Lo único que heredé de mi abuela fue aquel precioso y sobrio tocador de
madera. Ella me lo dejó expresamente en su testamento. Estaba compuesto por un espejito oval y una mesa rectangular con dos cajones, en los que me apresuré a colocar el maquillaje y los cepillos. La belleza de mi abuela había sido legendaria, e incluso ya de mayor se la consideraba una mujer muy hermosa. Yo, como he dicho, lo único que heredé de ella fue el tocador, ya que desgraciadamente nada de su impresionante físico se reflejaba en el mío. Por aquel entonces era más bien fea, o “de belleza distraída”, como solía decir mi madre para quitarle hierro al asunto. Sin embargo algo cambió cuando empecé a usar aquel tocador para mi arreglo personal. Día a día mi rostro iba adquiriendo una hermosura nueva y luminosa, y todos los que estaban a mi alrededor lo notaron. Me convertí en una belleza tan celebrada como lo había sido mi abuela. Nunca he sabido si esta inusual transformación se debió a alguna magia ancestral encerrada en el tocador o a los milagros de la genética.. Hoy he hecho testamento y le he dejado el tocador en herencia a mi nieta. Dicen que es fea, pero yo veo su gran belleza interior y espero que algún día ésta se vea reflejada en el espejito del tocador.