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EL HOMBRE SIN PIERNAS

Hoy he visto un hombre caminando sin piernas.

Desaparecidas quién sabe en qué tristes circunstancias,


el hombre se deslizaba sobre el suelo apoyándose en la base
de su tronco, elevándolo e impulsándolo hacia adelante con
sus brazos.

Esta visión podría ser triste, incluso penosa, y esos


fueron los sentimientos que primero brotaron en mi corazón al
observarla. Pero las cosas se transformaron: el hombre
"andaba" de forma ágil y segura -más que nadie en su
derredor-. Sus movimientos eran armoniosos y despiertos,
seguros. Le seguí con la mirada, no podía dejar de mirarlo e
incluso mi mal educado ego se sintió culpable y mezquino al
seguirlo con esa irrespetuosa observación. Pero continué con
mis ojos fijos sobre la persona que con extraña habilidad bajó
de la acera, cruzó la peligrosa calle y, desapareciendo por un
instante entre dos vehículos aparcados, emergió con atlética
lozanía en la otra acera.

Sin casi darme cuenta, lo estaba siguiendo, caminando


detrás de él y al percatarme de ello, sentí un rubor en el alma
que hizo que me detuviera. Como consciente de mis actos -¡él
más que yo!-, el hombre se detuvo, giró su cabeza hacia y me
miró -que desasosiego-, sonrió y su sonrisa hizo desaparecer
como por ensalmo mis aprendidas angustias. Luego siguió su
camino.

Nunca sabrá el caminante, lo agradecido que este pobre


hombre que yo soy, le estará en cada instante posterior a ese
encuentro, cuando su hermosa persona y su dulce sonrisa,
surquen el cielo de mis recuerdos.

Luis Marrades Millet

Ciudad de México

Verano 2000

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