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El popular "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy" termina casi
siempre en un amargo "¿por qué no lo habré hecho antes?".
Son muchas las causas o motivos que pueden llevar a una persona a procrastinar.
Pero todas se enlazan en los dos pilares que –descriptos por el profesor William Knaus
de la Universidad de Virginia, Estados Unidos- son la autoduda y la baja tolerancia
a la presión. En el primer caso, el miedo al fracaso y una idea de ineficiencia
personal llevan a la inacción. Y quienes suelen "acelerarse" haciendo muchas cosas,
postergan algunas actividades para evitar el stress en el que suelen terminar.
Sea cual fuere el motor de esta conducta, el verdadero problema radica en sus
consecuencias. Una falsa idea de que, por dejar una decisión para más adelante, se
podrá planificar mejor no garantiza la excelencia del resultado. De esta forma, lo
único que se consigue es una pésima gestión del tiempo y, a medida que se acerca el
plazo límite, el "procrastinador" se da cuenta de que no será capaz de cumplir con su
objetivo y, por ende, trabaja en él en forma atropellada con una gran carga de stress y
con la posibilidad de que todo salga mal. Y si sale bien, de todas maneras, será con la
presión que trató de evitar desde un principio y con una fuerte carga de ansiedad por
sentirse sobrepasado.
Peor es el caso en que, llegado el momento, lo que había que hacer no está hecho. Es
ahí cuando surgen los sentimientos de decepción, desilusión y hasta de impotencia
por no poder resolver una situación que podría haber sido diferente de haber tomado
una decisión a tiempo. Aunque, en este caso, también existe un alto riesgo de fracaso
si no se entiende que de la decisión hay que pasar a la acción.