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Ministerio Público de la Nación

INTERPONE RECURSO DE CASACIÓN (art. 456 y 457 del C.P.P.)

Excmo. Tribunal Oral en lo Criminal Federal:

SABRINA NAMER; Fiscal de la Procuración


General de la Nación, subrogante a cargo de la Fiscalía General Nº 3
ante los Tribunales Orales en lo Criminal Federal de Capital Federal,
en la causa Nº 759/06, caratulada: "MOSCHINI, Roberto Mateo y
otros s/ negociaciones incompatibles"; ante V.V.E.E.,
respetuosamente, me presento y digo:

I.- OBJETO :

Que en legal tiempo y forma vengo a


interponer recurso de casación en los términos de los arts. 456, incisos
1° y 2º y 457 del C.P.P., contra la resolución dictada por V.V.E.E. en
las presentes actuaciones a fs. 9893/9926 con fecha 10 de marzo del
corriente año en cuanto resuelve:

“I.- DECLARAR LA NULIDAD PARCIAL de


los requerimientos de elevación a juicio presentados por la fiscalía y la
querella a fs. 7201/63, 6539/54 y 8277/8349, en orden al delito de
cohecho y respecto de Gustavo Adolfo Soriani, Juan Carlos
Martínez, Eduardo Vicente D’Alessandro, Alberto Minazzoli, Jorge
Gustavo Siri, Jorge Mario de la Calle, Miguel Jaime Joskowicz,
Ramón Oscar Guzzo, Roberto Marcelo Moschini y Juan Alberto
Massholder y Roberto Mateo Moschini, así como de todo lo actuado
en consecuencia (arts. 18 y 75, inc. 22, de la C.N.; 8.2., inc. b y c, de la
C.A.D.H.; 14.3., inc. a y b, del P.I.D.C.P.; 11.1 de la D.U.D.H.; 167, inc.
3°, y 168 del C.P.P.N.).

II. DECLARAR EXTINGUIDA POR


PRESCRIPCIÓN LA ACCIÓN PENAL respecto de Roberto Mateo
Moschini, Gustavo Adolfo Soriani, Juan Carlos Martínez, Jorge Gustavo
Siri, Alberto Minazzoli, Eduardo Vicente D’Alessandro, Jorge Mario de
la Calle, Juan Alberto Massholder, Miguel Jaime Joskowicz, Ramón
Oscar Guzzo, Roberto Marcelo Moschini, Octavio Rossi, Julio Juan

1
José Leguiza y Arnaldo Liberato Cisilino y, en consecuencia,
SOBRESEER a los nombrados en orden a los delitos por los que fuera
elevada la causa a juicio (arts. 18 y 75, inc. 22, de la C.N.; 8.1. de la
C.A.D.H.; 14.3., inc. c, del P.I.D.C.P.; 25 de la D.A.D.H.; 59, inc. 3°,
336, inc. 1° y 361 del C.P.P.N.).”

II.- PROCEDENCIA :

El recurso de casación interpuesto es


formalmente procedente (art. 438 del C.P.P.), toda vez que se dirige
contra una resolución que imposibilita la continuación de las presentes
actuaciones (art. 457 C.P.P.); ello en tanto se resuelve sobreseer a
todos los imputados por los delitos que se les adjudicara.

Así, se está ante un claro supuesto


asimilable al de sentencia definitiva en tanto se trata de una resolución
que fue dictada en el marco del tratamiento de las cuestiones
preliminares del juicio y se pronuncia sobre asuntos que importan la
extinción del proceso.

En este sentido, tiene dicho De la Rúa que


“la ley equipara a sentencia definitiva a los “autos que pongan fin a la
acción, a la pena, o hagan imposible que continúen las actuaciones”.
También aquí se atiende al efecto de la resolución sobre la suerte del
proceso, al determinar su extinción. Por ello, no interesa que la causa
extintiva sea de naturaleza sustancial o formal: es suficiente que el
auto tenga la virtualidad de ponerle fin o impedir su continuación. El
recurso de casación procede, por tanto, contra el auto de
sobreseimiento…” 1

Es así que resulta de aplicación en autos,


lo establecido por la Sala III de la Excma. Cámara Nacional de
Casación Penal en la causa Nº 93 “KOLEK, Carlos Pedro s/recurso de
casación”, oportunidad en la que sostuvo que “...aún cuando no decidió
sobre el fondo del asunto determinó la imposibilidad de continuar las

1
De la Rúa, Fernando, La casación penal, Depalma, Buenos Aires, 1994, p. 180.

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actuaciones –a diferencia del precedente ‘Zam Zam’ invocado-


causando un agravio de imposible reparación ulterior, equiparándose
de tal modo en este caso concreto, a una sentencia definitiva por sus
efectos (confr. doct. ‘Recurso de hecho deducido por The Royal of
Canadá en la causa Arisnabarreta, Cesar Lino y otros s/defraudación’
Fallos: 306:347 y sus citas del considerando 8°)”...“A ello debe
adunarse que tal resolución no tiene otra vía de impugnación para que
en supuestos de carencia de fundamentación o posibles errores de
derecho puedan ser salvados (conf. De la Rúa, ‘El recurso de casación’
pag. 195)” 2 .

Por lo demás, he de destacar que la


resolución recurrida fue dictada por un Tribunal Oral en lo Criminal
Federal, por lo que esta vía es la única posible para cuestionar su
mérito, el presente escrito es presentado ante V.V.E.E. dentro del
término de diez días de notificada la resolución, y con firma de la
suscripta (art. 463 C.P.P.).

He de señalar, asimismo, que existe un


interés directo en la promoción del presente recurso, en tanto la
resolución impugnada lesiona la función propia del Ministerio Público,
cuál es la de promover la actuación de la justicia en defensa de la
legalidad y los intereses generales de la sociedad (art. 120 de la C.N.),
y le produce a esta parte el gravamen propio de verse impedida de
cumplir esas funciones.

III.- MOTIVOS DEL RECURSO

La presente impugnación se basa tanto en


la causal prevista en el inciso 1º como en la dispuesta en el inciso 2º
del art. 456 del Código Procesal Penal.

Con relación a la causal prevista en el


primero de los incisos del artículo citado –vicio in iudicando- debe
señalarse que el Tribunal ha incurrido en una errónea interpretación de
la garantía de razonable duración del proceso penal, en particular, de
2
CNCP, Sala III, L.L., 1994-E-131.

3
los artículos 8.1 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, 14.3.c del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos, 25 de la Declaración Americana de Derechos Humanos y 59,
inc. 3° del C.P., lo que habilita la instancia casatoria.

El Tribunal realizó una aplicación


automática de la garantía en cuestión, obviando considerar las
circunstancias concretas de la causa que determinaron la duración del
proceso, no reparando pues, en el análisis de los diferentes elementos
a merituar para determinar si el proceso se extendió más allá de toda
medida de razonabilidad.

En cuanto a la causal relativa a la


existencia de vicios in procedendo (art. 456 inc. 2º C.P.), la presente
impugnación se basa en la inobservancia por parte del tribunal oral de
normas procesales establecidas bajo pena de nulidad ya que se realizó
una interpretación errada de los artículos 167 inc. 3°, 170 inc. 1° y 347
del C.P.P. y de los artículos 18 C.N., 8.2 inc. b y c de la C.A.D.H., 14.3
inc. a y b del P.I.D.C.P. y 11.1 de la D.U.D.H. que impidió a este
Ministerio Público ejercer las funciones que le son propias (art. 120
C.N.), violando, asimismo, lo establecido en el art. 123 del digesto de
forma.

En efecto, el Tribunal decidió ingresar en el


tratamiento de la validez de los requerimientos de elevación a juicio
aun cuando había caducado el plazo para el análisis de la cuestión
previsto en el art. 170 inc. 1° C.P.P; interpretó el art. 347 C.P.P. con
excesivo rigor formal, al punto de exigir una descripción del hecho con
un nivel de detalle al que solo, y tal vez, podría arribarse luego del
debate oral; y, por último, pero no menos importante, se realizó una
aplicación errada de los alcances de los artículos 8.2 inc. b y c de la
C.A.D.H., 14.3 inc. a y b del P.I.D.C.P. y 11.1 de la D.U.D.H., que llevó
a concluir que se habría violado el principio de congruencia, aun
cuando en los requerimientos de elevación a juicio no se había incluido
circunstancia alguna que no hubiere sido previamente intimada a los
imputados.

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Nos encontramos pues ante una resolución


arbitraria con una fundamentación meramente aparente como
consecuencia de la cual el Tribunal Oral ha dictado el dispositivo de fs.
9893/9926, apartándose de lo establecido por el art. 123 del C.P. en
orden a la forma en que deben fundarse las resoluciones.

En efecto, la decisión del órgano


jurisdiccional deviene arbitraria al violarse las garantías del debido
proceso contempladas en el art. 18 de la Constitución Nacional, ya que
la resolución no ha sido correctamente fundada, ni resulta una
derivación debidamente razonada del derecho vigente, con aplicación
de las circunstancias que han sido comprobadas en la causa. 3

La arbitrariedad alegada se halla


configurada desde el momento en que los Sres. Jueces del Tribunal
Oral realizaron una interpretación errada del alcance que corresponde
asignarle al artículo 18 de la Constitución Nacional, los arts. 8.1 y 8.2 b
y c de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, 14.3 inc. a,
b y c del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, 11.1 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, 25 de la Declaración
Americana de Derechos Humanos, 59, inc. 3° del C.P. y 167 inc. 3°,
170 y 347 del C.P.P., que importó un inequívoco apartamiento de la
solución normativa prevista para el caso 4 .

En particular, y en lo que a la supuesta


afectación a la garantía a ser juzgado en un plazo razonable respecta,
la resolución impugnada peca de arbitraria en tanto la conclusión a la
que se arriba no encuentra correlato en las circunstancias propias de la
causa, las cuales no son analizadas con detenimiento en los
fundamentos del resolutorio en crisis.

En virtud de ello se ha incurrido en una


concreta inobservancia del art. 123 del C.P.P., configurándose una
nulidad absoluta por implicar la violación de una norma de carácter
3
CSJN, Fallos 305-1945, entre muchos otros. Conf. Navarro-Daray, Código Procesal Penal
de la Nación, Tomo I, Hammurabi, Buenos Aires, 2004, p. 116.
4
Conf., CSJN, Fallos, 261:209; 274:135; 284:110; 297:100; 308:1336; 312:1075; 316:1207.
CNCP, S. II, “Dieguez, Ramón s/ recurso de casación”, causa 7725, Reg. 10412.2, a
contrario sensu.

5
constitucional en lo que hace a la garantías del debido proceso y la
defensa en juicio 5 (artículo 18 de la Constitución Nacional).

En definitiva, nos encontramos ante un


defecto grave en la sustentación del fallo –fundamentación aparente-
que tuvo por resultado una resolución arbitraria en la que se incurre en
una errónea interpretación de los artículos citados, resultando el
recurso procedente conforme lo establecen los incisos 1º y 2º del art.
456 del C.P.P.N., debiendo habilitarse formalmente la instancia de la
casación por la existencia tanto de vicios “in iudicando” como “in
procedendo”, eventualmente reparables por la vía que se intenta 6 .

IV.- ANTECEDENTES :

Habida cuenta de que las impugnaciones


jurídicas a las sentencias y resoluciones de los tribunales de juicio
deben hacerse cumpliendo con el recaudo de autosificiencia 7 , a
continuación se pasará a reseñar los antecedentes y fundamentos de
la resolución recurrida.-

1- LA RESOLUCIÓN RECURRIDA

Como ya se adelantara, el Tribunal resolvió


por unanimidad “I.- DECLARAR LA NULIDAD PARCIAL de los
requerimientos de elevación a juicio presentados por la fiscalía y la
querella a fs. 7201/63, 6539/54 y 8277/8349, en orden al delito de
cohecho y respecto de Gustavo Adolfo Soriani, Juan Carlos
Martínez, Eduardo Vicente D’Alessandro, Alberto Minazzoli, Jorge
Gustavo Siri, Jorge Mario de la Calle, Miguel Jaime Joskowicz,
Ramón Oscar Guzzo, Roberto Marcelo Moschini y Juan Alberto
Massholder y Roberto Mateo Moschini, así como de todo lo actuado
en consecuencia (arts. 18 y 75, inc. 22, de la C.N.; 8.2., inc. b y c, de la
C.A.D.H.; 14.3., inc. a y b, del P.I.D.C.P.; 11.1 de la D.U.D.H.; 167, inc.
5
Conf. CSJN, Fallos 268:266, “Wald, Otto s/art. 302 Código Penal”,
6
CNCP, Sala III, “Kolek, Carlos Pedro s/rec. de casación” causa 93, considerando segundo
con cita del fallo de la Sala I de la misma Cámara en la causa Contreras, Héctor J.
s/recurso de casación”.
7
Conf., C.N.C.P. Sala III, "Xing Mei s/recurso de queja", causa nº 24, rta. el 19 de agos to
de 1993.

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3°, y 168 del C.P.P.N.). II. DECLARAR EXTINGUIDA POR


PRESCRIPCIÓN LA ACCIÓN PENAL respecto de Roberto Mateo
Moschini, Gustavo Adolfo Soriani, Juan Carlos Martínez, Jorge Gustavo
Siri, Alberto Minazzoli, Eduardo Vicente D’Alessandro, Jorge Mario de
la Calle, Juan Alberto Massholder, Miguel Jaime Joskowicz, Ramón
Oscar Guzzo, Roberto Marcelo Moschini, Octavio Rossi, Julio Juan
José Leguiza y Arnaldo Liberato Cisilino y, en consecuencia,
SOBRESEER a los nombrados en orden a los delitos por los que fuera
elevada la causa a juicio (arts. 18 y 75, inc. 22, de la C.N.; 8.1. de la
C.A.D.H.; 14.3., inc. c, del P.I.D.C.P.; 25 de la D.A.D.H.; 59, inc. 3°,
336, inc. 1° y 361 del C.P.P.N.).”

Para así fallar, los Sres. Jueces


comenzaron por reseñar los planteos realizados por las defensas de
Eduardo Vicente D´Alessandro, Roberto Mateo Moschini, Roberto
Marcelo Moschini, Juan Carlos Martínez, Jorge Gustavo Siri, Alberto
Minazzoli, Octavio Rossi, Julio Juan José Leguiza y Gustavo Adolfo
Soriani en cuanto solicitaron que se declare extinguida por prescripción
la acción penal en la presente causa respecto de sus asistidos, por
entender que en las presentes actuaciones se violó la garantía de
duración razonable del proceso.

También se hizo referencia a los planteos


de las asistencias técnicas de Soriani, D´Alessandro, Martínez y Siri en
cuanto postularon la nulidad de los requerimientos de elevación a juicio
de la fiscalía y la querella, obrantes a fs. 7201/63 y 6539/54,
respectivamente, toda vez que, a su criterio, resultarían violatorios del
principio de congruencia, en tanto en ellos se imputó a sus defendidos
el delito de cohecho, siendo que, en ningún caso, dicha figura o
sucesos que así pudieran calificarse habrían sido motivo de intimación
en oportunidad de recibírseles declaración indagatoria; omisión a la
que sumaron la generalidad y falta de precisión en la descripción de las
conductas atribuidas en tales piezas.

En el mismo sentido, se hizo referencia a lo


sostenido por las defensas de D’Alessandro, Minazzoli y Soriani en

7
cuanto requirieron que se declare extinguida la acción penal por
prescripción y al sobreseimiento postulado por los abogados de
D’Alessandro, Roberto Mateo Moschini y Roberto Marcelo Moschini con
fundamento en la inexistencia del original de la denominada “nota de
direccionamiento por razones técnicas”.

Luego se hizo mención a lo postulado por el


representante de la querella y por quien suscribe al correrse vista en la
audiencia de debate de las pretensiones deducidas por las defensas.

Reseñado cuanto antecede se decidió tratar


separadamente los pedidos de nulidad de los requerimientos de
elevación a juicio y, consecuentemente, la extinción de la acción penal
por prescripción, para luego abordar la denunciada afectación a la
garantía de la duración razonable de un proceso.

Así, se comenzó por estudiar lo atinente a


la nulidad de los requerimientos de elevación a juicio con relación al
delito de cohecho. A tal fin, en primer lugar, se reseñó el contenido de
la denuncia que diera origen a la causa, su ratificación, los
requerimientos fiscales de instrucción y las intimaciones efectuadas a
los imputados al momento de ser oídos en declaración indagatoria.

Sostuvo el Tribunal, que “los sucesivos


requerimientos de instrucción efectuados por los Sres. representantes
del Ministerio Público Fiscal… permiten advertir, por un lado, el incierto
derrotero que ha tenido la pesquisa a todo lo largo de la etapa anterior
y, por otro, la falencia evidente en que aquellos incurrieron al omitir
describir en dichas piezas, aunque más no fuese de manera genérica,
qué hechos encontraban adecuación típica en las figuras de cohecho
activo y pasivo y cuál el accionar que, en ese cometido, emprendió
cada uno de los sujetos pasibles de tal reproche”.

Luego agregaron los jueces que “en un


claro incumplimiento de lo preceptuado en el inc. 2° del art. 188 del
código de forma, los señores fiscales se limitaron a requerir la
ampliación del marco de la pesquisa “en orden a los hechos que
podrían resultar los previstos por los arts. 256 y 258 del Código Penal”,

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sin explicar, ni siquiera mínimamente, la base fáctica que daba


sustento a esas calificaciones. Así, se imputó primeramente a los
empleados de “I.B.M. Argentina S.A.” la comisión del delito previsto en
el art. 174, inc. 5°, en función del art. 173, inc. 7°, del Código Penal
(confr. fs. 161/3), utilizando para ello afirmaciones genéricas e
indeterminadas que omitieron describir cuales fueron las maniobras
que habrían llevado a cabo los imputados, encaminadas a defraudar a
la Administración Nacional de la Seguridad Social; falencias de las que
también hicieron gala las imputaciones de cohecho que, más tarde,
también se les efectuaron (cfr. fs. 1242/3 vta. y fs. 5913/4 vta.)”.

Es que, según el tribunal: “en procesos con


numerosos imputados, se ha convertido en una práctica corriente la de
no personalizar el hecho que se imputa a cada de ellos, de manera que
impide conocer acabadamente la acción atribuida, con todas las
circunstancias de modo, tiempo y lugar que la definen como un
comportamiento singular, sin que puedan omitirse elementos que la
caractericen jurídicamente (cfr., Maier, Julio B., “Derecho Procesal
Penal”, T. I, pág. 560, Ed. del Puerto). Adviértase que en oportunidad
de comparecer Roberto Mateo Moschini a ejercer su defensa (fs.
1878/81), con la sola modificación de su cargo -Subgerente General de
Informática-, como se hizo con cada uno de los procesados, fue
informado de los hechos primero y segundo que también se les
hicieran saber a Jorge Gustavo Siri, Alberto Minazzoli, Eduardo
Vicente D’Alesandro, Gustavo Adolfo Soriani, Jorge Mario de la Calle,
Juan Carlos Martínez, Juan Alberto Massholder, Roberto Marcelo
Moschini, Ramón Oscar y Guzzo y Miguel Jaime Joskowicz. Recién en
la octava ocasión en que compareció ante el juez instructor, el 23 de
septiembre de 1997, fue intimado, luego de reiterársele los ya
concretados, en orden a los hechos tercero y cuarto que se les hicieran
conocer a los dependientes de “I.B.M. Argentina S.A.”.

Que similar situación se habría producido,


según el Tribunal Oral, también en lo que respecta a las indagatorias
de Octavio Rossi (fs. 1960/70 y fs. 2761/66), Julio Juan José Leguiza

9
(fs. 2251/61 y fs. 2768/74 vta.) y Arnaldo Liberato Cisilino (fs. 2238/42
y fs. 2793/2814).

De todo ello se colige, que las intimaciones


fueron efectuadas de “un modo general e impreciso” que “se parece
más a una crítica por un mal negocio que a una imputación delictual”.

Que el tribunal entendió, entonces, que la


descripción de los hechos formulada por los fiscales en el
requerimiento de elevación a juicio (fs. 7201/7263), en cuanto allí se
describe un presunto cohecho, afectó la garantía de defensa en juicio
de los imputados y el debido proceso (CN, art. 18), como así también
las disposiciones del artículo 8.2.b de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos que establece, entre las garantías mínimas que
posee toda persona sometida a enjuiciamiento penal, la “comunicación
previa y detallada [...] de la acusación formulada”, ya que en ningún
momento aquel acontecimiento “les fue intimado a los sujetos pasivos
del proceso, tampoco fue objeto, en dicha pieza, de un desarrollo
posterior, de manera que nunca los representantes del Ministerio
Público Fiscal o el juez instructor informaron cómo se materializó y en
qué consistió la propuesta indirecta que Gustavo Adolfo Soriani, en
complicidad con directivos y empleados de “I.B.M. Argentina S.A.”, le
habrían efectuado a Moschini”.

En esa línea, se señaló en la resolución


que “los fiscales solo se limitaron a describir las funciones que aquellos
ejercían en la empresa multinacional, indicando los trámites de los que
cada uno se habría encargado, pero sin vincular, en ningún caso, algún
acto por parte de ellos relacionado con la indicada promesa, la que, a
su vez, nunca describieron a efectos de demostrar “la complicidad” de
los empleados con Soriani. La inconsecuencia fiscal, tolerada por los
órganos judiciales intervinientes, llegó al extremo de imputarse a
Soriani, en el mismo requerimiento, conductas divergentes y
contrapuestas entre sí”.

Los jueces entendieron -en definitiva- que


en lo que respecta al presunto cohecho, la imputación recién “se

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concretó, de modo tardío, en el singular requerimiento de elevación a


juicio”; sin que dicha falencia pueda ser subsanada por las preguntas
específicas que se les efectuaron a Roberto Mateo Moschini, Soriani y
Massholder en sus indagatorias, acerca de si el primero recibió y los
restantes entregaron una dádiva.

Ello sería así porque “en ninguna de las


indagatorias prestadas por Roberto Mateo Moschini (fs. 1878/1880,
1924/1935 y 2456/2460), Gustavo Adolfo Soriani (fs. 2554/2571), Juan
Carlos Martínez (fs. 1982/1988), Eduardo Vicente D’Alessandro (fs.
2538/2549), Alberto Minazzoli (fs. 2471/2481), Jorge Gustavo Siri (fs.
2287/2299), Jorge Mario de la Calle (fs. 5930/5935), Juan Alberto
Massholder (fs. 2159/2162 y 5461/5462), Miguel Joskowicz (fs.
5962/5964), Oscar Guzzo (fs. 5958/5960) y Roberto Marcelo Moschini
(fs. 5529/5531), al ser intimados, se describe suceso alguno que pueda
quedar alcanzado por las previsiones de los arts. 256 o 258 del Código
Penal; antes bien, se realizan descripciones vagas acerca de una
negociación –presuntamente irregular- entre la A.N.Se.S. y la empresa
“I.B.M. Argentina S.A.”. Más aun, estas informaciones no solo no
señalan qué habría hecho cada uno sino que están redactadas en
tiempo potencial, por lo que ni siquiera resultan asertivas”.

De este modo, se afirmó en el fallo, “la


querella y la fiscalía han modificado el acontecimiento imputado a los
antes nombrados, incluyendo conductas que devendrían alcanzadas
por los artículos 256 y 258 del Código Penal y que nunca habían sido
intimadas. De tal suerte, siendo los requerimientos de elevación a
juicio los que fijan la plataforma fáctica sobre la que ha de versar el
debate y la sentencia, en autos este trascendental acto final del
proceso recaería sobre hechos que no han sido intimados a los
imputados”.

Que entonces, concluyeron los Sres.


Jueces en que se había violado “el principio de correlación o
congruencia por parte de los acusadores desde que sus
presentaciones no toman en consideración los sucesos que fueran

11
realmente intimados, sino que consideran otros diferentes, lo cual
afecta la intervención de los imputados en el proceso, constituyendo
ello una causal de nulidad absoluta de orden general, por afectar la
intervención del imputado (arts. 167 y 168 del Código Procesal Penal
de la Nación). En cuanto a la existencia de un perjuicio, este reside en
que, de mantenerse incólumes las presentaciones de los acusadores
efectuadas en los términos del art. 347 del código de rito, la sentencia
sólo podría versar sobre hechos que nunca habían sido
adecuadamente intimados a los encausados (artículo 401 del
C.P.P.N)”; y agregaron “existe una notoria vaguedad en la enunciación
de los sucesos que las partes acusadoras, tanto privada como pública,
consideran constitutivos del delito de cohecho activo y pasivo. No se
conoce cómo es que Soriani y las demás personas vinculadas a IBM
ofrecieron (se desconoce si directa o indirectamente) la dádiva a
Moschini; tampoco puede visualizarse cuál es la conducta desarrollada
por los restantes directivos de la empresa, ni de “Turbosistemas S.A.”.

Y agregaron que también “los


requerimientos violan las previsiones del art. 347, último párrafo, en
cuanto requiere que contengan una relación clara, precisa y
circunstanciada de los hechos” y por ello “dificultan notoriamente la
intervención de los imputados y sus defensas, por lo que también por
estos motivos corresponde declarar la nulidad de los requerimientos
mencionados, a la luz de las mismas normas antes citadas”.

Como corolario de lo expuesto se concluyó


que “…corresponde declarar la nulidad parcial de los requerimientos de
elevación a juicio de la querella (fs. 6539/6554 y 8277/8349) y de la
fiscalía (fs. 7201/7263), en orden al delito de cohecho y respecto de
Gustavo Adolfo Soriani, Juan Carlos Martinez, Eduardo Vicente
D’Alessandro, Alberto Minazzoli, Jorge Gustavo Siri, Jorge Mario de la
Calle, Miguel Joskowicz, Oscar Guzzo, Roberto Marcelo Moschini,
Roberto Mateo Moschini y Juan Alberto Massholder y de todo lo obrado
en su consecuencia…”.

Determinada la nulidad de los

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requerimientos de elevación a juicio con relación al delito de cohecho


activo y pasivo, se entendió que la acción penal con referencia a dicho
ilícito se encuentra prescripta, puesto que “…los últimos actos
jurisdiccionales que podrían considerarse como secuela de juicio lo
constituyen, según corresponda, los autos de procesamiento de fs.
2630/60 y 6295/6327, habiendo transcurrido, desde entonces,
holgadamente, el plazo establecido en el art. 62, inc. 2°, del Código
Penal, por lo que corresponde tener por extinguida la acción penal con
relación al delito de cohecho, respecto de los procesados Gustavo
Adolfo Soriani, Juan Carlos Martínez, Eduardo Vicente D’Alessandro,
Alberto Minazzoli, Jorge Gustavo Siri, Jorge Mario de la Calle, Miguel
Joskowicz, Oscar Guzzo, Roberto Marcelo Moschini, Roberto Mateo
Moschini y Juan Alberto Massholder, dictando el correspondiente
sobreseimiento, al no haberse verificado, respecto de ninguno de ellos,
la comisión de un nuevo delito (arts. 59, inc. 3°, 67, a contrario sensu,
256 y 258 del código citado, texto según ley 16.648, 361 del Código
Procesal Penal)”.

En segundo término se dedicó el Tribunal a


analizar la posible afectación a la garantía de duración razonable del
proceso. A este fin, se comenzó por intentar delimitar los alcances de
la garantía. Para ello se acudió a citas de fallos de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación y de la Cámara Nacional de Casación Penal,
así como a informes de la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos y a las opiniones de diversos especialistas en la materia.
Luego, el Tribunal se adentró, aunque de modo superficial, en el
tratamiento de las concretas circunstancias del caso.

Así se comenzó por sostener que: “…los


casi quince años transcurridos desde el inicio del proceso, según la
reseña efectuada, imponen al Tribunal la necesidad de realizar una
ponderación global que permita evaluar si tan dilatado trámite, durante
el cual los imputados, a más de la situación de incertidumbre, han
debido soportar las limitaciones propias del sometimiento a un proceso
penal, cuyo final, por lo demás, resulta imposible avizorar como

13
cercano, encuentra explicación suficiente en la particular complejidad
del asunto o en la cantidad de imputados, tal como alegaron los
acusadores, o en una actividad procesal dilatoria de los interesados
-planteos o recursos abusivos, provocando suspensiones
injustificadas- o por la conducta de las autoridades judiciales; todo ello
en desmedro del compromiso del Estado de prestar una justicia ágil y
rápida”.

Luego se refirió que “…transcurridos dos


años y medio del inicio de la pesquisa, el proceso contaba con diez
imputados, de los catorce que han llegado a juicio, con sus
procesamientos confirmados por la cámara de apelaciones y con gran
parte del sustrato probatorio colectado; tras ello, la instrucción entró en
un inexplicable letargo que hizo que dicha etapa culminara casi ocho
años más tarde” y que “si bien es cierto de que luego de la
confirmación de dichos procesamientos la investigación se extendió a
otras personas, no lo es menos la evidente demora en que incurrió el
juez instructor al conferir, casi cuatro años después de aquellos
pronunciamientos, vista a los acusadores, en los términos del art. 346
del C.P.P.N., sin que los testimonios recibidos y los peritajes
encomendados en ese prolongado lapso alcancen para explicar tal
proceder”.

Se agregó que “tampoco sirve, en ese


cometido, afirmar que la circunstancia de haber ampliado el
procesamiento de Massholder respecto del delito de negociaciones
incompatibles, en la oportunidad en que también procesó a Guzzo, De
La Calle, Joskowicz y Roberto Marcelo Moschini, impidió elevar a esta
instancia un tramo significativo del proceso”.

Se criticó también que una vez corrida la


vista a tenor del art. 346 los fiscales solicitaran aguardar, para formular
su requerimiento de elevación a juicio, a que se encontrasen resueltas
las apelaciones de los cinco procesados en segundo término,
acarreando una espera adicional de ocho meses. También se
cuestionó que “entre el auto de elevación a juicio y la efectiva remisión

14
Ministerio Público de la Nación

de las actuaciones a esta sede, transcurrieron algo más de dos


años…”.

Entendió el Tribunal que “…las demoras


sustanciales evidenciadas en el trámite del proceso mal pueden
atribuirse a la actividad de las defensas, ya que si bien es cierto que su
actuación profundizó, en algunos tramos de la causa, los retardos
señalados, también lo es que aquellas intervenciones, tal como lo
reconoció la Sra. fiscal, no significaron una actividad deliberadamente
encaminada a obstruir el avance del proceso, ni un ejercicio que pueda
tildarse de abusivo del derecho de defensa en juicio”.

En esta misma línea se sostuvo que “…más


allá de aquellos planteos que podrían considerarse como un ejercicio
corriente de la práctica defensista, esto es, apelaciones de los autos
de procesamiento, planteos de prescripción de la acción penal y
nulidad de los requerimientos de elevación a juicio, sólo se cuenta,
pese a los numerosos imputados, con siete incidencias a lo largo de
una dilatada instrucción: nulidad del peritaje contable, de la inspección
llevada a cabo en las oficinas de A.N.Se.S., del auto de procesamiento
y del auto de elevación a juicio, como también dos pedidos de
recusación y uno de falta de acción”.

Posteriormente, el Tribunal criticó los


dichos de quien suscribe al contestar la vista que se corriera en el
marco de la audiencia de debate, con relación a los derechos de la
sociedad entendida en su calidad de víctima de los delitos contra la
administración pública. Luego se realizaron diversas apreciaciones en
orden a la “responsabilidad” del propio sistema procesal por la
violación de la garantía en estudio.

Finalmente, el Tribunal concluyó que “…se


ha vulnerado la garantía de razonable duración del proceso y, en
consecuencia, ya no subsiste la acción penal; por lo cual, corresponde
declarar extinción de la acción penal por prescripción respecto de
Roberto Mateo Moschini, Julio Alberto Massholder, Arnaldo Liberato
Cisilino, Julio Juan José Leguiza y Octavio Rossi, sin perjuicio de los

15
derechos de las partes de naturaleza patrimonial”.

A lo que agregó que “…sin perjuicio de lo


resuelto en este mismo decisorio con respecto Gustavo Adolfo Soriani,
Eduardo Vicente D’Alessandro, Alberto Minazzoli, Jorge Gustavo Siri,
Juan Carlos Martínez, Jorge Mario de la Calle, Julio Juan José
Leguiza, Octavio Rossi y Roberto Marcelo Moschini, cabe considerar
extensiva a su respecto la insubsistencia de la acción penal que se ha
enunciado”.

2- R ELATO DEL DESARROLLO DE LA CAUSA

Las presentes actuaciones tuvieron su


inicio el 29 de marzo de 1996 a raíz de la denuncia realizada por
Alejandro Bramer Markovic, por entonces Director Ejecutivo de la
Administración Nacional de la Seguridad Social dando cuenta, entre
otras cosas, que tanto el Subgerente de informática de la ANSES, Lic.
Roberto Moschini, como su esposa Beatriz Carolina Itre y su hijo
Edgardo Moschini integraban el directorio de la empresa “Managment
and Work S.A.”, una de las proveedoras de la empresa IBM Argentina
S.A. en el marco de la orden de compra n° 216/94.

A fs. 6/8 la fiscalía requirió la instrucción de


la causa “en orden, en principio, a la presunta comisión del delito
previsto y penado por el art. 265 del Código Penal”. Realizados ocho
allanamientos y recabados siete testimonios, el 24 de abril de 1996 el
Sr. fiscal de grado amplió el requerimiento de instrucción en orden a
los delitos previstos y penados por los artículos 174 inc. 5° en función
del art. 173 inc. 7° y 265 del C.P. imputando a Massholder, Soriani,
Martínez, Goyret, Siri, Minazzoli, Gastón, Sant Ambrosio y
D’Alessandro (fs. 161/163).

Realizados dos nuevos allanamientos y


escuchadas a quince personas en declaración testimonial, la fiscalía
amplió nuevamente el requerimiento de instrucción (fs. 1242/1243) “en
orden a hechos que podrían resultar los previstos por los arts. 256 y

16
Ministerio Público de la Nación

258 del Código Penal…”.

Transcurridos cuatro meses y luego de


realizados otros dos allanamientos y recabado el testimonio de
cuarenta y cinco testigos el 1° de julio de 1997 se resolvió llamar a
indagatoria a Soriani, Moschini, Massholder, Cisilino, Rossi, Leguiza,
Martínez, Siri, Goyret, Gastón, Minazzoli, Sant Ambrosio y
D’Alessandro (fs. 1708/1709). Luego, con fecha 12 de noviembre del
mismo año se volvería a llamar a indagatoria a Cisilino, Rossi y
Leguiza (fs. 2628).

Recepcionadas las correspondientes


declaraciones indagatorias, con fecha 13 de noviembre de 1997 se
dispuso el procesamiento de Martínez, Sant Ambrosio, Siri, Goyret,
D’Alessandro, Minazzoli, Soriani, y Massholder por el delito de cohecho
activo y de Roberto Mateo Moschini por el delito de cohecho pasivo en
concurso con el delito de negociaciones incompatibles, (fs.
2630/2660).

Entre el 18 y el 20 de noviembre de 1997 la


fiscalía y las defensas de Soriani, D’Alessandro, Minazzoli, Sant
Ambrosio, Goyret, Siri, Martínez, Massholder y Moschini, interpusieron
recursos de apelación contra el auto de procesamiento, (fs.
2680/2728).

Luego de escuchar en declaración


indagatoria a Cisilino, Rossi y Leguiza (fs. 2761/2814), el Sr. Juez de
grado resolvió procesarlos en orden al delito de administración
fraudulenta en perjuicio de la administración pública (art. 173 inc. 7° y
174 inc. 5° del C.P.). A fs. 2896/2904 las defensas apelaron la
resolución.

A fs. 3542/3550 la Cámara Federal


confirmó los procesamientos de Arnaldo Cisilino, Octavio Rossi y Juan
José Leguiza. El 23 de diciembre de 1998, de igual modo, confirmó los
procesamientos de Juan Carlos Martinez, Oscar Sant Ambrosio, Jorge
Siri, Martín Goyret, Eduardo D’Alessandro, Alberto Minazzoli, Gustavo
Soriani, Roberto Mateo Moschini y Juan Alberto Massholder (fs.

17
3918/3944).

En dicha oportunidad, además, la Cámara


ordenó la realización de una serie de medidas, declaraciones
testimoniales y declaraciones indagatorias.

De conformidad con lo ordenado por la


alzada, el 10 de mayo de 1999 se llamó a declaración indagatoria a
Edgardo Moschini, Beatriz Carolina Itre, Jorge Bonini, Marta Burman,
Juan Alberto Massholder, Juan Carlos Moschini, Oscar Guzzo, Nestor
Trigueros, Miguel Joskowicz, Roberto Perez Torruela, Roberto Marcelo
Moschini, Roberto Ramallo, Jorge de la Calle, Alberto Koppe, Ricardo
Dickman y Victor Piva (fs. 3995/3997).

En lo sucesivo se tomaron las


declaraciones indagatorias ordenadas, además de cincuenta
testimoniales. También se recabaron veinticinco informes de diversos
organismos y se realizaron tres peritajes, dos contables (fs. 4738/4748
y 5287/5309) y uno informático (fs. 6022/6074).

A fs. 6295/6327 se dictó el procesamiento


de Victor Hugo Piva, Gustavo del Pino y Alejandro Val en orden al
delito de administración fraudulenta en perjuicio de la administración
pública (art. 173 inc. 7° en función del art. 174, inc. 5° C.P.); de Jorge
de la Calle, Roberto Marcelo Moschini, Oscar Guzzo y Miguel
Joskowicz por el delito de cohecho activo (art. 258 C.P.) y de Alberto
Massholder por el delito de negociaciones incompatibles (art. 265
C.P.). Asimismo se sobreseyó a Hernán Gastón, Martín Goyret,
Ricardo Dickman, Alberto Koppe, Edgardo Esteban Moschini, Carolina
Beatriz Itre, Jorge Federico Bonini, Marta Burman, Néstor Trigueros,
Roberto Perez Torruela y Juan Carlos Moschini.

Contra dicha resolución interpusieron


recursos de apelación la fiscalía (fs. 6328/6329), Alejandro Val (fs.
6337/6338), la ANSES (fs. 6341/6342), Victor Piva (fs. 6343/6344),
Jorge de la Calle (fs. 6355/vta.), Miguel Joskowicz (fs. 6360/6362),
Oscar Guzzo (fs. 6363/6365), Alberto Massholder (fs. 6366/6369) y
Roberto Marcelo Moschini (fs. 6374/6376).

18
Ministerio Público de la Nación

El 4 de octubre de 2002 el juez instructor


corrió vista a la fiscalía y a la querella en los términos del art. 346
C.P.P. respecto a las personas cuyo procesamiento ya había quedado
firme (fs. 6507).

A fs. 6539/6554 la querella requirió la


elevación de la causa a juicio imputando a Roberto Mateo Moschini los
delitos de cohecho pasivo y negociaciones incompatibles con la función
pública en concurso ideal, a Juan Alberto Massholder el delito de
cohecho activo, a Cisilino, Leguiza y Rossi los delitos de cohecho
pasivo y a Martínez, Sant Ambrosio, Siri, Minazzoli, D’Alessandro y
Soriani los delitos de cohecho activo.

La fiscalía, en cambio, entendió que no


correspondía expedirse hasta tanto la Cámara Federal resolviera la
situación de los coimputados cuyo procesamiento aún no se
encontraba firme (fs. 6558).

El 8 de abril de 2003 la Cámara confirmó el


procesamiento de Jorge de la Calle, Roberto Marcelo Moschini, Oscar
Guzzo, Miguel Joskowicz y Juan Alberto Massholder, revocó el
procesamiento de Víctor Piva y Alejandro Val y confirmó el
sobreseimiento de Hernán Gastón, Martín Goyret, Ricardo Dickman y
Alberto Koppe, (fs. 6733/6770).

Confirmados los procesamientos, a fs.


7201/7263 la fiscalía requirió la elevación de la causa a juicio. En dicha
oportunidad se calificó los hechos imputados a Roberto Mateo Moschini
como cohecho pasivo en concurso ideal con negociaciones
incompatibles con la función pública en carácter de autor (arts. 256 y
265 del C.P.); a Gustavo Soriani como cohecho activo en carácter de
autor (art. 258 C.P.); a Juan Carlos Martinez, Eduardo D’Alessandro,
Alberto Minazzoli, Jorge Siri, Jorge de la Calle, Juan Alberto
Massholder, Miguel Joskowicz y Oscar Guzzo como cohecho activo en
carácter de partícipes necesarios (art. 258 C.P.), en concurso ideal, en
el caso de Massholder, con el delito de negociaciones incompatibles en
carácter de partícipe necesario (art. 265 C.P.); a Roberto Marcelo

19
Moschini como cohecho activo en carácter de partícipe secundario (art.
258 C.P.) y a Arnaldo Cisilino, Octavio Rossi y Juan José Leguiza
como coautores de administración fraudulenta en perjuicio de la
administración pública (art. 174 inc. 7° en función del art. 173 inc. 5°).

A fs. 7264 se corre vista a las defensas a


tenor del art. 349 C.P.P., contestando la defensa de Roberto Mateo
Moschini a fs. 7347/7397, de Massholder, Guzzo y Joskowicz a fs.
7403/7431, de Soriani a fs. 7432/7444, de D’Alessandro a fs.
7445/7455, de Rossi y Leguiza a fs. 7467/7485 y de Siri a fs.
7501/7518.

El 27 de septiembre de 2004 se dictó el


auto de elevación a juicio, declarándose clausurada la instrucción y
parcialmente nulo el requerimiento de elevación a juicio confeccionado
por la querella respecto de Arnaldo Cisilino, Octavio Rossi y Julio
Leguiza, (fs. 7622/7634).

Luego de dictado el auto de elevación a


juicio se formaron y tramitaron 18 incidentes por diversas
presentaciones efectuadas por las defensas. Resueltas las incidencias
finalmente el 25 de octubre de 2006 se elevó la causa a juicio.

El 27 de noviembre de 2006 el Tribunal


Oral en lo Criminal Federal N° 4 se declaró incompetente y remitió la
causa al Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 3 por conexidad con
las actuaciones caratuladas “Dadone, Aldo s/ defraudación contra la
administración pública” -causa n° 509/05-, (fs. 8114/8116).

A fs. 8251/5252 el Tribunal declaró la


nulidad parcial del auto de elevación a juicio por no haberse expedido
la querella con relación a algunos de los imputados en autos en la
oportunidad prevista en el art. 346 C.P.P.

Requerida que fuera la elevación a juicio


por la querella respecto a los imputados faltantes (fs. 8277/8349), la
defensa de Guzzo promovió incidente de nulidad del requerimiento de
la querella (8364/8374). A fs. 8455/8456 el juzgado instructor rechazó

20
Ministerio Público de la Nación

el planteo pero, no obstante, declaró por otros motivos, la nulidad


parcial de dicho requerimiento. El 31/3/08 se declaró, nuevamente,
clausurada la instrucción y se elevaron las actuaciones (fs. 8458).

Arribada nuevamente la causa al Tribunal


Oral, a fs. 8516 se citó a las partes a juicio a tenor del art. 354 C.P.P.,
presentando luego las partes los correspondientes ofrecimientos de
prueba, el último de los cuales fue finalmente adjuntado el 20 de
octubre de 2008, (fs. 8810/8811).

A fs. 8827/8836 el Tribunal dictó el auto de


admisibilidad de la prueba, haciendo lugar a numerosas medidas de
instrucción suplementaria solicitadas por las partes. Deducidas
diversas reposiciones y presentados varios escritos con aclaraciones a
fs. 9210/9211, con fecha 20 de agosto de 2009 el Tribunal hizo lugar a
otras medidas de prueba.

Recabadas las diversas pruebas requeridas


por las partes por instrucción suplementaria (la última fue agregada con
fecha 12/5/10 –fs. 9537/9538-), a fs. 9548 (30 de junio de 2010) se fijo
fecha de iniciación del debate para el 19 de octubre del año pasado, la
que finalmente, en razón del reordenamiento del cronograma de
audiencias del Tribunal (fs. 9582) y la fijación de audiencias de juicio
en causas con imputados en prisión preventiva, fue diferida para el 22
de febrero del corriente año, (fs. 9615).

V.- FUNDAMENTACIÒN

1- L A NULIDAD DE LOS REQUERIMIENTOS


DE ELEVACIÓN A JUICIO

a. Introducción

De los fragmentos transcriptos de la


resolución atacada surge, a simple vista, que los motivos por los cuales
el Tribunal ha entendido que corresponde declarar la nulidad parcial del
requerimiento de elevación a juicio de la fiscalía de fs. 7201/7263 son,

21
básicamente, dos:

i. por una presunta violación al principio de


congruencia, en razón de que no se habrían tomado en consideración
los sucesos que fueron realmente intimados a los imputados en
oportunidad de sus indagatorias, sino que se valoraron otros diferentes,
lo cual afectaría la intervención de aquellos en el proceso,
constituyendo ello una causal de nulidad absoluta de orden general; y

ii. porque en dicha pieza –y en otras más


que obran en la causa- existiría una notoria vaguedad en la
enunciación de los sucesos que la fiscalía consideró constitutivos del
delito de cohecho activo y pasivo; de tal suerte, el requerimiento
violaría las previsiones del art. 347, último párrafo, del CPPN, en
cuanto requiere que contenga una relación clara, precisa y
circunstanciada de los hechos.

Trataré de demostrar a lo largo de esta


impugnación que la resolución dictada por el Tribunal resulta arbitraria,
en razón de que ninguno de los motivos recién enunciados se advierten
en el requerimiento de elevación a juicio de la fiscalía: ni se ha violado
el principio de congruencia, ni tampoco se han transgredido las
previsiones del art. 347, último párrafo, del CPPN; a lo sumo podría
decirse que el hecho fue relatado de un modo que no le gustó al
tribunal mas ello de manera alguna alcanza para la sanción adoptada
máxime tomando en cuenta el momento procesal en que la cuestión
fue planteada.

Previo a avanzar sobre este tópico, y por su


importancia en el caso, como cuestión preliminar, voy a abordar la
cuestión relativa a la oportunidad procesal en que el Tribunal ha venido
a declarar la nulidad parcial del requerimiento fiscal.

b. Oportunidad de la declaración de
la nulidad

La nulidad es una sanción procesal por la

22
Ministerio Público de la Nación

cual se declara inválido un acto del proceso, privándolo de sus efectos,


en razón de haber sido realizado de modo contrario a la ley. Sabido es
que se trata de un remedio excepcional y de interpretación
restrictiva (art. 2 CPP).

El Código Procesal Penal distingue entre


nulidades expresas (art. 166) y genéricas (art. 167), según estén o no
previstas en alguna disposición de carácter procesal.

También es posible diferenciar –tal como


surge del art. 168 del CPPN- entre absolutas y relativas, ya sea que
puedan ser declaradas de oficio en cualquier estado y grado del
proceso, o solo a petición de parte. Afirma D’Álbora al respecto que las
absolutas “son insubsanables y sólo la cosa juzgada tiene aptitud para
detraer la posibilidad de invalidarlas”, mientras que las relativas
“pueden resultar saneadas si no se insta la invalidez en forma
tempestiva” 8 . La regla es que todas las nulidades son relativas y, por
ende, subsanables, salvo que impliquen una afectación constitucional.

Hechas estas aclaraciones, corresponde


adelantar que, tal como explicaré en los puntos siguientes, no hubo en
este caso ninguna afectación constitucional al principio de congruencia
y, por ende, al derecho a la defensa en juicio. De modo que de
entenderse que en el requerimiento fiscal de elevación hubo algún
vicio, éste debió ser considerado –en todo caso- como una nulidad
relativa que, por regla, resultaba subsanable (rigen en esta cuestión
los principios de conservación y trascendencia), motivo por el cual la
discusión acerca de la validez de los requerimientos acusatorios
se encontraba precluida.

En efecto, los planteos de nulidad


articulados por las defensas fueron efectuados en la oportunidad
prevista en el art. 376 del CPPN, es decir, que las asistencias técnicas
de los imputados los interpusieron como una cuestión preliminar
inmediatamente después de abierto el debate. El texto del citado
artículo –en lo que aquí importa- reza: “inmediatamente después de
8
D’Álbora, Francisco J., Código Procesal Penal de la Nación. Anotado. Comentado.
Concordado, 8ª ed., Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2009, p. 245

23
abierto por primera vez el debate, serán planteadas y resueltas, bajo
pena de caducidad, las nulidades a que se refiere el inciso 2 del
artículo 170 y las cuestiones atinentes a la constitución del tribunal” . La
norma es inequívoca en cuanto a que las nulidades a las que se refiere
el inc. 2 del art. 170 del CPPN, son las producidas en los actos
preliminares del juicio.

Por su parte, las que se hubieren producido


durante la instrucción, sólo pueden ser opuestas, bajo pena de
caducidad, durante aquella etapa o en el término de citación a juicio
(art. 170, inc. 1° CPP).

La caducidad, afirma D’Álbora, radica en la


falta de ejercicio –en tiempo útil- por su titular, de la facultad otorgada
por la ley 9 . En consecuencia, fácil es advertir que la cuestión relativa a
las nulidades que podrían haberse suscitado en la etapa de instrucción
ya había precluido. La preclusión –valga la aclaración- consiste en la
imposibilidad de conducir el proceso a etapas ya superadas por
haberse agotado o consumido la posibilidad de afrontarlas.

La conclusión a la que recién se ha


arribado surge, además, de la actividad de contralor sobre los actos de
la instrucción que en su oportunidad realizó el propio Tribunal Oral.

En efecto, resulta por demás llamativo y


sorprendente que los vicios que el Tribunal dice ahora haber
advertido en los requerimientos de elevación a juicio de la fiscalía
y la querella, no hayan sido señalados al momento de verificar, de
acuerdo al art. 354 C.P.P., el cumplimiento de las prescripciones
de la instrucción.

Dicha norma, en su parte pertinente,


establece que lo primero que debe realizar el Tribunal de juicio una vez
que ha recibido el proceso del juzgado instructor es verificar “…el
cumplimiento de las prescripciones de la instrucción”, y que recién
luego deberá citar “al ministerio fiscal y a las otras partes a fin de que
en el término de diez (10) días, comparezcan a juicio, examinen las
9
Op. cit., p. 248.

24
Ministerio Público de la Nación

actuaciones, los documentos y las cosas secuestradas, ofrezcan las


pruebas e interpongan las recusaciones que estimen pertinentes”.

De modo que estas falencias que en la


resolución atacada se le imputan a los requerimientos, debieron ser
señaladas y eventualmente sancionadas por el Tribunal durante la
citación a juicio.

Afirman al respecto Navarro y Daray que en


aquella oportunidad “ha de controlarse si la indagatoria fue cumplida
en legal forma, si ésta guarda congruencia con el auto de
procesamiento, si ocurre otro tanto con el requerimiento de
elevación a juicio…”, y agregan “el incumplimiento o, aun, el
defectuoso cumplimiento de algunos de dichos presupuestos acarreará
la vuelta a la etapa instructoria, pues invalidará la clausura” 10 .

Que entonces, si el Tribunal consideró


que los requerimientos de elevación eran nulos, debió en su
oportunidad así declararlo y devolver la causa a la etapa anterior a
fin de que vuelvan a tramitarse los pasos necesarios para la clausura
de la instrucción.

Por lo demás no puede dejar de


considerarse que los actos posteriores llevados a cabo por el Tribunal
tuvieron como base de producción, necesariamente, parte de los actos
declarados nulos. En este punto no se entiende, por ejemplo, como se
pudo haber proveído la prueba y opinado sobre la pertinencia de las
medidas propuestas por las partes cuando supuestamente no podía
comprenderse la hipótesis fáctica reprochada en el requerimiento de
elevación a juicio.

Empero, la resolución impugnada, desde


esta óptica, resulta aún más inexplicable teniendo en cuenta que el
Tribunal Oral, al momento de realizar aquel control de legalidad de la
etapa instructoria, declaró –con fecha 17 de septiembre de 2007 (cfr.
fs. 8251/8252)- la nulidad parcial del auto de elevación de fs.
10
Navarro, Guillermo Rafael y Daray, Roberto Raúl, Código Procesal Penal de la Nación.
Análisis doctrinal y jurisprudencial, 2ª ed., t. 2, Ed. Hammurabi, Buenos Aires, 2006, p.
1039. El resaltado es nuestro.

25
7622/7634 respecto de los imputados De la Calle, Guzzo, Joskowicz,
Roberto Marcelo Moschini y Massholder (este último con relación a la
imputación de negociaciones incompatibles con la función pública
-debido a que el juez instructor había omitido correr nueva vista a la
querella en los términos del art. 346 del CPPN- y con respecto a los
otros porque aun se encontraban pendientes de revisión los
procesamientos en la Cámara de Apelaciones del fuero). Sin embargo,
reitero, V.V.E.E. nada advirtieron de irregular en los requerimientos de
elevación a juicio.

Dicha circunstancia no hace sino corroborar


que, a esta altura del proceso, la instrucción ha precluido y -por ende-
no pueden reeditarse en este estadio las discusiones relativas a la
validez de los actos procesales efectuados durante aquella etapa.

Y digo que no pueden “reeditarse” porque –


además- similares planteos ya habían sido realizados por las defensas
y rechazados tanto por el juez instructor, como por la Cámara de
Apelaciones del fuero y –en ocasiones- hasta por la Cámara Nacional
de Casación Penal.

Veamos:

- la defensa de Alberto Minazzoli planteó la


nulidad de los requerimientos de elevación a juicio de la fiscalía y de la
querella por considerarlos arbitrarios, infundados y violatorios del
principio de congruencia y, consecuentemente, de las garantías de
defensa en juicio y del debido proceso. Para justificar aquella petición,
sostuvo que “la base fáctica analizada no fue valorada en función de la
prueba reunida concluyendo en un encuadre legal incongruente con los
extremos de hecho y de derecho que constituyen la base del proceso”.
Agregó la defensa que “la participación que se le endilga a mi asistido
en la maniobra investigada carece de los elementos típicos
constitutivos de la figura que se le imputa –art. 258 del CP-…”. El
magistrado instructor rechazó las nulidades planteadas. Luego la
Cámara del fuero confirmó aquella resolución y, en lo que aquí importa,
mencionó que “los requerimientos de elevación a juicio resultan

26
Ministerio Público de la Nación

autosuficientes en cuanto a las exigencias de la relación clara, precisa


y circunstanciada de los hechos y la explicación sucinta de los motivos
en los que se fundan con relación a la conducta asumida por Alberto
Minazzoli cuyo encuadre legal encuentra amparo en las previsiones de
los arts. 258 y 45 del Código Penal –cohecho activo en carácter de
partícipe necesario-”. Luego, la defensa interpuso un recurso de
casación, que fue denegado por la Cámara y, ante el planteo de un
recurso de queja ante dicha resolución, la Sala I de la Cámara Nacional
de Casación Penal resolvió “desestimar, con costas, la queja” (cfr.
incidente de nulidad que corre por cuerda y el recurso de queja
respectivo).

- la defensa de Jorge Siri interpuso la


nulidad del auto de elevación por entender que aquel no contenía “una
relación clara, precisa y circunstanciada de los hechos”. El juez
instructor rechazó ese pedido y afirmó que el auto de elevación
constituía “un instrumento autosuficiente de cuya lectura se
desprenden sin esfuerzo los acontecimientos concretos que fueron
materia de investigación y en base a los cuales se sometieron a
proceso a los distintos imputados cuya situación es en el mismo
tratada”. La Cámara confirmó aquella decisión con palabras más o
menos similares que las que se habían utilizado al tratar el planteo de
Minazzoli. Finalmente, ante el recurso de casación interpuesto por la
asistencia técnica de Siri, la Cámara Federal lo declaró inadmisible. Lo
mismo hizo la Sala I de la Cámara de Casación con respecto a la queja
que luego se dedujo y con el recurso extraordinario federal contra dicho
decisorio (cfr. los incidentes de nulidad y de recurso extraordinario de
Jorge Siri que corren por cuerda).

- la asistencia técnica de Eduardo


D’Alessandro también planteó la nulidad del auto de elevación a juicio,
aduciendo que allí no se había realizado una correcta descripción de
los hechos, y porque –a su modo de ver- no estaba debidamente
fundamentado. El juez de instrucción rechazó esa nulidad; luego la
Cámara del fuero confirmó ese decisorio; y posteriormente rechazó el

27
recurso de casación interpuesto por la defensa (cfr. incidente de
nulidad de Eduardo D’Alessandro).

- la defensa de Juan Carlos Martínez


también dedujo nulidad contra el auto de elevación a juicio por
entender que no satisfacía los requisitos del art. 351 del CPPN, en
cuanto a que no tenía una relación clara, precisa y circunstanciada de
los hechos. El juez de primera instancia rechazó el planteo, decisión
que fue confirmada por la sala I de la Cámara Federal, que luego
declaró inadmisible el recurso de casación interpuesto. Finalmente, la
sala I de la CNCP rechazó el recurso de queja y el extraordinario que
luego se dedujo (cfr. los incidentes de nulidad y de recurso
extraordinario de Juan Carlos Martínez).

- Por último, la defensa de Jorge Gustavo


Siri planteó, ya en la etapa de juicio y ante el mismo tribunal oral, la
nulidad del requerimiento de elevación a juicio de la parte querellante
obrante a fs. 6539/54, por entender que aquella pieza no cumplía con
los requisitos del art. 347 del CPPN. En esa oportunidad, con fecha 17
de febrero de 2011, la resolución del Tribunal fue diametralmente
opuesta a la que aquí se impugna.

En efecto, allí se sostuvo que “al haberse


impetrado fuera de las oportunidades previstas en el art. 170, inc. 1°,
del Código Procesal Penal de la Nación (cfr. fs. 7501/8 y 8747/51 vta.),
el tribunal considera que la pretensión formulada a fs. 1/5 vta. resulta
extemporánea; ello, sin perjuicio de que la parte lo recree como
cuestión de fondo en la oportunidad prevista en el art. 393 del Código
Procesal Penal de la Nación”.

Lo expuesto no hace más que confirmar


que los cuestionamientos introducidos por las defensas una vez abierto
el debate –e insólitamente recogidos por el Tribunal Oral- habían sido
ensayados anteriormente con suerte adversa. En consecuencia, el
tribunal debió rechazar aquellos planteos por extemporáneos, tal como
lo hiciera el 17 de febrero (esto es, cinco días antes al comienzo del
debate) con respecto al planteo de la defensa de Siri.

28
Ministerio Público de la Nación

Es más, el análisis de la resolución a la


luz de tales antecedentes no puede más que dejar al descubierto el
desatino de la resolución del Tribunal, que habiendo reconocido la
existencia de otras soluciones posibles, respetuosas también de
los derechos de los imputados y ya utilizadas a lo largo del
expediente, acudió a la más gravosa para las otras partes
involucradas en el proceso.

En efecto, se decidió hacer lugar durante


los actos preliminares del debate a planteos idénticos al que, por
ejemplo, se le había rechazado a Siri casi una semana antes,
afirmando que resultaba extemporáneo y que solo podía tener lugar
en la oportunidad prevista en el art. 393 del CPPN.

Además, se anuló un acto –en lo que aquí


interesa, el requerimiento de elevación a juicio fiscal- cuya validez
también había sido analizada y confirmada por un tribunal de igual
jerarquía –la Cámara Federal de Apelaciones-. Es decir, para un
tribunal, la descripción de los hechos que allí se efectuó fue lo
suficientemente detallada como para que los imputados pudieran
conocerla y –por ende- defenderse de aquella, mientras que para otro –
reitero, de la misma jerarquía- esa descripción habría pecado de
vaguedad.

Si bien podría decirse en este sentido que


la decisión adoptada por la Cámara de Apelaciones no obliga al
Tribunal Oral, que no renuncia a la posibilidad de efectuar su propio
control sobre el tópico traído a análisis, lo cierto es que el mismo
Tribunal tomó como solución posible la consideración de los
planteos como precluídos.

Empero, si en cualquier caso sería


discutible una solución de esta naturaleza, cuando la regla es que la
declaración de nulidad es una decisión extrema y que ante distintas
soluciones posibles se debe estar a aquella que mantenga la validez
del acto 11 , lo es más todavía en el que nos ocupa, en el que como
11
Navarro, Guillermo Rafael y Daray, Roberto Raúl: Código Procesal Penal de la Nación,
Tomo I, Hammurabi, Buenos Aires, pág. 461.

29
consecuencia de la declaración de nulidad, desapareció un acto
determinante para interrumpir la prescripción .

En este punto, ni siquiera se permitió


debatir si hubiera existido o no una posibilidad de subsanar el defecto,
forma habitual de reparar las nulidades, o si el caso ameritaba un
encuadre en la doctrina de los fallos “Mattei” 12 y “Weissbrod” 13 , cuya
aplicación lejos está de ser automática.

Lejos de ello, se quitó cualquier posibilidad


de debatir ese punto, puesto que el efecto colateral gravísimo el de
fulminar sin mas la vigencia de la acción, transformando en inexistente
un acto procesal que constituyó una inequívoca manifestación del
Estado de su interés por impulsar la acción penal.

Que, por último, corresponde destacar que


la decisión del tribunal de hacer lugar a los planteos de nulidad durante
los actos preliminares y resolverlos sin diferir su tratamiento para el
momento del dictado de la sentencia, privó a esta parte de la
posibilidad de ejercitar plenamente sus derechos durante el juicio oral.
Y es que en esta instancia, a lo largo de todo el debate, pero más
concretamente al momento de la discusión final (CPPN, art. 393), las
partes hubiésemos tenido oportunidad no sólo de discutir la eventual
responsabilidad de los imputados, sino además de evaluar y analizar
de modo más preciso y concreto si efectivamente se produjo alguna
violación constitucional en las piezas nulificadas por el Tribunal.

En definitiva, y resumiendo lo explicado en


los párrafos anteriores en lo que respecta a la oportunidad en que el
Tribunal ha venido a declarar la nulidad del requerimiento de elevación
a juicio, puede afirmarse:

1°) Que los defectos que la resolución


impugnada le atribuye a dicha pieza procesal constituían, en el mejor
de los casos, supuestos de nulidades relativas y, por ende,
subsanables;

12
Fallos 272:188.
13
Fallos 312:597.

30
Ministerio Público de la Nación

2°) Que la discusión acerca de la validez de


los requerimientos acusatorios se encontraba claramente precluida;

3°) Que resulta por demás llamativo y


sorprendente que los vicios que V.V.E.E. dicen ahora haber advertido
en aquellos requerimientos no hayan sido señalados al momento de
verificarse el cumplimiento de las prescripciones de la instrucción (art.
354 CPP); y

4°) Que varias de las defensas ya habían


efectuado planteos prácticamente idénticos en la etapa de instrucción,
y aquellos habían sido sistemáticamente rechazados por el juez de
primera instancia, la Cámara Federal y, en ocasiones, por la propia
Cámara de Casación.

5°) Que ante distintas soluciones posibles,


también reconocidas, convalidadas y/o adoptadas previamente por el
Tribunal se aplicó injustificadamente la más gravosa para una parte
interviniente en juicio.

c. De la presunta violación al
principio de congruencia.

i. Desarrollo de la causa

Si bien con lo dicho hasta aquí bastaría


para revocar la resolución impugnada, trataré en este punto de
demostrar que el requerimiento de elevación a juicio de la fiscalía no
había modificado en forma intempestiva los hechos atribuidos a los
imputados durante el proceso y, en consecuencia, por ello no hubo
ninguna afectación al principio de congruencia.

Recordemos que para sostener esa


presunta afectación al principio de congruencia el Tribunal entendió
que aquel requerimiento había incluido hechos distintos a aquellos que
fueron oportunamente intimados a los imputados, y que, siendo la
plataforma fáctica descripta en dicha acusación aquella sobre la que
debería versar la sentencia, de no invalidarse parcialmente, se estaría

31
habilitando la posibilidad de que el Tribunal resuelva sobre hechos que
los imputados no tuvieron oportunidad de confrontar.

Resulta conveniente en este punto explicar,


al menos en forma sucinta, cómo se han ido desarrollando y
produciendo los principales actos procesales en la causa:

1°) Que estas actuaciones tuvieron su inicio


el 29 de marzo de 1996 a raíz de la denuncia formulada por Alejandro
Bramer Markovic, por entonces director ejecutivo de la Administración
Nacional de la Seguridad Social, dando cuenta que al asumir dicho
cargo tomó conocimiento de que el sistema informático de la entidad
era prestado por la empresa “IBM Argentina S.A.” y que la firma
“Managament and Work S.A.” era una de las proveedoras de algunos
de los servicios comprometidos en el marco del contrato amparado
mediante la Orden de Compra N° 216/94. Entre otras cuestiones, el
denunciante mencionó además que se había solicitado a la consultora
“Pistrelli, Díaz y Asoc.” la confección de un diagnóstico profesional
sobre el funcionamiento del área informática, el que había concluido
que el ámbito en el cual se desarrollan las tareas informáticas de la
ANSeS evidenciaba un elevado nivel de descontrol e inseguridad, por
lo que requirió que se investigue si esta situación había sido
consecuencia de políticas implementadas intencionalmente por los
responsables de dichas áreas. Asimismo, bajo el acápite “Posibles
irregularidades”, Bramer Markovic puso de resalto que tanto el
subgerente de informática de la ANSeS, Roberto Mateo Moschini,
como su esposa Beatriz Carolina Itre, y su hijo Edgardo Moschini
integraban, junto a otros, el directorio de la mencionada “Managament
and Work S.A.”, circunstancia que daba cuenta –en principio- de una
incompatibilidad en que habría incurrido Moschini (cfr. escrito de fs. 1/3
y ratificación de fs. 5).

2°) Que con fecha 1° de abril de 1996, los


fiscales Carlos M. Cearras y Pablo G. Recchini requirieron la
instrucción de la causa “en orden, en principio, a la presunta comisión
del delito previsto y penado por el art. 265 del Código Penal” (esto es,

32
Ministerio Público de la Nación

negociaciones incompatibles con el ejercicio de la función pública). Al


momento de individualizar al imputado, los fiscales sostuvieron que se
trataría de Roberto Mateo Moschini, quien se desempeñaba como
subgerente de informática de la A.N.Se.S., y también cumpliría
funciones, junto a otras personas de su familia, en el directorio de la
empresa “Managment and Work S.A.”. En ese sentido, entonces,
encaminaron las medidas de prueba que allí solicitaron (cfr. fs. 6/8).

3°) El 24 de abril de 1996, en oportunidad


de ampliar el requerimiento de instrucción, el fiscal Recchini impulsó la
acción “en orden a los delitos previstos y penados por los arts. 174 inc.
5° en función del art. 173, inc. 7° ambos del C.P. y 265 del mismo
cuerpo legal, sin perjuicio de la calificación que en el transcurso de la
investigación se adopte” e imputó como autores o partícipes de los
delitos investigados a Juan Alberto Massholder, integrante del
directorio de “Management and Work S.A.” y a Gustavo Soriani, Juan
Carlos Martínez, Martín Goyret, Jorge Siri, Alberto Minazzoli, Hernán
Gastón, Oscar Sant Ambrosio y Eduardo D’Alessandro, todos ellos
directivos y empleados de “I.B.M. Argentina S.A.”. Específicamente, el
fiscal de primera instancia afirmó que los recién mencionados “habrían
desplegado, a través de sucesivas negociaciones, una serie de
maniobras tendientes a defraudar a la Administración Nacional de
Seguridad Social, aprovechando la posición de I.B.M. S.A. como
proveedor en el área de informática de dicho organismo, la cual cumple
desde hace varios años; todo lo cual se materializaría en la firma y
puesta en marcha del contrato acordado entre ambas partes y en el
que habrían intervenido no solo los aquí imputados... sino quien fuera
mencionado en el requerimiento efectuado por esta parte a fs. 6/8” (es
decir, Roberto Mateo Moschini). Agregó que, concretamente, las
maniobras desplegadas por los imputados “consistirían en instrumentar
una serie de deficiencias en el sistema informático que lo tornan
altamente inseguro en su operación, ya que las sumas
correspondientes a jubilaciones y pensiones podrían ser variadas en
sus montos sin dejar ningún rastro de dicha operación”. Mencionó por
último que “de la documentación incautada en oportunidad de los

33
allanamientos, se pudo establecer que JUAN ALBERTO
MASSHOLDER, también era funcionario público y
contemporáneamente miembro del Directorio de Management & Work
S.A […] por lo que en principio el nombrado también estaría incurso en
el delito previsto y penado por el art. 265 del C.P.” (cfr. fs. 161/163).

4°) El 28 de febrero de 1997, el fiscal


Cearras amplió nuevamente el requerimiento de instrucción,
impulsando la acción en orden a hechos que podrían resultar los
previstos por los arts. 256 y 258 del Código Penal. Para ello, y en lo
que aquí importa, sostuvo que “toda vez que en la orden de compra n°
216/94, se asignaron importantes servicios a la empresa Management
& Work S.A., que la misma, además de no contar con antecedentes en
el medio, no fue avalada por los responsables de I.B.M. que tuvo que
subcontratar a otra proveedora de I.B.M. para cumplimentar el servicio
en cuestión, y que sus responsables resultan ser aquellos funcionarios
del ANSeS investigados por la posible infracción al art. 265 del Código
Penal, es que entiendo corresponde, extender las investigación en
la presente causa, a efectos de determinar, si se produjeron
irregularidades en la contratación de la empresa Management &
Work, o si la misma, sería la contraprestación de parte de I.B.M.
por alguna acción –u omisión- llevada a cabo por los funcionarios
del ANSeS ya investigados en las presentes actuaciones” -el resaltado
nos pertenece- (cfr. fs. 1242/1243).

5°) Por último, el 22 de agosto de 2001,


hubo una nueva ampliación realizada por el fiscal Cearras, en la cual
requirió que la investigación se extienda “a las presuntas
irregularidades derivadas de la contratación del mantenimiento y
soporte de software de redes previsto en la orden de compra n°
295/93, servicio comprendido en la licitación pública aprobada por
Resolución n° DEA 984 del 30 de septiembre de 1993, del director
Ejecutivo Dr. Arnaldo Cisilino, tendiente a adquirir computadoras
personales y sistemas operativos e impresoras para la Administración
Nacional de la Seguridad Social” (cfr. fs. 5913/5914).

34
Ministerio Público de la Nación

6°) Que en las indagatorias prestadas por


los imputados durante la etapa de instrucción, cabe destacar:

Que en la primera oportunidad en que


prestaron declaración Jorge Gustavo Siri (fs. 2287/2302), Alberto
Minazzoli (fs. 2471/81), Eduardo Vicente D’Alesandro (fs. 2538/49),
Gustavo Adolfo Soriani (fs. 2554/71), Jorge Mario de la Calle (fs.
5930/35) y Juan Carlos Martínez (fs. 1982/8, 1990/6 y 1997/2000),
todos ellos empleados de “I.B.M. Argentina S.A.”, fueron intimados por
los siguientes hechos:

“1) en su condición de empleado de la firma


IBM de Argentina S.A., con el cargo de... haber intervenido en la
renegociación directa y sin licitación pública de las órdenes de compra
208/91 y 141/93 por las cuales la empresa aludida de informática había
venido proveyendo al A.N.Se.S. de equipos y programas de
computación- emitiéndose y aprobándose una nueva orden de compra,
n° 216/94, por un valor de $59.698.375,92; 2) con la finalidad de
concretar tal contratación directa, se dictó la Resolución DEA 894 de la
Anses el 5-9-94, que aprobó la orden de compra 216/94. Para ello se
adecuaron las obligaciones contractuales (exigencias, términos,
montos y lapsos de cumplimiento de obligaciones), obviándose
expresos requisitos contenidos en el Régimen de Contrataciones para
la Administración Pública Nacional (Ley 24.156), entre ellos, el de
requerir tres ofertas, compararlas, dar intervención a la Comisión de
Preajudicaciones y la posibilidad de impugnación del trámite a las
diversos cotizantes oferentes. 3) La adecuación y aceptación de los
términos de la nueva OC y la seguridad de obtener la contratación
directa significó, por el lado de I.B.M., la subcontratación también
directa de Management and Work S.A. del “Servicio n° 2” de la orden
de compra, esto es, 68.500 horas/hombre para desarrollo y análisis de
sistemas de aplicación (a razón de $65 en caso de analista consultor,
$55 en caso de analista senior y $25 en caso de analista
programador), en circunstancias que esta empresa no tenía
antecedentes ni en el medio ni como proveedora de I.B.M. ni poseía la

35
estructura para cumplir con sus obligaciones. M&W S.A. debió, por
tales motivos, a su vez, contratar con Desarrollos y sistemas OnCall
S.A., empresa que sí tenía antecedentes e historia como proveedora
de IBM. Esta última empresa, de acuerdo a lo convenido con M. & W.
debía percibir el valor de la hora/hombre a razón de $ 37 en caso de
analista-consultor, $ 32 en caso de analista– senior y $14 en caso de
analista programador. 4) La subcontratación directa de IBM-
Management and Work implicó contratar con quien no había sido
proveedor de IBM hasta ese momento ni había iniciado los trámites
internos de la empresa para obtener tal reconocimiento. La decisión de
subcontratar aparece apoyada en un documento denominado de
“Direccionamiento por razones técnicas para la renegociación con
A.N.Se.S. del 17/3/94 y firmado por distintos ejecutivos de IBM
Argentina S.A. de fecha anterior a la orden de compra, en el que se
indica que debía contratarse con M. & W. por $ 2.400.000”.

Que en la declaración indagatoria prestada


por Gustavo Adolfo Soriani consta que:

“Preguntado a instancia de la fiscalía si


entregó dinero o alguna otra dádiva, o supo que otro empleado de
IBM lo hiciera a algún funcionario de la Anses tendiente a lograr
que dicha administración vuelva a contratar con IBM Argentina
dijo: no entregué ni hubiera podido entregar porque yo no
manejaba dinero a IBM. Tampoco sé que algún funcionario de IBM
lo hubiera entregado” (cfr. fs. 2570 vta.).

Que en las indagatorias prestadas por otros


empleados de IBM Argentina S.A. consta que esa misma pregunta
también les fue formulada en idénticos términos (cfr. fs. 2301 vta. y
2548 vta., entre otras).

Similar intimación recibió Juan Alberto


Massholder, presidente de “Management and Work S.A.”, en
oportunidad de ser citado para ejercer su defensa material (cfr. fs.
2159/2169, fs. 2170/2178 y fs. 5461/5462), al igual que los restantes
imputados por el delito de cohecho, Roberto Marcelo Moschini (fs.

36
Ministerio Público de la Nación

5529/5531), Ramón Oscar Guzzo (ver fs. 5958/5960 y fs. 6154/6157) y


Miguel Jaime Joskowicz (cfr. fs. 5962/5964 y fs. 6166).

En el caso particular de Roberto Marcelo


Moschini se agregó: “5) Para llevar adelante esta maniobra se habría
utilizado la empresa TURBOSISTEMAS S.A., figurando sus integrantes
como contratados para trabajar en el servicio citado. Tanto la firma
como sus directivos recibieron innumerables cheques pertenecientes a
las cuentas corrientes de M.& W. S.A. y de Juan Alberto Massholder
(detallados a fs. 4738/48), que no pudieron justificarse conforme surge
del peritaje contable obrante a fs. 5287/5309 y la declaración del perito
oficial a fs. 5347. Resultando esta firma inexistente en el mercado
informático de la ANSeS que intervino asistiendo y controlando los
proyectos de servicios n° 2 de la OC 216/94, de las declaraciones del
personal de la firma ON CALL S.A. –entre ellas de Federico Estivil- y
de su presidente José Faliero, de las declaraciones de Roberto Perez
Torruella, Corina Biaggini y de la documentación secuestrada en
ambos domicilios donde surge que ambas firmas tenían igual domicilio,
teléfono y sus integrantes poseían cargos indistintamente en una y otra
firma. 6) El dicente además aparece recibiendo en ese período sumas
dinerarias por mes a través de cheques detallados a fs. 4738/48
pertenecientes a las cuentas corrientes de las firmas M&W S.A. y
Turbosistemas S.A. y de Juan Alberto Massholder oscilando las sumas
entre $5000 y $10.000 no pudiendo justificarse esas percepciones de
los registros contables (ver peritaje contable y declaración del perito
oficial), de las declaraciones indagatorias de Juan Alberto Massholder
y de Roberto Pérez Torruela, entre otras”.

En lo que respecta a Ramón Oscar Guzzo y


Miguel Jaime Joskowicz, se añadió: “1) Que el nombrado integraba la
firma TURBOSISTEMAS S.A. en carácter de accionista y directivo
(presidente), ver libros contables. 2) Dicha firma y Management and
Work se trataría de una misma sociedad dado que poseían el mismo
domicilio legal y comercial, estudio contable, empleados
administrativos, directores y accionistas, utilización de facturación y

37
chequera indistinta (ver libros contables, declaraciones de Corina
Biaggini, Roberto Mateo Moschini, Roberto Pérez Torruela, e informe
de fs. 2083/2118 y el comercial confeccionado por la firma DUN AND
BRASTREET, entre otros)...7) Si bien en la contratación y servicios
investigados el nombrado aparece como consultor y/o analista senior
(ver declaración de Massholder) y surge facturación varia de la firma
Turbosistemas a M&W S.A. (por montos de $340.000 y 18.000
obrantes en la carpeta 2 ventas de la firma Turbosistemas entre ellas
fs. 1/7), de los testimonios de los profesionales contratados por la firma
On CALL S.A., de su propio presidente Sr. Faliero y del área de
sistemas de la ANSeS se afirmó de manera contundente su nula
intervención en la presentación de servicios, no surgiendo ningún
elemento que justifique el flujo de fondos y los motivos de la
facturación. La aparición de esta firma y su persona se habría
producido para permitir y justificar el pago ilegal por parte de IBM S.A.
a la subcontratista conforme se reseñara precedentemente (ver informe
de fs. 2100/118 y detalle de cheques y peritaje contable a fs. 4738/48,
5287/5309 y su declaración a fs. 5347/48)”.

Que en el caso de Roberto Mateo Moschini,


la descripción de los hechos intimados fue realizada en idéntico sentido
que la efectuada a los dependientes de IBM Argentina S.A. (cfr. fs.
1878/81 y ss., y 2456/2460).

Que en la última de las indagatorias consta


que:

“Preguntado para que diga si a fines de


1993 o en el año 1994 recibió dinero o alguna otra dádiva, o sabe
si otro funcionario lo hubiese hecho, por parte de algún directivo
o empleado de IBM Argentina S.A. con el fin de lograr que dicha
administración vuelva a contratar con IBM argentina la OC 216/94
dijo: nunca” (cfr. fs. 2460 vta.)

7°) Que, y en lo que aquí interesa, los


imputados Juan Carlos Martínez, Oscar Sant Ambrosio, Jorge Gustavo
Siri, Martín Goyret, Eduardo Vicente D’Alessandro, Alberto Minazzoli,

38
Ministerio Público de la Nación

Gustavo Soriani y Juan Alberto Massholder fueron procesados el 13 de


noviembre de 1997 en orden al delito de cohecho activo (CP, art. 258).
En ese mismo pronunciamiento, también se procesó a Roberto Mateo
Moschini en orden al delito de cohecho pasivo en concurso ideal con
negociaciones incompatibles con el ejercicio de la función pública (CP,
arts. 54, 256 y 265) –cfr. fs. 2630/2660-.

8°) Que las defensas de los imputados


apelaron dicho decisorio y, en los memoriales que presentaron ante la
Cámara a fin de fundar sus peticiones, negaron que se hubiese dado u
ofrecido el pago de un soborno para la concreción de la orden de
compra cuestionada. Así surge, en particular, de las presentaciones
realizadas por la asistencia técnica de Soriani (fs. 3777/3784) y la de
Roberto Mateo Moschini (fs. 3785/3805). En esta última puede leerse
textualmente: “No es cierto, ni surge, siquiera indiciariamente, que
Roberto M. Moschini haya recibido dinero, o promesa de serle
entregado, por parte del personal de IBM Argentina S.A., del
mismo modo que no se ha probado que tal conducta haya sido la
política empresaria de dicha sociedad…”. También pueden
constatarse manifestaciones similares, negando el presunto cohecho,
en las expresiones de agravios de la defensa de Alberto Minazzoli (fs.
3807/3820), Eduardo Vicente D’Alessandro (fs. 3821/3827), y Alberto
Massholder (fs. 3843/3867), por mencionar algunas.

9°) Que el 23 de diciembre de 1998, y a


raíz de aquellos recursos interpuestos por las defensas de los
imputados, la sala I de la Cámara Federal confirmó los procesamientos
dictados por el juez instructor (cfr. fs. 3918/3944).

10°) Que en el requerimiento de elevación a


juicio, de fecha 4 de julio de 2003, los fiscales Cearras y Recchini
describieron el cohecho atribuido a los imputados del siguiente modo:

“…podemos afirmar que en fecha no


precisada, pero con anterioridad al mes de febrero de 1994, Roberto
Mateo Moschini aceptó directamente de Juan Alberto Massholder,
directivo de la empresa Management & Work S.A. e indirectamente del

39
vicepresidente de IBM Argentina, Gustavo Adolfo Soriani, con la
complicidad de Juan Carlos Martínez, Oscar Adolfo Sant Ambrosio,
Alberto Minazzoli, Eduardo Vicente D´Alesandro, Jorge Gustavo Siri y
Jorge Mario de La Calle, estos últimos ejecutivos de la multinacional, la
promesa de recibir una suma de dinero y de subcontratar a la firma
Management & Work S.A., a cambio de hacer valer la influencia
derivada de su cargo ante otros funcionarios públicos a fin de que
dejaran de hacer algo relativo a sus funciones. Ello consistió en la
contratación directa de IBM Argentina S.A. obviando el proceso
licitatorio que debió cumplirse en virtud de las características del
negocio, lo cual terminó generando un perjuicio económico para el ente
estatal” (cfr. fs. 7201/7263).

11°) Que varias de las defensas se


opusieron a dicho requerimiento e instaron el sobreseimiento de sus
defendidos. Y en lo que aquí interesa, nuevamente volvieron a tratar de
desvirtuar la imputación relativa a un posible cohecho. Así se hizo en
las presentaciones de Roberto Mateo y Roberto Marcelo Moschini (cfr.
fs. 7347/7397), Juan Alberto Massholder, Ramón Oscar Guzzo y Miguel
Jaime Joskowicz (fs. 7403/7431), Gustavo Adolfo Soriani (fs.
7432/7444), Eduardo Vicente D’Alessandro (fs. 7450/7455), Jorge
Gustavo Siri (fs. 7501/7508) y Juan Carlos Martínez (fs. 7509/7518).

12°) Que respecto de los imputados


vinculados con el cohecho, el juez instructor dictó el auto de elevación
a juicio con fecha 27 de septiembre de 2004 (cfr. fs. 7622/7634). En
esa oportunidad el magistrado sostuvo que: “se tiene por acreditado
que Roberto Mateo Moschini, quien se desempeñaba como Subgerente
General de Informática de la A.N.Se.S., en fecha no precisada, pero
con anterioridad al mes de febrero de 1994, aceptó directamente de
Juan Alberto Massholder –Presidente de la firma Management and
Work S.A.- e indirectamente del Vicepresidente de I.B.M. Argentina
S.A., Gustavo Adolfo Soriani y con la complicidad de Juan Carlos
Martínez –Gerente de Servicios de IBM-, Alberto Minazzoli –Gerente
de Ventas del Sector Gobierno de IBM-, Eduardo Vicente D´Alessandro

40
Ministerio Público de la Nación

–Director del Sector Gobierno de IBM-, Jorge Gustavo Siri –Asesor y


Líder de Proyecto- y Jorge Mario de La Calle –Gerente de Cuentas del
Sector Gobierno de IBM-, la promesa de recibir una suma de dinero a
cambio de hacer valer la influencia derivada de su cargo ante otros
funcionarios públicos de la A.N.Se.S., a fin de que éstos dejaran de
hacer algo relativo a sus funciones para lograr la adjudicación de un
nuevo contrato a aquella empresa por un valor de $59.698.375,92.”

13°) Finalmente, y tal como ya se expusiera


en los párrafos anteriores, varias de las defensas plantearon la nulidad
de los requerimientos de elevación a juicio y del auto de elevación,
pretensiones que fueron rechazadas en todas las instancias.

ii. Análisis de la congruencia en la causa

Que ya efectuada esta breve cronología del


desarrollo de la causa, corresponde precisar inicialmente el significado
y el alcance del principio de congruencia, pues su incorrecta o extrema
interpretación puede llegar a desvirtuar, como entendemos sucedió en
el análisis propuesto por el Tribunal, su finalidad.

En el caso “Fermín Ramírez” 14 la Corte


Interamericana de Derechos Humanos estableció que dicho principio es
un corolario indispensable del derecho de defensa, por lo que
constituye una garantía fundamental del debido proceso penal, que los
Estados deben observar. Asimismo sostuvo que el llamado principio
de coherencia o correlación implica que la sentencia que dicte un
Tribunal puede versar únicamente sobre hechos o circunstancias
contempladas en la acusación.

Al respecto, Julio Maier explica que: “la


sentencia sólo se debe expedir sobre el hecho y las
circunstancias que contiene la acusación, que han sido intimadas
al acusado y, por consiguiente, sobre aquellos elementos de la
imputación acerca de los cuales él ha tenido oportunidad de ser

14
CIDH, “Ramírez, Fermín c/ Guatemala”, 20/06/2005, párrs. 67 y 68.

41
oído; ello implica vedar que el fallo se extienda a hechos o
circunstancias no contenidos en el proceso que garantiza el derecho
de audiencia (ne est iudex ultra petita). La regla se expresa como el
principio de correlación entre la acusación y la sentencia, su categoría
constitucional ha sido reconocida por la Corte Suprema nacional” 15 .

No obstante lo sencilla que parece la


enunciación de la regla, en muchos casos su aplicación no resulta tan
clara y exige de un detenido estudio para ver si algún acto la afectó.
Allí pueden suscitarse muchas divergencias, por ejemplo, la que esta
parte mantiene con la interpretación del Tribunal.

Maier arrima una forma de análisis que, a


mi juicio, ha de utilizarse como pauta primordial. Indica que la base de
la interpretación está constituida por la relación del principio con la
máxima de la inviolabilidad de la defensa, y que todo aquello que
en la sentencia signifique una sorpresa para quien se defiende, en
el sentido de un dato con trascendencia en ella, sobre el cual el
imputado y su defensor no se pudieron expedir (esto es, cuestionarlo y
enfrentarlo probatoriamente), lesiona el principio estudiado 16 .

Ésta, entiendo, es la justa medida para


evaluar y determinar qué actos son válidos por no afectar el
principio de correlación. No superarán ese tamiz aquellos que
hayan conllevado una sorpresa para el imputado en cuanto no
haya tenido oportunidad de refutarlos, comprometiendo el
ejercicio de su derecho de defensa.

Considero, desde esta perspectiva, que


es aquí donde tropieza el razonamiento ensayado por el Tribunal, pues
más allá de que se coincida o no con las muy variadas consideraciones
respecto a la buena cantidad de descripciones que fueron realizándose
sobre los mismos hechos a lo largo de la investigación para llegar a la
formulación del requerimiento de elevación a juicio, difícilmente pueda
sostenerse que en este último se hayan incluido sucesos que no
15
Maier, Julio B. J., Derecho Procesal Penal, Tomo I, Fundamentos, Editores del Puerto,
Buenos Aires, 2002, 2da edición, p. 568. El resaltado es nuestro.
16
Maier, op. cit., t. I, p. 568.

42
Ministerio Público de la Nación

hubieran sido intimados anteriormente (y hubieren procurado refutar)


de modo tal que pudieran causarles una “sorpresa”.

Por el contrario, tal como surge de la


cronología de la causa realizada en el punto anterior, a lo largo de toda
la investigación los imputados no sólo tuvieron oportunidad de
hacer frente a la totalidad de las imputaciones que se alzaron en
su contra, sino que lo hicieron acabada y plenamente , tal como lo
veremos más adelante al momento de desarrollar la supuesta
afectación al plazo razonable.

Al intentar dar al principio su justa


dimensión, no debe perderse de vista que su formulación tiende a
garantizar el adecuado ejercicio del derecho de defensa en juicio,
exigiendo que la plataforma fáctica reprochada al imputado en la
acusación sea el único sustrato sobre el que el tribunal pueda,
válidamente, dictar su fallo; mas no obliga a una repetición literal de su
descripción en cada uno de los actos a celebrarse .

Lo que se busca asegurar es que entre la


acusación y el fallo exista una verdadera correlación en cuanto al
núcleo fáctico. Aquí, obviamente, no hubo oportunidad de conocer un
fallo, con lo que un primer punto criticable es, en sí mismo, la
aplicación a rajatabla de la doctrina de la congruencia entre la
acusación y la sentencia a etapas preliminares del proceso con
características totalmente distintas a las del plenario, sobre todo por su
provisoriedad.

Sin perjuicio de ello y a fin de desarrollar la


respuesta de la fiscalía a los argumentos del tribunal, usando la propia
lógica de los jueces, es dable recordar que Clariá Olmedo se anticipa a
cualquier posible confusión al sostener que el principio no implica la
exigencia de una exactitud o perfecta adecuación en la narración
de los hechos imputados, sino que basta con que ambas
compartan los elementos esenciales, las circunstancias o
modalidades realmente influyentes de modo que el derecho de
defensa no se vea afectado si la sentencia se aparta de ese

43
material 17 .

En similar sentido se ha afirmado que:


“para juzgar sobre el respeto al “principio de congruencia” hay que
partir de un criterio flexible, que deje en claro que no toda variación de
una circunstancia fáctica hace perder la identidad del hecho […] La
solución dependerá de si, aun con esa variación, todos pueden seguir
reconociendo el suceso como el mismo acontecimiento histórico que
sirvió de base a la acusación concreta, por la que el acusado se sintió
penalmente perseguido: en tal caso, la variación no modifica el hecho,
sí en caso contrario” 18 .

Justamente en esa línea, Ángela Ledesma


afirma: “para que se conmueva la garantía constitucional de defensa
en juicio, es necesario que se haya producido una mutación
esencial entre el hecho intimado y la base fáctica contenida en el
documento acusatorio, con el hecho juzgado, produciéndose un
menoscabo en la facultad de refutación por parte de los imputados. Tal
perjuicio sólo concurre cuando la diversidad fáctica le restringe o
cercena la factibilidad de presentar pruebas en su interés o si la
diversidad comprometió la estrategia defensiva” 19 .

Entonces, aunque acuerde con el Tribunal


en que el relato de los hechos investigados ha ido variando a lo largo
de la pesquisa, estimo que ello no significó una modificación de su
núcleo, y menos aún, que alguna de las imputaciones contenidas en el
requerimiento de elevación a juicio pueda ser tachada de “sorpresiva”.

Por el contrario, lo que sucedió con el


objeto procesal en el transcurso de la pesquisa, fue propio del
enriquecimiento permanente que se espera que aquél adquiera durante
la instrucción ; etapa en que se va construyendo y reformulando hasta

17
Clariá Olmedo, Jorge, Derecho Procesal Penal, t. I, Ed. Ediar, Buenos Aires, 1960, p.
507/509, citado en: Ledesma, Ángela Ester, ¿Es constitucional la aplicación del brocardo
iura novit curia?, publicado en la obra “Estudios sobre Justicia Penal. Homenaje al Profesor
Julio B. Maier”, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2005, p. 365 y sig.
18
Sancinetti, Marcelo A., La nulidad de la acusación por indeterminación y el concepto de
instigación, Ed. Ad-Hoc, 2001, p. 113.
19
Ledesma, Ángela Ester, ¿Es constitucional la aplicación del brocardo iura novit curia? ,
cit., p. 365. El resaltado nos pertenece.

44
Ministerio Público de la Nación

quedar fijo, de manera preliminar, en el requerimiento de elevación a


juicio.

Ése es el enfoque que Ángela Ledesma


propone al desarrollar el tema. Según ella “el objeto del proceso
penal está constituido por una pretensión evolutiva o progresiva
que, como tal, comienza con la notitia criminis y el pedido de las
medidas investigatorias y cautelares; se integra durante el período
instructorio a través de la actividad desplegada por el sujeto o
sujetos activos y el propio juez de instrucción, y alcanza su
definitiva configuración –transformándose de pretensión
investigativa y cautelar en pretensión de condena- mediante la
acusación que determina la apertura del plenario” 20 .

En ese orden de ideas puntualiza que “el


requerimiento de juicio representa el primer acto en cuyo ámbito se
concreta tanto la identidad objetiva como la subjetiva”, y más adelante
agrega que “el objeto del debate público queda recién fijado con la
decisión del órgano jurisdicción que impone la elevación de la causa a
juicio.” Es más, destaca que puede variar nuevamente el objeto cuando
la defensa opone excepciones antes de fijada la audiencia de debate,
circunstancia que puede excluir alguna imputación 21 . En definitiva, la
acusación en su concepción, termina de formularse en el alegato
conclusivo.

A ello se refiere también Langevin: “La


función principal del criterio de congruencia es la de asegurar que las
narraciones de los hechos que se realizan en el proceso tengan una
estrecha correspondencia con los hechos de la causa […] no obstante,
su exacta delimitación admite un recorrido gradual […] según se
van reuniendo los elementos de juicio puede modificarse el
criterio con relación a los hechos, y no se viola la defensa en tanto
20
Ledesma, Ángela Ester, Objeto del proceso penal: momento en que se define , en
Bertolino, Pedro, y Bruzzone, Gustavo (comps.), “Estudios en Homenaje al Dr. Francisco J.
D´Albora”, Lexis Nexis, Buenos Aires, 2005, p. 325 y ss., con cita textual de Palacio, L. E.,
“La acción y la pretensión en el proceso penal”, en Problemática actual del derecho
procesal, libro Homenaje a Amilcar A. Mercader, Platense, La Plata, 1976. El destacado en
el texto principal es nuestro.
21
Ledesma, Ángela Ester, Objeto del proceso penal: momento en que se define , cit., ps.
339 y siguiente.

45
las variaciones no incidan en el núcleo esencial de la acusación”22 .

Pues bien, resulta indiscutible entonces


que el requerimiento de elevación a juicio cumple la función de
delimitar el contenido fáctico de la acusación, con la que deberá
guardar relación la sentencia 23 .

Siendo ello así, no luce tardía, como


desliza el Tribunal, la oportunidad en que el Ministerio Público concretó
la imputación de cohecho. Inclusive, con anterioridad había descripto
de manera suficiente los hechos y probanzas que la sustentan,
garantizando la posibilidad a los imputados de resistirlos.

En efecto, cuando el fiscal Carlos Cearras


amplió el requerimiento de instrucción con fecha 28 de febrero de
1997, indicó claramente:

“entiendo corresponde, extender las


investigación en la presente causa, a efectos de determinar, si se
produjeron irregularidades en la contratación de la empresa
Management & Work, o si la misma, sería la contraprestación de
parte de I.B.M. por alguna acción –u omisión- llevada a cabo por
los funcionarios del ANSeS ya investigados en las presentes
actuaciones” (cfr. fs. 1242/1243).

Tan claro era lo que se investigaba a esas


alturas que en las intimaciones de Ramón Oscar Guzzo y Miguel Jaime
Joskowicz se incluyó, con relación a la firma Turbosistemas S.A.:

“La aparición de esta firma y su persona


se habría producido para permitir y justificar el pago ilegal por
parte de IBM S.A. a la subcontratista conforme se reseñara
precedentemente (ver informe de fs. 2100/118 y detalle de cheques
y peritaje contable a fs. 4738/48, 5287/5309 y su declaración a fs.
5347/48)”.
22
Langevin, Julián Horacio, Nuevas formulaciones del Principio de Congruencia:
correlación entre acusación, defensa y sentencia , Ed. Fabián J. Di Plácido, Buenos Aires,
2007, p. 47. El resaltado nos pertenece.
23
Así lo explica también Langevin: “Todo lo recabado durante la instrucción constituye el
presupuesto de la acusación, la cual se concreta en el requerimiento o en el auto de
elevación a juicio” (op. cit., p. 48).

46
Ministerio Público de la Nación

Que en las indagatorias prestadas por


Gustavo Adolfo Soriani y por los demás funcionarios y empleados de
IBM Argentina S.A. se les preguntó en forma concreta y específica si
habían entregado “dinero o alguna otra dádiva”, o sabido que “otro
empleado de IBM lo hiciera a algún funcionario de la Anses
tendiente a lograr que dicha administración vuelva a contratar con
IBM Argentina” (cfr. fs. 2301 vta., 2548 vta. y 2570 vta., entre otras).

Similar intimación recibió Juan Alberto


Massholder, presidente de “Management and Work S.A.”, en
oportunidad de ser citado para ejercer su defensa material (cfr. fs.
2159/2169, fs. 2170/2178 y fs. 5461/5462), al igual que los restantes
imputados por el delito de cohecho, Roberto Marcelo Moschini (fs.
5529/5531), Ramón Oscar Guzzo (ver fs. 5958/5960 y fs. 6154/6157) y
Miguel Jaime Joskowicz (cfr. fs. 5962/5964 y fs. 6166).

Que Roberto Mateo Moschini, en la última


de sus declaraciones indagatorias fue preguntado:

“para que diga si a fines de 1993 o en el


año 1994 recibió dinero o alguna otra dádiva, o sabe si otro
funcionario lo hubiese hecho, por parte de algún directivo o
empleado de IBM Argentina S.A. con el fin de lograr que dicha
administración vuelva a contratar con IBM argentina la OC 216/94
dijo: nunca” (cfr. fs. 2460 vta.).

Que luego Juan Carlos Martínez, Oscar


Sant Ambrosio, Jorge Gustavo Siri, Martín Goyret, Eduardo Vicente
D’Alessandro, Alberto Minazzoli, Gustavo Soriani y Juan Alberto
Massholder fueron procesados el 13 de noviembre de 1997 en orden al
delito de cohecho activo (CP, art. 258), mientras que Roberto Mateo
Moschini lo fue respecto del delito de cohecho pasivo en concurso ideal
con negociaciones incompatibles con el ejercicio de la función pública
(CP, arts. 54, 256 y 265) –cfr. fs. 2630/2660-.

Que las defensas de los imputados


apelaron dicho decisorio y, en las expresiones de agravios que
realizaron ante la Cámara del fuero a fin de fundar sus peticiones

47
negaron que se hubiese dado u ofrecido el pago de un soborno para la
concreción de la orden de compra cuestionada (cfr. fs. 3777/3784,
3785/3805, 3807/3820, 3821/3827 y 3843/3867, entre otras). Sin
embargo, la sala I de la Cámara Federal confirmó aquellos
procesamientos dictados por el juez instructor (cfr. fs. 3918/3944).

Asimismo, -y tal como se mencionó


anteriormente- algunos imputados plantearon la nulidad del auto de
elevación a juicio -que contenía la imputación en orden al delito de
cohecho-, y los requerimientos de elevación a juicio de los acusadores.
Ninguno de ellos tuvo acogida favorable .

En definitiva, desde los comienzos de


estas actuaciones, y más precisamente desde la ampliación del
requerimiento de instrucción ya mencionado, el presunto cohecho en
que habrían incurrido los imputados formó parte del objeto procesal.
Además, la mayor parte de los esfuerzos defensistas a lo largo de la
pesquisa estuvieron orientados –como hemos visto- a refutar aquella
acusación.

En ese punto no puedo más que aventurar


que, en verdad, la confusión que nos lleva hoy a hablar sobre un
problema de congruencia, fue motivada, más que por la imprecisión del
objeto procesal, creo por la, a mi entender, discutible decisión del fiscal
de primera instancia de ampliar el requerimiento de instrucción con el
fin de permitir a las defensas responder a diferentes y eventuales
calificaciones legales. Ello así, porque bien podría sostenerse que la
ampliación del requerimiento de instrucción no hizo más que detallar
irregularidades ya contempladas en los actos impulsivos anteriores que
permitieron el inicio de la investigación dejando traslucir otro sentido
jurídico o, lo que es igual, presentando la perspectiva del cohecho a
hechos ya descriptos anteriormente, para no sorprender de ninguna
manera a las defensas.

Que de todo ello, puede concluirse sin lugar


a dudas, que la resolución del Tribunal luce equivocada en cuanto a la
alegada afectación del derecho de defensa en juicio por violación al

48
Ministerio Público de la Nación

principio de congruencia, pues no se verifica que en la acusación se


haya incluido circunstancia alguna desconocida por los acusados como
parte integrante de la imputación alzada en su contra.

A igual solución se arriba si se estudia el


asunto partiendo de la idea esbozada por Ledesma de que sólo se
verifica un perjuicio cuando la mutación en los hechos restringe o
cercena a las defensas la posibilidad de presentar pruebas en su
interés o compromete su estrategia.

En ese sentido la Corte Suprema ha


requerido en su jurisprudencia, no sólo el reclamo genérico de haber
sido perjudicado, sino también la indicación de las alegaciones de las
que la defensa se vio privada por la introducción intempestiva de
nuevas circunstancias de cargo 24 .

En el caso, ninguna de las defensas


mencionó siquiera alguna prueba que no haya podido aportar para
refutar la imputación en los términos en que quedó formulada.
Dicha circunstancia fue soslayada por el tribunal en tanto omitió
cualquier mención respecto de tamaña falencia en los planteos de
las partes, no les requirió explicaciones al respecto y ni tan
siquiera desarrolló una idea de cuál podía ser el concreto perjuicio
sufrido por las defensas que diera razonable basamento a la
decisión, más allá de las genéricas menciones a una presunta
sorpresa por la imputación del cohecho en el requerimiento de
elevación a juicio que, como hemos demostrado, no existió.

Como es sabido, debe existir un perjuicio


concreto para que proceda la declaración de una nulidad, e incumbe a
quien esgrime la pretensión el deber de demostrar esa lesión. Aquí,
evidentemente, la defensa no cumplió con dicha carga, y ello no fue
suplido por el Tribunal Oral en su razonamiento.

El principio de congruencia entre acusación


y sentencia, cuya preponderancia el Tribunal buscó destacar con cita

24
En esa línea ver: CSJN, 31/10/2006, “Sircovich, Jorge Oscar y otros s/ defraudación por
desbaratamiento de derechos acordados”, S.1798.XXXIX.

49
de una decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (en
un caso de características por completo diferentes al que nos ocupa 25 ),
fue respetado por el Ministerio Público Fiscal.

Procurar una intelección diferente implica


desnaturalizar el alcance de la máxima, al punto de hacerla ver como la
exigencia de copiar textualmente en todo el proceso la primera
descripción de los hechos que se hizo, o retrotraerlo al momento de la
intimación cada vez que se desee desarrollar una mejor formulación.

En definitiva, por todo ello, entiendo que la


resolución dictada por el Tribunal Oral en lo que respecta a la
declaración de nulidad parcial del requerimiento de elevación a juicio
formulado por la fiscalía, en razón de haberse violado el principio de
congruencia, debe ser anulada.

d. De la presunta violación del


requerimiento de elevación a juicio a las previsiones del art. 347,
último párrafo, del CPPN

Que como ya adelanté, a más de la


cuestión relativa a la congruencia, el Tribunal Oral también entendió
que en el requerimiento de elevación a juicio –y en otras piezas que
obran en la causa- existiría una notoria vaguedad en la enunciación de
los sucesos que la fiscalía consideró constitutivos del delito de cohecho
activo y pasivo. Ello, en oposición a las previsiones del art. 347, último
párrafo del Código de rito.

En esa dirección explicó que no se


conoce cómo es que Soriani y las demás personas vinculadas a IBM
ofrecieron la dádiva a Moschini, siendo que tampoco puede
visualizarse la conducta desarrollada por los restantes directivos de la

25
En efecto, en el caso se responsabilizó al estado guatemalteco por incluir nuevos hechos
(la causa de la muerte de la damnificada, y las circunstancias que según el tribunal
demostraban la mayor peligrosidad del imputado) y cambiar bruscamente la calificación
jurídica en la sentencia condenatoria sin que hubiera mediado una ampliación de la
acusación (de violación agravada a la de asesinato), impidiendo que la defensa técnica
orientara su actividad de acuerdo a las variaciones de la imputación que lo condujeron a la
condena a la pena capital.

50
Ministerio Público de la Nación

empresa y de “Turbosistemas S.A.”. Por tal motivo sostuvo que se


hallaba dificultada la intervención de los imputados y sus defensas.

Planteado así el asunto, parece necesario


esclarecer cuándo una intimación cumple con los requisitos de la
norma citada.

Al respecto se ha explicado que: “la


cuestión remite nuevamente al problema relativo a cuál es la medida
de la concreción del hecho, es decir, en qué medida tiene que estar
individualizado el hecho, comprobado en el juicio y afirmado en la
sentencia. Vimos que los adjetivos que califican a la descripción
exigida por la ley (clara, precisa, circunstanciada, específica) o
bien exigen demasiado (de cumplimiento difícil o imposible) o son
superfluos, porque lo decisivo es si está individualizado un hecho
ocurrido en el mundo que cumpla con la “condición de
especificidad”; pero esta “especificidad” tiene que terminar en
algún grado […] Para juzgar sobre la validez de la acusación, más
bien vale la pregunta de cuánto es lo mínimo que tiene que estar
aclarado y establecido el hecho individual” 26 .

En efecto, parece adecuado procurar un


equilibrio al momento de exigir las características que debe reunir una
intimación para garantizar el adecuado ejercicio del derecho de
defensa. Lógicamente que deberá evitarse lo que Maier describe como
“una atribución más o menos vaga o confusa de malicia o enemistad
con el orden jurídico, esto es, en un relato impreciso y desordenado de
la acción u omisión que se pone a cargo del imputado, y mucho menos
en una abstracción (cometió homicidio o usurpación), acudiendo al
nombre de la infracción” 27 , pues ello vedaría al imputado la posibilidad
de defenderse de los distintos elementos que integran la intimación.

Pero lo relevante para establecer si hubo


o no una afectación al derecho de defensa en juicio, será determinar si
las circunstancias informadas al imputado a lo largo de todo el proceso

26
Sancinetti, op. cit., p. 113. El resaltado nos pertenece.
27
Maier, op. cit., t. I, p. 553.

51
bastan para que conozca inequívocamente qué suceso se le está
reprochando. Ello no debe confundirse con la exigencia de poder
recuperar absolutamente todos los detalles que compusieron el evento.

A ello se refería Puppe al decir: “el texto


de la acusación debe aportar aquellas propiedades de un hecho y
tantas de ellas como para que efectivamente él sea cumplido por un
hecho individual y sólo uno, en el sentido de ese concepto de hecho.
Esta llamada condición de especificidad es la condición general de una
correcta descripción individual de la acusación” 28 .

Entonces bien, desde dicha perspectiva


considero que, la descripción de los hechos contenida en los actos en
cuestión, cumple con las exigencias derivadas del derecho de defensa
en juicio.

En efecto, se detallaron suficientes


extremos como para que los imputados individualizaran y
comprendieran acabadamente –y en lo que aquí interesa- cuál era el
hecho que se les atribuía: el presunto pago de un soborno por parte de
los funcionarios de IBM Argentina S.A. a Roberto Mateo Moschini,
subgerente general de Informática de la ANSeS, a fin de que éste
hiciera valer la influencia derivada de su cargo ante otros funcionarios
públicos con el objeto de que dejaran de hacer algo relativo a sus
funciones. Ello, consistió –precisamente- en la contratación directa de
IBM obviando el proceso licitatorio que debió haberse cumplido en
virtud de las características del negocio, lo cual terminó generando un
perjuicio económico para el ente estatal. La seguridad de obtener la
contratación directa significó para IBM Argentina S.A. el compromiso
de su parte de subcontratar también en forma directa a la firma
Managament & Work S.A., presidida por Juan Alberto Massholder y a la
cual estaba íntimamente vinculado Moschini desde sus orígenes.
Precisamente, dicha empresa sirvió de canal a través del cual se derivó
el pago del soborno prometido a Moschini.

28
Puppe Ingeborg, De la individualización del hecho en el escrito de acusación , publicado
por NStZ, 1982, p. 230, citado en: Benítez, Víctor Hugo, Ausencia de determinación del
hecho de la acusación, publicado en: http://www.pensamientopenal.com.ar/31hecho.pdf

52
Ministerio Público de la Nación

Desde esa óptica, pareciera que con su


resolución el tribunal entiende que el relato del presunto cohecho en el
requerimiento fiscal no era lo suficientemente preciso, claro y
circunstanciado, en tanto en aquella pieza no se describía
acabadamente la entrega de una dádiva a Roberto Mateo Moschini. Sin
embargo, la hipótesis acusatoria, tal como hemos visto, radicaba
en que el pago del soborno se habría canalizado por medio de la
subcontratación innecesaria de la firma Managament & Work S.A.
por parte de IBM Argentina S.A; circunstancias éstas, que sí se
encontraban suficientemente detalladas en el acto anulado por el
Tribunal

Al respecto, específicamente se sostuvo


al discutir esta misma cuestión en la etapa de instrucción, que en el
auto de elevación a juicio “se evidencia un desarrollo minucioso y
adecuado de los elementos que imponen la posibilidad de efectuar una
defensa efectiva, en consonancia con las garantías constitucionales
aducidas como conculcadas, ya que contiene los datos personales del
imputado, se detalla la imputación y las pruebas reunidas en su contra,
dejando sin sustento los argumentos de la defensa.” (cfr. resolución de
fecha 13 de octubre de 2005 de la Sala I de la Cámara Federal obrante
a fs. 71/72 del incidente de nulidad de Jorge Siri).

Y también se afirmó: “ahora bien, a fin de


evaluar si se han satisfecho los recaudos previstos en el artículo 347
del Código Procesal Penal de la Nación, se concluye que los
requerimientos de elevación a juicio resultan autosuficientes en cuanto
a las exigencias de la relación clara, precisa y circunstanciada de los
hechos y la explicación sucinta de los motivos en los que se fundan
con relación a la conducta asumida por Alberto Minazzoli cuyo
encuadre legal encuentra amparo en las previsiones de los artículos
258 y 45 del Código Penal –cohecho activo en carácter de partícipe
necesario-” (cfr. resolución de fecha 5 de agosto de 2004 de la Sala I
de la Cámara Federal glosada a fs. 100/101 del incidente de nulidad de
Alberto Minazzoli).

53
En consecuencia, el requerimiento de
elevación a juicio de la fiscalía cumplía acabadamente con las
prescripciones del art. 347, último párrafo del CPPN.

2- L A DECLARACIÓN DE EXTINCIÓN DE LA
ACCIÓN PENAL POR PRESCRIPCIÓN RESPECTO DE TODOS LOS IMPUTADOS

POR VIOLACIÓN A LA GARANTÍA DE “ PLAZO RAZONABLE ”

a. El alcance de la garantía

No es objeto de discusión aquí que con


anterioridad a la expresa incorporación de la garantía a ser juzgado en
un plazo razonable a la Constitución Nacional, ésta ya había sido
reconocida por la Corte Suprema de Justicia de la Nación al interpretar
los principios de progresividad y preclusión como instrumentos
procesales aptos para evitar la duración indeterminada de los juicios.

Así, siempre que se aborda el tratamiento


del tema que aquí nos ocupa, se trae a colación lo resuelto por la Corte
Suprema de Justicia de la Nación en el caso Mattei, caso en el cual
estableció que “...debe reputarse incluido en la garantía de la defensa
en juicio consagrada por el art. 18 de la Constitución Nacional el
derecho de todo imputado a obtener -luego de un juicio tramitado en
legal forma- un pronunciamiento que, definiendo su posición frente a la
ley y a la sociedad, ponga término, del modo más rápido posible, a la
situación de incertidumbre y de innegable restricción de la libertad que
comporta el enjuiciamiento penal…” 29 .

Luego de transcurridos diez años del


pronunciamiento referido precedentemente, en sentido análogo se
expidió nuestro más alto tribunal en Fallos: 300:1102; donde,
reafirmando el principio ya sentado, dijo en el considerando 3 que: “…
como conclusión irrecusable, salta a la vista que resultaron agraviados
hasta su práctica aniquilación, el enfático propósito de afianzar la

29
Conf., Fallos 272:188, considerando 14.

54
Ministerio Público de la Nación

justicia, expuesto en el Preámbulo, y los mandatos explícitos e


implícitos, que aseguran a todos los habitantes de la Nación la
presunción de su inocencia y la inviolabilidad de su defensa en juicio y
debido proceso legal (arts. 5, 18 y 33). Ello así, toda vez que dichas
garantías constitucionales se integran por una rápida y eficaz decisión
judicial (sentencias del 12 de mayo y del 7 de julio de 1977, in re
"Pileckas, Ernesto A." y "Klosowsky, Víctor y otros", respectivamente)”.

Como se adelantara, la garantía bajo


estudio tiene hoy jerarquía constitucional a partir de lo establecido por
el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, ya que,
además de lo que prescribe con relación a los plazos de detención
irrazonables (art. 9 inc. 3), también consagró en el art. 14 inc. 3 el
derecho de "toda persona acusada de un delito; ...c) a ser juzgada sin
dilaciones indebidas"; de tal manera, se estableció la inserción
constitucional del derecho a obtener un juicio sin dilaciones indebidas
en virtud de lo establecido por el artículo 75, inciso 22 de la
Constitución Nacional, donde se establece la jerarquía constitucional
del Pacto mencionado.

Este derecho, también fue reconocido por


la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que ha
expresado: "que el Estado proceda al enjuiciamiento penal de todos los
delitos, no justifica que se dedique un período de tiempo ilimitado a la
resolución de un asunto de índole criminal. De otro modo, se asumiría
de manera implícita que el Estado siempre enjuicia a culpables y que,
por lo tanto, es irrelevante el tiempo que se utilice para probar la
culpabilidad" 30 .

Ahora bien, con posterioridad al


reconocimiento de la garantía constitucional que se analiza, a través
distintos pronunciamientos acerca de la cuestión de que se trata, la
Corte Suprema de Justicia de la Nación también estableció que la
propia naturaleza del derecho a obtener un juicio sin dilaciones
indebidas, impide a la Corte traducirlo en un número fijo de días,
30
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, caso 11245, informe 12/1996 del
1/3/1996.

55
meses o años, ya que depende en gran medida de diversas
circunstancias propias de cada caso 31 .

Esta característica delineada por nuestro


más alto Tribunal, ha llevado a la doctrina a afirmar que la duración
excesiva del proceso es un concepto abierto 32 , y, yendo aún más lejos,
se ha dicho que “…encontramos que una norma según la cual el
imputado debe ser juzgado dentro de un plazo razonable ha sido
interpretada en el sentido de que el plazo razonable ‘no se puede
medir en días, semanas, meses o años’, que ‘no se puede establecer
en forma abstracta’, que ‘no es posible definirlo’ y que los Estados ‘no
tienen la obligación de fijar un plazo fijo’; todo lo cual ha constituido
una doctrina del ‘no plazo’” 33 .

Ahora bien, no obstante las dificultades que


se presentan al momento de analizar en cada caso concreto las
características de la causa, para poder determinar si se ha visto
afectada la garantía a obtener un pronunciamiento sin dilaciones
indebidas, considero que los criterios establecidos a través de los fallos
que tratan el tema, son una guía que permiten cerrar y dar
determinación al concepto de plazo razonable.

En Fallos 322:360, votos de los jueces Fayt


y Bossert, considerando 8, se sostuvo -luego de ratificar la inserción
constitucional del derecho a obtener un juicio sin dilaciones indebidas-,
que: “… la propia naturaleza de dicha garantía impide que esta Corte
pueda determinar con precisión a partir de qué momento o bajo qué
circunstancias comenzaría a lesionarse, pues el lapso que puede ser
razonable para el trámite judicial por un hurto puede no serlo para una
asociación ilícita compleja. En otras palabras, la duración razonable de
un proceso depende en gran medida de diversas circunstancias
propias de cada caso, y en este punto, esta Corte comparte la
conclusión del a quo en cuanto a que el derecho a ser juzgado sin

31
Confr. Fallos, 310:1476, 322:360, 323:982, 327:327 y 330:3640, entre otros.
32
Conf., La Rosa, Mariano R., Por una razonable duración del proceso penal, JA
2003-III-870.
33
Conf., Pastor, Daniel R., El plazo razonable en el proceso del Estado de Derecho , Ad-
Hoc, Buenos Aires, 2002, p. 405.

56
Ministerio Público de la Nación

dilaciones indebidas, no puede traducirse en un número de días,


meses o años…”

No obstante los inconvenientes fácticos y


jurídicos señalados en dicha oportunidad, la Corte identificó entonces,
de acuerdo con la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos, algunos criterios con que debe ser apreciada la duración del
proceso: la complejidad del caso, la conducta del imputado y la manera
en que el asunto es llevado por las autoridades administrativas y
judiciales 34 .

La misma doctrina ha sido receptada por el


Tribunal Constitucional de España al definir el alcance del art. 24.2 de
la Constitución que establece el derecho "…a un proceso público sin
dilaciones indebidas", señalando que dicha norma debe ser entendida
"a la luz de los criterios generales enunciados por el Tribunal Europeo
de Derechos Humanos al interpretar el concepto de plazo razonable
contenido en el art. 6.1 CEDH." 35 . También expresó que la violación al
derecho a tener un proceso sin dilaciones indebidas "…no consiste en
el mero incumplimiento de los plazos procesales, sino que se trata de
un concepto indeterminado, que debe ser concretado en cada caso,
atendiendo, entre otros extremos, a las circunstancias del proceso, su
complejidad objetiva, la duración normal de procesos similares, la
actuación procesal del órgano judicial en el supuesto concreto y la
conducta del recurrente, al que le es exigible una actitud diligente…" 36 .

Más recientemente, en citas de la sentencia


dictada por la Sala II de la Cámara Nacional de Casación Penal en la
causa “Robledo, Guillermo Tomás s/recurso de casación” 37 se señaló:
“…el Trib. Const. de España ha resuelto que ‘el juicio sobre el

34
Ssentencias en el caso "König" del 28/6/1978 y en el caso "Neumeister" del 27/6/1968,
publicadas en "Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Jurisprudencia 1958 1983",
B.J.C., Madrid, ps. 450/466, párr. 99°, y 68/87, párr. 20°, respectivamente; en el mismo
sentido, más recientemente "Calleja v. Malta", del 7/4/2005, párr. 123º, conforme lo
señalado en el dictamen del Procurador Fiscal ante la Corte Suprema en Fallos 330:3640.
35
Auto 219/1993 del 1/7/1993, en "Jurisprudencia Constitucional", t. XXXVI, 1994, BOE.,
Madrid, p. 1446.
36
Sentencia 313/1993 del 25/10/1993 publicada en "Jurisprudencia Constitucional", t.
XXXVII, BOE., ps. 471/478; ver también sentencia 24/1981 del 14/7/1981, en
"Jurisprudencia Constitucional", t. II, ps. 113/121.
37
CNCP, S. II, Causa 5361, registro 7266.2, rta. el 20-12-2004.

57
contenido concreto de las dilaciones, y sobre todo si son o no
indebidas, debe ser el resultado de la aplicación de las circunstancias
específicas de cada caso, de los criterios objetivos que se han ido
precisando a lo largo de la jurisprudencia del tribunal, es decir, la
complejidad del litigio, los márgenes ordinarios de duración de los
conflictos del mismo tipo, el interés que en el pleito arriesga al
demandante de amparo, su conducta procesal y la conducta de las
autoridades, y, por último, a los efectos tan sólo de cuál haya de ser el
alcance por pronunciamiento, el hecho de que haya cesado o no la
dilación denunciada al tiempo de resolver el recurso de amparo
interpuesto con tal motivo’; y que ‘toda infracción a los plazos de
procedimento no constituye una violación al mencionado derecho. En
efecto, la noción de retardo indebido es una noción indeterminada y
abierta que debe ser dotada de un contenido preciso en cada caso,
mediante la aplicación a sus circunstancias específicas de los factores
objetivos y subjetivos en forma coherente con su enunciado genérico,
tales como la complejidad del litigio, los tiempos ordinarios de los
litigios del género en juego, el interés que toque a las partes, y la
conducta de estas últimas y de las autoridades del proceso (Trib.
Const. de España, sentencias 58/1999, del 12/4/1999, y 3/1996 del
12/11/1996; en ‘Investigaciones. Secretaría de Investigaciones de
Derecho Comparado de la Corte Sup.’, t. 2 del año 2000, ps. 326/327;
y año 1997, ps. 521/522; respectivamente)”.

También la Corte Interamericana de


Derechos Humanos, cuya jurisprudencia puede servir de guía para la
interpretación de los preceptos convencionales 38 , consideró que el
concepto de plazo razonable al que se hace referencia en el art. 8 inc.
1°, Convención Americana sobre Derechos Humanos, "debe medirse
en relación a una serie de factores tales como la complejidad del caso,
la conducta del inculpado y la diligencia de las autoridades
competentes en la conducción del proceso" 39

38
Fallos 318:514, 319:1840, 323:4130.
39
Caso 11.245, resuelto el 1/3/1996, párr. 111° y caso "López Álvarez v. Honduras", del
1/2/2006.

58
Ministerio Público de la Nación

En la misma dirección, en los distintos


pronunciamientos en los que sobre el tema ha tenido oportunidad de
intervenir tanto la Corte Suprema de Justicia de la Nación como la
Cámara Nacional de Casación Penal, se ha traído a colación lo dicho
por la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos de
Norteamérica, al definir el alcance del derecho a obtener un juicio
rápido -speedy trial-, donde estableció un estándar de circunstancias
relevantes a tener en cuenta, a saber: "la duración del retraso, las
razones de la demora, la aserción del imputado a su derecho y el
perjuicio ocasionado al acusado". Y, además, estimó que
"estrechamente relacionada con la extensión de la demora se
encuentra la razón que el Estado asigna para justificarla" pues "debe
asignarse distinta gravitación a razones diferentes. Una tentativa
deliberada de retrasar el juicio para obstaculizar la defensa debe
ponderarse fuertemente en contra del Estado. Una razón más neutral,
tal como la negligencia o cortes sobrecargadas de tareas debe gravitar
menos pesadamente, pero sin embargo debe ser tenida en cuenta,
puesto que, la responsabilidad última de tales circunstancias debe
descansar en el Estado más que en el enjuiciamiento" ("Barker v.
Wingo" 407 U.S. 514 1972 ) y, por cierto, cuanto más se prolonga la
duración es menor la eficacia justificativa de este tipo de razones
("Doggett v. United States", 505 U.S. 647, 1992) 40 .

El análisis de razonabilidad del plazo exige,


pues, una referencia a las circunstancias del caso, tarea que será
abordada seguidamente.

Antes de pasar a enumerar en concreto las


constancias de los actuados bajo estudio, para poder analizar la
razonabilidad del tiempo que demoró su tramitación, es necesario
definir primero de qué modo se materializa el derecho a ser juzgado en
un plazo razonable dentro del proceso.

Se ha señalado en numerosos fallos de la


40
Confr. Fallos 322:360, 327:327, 327:4815 y 330:3640 en los que la Corte remite a los
fundamentos dictamen del Procurador General y CNCP Sala II, “ROBLEDO, Guillermo
Tomas s/recurso de casación”, op. cit., y Sala I, “MIGUEL, Néstor Roberto s/recurso de
casación”, Causa 7790, reg. 10454.1, rta. 9-5-2007.

59
Corte Suprema de Justicia de la Nación “…que el derecho del
imputado a que se ponga fin a la situación de indefinición que supone
el enjuiciamiento penal puede encontrar tutela en la prescripción de la
acción…” 41

Así, el Procurador General de la Nación en


oportunidad de dictaminar en Fallos, 323:982, 327:327 y 327:4815,
trajo a colación lo sostenido por la Corte Suprema de la Nación en el
precedente publicado en Fallos 316:365, oportunidad en la que señaló
que “…el instituto de la prescripción de la acción —como está legislado
— cumple un papel muy importante en la preservación de la garantía
de la defensa en juicio, al impedir ‘que los individuos tengan que
defenderse respecto de acusaciones en las cuales los hechos básicos
han quedado oscurecidos por el paso del tiempo y al minimizar el
peligro del castigo estatal por hechos ocurridos en un pasado lejano.
Esta limitación temporal puede asimismo tener el saludable efecto de
incitar a los funcionarios encargados de aplicar la ley para que
investiguen prontamente las supuestas actividades delictivas’ (fallo
dictado por la Corte Suprema estadounidense "in re": "United States
vs. Marion", 404. U.S. 307, 323)”.

En el caso concreto no ha sido afectado el


derecho que se invoca como consecuencia de la aplicación de las
reglas generales que hacen a la prescripción de la acción penal, pues
no ha transcurrido el plazo máximo de la pena prevista para los delitos
que se les atribuyen a la totalidad de los imputados, como
consecuencia del efecto interruptivo que cabe asignarle a los
requerimientos de elevación a juicio de la fiscalía y la querella (art. 67
inc. “c”, C.P.)

Por ello, para continuar con el análisis,


debemos detenernos a considerar si, no obstante lo señalado, no se
da en la causa la situación de excepción, que alegan las defensas, en
cuanto sostienen que la sustanciación del proceso se ha llevado a cabo
en un plazo que no resulta razonable para su conclusión, vulnerándose

41
Confr. C.S.J.N., Fallos, 301:197; 306:1688; 312:2075; 316:1328, 322:360 entre otros .

60
Ministerio Público de la Nación

los principios y garantías mencionados en los párrafos antecedentes.

Como ya lo sostuviera en oportunidad de


oponerme a los planteos introducidos por la defensas de Eduardo
Vicente D’Alessandro, Roberto Mateo Moschini, Roberto Marcelo
Moschini, Juan Carlos Martínez, Jorge Gustavo Siri, Alberto Minazzoli,
Octavio Rossi, Julio Juan José Leguiza y Gustavo Adolfo Soriani, como
cuestiones preliminares en oportunidad de haberse iniciado el debate
oral y público en las presentes actuaciones, considero que en este
caso concreto no se verifica aquella situación excepcional que permita
apartarse de la aplicación de las reglas generales establecidas en el
Código Penal.

b. Análisis de la causa

Sentado todo lo expuesto, y a fin de dar


debido fundamento a lo afirmado en este sentido, es necesario pasar a
considerar, en particular, las circunstancias de esta causa de
conformidad con los criterios con que debe ser apreciada la duración
del proceso de acuerdo a lo establecido por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación.

Así, de los fallos reseñados surgen los


siguientes criterios que debe ser evaluados: la complejidad del caso, la
conducta del imputado, la manera en que el asunto es llevado por las
autoridades administrativas y judiciales, la duración normal de
procesos similares, el hecho de que haya cesado o no la dilación
denunciada al tiempo de resolverse el planteo y, por último, el peso
que debe asignarse a cada demora verificada en la causa.

El primero de los criterios mencionados -la


complejidad de la causa-, se puede determinar a partir de distintos
aspectos. Por un lado, teniendo en cuenta la cantidad de imputados, en
el caso se trata de catorce, número por demás significativo; por otra
parte, y a los mismos fines, evaluando las características del hecho
que constituye el objeto procesal de la causa.

61
En nuestro caso, más allá de que la
maniobra imputada a los encausados, conforme llega descripta en el
requerimiento de elevación de la causa a juicio, no reviste una
complejidad extrema, entiendo que el análisis de este criterio, no puede
hacerse a partir de un estudio ex post que no tenga en cuenta las
características de toda una investigación que demandó años de
tramitación. Los hechos que fue necesario desentrañar implicaron la
participación de numerosos imputados, que en forma coordinada
orquestaron una maniobra que involucró a funcionarios públicos y
organizaciones públicas y privadas, éstas últimas de distinta
envergadura y complejidad a nivel organizativo. En efecto, la actividad
investigada se llevó a cabo por medio de una contratación dentro del
ámbito público, lo cual demandó el análisis de los avatares propios de
un acto administrativo, que involucró a distintos niveles jerarquicos
dentro de la intricada organización de un ente de la magnitud de la
ANSES.

Por ello, insisto, el análisis debe hacerse


atendiendo a todo el derrotero que importó la investigación de los
hechos desde el inicio de la causa, más allá de la imputación que se
termina concretando con relación a cada uno de los encausados. Esto
pues, circunscribir finalmente la maniobra importó, entre otras
actividades, el estudio de gran cantidad de documentación y la
realización de varias pericias, en un tiempo que, dadas las
características de la causa y la por demás activa intervención de las
defensas, mal puede considerarse irrazonable.

Pero más allá de lo adelantado


precedentemente pasaré, en lo sucesivo, al análisis en concreto de lo
actuado durante la sustanciación de este proceso.

Al comenzar con el estudio puntual de la


causa el Tribunal entiende que “transcurridos dos años y medio del
inicio de la pesquisa, el proceso contaba con diez imputados, de los
catorce que han llegado a juicio, con sus procesamientos confirmados
por la Cámara de apelaciones y con gran parte del sustrato probatorio

62
Ministerio Público de la Nación

colectado; tras ello, la instrucción entró en un inexplicable letargo que


hizo que dicha etapa culminara casi ocho años más tarde”.

Como se examinará a continuación, lo que


el Tribunal considera como un “inexplicable retardo” constituye, en
verdad, un período de activa recolección de pruebas de particular
importancia, no solo teniendo en miras el dictado de un nuevo auto de
procesamiento respecto de otros imputados sino, también, con relación
a quienes ya habían sido procesados. A ello hay que agregar, como se
detallará a continuación, durante este periodo, una más que ferviente
actividad recursiva de las defensas. Pero vayamos por partes.

Comencemos por analizar el período de


cuatro años transcurrido entre el dictado del primer auto de
procesamiento y la oportunidad en que el Sr. Juez de grado corrió vista
a los acusadores en los términos del art. 346 C.P.P.N. A criterio de
V.V.E.E. este periodo de tiempo no puede justificarse ni aun teniendo
en cuenta “…los testimonios recibidos y los peritajes encomendados en
ese prolongado lapso”.

Las conclusiones a las que arriba el


Tribunal con relación a lo que se considera un inútil paso del tiempo
estimo hubieran ameritado un análisis exhaustivo de las circunstancias
por las cuales pasaron cuatro años entre uno y otro acto procesal. Si el
Tribunal hubiere hecho tal análisis entiendo hubiera surgido con
claridad que el tiempo transcurrido se halla justificado por la realización
de medidas de incuestionable importancia ya no solo para esta parte
sino y, fundamentalmente, para las defensas. Veamos.

Luego de que los abogados de Soriani,


D’Alessandro, Minazzoli, Sant Ambrosio, Goyret, Siri, Martinez,
Massholder, Moschini, Cisilino, Leguiza y Rossi apelaran los
respectivos autos de procesamiento, con fecha 23 de diciembre de
1998 la Cámara Federal los confirmó respecto de Martinez, Sant
Ambrosio, Siri, Goyret, D’Alessandro, Minazzoli, Soriani, Roberto
Mateo Moschini, Massholder, Cisilino, Leguiza y Rossi (fs. 3542/3550 y
3918/3944). A partir de allí habría comenzado, a criterio del Tribunal

63
Oral, el período de morosidad en la causa. Nada más alejado de la
realidad.

Después de dictada dicha resolución, y


siguiendo las indicaciones que de allí surgían, el Juez instructor, en los
dos años y cuatro meses subsiguientes, recabó cincuenta
declaraciones testimoniales y diecisiete declaraciones indagatorias al
tiempo que se anexaban al expediente 25 informes de distintos entes
tales como AFIP, IGJ, IBM, ANSES, BCRA, BNA e INTERPOL. Ya
solamente esta enunciación da cuenta de que mal puede hablarse de
“letargo”. Sin embargo, hay más.

Durante ese mismo período, tal y como


había sido sugerido por la Cámara, se encomendó la realización de dos
peritajes contables y un peritaje informático. Como es sabido, la
realización de peritajes de esas características en causas de la
magnitud de la presente, insumen de común, un gran período de
tiempo. Esta no fue la excepción. Por lo demás, y conforme ya se
señalara, este es uno de los aspectos que, de común, se mencionan
para avalar la complejidad de una investigación.

Así la Sala II de la Cámara Nacional de


Casación Penal en la causa: “ROBLEDO, Guillermo Tomas s/recurso
de casación” ya citada, sostuvo: “…en esta dirección Enrique García
Pons, al analizar la jurisprudencia de la Corte Europea de Derechos
Humanos, señala que la complejidad puede provenir tanto de la
materia, como de la propia naturaleza del litigio; y que por
complejidad jurídica procedimental puede darse tanto por el
mayor número de partes o implicados en el proceso, así como
también en la necesidad de practicar trámites complejos como las
comisiones rogatorias o determinados dictámenes periciales , y en
la sustanciación de cuestiones difíciles y novedosas (conf. Enrique
García Pons, ‘Responsabilidad del Estado: La justicia y sus límites
temporales’, Barcelona, 1997, ps. 138/140)” –el destacado me
pertenece-.

El primer peritaje contable demandó tres

64
Ministerio Público de la Nación

meses (fue ordenado a fs. 3995/3997 el 10 de mayo de 1999 y fue


entregado a fs. 4738/4748 el 17 de agosto del mismo año), el segundo,
nueve meses (fue ordenado a fs. 4816 el 21 de septiembre de 1999 y
fue entregado a fs. 5287/5309 el 3 de julio de 2000) y el peritaje
informático dos años –no tres como dice en la resolución recurrida -
(fue ordenado a fs. 4886/4888 y 5006/5007 el 1° de octubre de 1999 y
entregado a fs. 6022/6074 el 27 de septiembre de 2001).

Como se puede apreciar ya dos de los


cuatro años de supuesta inactividad procesal a los que hiciera
referencia el Tribunal Oral fueron insumidos en la realización de los
referidos peritajes. Durante ese tiempo, además, como ya se refiriera,
el Juzgado Instructor, lejos de “perder el tiempo”, recabó numerosa
cantidad de testimonios, indagatorias e informes.

Cabe destacar, en este punto, y antes de


proseguir con el relato de todo lo actuado en los cuatro años de
supuesta “demora” y evidente “letargo”, la importancia de los
testimonios recabados y de las pericias encomendadas (pericias estas,
vale decirlo, a cuya realización nunca se opusieron las defensas
llegando, incluso, en el caso de Roberto Mateo Moschini y Juan Alberto
Massholder, a proponer puntos de pericia y a designar peritos de parte
–fs. 4832, 4896 y 4927-).

La importancia del estudio informático, no


solo para la Fiscalía sino también para las estrategias defensistas,
surge a las claras de los propios dichos de los diferentes defensores a
lo largo del legajo.

Así, la defensa de Soriani, al instar el


sobreseimiento de su asistido a fs. 6457/6465 afirmó que “el informe
de los peritos oficiales y de partes es terminante en lo que respecta
a la pertinencia de los servicios contratados, la razonabilidad de los
precios cotizados y la falta de responsabilidad de IBM Argentina S.A.
en cuanto a la realización de las pruebas en el ambiente real
específico de trabajo” (el segundo destacado es del original).

En igual sentido, la defensa de Moschini, al

65
contestar la vista corrida a tenor del art. 349 C.P.P., sostuvo que “con
buen criterio V.S. ordenó con fecha 1° de octubre de 1999 la
producción de un peritaje técnico informático, y el 21 de
septiembre de 1999 hizo lo propio con un peritaje contable, que se
produjeron y obran en este sumario, las que sirven para considerar el
hecho que motivara la denuncia…” (fs. 7348, la negrita me pertenece).

Comentarios en igual sentido se pueden


observar en el escrito de la defensa de Octavio Rossi y Julio Leguiza
de fs. 7467/7485 y en el del Dr. Nardi, en representación de su asistido
Jorge Siri, de fs. 7501/7508 en el cual refiere que “el importante
dictamen oficial insumió el estudio de abundantes documentos, cuyo
análisis ha permitido coronar las nociones angulares que en su
oportunidad explique en torno al asunto de la validación técnica…” (fs.
7505 vta.).

Podríamos seguir citando innumerables


oportunidades en las cuales los señores defensores hicieron hincapié
en la importancia de la pericia informática, pero, a fin de no ser
reiterativos, pasemos al análisis del resto de la prueba producida en
ese período.

De los 50 testimonios recogidos durante


ese tiempo, 42 fueran ofrecidos por las partes en la oportunidad
prevista en el art. 354 C.P.P.N., haciendo lugar el Tribunal a su
convocatoria al debate. O sea, durante el periodo de supuesta
inactividad se recabó el testimonio de cuarenta y dos personas que el
Tribunal Oral entendió resultaba útil volver a oír durante el debate.

Por lo demás, hay que destacar que de


esos 42 testimonios, 22 fueron solicitados por las defensas, lo que
permite acreditar que durante ese período no solo se recabaron
declaraciones útiles para sustentar la hipótesis acusatoria.

Retomando el hilo de la exposición,


habíamos dicho que de los cuatro años a que hicieran referencia
V.V.E.E. como de letargo en el proceso, al menos dos correspondieron
al tiempo necesario para la realización del peritaje informático. Luego

66
Ministerio Público de la Nación

de entregado este informe, el Sr. Juez de grado tomó dos indagatorias


mas (fs. 6154/6157 y 6166/vta.), que vinieron a sumarse a los otros 67
testimonios recibidos en este período, ordenó la realización de una
pericia ampliatoria y, apenas cuatro meses hábiles después de recibido
el último estudio pericial, dictó el procesamiento de Piva, Del Pino, Val,
De la Calle, Roberto Marcelo Moschini, Guzzo, Joskowicz y Massholder
(fs. 6295/6327, 13 de marzo de 2002).

Luego de dictado el auto de procesamiento,


haciendo uso del derecho que les asiste, las defensas de Alejandro Val
(fs. 6337/6338), Piva (fs. 6343/6344), De la Calle (fs. 6355/vta.),
Joskowicz (fs. 6360/6362), Guzzo (fs. 6363/6365), Massholder (fs.
6366/6369) y Roberto Marcelo Moschini (fs. 6374/6376), además de la
fiscalía (fs. 6328/6329) y la querella (fs. 6341/6342) interpusieron, entre
los días 19 y 22 de marzo de 2002, recursos de apelación.

Realizados los trámites de rigor, el


incidente de apelación fue elevado a la Excma. Cámara del Fuero con
fecha 6 de mayo de 2002 (fs. 6876). El 8 de mayo la Cámara cita a las
partes a audiencia a los fines previstos en el art. 454 C.P.P. para el 4
de junio (fs. 6878). No obstante que desde la fecha del auto de
procesamiento (13/3/02) hasta la fecha de la audiencia a tenor del art.
454 C.P.P. había transcurrido más de dos meses y medio, teniendo en
cuenta las “complejas y frondosas actuaciones” (del escrito de la
defensa de Víctor Piva de fs. 6902 y de Alejandro Val de fs. 6903 bis) y
su “voluminosidad” (de la presentación de la defensa de Jorge Mario de
la Calle de fs. 6903) algunas de las defensas solicitan una prórroga, la
cual es concedida, fijándose nueva audiencia para el 27 de junio de
2002 (fs. 6904).

Resulta evidente que a criterio de las


defensas la complejidad de la causa es grande, porque por los
mismos fundamentos solicitan una nueva prórroga (fs. 6911, 6912
y 6913) la cual es concedida fijándose nueva audiencia para el día
18 de julio de 2002 (fs. 6914), para luego solicitar una nueva y
tercera prorroga (fs. 6918) que motiva la fijación de una nueva

67
audiencia para el día 15 de agosto (fs. 6920). Evidentemente ello
aún no resultaba suficiente, por lo que se solicitó una cuarta
prorroga (fs. 6923 y 6924) y se fijo audiencia para el 22 de agosto
de 2002 (fs. 6929).

Es decir, algunas de las defensas


entendieron necesario contar con más de cuatro meses para preparar
el informe previsto en el art. 454 C.P.P.N., bastante tiempo si tenemos
en cuenta que el Tribunal Oral ahora entiende que la complejidad de la
causa no amerita el tiempo dedicado a su tramitación. Pero sigamos
con el relato.

Con posterioridad a la presentación de los


correspondientes informes (fs. 6926/6933, 6934/6939, 6940/6948,
6949/6953, 6954/6960, 6961/6972, 6973/6981), se corrió
inmediatamente vista a la querella y al Ministerio Público sobre las
nulidades articuladas (fs. 6982), siendo contestadas en tiempo y forma
(fs. 6985/6986 y 6988/6989), finalmente, recién el 20 de septiembre de
2002, el incidente quedó en condiciones de ser resuelto (fs. 6990),
dictándose la correspondiente resolución el 8 de abril de 2003 (fs.
6733/6770).

Como se puede apreciar de lo expuesto, del


tiempo total transcurrido desde que las defensas apelaron el
procesamiento (marzo de 2002), hasta que finalmente la Cámara se
expidió (abril de 2003), solo la mitad resulta atribuible al tiempo que se
tomó la alzada para expedirse. El resto del periodo transcurrió entre las
sucesivas prórrogas solicitadas por las defensas y los plazos propios
del proceso.

Cierto es que la Cámara Federal podría


haberse expedido con mayor celeridad, también es cierto que las
defensas podrían haber pedido menos prorrogas y que el sistema
procesal podría ser, en su conjunto, más expeditivo, pero no puede
desconocerse que, con el régimen procesal vigente, la saturación del
sistema de justicia penal y, el volumen y complejidad de las
actuaciones, el tiempo que las apelaciones tardaron en resolverse no

68
Ministerio Público de la Nación

parece desmedido. Máxime si tenemos en cuenta que la apelación


constituye un medio de fundamental importancia para el ejercicio del
derecho de defensa.

Ahora bien, entiendo conviene en este


punto recapitular lo relatado hasta aquí. El Tribunal Oral en la
resolución recurrida identificó en sustento de la declaración de
prescripción por violación del “plazo razonable” un lapso de tiempo
“crítico” de casi cuatro años entre la fecha en la que la Cámara
confirmó los primeros procesamientos (fs. 3542/3550 y 3918/3944 -23
de diciembre de 1998-) y la fecha en que el Juez instructor corrió vista
a tenor del art. 346 C.P.P.N. (fs. 6507 -4 de octubre de 2002-), en el
cual la causa habría entrado en un “letargo” y en una “demora”
inexplicable.

Sin embargo, como ya se relató, los


primeros dos años y cuatro meses de ese período de 3 años y 9
meses, correspondieron al tiempo necesario para llevar a cabo dos
pericias contables y una pericia informática que, como se acreditó,
devinieron de fundamental importancia no solo para esta parte sino
también para las defensas; durante el tiempo que hubo que esperar
para la terminación de los estudios, el Sr. Juez de grado, recabó
cincuenta testimonios, diecisiete indagatorias y veinticinco informes;
cuatro meses después se dictó un nuevo auto de procesamiento (fs.
6295/6327 -13 de marzo de 2002-), prácticamente la totalidad del
tiempo restante de supuesto “letargo” se corresponde con las
sucesivas prórrogas que demandaron las defensas para presentar los
informes del art. 454 C.P.P.N., luego de haber apelado el
procesamiento.

Cabe entonces preguntarse, ¿Qué parte de


este período de cuatro años habría estado a criterio del Tribunal
injustificado? ¿El período en el cual se practicaron pericias que luego
sirvieron a las estrategias de defensa de los imputados? ¿El tiempo
que demandó escuchar las declaraciones de cuarenta y dos testigos
que para el propio Tribunal resultarían útiles de reproducir en el

69
debate? o ¿el tiempo que demandó que las defensas preparasen los
respectivos memoriales para ser presentados ante la Cámara de
Apelaciones?

Claramente, ni siquiera las defensas se


animan a sostener, como lo hace el Tribunal, que luego de la
confirmación por la Cámara de Apelaciones de los procesamientos de
algunos de los imputados, allá por el año 1998, la causa ya se
encontraba en condiciones de ser elevada a juicio. Así el propio
abogado de Soriani manifestaba que “si bien con los elementos
obrantes en 1998 resultaba difícil hacer distinciones entre los distintos
roles y responsabilidades de los funcionarios de la organización de IBM
Argentina SA, las pruebas colectadas en los últimos tres años
permiten hacer una mejor discriminación. Las declaraciones
testimoniales, las indagatorias y la documentación mencionada ut-
supra, demuestran sobradamente que SORIANI obró en todo
momento dentro de las normas de la empresa…”.

Pero el Tribunal no se contenta con afirmar


que el lapso transcurrido hasta que se corrió la vista a tenor del art.
346 resulta inexplicable. Según surge de varios pasajes de la
resolución recurrida, pareciera postularse también que el Sr. Juez de
grado, luego de confirmados los procesamientos de diez de los
imputados, debió elevar la causa parcialmente a juicio a su respecto.

Así, se afirma que nada “…impidió elevar a


esta instancia un tramo significativo del proceso” y se critica a los Sres.
Fiscales de la anterior instancia puesto que “…solicitaron aguardar,
para formular su requerimiento de elevación a juicio, que se
encontrasen resueltas las apelaciones de los cinco procesados en
segundo término, acarreando una espera adicional de ocho meses”.

En primer lugar, creo resulta claro que esta


crítica parte de la base, que ya fuera debidamente rebatida en los
párrafos precedentes, de que todo lo obrado en la causa con
posterioridad a los dos primeros procesamientos no habría tenido
ningún rédito con relación a quienes ya habían sido procesados. En

70
Ministerio Público de la Nación

segundo lugar, esta idea, para que tenga sentido, tiene que partir,
necesariamente, del presupuesto de que hubiere resultado posible y
conveniente celebrar el debate oral, no solo sin todos los elementos de
prueba recabados desde diciembre de 1998, sino también sin la
posibilidad de dilucidar una parte por demás significativa de la
maniobra.

Esta tesitura no tiene en cuenta que la


separación del juicio hubiere traído aparejadas innumerables
dificultades, así, por caso, no se podría recabar el testimonio de
quienes todavía se encontrasen imputados en la etapa de instrucción.
No solo no podrían declarar ni en calidad de imputados, ni como
testigos, sino que ni tan siquiera podrían incorporarse por lectura las
declaraciones que ya hubieren prestado (arts. 391 y 392 C.P.P.).

Además, la tramitación de un segundo


juicio a fin de ventilar una parte de la maniobra importaría reeditar
pruebas que ya se habrían producido en el primer debate, y en tal
supuesto, por ejemplo: deberíamos escuchar a testigos que declararan
en dos jornadas de juicio sobre un mismo hecho imputado a distintas
personas, situación que sería, además de perjudicial, inexplicable para
ciudadanos que deberían concurrir a cumplir con una carga pública que
se vería duplicada debido a una desinteligencia de los órganos
encargados de administrar justicia.

Por otro lado, en el segundo juicio se


deberían volver a ventilar hechos, particularmente los constitutivos del
delito de cohecho, que, eventualmente, ya habrían sido acreditados en
el primer debate. De este modo se correría el riesgo cierto de arribar a
soluciones contradictorias.

Uno de los principios rectores del


procedimiento penal, tal y como enseña Maier 42 es la recomposición de
la paz y seguridad jurídicas, fin este que se vería socavado de
arribarse en dos procedimientos penales a soluciones contradictorias.
Estas premisas de raigambre constitucional adquieren virtualidad
42
Maier, Julio B. J., Derecho Procesal Penal, I. Fundamentos, segunda edición, Buenos
Aires, Del Puerto, 2004, p. 91 y ss.

71
específica en nuestro ordenamiento jurídico con los recursos de
inaplicabilidad de la ley (artículo 11 de la ley 24.050) y de revisión (art.
479, inc. 1° del C.P.P.), en ambos casos se trata de evitar soluciones
contradictorias.

En particular, el recurso de revisión,


establecido en el inc. 1° del art. 479 del digesto de forma, establece
que procederá “en todo tiempo y a favor del condenado, contra las
sentencias firmes cuando: 1) los hechos establecidos como
fundamento de la condena fueren inconciliables con los fijados por otra
sentencia penal irrevocable”.

Esto es exactamente lo que podría haber


sucedido si se hubiera elevado parcialmente la causa a juicio de
conformidad con lo propiciado por V.V.E.E. Por lo demás, resulta,
cuanto menos, contradictorio, pugnar por la vigencia irrestricta del
principio de “plazo razonable” y, en la misma resolución, sugerir que
hubiera sido preferible desdoblar la causa y realizar dos juicios por un
mismo hecho, afectando así los principios de celeridad, concentración
y eficacia del proceso.

Por último, debo decir que resulta


sorprendente que V.V.E.E. consideren que el desdoblamiento del juicio
hubiere sido la solución correcta cuando en la causa “Cantarero, Emilio
Marcelo y otros s/ cohecho” (857/07) sostuvieron, ante una situación
similar, que “…la determinación en un único debate, del papel que le
pudo incumbir a los imputados hace al derecho de defensa de cada
uno de ellos dado que allí, si fuera el caso, podrán contradecir y
retrucar las versiones que los pudiesen implicar, lográndose, de tal
modo, un mejor conocimiento de los hechos” (fs. 22.825 vta.).

Hasta aquí he analizado y rebatido las dos


primeras supuestas demoras innecesarias en la tramitación del proceso
a que se hiciera referencia en la resolución recurrida –el período de
casi cuatro años entre la confirmación de los dos primeros
procesamientos y la primera vista corrida a tenor del art. 346 C.P.P.N.
y la decisión de la Fiscalía de no requerir la elevación a juicio hasta

72
Ministerio Público de la Nación

que no estuvieran resueltas las apelaciones deducidas por algunos de


los imputados-, ahora me dedicaré a la “dilación” de dos años que
sufriera el proceso, a criterio del Tribunal, entre el auto de elevación y
la efectiva remisión de las actuaciones a la instancia de juicio.

Sostiene el Tribunal que “del mismo modo,


cabe también señalar que entre el auto de elevación a juicio y la
efectiva remisión de las actuaciones a esta sede, transcurrieron algo
más de dos años; ello, vale señalarlo, pese a los reclamos que en tal
sentido efectuaron, en cuatro oportunidades –tres de ellas mediante
presentaciones de pronto despacho- los representantes del Ministerio
Público Fiscal…”.

En primer lugar es preciso empezar por


afirmar que esta nueva supuesta “dilación”, inexplicable de
atenernos a los breves párrafos a ella dedicados en el resolutorio
en crisis, encuentra como única explicación en el accionar de las
defensas.

Previo a adentrarme en el estudio de los


motivos por los cuales se tardó en elevar la causa a juicio, es preciso
realizar una aclaración. Si bien el Tribunal hace referencia al período
transcurrido entre el auto de elevación a juicio y la efectiva remisión de
las actuaciones al Tribunal Oral, tres de los pedidos de pronto
despacho de la Fiscalía, a los que también refiere en el mismo párrafo,
fueron presentados en un momento anterior, cuando ya se había
requerido la elevación a juicio, pero aún no se había dictado el auto de
elevación a juicio (fs. 7591 -14/05/04-, fs. 7611 -12/07/04 y fs. 7621
-22/09/04).

Siendo esto así, para una correcta


evaluación de las razones del tiempo transcurrido, entiendo
corresponde retrotraer el análisis a lo sucedido a partir de que fuera
requerida la elevación a juicio. Dicho requerimiento fue presentado
el día 4 de julio de 2003 (fs. 7201/7263) desde esa fecha y hasta la
efectiva elevación a juicio (25 de octubre de 2006 –fs.7955-)
pasaron 3 años, 3 meses y 21 días, todo ese tiempo fue consumido

73
por la actividad de las defensas .

No se puede negar que parte de ese lapso


lo insumieron los planteos que de ordinario prevé el Código –a tenor
del art. 349-, pero debe destacarse que, en lo sustancial, la mayor
parte del tiempo se debió a los sucesivos recursos de las defensas
que, no contentas con las resoluciones de la Cámara Federal, llegaron
en algunos casos a la Cámara de Casación y hasta pretendieron lograr
que se pronuncie la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Ya por lo pronto vale destacar que para


evacuar la vista a tenor del art. 349, las defensas de Soriani, Rossi,
Leguiza, Siri, Martinez y Minazzoli pidieron, alegando la “complejidad”,
“voluminosidad” y “extensión” de las actuaciones –que luego
pretendieron negar en el debate en sustento de su planteo de
afectación al plazo razonable- sucesivas prórrogas, (fs. 7335, 7338,
7340, 7341, 7446, 7466).

Analicemos ahora el período de un año


transcurrido entre septiembre de 2003 –cuando la última de las
defensas se opuso a la elevación a juicio, fs. 7501/7518- y septiembre
de 2004 cuando finalmente el juez instructor dictó el auto de elevación
a juicio (fs. 7622/7634).

Si durante ese período el Sr. Juez de grado


no se expidió fue, tal y como surge de fs. 7592/7593, porque se
encontraban en trámite ante la Cámara Federal los recursos
interpuestos por la defensa de Minazzoli contra el rechazo de los
planteos de nulidad de los requerimientos de elevación a juicio de la
fiscalía y la querella y contra el rechazo del planteo de falta de acción
por inexistencia de delito.

En estos dos incidentes, la defensa de


Minazzoli, no contenta con el rechazo de las pretensiones deducidas y,
definitivamente, sin ningún apuro por arribar a la etapa del debate ,
no solo interpuso sendos recursos de casación sino que, ante su más
que previsible rechazo, fue en queja ante la Cámara de Casación penal
que desestimó los planteos (ver incidentes de nulidad y de falta de

74
Ministerio Público de la Nación

acción de Minazzoli). Es decir, la demora se debió exclusivamente a la


actividad recursiva de una de las defensas.

Vale aclarar que, a mas de que no


resultaría lógico que el juez de primera instancia se expidiera en el
auto de elevación a juicio con relación a un requerimiento cuya validez
estaba siendo cuestionada ante instancias superiores, también se veía
materialmente imposibilitado de hacerlo puesto que las actuaciones
principales habían sido remitidas a la instancia de apelación (fs. 7594).

Hay que recordar que, para esa época, la


Cámara del fuero estaba también abocada al tratamiento del recurso
formulado por la asistencia técnica de Roberto Mateo Moschini, contra
el rechazo de la declaración de nulidad de un allanamiento que nunca
había existido. Planteo este que una de las defensas –a la que en ese
momento parecía no preocuparle la duración del proceso-, decidió
articular más de siete años después del hecho (fs. 8/13 del incidente de
nulidad de Roberto Mateo Moschini) y en el que interpuso sendos
recursos de casación y extraordinario federal a todas luces
improcedentes –como así fuera declarado a fs. 139 del referido
incidente, a fs. 45 del legajo caratulado “Moschini, Roberto Mateo s/
recurso de queja” y a fs. 17 del legajo rotulado “Moschini, Roberto
Mateo s/ recurso extraordinario”-. Solo este incidente, demandó,
dados los sucesivos y dilatorios recursos de la defensa, 1 año y 4
meses de tramitación.

Inmediatamente después de que fueran


rechazados los planteos deducidos por las defensas, el Juez de
primera instancia dictó el auto de elevación a juicio (fs. 7622/7634).
Uno pensaría que en ese momento la causa habría pasado
inmediatamente, como prevé el Código, a la etapa del plenario. No fue
así, y vale aclarar, no por la desidia jurisdiccional, sino por los
numerosos planteos de quienes luego, en el debate, se agraviaron
por la supuesta violación a la garantía del “plazo razonable”.
Recién dos años después pudo elevarse la causa a juicio.

Durante ese período de tiempo las

75
defensas de Martínez, D’Alessandro y Siri propiciaron la nulidad del
auto de elevación a juicio (fs. 7652), la defensa de Siri, además,
propició la nulidad del requerimiento de la querella (ver “Incidente de
nulidad planteado por la defensa de Jorge Gustavo Siri”) y la defensa
de Joskowicz interpuso excepción de falta de acción (fs. 7660/7662),
de prescripción (fs. 7690/7692) y de nulidad del trámite dado al
incidente de prescripción (¡!) –ver incidente de nulidad de Joskowicz-.

Es decir, luego de dictado el auto de


elevación a juicio las defensas promovieron la formación de siete
incidentes. Lejos de tener un trámite rápido, en dos de ellos
apelaron “solo” ante la Cámara Federal (Incidentes de
prescripción y nulidad de Joskowicz), en uno fueron en queja ante
la Cámara de Casación (incidente de nulidad de D’Alessandro –fs.
75/84-) y en dos hasta interpusieron recurso extraordinario
(Incidente de nulidad de Siri –fs. 3/17 del legajo “Siri, Jorge s/
recurso extraordinario- y legajo “Martínez s/ recurso
extraordinario). Por supuesto que, como no podían dejar de prever
las defensas, los recursos ante la Cámara de Casación y ante la
Corte Suprema fueron declarados inadmisibles puesto que eran
claramente improcedentes.

Por otro lado, si bien en un principio el Sr.


Juez de grado rechazó ingresar en el tratamiento de los planteos de
prescripción por encontrarse vencido el termino para interponer
excepciones (fs. 7695), finalmente, por indicación de la Cámara
Federal, y por tratarse de una cuestión de orden público, debió formar
incidentes de prescripción con relación a la totalidad de los imputados
(fs. 7797).

En el marco de los incidentes de


prescripción, las defensas de Leguiza, Rossi, Soriani, Cisilino, Roberto
Marcelo Moschini, Roberto Mateo Moschini, Siri, Martínez, Minazzoli,
D’Alessandro y Massholder apelaron ante la Cámara Federal, las
defensas de Leguiza, Rossi, Siri, Martinez y D’Alessandro interpusieron
recursos de casación –declarados inadmisibles- y las defensas de Siri,

76
Ministerio Público de la Nación

Martinez y D’Alessandro, además, fueron en queja ante la Cámara de


Casación e interpusieron recursos extraordinarios federales –todo lo
cual, también fue declarado inadmisible-.

Es decir, y para recapitular, durante los


dos años subsiguientes al auto de elevación a juicio, se formaron
y tramitaron 18 incidentes, las defensas dedujeron 16 recursos de
apelación, 8 recursos de casación, 5 presentaciones en queja y 5
recursos extraordinarios. Todos los recursos de casación, queja y
extraordinarios fueron declarados inadmisibles. Mientras tanto, el
tiempo seguía pasando por exclusiva responsabilidad de quienes
luego se agraviaron por la violación del plazo razonable.

Ahora bien, a ese lapso de 3 años, 3 meses


y 21 días –entre el requerimiento de elevación a juicio de la Fiscalía y
la efectiva elevación al Tribunal Oral- en que la causa no fue elevada a
juicio por diversas presentaciones de las defensas, bien podríamos
sumar los 13 meses (entre marzo de 2002 y abril de 2003) que la
causa estuvo en la Cámara Federal por las apelaciones al tercer
procesamiento –recuérdese que gran parte de ese período de un año
transcurrió entre pedidos de prórrogas de las defensas para presentar
los memoriales- que demoraron la realización del requerimiento de
elevación a juicio.

También se puede sumar, porque no, el


período de un año que demandó la tramitación de las apelaciones a los
primeros dos procesamientos (de noviembre de 1997 al 23 de
diciembre de 1998 –fs. 2680/2728, 2896/2904, 3542/3550 y
3918/3944-), con la salvedad de que, en este caso y a diferencia de los
anteriores, estas apelaciones no retrasaron el trámite de la causa.

Como se puede apreciar de la simple


suma aritmética de los períodos transcriptos, surge que el trámite
de los diversos planteos y apelaciones formuladas por las
defensas insumió un total de, aproximadamente, 5 años y 5 meses.
Ahora bien, si tenemos en cuenta la fecha de inicio de la causa, 29
de marzo de 1996 y la fecha de la efectiva elevación a juicio, 25 de

77
octubre de 2006 podemos concluir que más de la mitad del tiempo
lo “consumió” el estudio de los diferentes planteos y apelaciones
de las defensas y que, por lo menos, 4 años y 5 meses la causa
estuvo irremediablemente “parada” por dichos planteos.

Y esto no es todo, a este tiempo también


habría que sumarle los 8 meses que demandó la tramitación en primera
y segunda instancia del pedido de nulidad de una pericia contable
interpuesto por la defensa de Roberto Mateo Moschini (ver “Incidente
de nulidad de Moschini, Roberto Mateo”); el año y tres meses de
tratamiento, recurso de casación incluido, del pedido de nulidad del
procesamiento dictado el 13 de noviembre de 1997 (ver “Incidente de
nulidad de Roberto Mateo Moschini”); los 8 meses de tratamiento, en el
Juzgado y en la Cámara Federal, de la impugnación a la pericia
contable impetrada por la defensa de Massholder (ver “Incidente de
impugnación de pericia contable de Massholder”) y los 10 meses de
tratamiento del pedido de nulidad de los informes contables practicados
por el Contador Carlos María Bo –que motivó, dos recursos de
apelación, dos recursos de casación y dos quejas- (ver “Incidente de
nulidad de Massholder”).

En definitiva, en los párrafos precedentes


creo que quedo suficientemente establecido que el sumario no sufrió
ningún letargo y que el tiempo dedicado a su instrucción estuvo
plenamente justificado por la necesidad de recolectar diversos
elementos de prueba, por la importancia de arribar a la etapa del
plenario y de realizar un único juicio abarcativo de la totalidad de la
maniobra y de la totalidad de sus partícipes y, fundamentalmente, por
el tiempo que demandó el tratamiento de los innumerables planteos y
apelaciones de las defensas.

A lo largo de la totalidad del período de


instrucción que demandó, como se dijo, poco más de 10 años, se
tomaron 36 indagatorias, más de 150 testimoniales, se practicaron
2 peritajes contables y 1 peritaje informático, se dictaron 3
procesamientos y las defensas interpusieron 45 apelaciones, 16

78
Ministerio Público de la Nación

recursos de casación, 11 quejas ante la Casación y 5 recursos


extraordinarios ante la Corte Suprema. Todos los recursos de
casación, queja y extraordinarios fueron considerados
inadmisibles.

Entienden V.V.E.E. que “…basta reparar


que, más allá de aquellos planteos que podrían considerarse como un
ejercicio corriente de la práctica defensista, esto es, apelaciones a los
autos de procesamiento, planteos de prescripción de la acción penal y
nulidad de los requerimientos de elevación a juicio, sólo se cuenta,
pese a los numerosos imputados, con siete incidencias a lo largo de la
dilatada instrucción…”.

Resulta interesante apreciar cómo, en dicho


párrafo, el Tribunal excluye del universo de planteos a considerar
aquellos que entiende corresponden a un “ejercicio corriente de la
práctica defensista”. Mediante esa simple operación, los 29 incidentes
a los que se debió dar trámite durante la etapa de instrucción se
transforman, al menos a los ojos de quien no conoce la causa,
“mágicamente” en “solo…siete incidencias a lo largo de la dilatada
instrucción”.

El punto es que, aun cuando se


considerase que la totalidad de los planteos respondieron, en un
principio, a un “ejercicio corriente de la práctica defensista”, esta se ve
desvirtuada cuando se deducen, solo por contar los casos de
inadmisibilidad, al menos 32 recursos que para cualquiera que hubiere
leído el art. 457 C.P.P. y el art. 14 de la ley 48 (y no caben dudas de
que los abogados los habían leído), eran –y así fue declarado-
improcedentes.

Lo señalado hace a otro de los criterios que


deben ser evaluados para determinar la razonabilidad de la duración de
un proceso, conforme lo señalado por la Sala II de la Cámara Nacional
de Casación Penal en la causa: “ROBLEDO, Guillermo Tomas
s/recurso de casación” ya reseñada, donde se dijo que: “otro
parámetro que debe tenerse en cuenta es la propia actividad procesal

79
del interesado, ya que si bien no pueden considerarse los recursos que
válidamente puede interponer todo imputado, su comportamiento es un
elemento objetivo que no puede ser atribuido al estado y debe tomarse
en cuenta al momento de determinar si se ha afectado la garantía del
plazo razonable prevista en el art. 6.1 de la Convención Europea (caso
‘Wiesinger v. Austria’, 38/1990/229/295, del 30/10/1991, párr. 57).

También deben valorarse las iniciativas


implementadas que respondan manifiestamente a una actitud
obstruccionista u objetivamente dilatoria (conf. caso ‘Eckle v.
Germany’, sent. del 15/7/1982, párr. 82). Así ha resuelto que son
actitudes dilatorias, no imputables al Estado, las dilaciones indebidas
ocasionadas por el causante que solicita aplazamientos injustificados
de audiencias o cuando no se presenta a aquellas a las que estaba
debidamente citado (conf. casos ‘Adiletta v. Italy’, c. 20/1990/211/271
273, del 19/2/1991, párr. 17; y ‘Kemmache v. France’, c.
41/1990/232/298 y 53/1990/244/315; del 27/11/1991, párr. 64).

En este sentido la Corte Interamericana, ha


resuelto que ‘si la conducta procesal del propio interesado en obtener
justicia ha contribuido en algún grado a prolongar indebidamente la
duración del proceso, difícilmente se configura en cabeza del Estado
una violación de la norma sobre plazo razonable’ (caso ‘Cantos’, sent.
del 28/11/2002, párr. 57).”

Un reciente dictamen del Procurador Fiscal


ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación en “Brunengo, Alberto
Ernesto y otro s/ Causa N° 10.046” 43 , trata este tema. Extraigo de allí
una de sus conclusiones porque considero que es atinada su referencia
dada la similitud con lo sucedido en esta causa: “… las constancias
remitidas me permiten apreciar que, lejos de configurarse la situación
de excepción que se invoca en la apelación federal, la actividad
desplegada por la defensa, incluso, respecto de otras cuestiones
surgidas con posterioridad al planteo objeto de análisis… es propia de
una estrategia que autoriza a presumir su renuncia a obtener un juicio

43
B, 296, XLV, del 10/05/2010.

80
Ministerio Público de la Nación

rápido, situación que, sin embargo, se vislumbra como posible, atento


al estado actual en que se encontraba el proceso al momento de
requerir V.E. las actuaciones”.

Por lo demás, sea que se considere que


se trató de una práctica defensista corriente, o en ciertos casos,
de maniobras dilatorias, lo cierto es que, justamente por la
complejidad de la causa, la cantidad de imputados y las infinitas
posibilidades recursivas que prevé el Código (más las que no
prevé e igual se pretendieron utilizar), casi la mitad del tiempo que
demandó la instrucción la causa estuvo estancada por los
planteos y recursos de las defensas.

No obstante ello, sostienen V.V.E.E. que


“…debe ser analizada y descartada la responsabilidad en la duración
del proceso que la señora fiscal atribuye a la defensa, por no haber
requerido, oportunamente, un pronto despacho”.

Ese breve extracto no refleja la realidad de


lo que sostuve sobre este tópico en la audiencia. En aquella
oportunidad dije –según consta en la grabación que integra el acta del
debate- que “con respecto a la actividad de los imputados me parece
importante destacar que por lo menos yo no he visto un solo planteo
instando al Tribunal para llegar al juicio de manera rápida y que
realmente se ventilen en menos tiempo sus derechos, no hubo un
pronto despacho, no hubo absolutamente ningún escrito ni actividad de
la defensa que pida ir a juicio de manera rápida dejando suspendidas
otras cuestiones que pudiera haber pendientes…”.

Es decir, dejé en claro que no se trata de


achacar la responsabilidad de la tardanza a las defensas por no haber
pedido un pronto despacho –como pareciera surgir de la cita parcial del
Tribunal- pero sí se trata de sostener que gran parte del tiempo que
demandó la tramitación del proceso y, la totalidad de los dos años que
tardó en elevarse la causa a juicio luego de dictado el correspondiente
auto, debe ser atribuida a la infinidad de planteos y recursos
articulados por las defensas, muchos de los cuales, bien podrían haber

81
sido interpuestos recién en la instancia del debate si realmente
hubieran estado interesados en que la causa se eleve a juicio.

La afirmación realizada en el párrafo


precedente, es respetuosa de la garantía de la defensa en juicio,
conforme a la compresión que se hace de este derecho en Fallos
322:360 y 323:982. En efecto, si bien ambos precedentes fueron
mencionados por el Tribunal para fundar una posición contraria a la
aquí sostenida, debo resaltar que el supuesto de hecho de ambos
fallos difiere sustancialmente con lo sucedido en nuestra causa.

En el primero de ellos se pretendía atribuir


a la defensa la responsabilidad por la demora en base a no haber
optado por el nuevo sistema procesal implementado –que habría
permitido un juicio más ágil-, actividad que en nada puede asimilarse a
la que tuvieron las partes en esta causa.

En el segundo precedente, se dejo sentado


que no se podía valorar en contra de la imputada su inactividad, debido
a que no está en ella instar la prosecución del proceso en su contra;
aquí, en cambio, se está sosteniendo que sí hubo actividad por parte
de los imputados y que esta fue manifiestamente dilatoria.

Por otro lado, no se puede dejar de


destacar que las defensas no solo no se privaron de interponer cuanto
recurso –procedente o improcedente- pudieron, sino que, en varias
oportunidades, se manifestaron “alarmadas” con relación a la
posibilidad de que, aún así, la causa fuera elevada a juicio.

En este sentido, y solo a titulo


ejemplificativo podemos citar al Sr. defensor particular de Massholder,
Dr. Martinese, quien refería al contestar la vista prevista en el art. 349
C.P.P. que “…encontrándose pendiente una prueba importante como lo
es la pericia contable, es inadmisible la elevación a juicio oral de la
presente causa, debiendo así ordenarse. Esta defensa ha tomado
conocimiento, además, de la impetración de nulidad planteado (sic) por
otro de los imputados en esta causa, lo que torna más inadmisible
aún la elevación peticionada por la querella y la fiscalía” (la negrita me

82
Ministerio Público de la Nación

pertenece).

También podemos recordar lo que dijera el


Sr. Defensor de Roberto Mateo Moschini, Dr. Guillermo Balaban:
“habiendo el suscripto promovido incidente de nulidad de todo lo
actuado desde el inicio de estas actuaciones, e interpuesto RECURSO
DE CASACIÓN en razón de lo resuelto en primera y segunda instancia,
es que entiendo que no corresponde la clausura del sumario hasta
tanto se resuelvan la totalidad de las cuestiones pendientes …por
lo cual formulo oposición a la clausura hasta el tiempo el tiempo
procesalmente oportuno” (fs. 7647, la negrita me pertenece).

En el mismo sentido se expresaba el Dr.


Nardi a fs. 7896: “toda vez que este ministerio hubo de plantear la
nulidad del auto de elevación a plenario respecto de los ingenieros
Martínez y Siri, abarcativa de cuanto ocurra como corolario de ella,
pido a V.S. se sirva aguardar que el asunto –hogaño a estudio de la
Excelentísima Cámara Nacional de Casación Penal- adquiera firmeza,
ello con arreglo a preservar el debido proceso legal y la defensa en
juicio, ambos emplazados a nivel constitucional” (fs. 7896).

Curiosamente -o no- luego de haber


intentado por todos los medios que se retrasase la elevación de la
causa a juicio, los Dres. Balaban y Nardi, se manifestaron indignados
en la audiencia de debate por la excesiva duración del proceso.

Explicadas que fueron las razones de la


“tardanza” en la elevación de la causa a juicio, entiendo corresponde
ahora hacerse cargo, -a pesar de que, curiosamente, al respecto nada
se dice en la resolución recurrida- del tiempo que demandó la
tramitación de las actuaciones en esta instancia.

Al mes de haberse elevado la causa a


juicio (27 de noviembre de 2006) el Tribunal Oral en lo Criminal Federal
N° 4 se declaró incompetente y remitió la causa por conexidad a
vuestro Tribunal (fs. 8114/8116). Luego de transcurrido un lapso de
tiempo lógico para el estudio de actuaciones de la complejidad y
volumen de las presentes, V.V.E.E. resolvieron declarar la nulidad

83
parcial del auto de elevación a juicio por no haberse expedido la
querella con relación a algunos de los imputados en autos en la
oportunidad prevista en el art. 346 C.P.P. (fs. 8251/8252).

Requerida que fuera la elevación a juicio


por la querella respecto a los imputados faltantes (fs. 8277/8349), la
defensa de Guzzo promovió incidente de nulidad de dicho
requerimiento (fs. 8364/8374). A fs. 8455/8456 el juzgado instructor
rechazó el planteo, no obstante lo cual, por otros motivos, declaró la
nulidad parcial del requerimiento del acusador particular. El 31/3/08 se
declaró, nuevamente, clausurada la instrucción y se elevaron las
actuaciones (fs. 8458).

A fs. 8479/8502 se certificó parte de la


documentación de la causa, -12 paquetes que, materialmente, ocupan
casi una estantería entera-, lo cual insumió 23 fojas de actuaciones;
bastante para una causa que pretende afirmarse que no es compleja. A
fs. 8516 se citó a las partes a juicio a tenor del art. 354 C.P.P. (28 de
mayo de 2008).

A fs. 8570 la defensa de Minazzoli pidió


una prórroga “atento a la complejidad y extensión de las
actuaciones”, también la defensa oficial pidió prorroga a fs. 8647, la
cual fue concedida a fs. 8663 por V.V.E.E. “teniendo en cuenta la
voluminosidad de las presentes actuaciones”. Con fecha 27 de agosto
la defensa oficial de Cisilino, Guzzo y Soriani (fs. 8723) y la defensa
particular de Leguiza y Rossi pidieron nuevas prorrogas “en atención
a la voluminosidad de las presentes actuaciones y la enorme
complejidad de las mismas” (fs. 8724). El 28 de agosto el Tribunal
concedió las prorrogas solicitadas (fs. 8726).

Parece que, para algunas defensas, el


plazo todavía no era suficiente, por lo que el 12 de septiembre de 2008,
se presentó un nuevo pedido de prorroga (fs. 8759). Hay que señalar, a
esta altura, que la Fiscalía ya había realizado el ofrecimiento de prueba
el día 21 de agosto de dicho año (fs. 8711/8682). El 12 de septiembre
se concede la nueva prórroga (fs. 8761). A fs. 8782, se realiza un

84
Ministerio Público de la Nación

nuevo pedido de prórroga. El 30 de septiembre el Tribunal concede


“por última vez” una nueva prórroga.

Finalmente con fecha 20 de octubre de


2008 la última de las defensas presentó el ofrecimiento de prueba (fs.
8810/8811). Es decir, algunas de las defensas necesitaron de casi
cinco meses para realizar el ofrecimiento de prueba cuando el
Código estipula, tan solo, diez días. El Tribunal, por su parte,
convalidó todos los pedidos de prorroga presentados en atención a la
complejidad de la causa. Entonces no puedo más que preguntarme: 1)
¿Cómo pueden luego, esas mismas defensas, relativizar la
complejidad de la causa a los fines de sustentar sus planteos de
violación al plazo razonable? 2) ¿Cómo puede el Tribunal que hizo
lugar a esas prórrogas en virtud de la complejidad de la causa
relativizar ahora esa circunstancia?

A fs. 8827/8836 el Tribunal dictó el auto de


admisibilidad de la prueba, haciendo lugar a numerosas medidas de
instrucción suplementaria solicitadas por las partes. Deducidas
diversas reposiciones y presentados varios escritos con aclaraciones a
fs. 9210/9211, con fecha 20 de agosto de 2009, el Tribunal hizo lugar a
otras medidas de prueba.

Recepcionadas las diversas pruebas


requeridas por las partes por instrucción suplementaria (la última fue
agregada con fecha 12/5/10 –fs. 9537/9538-), a fs. 9548 (30 de junio
de 2010) se fijo fecha de iniciación del debate para el 19 de octubre del
año pasado, la que finalmente, en razón del reordenamiento del
cronograma de audiencias del Tribunal (fs. 9582) y la fijación de
audiencias de juicio en causas con imputados en prisión preventiva, fue
diferida para el 22 de febrero del corriente año (fs. 9615).

Como se puede apreciar, una vez radicada


definitivamente la causa en el Tribunal (31 de marzo de 2008) el tiempo
transcurrido hasta la fecha del debate (22 de febrero de 2011), se
insumió exclusivamente en permitirle a las defensas realizar sus
respectivos ofrecimientos de prueba (5 meses) y para llevar a cabo

85
las diversas medidas de instrucción suplementaria solicitadas
tanto por los Sres. abogados defensores, como por este Ministerio
Público (alrededor de un año y medio).

Luego de ese período tuvieron que


transcurrir alrededor de 7 meses hábiles para que fuera posible, dar
inicio al juicio. Nótese que este tiempo se encuentra perfectamente
justificado si tenemos en cuenta, la cantidad de causas radicadas en el
fuero -muchas de gran complejidad-, a más de la lógica necesidad de
dar preeminencia a aquellas en las cuales hay personas detenidas.

De todo lo dicho hasta el momento surge


con claridad que si bien los más de 14 años transcurridos desde la
fecha de inicio de las actuaciones pueden parecer, a una primera
impresión, excesivos, lo cierto es que, con nuestro actual sistema
procesal y teniendo en cuenta la complejidad y magnitud de la presente
causa, estuvieron plenamente justificados.

Esta última afirmación sirve para descartar


otro de los criterios de valoración en la mensuración del plazo que
demandó la tramitación de estos actuados, debido a que la demora
alegada por las partes, no es el resultado de un comportamiento
negligente por parte de las autoridades responsables de la tramitación
de la causa, sino la consecuencia lógica de la tramitación de una
investigación de considerable magnitud .

Así se ha expedido la Sala I de la Cámara


Nacional de Casación Penal en fallo “MIGUEL, Nestor Roberto
s/recurso de casación” 44 , al señalar: “Con relación al ‘comportamiento
de las autoridades competentes’ como el tercer criterio de objetivación;
el Tribunal de Estrasburgo ha indicado en reiteradas oportunidades
que únicamente las lentitudes imputables al Estado pueden conducir al
Tribunal a concluir en la inobservancia del plazo razonable (vid en este
sentido los casos: ‘Vernillo v. France’, n° 26/1990/217/279, sentencia
del 20 de febrero de 1991, párr. 36-38; ‘Monnet v. France’, n°
35/1992/380/454, sentencia del 27 de octubre de 1993, párr. 32-33; y

44
CNCP, S. I, causa 7790, registro 10454, rta. el 9-5-2007.

86
Ministerio Público de la Nación

‘Kemmache v. France’, ya citado, párr. 65; entre muchos otros)”.

Recapitulando, dos fueron los períodos en


los que el Tribunal Oral, en la resolución en crisis, entendió que se
había demorado excesivamente el trámite de la causa. El primero, de
cuatro años, –entre el primer auto de procesamiento y la vista a tenor
del art. 346 C.P.P.- fue insumido por la realización de tres pericias –
que tardaron dos años y que a criterio de las propias defensas fueron
sumamente relevantes- y por las diversas apelaciones al tercer
procesamiento –en cuyo marco las defensas solicitaron cuatro meses
de prórrogas-. Durante todo ese período, además, como ya se
reseñara, la causa siguió su curso, tomándose numerosas
testimoniales, indagatorias e informes.

El segundo período, de dos años, –entre el


auto de elevación y la efectiva elevación de la causa a juicio-
transcurrió entre los numerosos recursos de las defensas, ante la
Cámara Federal, la Cámara de Casación e, incluso, ante la Corte
Suprema, contra el auto de elevación.

En prieta síntesis, no se puede negar que,


en procura de recabar las pruebas necesarias para el debate y de
permitir un amplísimo ejercicio del derecho de defensa, la etapa de
instrucción se extendió durante un período prolongado. Esto, sin
embargo, no puede llevar, sin más, a la conclusión de que se hubiere
violado la garantía a ser juzgado en un plazo razonable.

c. El juicio de ponderación

En definitiva lo que está en juego aquí son


dos principios contrapuestos. Por un lado tenemos el derecho a un
acabado ejercicio del derecho de defensa durante la instrucción; por el
otro, el derecho de los imputados a ser juzgados en un plazo
razonable.

La consecución del primer principio,


requiere, tratándose de una causa de la magnitud y complejidad de la

87
presente, la realización de una instrucción prolongada. Prueba de ello
es que, como ya se acreditó, la casi totalidad de las medidas de prueba
recabadas durante el sumario resultaban útiles, cuando no
imprescindibles, para la realización del debate y 5 de los 10 años de
instrucción fueron insumidos en el tratamiento de los planteos de las
defensas. En contraposición, la realización del segundo principio
requiere que se ponga fin a la situación de incertidumbre que importa
un proceso penal, del modo más rápido posible.

Se presenta, en definitiva, un problema de


ponderación. Esto pues, hay argumentos opuestos que determinan
exigencias incompatibles y no hay una regla que determine la decisión,
por lo que tal regla ha de establecerse en virtud de una ponderación.
La realización de este juicio de ponderación, nos permitirá demostrar
que debe darse preeminencia al derecho de defensa por sobre el
derecho a ser juzgado del modo más rápido posible.

Señala Sieckmann que la ponderación de


principios colisionantes presenta un problema de optimización. Se han
de cumplir exigencias opuestas que no pueden realizarse íntegramente
a la vez. Pero también se debe realizar un resultado óptimo en lo mejor
posible. La optimización debe suceder en dos aspectos: en el de las
posibilidades fácticas y en el de las jurídicas o, en general,
normativas 45 .

Los principios colisionantes tienen un peso


relativo. El peso relativo de un principio P1 en relación con un principio
colisionante P2, es la medida de la ganancia en el cumplimiento de P2,
necesaria para justificar una medida determinada de menoscabo de
P146 . El peso de un principio en el caso concreto resulta de su peso
relativo y de la medida de su cumplimiento para la decisión.

El peso relativo de un principio puede, a


veces, ser determinado en función de otros criterios, tales como la
fuerza de los intereses a los que el principio sirve, decisiones
45
Sieckmann, Jan, El modelo de los principios del derecho, Universidad Externado de
Colombia, Bogotá, 2006, p. 127.
46
Ibidem, p. 130.

88
Ministerio Público de la Nación

ponderativas en otros casos o el apoyo en otros principios que


fundamentan la admisión de un peso relativo mayor, se habla en estos
casos de “peso relativo abstracto”. Este peso no puede eliminar la
necesidad de ponderación, pero si puede asegurar, con argumentos
mejores, el juicio ponderativo 47 .

El peso de un principio en el caso concreto


puede designarse también como el valor de cumplimiento de un
principio. El principio con el valor más alto de cumplimiento adquiere
preeminencia frente a otros principios 48 .

El juicio de ponderación cuando, como en


el caso, se trata de la colisión de dos principios de jerarquía
constitucional, no permite arribar a un único resultado correcto, sino
que existirá siempre un margen en el cual la decisión acerca del nivel
de menoscabo de un principio y de satisfacción del otro, habrá de ser
considerada aceptable.

Es así que, en el caso, no se puede


consagrar sin más, como pareciera pretender el Tribunal Oral, la
preeminencia del principio a ser juzgado en un plazo razonable sin
tener en cuenta si la afectación, en cierto grado, a ese principio no se
hallaba justificada por la necesidad de servir a otro principio de peso
superior, incluso a criterio del propio titular del derecho.

Creo se puede partir de la premisa, fuera


de discusión, del elevado peso abstracto del principio que exige
garantizar un acabado ejercicio del derecho de defensa durante la
instrucción. Esto creo que no podría ser objetado por ningún defensor
ni por el Tribunal de juicio.

Ahora bien, teniendo en cuenta que el


tiempo que demandó la instrucción estuvo justificado en la necesidad
de satisfacer este principio de elevado “peso abstracto”, la pregunta
sería, en términos del juicio de ponderación, si la “ganancia” derivada
de la realización de este postulado justificó la afectación, en cierta

47
Ibidem, p. 136 y ss.
48
Ibidem, p. 134 y ss.

89
medida, del principio de plazo razonable. La respuesta solo puede ser
afirmativa.

A esta conclusión se llega no solo teniendo


en cuenta la importancia de la realización integra del derecho de
defensa sino, también, ponderando el reducido nivel de afectación a la
garantía a ser juzgado en un plazo razonable.

A esta conclusión se arriba si tenemos en


cuenta que ninguno de los imputados estuvo detenido con motivo de
este proceso, circunstancia que corresponde que sea valorada para
poder determinar si se ha afectado la garantía de ser juzgado en un
plazo razonable.

En este sentido, ha dicho la Sala II de la


Cámara Nacional de Casación Penal en la causa: “ROBLEDO,
Guillermo Tomas s/recurso de casación” ya citada que “…debe
repararse también que Guillermo T. Robledo no estuvo detenido en
ningún momento del proceso; por cuanto a fin de evaluar si se ha
afectado la garantía de un juicio en un plazo razonable, no sólo debe
hacerse una ponderación en torno a las pautas que refiriera
precedentemente (la complejidad del caso, la actividad procesal del
interesado y la conducta de las autoridades judiciales), sino también
las medidas de coerción personal que pudiera haber soportado. Ya que
como ha señalado la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
"el concepto de tiempo razonable contemplado en el art. 7 y en el art. 8
difieren en que el art. 7 posibilita que un individuo sea liberado sin
perjuicio de que continúe su proceso. El tiempo establecido para la
detención es necesariamente mucho menor que el destinado para todo
el juicio" (conf. Susana Albanese, "Garantías Judiciales. Algunos
requisitos del debido proceso legal en el Derecho Internacional de los
Derechos Humanos", Buenos Aires, 2000, p. 66).” 49

Como se dijo, cuando se realiza un juicio de


ponderación, entre dos principios constitucionales en colisión nunca va
a haber una única solución correcta, habrá siempre diferentes grados
49
En igual sentido, ver CNCP, Sala II, “LARUMBE SEPIC, Rubens Néstor s/recurso de
casación”, causa 6290, reg. 8585, rta el 9-5-2006.

90
Ministerio Público de la Nación

de satisfacción-afectación que se consideren aceptables.

También se dijo que la “optimización”


derivada del juicio de ponderación debe realizarse teniendo en cuenta
tanto las posibilidades fácticas como las jurídicas. Así, no puede
desconocerse que nuestro actual sistema procesal opta por una
instrucción prolongada en la cual se procura recabar todas las pruebas
en las que se sustentará el debate y en la que se habilita un acabado
ejercicio del derecho de defensa (con la posibilidad de formular
múltiples planteos y apelaciones), aun cuando esto vaya en desmedro
de la celeridad del proceso.

Como se ve esta “decisión” legislativa,


consciente o no, redunda en los hechos en un “beneficio” para el
imputado en términos de posibilidades de defensa; beneficio este que
quizás no tendría en un sistema procesal que se caracterizase por su
celeridad.

El Tribunal realiza una extensa crítica al


régimen procesal actualmente imperante. En este marco entiende que
“…no puede dejar de señalarse que, en alguna medida, es también el
propio sistema procesal que nos rige el responsable del
quebrantamiento de la garantía en estudio”, para luego, en otro pasaje,
agregar que “…no debe perderse de vista que la etapa de instrucción,
también llamada preliminar o preparatoria, es precisamente eso, la
antesala del debate oral y público donde se producirá la prueba que
permitirá alcanzar una decisión definitiva al respecto”.

Más allá de la loable expresión de deseos


del Tribunal en pos de un Código Procesal que hiciere de la velocidad
en la tramitación del proceso una meta, lo cierto es que la evaluación
de la eventual violación de la garantía en cuestión debe hacerse
teniendo siempre en miras la realidad actual del régimen procesal.
Tampoco puedo dejar de destacar que ese “sistema ideal”, en términos
de celeridad, al que parecieran aspirar V.V.E.E., necesariamente
implicaría un detrimento en términos de posibilidades de defensa.

Puede o no compartirse esta opción del

91
legislador y puede o no propenderse a una modificación del sistema
procesal que acelere la etapa de instrucción pero, de momento, lo
cierto es que los imputados y sus defensas hacen uso –y a veces
abuso- de las “ventajas” que les da el sistema. De hecho, en esta
causa, como ya se reseñara, el análisis de los planteos de las defensas
demandó más de 5 años; más de la mitad del tiempo total que
demandó la instrucción de las actuaciones.

Siendo esto así, no resulta lógico que luego


de haber gozado de los “beneficios” que en términos de un acabado
ejercicio del derecho de defensa le acuerda este Código a las
defensas, se pueda invocar la primacía absoluta de un principio cuya
realización plena habría supuesto, necesariamente, un menoscabo en
términos de posibilidades de ejercer la defensa técnica.

Cabe preguntarse si las defensas hubieren


estado de acuerdo en renunciar al derecho a recurrir resoluciones que
el Código les acuerda durante la tramitación de la causa, en aras de
lograr que se hubiere elevado a juicio en la mitad del tiempo que
finalmente demandó. La respuesta probablemente hubiese sido
negativa.

Y es que si bien, como ya se afirmara el


actual régimen procesal refleja una “opción” legislativa por un proceso
largo en el cual se concede a las defensas múltiples posibilidades de
ejercer su ministerio, lo cierto es que estas siempre tienen la opción de
no plantear múltiples –y a veces improcedentes- apelaciones en pos de
que sus defendidos sean juzgados en el menor tiempo posible. Sin
embargo, no solo no lo hacen sino que pretenden luego alegar que se
violó el derecho de sus asistidos a ser juzgados en un plazo razonable.

Y es que en este punto debe recordarse


que los dos principios colisionantes –el acabado ejercicio del derecho
de defensa y el derecho a ser juzgado en un plazo razonable- tienen
como beneficiarios a los propios imputados.

En definitiva, tanto si tenemos en cuenta la


perspectiva general de la opción del legislador por un determinado

92
Ministerio Público de la Nación

sistema, como si tenemos en cuenta los beneficios concretos que, en el


caso, trajo aparejada una instrucción prolongada y la relativamente
escasa afectación a los derechos de los imputados durante ese
período, el juicio de ponderación lleva a descartar que se hubiere
afectado la garantía a ser juzgado en un plazo razonable.

d. Otras consideraciones

No deseo terminar esta presentación sin


antes destacar las diferencias existentes entre las circunstancias
propias del trámite de las presentes actuaciones y los precedentes
citados por el Tribunal Oral en apoyo del resolutorio en crisis.

En primer lugar debe destacarse que tiene


especial importancia, a fin evaluar la pertinencia o no del planteo bajo
estudio, el momento en que fue efectuado. Si se considera que nos
encontrábamos en las postrimerías de estas actuaciones, a días de
poder conocer un veredicto final con relación a las imputaciones objeto
de la causa, la fuerza del cuestionamiento a la duración del proceso se
desvanece.

Es justamente la etapa del proceso en que


se encontraban las actuaciones, un dato que marca la diferencia entre
este caso y los supuestos citados por el Tribunal. Así, los precedentes
de Fallos 277:188 y 300:1102 se originaron ante planteos enderezados
a evitar que declaraciones de nulidad provocaran retrotraer el juicio a
etapas superadas; el de Fallos 316:1328 se trataba de una causa con
15 años de tramitación y sin fijación de fecha de debate; el de Fallos
322:360 tenía 12 años de tramitación y no era posible predecir el
dictado de la sentencia a corto plazo; la causa de Fallos 323:982 se
hallaba prescripta y llevaba 18 años de tramitación; y en Fallos 327:327
y 327:4815 no solo se trataba de causas con 16 años de tramitación
sino que según lo expresado por el Procurador General, no podía
predecirse que se obtendría en corto plazo una resolución definitiva del
pelito.

93
Es pertinente recordar aquí que si bien el
más alto Tribunal tiene dicho que existe un deber moral para los jueces
inferiores en conformar sus decisiones a lo sostenido por la Corte en
casos análogos 50 , obviamente que esta obligación no rige, cuando, se
trata de aplicar una doctrina a supuestos por entero divergentes.

Sobre el particular es pertinente traer a


colación lo manifestado por el Procurador Fiscal ante la Corte Suprema
de Justicia de la Nación en “S., José María s/ defraudación por
administración fraudulenta” 51 : “…el avanzado estado de tramitación en
este caso, donde solamente restaría dictar la providencia de autos -con
la salvedad del art. 492, C.P.M.P.- permite avizorar su pronta
resolución definitiva mediante el modo natural de culminación del
proceso, que es el dictado de la sentencia. Pronunciamiento conclusivo
que, huelga decirlo, atiende todos los intereses del conflicto, pues a la
vez garante la búsqueda de la verdad y disipa la incertidumbre del
imputado”.

En igual sentido la Sala II de la Cámara


Nacional de Casación Penal en la causa “LARUMBE SEPIC, Rubens
Néstor s/recurso de casación”, ya citada, al referirse a la resolución del
Tribunal Oral en lo Criminal Nro. 14 que declaró extinguida la acción
penal por prescripción, estando fijada la audiencia de debate,
manifestó que dicha resolución “…impidió que se realizar el juicio oral
y público, que hubiera dado lugar a la conclusión natural de todo
proceso mediante la sentencia”. También, la Sala IV en la causa
“PETERSON, Damián Carlos s/recurso de casación” 52 estableció que
“…tampoco se evidencia afectada la garantía de ser juzgado en un
plazo razonable, en atención a que en la etapa en la que se encuentra
el presente proceso -en el que ya se ha citado a las partes a juicio-, la
obtención de una resolución definitiva del pleito que ponga fin a las
restricciones que implica el mero sometimiento de los recurrentes al
juicio penal, no puede considerarse actualmente un derecho

50
CSJN, Fallos 25:368.
51
S, 2491, XLI.
52
CNCP, S. IV, causa 6541, reg. 8561.4, rta. el 24-4-2007.

94
Ministerio Público de la Nación

denegado”.

Existen también diferencias sustanciales,


aunque de otro orden, entre las presentes actuaciones y los
precedentes de la Cámara Nacional de Casación Penal que fueron
citados por el tribunal. Esto en tanto, todos los precedentes citados se
caracterizan por la sencillez de los hechos investigados, a saber:
“BARROS, Orlando Ruben s/recurso de casación (causa 8428, Sala I,
reg. 10.892, rta. El 13/08/2007), se trataba de una causa con un solo
hecho de complejidad menor, con dos imputados y once años de
tramitación; “RUDA, Juan Manuel s/recurso de casación” (causa
10.971, Sala I, reg. 15.786, rta. 3/05/2010), versaba también con
relación a un hecho sin complejidad, con dos imputados y doce años
de tramitación; y por último, “GRANATTA, Héctor Ricardo y otros
s/recurso de casación” (causa 12.524, Sala III, reg. 17/11, rta.
7/2/2011), se encontraban imputadas solo cuatro personas, y no
obstante el hecho era sencillo, la causa había tramitada durante diez
años.

Por último, considero que es atinente


valorar aquí el criterio que hace a la duración de procesos similares al
de autos, un dato de la realidad que no escapa al conocimiento de las
defensas, y mucho menos, a V.V.E.E.

En efecto, la mayoría de las causas de las


características que las que en esta oportunidad nos convoca, en cuanto
al delito imputado y la cantidad de personas involucradas en el hecho,
demanda un plazo similar. A modo de ejemplo y solo haciendo
referencia a actuaciones en trámite ante distintos tribunales orales
federales se pueden citar la causa 1.049 “Tonietto, Ángel Domino y
otros s/ inf. Art. 174 inc. 5° C.P.” del registro del Tribunal Oral Federal
N° 2, iniciada el 10 de abril de 2000 en la que aún no se ha fijado fecha
de debate; la causa 980 “Ganduglia, Carlos María y otros s/
defraudación contra la administración pública”, iniciada el 26 de mayo
de 1995 que tuvo sentencia condenatoria recién el 2 de septiembre de
2008; y la causa 825/07 “Alderete Carlos Elvio y otros s/ inf. Art. 174

95
inc. 5° en función del 173 inc. 7° C.P.” del registro del mismo Tribunal
Oral Federal N° 3, iniciada con fecha 5 de octubre de 1995 y en la que
se firmó acuerdo de juicio abreviado recién el 1° de junio de 2009; vale
destacar que en todas ellas se realizaron planteos de plazo razonable
que fueron resueltos negativamente por los tribunales intervinientes.

Es en virtud de las consideraciones


expuestas que entiendo no se ha violado la garantía a ser juzgado en
un plazo razonable, por lo que entiendo corresponde revocar lo
dispuesto en este sentido en la resolución recurrida.

3- L OS DERECHOS AFECTADOS POR LA


RESOLUCIÓN . LA CONFUSIÓN ENTRE SOCIEDAD Y ESTADO .

El tribunal sostiene en el considerando 14°


que resulta errónea la cita de “Bulacio” a la hora de requerir que
cualquier interpretación que se haga sobre el alcance de la garantía del
plazo razonable, tenga en cuenta no solamente los derechos de los
imputados, sino también de la sociedad como víctima de los hechos de
corrupción.

A criterio de los señores jueces, la


referencia sería errónea en virtud de que ese precedente se refiere a
violación de derechos protegidos por la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, cuerpo normativo que protegería derechos de la
persona humana y no del Estado.

Varias son las confusiones que presenta el


abordaje que respecto a este punto efectuó el Tribunal.

En primer lugar, puede decirse que lo que


no parece correcta es la equiparación que se pretende, y que la
suscripta en ningún momento efectuó, entre sociedad y Estado.

Cuando me referí a “sociedad” lo hice en el


sentido sociológico de asociación de individuos, o lo que es igual,
conjunto de personas humanas, partiendo de definiciones como la de
Locke: “…aquellos que están unidos en un cuerpo y tienen una ley

96
Ministerio Público de la Nación

común establecida y una judicatura a la cual apelar, con autoridad para


decidir las controversias entre ellos y castigar a los ofensores, forman
entre sí una sociedad civil (…) Toda vez que cualquier número de
hombres esté así unido en una sociedad, de modo tal que cada uno
haya renunciado al poder ejecutivo que tiene por ley natural y lo haya
cedido al poder público, entonces, y sólo entonces, hay una sociedad
política o civil.” 53

El Estado, en cambio, según la tradicional


definición de Weber “es una asociación de dominio de tipo
institucional, que en el interior de un territorio ha tratado con éxito de
monopolizar la coacción física legítima como instrumento de dominio, y
reúne a dicho objeto los medios materiales de explotación en manos de
sus directores pero habiendo expropiado para ello a todos los
funcionarios de clase autónomos, que anteriormente disponían de
aquellos por derecho propio, y colocándose a sí mismo, en lugar de
ellos, en la cima suprema”. 54

A partir de esta confusión, el Tribunal


mezcla también el alcance de la discusión sobre el derecho al recurso,
reconocido por el artículo 8 inc. 2.h. de la CADH, -problemática
abordada en el caso “Arce”-, con el derecho a una tutela judicial
efectiva, establecido en el artículo 8 inc.1° y 25 de esa Convención, al
que se refiere “Bulacio”.

En efecto, el fallo “Arce” que fuera invocado


por el Tribunal para sostener su conclusión, trata sobre la
constitucionalidad de los límites impuestos al Ministerio Público Fiscal
por el artículo 458 del Código Procesal Penal para interponer recurso
de casación; o lo que es igual, sobre los límites impuestos al Estado
para hacerlo.

La Corte Suprema de Justicia de la Nación


sostiene en ese precedente que la Convención Americana sobre
Derechos Humanos no ampara a quien ejecuta la acción penal como
53
Locke, John Segundo ensayo sobre el gobierno civil, Losada, Buenos Aires, 2002, p. 63.
54
Weber, Max, Economía y Sociedad, FCE, México, sección novena, 1964,

97
órgano del Estado y que la garantía del derecho de recurrir
(establecida por el artículo 8 inc.h de la CADH) ha sido consagrada
sólo en beneficio del inculpado; motivo por el cual, en tanto el
Ministerio Público es un órgano del Estado no es el sujeto destinatario
del beneficio (cons. 7°).

Parte de la justificación de esta solución,


puede encontrarse cuando la CSJN sostiene que el Estado, como
titular del ius persequendi puede autolimitarse en los casos que
considere que no revisten suficiente relevancia para justificar su
actuación, y en tales condiciones, el fiscal debe ejercer su pretensión
en los términos que la ley procesal le concede (cons. 9°). En ese
sentido, como consecuencia de lo resuelto en este fallo, también se ha
desconocido el derecho del querellante a la doble instancia.

Empero, con respecto al derecho a una


tutela judicial efectiva, contemplado en los arts. 8.1 y 25 de la CADH,
la CSJN sostuvo, entre otros, en “Santini” 55 que “todo aquél a quien la
ley reconoce personería para actuar en juicio en defensa de sus
derechos está amparado por la garantía del debido proceso legal
consagrado en el art. 18 de la Constitución Nacional, sea que actúe
como acusador o como acusado, como demandado o demandante;
ya que en todo caso media interés institucional en reparar el agravio si
éste existe y tiene fundamento en la Constitución. No se observa, en
efecto, cuál puede ser la base para otorgar distinto tratamiento a
quien acude ante un tribunal peticionando el reconocimiento o la
declaración de su derecho –así fuere el de obtener la imposición
de una pena- y el de quien se opone a tal pretensión, puesto que la
Carta Fundamental garantiza a todos los litigantes por igual el derecho
a obtener una sentencia fundada previo juicio llevado en legal
forma…”.

Fue en base a este derecho, que la CSJN


que otrora en “Arce” desconociera el derecho de la querella al recurso

55
CSJN, “Santini, Angelo y otra s/su solicitud por denegación de justicia en la causa
n°27.480 ‘González, Alejandra Valentina s/homicidio culposo” rta. 3/12/98

98
Ministerio Público de la Nación

en los términos del artículo 8 inc.2 h, luego en “Juri” 56 manifestó que en


el caso hubo un “indebido cercenamiento del derecho a recurrir de la
víctima del delito o su representante a partir de las normas
internacionales sobre garantías y protección judicial previstas en los
arts. 8, ap.1 y 25 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos”.

Sentado ello, cabe advertir que el motivo


por el cual la suscripta se refirió a “Bulacio” como parámetro de análisis
del caso, radicó principalmente en la importancia de lo manifestado por
la CIDH cuando sostuvo que “Esta manera de ejercer los medios que la
ley pone al servicio de la defensa, ha sido tolerada y permitida por los
órganos judiciales intervinientes, con olvido de que su función no se
agota en posibilitar un debido proceso que garantice la defensa en
juicio, sino que debe además asegurar en tiempo razonable 57 , el
derecho de la víctima o sus familiares a saber la verdad de lo sucedido
y que se sancione a los eventuales responsables. El derecho a la
tutela judicial efectiva exige entonces a los jueces que dirijan el
proceso de modo de evitar que dilaciones y entorpecimientos
indebidos, conduzcan a la impunidad, frustrando así la debida
protección judicial de los derechos humanos” (párrafos 114 y 115).

Sentado ello, no puedo más que poner en


evidencia una tercera confusión que subyace al argumento del
Tribunal, cual es que en el caso que nos ocupa no habría víctimas para
proteger, distintas al propio Estado.

En esa dirección, es sabido que tanto el


delito de cohecho como el de negociaciones incompatibles con la
función pública como el de administración fraudulenta en perjuicio del
Estado, son hechos de corrupción. A la hora de definir los efectos de
este tipo de hechos y quienes resultan perjudicados con su comisión, la
Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, en su
preámbulo pone de relieve la gravedad de los problemas y las
amenazas que plantea la corrupción para la estabilidad y seguridad de
56
CSJN- Fallos 329:5994
57

99
las sociedades al socavar las instituciones y los valores de la
democracia, la ética y la justicia y al comprometer el desarrollo
sostenible y el imperio de la ley.

Y es precisamente en base a los efectos


que tiene sobre toda la sociedad (y, por ende, también sobre cada una
de las personas humanas que la componen) que se caracteriza a los
bienes jurídicos protegidos en el capítulo de delitos contra la
administración pública como colectivos. En ese sentido, y tal como lo
58
sostiene Vargas Pinto la protección de bienes jurídicos colectivos “ha
de orientarse al resguardo de situaciones especialmente relevantes
para posibilitar la convivencia social y el desarrollo personal. De este
modo, no se deja de mirar a la persona y sus necesidades. Se podría
adelantar –según lo expuesto- que existe una combinación más o
menos de aspectos individuales y colectivos en todo bien jurídico
penal. La ponderación y primacía de unos sobre otros es lo que
determina su tipo en particular, pero se han de considerar ambos”.

Al respecto sostiene Bustos Ramírez que


los bienes jurídicos colectivos se basan en una relación social común,
múltiple y amplia, vinculada a la satisfacción de necesidades sociales,
respecto de todos y cada uno de los miembros de la sociedad o de
un colectivo 59 .

Como sostiene Vargas Pinto,


adelantándose a esta habitual consideración de los delitos que
protegen bienes jurídicos colectivos como delitos sin víctima: “en todos
estos bienes no hay un único titular, por lo que tampoco una víctima
particular o individual, sino que todos o cualquiera pueden serlo, razón
por la cual se habla de víctima difusa o potencial. Sin embargo, el
hecho de que todos los que estén en una misma situación se puedan
ver afectados, no debe llevar a los extremos de negar la existencia de
víctima o identificarla con una única víctima determinada” 60 .

58
Vargas Pinto, Tatiana, Delitos de Peligro Abstracto y Resultado, Aranzadi, Pamplona,
2007, p. 103 y ss.
59
Ibídem, p. 105.
60
Ibídem, p. 106.

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Ministerio Público de la Nación

En consecuencia, la referencia a “Bulacio”


radicó, además del reclamo de la consideración del derecho del
Ministerio Público, en cuanto parte acusadora, a la tutela judicial
efectiva, en el pedido de contemplación de los derechos de las
personas integrantes de la sociedad como afectadas por el delito.

De este modo, mi pedido de respeto al


derecho a la tutela judicial efectiva es efectuado al Tribunal, tanto en
nombre del Ministerio Público Fiscal, como órgano estatal y para el
cumplimiento de sus fines; como en representación de cada una de las
personas humanas que integran la sociedad, víctimas potenciales de
los hechos de corrupción y que, más allá de quien en la oportunidad las
represente en juicio, tienen para sí el derecho a que un tribunal dicte
una sentencia fundada previo juicio llevado en legal forma.

VI.- CONSIDERACIONES FINALES

Luego de haber efectuado el análisis de los


motivos por los que no concuerdo con la resolución que por este acto
vengo a cuestionar, no puedo dejar pasar la oportunidad de hacer
algunas manifestaciones que, a mi entender, también deben
considerarse a la hora de abordar el caso que nos ocupa.

El primer punto es que esta resolución, más


allá de las disidencias en cuanto a su contenido, tiene un aspecto que
debo resaltar, cual es la puesta en evidencia de los defectos de un
sistema penal y procesal penal que, indudablemente, funciona mal en
cuanto a la persecución y sanción de hechos vinculados a la corrupción
privada y pública, y que, en muchos casos, no cumple las expectativas
de la sociedad.

En ese aspecto, no puedo más que


coincidir con los señores jueces en muchas de las cuestiones que
resaltan.

Por supuesto que en la vida de


cualquier persona, imputada o no de un delito, catorce años es mucho

101
tiempo, y por eso la importancia de analizar la razonabilidad del plazo
del proceso como un punto neural. Empero, ese es justamente el
promedio que tardan en tramitarse casi todas las causas de corrupción
que tramitan en el fuero federal y el que tardaron hasta ahora, y con
suerte, muchas de las causas que están esperando para ser llevadas a
debate –y algunas que todavía están en instrucción-.

Y necio sería desconocer que los


años sumados en las causas en las que se investigan este tipo de
delitos, no siempre están justificados -al menos no desde el objeto
procesal-. Algunos habrán sido gastados en trámites propios de la
instrucción; otros se deberán a desidia, negligencia, falta de recursos,
falta de preparación para abordar temáticas complejas y específicas; y,
probablemente, otros tantos podrán deberse a intereses personales
de distinta naturaleza de las partes que actúan en este tipo de
expedientes.

La lucha contra la corrupción es sin


dudas una causa noble y pese a los recursos que se utilizan para
llevarla adelante, la pobreza de resultados en relación a los recursos
invertidos, es indiscutible.

También es cierto que si hubiera más


resultados, posiblemente no estarían de acuerdo a las expectativas
sociales. Y aquí somos responsables los funcionarios judiciales, pero
también los integrantes del Poder Legislativo, que mantienen con
penas bajísimas estos delitos pese a que, respecto de otros, no dudan
en subir los años de prisión a niveles a veces inadmisibles.

Está claro que las instituciones pueden ser


más o menos ideales, y que muchas veces su funcionamiento depende
de las personas que las integran. Está claro que hay causas mal
tramitadas y otras bien tramitadas; que hay funcionarios cuestionables
y otros que dejan sus días en los edificios judiciales sin que la
sociedad lo sepa y con una actuación impecable; que hay defensores
respetuosos del derecho de defensa y otros que lo desnaturalizan; que
hay imputados impunes y otros que fueron afectados injustamente a

102
Ministerio Público de la Nación

estos expedientes y que vieron destruidas sus carreras como


funcionarios públicos por denuncias mal hechas, decisiones mal
tomadas u otras que no se tomaron a tiempo para desafectarlos del
proceso.

En ese sentido, la resolución que motiva


este recurso puede leerse como una de las tantas maneras
concientizar, si se quiere, a los operadores judiciales para que hagan
las cosas de otra manera.

Sin embargo, la búsqueda de ese efecto,


ciertamente válida y necesaria, no puede transitar exclusiva y
excluyentemente por caminos que dejen desprovista a la sociedad de
cualquier tipo de contemplación de su derecho a conocer la verdad; a
que se sancione a los culpables y a obtener una reparación patrimonial
con la devolución del dinero apropiado por los imputados de estos
hechos.

Primero, porque no puede dejarse de lado


que los defectos del sistema son justamente los aprovechados de
manera deliberada para arribar a soluciones como la adoptada por el
Tribunal, beneficiando a imputados con respecto a los que, después de
tantos años y tantos recursos humanos gastados, no se tiene ni
siquiera la posibilidad de efectuar un debate o arribar a una solución
que nos permita saber si son culpables o inocentes.

Con esta solución, el Tribunal castiga a los


operadores judiciales por la supuesta tramitación defectuosa del
sumario, pero a la vez premia a los imputados y a sus defensas con
una solución absolutoria que desconoce que, entre los reproches más
fuertes que se le pueden hacer a esos operadores, esta, justamente, el
haber sido tan receptivos a los planteos de las defensas, no
poniéndoles límites a una actividad que, a todas luces, y conforme la
descripción efectuada en otros acápites de este recurso, buscó
incansablemente que el juicio no se hiciera –a tal punto que hasta el
mismo día de su inicio se debió ventilar un pedido de probation idéntico
a otros planteados en días anteriores, esto después de más de catorce

103
años de trámite-.

Y esta actividad no es ajena a lo que ocurre


en prácticamente todas las causas en las que se investigan estos
hechos y, para cuya verificación, no hace falta más que constatar la
poca cantidad de debates.

Tampoco puede desconocerse que parte de


esa falta de límites también se debe a interpretaciones discutibles
sobre el alcance de los derechos de la defensa durante la instrucción, y
que lejos están de ser compatibles con las que imperarían en caso de
regir un sistema procesal como el que el Tribunal describe, en el que el
verdadero juicio sea el debate y no la instrucción y el derecho al
recurso no sea un pasaje a la impunidad sino una manera de
cuestionar la decisión final de un tribunal.

En ese marco, no puedo más que destacar


la resignada y frustrante frase utilizada por el Tribunal para describir el
pronóstico sobre el futuro de estos actuados, extensible a todas las
causas de corrupción, y que pone en evidencia que algo al respecto no
anda del todo bien. El Tribunal dijo: “Que, a más de lo expuesto, resta
mencionar que, observando esta secuencia procesal, resulta difícil
colegir que se obtendrá a corto plazo una resolución definitiva del
pleito, ya que si bien se está realizando el debate oral y público que
culminaría con el dictado de la sentencia en esta instancia, no resulta
aventurado avizorar, ante el tenor de las reservas efectuadas por las
partes, que, cualquiera sea el resultado del fallo, restará tramitar la vía
recursiva ante las posibles impugnaciones que harán las partes
acusadoras y/o los defensores” (cfr. Cons. 15°).

Esta afirmación de los jueces, de la que se


desprendería que da lo mismo hacer el juicio o no, condenar a los
imputados o no, porque se haga lo que se haga va a haber recursos y
recursos de los recursos que impedirán la efectivización de las
decisiones, no es más que plasmar lo que puede llamarse la “crónica
de una prescripción por plazo razonable anunciada”, ante la que,
supuestamente, lo que corresponda hacer a los jueces y fiscales es ser

104
Ministerio Público de la Nación

meros observadores.

En consecuencia el efecto aleccionador que


la resolución puede tener, y que en otro caso sería bienvenido, no
puede obtenerse en base a una decisión que no contemple que en este
caso las defensas con sus planteos tendentes a obtener soluciones
liberatorias en la instrucción, renunció a su vez, a la posibilidad de que
los imputados sean juzgados en un plazo razonable.

Es muy probable que nada de esto vaya a


ocurrir si, de una vez por todas, se modifica nuestro actual sistema
procesal y se implementa un sistema acusatorio en el que rija una
instrucción más informal, verdaderamente preparatoria del juicio, como
el que rige para muchos países de América Latina y por la que boga el
tribunal en la última parte de su resolución.

Sin embargo, hasta que ello ocurra, no


puede ser valorativamente correcta una solución como la propuesta por
el Tribunal. En todo caso, habrá que arribar a soluciones posibles,
que tomen en cuenta todos los años de trámite, la actividad de las
defensas, las penas bajas, los trámites mal hechos y que no convaliden
silenciosamente la actividad defectuosa de funcionarios judiciales o
representantes legales inoperantes; pero que también contemplen los
intereses y derechos de la sociedad.

Una solución de esa naturaleza en este


caso, hubiese sido, al menos, la realización del debate. Incluso ante la
eventual certeza puesta en evidencia por el Tribunal, de estarse ante
una instrucción defectuosa o de imputaciones vagas, y que, de haberse
plasmado en el debate, me hubiera llevado a requerir la absolución de
los imputados, como lo hice en otros casos, sin importar el delito de
que se trate.

VII.- RESERVA DEL REMEDIO FEDERAL:

Para el hipotético caso de que no se hiciera


lugar al recurso interpuesto, hago expresa reserva del reme dio federal

105
previsto en el art. 14 de la Ley 48, ya que se han formulado por medio
de esta presentación consideraciones que hacen a la concreta
violación de preceptos constitucionales.-

VIII.- PETITORIO :

Por lo expuesto, respetuosamente solicito a


V.V.E.E. que:

1) Se tenga por interpuesto en legal tiempo


y forma el presente recurso de casación;

2) Se conceda el recurso por ante la


Excelentísima Cámara Nacional de Casación Penal por estar fundado
en causa legal, y oportunamente se eleven a la misma las presen tes
actuaciones, de conformidad con el trámite que regulan los arts. 451,
452, 464 y concordantes del C.P.P.;

3) Oportunamente, se case la resolución


impugnada, declarándose su nulidad;

4) Se tenga presente la reserva de invocar


el remedio federal previsto en el art. 14 de la ley 48.

Fiscalía General Nº 3, 28 de
marzo de 2011.-

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