien cortó el hilo y te perdiste aquí también? Y si es así, te pienso devorar. Pienso masticar todos tus huesos. Ya casi no me queda carne en el brazo. No recuerdo lo que era estar fuera. La cadena perpetua. Los árbitros de lo ideal, los jueces de lo estético, de lo preciso, de lo correcto. Lo siento si alguien te obliga a mirar. Ojalá pudiera apagar las luces. Sería solo un momento, como ir soplando velas. Te acostumbrarás a esta penumbra. Cuando sople la última vela ni recordarás q hubo luz alguna vez. Voy a salvarte, voy a liberarte. Yo me quedaré aquí, perdido. No se está tan mal. Comprendo que me odies, pero solo recuerda cuando yo tenía dos brazos, y las palmas de mis manos solo tenían líneas rosadas, como carreteras a ninguna parte. No es tan complicado, ya verás.