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VICTOR

Nunca ha sido fácil ser el hijo de alguien famoso, y desde luego ser el hijo del

Doctor Frankenstein no es precisamente un lecho de rosas. Bueno, lo de

“hijo” es bastante relativo, porque como todo el mundo sabe no me “hizo” de

la manera tradicional, sino de otra menos ortodoxa... juntando cachitos, ya

sabéis. Esto por un lado es algo muy positivo. Por ejemplo tengo clarísimo que

fui un hijo deseado (nadie recompone un cuerpo a partir de cadáveres “de

penalti” o “por accidente”; no, es algo que tienes que hacer voluntariamente y

con premeditación).

Sin embargo, también tiene sus desventajas. Para empezar, tengo que vivir a

la sombra de mi padre. Se ha hecho tan famoso con el rollo este de haberme

creado, que ni siquiera se han molestado en darme un nombre. Así que todo el

mundo me llama “el monstruo de Frankenstein”.

Lo de “monstruo” me llega al alma, la verdad. Al principio era muy divertido, lo

de dar miedo y aterrorizar a pobres ancianitas. Me acuerdo de una que al

gritar se le escapó la dentadura postiza. Eso me vino muy bien porque el

tonto de Igor había robado para construirme, una cabeza sin dientes (¡a quien

se le ocurre!). Así que me agencié los de la vieja.

Pero un día descubrí que lo de “monstruo” ya no me gustaba tanto. Yo quería

un nombre para mí solo. Mi padre siempre me ha llamado “la criatura”, lo cual

tampoco me gusta mucho, la verdad. Una vez le pedí que me diera un nombre

más normal, pero estaba liado con sus experimentos y me dijo que me fuera a

jugar por ahí y no le molestara. Así que me fui a martirizar un rato al ciego

de siempre, aunque yo creo que cada vez le doy menos miedo. Le pedí al ciego
que me sugiriera nombres, pero él sólo gritaba: “¡engendro!”, mientras yo le

sujetaba por los pies, cabeza abajo. Y ese nombre tampoco me gustó

demasiado, la verdad.

Yo había pensado algún nombre de los que salen en la tele, como “Winnie de

Pooh”, “Batman” o algo parecido, con carácter y personalidad.

Tanto deseaba tener mi propio nombre, que decidí ponerme muy pesado con

mi padre para que me lo diera; he descubierto que es una técnica infalible. Al

final, ya harto, acabó cediendo. Sin embargo, a pesar de ser un científico

brillante, tiene muy poca imaginación, y me dio el nombre que tenía más a

mano: el suyo (vamos, que no se rompió la cabeza demasiado). Pero al menos

ya tengo mi propio nombre, Víctor.

Mi padre sin embargo, sigue llamándome “la criatura”, él es así.

Hace unas semanas me sentía muy aburrido y quise divertirme, pero nadie

parecía estar disponible. Mi padre estaba encerrado en su laboratorio y no

me hacía caso; el tonto de Igor había ido a robar no se qué cadáver al

cementerio municipal para remendarme un poco; el ciego se había ido a la

Franja de Gaza a pasar unos días con su hermana, la misionera, para relajarse

un poco (al parecer estaba algo estresado por mi culpa, no sé bien porqué); mi

amiguita, la niña del pueblo con la que juego a veces, se había mudado con su

familia a una dirección desconocida (yo creo que la última vez que jugamos a

los médicos, me pasé un poco rompiéndole el brazo para vendárselo luego, y

sus padres se molestaron ¡qué poca imaginación!); y, en fin, no quiero ser

malpensado pero es que ese día tenía la sensación de que la gente huía

literalmente a mi paso (qué tontería ¿no? Debían ser cosas mías).


Así que estaba yo muy aburrido y, entonce les vi. Una parejita que paseaba al

otro lado del lago. Iban cogidos de la mano, mirándose embelesados el uno al

otro y riéndose de algo que sólo ellos compartían. Ella se puso de puntillas y le

besó a él en la boca, un leve beso en el que cabía un mundo entero.

En ese momento fui consciente de un gran vacío que sentía en el pecho, y

experimenté una necesidad loca de estar con alguien igual a mí, de compartir

cosas ¡Era un sentimiento tan profundo!

Entonces tomé la decisión. Le pediría a mi padre que me fabricara una

compañera y al fin estaría completo. Y de pronto, ante aquella revelación

sentí tal júbilo que salí de mi escondite riendo, berreando y bramando con

toda mi alma. Quizá me pasé un poquito con el volumen de los bramidos, lo

digo porque los dos jóvenes abrieron los ojos desmesuradamente y se

esfumaron, manoteando y chillando con todas sus fuerzas.

Mi padre al principio no quiso ni oír hablar del tema. Decía que las mujeres

son muy complicadas y tienen muchas manías, y nosequé de una manzana y una

serpiente. Para mí que chocheaba ya un poco. Pero tras varias semanas de

insistirle sin tregua, al fin cedió. Mandó a Igor a robar otro cuerpo “reciente”

del cementerio, se puso manos a la obra, y así es como Eva fue creada.

Eva era una preciosidad, curvas pronunciadas, ojos oscuros, pelo negro con

dos mechones blancos muy sexys a ambos lados de la cara… en fin, un

bombón. Menos mal que el tonto de Igor por una vez había acertado. Yo

estaba muy feliz el día que mi padre le dio la vida, en mitad de una de las mas

grandes tormentas que se recuerdan.


En el mismo instante en que la camilla bajaba del techo (donde había recibido

el rayo de la vida) intenté acercarme a ella y tocarla, pero aún conservaba

algo de electricidad estática y me arreó tal calambrazo que aún me tiemblan

hasta los tornillos del cuello. Aquel fue el principio de nuestra difícil relación.

Durante las semanas siguientes intenté infructuosamente que Eva me hiciera

caso. Cada vez que me veía se ponía a gritar como una posesa y se le ponían

los pelos de punta! Algo muy raro, la verdad, y no muy halagüeño para mi ego

masculino (a ningún hombre le gusta que el objeto de su adoración chille como

un gorrino, al más leve atisbo de su babeante persona).

Mi padre me animaba y me decía que no me preocupara, que ella aún se estaba

recuperando del susto de haber vuelto a la vida, y que debía ser paciente. Así

que fui muy paciente, y le hice muchos regalitos (animales muertos que

encontraba por el bosque, flores del cementerio, y todas esas cosas que les

gustan a las mujeres). Pero nada, ella seguía poniéndose histérica cada vez

que me veía.

Mi padre trabajaba mucho con ella cada día. Le enseñaba a andar, a hablar de

nuevo, a pensar, a vestirse... y por lo visto también a desvestirse. Al final

acabaron juntos, tanto va el cántaro a la fuente...

Hace poco que se casaron, y que mi padre habló conmigo:

- Víctor –al menos por una vez me llamó por mi nombre- creo que ha llegado el

momento de que vueles del nido y hagas tu propia vida. Para los padres

siempre es duro decir adiós a los hijos, y mi corazón se encoge en este


amargo momento, y bla bla bla, pero debes volar solo. Vamos, que vayas

pensando en ahuecar el ala.

Las emotivas palabras de mi padre me llegaron al alma, era evidente que lo

hacía por mi bien.

Así fue como abandoné el castillo y salí al mundo. En el pueblo fueron muy

amables, me hicieron una fiesta de despedida por todo lo alto, según me

contó mi padre por carta. Se les debió de olvidar invitarme, con todo el jaleo.

Mi padre dijo que nunca había visto a los aldeanos festejar así, qué majos.

Los comienzos fueron un poco duros para mí, estaba solito y sin trabajo.

Menos mal que mi padre me mandaba dinero para evitar que tuviera que

volver a casa (¡qué bueno es!). Un día en un bar de la ciudad empecé a contar

mi historia, tal como os la estoy contando hoy. La gente empezó a

congregarse a mi alrededor, y escuchaban con atención y se reían (no sé muy

bien porqué pero les hacía gracia). Entre ellos había un empresario de

espectáculos que me ofreció un contrato para ir contando mi historia en

bares y programas de televisión, él lo llama “un monólogo con gancho”.

También me contratan de vez en cuando para hacer películas, y me lo paso

bomba. En una película incluso tuve que interpretarme a mí mismo (aunque no

me acabó de gustar el toque algo malvado del personaje, cuando todo el que

me conoce sabe que no le haría daño ni a una mosca). En fin, que acabé

dedicado al mundo del espectáculo, y la verdad es que me encanta y me da

para vivir muy bien. En fin, la vida te da sorpresas…


El amor no lo he encontrado, pero ya no siento esa necesidad abrumadora de

compartirlo todo con alguien ¡La vida tiene tantas cosas interesantes que

descubrir! Quien sabe, quizás algún día.

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