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Hacía mucho tiempo que no veía 'Training Day'. No me acordaba de lo mucho que me
gustaba la primera hora de película, desde que Jake Hoyt conoce a Alonzo Harris en una
cafetería. Cuando el cordero se sienta a desayunar con el lobo. Cuando el lobo da un
paseo en coche al cordero y le quita la venda, le enseña el mundo ante la incrédula
mirada de un chico blanco de barrio pijo cuyo sistema moral salta por los aires cuando le
dice que “para cazar al lobo hay que convertirse en lobo”.
Qué razón tiene el diablo de piel caoba. En esta vida hay que elegir entre ser lobo o
cordero. Entre ser presa o cazador. La idea de ser lobo, por un lado, me parece atractiva
por el aspecto de la rebeldía, de vida en el monte. Tu y tu manada. Tu manada y tu.
No menos atractiva es la idea de ser libre, dueño de tu vida, de tus decisiones. De estar al
margen del rebaño y no tener que obedecer a los ladridos del perro ni a los caprichos de
su dueño.
Nos gusta pensar que somos libres, aunque en realidad nuestro margen suele ser
mínimo, como no tardará en comprobar el agente Hoyt. Nos gusta sentirnos seguros en
nuestro monte virtual, donde sentimos que estamos a salvo gracias a esa extraña
sensación de seguridad que nos aporta vivir en un ambiente que creemos controlado.
La vida nos enseña que pocas cosas están bajo nuestro control, pero nos gusta
engañarnos pensando lo contrario. La vida, como si fuese un ser humano que porta una
escopeta mientras invade nuestro monte, nos hostiga. Nos lleva a afilar el colmillo para
clavarlo en el cuello de alguna víctima inocente, de un cordero que sacrificar para que el
mundo sacie su sed de sangre y no se detenga.
A veces nos afila tanto el colmillo, que nos vestimos con piel de lobo. Como el agente
Hoyt tras un duro y desconcertante día de entrenamiento. Fijamos la vista sobre nuestra
presa y echamos a correr tras ella superando obstáculos, incrementando nuestras
prestaciones. La terapia del dolor fluye por nuestras venas y nos insufla un coraje
desconocido. Olemos sangre y nos gusta la sensación de miedo que reflejan los ojos de
nuestra comida.
Sin embargo los hay que no llegan a completar su metamorfosis en lobo. Sueltan
mordiscos. Hacen sangre, pero no les gusta su sabor y no terminan de matar. Así le pasa
a Hoyt. Como el cine es cine, la oveja Hoyt deja su disfraz de lobo y se va a casa con su
pareja. El lobo Alonzo es abatido por los disparos de los cazadores rusos. Una historia
feliz que no hará que nos cuestionemos el sistema de valores de la reserva moral de
occidente.
En la vida real, como volví a constar el viernes pasado, si los corderos se travisten con la
piel del lobo y no completan su transformación, quedan a merced de los que sí lo hicieron.
Tres lechales rodeados por siete cachorros de canis lupus. Tres corderos que se
disfrazaron con piel de lobo, atacaron con valentía, pero en un momento, sus colmillos
postizos se cayeron y aparecieron los dientes de leche. Cesaron en su ataque,
comenzaron a hablar y se reconvirtieron en tiernos corderos, siendo presas fáciles para
unos aprendices de lobo fieles a su ADN.
¿Lobos o corderos?