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David Miralles
Afuera corre el primer viento del otoño y algunas hojas amarillentas chocan de vez en
cuando contra el vidrio. Una luz lechosa inunda la sala arrancando flojos destellos a la bandeja y a
las copas que todavía permanecen sobre la mesita.
Ana está sentada cerca del ventanal y cubre sus hombros con un echarpe negro. El cabello
de Ana es también muy negro. A sus 40 años es todavía muy hermosa. Porque Ana es una de
aquellas raras mujeres cuya belleza procede desde muy adentro. Acaso desde esa soledad
inmaculada que la suspende sobre el mundo. Se conserva bien y al envejecer habría llegado a
convertirse en una bella anciana.
Después de tantos años descubro que aún estoy enamorado de ella y es extraño porque es
como constatar que todavía soy un niño; que el tiempo me ha sido ajeno.
Descubro que todavía la amo. Hoy, justo en el momento en que me ha dicho que está
cansada de mí.
Sin embargo, sus palabras no han hecho más que confirmar lo que sus manos, sus labios,
su cuerpo entero no podían ya ocultar. El cuerpo no sabe fingir, ni siquiera por buenos modales.
Su último beso, vacío, sin vida, es lo más triste que me ha ocurrido. Los besos se acaban -ha dicho
Ana- perdóname, te los acabaste todos. Y sonrío. Pero su sonrisa era como la sonrisa inaccesible
de las fotos.
Ahora comprendo que siempre estuvo más allá. Comprendo que siempre era inaccesible y
que su distancia de las cosas las terminaba ensombreciendo. En algún momento perdió la
conexión con el mundo y el mundo se resquebrajó y se hizo horrible.
Así, mientras las plantas agonizaban con mansedumbre ella florecía inmarcesible. Quién
sabe si a causa de ella nuestro jardín sea ahora un yermo. Y tal vez a causa de ella los pájaros no se
detienen ya a cantar en los abetos. Sólo el viento llega en esta época y arroja ramalazos de lluvia y
hojas calcinadas contra el ventanal.
Ana ha sido inescrutable a través de los años. Ana quizás no sea Ana. Ana tal vez no se
llame Ana.
Antes yo abrazaba a Ana y agotaba sus besos sin conocerla. Abrazaba a aquella que se
dejaba llamar Ana e imaginarse tal, usurpando la belleza que brotaba de mi emoción. Recuerdo
ahora de una forma distinta nuestro pasado. Los mismos hechos, bajo una luz distinta. Ella se
alimentaba de mi pasión. La monstruosa evidencia se me pega a la piel. Todo fue como abrazarme
a mí mismo, como besarme y amarme infatigablemente a través de su presencia indiferente. Y la
verdad, no recordaba si yo le dí ese nombre y borré el suyo con mi baboso delirio.
- Ana
- Nella
- ¿Nella?
- Qué sé yo...
- Tal vez
- ...
- No
- ¿No tienes documentos de identidad?
- No puedes
Ana se recuesta en su sillón cerca del ventanal. La tarde avanza y el anémico sol parece
helar las cosas. Ana disfruta del sol. Imagino que su sangre circula fría por sus arterias. Sus ojos
verdes me miran un momento, insondables. Se acomoda en su sillón, bella como un reptil.
- ...
- ...
- ¿Sabes qué es extraño? Toda mi vida he sido buena y mi bondad ha causado el mal.
- ...
- ...
- Tal vez
- Siempre has vivido las vidas de otros, los proyectos de otros, quiero decir.
- ahá
- Has sido tan buena que no te has opuesto nunca a lo que otros han soñado para ti
Ana se pinta el pelo, hay que reconocerlo, por eso se le ve tan negro todavía. Quizás
cuantas canas tendrá. Y le gusta que la sueñen. Así ha sido fácil. Y la he soñado mucho, la he
fantaseado hasta el delirio y ella ha trepado por mi fantasía sin esfuerzo, sin imaginación, con
miedo a caer a ratos, sospechando que algo no estaba bien, presintiendo su desgano. Y hoy ha
despertado en el hueco vacío de este día en que no la sueño más. En que no soy más el demiurgo
y en que agotado ya de fantasías no la caliento. Tan mujer, tan pasiva, tan doblegada a lo que se
ha esperado de ella. Sin fuerzas para imaginarse no-Ana morirá esta misma tarde cuando no
soporte tanta realidad.
- ¿Sabes, Ana?
- ¿ ?...
Ana tarda en responder. Mira a través de los grandes vidrios los remolinos de hojas secas que el
viento levanta. Ha comenzado a llover. De pronto coge un cigarrillo y lo enciende. Finalmente me
mira envuelta en el humo mientras dice:
- ¿La palabra?
- Tus palabras han sido un veneno. Me has envenenado a través de todos estos años
- Es la verdad. No has tenido mala intención. Pero el rumor de tus palabras ha corrompido mi vida.
- No sé que decirte
- ...
- Crees que me has inventado y que yo te necesito para vivir. Tu vanidad te ciega. Vivir o morir
carece de importancia, ¿sabes?
- No digas más mentiras. Piensas que yo no podría existir sin ti y por eso querías eliminarte.
- ¿Y sabes qué es lo peor? ... Llegar a saberlo todo, descubrirlo todo. Descubrir que me soñabas y
haber creído miserablemente en ese sueño. Haber habitado tu sueño y haber perdido el contacto
conmigo misma. Amándote mucho me alejaba de mí, me perdía. Y ahora es difícil volver.
- ¡Lo siento!
- No, no te lamentes. No has sido malo. La maldad no siempre nace de un corazón malo. Has
creído estar en lo correcto y no puedo culparte de nada.
- Y ya no hay salida
- Habría que nacer de nuevo, pero para eso antes habría que morir.
Ana se levantó y pasó raudamente por mi lado. Parecía otra mujer. Su perfume me dolía
hondamente, se hundía en mis huesos y en mi sangre haciéndome temblar. Su olor tan terrestre
que jamás había advertido. Su olor a musgos y ha crisantemos desollados por el sol de marzo. Me
senté en una de las butacas mientras sentía que un par de lágrimas brotaban desde una zona
profunda y desconocida de mi ser. Mi cuerpo se estremeció de dolor y una gran maldad comenzó
a fluir por mis venas hacia el llanto. Era mi primer llanto verdadero.
- Adiós, Mario -me dijo alzando su copa- si es cierto que hay otra vida, espero que no cometamos
el error de encontrarnos nuevamente.
- Adiós, Ana - dije mientras acercaba la copa a mis labios - espero que si existe otra vida no
tengamos que volver a repetir esta escena.
***