Los panteones son un espacio donde está detenido el tiempo. Las gasas y los tules blancos que
caen de los diferentes espacios, guardan los catafalcos en hilera de dos. Algunos tienen
subdivisiones. Al abrir la puerta un olor a cerrado y humedad nos invade. En mi familia, lo
tienen en Hernando, una localidad donde la Pampa es recia, de trigos y soja. Donde usted –si
tiene costumbre- visita a los fallecidos, se bebe una cola y decide regresar en aquellos
autobuses bisagra de la Ablo. Una empresa que le lleva desde Buenos Aires a Córdoba por 1
Lev y si se atreve se detiene en un pueblo -James Craik -que suena a inglés, pero tiene una
taberna, donde enseguida, le matan un gallo y se lo listan con un cuchillo en trozos. Una forma
de cortar, donde usted no ve el hueso, pero si una rica y pesada salsa de pimienta que le hiere
de la necesidad de tanto vino para calmarse.
Pero a lo que iba, en un panteón se supone que dejan hasta seis finados, y luego se llena -en
deseos insatisfechos- de deudos que imaginan acabar allí, pero ya se han marchado a otras
comarcas y están tan lejos que el cartelito pegado en la pared: “a perpetuidad” nos explica
que aquello es de propiedad para siempre, pero se oxida y muere al ver que no viene ningún
otro a visitarle.
Tal es así que hace poco pase por allí y se me ocurrió entrar en el camposanto (1). Su cuidador
me recibió con quejas y le costó encontrar la llave -según el- allí hacia 20 años que no aparecía
ninguno, y… abrió. Era casi de noche y me dejo allí solo, me rodeaba la bruma que se despega
del suelo después de un día de mucho calor. Los ataúdes estaban en buen estado, recorrí la
base de los nombres y re-visite a todos mis bises-abuelos. Gente venida de más allá en la sierra
alpina y extrema del Norte de Italia. La noche fue entrando y para mi sorpresa una bombilla se
encendió de repente, había suficiente luz y distinguía cada contorno de las maderas y los
dorados. Me sentía ¿tal vez?, más protegido con una luz tenue, lo que me invito a cerrar la
puerta para evitar el frio y la humedad. Alguno podría preguntarse: ¿Y no se le apareció
alguien?, o ¿ no escucho algún ruido? Pero no, diríamos que ese templo de descanso estaba
solo y sujeto a las normas del mas allá. Dieron las nueve y el aburrimiento comenzaría a
insinuarse. Solo un leve detalle me sorprendió, al querer retirarme pude ver que una de las
cajas estaba débil y la madera floja. Hice fuerza y cedió un trozo de tres palmos, introduje mi
mano en ella y al moverla por dentro pude tocar ropa vieja y algún resto óseo, también note
una pieza de metal. Al retirarla vi que era un anillo, tenía muescas que sujetaban una piedra
que brillaba de azul… infinito. Me marche de allí con dicho trofeo.
Pasados los días repase viejas fotografías familiares, mi bisabuela aparecía en todas las
imágenes con el anillo. Nada especial. Quizás, ¿un trazado que seguía su rumbo?
(1)Y pare en James Craik, y me comí el pollo y bebí de aquel vino que calienta la cabeza hasta
imaginar que uno es virgen y se enamora de efebos con alas que le llevan al… infierno.