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Cuando la República del Ecuador contemplaba airosa los primeros rayos de sol como
nación libre y soberana, un creciente Imperio llenaba sus arcas con la explotación de
sus trece estados-colonias, y alrededor de cuarenta estrellas iluminaban el camino del
pequeño gran vástago británico para la futura conquista del mundo. ¿Quién pensaría,
en aquel entonces, que este “hijo de la libertad” rojiazul pondría en cadenas a sus
hermanas sudamericanas, y aún más, en calabozos, a las brillantes mentes que se
atrevieran a contrariarle? Sorprendentemente fueron varias mujeres y hombres, de
valor excepcional, que desde ese inicio apreciaron la potencia de un imperio que teme
perder a sus prisioneros. ¿Porqué, si esto sucedió hace ciento setenta y seis años,
todavía las cadenas opresoras no han sido cortadas? ¿Es acaso que mientras más
luchamos, éstas más son ajustadas? ¿Podría ser que las cadenas físicas han sido
rotas, pero las cadenas mentales aún están unidas? Parece lo más coherente, y
regresando a la época actual, lo confirmamos con la presente insistencia de firmar un
supuesto Tratado de Libre Comercio, que oculto tras un acuerdo bilateral entre la
nación capital y sus satélites, pretende colocar, ya no cadenas (porque estas han sido
patentadas), sino láseres y cámaras infrarrojas en nuestras conocidas celdas.
Un tratado es una resolución tomada entre los sujetos que intervienen y reciben los
efectos directos de esa decisión; un Tratado de Libre Comercio (TLC) implica libertad
en el intercambio de productos, venta de servicios e inversión extranjera. Las
condiciones de un TLC se resuelven entre dos o más naciones que van a recibir los
beneficios y perjuicios de este tratado. Pero siendo tan llamativo a primera vista, ¿Por
qué una nación que por años ha mantenido un dominio total del planeta, desea ahora
ceder espacios y abrir fronteras? No es fácil la respuesta, simplemente es negativa.
Estados Unidos, como potencia capitalista, sobrevive gracias a la explotación de sus
neo-colonias; pero cuando éstas deciden no servir más al imperio que por años las ha
devorado, nace el chantaje y la manipulación de las decisiones. El capitalismo está en
crisis, sus industrias y empresas han manejado tan “eficientemente” su territorio y
bienes, que la cantidad de productos que poseen los alimentaría durante los próximos
diez años. Pero cuando la producción se degenera en ambición, se busca
irremediablemente, la forma de deshacerse de esos excedentes, no sin antes ganar
un jugoso premio por su “solidaridad”.
El TLC entre los países de América Latina y EEUU nace en 2003 como una propuesta
imperialista frente al rotundo fracaso del ALCA (Área de Libre Comercio de las
Américas), debido a las protestas y posiciones contrarias por grupos de defensa de la
soberanía latinoamericana. A través de chantajes, presiones y manipulaciones la OMC
(Organización Mundial de Comercio), dominada por los EEUU, insiste en la firma de
este tratado con las naciones que somos las más fervientes servidoras del imperio,
Ecuador, Colombia, Perú y Bolivia; estos somos los Rehenes del Neoliberalismo.
Y es que nuestros países tienen valiosos recursos, que lamentablemente han sido
tan mal organizados por nuestros pseudo-líderes. Pero cuando una nación desperdicia
así sus recursos, aparecen los carroñeros, en este caso el buitre más grande de todos.
El TLC entre Ecuador y EEUU, contempla la explotación, producción y exportación de
estos recursos hacia la nación capital. Lamentablemente, por cada producto que
nosotros exportemos, tendremos que importar diez más; y esta necesidad nos la
cubriría EEUU con el ya mencionado excedente producto de la crisis capitalista por la
que traviesa el sistema económico mundial.
Al volver a recordar cuando nuestra nación daba sus primeros pasos por el rocoso
suelo de un mundo dominado por el Capitalismo Imperialista, al menos podemos decir
que aquel pequeño bebé por unos cuantos años pudo sentirse feliz en los brazos de la
madre Tierra, a la que ahora ni siquiera se la recuerda, sino se la explota. Y podemos
ver además a ese niño malcriado rojiazul jugando con los bebés que nacían al sur de
su casa; pero si en ese momento se hubiera corregido al niño malcriado y se hubiera
alimentado bien a los bebés, no podemos sino decir: ¡Qué mundo es aquel, donde la
Tierra es de todos, este no lo es!
Boris Ochoa Tocachi/ Primero “A” Civil