V.
FILOSOFIA POLITICA
Introducción
Vivimos en una sociedad organizada políti-
camente, dentro de un estado que estructura y
organiza el conjunto de la sociedad y ejerce su
poder sobre sus ciudadanos en múltiples di-
recciones determinando globalmente el medio
en que vivimos a través de sus leyes e institu-
ciones.
Nuestra vida se desarrolla íntegramente en
sociedad, porque somos una realidad entera-
mente social: el hombre es un ser histórico, es
decir, un ser que se hace en sociedad, fuera de
la sociedad el hombre no es humano, el hom-
bre es impensable al margen de su sociedad y
de su época, y esta sociedad se desarrolla his-
tóricamente en múltiples relaciones con otras
sociedades. Pero lo más radical que podemos
decir de esta sociedad que condiciona casi por
entero nuestra existencia, es que es una socie-
dad política, es decir una sociedad organizada
en torno a un poder que es soberano o supre-
mo dentro del territorio que constituye el Es-
tado. Esta sociedad contiene en su seno múlti-
ples grupos de todo género, con intereses di-
vergentes y aún opuestos pero que conviven
merced a un ordenamiento y a unas leyes cuyo
último garante es el poder del Estado.
Los Estados son y han sido los protagonis-
tas de la Historia, marcada por sus feroces
conflictos para afirmar o defender su sobera-
nía o su poder sobre otros estados. Es innece-
sario por obvio tratar de destacar la trascen-
dencia de la realidad política omnipresente
cada vez más en nuestra vida y en nuestra so-
ciedad.
La organización de poder de cada estado es
muy diversa en los más de 200 que hoy se re-
parten íntegramente y, a veces, se disputan la
superficie del planeta. También a lo largo de la
historia el poder político ha sufrido múltiples
transformaciones tanto por la propia evolución
de las sociedades políticas como por el contac-
to pacífico o conflictivo (conquista o domina-
ción) con otras sociedades.
El Estado es una realidad que nos envuelve
y condiciona como el agua a los peces, pero
una realidad mucho más compleja que necesi-
ta una reflexión y un análisis que sería el ob-
jeto de una ciencia o una disciplina política:
¿cual es la esencia de lo político?, ¿en qué con-
siste este poder que define la naturaleza de lo
político?, ¿cómo se ejerce y cual es su fin?,
¿cuál es la configuración de la sociedad políti-
camente organizada? Estas y otras muchas
más serían las preguntas que deben orientar
nuestra reflexión.
Pero la disciplina que llevara a cabo esta
reflexión sobre la realidad política no puede
ser una ciencia porque el campo político no
constituye un campo cerrado, con unos térmi-
nos definidos por no mencionar que algunos
de estos términos serían sujetos operatorios
(ciudadanos, súbditos, siervos...) lo cual ubica-
ría la política en el terreno de las disciplinas β-
operatorias... Los términos o conceptos del
campo de la política tienen procedencias muy
diversas: términos antropológicos, jurídicos,
históricos, sociales, morales... que no encajan
en ninguna categoría e impiden el cierre cate-
gorial de ese campo que lo constituiría como
ciencia con sus relaciones o leyes análogas. En
consecuencia el campo de la política por su
carácter abierto, urdido por conceptos tan he-
terogéneos será competencia de la filosofía cu-
ya labor será distinguir y destacar las distintas
ideas que entretejen la realidad política: poder,
sociedad, estado, y edificar una teoría filosófi-
ca de la sociedad política, es decir, trazar la
idea del Estado.
El origen y naturaleza de la sociedad políti-
ca, las formas de gobierno y su posible catalo-
gación ha sido una constante en la historia de
la filosofía desde sus inicios con Platón.
La Filosofía Política parte de las premisas
del materialismo filosófico que hemos expues-
to en los capítulos anteriores en especial de la
teoría del espacio gnoseológico articulado se-
gún la tres dimensiones del lenguaje: sintácti-
ca, semántica y pragmática, y la teoría del es-
pacio antropológico desplegado en tres ejes,
radial, circular y angular.
El elemento central o la referencia principal
de la Teoría Política es el Estado precisamente
5. Filosofía Política
porque en las sociedades humanas repartidas
por el mundo es la institución del Estado lo
que sirve de criterio de demarcación entre las
sociedades políticas y los otros géneros de so-
ciedad por ejemplo las animales, y es el Esta-
do, en definitiva, lo que permite, hoy en día,
delimitar el núcleo de lo político.
Para ello habrá que retornar a los primeros
esbozos históricos de la configuración estatal
remontándonos más allá del Renacimiento, y
no detenernos, como es habitual, en el estado
moderno como si fuera la única expresión del
Estado, para distinguir y entresacar los ele-
mentos que el Estado ha organizado en su de-
sarrollo histórico hasta componer su configu-
ración efectiva.
No podemos olvidar tampoco que la organi-
zación social no es exclusiva de nuestra espe-
cie: podemos observar sociedades organizadas
de insectos compuestas por millones de indi-
viduos (termitas), manadas y bandas de ani-
males socialmente organizadas. Las especies
más próximas de primates viven con frecuen-
cia en grupos jerarquizados sometidas a un
jefe (papiones, gorilas, chimpancés...). Debe-
mos perfilar una definición de sociedad políti-
ca o una idea de estado que nos permita dife-
renciarla de otras organizaciones tanto huma-
nas como animales y, al mismo tiempo, que
exprese la esencia de lo político de modo que
pueda conjugarse con la trayectoria histórica
propia de la sociedad.
La elaboración de la idea de Estado supon-
drá la respuesta a cuatro cuestiones:
1. El problema de la definición y de la justi-
ficación del estado.
2. La cuestión de su origen y desarrollo.
3. La reflexión sobre la estructura del Esta-
do de derecho y de la división de poderes.
4. La elaboración de una posible tipología
de la formas políticas, centrándose especial-
mente en la democracia.
La definición del Estado
El Estado que hoy conocemos no es un he-
cho dado desde el principio, tal como supone,
por ejemplo, Aristóteles, sino una realidad his-
tórica y por tanto el resultado de un largo pro-
ceso de transformación social. Por ello el aná-
lisis de esta realidad evolutiva no puede limi-
tarse a esbozar una definición que fijara su
esencia y a describir sus supuestos rasgos
constitutivos e invariables. Esta realidad evo-
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lutiva tampoco se puede entender de un modo
lineal como si fuera un proceso de maduración
continuo que pasa de un estadio a otro de un
modo ya fijado de antemano: de la sociedad
igualitaria a la jefatura, de la jefatura a la so-
ciedad estratificada y de la sociedad estratifi-
cada al Estado. El proceso evolutivo que confi-
gura el Estado es un proceso discontinuo, dia-
léctico que implica la intervención de profun-
dos conflictos. El análisis de una esencia histó-
rica como la de Estado (o como la de ciudad o
civilización) requiere distinguir por lo menos
tres momentos: el núcleo esencial (en este ca-
so, su origen y su diferencia constituyente res-
pecto de otras organizaciones tanto humanas
como animales), el cuerpo o estructura, y su
curso o desarrollo histórico.
1. Núcleo de la sociedad política:
Para Aristóteles la sociedad humana es ya
política por naturaleza, el Estado no es una
configuración histórica sino algo ya dado de
entrada con el hombre que tampoco es históri-
co. Para Aristóteles una sociedad no política
no era una sociedad humana.
Para el Materialismo filosófico, que asume
la perspectiva evolucionista, la sociedad políti-
ca es resultado de un proceso evolutivo, lo cual
implica sostener la hipótesis de una sociedad
humana pre-política, de una sociedad humana
natural como eslabón entre lo zoológico (so-
ciedades o bandas de primates) y lo propia-
mente antropológico, un estadio intermedio
que fuera humano pero pre-político. Nos ajus-
tamos así a la lógica evolucionista que estable-
ce la necesidad de rasgos comunes o interme-
dios entre estos dos planos porque no se puede
imponer cortes abruptos entre las sociedades
animales y las humanas: son insoslayables
rasgos cogenéricos a otras especies animales
como la jerarquía, la convivencia o la domina-
ción. Este postulado, sin embargo, exige evitar
cuidadosamente la reducción o asimilación de
los hábitos humanos a las pautas animales, o,
a la inversa, que es el caso más frecuente en el
campo etológico, el de incorporar los instintos,
pautas, hábitos e impulsos animales, propios
del orden zoológico, a un orden cultural obje-
tivo de tipo normativo como el humano que no
se deduce de ellos y hablar por ejemplo de
“golpe de estado” en una banda de papiones.
La sociedad humana natural en cuanto eslabón
entre la sociedad etológica y la política como
5. Filosofía Política
raíz genérica de la sociedad política es un
postulado lógico y no empírico, y por tanto no
es un dato extraído vía Etnología, Arqueología
o Historia porque, en todo caso, los datos em-
píricos para ser comprendidos o interpretados
necesitan unas teorías adicionales cuya cons-
trucción está fuera del alcance de estas disci-
plinas.
Aunque la existencia de la sociedad natural
(pre-política) sea defendida aquí como un pos-
tulado o un nexo lógico o eslabón para com-
prender el origen de la sociedad política esto
no significa que este postulado carezca de refe-
rente empírico: las características de la socie-
dad natural, raíz de la sociedad política, las
podemos identificar, en gran medida, en las
sociedades primitivas o familiares, objeto de la
etnología (cuyos últimos testimonios -material
de la ciencia etnológica- han desaparecido
prácticamente en nuestros días).
Sociedad natural
La característica fundamental de la socie-
dad natural es su convergencia, su intraestruc-
tura estable que la mantiene fuera del tiempo
histórico pero cuyo quiebra -como veremos-
dará lugar a una recomposición de escala más
compleja que será propiamente la sociedad
política. Sociedades naturales serían, por
ejemplo, las “bandas”, grupos nómadas de
unas pocas familias (entre 25/100 individuos),
de economía de subsistencia, cazadores/reco-
lectores como bosquimanos (¡kung) del desier-
to del Kalahari, pigmeos en la selva ecuatorial
de Africa o esquimales, localizados todos en
zonas muy marginales, de difícil subsistencia
que han sobrevivido prácticamente hasta
nuestros días... sociedades naturales serían
también las tribus de la Antropología clásica
tanto amazónicas (bororo, xingu, tupi...) como
africanas (nuer...), etc, sociedades basadas en
sistemas de parentesco. Cuando se estudian
estas sociedades se subraya con frecuencia el
carácter igualitario, comunitario de su estruc-
tura social, su modo de vida respetuoso con el
medio ambiente, la falta de estructuras de po-
der, de opresión o dominación...
Pero no conviene idealizar esta convergen-
cia de las sociedad bárbara como si fuera la
expresión de la armonía natural del buen sal-
vaje. La intraestructura de la sociedad natural
reside en la adaptación de patrones heterogé-
neos de las partes sociales, adaptación que no
procede de una armonía espontánea sino me-
73
diante un control social coactivo disperso que
ha borrado cualquier conato de divergencia: la
expresión de este control social puede ser la
“tradición” como un orden social sagrado,
inalterable, impuesto por la presión social sin
fisuras.
En las sociedades naturales no falta un or-
den in-igualitario y coactivo ni tampoco los
conflictos, las disputas y las disensiones, pero
éstas no tienen un carácter objetivo, sostenidas
por grupos organizados pues la sociedad natu-
ral no está ordenada en razón de fines preesta-
blecidos que puedan originar discrepancias o
divergencias, éstas tienen ante todo un carác-
ter individual, familiar o grupal: a veces estas
discrepancias pueden generar la escisión del
grupo, como entre los Yanomamo que en caso
de disputas uno de los grupos enfrentados se
retira a unos kilómetros para levantar una
nueva aldea, en una especie de mitosis celular
(frecuentemente por razones económicas tam-
bién), pero esto no da lugar a una reestructu-
ración de la sociedad.
Desestructuración de la sociedad natural
La sociedad natural como intraestruc-
tura de la sociedad política
Pero, tal como hemos precisado anterior-
mente, la explicación y la definición de la
esencia de la sociedad política exige en primer
lugar precisar cuál es el núcleo de la sociedad
política, pero esto equivale exponer el proceso
según el cual a partir de la sociedad natural se
origina ese núcleo, es decir, como aquella se
transforma en una sociedad política. Este pro-
ceso -tal como hemos señalado- no es un pro-
ceso de desarrollo lineal y continuo como se ha
defendido frecuentemente (G. Childe o E. Ser-
vice, por ejemplo), sino un proceso dialéctico y
conflictivo.
Una sociedad natural alcanzado un deter-
minado grado de desarrollo, entra en un pro-
ceso de descomposición, de desestructuración
social y en el caso de que este proceso no
conduzca a una regresión -fenómeno no infre-
cuente- de estadios anteriores o a la simple
desaparición de la sociedad, puede iniciar una
re-generación o re-estructuración de la ante-
rior sociedad en una forma o intraestructura
más compleja que será justamente el núcleo de
la sociedad política, la nueva convergencia que
5. Filosofía Política
marcará la diferencia de la sociedad política
respecto de la natural o familiar.
Para que surja la sociedad política la socie-
dad natural previa deberá desestructurarse, o
“degenerar” primero para luego en su reestruc-
turación peculiar por anamorfosis, refundien-
do los materiales, trabando los elementos de la
sociedad precedente en un orden o intraes-
tructura más compleja, regenerarse dando lu-
gar al núcleo esencial que marcará la diferen-
cia constitutiva de la nueva sociedad política.
Por ello decimos que la sociedad natural es la
raíz genérica o género radical de la sociedad
política.
Este es el proceso -localizado históricamen-
te en áreas geográficas diversas y no de un
modo simultáneo- que dio lugar a los primeros
estados y civilizaciones de la historia, proceso
que tiene como condición ineludible un grado
determinado de desarrollo socio-económico y
que se conoce como Revolución neolítica que
con el inicio de la agricultura y la ganadería va
a permitir la sedentarización y el incremento
de la población y de los recursos de modo que
la antigua organización social y política de las
sociedades naturales previas entre en un mo-
mento de crisis o degeneración ante una situa-
ción socio-económica cada vez más compleja:
esta transformación se asocia a la aparición del
fenómeno urbano, la escritura... En el seno de
la antigua sociedad comienzan a aparecer por
razones diversas grupos heterogéneos, reflejo
de las transformaciones sociales y económicas,
con unos fines y programas incompatibles en-
tre sí o con el grupo dominante que rige la so-
ciedad, esto dará lugar a la aparición de diver-
gencias objetivas y no meramente individuales
o familiares, que van a acarrear la desestructu-
ración de la sociedad natural y su transforma-
ción en otro género de sociedad con otro for-
mato lógico, una reestructuración o anamorfo-
sis de la sociedad natural en sociedad política.
Pero estas disensiones sociales objetivas en
torno a los patrones (planes o programas) den-
tro de los cuales actuaban las partes de la so-
ciedad natural para ser ser efectivas política-
mente deben dar lugar a un incremento y a
una cristalización de corrientes divergentes no
ya individuales sino colectivas que no puedan
ser neutralizadas por la acción del control so-
cial.
Estas divergencias no son objetivas por su
carácter colectivo sino por sus contenidos pro-
lépticos objetivos. Una parte colectiva diverge
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en un sistema de planes y programas de los
planes y programas de la parte dominante de
una sociedad. Si la divergencia fuera colectiva
pero sus planes y programas no amenazasen la
intraestructura no cabría hablar del carácter
político de la divergencia, por ello los orígenes
de la sociedad política no residen en el mero
desarrollo económico y vegetativo de las socie-
dades familiares, aunque indudablemente és-
tas sean condiciones necesarias.
La desestructuración de la sociedad natural
que da lugar a la reestructuración política de la
antigua sociedad pueden ser de tres órdenes:
a) Una desestructuración interna resultado
de la descomposición de las relaciones de la
intraestructura a consecuencia de las diferen-
ciaciones sociales que van madurando, por
ejemplo, en torno a algunos centros de control
social, en especial a centros de distribución y
redistribución.
b) Una desestructuración resultante de un
proceso externo de intrusión o invasión de la
sociedad natural por otro grupo invasor que
luego desempeñará las funciones de parte in-
tegradora.
c) Una sociedad convergente pero en diver-
gencia con otras de su entorno puede entrar en
un proceso de divergencia que destruya su
convergencia interna.
La desestructuración interna puede ser sua-
ve y gradual porque depende en buena medida
del desarrollo socio-económico de la sociedad
(desarrollo, por ejemplo, de la agricultura me-
diante técnicas de irrigación que da lugar a un
cambio del habitat...), mientras que la deses-
tructuración externa suele ser abrupta, lo que
no significa que una sea pacífica y contractual
y la otra violenta e impuesta. Los dos procesos
son igualmente forzosos, el primero no por
gradual es más igualitario que la invasión.
Como modelo de desestructuración interna
podría mencionarse el proceso de transforma-
ción de sociedad natural en sociedad política,
incluso en un Estado, que dio lugar a Teoti-
huacán, en el valle de México. Este proceso de
transformación en sociedad política se ha pre-
sentado (E. Service) como modelo pacífico que
incluye un contrato continuado, gradual y pro-
gresivo. Clanes y tribus de agricultores y reco-
lectores se reparten en aldeas relativamente
autárquicas pero interrelacionadas por rela-
ciones de parentesco y de mercado conmutati-
vo inmediato (no se descartan tampoco rela-
5. Filosofía Política
ciones bélicas, pero no son pertinentes en este
caso). El proceso se pone en marcha gradual-
mente cuando, debido al aumento de pobla-
ción y producción, el incremento de mercado
conmutativo da lugar a un mercado conmuta-
tivo, diferido o mediato (reservas, almacenes)
y de aquí se pasa a un mercado redistributivo
de radio creciente que determinará la instau-
ración de una red de “escalas aldeanas inter-
medias (almacenes, trueques intermedios)”
(pag.175) hasta constituir un Gran Centro Ge-
neral de almacenamiento, con todo lo que esto
implica: construcción de caminos... y sobre
todo una burocracia redistribuidora, que im-
pone tributos... Según este modelo la sociedad
política sería una suerte de cooperativa de dis-
tribución sobre todo cuando comparte funcio-
nes de vigilancia y de control de un grupo de
distribuidores que se benefician de la misma
distribución (Sanders y E. Service).
Conforme a esta interpretación la transfor-
mación de la sociedad natural en política es el
resultado de un gradual incremento de las re-
laciones de mercado que da lugar a una inte-
gración que culmina en una sociedad política
fundada en un consenso pacífico.
Pero, sin variar el marco histórico de esta
transformación, es más lógico pensar que el
gradual incremento de relaciones comerciales
en el foco central, una burocracia que comien-
za a centralizar toda esta actividad redistribui-
dora interviniendo decisivamente cada más en
la producción y en la administración de los ex-
cedentes, imponiendo cargas, es aquello que
determinará una desestructuración gradual
pero no menos implacable de la intraestructu-
ra de la sociedad natural precursora. Y esto
mediante la diferenciación sucesiva de unas
divergencias de planes y programas y pautas
etc., propios de las partes que intervienen en el
proceso de redistribución. El control social
ejercitado por los almacenes centrales debe de
tener en cuenta al conjunto de la sociedad
campesina: los aldeanos son la parte dirigida
con planes, intereses y fines que van resultan-
do ser distintos y enfrentados, pero que sin
embargo serán aceptados o preferidos, pero no
libremente por un pacto explícito, porque no
hay elección posible.
El contrato social, la nueva convergencia no
implica equidad o justicia sino aceptación de la
situación, a veces por coacción moral, física o
religiosa. El papel de la divergencia es esencial
en el tránsito de la sociedad natural, como gé-
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nero radical, a la sociedad política: cuando,
resultado del desarrollo social, quizás del in-
cremento de población y de la producción (que
supone un desarrollo de las medios y fuerzas
productivas), y del incremento de las diver-
gencias de carácter colectivo en el seno de la
sociedad natural, se disgrega la convergencia
inicial.
Reestructuración de la sociedad natu-
ral: Núcleo de la sociedad política, po-
der y eutaxia.
Pero a esta desestructuración de la antigua
convergencia natural sucede una reestructura-
ción protagonizada por una de las partes de la
sociedad de referencia. Para que esta “rees-
tructuración” sea propiamente “política” una
parte debe reorganizar e integrar el todo so-
cial, orientándose al conjunto social de modo
que se desemboque en una situación de nueva
convergencia, colectivamente asumida (lo que
se podría denominar pacto social) pero esta
convergencia no incluye necesariamente ni la
equidad ni la justicia.
Este proceso de transformación “política”
de la sociedad natural es un proceso anamórfi-
co de refundición de los antiguos materiales
sociales en un grado mayor de complejidad, lo
que produce la reestructuración de la sociedad
fracturada en una nueva convergencia, y esta
nueva convergencia instituye una nueva uni-
dad social, refundiendo los elementos anterio-
res. La constitución y el mantenimiento de es-
ta nueva unidad de la sociedad radicalmente
divergente la denominamos “eutaxia”. Esta
eutaxia que sostiene el nuevo modo de conver-
gencia de la sociedad, no es algo dado sino que
debe ser reiterado y mantenido en un proceso
de reestructuración semejante al que dio lugar
a la nueva sociedad.
Es necesario, entonces, que alguna parte de
la sociedad tenga la capacidad y las condicio-
nes materiales para rearticular de nuevo la an-
tigua intraestructura en un nuevo tejido social,
es decir, la sociedad política y esta capacidad
de rearticulación en una convergencia no es
otra cosa que el poder político: “una parte (la
parte directora o dominante, o las partes co-
directoras) pone en marcha y hace girar en su
torno, como un remolino, a todas las otras par-
tes de las diferentes capas del cuerpo de la so-
ciedad que se reorganiza” (G.Bueno, PECP).
Los modos de control y coacción propios de las
sociedades bárbaras sufrirán una modificación
5. Filosofía Política
porque comienzan a ser centralizados y orien-
tados a una causa común. Una de las partes del
todo social (alguna fracción o grupo o partes
desprendidas de la sociedad anterior) parece
capacitada para configurar o reordenar la tota-
lidad de la sociedad política y esto porque, de
algún modo, su propia subsistencia como gru-
po (sus propios intereses) depende del cum-
plimiento de sus planes y programas (prolep-
sis) relativos a la subsistencia de toda la socie-
dad. “Podremos definir ahora el poder político
como la capacidad de una parte o partes de la
sociedad para influir en las demás partes la
ejecución de las operaciones orientadas según
las prolepsis (planes y programas) de aquellas.
El núcleo de la sociedad política es el ejercicio
del poder que se orienta a la eutaxia” (G. Bue-
no: PECP), que podemos entender como una
noción análoga al bien común de los clásicos,
al equilibrio, de una sociedad divergente:
76
“nos aproximaremos a la idea de núcleo de
la sociedad política representándonoslo como
el mismo proceso por el cual una parte (la par-
te directora o dominante, o las partes co-direc-
toras) pone en marcha y hace girar en su tor-
no, como un remolino, a todas las otras partes
de las diferentes capas del cuerpo de la socie-
dad que se reorganiza. En este punto se suscita
la cuestión sobre la posibilidad de establecer,
en general, las condiciones estructurales (co-
yunturales) por las cuales una parte, sin dejar
de serlo (por tanto, sin «olvidarse» de sus pro-
pios intereses) puede llegar a movilizar siste-
mas polépticos totales (prácticos, no utópicos)
en una dirección eutáxica.” (P. García Sierra,
“Diccionario Filosófico”) La eutaxia es enton-
ces el fundamento de toda actividad política
que justifica y define la función del Estado co-
mo su conservación, por ello la duración es un
parámetro fundamental para medir el grado
de eutaxia de una sociedad.
5. Filosofía Política
2. El curso de la sociedad política
En el apartado anterior hemos definido el
núcleo de la sociedad política como el proceso
de reestructuración de una sociedad natural
por una parte de esa sociedad, fracturada por
el efecto de las divergencias objetivas, fracción
capaz de imponer una nueva convergencia o
eutaxia. Sin embargo, el núcleo no es la esen-
cia de la sociedad política, la esencia sólo se
dará como desarrollo de ese núcleo. Por ello a
la exposición del núcleo esencial debe seguir la
exposición del curso de las transformaciones
de la sociedad política.
La raíz genérica del estado o de la sociedad
política es la sociedad humana como entidad
totalizada resultante de las actividades de los
múltiples sujeto operatorios conjuntados por
convergencia o divergencia. La cuestión que se
plantea ahora es decidir si la sociedad humana
es política por naturaleza (tal como afirma
Aristóteles) porque en caso contrario habría
que postular un supuesto estado pre-político
de la sociedad, un estado de naturaleza, una
sociedad natural.
Esta disyuntiva no tiene solución empírica
vía etnografía o arqueología porque los datos
arqueológicos por sí mismos no pueden deci-
dir la cuestión sin unas teorías complementa-
rias que permitan reconstruir e interpretar
esos datos y que exceden esas disciplinas, teo-
rías como la arqueología o etnología política
que también dependen de otras disciplinas
quizás ya filosóficas que les suministren ideas
que organicen el campo (Idea de sociedad, es-
tado, poder...)
Pero ¿se puede aceptar la hipótesis de so-
ciedades humanas prepolíticas o debemos
simplemente decir que la sociedad apolítica no
es propiamente humana?
2.1. El curso del estado: una exposición his-
tórica
Para exponer este curso de la transforma-
ción histórica de las sociedades políticas va-
mos a tomar como referencia la institución del
Estado como la expresión canónica de organi-
zación política de la sociedad. Como tratamos
de comprender el proceso histórico de consti-
tución de un estado en tanto se aproxima a la
eutaxia, vamos a proponer un esquema se-
77
cuencial que tenga un valor explicativo para
periodizar las fases de este curso. Así podre-
mos hablar de una fase primaria o proto-esta-
tal como estadio pre-político, una fase secun-
daria o estatal, etapa propia de la configura-
ción de los estados históricos y, por último, la
fase post-estatal, una fase que se sitúa en un
terreno a-empírico porque está localizado en el
futuro y permite dibujar varias posibilidades o
alternativas.
2.1.1. La fase protoestatal
El paso de la sociedad natural a la sociedad
política supone un incremento de las divergen-
cias sociales, sin embargo estas divergencias
no implicarán la fractura de la sociedad natu-
ral que mantendrá todavía un margen de inte-
gración aunque también implica un mayor
grado de poder del grupo hegemónico dirigen-
te. En esta fase proto-estatal cabría distinguir
una fase en el momento inmediato anterior a
un Estado histórico, momento que ya presu-
pone determinados contenidos políticos: una
cierta orientación eutáxica, una gradual divi-
sión del trabajo derivada de la mejora de las
técnicas productivas, y la emergencia de una
clase funcionarial o burocrática con lo que ello
implica de planificación.
Esta propuesta de un “momento inmediato”
la tomamos de la investigaciones etnológicas
en torno a las denominadas “sociedades de
jefatura” aunque es preciso matizar que el con-
cepto de jefatura tiene dos sentidos uno coge-
nérico o común a otras especies, especialmente
a los grupos de primates con su “jefe” y se re-
fiere a las sociedades jerarquizadas, entonces
hablaríamos de sociedades de jefatura natural
y sociedades de jefatura política que sería el
caso que nos ocupa ahora.
Clasificación antropológica de las so-
ciedades
Para Elman Service hay cuatro grandes ti-
pos de sociedades, de menor a mayor comple-
jidad: banda, tribu, jefatura y Estado. Rees-
tructura un sistema ya creado por Morgan, que
divide la sociedad en tres etapas (salvajismo,
barbarie y civilización) y más tarde aceptado
por Vere Gordon Childe.
Los cuatro modelos:
1. Bandas: grupos cazadores-recolecto-
res de economía depredadora. Eran nómadas,
obligados por las circunstancias, ya que la co-
5. Filosofía Política
mida se les acababa, instándoles a la itineran-
cia. Viven de la caza, pesca y recolección, habi-
tando campamentos estacionales. Vemos una
gran homogeneidad, sin apenas diferencias
sociales, con una distribución de los recursos
igualitaria e inexistencia de la propiedad pri-
vada. Esto ha llevado a hablar de un comunis-
mo primigenio. Este tipo de sociedad se rela-
ciona con el Paleolítico.
2.Tribus: ya hablamos de grupos agri-
cultores y ganaderos que dejan el nomadismo
y la itinerancia en favor de la sedentarización.
Surge una economía de producción, el almace-
namiento y la creación de aldeas. En el Próxi-
mo Oriente, en la zona del creciente fértil, los
viejos campamentos desaparecen, surgiendo
los tells, superposición de pueblos pequeños.
La organización social sigue siendo más o me-
nos igualitaria, aunque surgen los linajes y al
frente un cabecilla. Más tarde, Sahlins habla
de un modo de producción basado en la uni-
dad familiar, una pequeña autarquía. Esta so-
ciedad se relacionaría con el Neolítico.
3.Jefaturas: aparece un nuevo modelo so-
cial basado en la yuxtaposición ricos-pobres.
La actividad económica se intensifica tratando
de conseguir una riqueza colectiva para redes-
tribuirla (impuestos) y aparecen los especialis-
tas. Otra consecuencia será la invención del
arado y la técnica del regadío. Al frente de es-
tas sociedades se encontrarán unos gestores,
en un principio elegidos, que más tarde se
convertirán en una "mafia" que convertirá el
cargo en hereditario. Con la búsqueda de una
producción más satisfactoria, se empiezan a
disputar las tierras, institucionalizándose la
guerra. Esta sociedad correspondería a la Edad
de los Metales.
4. Estados: también llamados Altas civiliza-
ciones. Aparecen los 3 sectores: primario, se-
cundario y terciario. Con la complejidad social
y su jerarquización se inventa la escritura al
servicio del control administrativo, cada vez
más burocrático. Ahora ya se habla de una so-
ciedad bastante desigual, sociedad de clases.
La autoridad estatal está apoyada en un cuerpo
represivo (policía o ejército). En este momento
podemos hablar de pueblos históricos.
2.1. Fase primaria o pre-estatal del curso
de la sociedad política.
Sería más concreto decir sociedades políti-
cas en su fase primaria porque prácticamente
78
todas las sociedades políticas primarias han
evolucionado hacia la forma de estado.
Como la sociedad política en fase primaria
presupone siempre una sociedad natural pre-
via, caben diversos modos de entender esta
transformación dependiendo de como se com-
prenda la naturaleza de la sociedad natural y
de la sociedad política: frecuentemente se
plantea la posibilidad de hacer el corte entre el
plano zoológico y el plano político presupo-
niendo de partida una sociedad humana igua-
litaria al que se le añadiría más tarde sin nin-
gún género de violencia el complejo político de
jefatura redistributiva y hereditaria.
Por nuestra parte, no entendemos la socie-
dad natural por atributos meramente negati-
vos como sociedad sin diferencias sociales,
igualitaria, sin estructura de poder, etc., (las
sociedades de primates son, con frecuencia,
organizaciones fuertemente jerarquizadas) y,
por otro lado, estas jefaturas no son un mera
superestructura de la sociedad natural porque
son la condición política del incremento mis-
mo de producción y por tanto agentes de la
misma transformación política. De este modo
podemos ver las sociedades primitivas no co-
mo sociedades políticas pero tampoco como
sociedades amorfas desde el punto de vista del
control social.
La sociedad política primaria en cuanto po-
lítica ha de tener siempre algo de sociedad de
“segundo orden”, es decir, de reordenación de
otras sociedades previamente dadas, estas so-
ciedades son las sociedades naturales, tal co-
mo hemos visto al exponer el núcleo de la so-
ciedad política. Podríamos definir las socieda-
des políticas primarias como cuerpos políticos
de dos capas, una capa basal (aportada por la
sociedad natural precursora) y una capa con-
juntiva que, procediendo principalmente de la
jefatura, reestructura la capa basal y se agrega
a ella no como una mera superestructura re-
sultado del desarrollo económico que origina
la aparición de un excedente, sino posibilitan-
do el incremento mismo de la producción.
Conviene detenernos en este proceso. La
sociedad natural puede evolucionar dentro de
su género hasta el rudimento de una organiza-
ción redistribuidora aunque quizás no centra-
lizada. El paso, sin embargo, al orden de la so-
ciedad política implicará el surgimiento o
acentuación de las divergencias hasta un nivel
crítico en el seno de la sociedad natural -por
ejemplo, entre sus centros de distribución- y
5. Filosofía Política
no necesariamente entre estratos o clases so-
ciales, y ello implica la constitución hegemó-
nica de un sector con capacidad de percibir,
desde la perspectiva de su intereses parciales,
desde luego, las exigencias eutáxicas de la so-
ciedad en su conjunto, el “bien común” de los
clásicos. Estas exigencias tienen que ver, prin-
cipalmente, con el incremento de la produc-
ción que puede ir asociado a la centralización
política y que incluye, desde luego, un incre-
mento de la capacidad coactiva del poder (por
tanto de una jerarquía burocrático-militar)
sobre las capas sociales dirigidas.
Coacción no significa necesariamente una
violencia constante, más aún, la eutaxia re-
quiere que ese poder sea acatado en amplias
capas de la sociedad como autoridad, que sea
acatado como una suerte de ley insuperable. El
acatamiento de la autoridad política superior
no supone la extinción de las alternativas di-
vergentes. Por ello la sociedad política ya apor-
ta novedades específicas en cuanto a su estruc-
tura organizativa respecto de la sociedad natu-
ral. Esta novedad no reside tanto en el poder
coactivo que ya existe en la sociedad natural
cuanto en la orientación de ese poder coactivo
hacia la eutaxia en cuanto comporta además
de desarrollo burocrático y división del traba-
jo, rivalidades políticas institucionalizadas y en
particular una jefatura política (con burocracia
mínima, una planificación...)
En la sociedad natural todos están orienta-
dos, en cuanto individuos y miembros del gru-
po, hacia una actividad productora “cara a la
naturaleza” y a la redistribución inmediata o
diferida de la producción (recolección, caza,
cultivo en este caso), por ello la sociedad natu-
ral es un cuerpo político de una sola “capa”, la
capa basal. En la sociedad política, sin embar-
go, se abrirá un nuevo espacio social donde
existen funcionarios, individuos y grupos que
se ocupan a tiempo completo como recauda-
dores, artesanos o soldados. Es de suponer que
la capa productora obtiene excedentes respec-
to de lo que ella necesita consumir, pero sería
un error concluir que la capa política (conjun-
tiva) surge de los excedentes (como Gordon
Childe sugiere) convirtiéndose eo ipso en clase
parásita o depredadora. Si esos excedentes se
producen se deben en cierta medida a la acti-
vidad de la capa conjuntiva que es un potente
estímulo para la producción por sus funciones
planificadoras y canalizadoras. Hay que meter
aquí mas desarrollo histórico
79
Pero tampoco se puede entender los exce-
dentes como retribución debida a los adminis-
tradores por su trabajo, más bien es una redis-
tribución (desigual, desde luego, e injusta) de
la riqueza común y que sólo puede resultar de
esa interacción social.
Las sociedades políticas primarias pueden
darse en dos situaciones principales:
Situación de las sociedades de jefatura polí-
tica organizadas sobre una única sociedad na-
tural (ordinariamente de jefatura natural) y la
situación de las sociedades organizadas sobre
dos o más sociedades naturales. Las primeras
se podrían denominar ¨uniarquías¨ para indi-
car que entramos en el género de las socieda-
des políticas, las segundas protoestados.
Los proto-estados se consideran frecuente-
mente estados por su complejidad estricta-
mente política que los aproxima mucho a la
estructura de los estados propiamente dichos.
Desde la perspectiva lógico distributiva de la
Antropología, un estado es un momento de la
evolución interna del proto-estado. Pero desde
la perspectiva lógico atributiva lo decisivo para
formar el concepto de estado es la relación con
otros estados y esta es la relación que falta en
las sociedades políticas primarias.
En la medida en que las sociedades natura-
les integradas en los proto-estados se conside-
ren sociedades políticas o incluso como “esta-
dos”, los proto-estados tales como los conside-
ramos aquí pasarán a ser considerados impe-
rios (en el sentido de un nivel de integración
multiestatal y pluricultural más alto que el de
Estado, un nivel que comporta la explotación
de otros estados por el estado imperialista.
Como ejemplos históricos de sociedades
primarias, en concreto de uniarquías se po-
drían poner ejemplos tomados de la Arqueolo-
gía o, mejor dicho, de las hipótesis que los ar-
queólogos construyen para encajar el material
empírico y “reconstruir” un período determi-
nado: determinadas colectividades aldeanas en
el Egipto medio en la época predinástica o en
el valle central de Méjico, pero quizás fueran
más detallados los ejemplos etnográficos...
Hawaiian society
Social and political structure
Hawaiian society evolved into a highly
stratified hierarchy. The highest authority in
all arenas was the mo`i, or king, the ali`i hol-
ding the highest chiefly rank. The mo`i was
5. Filosofía Política
the ultimate owner of all annual taxes, he
oversaw important religious rites and acted
as leader during times of war. The top two
advisors to the mo`i were the kalaimoku, or
chief minister, and the kahuna nui, or high
priest.
The ali`i, or chiefs of all ranks, stood be-
neath (estaba por debajo de) this highest le-
vel. All ali`i held their position at the pleasure
of the mo`i but their rank depended on the
combined genealogies of their parents. Ge-
nealogical standing could be complicated. If a
high chief could not find a woman of compa-
rable rank to marry, he might marry his sis-
ter or the daughter of his brother. A child
from this type of union would maintain a high
rank and the status of the family. After the
birth of such a child, the husband and wife
could take other partners with less regard for
genealogical standing.
Ali`i of lesser rank were the children of
men favored by a chief who had married
women of ali`i lineage. Lesser still were those
called ali`i due to a special skill or strength;
these were ali`i in title only and their position
could not be passed to their children.
The lives of high ranking ali`i were regula-
ted by many kapu, or restrictions. Commo-
ners were required to prostrate themselves in
the presence of ali`i, one's shadow was not
allowed to fall on the person or house of an
ali`i, none but an ali`i could enter his house
by its private doorway, and any lower-ran-
king individual was to kneel in the presence of
an ali`i who was eating. Ali`i were looked
after by attendants; the mo`i was attended by
many. Attendants to the mo`i - most often
high-ranking ali`i themselves - sat with the
mo`i while he ate, entertained him at night
with stories and games, looked after his food,
cared for his religious idols, composed chants
for him, and watched over him as he slept.
Kahuna were a class of priests and highly-
skilled craftsmen. Their mastery of religious
rites and practices pertained to their specific
profession (for instance, canoe building). So-
me, like the kahuna of medicine, might specia-
lize in one area of their profession.
The largest group in Hawaiian society was
the maka`ainana, or common people. These
were laborers and workers who produced
most of the goods in life. They did construc-
tion work, farmed, fished, and fought for their
chiefs during wartimes. They were taxed an-
80
nually by the mo`i and local ali`i, paying in
kind with food, clothing and other goods and
keeping a third of what they produced for
themselves. While they stood at the lower le-
vels of society, maka`ainana did have the
right to move to a different area or rebel if the
local ruling ali`i was harsh and unfair.
At the bottom of the social ladder was a
small group of kauwa, or outcasts. These, like
the ali`i, were born to their position.
Los protoestados se constituirán normal-
mente a partir de uniarquías no tanto por fu-
sión de dos uniarquías como por efecto de la
expansión (militar o comercial) de una uniar-
quía consolidada sobre una sociedad o socie-
dades naturales que se mantenían indepen-
dientes, o a consecuencia de la aproximación
pacífica de una de estas a la órbita de la uniar-
quía vecina. Tampoco se puede rechazar la liga
de uniarquías... Aunque la evolución de las
uniarquías en su curso hacia la forma de un
protoestado incluye una complejidad adminis-
trativa que acentúa su semejanza con los esta-
dos plenamente constituidos, no incluyen la
nota esencial al efecto que son las relaciones
de codeterminación recíproca de un estado
con otro estado.
Los protoestados se mantienen constituidos
en el ámbito de las sociedades naturales y por
ello los lugares ecológicos más propicios para
su constitución no son sólo los que cuentan
con una amplitud y fertilidad suficientes como
para soportar diversas sociedades naturales
sino que estén separados de otros territorios
ya poblados por otras sociedades naturales o
políticas en fase primaria por accidentes geo-
gráficos que impliquen interrupción aisla-
miento: desiertos, cadenas montañosas... Es el
caso de los grandes valles fluviales, más en
concreto el llamado Imperio Antiguo en Egipto
del 3.000 AC como ejemplo de protoestado, al
menos las tres primeras dinastías, resultante
de la conquista del Bajo Nilo por la jefatura
teocrática asentada en el Alto Nilo (la denomi-
nación Imperio es un anacronismo porque no
evolucionó hacia un estado en sentido estricto
hasta después del siglo IV o V).
Desde luego, caben formas intermedias en-
tre uniarquías y protoestados: cuando una
uniarquía, una jefatura sobre una sociedad na-
tural controla y obtiene tributos de sociedades
vecinas de las que defiende a ésta: el denomi-
nado “estado Nkole” de Uganda antes del pro-
5. Filosofía Política
tectorado británico formado por dos colectivi-
dades...
Ankole, también llamado Nkole, es
uno de los cuatro reinos tradicionales
de Uganda
Los pastores hima (o Bahima) establecie-
ron su dominio sobre los agricultores iru (o
Bairu) antes del siglo XIX. Los hima e iru es-
tablecieron estrechas relaciones basadas en el
comercio y un reconocimiento simbólico, pero
sus relaciones no eran igualitarias. Los irus
eran legalmente y socialmente inferiores a los
hima, y el símbolo de esta desigualdad era el
ganado, que pertenecía solamente a los hima,
ya que los iru tenían expresamente prohibido
poseerlo. Ambos grupos mantenían sus iden-
tidades separadas, estaban prohibidos los
matrimonios mixtos, que hubieran legalizado
el intercambio y la posesión de ganado por
parte de los iru, y si se producía alguno, que-
daba invalidado.
Los hima proporcionaban a los granjeros
iru productos ganaderos, aunque pudieran
conseguirlos por otras vías. Dado que la po-
blación hima era menor que la iru, los regalos
y tributos reclamados por los hima podían ser
satisfechos con relativa facilidad. Tal vez es-
tos factores hicieran que las relaciones entre
ambos pueblos fueran tolerables, pero se vie-
ron reforzadas por la superior organización y
habilidad militar de los hima.
El reino de Ankole se extendió anexionán-
dose territorio por el sur y por el este. En mu-
chos casos se apresó a pastores para incorpo-
rarlos a la sociedad hima, mientras los agri-
cultores se incorporaban a los iru como escla-
vos y eran tratados como inferiores. Ningún
grupo podía tener su propio ganado y los es-
clavos no podían pastorear ganado que fuera
propiedad de los hima.
La sociedad Ankole estaba organizada en
un sistema de castas estratificadas, en el que
todo giraba sobre la élite propietaria de ga-
nado, y las relaciones entre patrones y clien-
tes eran importantes para mantener el orden
social. Los hombres entregaban ganado al rey
(mugabe) para demostrarle su lealtad. Esta
lealtad era requerida a menudo por el rey en
forma de ganado o servicio militar. A cambio
del homenaje y del servicio militar, un hom-
bre recibía protección del rey tanto frente a
81
los enemigos externos como en las disputas
con otros propietarios de ganado.
El mugabe autorizaba a sus jefes más po-
derosos a reclutar ejércitos particulares, y
estas bandas de guerreros se encargaban de
proteger las fronteras de Ankole. Sólo los hi-
ma podían prestar este servicio de armas, y la
prohibición de entrenamiento militar hacia
los iru les dificultaba cualquier rebelión. Los
iru tampoco podían ocupar cargos políticos, a
pesar de que a menudo ejercieran como ase-
sores locales de los administradores en las
ciudades iru.
Los iru tenían diversos modos de resolver
los conflictos con los propietarios hima, a pe-
sar de su inferioridad legal. Los iru podían
elevar peticiones al rey para evitar malos tra-
tos de un patrón hima. Los iru no podían ser
subyugados a los ganaderos hima sin forma-
lizar un contrato entre patrón y cliente.
Existía una gran presión para tratar de
destruir el dominio hima en Ankole. A pesar
de las prohibiciones había mestizaje y los hi-
jos de estas uniones (abambari) exigían a
menudo sus derechos como propietarios de
ganado. Al igual que sucede actualmente en
Ruanda, diversos grupos dirigían ataques
contra los hima durante el siglo XIX. Para
contrarrestar esta presión, muchos señores de
la guerra hima reclutaron hombres iru en sus
ejércitos para proteger las fronteras meridio-
nales de Ankole. En algunas áreas cercanas a
Ankole, las distinciones entre hima e iru per-
dieron importancia de modo progresivo.Los
pastores hima (o Bahima) establecieron su
dominio sobre los agricultores iru (o Bairu)
antes del siglo XIX. Los hima e iru establecie-
ron estrechas relaciones basadas en el comer-
cio y un reconocimiento simbólico, pero sus
relaciones no eran igualitarias. Los irus eran
legalmente y socialmente inferiores a los hi-
ma, y el símbolo de esta desigualdad era el
ganado, que pertenecía solamente a los hima,
ya que los iru tenían expresamente prohibido
poseerlo. Ambos grupos mantenían sus iden-
tidades separadas, estaban prohibidos los
matrimonios mixtos, que hubieran legalizado
el intercambio y la posesión de ganado por
parte de los iru, y si se producía alguno, que-
daba invalidado.
Los hima proporcionaban a los granjeros
iru productos ganaderos, aunque pudieran
conseguirlos por otras vías. Dado que la po-
blación hima era menor que la iru, los regalos
5. Filosofía Política
y tributos reclamados por los hima podían ser
satisfechos con relativa facilidad. Tal vez es-
tos factores hicieran que las relaciones entre
ambos pueblos fueran tolerables, pero se vie-
ron reforzadas por la superior organización y
habilidad militar de los hima.
El reino de Ankole se extendió anexionán-
dose territorio por el sur y por el este. En mu-
chos casos se apresó a pastores para incorpo-
rarlos a la sociedad hima, mientras los agri-
cultores se incorporaban a los iru como escla-
vos y eran tratados como inferiores. Ningún
grupo podía tener su propio ganado y los es-
clavos no podían pastorear ganado que fuera
propiedad de los hima.
La sociedad Ankole estaba organizada en
un sistema de castas estratificadas, en el que
todo giraba sobre la élite propietaria de ga-
nado, y las relaciones entre patrones y clien-
tes eran importantes para mantener el orden
social. Los hombres entregaban ganado al rey
(mugabe) para demostrarle su lealtad. Esta
lealtad era requerida a menudo por el rey en
forma de ganado o servicio militar. A cambio
del homenaje y del servicio militar, un hom-
bre recibía protección del rey tanto frente a
los enemigos externos como en las disputas
con otros propietarios de ganado.
El mugabe autorizaba a sus jefes más po-
derosos a reclutar ejércitos particulares, y
estas bandas de guerreros se encargaban de
proteger las fronteras de Ankole. Sólo los hi-
ma podían prestar este servicio de armas, y la
prohibición de entrenamiento militar hacia
los iru les dificultaba cualquier rebelión. Los
iru tampoco podían ocupar cargos políticos, a
pesar de que a menudo ejercieran como ase-
sores locales de los administradores en las
ciudades iru.
Los iru tenían diversos modos de resolver
los conflictos con los propietarios hima, a pe-
sar de su inferioridad legal. Los iru podían
elevar peticiones al rey para evitar malos tra-
tos de un patrón hima. Los iru no podían ser
subyugados a los ganaderos hima sin forma-
lizar un contrato entre patrón y cliente.
Existía una gran presión para tratar de
destruir el dominio hima en Ankole. A pesar
de las prohibiciones había mestizaje y los hi-
jos de estas uniones (abambari) exigían a
menudo sus derechos como propietarios de
ganado. Al igual que sucede actualmente en
Ruanda, diversos grupos dirigían ataques
contra los hima durante el siglo XIX. Para
82
contrarrestar esta presión, muchos señores de
la guerra hima reclutaron hombres iru en sus
ejércitos para proteger las fronteras meridio-
nales de Ankole.
Fase secundaria o estatal del curso de la
sociedad política
La aparición del estado marca el umbral de
la fase secundaria del curso de la sociedad po-
lítica. Pero no identificamos el estado, como se
hace tan frecuentemente, con el estado mo-
derno que se configura a partir del Renaci-
miento superando el orden feudal como estado
nacional centralizado y casi omni-intervencio-
nista. Históricamente ha habido otros tipos de
sociedades políticas que podemos considerar
dentro del mismo género de estado: los reinos
feudales, las ciudades-estado, las repúblicas
aristocráticas... tipos que están interrelaciona-
dos entre sí por vínculos históricos.
En la fase primaria las sociedades políticas
se configuraban mediante un proceso de inte-
gración de dos o más sociedades naturales o de
una sociedad primaria y una natural. Las so-
ciedades secundarias o estatales, por el contra-
rio, se van a configurar en virtud de un proceso
de codeterminación dialéctica, en un proceso
de enfrentamiento mutuo de las sociedades
primarias: este proceso de enfrentamiento o,
en lenguaje político, de guerra, va a determi-
nar a las sociedades primarias como unidades
discretas recíprocamente enfrentadas, es decir,
como estados en sentido histórico.
El estado como nueva forma secundaria de
la sociedad política, no se genera por evolución
interna de alguna o algunas sociedades prima-
rias en un proceso de evolución interna o de
madurez, sino por un proceso externo de code-
terminación recíproca con otras sociedades.
Este proceso, por supuesto, requiere un grado
desarrollo interno (social, económico, políti-
co...) de la sociedad de referencia que permita
la aparición de otra capa social, la capa cortical
o defensiva, desarrollada en ese mismo proce-
so de codeterminación y añadida a los otras
capas que deben haber adquirido un espesor y
diferenciación mínimas.
Este enfrentamiento mutuo va a originar la
reestructuración recíproca de las sociedades
primarias enfrentadas -uniarquías o protoes-
tados- de modo que éstas se elevarán a la for-
ma de organizaciones secundarias o estatales,
sociedades con un mayor grado de compleji-
5. Filosofía Política
dad consecuencia de ese enfrentamiento, y
esta complejidad nueva es la forma misma de
estado. De este modo respondemos a la cues-
tión que planteaba la filosofía clásica acerca
del origen del Estado cuando identificaba di-
rectamente el estado con la sociedad humana
o, en otras palabras, el Estado era -según la
concepción aristotélica- una cuestión de la fase
primaria misma de la sociedad política.
Según el modelo de la codeterminación el
origen del estado tiene lugar cuando dos o más
sociedades políticas primarias que han evolu-
cionado con relativa independencia en torno a
sus centros propios llegan a encontrarse en
una fluctuante línea fronteriza y reaccionan de
tal modo que en lugar de producirse una inte-
gración (o asimilación de una por otra) esta
situación lleva a desarrollar a cada una, a fin
de mantener el enfrentamiento, una membra-
na social o capa cortical que se agregará a las
otras dos capas del cuerpo de las sociedades
primarias: la capa basal y la capa conjuntiva y
se constituirá así el cuerpo de las sociedades
políticas históricas o estatales, que será ahora
un cuerpo constituido por tres capas : basal,
conjuntiva y, finalmente, cortical originada por
esta codeterminación.
Algunas funciones de la capa cortical esta-
ban ya apuntadas en la sociedad primaria y era
desempeñada por las otras capas, pero lo ca-
racterístico en las sociedades secundarias es
que estas funciones de defensa o ataque tejen
una capa social diferenciada de las otras capas,
una capa de naturaleza militar formada por un
ejército diferenciado cuyas relaciones con la
capa conjuntiva están llamadas a desempeñar
un protagonismo decisivo en la historia de los
Estados.
La codeterminación tiene también otras
consecuencias en la sociedad política: por la
codeterminación cada sociedad, trasformada
en una unidad discreta, irá desarrollando sus
propias características peculiares: lengua, cos-
tumbres que constituyen su propio patrimo-
nio, su cultura que se diferenciará de las de-
más, en todo o en parte.
Por ello no se puede abordar en nombre del
materialismo económico o ecológico la cues-
tión del origen del Estado en términos de pro-
ducción o distribución de alimentos y bienes,
porque esta misma economía depende de unos
instrumentos o técnicas de producción, de
unas tecnologías en lugar de otras, de un len-
guaje, de una cultura en definitiva... La pro-
83
ducción es parte de una cultura y sólo metafí-
sicamente se puede considerar la cultura una
superestructura condicionada globalmente por
los procesos basales de producción.
Por la misma codeterminación los estados
se convierten en un ámbito esférico, un proce-
so que podríamos llamar de globalización den-
tro de su terrotorio soberano, por el que cada
sociedad política se mide con las sociedades
vecinas y nace así el concepto de soberanía cu-
yo contenido, desde una perspectiva histórica,
es el propio patrimonio cultural de la sociedad.
Si la codeterminación con otros estados im-
pone la limitación espacial de cada estado, la
limitación del territorio del que se apropia
frente a otros estados, también impone la dila-
tación en el tiempo de cada estado de modo
que cada estado se verá como un proceso eutá-
xico indefinido hacia adelante y hacia atrás en
la historia. El Estado se constituye como una
sociedad limitada en el espacio pero ilimitada
en el tiempo. Sin embargo la tendencia propia
de cada sociedad estatal es al desbordamiento
de todos sus límites. Por ello sería imposible la
construcción de un estado al margen de una
escritura capaz de fijar tradiciones, proponer
normas objetivadas para un futuro indefinido,
es decir, leyes. Sin escritura tampoco pueden
funcionar las conexiones necesarias entre las
diversas capas del cuerpo político de la socie-
dad (cortical, basal, conjuntiva).Meter aqui
materialismo
La fase terciaria o post-estatal
Esta fase terciaria es propiamente especula-
tiva porque no coincide -por el momento- con
ninguna realidad social de nuestro presente
histórico sino que se dirige al futuro, hacia una
hipotética configuración post-estatal, hipótesis
basada en el hecho cierto de que la fase secun-
daria no ha alcanzado el equilibrio definitivo.
Pero el punto de partida para este plantea-
miento no puede ser otro que la realidad empí-
rica de los estados actuales.
En primer lugar hay que señalar dos posi-
bles acepciones de la idea de lo post-estatal
según la consideremos en un sentido absoluto,
categóricamente post-político como disolución
efectiva del Estado o en un sentido relativo y
según esta acepción más que hablar de una
fase post-estatal se podría hablar de fase post-
nacional, es decir, la realidad que se puede di-
bujar más allá de la realidad política actual
configurada por la forma del estado nacional.
5. Filosofía Política

84

2. La segunda alternativa que hemos deno-

1. En sentido absoluto, desde los modelos
de organización social a-estatal o supra-estatal
las características propias del poder político
que organiza la sociedad se verían como algo
superado, pretérito; por ello la acepción abso-
luta ubicaría la realidad post-estatal en un
tramo ulterior a la acepción relativa, la del es-
tado post-nacional en el que las estructuras
políticas características del Estado persistirían
aunque transformadas..
Desde la perspectiva de una sociedad post-
estatal en sentido absoluto se pueden formular
dos alternativas principales:
a)la alternativa a-estatal significaría la sus-
titución de las estructuras estatales por nuevas
organizaciones sociales de distinto género se-
gún las distintas corrientes que las apoyan que
podríamos identificar como el comunismo
marxista-leninista y el anarquismo liberal que
abogarían por el traspaso de las competencias
del Estado a organismos civiles o profesionales
(Juntas de vecinos, sindicatos, comisiones de
mediación de conflictos...) hasta que al final de
este proceso nos encontráramos en un escena-
rio político global, de signo inequívocamente
pacifista porque se ha borrado todo vestigio de
ejercicio del poder: una sociedad sin divergen-
cias cuyo formato se aproximaría a las socie-
dades naturales.
minado post-nacional sería una alternativa
trans-estatal que conservaría los rasgos de la
fase secundaria del Estado. Pero junto a esos
rasgos se irían desplegando organizaciones
paralelas o, en su caso, entretejidas o ampara-
das por ello, empresas multinacionales, parti-
dos políticos de carácter internacional, asocia-
ciones de municipios interestatales, organiza-
ciones policíacas de carácter mundial, tribuna-
les de justicia internacionales... que a medida
de su crecimiento irán desbordando las fronte-
ras de los estados y absorbiendo sus compe-
tencias sin apropiárselas y acaso lo van debili-
tando.
Quizás se pueda ver aquí los primeros indi-
cios de la extinción del estado nacional.
Esta alternativa transestatal es más post-
nacional que post-estatal, como sería el caso
de la Unión europea con el proyecto de una
Diplomacia común, Ejercito comunitario...

b)La segunda acepción absoluta es la que

corresponde al postulado de una organización
supra-estatal única. Esta opción se orientará a
la construcción de un Estado universal (en
cierto modo sería lo opuesto a la acepción an-
terior). Este Estado sería el resultado de la
acumulación de las soberanías de los estados
de partida en una estructura común. Un Esta-
do único, internacional, tópico frecuente en las
utopías literarias como el “Un mundo feliz”de
Huxley. Pero en este caso se produciría más
bien la inmediata desaparición del Estado
porque un Estado sin fronteras, sin capa corti-
cal no es propiamente un Estado. Pero la de-
saparición del Estado no equivale a la desapa-
rición de la política. De alguna forma, estas
alternativas, tanto la a-estatal como la su-
praestatal suponen una refluencia a las fases
anteriores de la sociedad política primaria o
incluso pre-política.
5. Filosofía Política
3. El cuerpo de la sociedad política
Noción de cuerpo
La sociedad política surge históricamente
cuando en el interior de una sociedad natural
que se ha desestructurado por la aparición de
divergencias objetivas( bien internas como re-
sultado de la propia evolución socioeconómica
de la sociedad o externas debido a la confron-
tación con otras sociedades) aparece un núcleo
detentado por una parte de esa sociedad en
proceso de descomposición que es capaz de
reestructurarla, de ejercer un poder orientado
a la eutaxia de la sociedad en su conjunto, un
poder global que dicta leyes (poder legislativo),
que juzga su cumplimiento (judicial) y, sobre
todo, que es capaz de formular y llevar a cabo
planes y programas que alcanzan al todo social
(poder ejecutivo). Este poder del núcleo de la
sociedad política aunque está alojado en el eje
circular, porque implica ante todo relaciones
inter-humanas, se deberá ejercer y proyectar
en los tres ejes del espacio antropológico en el
que se despliega toda actividad humana para
que realmente resulte eutáxico.
Este núcleo proyecta su poder eutáxico se-
gún los distintos ejes o planos de su medio,
que no es otro que el espacio antropológico,
organizando distintas capas o partes del cuer-
po de la sociedad política. El núcleo del cuerpo
de la sociedad política quedará constituido
como una capa de poder (capa conjuntiva que
surge en el eje circular) que tendrá que dilatar
su actividad organizando otras capas de poder
diferentes: las capas basal (actividad económi-
ca del eje radial) y cortical en el eje angular
(actividad defensiva). La capa conjuntiva re-
presenta la suma de los tres poderes del núcleo
(el ejecutivo, el legislativo y el judicial) y es ella
la principal sostenedora del poder hegemónico
de una sociedad política determinada, gracias
al cual es posible la articulación de las diver-
gencias en un poder eutáxico (o distáxico, si
funcionara globalmente mal).
El cuerpo de la sociedad política será el re-
sultado del desarrollo de ese núcleo a lo largo
del curso histórico al proyectarse según los
ejes del espacio antropológico organizando las
distintas capas de la estructura social, de este
modo, núcleo y cuerpo forman el sistema polí-
tico global.
85
El concepto de poder político
El concepto de poder en la sociedad huma-
na aparece en una gran variedad de contextos:
en contextos interpersonales, cuando habla-
mos del líder de una cuadrilla de amigos, en
contextos familiares (la autoridad familiar) o
institucionales (cuando se discute acerca de
cuál es la institución competente en una cues-
tión pública). Pero también hablamos de pode-
res económicos, religiosos o del cuarto poder
referido a los medios de comunicación capaces
de derribar gobiernos o del poder ético del Da-
lai Lama o del Papa.
A partir de esto podemos clasificar el poder
en cuatro grandes clases: 1) poder etológico, 2)
poder ético, 3) poder moral y 4) poder político.
Esta diversidad de contextos del poder nos
indican que las relaciones de poder en las so-
ciedades humanas no se pueden reducir a los
modos de poder en las sociedades animales.
Aunque el homo sapiens comparte con los
animales sociales, y en especial con las espe-
cies más próximas como los primates, las es-
tructuras jerarquizadas (las manadas de ba-
buinos) y los comportamientos de dominación
mediante la fuerza física o el despliegue de de-
terminadas conductas de amedrentamiento o
amenaza tan típicas en la conducta pautada de
innumerables especies, el poder político no se
agota en estos rasgos co-genéricos o comunes
del poder etológico. Aunque el poder político
utiliza la fuerza física que actúa por contacto
como golpear, detener... no se puede basar en
ella como elemento exclusivo sino que debe
sustituirla por la autoridad o fuerza a distancia
y de larga duración, sólo posible por el lengua-
je articulado, por una tradición histórica que
legitima esa autoridad (instituciones) y nor-
mas que estructuran el conjunto social.
Para ello el poder político fundamenta su
poder en la autoridad o legitimidad que le
otorga el éxito de planes y programas que es-
tabilizan relativamente el conjunto social.
El poder etológico queda trasmutado radi-
calmente cuando los antiguos elementos se
reordenan en el interior de la nueva intraes-
tructura de la sociedad política y se transfor-
man cobrando una nueva naturaleza (anamor-
fosis), porque el poder político sólo existe en
función del establecimiento de la eutaxia social
en una sociedad compleja y divergente.
5. Filosofía Política
Por ello el poder político es en primer lugar
el poder ejercido desde las instituciones del
Estado (la Administración Pública) pero tam-
bién el complejo aparato productivo, agrario e
industrial, las infraestructuras que son regula-
das por normas jurídicas y políticas.
El poder del Estado necesita la legitimidad
moral que otorga la capacidad de instituir una
eutaxia efectiva, el “buen orden” global, la ca-
pacidad de garantizar el funcionamiento de la
administración y de la continuidad de la socie-
dad política (aunque para ello también se ne-
cesite en determinados extremos la fuerza físi-
ca). Por ello el poder es buen o malo en fun-
ción de su capacidad para instituir la eutaxia y
sólo secundariamente en sentido moral, por su
capacidad de conjugar el buen orden social con
un orden justo.
Pero sin una estructura coactiva (ejército,
policía) el objetivo de la eutaxia queda amena-
zado y expuesto a las divergencias individuales
o grupales. Por la misma razón, una atribución
fuera de sus competencias del ejército y de la
policía es igualmente una amenaza para la eu-
taxia de la sociedad.
El Poder político como poder sintáctico
Para comprender mejor la naturaleza del
poder político vamos a utilizar una analogía
entre el cuerpo de la sociedad política y el
cuerpo de las ciencias positivas tal como lo
describe la Teoría del Cierre Categorial de mo-
do que podemos equiparar el cierre categorial
de una ciencia a la soberanía de un estado, y la
eutaxia política a la verdad científica. Ello nos
va a permitir situar el eje sintáctico en la capa
conjuntiva con sus tres momentos de térmi-
nos, operaciones y relaciones.
Las operaciones estrictamente políticas son
circulares, interhumanas y por ello no afectan
directamente a los otros ejes. Son operaciones
de los sujetos políticos sobre otros sujetos que
son a su vez sujetos operatorios que actúan en
el plano radial, angular o también en el circu-
lar (con lo que se daría una cierta “reflexivi-
dad”, cuando los políticos actúan sobre otros
políticos: distribuyendo cargos o competen-
cias).
Mandar o encarcelar no son operaciones
directas como lo son transportar o soldar sino
que son operaciones sobre otros sujetos para
mediatizar sus operaciones, dicho de otro mo-
do, las operaciones formalmente políticas son
operaciones de “segundo grado”: no son ope-
86
raciones directas con términos como talar ár-
boles, sino que son operaciones sobre opera-
ciones por ejemplo impedir la tala en una lade-
ra o exigirla en otra.
Por ello aunque talar, edificar o vender no
se consideren operaciones estrictamente polí-
ticas la praxis política puede tener consecuen-
cias directas sobre ellas, pero esta efectividad
de la política es sintáctica y de segundo grado,
es decir, selección, eliminación, coordinación,
prohibición... de operaciones materiales alter-
nativas. No es el político, sino los albañiles
quienes ejecutan y llevan adelante la operación
de edificación pero puede ser el político quién
decida dónde no se puede construir o cuantos
pisos debe tener. Es evidente que en una so-
ciedad en que no hubiese divergencias objeti-
vas, la praxis política sería innecesaria.
Por ello aunque talar, edificar o vender no
se consideren operaciones estrictamente polí-
ticas la praxis política puede tener consecuen-
cias directas sobre ellas. Pero esta efectividad
de la política es una efectividad de segundo
grado, que no crea términos nuevos sino que
se limita a ejecutar operaciones de elimina-
ción, coordinación o prohibición de operacio-
nes materiales alternativas (mandar/prohibir).
Aunque el poder político se anuda en el eje
circular, interhumano del espacio antropológi-
co, como los tres ejes están inter-relacionados,
el poder político es efectivo en los contenidos
de los tres ejes. Por otro lado, por su naturale-
za sintáctica de segundo grado tiene unas fun-
ciones propias (las funciones de seleccionar,
coordinar, dirigir, bloquear..., que son funcio-
nes genéricas) y por su naturaleza sintáctica
tendremos que distribuir el poder político en
tres momentos: como poder formador de tér-
minos, como poder de establecimiento de rela-
ciones y como poder ejecutivo de operaciones.
Llamemos a estos momentos, respectivamen-
te, poder determinativo, poder estructurativo,
y poder operativo.
Estos momentos son momentos genéricos o
formales, modos de ejercer el poder (mandan-
do, organizando, revisando) que deben encon-
trar su contenido en los distintos planos o ca-
pas que constituyen el sistema global de la so-
ciedad política y en cada una de ellas –como
veremos- se ejercerá con una modulación dife-
rente.
a) Poder determinativo o de revisar (poder
formador de términos)
5. Filosofía Política
El poder determinativo, el poder de definir o
clasificar términos dados como puedan serlo
grupos de individuos, familias, o individuos
sinecoidalmente vinculados a otros grupos,
&c.(en tanto actividad de segundo grado la po-
lítica no puede generar de suyo términos pro-
pios)
b) Poder estructurativo o de organizar (po-
der de establecimiento de relaciones)
Poder para regular o planificar relaciones so-
ciales orientadas a la eutaxia.
c) Poder operativo o de mandar (poder eje-
cutivo de operaciones)
Poder para interferir en la actividad de los
individuos o grupos humanos –estimulando,
desplazando, engañando...– a fin de compo-
nerlos o descomponerlos en terceros términos
que mantengan con otros dados las relaciones
características del sistema, es decir, en orden a
poner en marcha las relaciones proyectadas,
construyendo, en su caso, nuevos términos.
Dinámica del poder
El poder político, a pesar de su enorme apa-
rato burocrático (Ministerios, Direcciones Ge-
nerales, Secretarías, Comisarías, bases milita-
res...) necesita la fuerza moral que otorga la
legitimidad que procede de la sociedad. Por
ello se puede distinguir un circuito del poder:
el poder desciende en primer lugar desde el
núcleo ejerciéndose desde las instituciones
públicas, pero en segundo a esta dirección des-
cendente hay un poder ascendente desde la
sociedad civil, desde poderes éticos morales
(muy diversos entre sí, porque la sociedad civil
no es unívoca ni funciona unánimemente).
El poder político no sólo es estructura sino
también una dinámica descendente que ejerce
de “arriba a bajo” sobre una parte sometida en
nombre de la eutaxia u orden general, y esto es
posible porque la parte que ejerce el poder tie-
ne la capacidad de promover planes y progra-
mas capaces ordenar el conjunto social en un
equilibrio que le otorga un mínimo de estabili-
dad, pero esto no significa un buen gobierno
para todos y cada uno (distributivamente).
En la medida en que se impone de arriba
abajo es un poder político pero este poder
puede ser acatado o resistido por la parte so-
metida a la dominación o sociedad civil, múl-
tiple y heterogénea que abarca tanto a las fuer-
zas obedientes como a las irreductibles. La so-
87
ciedad civil es un concepto abstracto porque es
discernible pero indisociable de la sociedad
política y en este contexto nos referimos a ella
para denotar la dinámica de poder que va de
abajo arriba.
El poder se despliega cuando una parte he-
gemónica determina a las otras partes del
cuerpo social pero es una determinación global
e integradora pero no total e íntegra y por ello,
porque el poder político no puede ser absoluto
se puede hablar de sociedad política. La ener-
gía que precisa el poder no sólo la extrae de las
clases sumisas y adeptas sino también de las
corrientes divergentes que también están so-
metidas a los mismos planes y programas eu-
táxicos. En la sociedad se generan de modo
continuo multitud de micropoderes, corrientes
de poder en muchos sentidos y direcciones.
Capas del Poder político
Delimitar toda la vida política a la actividad
gobernante aun entendida ésta del modo más
amplio incluyendo todos los poderes (ejecuti-
vo, legislativo y juducial) es un formalismo, un
reduccionismo. Para el materialismo político
la praxis política abarca tanto la actividades
económicas (radiales) y defensivas (angulares)
como las relaciones entre gobernantes y go-
bernados del eje circular.
El cuerpo o la estructura de la sociedad po-
lítica es el resultado de la proyección del poder
organizador del núcleo, de la acción y reacción,
sobre su medio, atendiendo a los tres órdenes
de necesidades de las tres dimensiones del es-
pacio antropológico: el poder de organizar la
realidad social (tarea gubernamental del ejecu-
tivo, del legislativo y también del judicial), el
poder que garantiza la soberanía del Estado en
especial frente a los otros estados circundantes
y, por último el poder de producir los recursos
para la supervivencia de la sociedad. En cada
uno de estos tres planos queda organizada un
poder que denominamos capas del poder: las
capas conjuntiva, cortical y basal. Estas tres
capas son indisociables pero tienen un ritmo
de desarrollo diferente, mientras que en las
sociedades pre-estatales apenas se disciernen,
la aparición de la sociedad política trae consigo
precisamente la constitución y el desarrollo de
diferentes capas que se distinguen con nitidez
y en este sentido podemos decir que las socie-
dades políticas o estatales son más complejas.
5. Filosofía Política
A medida que el núcleo va regulando las
relaciones inter-humanas que se desarrollan
en el eje circular se irá constituyendo la capa
conjuntiva (el gobierno), las relaciones hom-
bre-naturaleza, cuando regule las actividades
economicas que se desarrollan en el eje radial
se irá constituyendo la capa basal y la capa
cortical se desarrollará en el eje angular donde
se dan las relaciones con los númenes, los ex-
traños o los enemigos. El conjunto de las tres
capas y sus relaciones mutuas constituyen el
«campo» en el que se despliega el poder políti-
co.
Obviamente este reparto en tres capas re-
cuerda la estructura política ternaria de Platón
elaborada a partir de composición del alma
humana o también la teoría marxista del modo
de producción que distinguía la infraestructura
económica, la estructura social y la superes-
tructura ideológica.
Capa conjuntiva del cuerpo de la socie-
dad política
Es la capa que se consolida por la acción del
núcleo en el eje circular por ello es de natura-
leza inter-humana e incluye, por ejemplo, múl-
tiples estructuras sociales –instituciones fami-
liares, asociativas, profesionales, generaciona-
les–. En esta capa reside el núcleo de la socie-
dad politica: de ella emanan las órdenes gu-
bernamentales, se promulgan leyes y se aten-
der los delitos, sin ella no cabe hablar de polí-
tica. En ella se incardina el pueblo como suje-
to político o nación.
Por ello este poder de la capa conjuntiva no
queda encerrado en sí mismo sino que proyec-
ta sus planes eutáxicos sobre las otras capas,
es decir sobre el proceso mismo de la produc-
ción de riquezas (capa basal) y de la defensa
frente a otros estados (capa cortical).
Capa basal del cuerpo de la sociedad po-
lítica
La acción del núcleo de la sociedad en el eje
radial que forma el entorno físico o natural
determinará una capa de contenidos imperso-
nales (instalaciones, industriales, autopistas,
terrenos de cultivo, edificios…), susceptibles
de ser objeto de la acción política a fin de con-
servarlos, transformarlos o reproducirlos. En
otras palabras, la capa basal es económica y
entra a formar parte de la realidad política
cuando se presenta como objeto de los planes
y programas de la sociedad política. No hay
88
sociedad, por liberal que sea, que carezca de
una capa basal.
Cuando incluimos el conjunto de los recur-
sos naturales, es preciso tener en cuenta que
“éstos deben estar “representados”, es decir,
descubiertos o inventados como tales recursos,
de otro modo es como si no existieran (una
yacimiento de uranio en la Edad Media) y ello
sólo ocurre en el espacio cultural”.
Es obvia entonces la importancia política de
esta capa por el significado que adquieren esos
recursos naturales por medio de la economía
política, pero no se trata de identificar esta
capa con el territorio, porque la economía no
sólo depende de los recursos naturales… [601-
603] {PEP 308-309} la territorialidad además
de una característica de la capa basal, también
posee un significado simbólico como la tierra
de los antepasados.
Capa cortical del cuerpo de la sociedad
política
La capa cortical que completa la estructura
del Estado tiene un marcado carácter militar,
defensivo y debe entenderse desde el contexto
angular cuyos contenidos se hacen equivaler
con lo extraño o lo extranjero, lo hostil.
Esta capa tiene un valor constituyente al
contener las interacciones con las demás so-
ciedades políticas, en ella se da la codetermi-
nación con otros estados que fundamenta el
origen del Estado, configurando su unidad y
correlativa totalización, configurando el Esta-
do como una esfera metafóricamente cerrada.
Este cierre abre también la posibilidad de es-
tablecimiento de relaciones internacionales.
No hay que olvidar el hecho del carácter corti-
cal de la apropiación territorial en la que se
funda la soberanía estatal.
La prioridad de esta capa es preservar la
unidad, estabilidad y soberanía del Estado pe-
ro comprobaremos enseguida cómo el aspecto
bélico, aunque fundamental, no articula por
completo la capa pues se pueden distinguir
otros aspectos.
Queda ahora la interconexión necesaria en-
tre las tres capas mediante una capa intersti-
cial con el que determinados organismos las
organizan funcional y unitariamente. Este se-
ría el caso de la Administración del Estado una
burocracia que puede alcanzar una inercia
propia de considerable capacidad operativa,
eutáxica o distáxica, que las segrega de algún
5. Filosofía Política
modo de las capas de las cuales proceden y que
junto a los otros tejidos intercalaresmda lugar
a esa maquinaria supraindividual o sistema de
aparatos que constituyen el contenido político
del concepto de Administración del Estado.
En el siglo XX la Administración del Estado
se ha sobredimensionado en sus tareas cre-
cientemente intervencionistas desbordando
ampliamente los límites de la capa conjuntiva.
Intraestrucutura de la sociedad política:
Ramas y Capas del poder
Cuando los tres momentos o ramas del po-
der, que son formas o modos de funciona-
miento del poder (mandar, organizar, revisar)
se proyectan sobre los distintos planos o capas
del cuerpo político (gobierno, economía, de-
fensa) estas formas cobrarán contenidos con-
cretos dando lugar en cada una de éstas a tres
tipos de poder:
a) Poder de mando que hace y deshace, que
opera (rama operativa: poder ejecutivo, poder
gestor y poder militar),
b)Poder de organización de estructuras es-
tables (rama estructurativa: poder legislativo,
poder planificador y poder federativo) y
c)Poder de mantenimiento del equilibrio
definiendo los términos de lo que se cumple o
incumple (rama determinativa: poder judicial,
poder redistributivo y poder diplomático).
O si exponemos la misma combinatoria
desde las tres capas de poder este se desglosa-
ría del siguiente modo:
1) En la capa conjuntiva de las relaciones
circulares o contexto gubernamental (el núcleo
del cuerpo del poder): poder ejecutivo, legisla-
tivo y judicial.
2) En la capa basal de las relaciones radia-
les o contexto económico (relaciones de los
sujetos con la naturaleza): poder gestor, plani-
ficador y redistribuidor.
3) En la capa cortical de las relaciones an-
gulares o contexto de las relaciones con otras
sociedades políticas (relaciones con los «ex-
traños» que pueden poner en peligro al Esta-
do): poder militar, federativo y diplomático.
89
Si estas nueve modalidades de poder pro-
ducto de la combinatia entre las ramas y la ca-
pas de poder, que marcan los lugares y formas
donde se despliega, las ordenamos según las
relaciones del espacio antropológico tenemos:
2. Dinámica interna del poder en las ca-
pas y ramas de la sociedad política
Estos nueve tipos de poder están dinámi-
camente correlacionados, pero esta dinámica
está fundamentalmente determinada por los
poderes del núcleo (ejecutivo, legislativo y ju-
dicial) porque es ella principalmente la que
instituye la eutaxia global (o, en caso contra-
rio, distaxia) de la sociedad. Así en la capa con-
juntiva reside el núcleo que constituye el Go-
bierno o poder ejecutivo pero también los jue-
ces y legisladores.
En la capa conjuntiva se instituye el poder
que regula el conjunto de relaciones circulares
(familiares, asociaciones...) según la eutaxia (o
distaxia), este poder implica relaciones tales
como la obediencia o la desobediencia y el
cumplimiento o desacato de las normas políti-
cas. En el se organizan los tres poderes del nú-
cleo:
a) Poder ejecutivo
Desde el punto de vista sintáctico, “es el
poder operativo sobre los términos (individuos
o grupos) en la capa conjuntiva: lo que signifi-
ca la capacidad de reunir a sujetos o bienes
(convocarlos, reunirlos...) o también de sepa-
rarlos (disolver asambleas, expropiarlos o
conducirlos por una determinada ruta...) la
ejecución de una sentencia, aunque emane del
poder judicial necesita del concurso del poder
ejecutivo”(PEP).
Tanto a lo largo de la historia como a lo an-
cho de la diversas sociedades se han dado múl-
tiples formatos de poder ejecutivo, pero siem-
pre es necesario un brazo u organización eje-
cutora o policial dentro de la capa conjuntiva.
El poder de una sociedad política necesita
del funcionamiento de una policía (hacia el
interior) y de un ejército (hacia el exterior),
como elementos coactivos que aseguren el
funcionamiento de las leyes.
b) Poder legislativo
El poder estructurativo, dentro de la capa
conjuntiva, es la capacidad de establecer rela-
5. Filosofía Política
ciones normativas estables, regulares, en la
perspectiva de la eutaxia entre los términos
(individuos o grupos). Son las leyes. Pero las
leyes a las que nos referimos aquí son las leyes
pensadas desde la perspectiva política, funda-
mentalmente las leyes constitucionales.
c) Poder judicial
El poder determinativo en la capa conjunti-
va se manifiesta como la capacidad de clasifi-
car a los individuos, por ejemplo, como ciuda-
danos o no, como electores, como extranjeros.
En este sentido la capacidad de la mayoría pa-
ra elegir o derrocar parlamentariamente a un
gobierno puede considerarse como una aplica-
ción de este poder, en función no en tanto de
juez sino como jurado.
En la capa basal
Las relaciones de los hombres con la natu-
raleza (radiales), las relaciones económicas, se
organizan en la «capa basal». En el marxismo
esta capa, su grado de desarrollo(infraestruc-
tura económica) condiciona el conjunto del
cuerpo de la sociedad política.
En la capa basal encontramos:
Poder gestor
El poder operativo aplicado a la capa basal
se manifiesta como poder gestor o capacidad
movilizadora y canalizadora de las fuerzas
productivas, es un poder político imprescindi-
ble en el mantenimiento de la eutaxia.
No es forzosamente violento (leva...) pero
puede ser estimulativo: salarios, primas...
Poder planificador
En segundo lugar, el poder planificador se ex-
presa en la capa basal, como una capacidad de
planificación y programación de la producción
global, sea seleccionando proyectos y planes
ofrecidos, sea bloqueando otros, sea elaboran-
do los propios programas y planes. Ejemplo
típico: los «planes quinquenales» de la Unión
Soviética en los años 20 y 30. Este poder no
puede ser confundido con el poder legislativo
porque su efecto fundamental es planificador,
elaborador de proyectos públicos que constitu-
yen la auténtica base de la sociedad política,
puesto que son los que ofrecen, teóricamente,
las rutas hacia su propio desarrollo y subsis-
tencia. {PEP 345}
90
Poder redistribuidor
Al poder gestor y planificador hay que unir
el poder determinativo que, aplicado a la capa
basal se manifiesta como el poder redistribui-
dor o fiscal, es decir, como la capacidad del
poder político “para fijar impuestos y exaccio-
nes a los sujetos o instituciones y redistribuir
lo recaudado a fin de proporcionar, principal-
mente, la base «energética», ante todo para la
replicación de los agentes, pero también para
la producción en general. Las funciones del
poder fiscal son análogas en la capa basal a las
que el poder judicial tiene en la capa conjunti-
va. Imponer exacciones a cada súbdito es fun-
damentalmente clasificar; como también es
clasificar canalizar las redistribuciones”. {PEP
346}
En la capa cortical
En la «capa cortical» se organiza el poder
que regula las relaciones de la sociedad políti-
ca con otras sociedades políticas diferentes.
Poder militar
A través del poder militar se actúa en contra
de las fuerzas externas (extranjeros belicosos o
«dioses extraños» de otras culturas) que com-
prometen la soberanía del Estado. Comporta,
por tanto, la disponibilidad de un ejército ca-
paz –paralelo de la policía de la capa conjunti-
va–, con poder (o derecho natural) de invasión
hacia los extranjeros y hacia los dioses extra-
ños. {PEP 347}
Poder federativo
El poder federativo es un poder que capaci-
ta a la sociedad política a establecer relaciones
regulares y normativas con sociedades extra-
ñas –concordatos con la Iglesia, alianza con
extranjeros– y que debe ser compatible con la
preservación de la soberanía.
Poder diplomático
El poder determinativo, cuando se aplica a
la capa cortical viene a equivaler a la facultad
de juzgar, es decir, de determinar quiénes son
extraños que puedan ser considerados como
aliados o como enemigos. Este poder intersec-
ta ampliamente con el campo del derecho in-
ternacional y con el derecho de gentes. Es un
poder diplomático, discrecional. {PEP 348}
3. Degeneraciones en las dinámicas del po-
der.
5. Filosofía Política

91

Unas sociedades políticas podrán diferen- Montesquieu (El espíritu de las leyes, 1748)
ciarse de otras según la mayor o menor pre- definió en el siglo XVIII el gobierno ideal como
ponderancia que tengan algunas de estas nue- aquél en el que se da un equilibrio y una inde-
ve modalidades de poderes. Un poder militar pendencia entre los poderes ejecutivo, legisla-
que se impone a todos los demás poderes pue- tivo y judicial. El equilibrio de poderes es un
de resultar una dictadura militar o una tiranía, reto continuo, pero la independencia no es po-
un poder planificador excesivo que imponga sible más que muy parcialmente porque las
los intereses de los plutócratas sobre los traba- interconexiones materiales son muy fuertes.
jadores supone una oligarquía (o incluso un
régimen de esclavitud), un poder gestor sobre-
dimensionado arrastrará fácilmente un go-
bierno burocrático, un poder ejecutivo que en-
sombrezca a todos los demás puede deparar
una monarquía absoluta o un régimen auto-
crático, etc.

Ramas y Capas del Poder Político

Ramas del poder Capas del poder (eje semántico) Sentido (vectorial)
(eje sintáctico) de la relación
Conjuntiva Basal Cortical
Poder ejecutivo Poder gestor Poder militar ↓ Descendente

Operativa obediencia / contribución / servicio /

desobediencia civil sabotaje deserción ↑ Ascendente

Poder legislativo Poder planificador Poder federativo ↓ Descendente

Estructurativa
sufragio / producción / comercio /
↑ Ascendente
abstención huelga, desempleo contrabando

Poder judicial Poder redistributivo Poder diplomático ↓ Descendente

Determinativa cumplimiento / tributación / alianzas /

desacato fraude inmigración privada ↑ Ascendente
5. Filosofía Política
4. Eutaxia
Fue Aristóteles quien propuso este término
(eutaxia: “buen orden”) con un empleo res-
tringido que vamos a generalizar. La eutaxia
está en el núcleo de la sociedad política, por
que el Estado se configura por la orientación al
todo social que una de sus partes es capaz de
desplegar y la eutaxia encarna esta instancia
unitaria que reorganiza las divergencias de la
sociedad, como el orden que reorganiza la so-
ciedad en un nuevo modo de ejercicio de poder
que es el Estado y un orden que es formalmen-
te político que marca la diferencia con la so-
ciedad natural.
Este orden global del conjunto de la socie-
dad política (divergente) es, en último extre-
mo, la base de la legitimidad del poder políti-
co.
La eutaxia implica un sistema proléptico,
un conjunto de planes y programas dirigido al
conjunto de la sociedad, porque de otro modo
no sería realmente un orden político. Esto su-
pone un conjunto de relaciones circulares en-
tre el sistema proléptico (los planes y progra-
mas) vigente en una sociedad política en un
momento dado y el proceso real y efectivo en
el cual esa sociedad se mueve de modo que hay
una realimentación continua entre el sistema
proléptico y el curso efectivo de la sociedad
política. No hay eutaxia al margen de planes y
programas políticos, o bien porque se carece
de ellos o resultan inviables.
Aquí lo recto o lo aberrante dependerá del
éxito o del fracaso en la implementación de los
planes y normas adoptados, resultado impre-
decible y riesgo consustancial a la política por-
que siempre depende de muchos factores sin
olvidar los polemológicos.
“Eutaxia” debe ser entendida en un sentido
exclusivamente político, y no en sentido moral
o religioso (orden moral justo, por ejemplo... )
Buen orden significa en contexto político buen
ordenamiento jurídico capaz de mantenerse en
el tiempo, estable: es posible entonces un sis-
tema político con un alto grado de eutaxia pero
fundamentalmente injusto (La dinastía Han en
China con cerca de 500 años de prosperidad y
estabilidad).
La idea de eutaxia es relativa y sincate-
goremática
A la hora de precisar la naturaleza de la eu-
taxia podríamos tratar de enumerar o catalo-
92
gar los posibles atributos unívocos que debe-
rían darse en todas las sociedades políticas da-
das como eutáxicas. Estos atributos podrían
ser de orden interno como la Justicia (igual-
dad), libre (democrática), fraterna (solidaria),
o bien atributos externos que afectaran a las
relaciones mutuas, atributos como la paz, la
amistas o el equilibrio entre los pueblos. Pero
esta pretensión resulta ilusoria porque jamás
se ha dado una sociedad política semejante,
con lo cual el concepto de eutaxia perdería su
valor operatorio.
Pero conviene recordar aquí el carácter de
segundo grado de la política, porque la política
no ha nacido con la sociedad, sino “in media
res” como la organización de sus divergencias.
La eutaxia por tanto es una noción de segundo
grado, es decir, es un atributo relativo que no
tiene un contenido per se, que no significa na-
da mientras no se le asocia con una materia
concreta (sincategoremático). En este caso la
eutaxia debe quedar referida a una sociedad
concreta de un tipo determinado. Una socie-
dad teocrática universalista encontrará su eu-
taxia en su extensión por el mundo, de otro
modo no se puede hablar de eutaxia en absolu-
to.
Eutaxia y justicia
La primera condición de la eutaxia es estar
orientada al bien general porque si se orienta-
ra al bien particular (y cuentan los resultados y
no las intenciones de los gobernantes) resulta-
ría distáxica porque no sería propiamente polí-
tica. En este enunciado se encuentra también
la base de los planteamientos morales.
En tanto buen orden político, su valor fun-
damental será su capacidad de asegurar la
permanencia y la unidad del todo social, es
decir, su valor se medirá por la duración. Este
es el criterio más neutro y objetivo para medir
el grado de eutaxia de una sociedad lo que no
deja de plantear problemas éticos.
Pero sería un error confundir este criterio
de la duración con la esencia de la eutaxia “ya
que una sociedad no será más eutáxica por du-
rar más sino que durará más por ser más eutá-
xica”, la duración será consecuencia del buen
orden. Por ello la eutaxia en tanto orden políti-
co no es independiente de las cuestiones mora-
les, en especial de la justicia, porque un “buen
orden” debe contener alguna referencia al or-
den justo. Por ello será necesario analizar y
5. Filosofía Política
distinguir la justicia en el plano moral y en el
plano político.
“Si la eutaxia por definición reorganiza el
conjunto de la sociedad según su dimensión
proléptica, se debe a que sus planes y progra-
mas apuntan al todo social y por tanto deben
estar ligados a los más diversos componentes y
relaciones de esa sociedad.
De este modo, la evaluación de estos com-
ponentes y relaciones (si fuera posible en for-
ma estadística) nos servirá de índice empírico
del grado de eutaxia de esa sociedad: la renta
per capita y su distribución (en relación a otras
sociedades políticas) tasas de delicuencia, pi-
rámide demográfica... muchos de estos índices
tiene que ver con el concepto de justicia social
más o menos directamente, pero no se ve claro
el nexo formal entre justicia social y eutaxia.
Esta cuestión es decisiva especialmente
cuando se trata de definir la eutaxia por la jus-
ticia y si definimos eutaxia como buen orden
no es posible hablar de eutaxia sin hablar de
justicia.
Pero en el plano político la realización de la
justicia estricta y absoluta según determinados
criterios podría conducir al desorden, a la dis-
taxia. Esto significa que en la sociedad política
la justicia se realiza constantemente pero tam-
bién encontramos la injusticia por todas partes
en la misma sociedad política, e incluso parece
que la injusticia debe ser tolerada cuando es
realizada formalmente por el mismo Estado
(guerra sucia contra el terrorismo) para no de-
sestabilizar un cierto nivel de eutaxia dado.
No podemos traducir, por tanto, eutaxia o
Bien Común inmediatamente con valores mo-
rales como libertad, igualdad, justicia, porque
estos valores morales no son objetivos inme-
diatos de la praxis política. La lógica del poder
político es la permanencia del conjunto social
mientras que la lógica de la moral es mantener
relaciones de igualdad entre las partes hetero-
géneas (profesionales, vecinales...) y entre los
distintos intereses de los ciudadanos, que es lo
que normalmente se denomina justicia social,
intereses distintos aunque no necesariamente
enfrentados.
Para comprender mejor la conexión entre la
idea de eutaxia y la de Justicia es necesario el
análisis de esta última.
En primer lugar conviene distinguir una
justicia subjetiva (emic) para una sociedad de-
terminada y una justicia objetiva (etic) según
contemplamos esa sociedad. Pude ser una so-
93
ciedad totalmente jerarquizada, con castas y
siervos vivida por todos sus miembros como
un orden justo fundado en el orden natural y
eterno desde el punto de vista emic (sociedad
hindú). Pero desde el punto de vista etic resul-
ta radicalmente injusta y, como es el caso,
siendo aceptada por la mayoría, sus ciudada-
nos resultarán también ser unos necios.
Las ideas de eutaxia y justicia no se predi-
can en el mismo plano lógico-material lo que
significa que no se puede definir la justicia por
la eutaxia ni viceversa. La eutaxia se predica de
una sociedad política en tanto es una totalidad
atributiva, un conjunto en el que se ensamblan
partes heterogéneas (instituciones, clases...)
Cuando se define la justicia propia de la so-
ciedad política por la igualdad hay un eco de la
sociedad natural, mito que desempolva como
hipótesis Rawls en su teoría de la justicia. Pero
no partimos de ninguna situación de igualdad
originaria. El punto de partida será el opuesto,
el de la situación inicial histórica en las socie-
dades políticas (tanto en su interioridad como
en sus relaciones mutuas) que es una situación
donde la desigualdad define el horizonte de la
sociedad política real: hay que partir de la de-
sigualdad porque sólo por la desigualdad cabe
definir un organismo tan complejo como una
sociedad política que se va desarrollando y di-
ferenciando.
A partir de esta situación inicial se puede
plantear el problema de la justicia política co-
mo igualdad entre las partes (instituciones,
individuos...) de esa sociedad según conteni-
dos materiales dados y no siempre conmensu-
rables entre sí. ¿Porqué la justicia política
puede ser considerada como un concepto polí-
tico y no meramente moral o ético en el ámbito
de una sociedad que se supone eutáxica?”
Justicia Política y Justicia Social
La justicia, tanto la política como la social,
consiste en el establecimiento de relaciones de
igualdad entre los seres humanos en el seno de
grupos sociales determinados: los ciudadanos,
los directivos, los alumnos... La justicia se mi-
de por la igualdad, se dice, pero es problemáti-
co, porque igualdad es un concepto sincatego-
remático, esto es, un concepto que por sí mis-
mo no tiene sentido hasta que no especifique
algún contenido. Decir que la justicia tiende a
la igualdad carece de significado sino se con-
creta la materia de la igualdad.
5. Filosofía Política
La igualdad no es buena “per se” sino que lo
es en la medida en que promueve buenas
igualdades o sea que favorecen la eutaxia, el
equilibrio social y la ética. La idea de igualdad
no tiene en sí contenido definido sino que fun-
ciona igualando injusticias o desigualdades
que provocan la distaxia o amenazan el orden
global, una igualdad que no siempre es lo más
racional como imperativo moral: una llamada
a filas que incluyera a los jóvenes, viejos y ni-
ños, sino que depende de aquello que se quiera
igualar.
Puesto que la justicia está conformada por
la sociedad política, no cabe hablar de justicia
fuera de la sociedad política. La sociedad polí-
tica supone pluralidad de términos, y estos
términos que son individuos mortales deben
ser substituibles, además estarán constituyen-
do clases diferentes, de suerte que la igualdad
o justicia se no mostrará como la misma defi-
nición de los términos de esas clases: no for-
man clases por ser iguales sino que son iguales
porque pertenecen a la misma clase (dos sol-
dados, dos sacerdotes), clases necesarias para
que la sociedad se mantenga.
“La igualdad sólo alcanza la máxima racio-
nalidad y necesidad en los contextos éticos pe-
ro no en los morales y menos aún en los políti-
cos. Pero la ética no funciona independiente-
mente de la moral ni tampoco la moral se pue-
de desconectar de la política. Si la igualdad
entendida como justicia se convierte en un va-
lor o factor político-moral es precisamente
porque no puede desconectarse el fenómeno
ético, en este caso la igualdad ética entre las
personas, de la moral y de la política.
A nivel ético no se puede propiamente ha-
blar de justicia social sino más bien de igual-
dad.
Justicia política vs Justicia social. La socie-
dad civil
La justicia social se daría al articular en una
solución igualitaria los derechos éticos univer-
sales con la multiplicidad de intereses sociales
y políticos divergentes: las leyes promulgadas
si se atienen a las normas dadas pueden ser
legítimas o ilegítimas, pero no directamente
justas porque la justicia no es algo dado sino
un ejercicio continuo de igualación. Una nor-
ma será más o menos justa según la capacidad
que tenga de igualar determinadas relaciones
sociales. Pero la función de la leyes políticas no
es la justicia sino, ante todo, el orden global de
94
la sociedad.
La exigencia de igualación procede de la
dialéctica entre la sociedad civil respecto del
poder político, lo cual no quiere decir que estas
exigencias sean necesariamente justas porque
son la expresión del enfrentamiento de diver-
sas partes de la sociedad civil que entienden la
justicia de manera diferente, porque la iguala-
ción que proclaman sólo se efectúa a través de
criterios enfrentados que son necesariamente
ideológicos, es decir, interesaos y parciales.
La distinción tan habitual hoy en día entre
sociedad civil y sociedad política es sumamen-
te problemática porque no cabe sustancializar
o hipostasiar la sociedad civil respecto de la
sociedad política. La dificultad estriba en pen-
sar la sociedad civil como una unidad al mar-
gen de la sociedad política a la que ésta sim-
plemente debiera asistir subsidiariamente. Pe-
ro la expresión “sociedad civil” cubre de hecho
una realidad muy compleja de grupos hetero-
géneos y contrapuestos y que precisamente
para convivir han necesitado de su constitu-
ción en sociedad política. La frecuente apela-
ción a la supuesta sociedad civil se dirige espe-
cialmente contra el desarrollo incontrolado de
la administración pública como una enorme
burocracia más al servicio de sus propios fun-
cionarios vistos como una casta que acapara
unos privilegios laborales que recuerdan más
el estamento clerical del Antiguo Régimen que
un grupo laboral de una sociedad democrática.
Justicia y derecho
Los conflictos -inevitables- entre normas
éticas y normas morales de una sociedad tra-
tan de ser resueltos mediante las normas jurí-
dicas. El Derecho trata de conciliar los diferen-
tes intereses (mores), las diferentes morales de
los diferentes grupos que integran una misma
sociedad política con las normas éticas, referi-
das a los individuos. Los denominados “dere-
chos humanos” tienen preferentemente un
contenido ético cuya realización exige la la di-
fícil abstracción de múltiples normas morales.
La conexión entre la eutaxia y la moral, es
decir, la justicia social promovida por los gru-
pos civiles la realiza el Derecho porque éste
dota de estabilidad formal a estos puntos de
conexión entre la justicia y el orden.
De arriba abajo, el poder político no puede
dejar de tener en cuenta las demandas de jus-
ticia social por parte de esas fuerzas sociales
5. Filosofía Política

95

porque necesita de ellas para gobernar, de otro

modo el ejercicio del poder queda aislado y a
distancia y no sabría sobre quién ejercería el
poder o de qué modo articularía el conjunto.
Pero la iniciativa de la justicia social debe
incidir sobre el poder político para poder
prosperar porque de otro modo sería ilusoria o
utópica. Pero el poder político y la fuerza mo-
ral no pueden confundirse porque actúan en
planos distintos, uno en el plano del orden
global de la sociedad y la otra en nombre de las
partes que además no están de acuerdo. La
renuncia a actuar en este proceso, en esta dia-
léctica entre el poder político y la moral es una
actitud amoral, porque significa reducir a las
personas a piezas del engranaje estatal como
siervos morales.
La eutaxia no es algo ya dado sino una for-
ma de funcionamiento de la sociedad con es-
tabilidad global, es un buen orden. Por ello la
eutaxia no se identifica con la justicia social
pero tampoco puede actuar de espaldas a ella,
de modo que no se trata de una relación dia-
léctica.

 
5. Filosofía Política
96

Anexo I el tercer perjuicio que sería la concepción de la

Nación como una entidad más metafísica que
Imperio, Nación, España histórica en la órbita idealista del Volksgeist:
cada Nación tiene su cultura propia, sus rasgos
La Idea de Nación de identidad constituyentes, al margen de su
estatus político, por ello es necesario dotarse
de un Estado propio.
Preámbulo (Antes Sociedad política=N-
No podemos olvidar la preocupación de Gusta-
ación)
vo Bueno que ha presidido el desarrollo de to-
En el apartado anterior hemos bosquejado las
da esta línea de ideas y que es, como ya pode-
líneas fundamentales que pueden definir la
mos imaginar, la intensa actividad de los na-
esencia de la Sociedad política en su tri-
cionalismos que de distintas regiones vienen
ple.................... su núcleo, cuerpo y curso. Pero
exigiendo -imponiendo sería más adecuado- y,
en el curso histórico las sociedades existentes
en el caso de ETA, por medio de una cruenta
en la actualidad se han configurado como na-
guerra terrorista, convertirse en estados sobe-
ciones políticas, a veces tras su conformación
ranos desde el presupuesto que son naciones,
como reinos o imperios históricos (Francia,
naciones originarias con una identidad y cultu-
España...). Por ello resulta oportuna concluir
ra propias que se encuentran sometidas a un
este apartado de la Filosofía política con una
Estado de cuyo “nacionalismo” son víctimas
análisis de la idea de nación, la nueva realidad
(caso del nacionalismo vasco) o bien naciones
histórica que ha protagonizado la Edad con-
que se encuentran formando parte de una en-
temporánea. Pero el concepto de nación no es
telequia política que se llama España pero que
un concepto unívoco y por ello corresponderá
nadie sabe propiamente lo qué es, pero que va
a la filosofía su elaboración.
erosionando la identidad de aquellas ponien-
Antes de abordar la exposición de la idea de
do así en grave riesgo su supervivencia como
Nación, conviene previamente tratar detectar y
pueblos o naciones “diferenciadas”.
neutralizar algunos prejuicios que forman par-
Ante estos planteamientos que atentan direc-
te de la “doxa” de nuestro tiempo que rodea a
tamente a la integridad de España, a la verdad
esta idea, extremadamente compleja y confusa,
de nuestra historia, una historia excepcional
de un aura romántica y metafísica y que nos
dentro de la Historia Universal, numerosas
impide comprender su naturaleza y su alcance.
instancias tanto políticas como intelectuales
Un primer prejuicio consistiría en la sinonimia
(periodistas, historiadores, filósofos...) han
de hecho que se ha establecido entre nación y
evidenciado una carencia patética de respues-
estado soberano, reconocido como tal por los
tas lo que ha posibilitado un entreguismo a las
otros estados soberanos tal como hoy se de-
iniciativas separatistas (estimuladas por inte-
nominan a los estados que forman parte de las
reses políticos y económicos de los partidos
Organización de las Naciones Unidas. Real-
políticos -auténticos cazicazgos u oligarquías
mente ¿Son términos exactamente sinónimos?
con frecuencia- ctivos en cada comunidad au-
¿Luxemburgo es una nación en el mismo sen-
tónoma) cuyas consecuencias ya a medio plazo
tido que Francia? ¿Y Bélgica? ¿Cada uno de los
comenzamos a percibir: entreguismo de los
Estados Centroamericanos son naciones en el
sistemas educativos a los nacionalistas que han
mismo sentido que Japón o Inglaterra? Como
borrado de los programas cualquier referencia
se ve, el problema no está tanto en el concepto
a España (en un libro de texto de la asignatura
de Estado soberano, al que fácilmente se pue-
de Ciencias Sociales de Educación Primaria en
de reconocer mediante una serie limitada de
Vascuence he leído que fueron los “euskaldu-
características más o menos objetivas como
nes” quienes dieron la primera vuelta al mun-
poder supremo proyectado en un territorio de-
do, basado obviamente en el hecho de que El-
finido, reconocido internacionalmente, como
cano era vasco).
en la definición de la idea de nación.
El término Nación se ha impuesto como la de-
El segundo prejuicio es considerar la Nación,
nominación preceptiva de las sociedades polí-
en tanto Nación política como la única y autén-
ticas contemporáneas, como sinónimo de Es-
tica forma de la Sociedad Política, la forma de-
tado, tal como aparece, por ejemplo, en la Or-
finitiva del desarrollo natural de toda sociedad
ganización de las Naciones Unidas. De este
política. Este prejuicio se enlaza fácilmente con
modo la Nación parece el modo de organiza-
5. Filosofía Política
ción política canónico, casi definitivo, resulta-
do de la evolución histórica de las sociedades.
Pero el término Nación no tuvo siempre un
significado político ni tampoco los diversos
estados que han surgido a lo largo de la histo-
ria son susceptibles de ser denominados na-
ciones en el sentido que hoy utilizamos este
término. Sólo a partir del XVIII el término Na-
ción cobra un sentido político para denominar
la nueva configuración política surgida de la
Revolución francesa que ha usurpado el poder
a la nobleza y ha acabado con el antiguo régi-
men.
Sin embargo el término Nación no es concepto
unívoco sino un conjunto de conceptos rela-
cionados entre sí por derivación, susceptibles
de ser clasificados en géneros y especies en
analogía a las clasificaciones de la Biología.
Tanto la idea de Nación como la Nación misma
se desarrolla en un proceso histórico, lo que no
significa que las diferentes acepciones de ese
concepto universal se hayan formado indepen-
dientemente ni, menos aún, simultáneamente,
pueden haberse formado sucesivamente, sin
olvidar sus interacciones.
Siendo, entonces, un concepto no unívoco es
imposible exponer sintética o globalmente este
concepto mediante un cúmulo de característi-
cas determinadas.
El término Nación es, así, un universal que se
despliega en tres géneros que se presuponen
los unos a los otros a partir del primero:
Nación
Géneros
N a c i ó n N. Étnica N. Políti-
Biológica ca
Espe- Naciones del N. Perifé- N. Canó-
cies organismo rica nica
N. de parte N . I n t e- N . F r a c-
d e l o r g a- grada cionaria
nismo
N. grupales N. Históri-
ca
Estos géneros y especies no hay que entender-
los como alternativas independientes de una
tabla taxonómica, como la de los minerales,
sino como fases de un despliegue evolutivo o
histórico global, con interacciones mutuas muy
profundas.
97
Si el género político de las acepciones de Na-
ción ha logrado eclipsar a las otras no las ha
eliminado sin embargo, por el contrario, las
otras acepciones -biológica y etnológica- co-
bran desde ella una mayor definición y al
mismo tiempo nos permite evaluar la novedad
que supone la ampliación y la evolución inter-
na del concepto hasta su acepción política. Pe-
ro esto no significa que la idea moderna de Na-
ción pueda considerarse ya preformada en el
concepto etnológico, simplemente porque la
Idea de Nación étnica pertenece a otro orden
de ideas. El concepto de Nación, en su acep-
ción política no se constituye en virtud de un
desarrollo interno a partir de la Nación étnica,
a este desarrollo se ha debido añadir motivos
exógenos a ese orden como es el caso del esta-
do moderno.
Nación como concepto oblicuo
Estas tres acepciones no son, por tanto, acep-
ciones inconexas, suponemos que la nación
biológica está en el origen de la nación etnoló-
gica y ésta en el de la política. El concepto de
Nación no es un concepto directo, una realidad
positiva que se podría definir mediante la
acumulación de notas esenciales o propias co-
mo la definición que dio Stalin: “Una comuni-
dad humana estable, históricamente formada y
surgida sobre la base de la comunidad de
idioma, de territorio, de vida económica y psi-
cología manifestada en la comunidad cultural”.
Esta definición está construida sobre la base de
de cinco o seis rasgos distintivos o constituti-
vos pero sin nexo interno, ininteligibles desde
la plataforma oblicua desde la que se formu-
lan.
Las acepciones biológica y étnica, que son las
acepciones primarias de la Idea de Nación, se
conforman por mecanismos oblicuos o de re-
fracción y no por los mecanismos directos, a
pesar de la tendencia generalizada de presen-
tarlos de un modo directo.
Conceptos oblicuos son los que no se centran
en su objeto, determinando su naturaleza, sus
componentes como se puede definir la luna
como el satélite natural de la tierra, sino que
son conceptos reflejados o refractados por me-
diación de otros conceptos, como los denomi-
nados conceptos egocéntricos de aquí o allí,
hoy o mañana que sólo se comprenden obli-
cuamente a través de la plataforma del que
habla. Será por tanto necesario especificar en
cada caso, en cada uso del término nación la
5. Filosofía Política
plataforma desde la que está conceptualizada.
El concepto de “bárbaro” o salvaje de los an-
tropólogos es un concepto oblicuo o refractado
porque designa a determinados pueblos desde
la plataforma de la civilización.
Nación biológica
El vocablo nación viene del latín nascor, na-
cer, nacimiento (nacimiento de los dientes) y
es un concepto oblicuo porque en este sentido
biológico nación hace referencia al origen de
algo pero en cuanto se ha alejado de él, en este
sentido decimos que los latinos o hispanos son
oriundos de América del Sur. Pero fuera de
esta plataforma biológica, nación tiene tam-
bién un sentido religioso: las naciones son los
pueblos paganos vistos desde el Pueblo elegido
y así San Pablo será el Apóstol de las Naciones
porque es el primero que postula la predica-
ción del Cristianismo más allá del reducto ju-
dío, entre los pueblos paganos o Naciones.
Nación étnica
El segundo género de Nación es la nación en
sentido étnico. El concepto oblicuo de nación
biológica que hace referencia al origen, que
designa a alguien como oriundo, queda inclui-
da en el concepto de nación en sentido étnico,
sin que éste se reduzca a aquel, porque la na-
ción étnica introduce una plataforma de orden
social, antropológico, distinto de la plataforma
biológica que es de orden individual. Es tam-
bién un concepto oblicuo porque designa a los
nacidos en una región determinada pero vistos
desde un Estado previo que es la plataforma o
punto desde donde cobra sentido el término
mismo de región. En la Edad Media incluso
hacía referencia no sólo al lugar de nacimiento
sino a la cualificación profesional, así se habla-
ba de la nación de los estudiantes, de los teje-
dores, de los mercaderes...
Este segundo género de Nación sólo puede
surgir desde la perspectiva de una sociedad
política compleja, el de las sociedades consti-
tuidas por otras sociedades relativamente más
simples, de un Reino o un Imperio que con-
templa a los distintos pueblos que surgen a su
alrededor o se aglutinan en su interior en tan-
to se relacionan entre ellas en múltiples inte-
racciones (parentales, comerciales, labora-
les...). Desde esta plataforma política de gru-
pos sociales más complejos la perspectiva es
antropológica y no meramente biológica, un
grupo (una banda o tribu) se refractará como
98
nación étnica, es decir, según sus diferencias
lingüísticas, institucionales o normativas (el
célebre comienzo de “De bello gallico” de Cé-
sar, ”qui ipsorum lingua Celtae nostra Galli
appellantur. Hi omnes lingua, institutis et le-
gibus inter se differunt”), lo que los romanos
llamaban galos y ellos celtas en su propia len-
gua. Porque desde esa plataforma social com-
pleja compartida, desde los otros grupos socia-
les un conjunto será conceptualizado como di-
ferente por su origen aunque esto sea irrele-
vante cuando nos movemos en el ámbito del
mismo grupo: por ejemplo los “latinos” o “his-
panos”, irlandeses o italianos en los EE.UU
hasta el punto que la denominación de estos
grupos se refractará a su lugar de origen y será
denominada América Latina que los propios
hispanoamericanos han adoptada como propia
en su lugar de origen. Esta “denominación de
origen” Latinoamérica, la América hispana vis-
ta desde los EE.UU. se aplicará por metonimia
a quienes viven en ese mismo lugar: ahora los
habitantes de Hispanoamérica pasarán a de-
nominarse a sí mismos “latinoamericanos”
como nombre étnico, lo cual los sustantiva
como grupo que designa el origen geográfico.
La Nación étnica supone ya una plataforma
social más compleja, “supranacional” en senti-
do étnico: indica el lugar de la estirpe origina-
ria vista desde el conjunto de estirpes que con-
fluyen en la estructura política compleja, desde
el Estado, pero con un alcance político neutro.
Según la relación que se establezca entre la
sociedad política de referencia con estas na-
ciones hablaremos entonces de tres especies:
Nación periférica, Nación integrada, Nación
histórica.
El concepto de nación étnica supone una plata-
forma social más compleja, como el concepto
de sillarejo (el sillar irregular) que sólo desde
la plataforma o perspectiva más compleja del
muro, del edificio construido es un sillar pero
que fuera de él es una simple piedra, pueda
refractarse sobre un montón de piedras y ver
allí unos cuantos sillarejos. Es la plataforma
de referencia desde la que se conceptúa la na-
ción lo que modula sus diferentes sentidos. En
este sentido una nación étnica es una comuni-
dad (en el sentido de comunidad primaria) re-
insertada -como los “latinos” con los chinos y
los italianos hoy en día, y los alsacianos con los
flamencos en la Francia del siglo XVII-) en una
sociedad más compleja o en una sociedad polí-
tica de rango mayor.
5. Filosofía Política
Nación periférica
Se refiere a los grupos sociales que rodean a la
sociedad política de referencia sin formar parte
de ella. Son célebres las descripciones etnográ-
ficas de pueblos bárbaros de los escritores ro-
manos como la Germania de Tácito (De origine
et situ Germanorum) y las más célebres aún de
César sobre los pueblos de las Gallias. Su dife-
rencia con el género biológico es, como hemos
dicho, su perspectiva antropológica.
Nación integrada
La segunda especie de la Nación étnica es la
Nación integrada que abarca a las naciones
étnicas que ya forman parte de de la Sociedad
política de referencia, y en este sentido signifi-
ca el conjunto de individuos, grupos o institu-
ciones que integran la sociedad política de re-
ferencia. En la Edad Media nación era el modo
de clasificar por su origen a los alumnos y pro-
fesores de la Universidad de París, de este mo-
do había cuatro categorías: Francia, Picardía,
Normandía y Alemania. En el siglo XVII el Co-
legio de las Cuatro Naciones fundado por Ma-
zarino recoge a los alumnos oriundos de las
regiones recién incorporadas a la Corona fran-
cesa: Rosellón, Piñerol, Alsacia y Flandes. E
inclusive también eran naciones las agrupa-
ciones de mercaderes por su denominación de
origen.
Por ello resulta un anacronismo utilizar el uso
(documental) del término nación en su contex-
to étnico para dotarlo de un sentido político ad
hoc y justificar así reivindicaciones políticas
imaginarias de independencia.
De este anacronismo se valen los ideólogos de
la nación fraccionaria que, olvidando el carác-
ter oblicuo de las naciones étnicas gallega, as-
turiana, riojana o manchega que sólo cobran
sentido desde la plataforma política del Reino
de España en su tiempo, eliminan la nación
histórica donde confluyen las distintas etnias.
En las ciudades del Reino de España conviven
habitantes de todos los rincones de la penínsu-
la y en ellas son conceptualizados según sus
orígenes y de este modo, por metonimia esos
orígenes figurarán en el mapa como nación
étnica (geográfica en concreto, como país en
francés, país del Loira) pero no política.
Cuando este concepto se refracta a la comuni-
dad de origen comenzará a cobrar un sentido
directo, sustantivo, cargado de determinacio-
nes, pero no por ello político. Ahora comenza-
99
rá a significar el grupo o comunidad misma de
quienes teniendo un linaje común viven en
aquél lugar del que son oriundos los que habi-
tan en la sociedad compleja, y serán vistos co-
mo nación étnica pero en sentido positivo. En
este sentido “nación étnica” no sólo carece de
significado político sino que tiene precisamen-
te un valor pre-político que desde la platafor-
ma política designa a las sociedades previas a
la sociedad política, o sea, oblicuamente a si-
tuaciones prepolíticas, anteriores a la polis. La
sociedad política no atribuye a las naciones
étnicas connotaciones políticas aunque sí étni-
cas o valorativas como juerguistas, holgazanes,
trabajadores... Las naciones se delimitan en el
proceso de participación y confluencia en la
plataforma común compleja, cuando se consti-
tuye un pueblo como base política del nuevo
orden social, y aquellas serán entendidas como
referencias de orden más bajo.
Lo propio de la Sociedad Política, de la ciudad
es precisamente la confluencia de diversas et-
nias, tribus, gentes... aquellas que contribuye-
ron al nuevo orden social (y que luego querrán
borrar su origen), los residuos de las tribus
quedan en los arrabales de la ciudad.
Nación histórica
Dentro del género de la Nación étnica pode-
mos distinguir una tercera especie que fre-
cuentemente se identifica con la Nación políti-
ca. La diferencia, sin embargo, estriba en que
la Nación histórica no es todavía sujeto de la
soberanía política que reside propiamente en
Dios el cual se la otorga al Monarca. Respecto
de la nación integrada la diferencia hay que
situarla en la diferencia de las perspectivas que
ya no es antropológica, es decir, fuera de la his-
toria,
La plataforma política desde la que se concep-
túa las naciones integradas sobre un mismo
territorio no impide que esta se identifique con
una nación étnica (Castilla, Inglaterra...).
La Nación histórica será única sobre ese mis-
mo territorio y la plataforma política será con-
templada como la misma autoridad que la go-
bierna, el Monarca. Entonces es necesario con-
tar con un proceso de identidad cultural que
desde las naciones históricas exteriores permi-
ta identificar por su lengua, costumbres, reli-
gión a los individuos que pertenecen a ella.
La Nación histórica es la culminación de la his-
toria que ha fraguado la unidad entre los pue-
blos a lo largo de los siglos, en guerras frente a
5. Filosofía Política
enemigos exteriores, una comunidad de inte-
reses frente a terceros. Se llama histórica por-
que se diferencia de la perspectiva antropoló-
gica de las especies periférica e integrada, por-
que son ahistóricas.
Nación en sentido político
La Nación política
El tercer género de Nación es la Nación políti-
ca cuya aparición histórica es el resultado de la
Revolución Francesa de 1789 que arrebata la
soberanía de manos del Rey para sustituirla
por la soberanía de la nación de ciudadanos de
la sociedad política iguales ante la ley.
A partir del siglo XVIII tras la Revolución
Francesa las naciones históricas (Francia, Es-
paña, Suecia...) que se habían conformado bajo
el Antiguo Régimen se van a transformar en
naciones políticas, caracterizadas por el prin-
cipio de soberanía, en estados-nación que va a
ser la forma canónica de estado predominante
en nuestros días. La soberanía es el poder de
decisión, de dar leyes sin recibirlas de otros. El
concepto de soberanía es un concepto claro y
distinto, muy afín al concepto de propiedad al
ser en cierto modo una modulación suya y que
no admite ninguna relativización: la soberanía
política se ejerce o no, recae sobre un ámbito
definido, no cabe compartirla ni repartirla
porque entoces cesa automáticamente su po-
der. La soberanía por definición es una e indi-
visible. El poder supremo que caracteriza al
Estado soberano.
Aunque esta transformación va a suponer la
aparición de numerosas novedades, radicales
en muchos aspectos, no podemos pensar que
estas nuevas realidades históricas surgen “ex
nihilo” en primer lugar porque buena parte de
estas novedades que emergen en la transfor-
mación política estaban ya consolidadas de
facto en la sociedad estamental previa y, en
segundo lugar, porque la nueva sociedad polí-
tica es el reordenamiento de la nación histórica
configurada en el seno del Antiguo Régimen.
Este tercer género de Nación comprende dos
especies la nación canónica y la nación políti-
ca.
La nación canónica
Esta nueva especie de nación que denota sobe-
ranía: una vez disueltos los privilegios que ca-
racterizaban la sociedad estamental, instituido
el principio de igualdad entre los ciudadanos
libres frente al absolutismo real, la Nación
100
aparece como la reunión de todos lo ciudada-
nos: esta reunión es soberana porque no puede
recibir órdenes de nadie. Esta especie de na-
ción no es la simple evolución del género su-
puestamente anterior, de la nación étnica y
más en concreto de la nación histórica, como si
la nueva realidad política estuviera ya pre-con-
figurada en el supuesto estadio anterior. Sim-
plemente el concepto de nacion étnica perte-
nece a otro orden de ideas de modo que el con-
cepto de nación política no se constituye en
virtud de un desarrollo interno a partir de la
nación étnica porque a este desarrollo hay que
añadirle factores exógenos de orden económi-
co, social y político que configuran el estado
moderno. Precisamente este desarrollo y estos
factores son los que nos vamos a tratar de pre-
cisar.
Si este nuevo género político de nación ha lo-
grado eclipsar a las otras acepciones -acepcio-
nes oblicuas y primarias, biológica y étnica- no
las ha eliminado porque precisamente a partir
de ella cobran una mayor definición, pero se
sitúa en otro orden, en otra plataforma ya ple-
namente política y no meramente étnica.
La aparición de estas nuevas entidades políti-
cas, las naciones en sentido político o estados-
nación, tiene múltiples causas económicas co-
mo el vigor de la clase burguesa que no cabe ya
en el Antiguo Régimen y está destinada a susti-
tuir a la aristocracia y a las monarquías absolu-
tas. Tiene causas también religiosas como la
ruptura que supuso la Reforma, razones tecno-
lógicas… La nación política se constituye en
función de una sociedad política preexistente
que, a partir de la evolución interna de su es-
tructura social y de los conflictos con otras so-
ciedades políticas experimentó profundas
transformaciones que condujeron a la sustitu-
ción de los antiguos titulares del control políti-
co por unos nuevos titulares representativos de
la reciente composición de las clases interme-
dias.
El carácter revolucionario del estado nacional
reside en el hecho de que elimina, al menos
teóricamente, el monopolio del acceso al poder
político de la aristocracia abriéndolo a todos
los miembros de la sociedad política de modo
que nadie queda excluido de la participación
en la soberanía: la novedad de la norma del
Estado-nación se nos manifiesta como la nega-
ción del monopolio del poder político por una
parte del de la sociedad política y la soberanía
pasará a ser la característica del nuevo Estado.
5. Filosofía Política
Pero es preciso subrayar el impacto de la me-
todología de las nueva ciencias (holización)
que impregna la Idea de Nación política. La
holización propia de la racionalidad científica
y, por extensión, del Siglo de las Luces, consis-
te en la descomposición de una totalidad atri-
butiva en sus partes formales átomas (células,
átomos...) y proceder desde ahí a la recompo-
sición del todo así descompuesto. Los revolu-
cionarios (entre los que se contaban numero-
sos científicos) procedieron a la descomposi-
ción de la sociedad del Antiguo Régimen en
sus partes formales átomas que son los indivi-
duos racionales, pero la en el momento de la
recomposición del todo de partida, la fase que
cierra el proceso sólo fue posible mediante la
síntesis de una nueva categoría política, la idea
de Nación política mediante la cual los átomos
racionales en lugar de quedar disueltos en la
Humanidad, fueron reconstruidos como ciu-
dadanos desde el Estado anterior, la nación
histórica que mantuvo sus fronteras. El con-
cepto del término ciudadano quedó fijado en la
Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789 como miembro de la So-
ciedad política a la que pertenece y en la que
reside la soberanía, se consideran iguales ante
la ley y con los mismos derechos y obligacio-
nes. Como resultado de esta holización la con-
dición de ciudadano vino a substituir la condi-
ción de vasallo (de un noble) o la de súbdito(
de un rey).
La soberanía es el poder de decisión, de dar
leyes sin recibirlas de otros. El ejercicio de la
soberanía es un concepto claro y distinto, muy
afín al concepto de propiedad al ser, en cierto
modo, una modulación suya y sobre el que no
cabe ninguna relativización: la soberanía polí-
tica se ejerce o no, recae sobre un ámbito defi-
nido, no cabe compartirla ni repartirla porque
entonces cesa automáticamente su poder. La
soberanía es, por definición, una e indivisible.
Este principio de soberanía nacional que se irá
imponiendo a lo largo del siglo XIX implica la
posibilidad de planes y programas totalmente
nuevos que rebasan el marco de las empresas
de los monarcas de la Nación histórica en
cuanto están dirigidos a toda la Nación como
reunión de ciudadanos libres e iguales: educa-
ción universal, ejército nacional, obras públi-
cas... características de los Estados modernos.
Por ello no tiene sentido el principio de la Na-
ción fraccionaria de que existen naciones sin
101
Estado, pues sólo a partir del Estado del Anti-
guo Régimen en el que se modeló la Nación
histórica fue como se reconstruyó el estado de
la Nación canónica.
Dado que la Humanidad se halla distribuida
entre todos los estados que componen el orden
internacional, todos los hombres son ciudada-
nos de algún estado (salvo los apátridas) y la
expresión ciudadano del mundo carece de sig-
nificado político como también el sustantivo
ciudadanía si no se especifica a qué ciudadanía
concreta se refiere.
Con el concepto nuevo de Nación se establecie-
ron las líneas divisorias de la nueva entidad
respecto de otras ciudades colindantes. Las
naciones políticas comienzan por trazar sus
contornos impermeables, constituidos por
otras naciones, lo que les lleva a cerrase en sí
mismas.
Cuestión terminológica
El término “Nación” en sentido político co-
mienza a usarse a fines del siglo XVIII.
Pero ni la nueva entidad política es una crea-
ción ex nihilo ni el nuevo nombre es una crea-
ción literaria.
La cuestión que se plantea ahora es la termino-
lógica: ¿porqué estas nuevas entidades políti-
cas se denominaron “naciones” cuando de por
sí éste no era un término de orden político?
Las razones han podido ser diversas:
a) Razones teológicas según las cuales tal como
en el cuerpo místico de Cristo, griegos y bárba-
ros, judíos y gentiles… las gentes desaparecen
para renacer transfigurados, del mismo modo
las naciones étnicas se transfiguran en partes
de la Nación política. Una nueva entidad está
naciendo (nación política) en la que las anti-
guas naciones étnicas se transfiguran en partes
de la Nación política.
b) Si la nueva correlación de fuerzas que ha
sustituido a la nobleza y monarquía en el po-
der político toma el nombre de nación es como
consecuencia de las corrientes sociales canali-
zadas a través de las naciones étnicas. Esto no
significa que estas corrientes o fuerzas hayan
sido las constitutivas sino que estas fuerzas
coloreaban la nueva composición de fuerzas de
la “ciudad”. Querían subrayar la nueva frater-
nidad entre los ciudadanos por analogía con la
unidad de los individuos de la misma etnia,
pero no tiene el mismo significado.
De todos modos en la nueva entidad política se
va a dar un proceso en cierto modo regresivo
5. Filosofía Política
hacia el orden étnico, porque aunque lo que
denominamos Nación política implica la neu-
tralización de las naciones étnicas y desde lue-
go las biológicas, este proceso de neutraliza-
ción de las naciones étnicas que supone su
transformación en la Nación Política es un
proceso lento y confuso. incluso parece un
momento obligado del proceso aplicar la Idea
de Nación étnica sustantivada no ya a las na-
ciones exteriores del reino sino al propio reino
como un nuevo modo de abordar la nueva uni-
dad real de los ciudadanos que hagan de la na-
ción (española, francesa…) una gran familia.
Así una nación étnica puede superponerse en
extensión y no en definición a lo que será la
nación política.
De este modo la Nación política no tendrá que
renegar de su significado étnico sobre todo
cuando este ha sido transferido a escala del
pueblo que delimita al ámbito de un reino, por
el contrario, tenderá a reincorporarlo y rein-
terpretarlo incluso en sus contenidos más
chauvinistas o racistas.
En resumen, la nación política es el resultado
de la confluencia de las naciones étnicas cuya
unidad sólo puede lograrse cuando las nacio-
nes étnicas disolviéndose en la nación a la que
darán origen llegarán a ser reducidas a cero.
La construcción de la idea de Nación po-
lítica. La Idea de Cultura
La construcción de la Idea de Nación en su
acepción política no se le puede adjudicar a la
Filosofía política, aunque los filósofos partici-
paran como nematólogos o ideólogos que sis-
tematizaron las vaguedades ideológicas de la
nueva realidad resultado de la Revolución
Burguesa. La Nación en sentido moderno es
una estructura histórica nueva que sustituye a
Dios como fundamento ideológico y muy espe-
cialmente de su soberanía política. Es la bur-
guesía cuando habla en nombre del pueblo la
que inaugura una nueva categoría -la de Na-
ción- que usurpa la legitimidad del Rey, pero
ante todo elimina refundiéndolos los desnive-
les estamentales y etnológicos según un con-
cepto de estirpe teológica, la de la Nación co-
mo Pueblo, como pueblo de Dios: “Vox populi,
vox dei”. Pero la nueva idea para alejarse del
nuevo voluntarismo, necesitaba dotarse de un
contenido sensible, fenoménico, presentado
como característica, un contenido distinto de
las demás naciones.
102
Este contenido fue identificado con la Cultura,
en el sentido moderno del término, la noción
idealista de Fichte. La cultura según esta idea
se va a sustancializar, convirtiéndose en la sus-
tancia, en el verdadero espíritu del Pueblo. La
Cultura pasa así a sustituir a la Gracia divina
que había desempeñado el papel fundamental
del poder político. La Nación sólo cobra senti-
do desde el Estado en cuyo seno se modela. La
Nación no sólo en sentido político sino tam-
bién genético presupone el Estado. Este es un
detalle muy importante porque la ideología
romántica, la ideología del “Volkgeist” alema-
na hoy hegemónica en este terreno, pretende
presentar a la Nación como previa al Estado,
como una entidad propia, como una entidad
previa que busca su propio status político. No
es la Cultura la que tiende a constituir un Es-
tado, una Nación (El Estado de Cultura), es la
nación moderna, el nuevo Estado el que tendrá
que hacer o refundir ad hoc una cultura nacio-
nal ( y cuando no la tenga buscará otras alter-
nativas ideológicas o políticas).
Esta perspectiva acentúa el peso comunalista,
en contra del contractualista propio del libera-
lismo, que inspira el sentimiento republicano.
Pero esta noción de pueblo también es oscu-
rantista porque al identificar en cierto modo a
Dios con el Pueblo va desembocar en el idea-
lismo del Volkgeist, adjudicando a la Cultura el
rol de la gracia divina, fundamento del poder
político.
Nación fraccionaria/unicidad
El concepto de nación política no se reduce a
cuatro o cinco rasgos elegidos ad hoc (lingüís-
ticos, territoriales, culturales... que reclamen el
estatus de nación política.
Este modo de abordaje parte de una sustantifi-
cación metafísica que supone la preexistencia
de una supuesta realidad nacional como si fue-
ra una esencia porfiriana, y aún diríamos más
sería mítica más que metafísica por su proyec-
ción al pasado.
Las naciones étnicas no son realidades sustan-
ciales, metafísicas, ahistóricas que pre-existen-
ten a la realidad política. Es desde esa realidad
política desde esa plataforma desde la cual se
han sustantivado, por ello los rasgos que su-
puestamente se han usado para delimitar o
repartir las distintas naciones étnicas son
siempre arbitrarios, son ad hoc: una nación se
podría haber constituido como “del norte” o
cántabra, por ejemplo, (asturiano, santanderi-
5. Filosofía Política
no, vizcaíno, guipuzcoano) o ¿porqué no? Una
nación riojana con las provincias de la Rioja,
Navarra y Álava tan coherente o más que la
actual Euskadi, o comarcal como los Came-
ros....
Aunque este mismo discurso étnico se ha em-
pleado a veces para legitimar las naciones polí-
ticas, se han servido erróneamente de él,
igualmente que de los criterios de unidad étni-
ca, lo que es absurdo.
No es el nacionalismo la raíz del separatismo,
al revés es el separatismo la raíz del naciona-
lismo. Frente a la integración por refundición,
propia de la sociedad política, el nacionalismo
fraccionario representa un proyecto que sólo
puede resultar de la desintegración de una na-
ción entera previamente dada de la que se han
recibido sus contenidos políticos.
103
Pero también hay otro tipo de nación
política
Otros estados nacionales han evolucionado a
partir de unas estructuras políticas distintas
que proceden de imperios multinacionales,
que podemos denominar de segunda genera-
ción, surgidos de la independencia americana
frecuentemente a partir de los conflictos entre
los estados canónicos de primera generación.
Otros nacionalismos de segunda generación ,
también llamados románticos, han visto el
surgimiento de la nación como la maduración
silenciosa durante siglos de las comunidades
con un fin nacional.
Hay que observar la radical falsedad que pre-
tende hacer coincidir estado y homogeneidad
cultural.
5. Filosofía Política
La Idea filosófica de Imperio
La idea de Imperio es una categoría esencial a
la Historia que no se puede ignorar a pesar de
la polémica que puede suscitar su mención
asociada a otras ideas como poder, dominio,
unidad... pero la Historia universal no se pue-
de comprender al margen de la trayectoria de
los imperios porque estos, al rebasar los lími-
tes de su soberanía e imponerse sobre otras
sociedades políticas o prepolíticas subordi-
nándolas a un plan -ordenador o depredador-
constituyen en buena medida la trama misma
de la Historia Universal de modo que las vicisi-
tudes de estos planes imperiales le imponen a
ésta su peculiar configuración. Podríamos de-
cir que es una idea estigmatizada quizás por
las dramáticas experiencias históricas del siglo
XX traumatizado por algunos ensayos imperia-
les que han provocado catástrofes de dimen-
siones absolutamente desconocidas. Pero la
Idea de Imperio, que los historiadores dan por
supuesta y pasan sobre ella sin analizarla qui-
zás porque como idea implica muchas cuestio-
nes jurídicas, morales, pero sobre todo políti-
cas e ideológicas, no es sólo valiosa para inter-
pretar los fenómenos históricos dados, sino
para la comprensión de nuestro presente, por-
que hay siempre un orden imperial que con-
forma las relaciones de los estados en cada
época.
El Imperio no es simplemente un Estado, sino
un sistema de estados ordenados en una nor-
ma común, impuesta por las armas o sin ellas,
que busca regular las relaciones entre los esta-
dos del sistema. Pero esta Idea de Imperio no
es un concepto unívoco. Por supuesto, presu-
pone la Idea de Estado pero si la analizamos
veremos como se decantan varias acepciones
principales.
a)El imperio como facultad del Impera-
tor, la potestad de la jefatura militar asociada
a determinadas magistraturas romanas. Es
una acepción en cierto modo próxima a la de
poder, en su sentido etológico, como capacidad
de suscitar obediencia. En la evolución del Im-
perio Romano esta noción subjetual de índole
militar se irá ampliando hasta alcanzar la res-
ponsabilidad de mantener la eutaxia del Esta-
do y representar la soberanía.
b) El imperio como espacio de la acción
del Imperator, este espacio hay que enten-
derlo como espacio antropológico, pero sobre
104
todo en sentido territorial.
En las siguientes acepciones de Imperio se
desborda el marco interno del Estado para po-
nerlo en conexión con otros estados. En esta
caso la eutaxia no es de primer grado, referida
al orden interno del estado sino al co-orden
entre los distintos estados implicados en el
sistema imperial.
c) El imperio diapolítico
El imperio como sistema de Estados subordi-
nado a un Estado hegemónico es la acepción
ordinaria de Imperio de los historiadores y que
nosotros vamos a llamar diapolítico.
El Imperio diapolítico constituye una estructu-
ra de soberanía en la que el Estado hegemóni-
co es soberano sobre los restantes estados del
sistema imperial. El Imperio empieza a ser un
sistema de estados, pero hay muchas clases de
sistemas. Por ejemplo, un Estado imperial res-
pecto de un único estado que en el límite sería
él mismo como en el caso de Hiro Hito empe-
rador de Japón. En el límite opuesto tendría-
mos el Imperio Universal en el que un Estado
mantendría su hegemonía sobre el resto de los
estados de la tierra. Un imperio que no ha exis-
tido ni puede existir porque en ese caso el es-
tado único desaparecería, porque un estado
supone varios estados. Quedan los imperios
intermedios en donde un estado controla a
otros varios estados.
En este caso el orden entre los estados buscado
por la norma imperial puede ser instaurado a
través de unas relaciones de subordinación de
los estados al Estado hegemónico o bien a tra-
vés de relaciones de coordinación (isonomía)
entre ellos sin necesidad de reconocer a nin-
guno de ellos como hegemónico.
El Estado hegemónico puede actuar buscando,
ante todo el bien propio (en terminología aris-
totélica sería un estado despotikés) o bien
puede actuar buscando el bien común al siste-
ma de estados incluyendo el del propio (politi-
kés). Podemos recoger estas diferencias bajo la
distinción entre Imperio depredador y genera-
dor propuesto por Bueno.
En el concepto diapolítico de imperio caben
muy diversos grados de soberanía o domina-
ción. El grado extremo o punto cero lo consti-
tuye el imperio colonial o depredador, en el
cual sin desaparecer las relaciones de domina-
ción, desaparece el estatuto de estado subordi-
5. Filosofía Política
nado. Es el concepto usual de imperialismo, tal
como lo usó Lenin, por ejemplo. Un sistema de
relaciones de explotación que borra todo vesti-
gio de soberanía.
En este caso el Imperio depredador explota a
las sociedades depredadas en función de su
propia razón de estado. En modo alguno dará
lugar a la generación de nuevos estados y la
conservación de ellos variará en función de los
propios intereses.
Quedan los imperios intermedios cuando un
estado controla a los otros estados de una for-
ma no depredadora, distribuyéndolos y man-
teniéndolos como Estados en su estructura po-
lítica e incluso genera otros nuevos, es lo que
llamamos imperios generadores. Imperios ge-
neradores, en contraste con los depredadores,
tienen como objetivo elevar a otras sociedades
al nivel político y social más alto posible.
El Imperio romano o el Imperio español serían
los principales ejemplos de Imperios genera-
dores: a través de sus actos particulares de vio-
lencia, desarrollaron sin embargo un ortogra-
ma político general que permitió que la estruc-
tura social y económica de origen se implanta-
ra en los territorios conquistados. El Imperio
romano, por ejemplo, terminó concediendo ya
en tiempos de Caracalla (212) la ciudadanía a
prácticamente todos los núcleos urbanos de
sus dominios; y el Imperio español, que consi-
deró siempre (véase Leyes de Indias) a sus
súbditos como hombres libres, propició las
condiciones para la transformación de sus Vi-
rreinatos o provincias en Repúblicas constitu-
cionales.
d)Imperio en su acepción metapolítica
Si el concepto diapolítico se configura desde el
interior de las relaciones entre las diversas so-
ciedades políticas o estados, el concepto meta-
político se configura desde el exterior del sis-
tema de estas sociedades políticas. El proble-
ma naturalmente radica en situar esta exterio-
ridad desde la que se constituye el concepto
metapolítico de Imperio. Se aducen dos luga-
res extrapolíticos de naturaleza metafísica
desde los que cabe proceder a determinar esta
cuarta acepción: Dios y la Conciencia.
La referencia a Dios no se limita a otorgarle a
éste un mero papel ideológico que justifique el
orden imperial, sino que por la potencialidad
de colectivización que poseen las creencias re-
ligiosas más allá de lo político, tienen una efec-
tividad histórico-política, se puede citar el
105
ejemplo de Darío imponiendo en su Imperio el
Dios libertador de Daniel, el Dios de un pueblo
sometido.
La segunda referencia metapolítica, que resul-
ta más relevante, es la de la Conciencia huma-
na porque puede movilizar la noción de Géne-
ro humano, originalmente insinuada por la
filosofía estoica en una perspectiva cosmopoli-
ta. Ahora la cuestión es tratar de rastrear las
vías por las que estas dos concepciones se han
ido infiltrando en los Estados o Imperios histó-
ricos, precisamente a través de elementos peri-
féricos al poder, como los bárbaros y los escla-
vos que ejercen un contradiscurso opuesto y
metapolítico, y que logran imponer estas refe-
rencias en el Imperio Romano con Marco Au-
relio, las legiones, Constantino... precisamente
entonces cuajará la Idea de Imperio Universal,
de estirpe netamente filosófica. Estas fuerzas
constituyen el lugar desde el que oponer al
Imperio diapolítico «realmente existente» una
Idea-fuerza de orden metapolítico capaz de
modificar el rumbo del Imperio histórico, in-
cluso de destruirlo. Así pues, será no ya desde
la Idea de Dios, sino desde la Iglesia histórica,
no será desde la Idea del «Género Humano»
sino desde los bárbaros y marginados del Im-
perio (especialmente desde el pueblo judío o
desde la clase social{15}) como se configure la
Idea metapolítica de Imperio.
Porque esta idea metapolítica sólo puede si-
tuarse junto a las restantes si posee “peso polí-
tico” sobre la realidad histórica. Desde una
perspectiva materialista el “peso político” o la
fuerza de una idea procede del actuar en las
sociedades políticas reales más allá de la expli-
cación psicológica sobre la influencia de una
idea metafísica sobre un grupo y a través de
este sobre toda la sociedad. Para que la propa-
gación de una idea metapolítica tenga efectos
políticos debe actuar a través de causas políti-
cas.
De estos lugares externos procede la Idea me-
tapolítica que puede llegar a ser asumida como
ideología propia por este Imperio. Así sucedió
primero con el estoicismo en época de Augus-
to, o con el cristianismo a partir de Constanti-
no.
e)La Idea filosófica de Imperio, la quin-
ta acepción
La característica de la Idea filosófica de Impe-
rio es que implica la universalidad, en este ca-
so, una definición determinada del género
5. Filosofía Política
humano, es decir, la Idea de Imperio logrará
un estatuto filosófico cuando un Imperio dado
se defina históricamente en función de la Idea
de «Género Humano» como horizonte de sus
referencias prácticas y técnicas (lo propio del
imperio diapolítico), así como de sus reflexio-
nes teológicas o cosmológicas (acepción meta-
política de Imperio). Es decir, cuando se da
una confluencia del Imperio diapolítico y del
Imperio metapolítico, esta confluencia que es
dialéctica exige un marco que los desborde, y
este marco es la idea de Género Humano. Na-
turalmente bien entendido que este «Género
Humano» resulta un producto histórico carac-
terístico que se abre paso a través de determi-
nadas partes totales –Imperios diapolíticos–
en expansión.
Es obvio que la Humanidad, el Género Huma-
no no existe previamente -con unas caracterís-
ticas determinadas- a sus organizaciones so-
ciales, políticas, culturales... porque esas carac-
terísticas son posteriores, hay que partir en-
tonces de que la Humanidad no existe desde el
principio, al principio sólo hay bandas y gru-
pos separados unos de otros. Las característi-
cas y la morfología de este Género Humano se
han ido elaborando a lo largo de la Historia,
históricamente. La Historia no es el desarrollo
de ese Género Humano en sus fases sino que
es la construcción misma de ese Género Hu-
mano por así decirlo y el agente de esta cons-
trucción es el Imperio. La Humanidad no es el
sujeto de la Historia, la Historia de la Huma-
nidad es una fantasía porque la Humanidad no
es un todo que pueda tener conciencia, ni pla-
nes, ni programas universales. Quien tiene
planes y programas universales es una parte de
esa Humanidad, una parte que es capaz de
contemplar el resto de la Humanidad. Esta
parte es el Imperio filosófico, que contempla el
Género Humano, que tiene esa referencia del
Género Humano.
Pero en este contexto la referencia al Género
Humano tiene un uso ideológico, porque todo
imperio adopta siempre una determinada idea
de humanidad, postulando con ello unos valo-
res pretendidamente universales (aunque sean
meramente funcionales) dependiendo de las
variables históricas, porque mientras que las
sociedades políticas (los estados) no necesitan
más justificación en su acción orientada al
mantenimiento de la eutaxia, que la derivada
del poder de hacer leyes y hacer cumplirlas
(soberanía), el Imperio, precisamente por no
106
ser un Estado, requiere, para justificar su ac-
ción, razones que la «razón política no entien-
de», en cuanto que busca el dominio de las so-
ciedades políticas del entorno que no caen bajo
su soberanía como reino y poder así asegurar,
como desarrollo de la acción imperial, la ins-
tauración de un determinado orden político
«universal» (Paz imperial).
Aunque Idea filosófica de Imperio tiene un ca-
riz metapolítico por su referencia metafísica a
la Humanidad es indisociable de la acepción
diapolítica porque no se puede denominar im-
perio a organizaciones apolíticas. En este sen-
tido podemos mencionar el imperio alejandri-
no, romano, hispánico como precedentes y
tendríamos los nítidos ejemplos de los impe-
rios napoleónico o soviético, imperios aconfe-
sionales, intencionalmente universales que se
levantaron sobre una determinada idea de
hombre trazada en un caso en los principios de
la Revolución francesa o en el proyecto de
emancipación natural al hombre en el mar-
xismo-leninismo.
La culminación de la Idea filosófica de Imperio
equivaldría a la realización histórica de la tota-
lidad del género humano que sería del orden
de la paz perpetua. La Idea filosófica de Impe-
rio es un imposible político, pero la idea de gé-
nero humano a la que está conectada es una
idea-fuerza que posee un significado práctico,
normativo insoslayable.
Por ello la Idea filosófica de Imperio no tiene
correlatos realmente existentes, es imposible,
pero es imprescindible para interpretar siste-
mas políticos realmente dados. Porque es esa
idea la que informa cualquier proyecto de his-
toria universal, no entendida como Historia de
la Humanidad porque, como hemos comenta-
do, esta noción es un despliegue metafísico de
un género humano dado desde el prisma de la
historia como el providencialismo cristiano o
el idealismo hegeliano del espíritu objetivo.
La exposición de la historia universal es la his-
toria de los imperios porque son estos los que
persiguen realizar la idea final de género hu-
mano, dándola incluso por supuesto en su in-
terior. La Historia Universal es pues la Histo-
ria de los grandes Imperios universales, de las
paces imperiales (pax romana, pax hispana,
pax turcica, pax america, pax soviética...), so-
bre cuyos restos, «los restos del naufragio im-
perial» –como ha dicho Bueno en numerosas
ocasiones–, están constituidas las sociedades
políticas que actúan en el presente.