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La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos. Pero esto no significa que
siempre debamos ser veloces. En los buenos momentos de la vida, más bien
conviene demorarse. Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de
una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero. Entre
las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de
conocimientos.
¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de recompensa
inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos quieren cosechar, aún
sin haber sembrado. Es una lamentable característica que viene acompañando a los
hombres desde hace milenios. A causa de este sentimiento algunos se hacen
chorros. Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a
leer las historietas que continúan en el próximo número. Por esta misma ansiedad
es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al
paso, las "señoritas livianas", los concursos de cantores, los libros condensados, y
en general, todo aquello que ahorre la espera y nos permita recibir mucho
entregando poco.
Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una
de esas actividades, sin pagar nada a cambio.
Quieren el prestigio y la guita que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del
estudio. Quieren sorprender a sus amigos tocando "Desde el Alma" sin conocer la
escala de si menor. Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber
abierto jamás un libro. Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece. Y sin
embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados
de cualquier cosa. Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente. Gane mucho
"vento" sin esfuerzo ninguno. No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo
de obtener mucho entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la idea de
que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable. ¡No señores: aprender es
hermoso y lleva la vida entera!
Elogio de la ignorancia: Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido
denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego. Todos
sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por
negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es
demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba.
Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación
de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la
vida. De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa
aventura de aprender, es mejor que no aprenda. Yo propongo a todos los amantes
sinceros del conocimiento el establecimiento de cursos prolongadísimos, con
anuncios en todos los periódicos y en las estaciones del subterráneo.
ALEJANDRO DOLINA