Está en la página 1de 86
E. J, HOBSBAWM ee LOS ECOS DE LA MARSELLESA Traduccién castellana de BORJA FOLCH 5/ / 584 SO Gis \ EDITORIAL CRITICA BARCELONA ‘Quedan rigarosamente prohibida, sin I autorizeién esrity de Tos titulsres del copy right, bajo las sanciones establecides on ls leyes, arepreducidn total o parcial de esta ‘obra par cualquier medio o procedimiento, comprendios la reprograt y el tratamien te informitico, y la distibucién de ejemplares de ella mecjante alquiler o préstamo publics ‘Tilo original: ECHOES OF THE MARSEILLAISE, ‘Two Centuries Look Back on the French Revolucion ‘Verso, Lordres y Nueva York ‘Cubierta: Enrie Satus © 1990:E. 1, Habsbawm © 1992 de a traduccidn castellana para Espatia y Amética Euitorial Critica, S. A., Arag6, 385, 08013 Barcelons ISBN: 84-7423-542-1 Depésito egal: B. 8768-1992 Impreso ex Espana ~NOVAGRAFIK, Puigcerda, 127, 08019 Barcelona AGRADECIMIENTOS Este libro es una versién algo ampliada de las tres confe- rencias del ciclo Mason Weich Gross que di en la Rutgers University de New Brunswick, New Jersey, en abril de 1989. De ahi en primer lugar que esté en deuda con esta universi- dad por haberme invitado; con ta Rutgers University Press, por sugerir que se publicasen; y tal vez més que con nadie, con el fallecido Richard Schlatter, eminente historiador y buen amigo, que two la iniciativa de invitarme. La mayor parte de la redaceién de las conferencias y su posterior ela- boracién la Ilevé a cabo, bajo condiciones que rayaban en una ut6pica perfeccidn, en ef Centro J. Paul Getty para la Historia del Arte y de las Humanidades de Sania Ménica, Ca~ lifornia, donde estuve como profesor invitado en la primavera de 1989. Quiero hacer constar mi gratitud a esa institucion y a los colegas ¥ amigos que estuvieron all’ durante aquellos meses. Ferenc Féher me brind6 la ocasion de hacer una ex- ploracién preliminar de algunos de los temas que se tratan agut al pedirme que colaborara en el mimero especial dedi- cado a la Revolucion francesa de Social Research, la revis- ta de la New School for Social Research (55, n.* 1, primavera de 1989}, cuyos alumnos escucharon pacientemente mis cla~ ses sobre «La revolucién en la historia». Uno de ellos, Fred 8 LOS ECOS DE LA MARSELLESA Longenecker, me ayudé en la investigacién de las publicacio- ‘ nes periddicas del siglo xix y principios det xx. La lectura de comentarios franceses recientes sobre la Revolucion suminis- 176 la adrenalina necesaria. EH. PREFACIO En enero de 1989 las librerfas disponfan en sus catélogos de més de un millar de titulos en francés listos para el bicente- nario revolucionario. El ntimero de obras publicado desde en- tonces, asf como las publicadas en otros idiomas, entre los cuales el inglés es el més importante con diferencia, debe ser de varios centenares. {Tiene sentido aumentar esta cifra? El presente ensayo tiene la excusa de estar basado en las Confe- rencias Mason Welch Gross de Rutgers, la Universidad Esta- tal de New Jersey, celebradas en 1989, afio en que la Revolu- cidn francesa fue materia obligada al cumplirse su segundo centenario. De todos modos, explicar no es justificar, Tengo dos justificaciones. La primera es que la nueva literatura sobre la Revolucién francesa, especialmente en su pafs de origen, es extraordina- riamente sesgada. La combinacién de a ideologia, la moda y el poder de los medios publicitarios permiti6 que el bicentena- rio estuviera ampliamente dominado por quienes, para decirlo simplemente, no gustan de la Revolucién francesa y su heren- cia. Esto no es nada nuevo (en el primer centenario probable- mente se publicé més en contra de la Revolucién que a su fa- vor), sin embargo, en cierto modo no deja de ser sorprencente ofr a.un primer ministro (socialista) de la Republica Francesa (Michel Rocard) dando la bienvenida al bicentenario «porque 10 LOS ECOS DE LA MARSELLESA, convencié a mucha gente de que la revolucién es peligrosa y que si puede evitarse, tanto mejor».' Se trata de admirables sentimientos que probablemente las més de las veces expre- san un amplio consenso. Los tiempos en que la gente corrien- te desea que haya una revolucién, y no digamos hacerla, son poco frecuentes por definicién, Con todo, uno habria pensada ‘que hay momentos (1789 fue uno). y el seftor Rocard sin duda pudo haber pensado en varios de ellos si su mente hubiese vola- do haciael este de Paris, donde los pueblos jian dado muestras de querer conseguir Libertad, Igualdad y Fraternidad. La novedad de la situaci6n actual es que hoy el recuerdo de la Revolucién se ve rechazado por quienes no estén de acuerdo con ella, porque consideran que la tradicisn principal de la historiografia revolucionaria francesa desde aproxima- Gamente 1815 debe rechazarse por ser marxista y haber de- mostrado ser inaceptable, en el campo erudito, por una nueva escuela de historiadores «revisionistas». («Mientras, las carre- tas* recorren las calles para recoger a la vieja guardia [de his- toriadores] y la muchedumbre leva en alto la cabeza de Marx clavada en una pica», segtin apunta un historiador reacciona- rio, acertado al percibir el humor de los tiempos, aunque igno- rante del tema.) En efecto, ha habido notables progresos en investigacién, principalmente en los afios setenta, obra las mas de las veces de historiadores briténicos y norteamericanos, tal como pue- den ver-ficar los lectores de la revista Past and Present, que ha publicado articulos de la mayorfa de eruditos innovadores.* 1, Prblicado en Le Monde (11 de enero de 1988) © Serefiere a las carretas para levar a los condenadosa Is guillotina. (N. del) 2, Jonathan Clark en el suplemento literario del Suyday Times (21 de mayo (be 1989), p. 69. 53, Puesto que este autor, escéptico ante el revisionism politico, ha estado re- lacionadocon este periddico, no se me puede acusar de falta Ue interés en los nuevos sumibos de la investigaci6n histdrica de la Revoluci6a, PREFACIO ul No obstante, es err6neo suponer que este nuevo trabajo requie- ra que se eche a la basura la historiografia de todo un siglo, y atin seria un error més grave suponer que las campafias ideo- légicas contra la Revolucién se basan en esta investigacién. Se trata de diferentes interpretaciones de lo que tanto Ios nue- vos como los viejos historiadores a menude aceptan como los hechos mismos. Por otra parte, las variadas y a veces conflic- tivas versiones «revisionistas» de Ia historia revolucionaria no siempre proporcionan una mejor orientacién sobre ¢l papel histérico y las consecuencias de la Revolucién que las versio- nes anteriores, Sélo algunos de los revisionistas creen que es asf. En realidad, algunas de las nuevas versiones ya dan mues- tras de caducidad, tal como lo harén otras asu debido tiempo. EI presente ensayo es una defensa, asf como una explica- cién, de la vieja tradicién, Una de las razones para escribirlo ha sido Ia irritacién que me han suscitado sus detractores. La segunda, y mas importante, es que aborda un tema sorpren- dentemente desatendido: la historia, no de la propia Revolu- cién, sino de su recepeién e interpretacién, su herencia en los | siglos xm y xx, La mayorfa de especialisias de este campo {entre los que no me cuenta) estén demasiado cerca de los acontecimientos de(1789-i799, o de cualquier otra fecha que se elija para definir el periodo revolucionaris, como para preo- cuparse demasiado por lo que aconteciera después. Sin em- bargo, la Revolucién francesa fue una serie de acontecimien- tos tan extraordinaria, reconocida en seguida universalmente como los cimientos del siglo xix, que parte de la historia de la Revolucién es lo que el siglo hizo de ella, igual que la péstu- ma transformacién de Shakespeare en el mayor genio literario. briténico es parte de la historia de Shakespeare. El siglo xix estudi6, copid, se comparé a sf mismo con la Revolucién fran- cesa, 0 intent6 evitar, repetir o ir més alld de ella, La mayor parte de este breve libro aborda este proceso de asimilar su ex- periencia y sus ensefianzas, las cuales, por supuesto, estiin le- 12 LOS ECOS DE LA MARSELLESA jos de haberse agotado. Es una satisfactoria jronia de la histo- tia que cuando los liberales franceses, ansiosos por distanciar- se de un pasado jacobino, declaraban que enfonces la Revolu- cida ya no tenfa nada que decir, la inmediata pertinencia de 1769 en 1989 estaba siendo observada por estudiantes de Pe- kiny miembros recién elegidos del Congreso de Mosc Y sin embargo, a cualquier estudioso de la recepcién e in- terpretacién de la Revolucién en el siglo xix tiene que chocar- Ie el conflicto entre el consenso de ese siglo y, al menos, algu. na de las investigaciones revisionistas modernas. Incluso si tenamos en cuenta el sesgo ideolégico y politico de los histo riadores, o la simple ignorancia y falta de imaginacién, esto hay que explicarlo, Los revisionistas tienden a sugerir que en rea~ lidad la Revolucién no produjo grandes cambios en 1a historia de Francia, y que sin duda no se traté de cambios para mejo- rar, Ademés, fue «innecesaria», no en el sentido de que fuera evitable, sino porque tuvo resultados modestos (incluso ne- gativos) con un coste desproporcionado. Pocos observadores del siglo xix ¢ incluso menos historiadores habrian compren- dico, y mucho menos aceptado, esta opiniGn, ;Cémo vamos a explicar[nos] que hombres inteligentes e informados de mediados del siglo x1x (como Cobden o el bistoriador Sybel) dieran por sentado que la Revolucién incrementé dréstica- mente el crecimiento econémico francés y que creé un amplio cuerpo de satisfechos campesinos propietarios?* No se tiene la misma impresi6n al leer muchas de las investigaciones ac~ tuales. Y, aunque las de los contempordneos por si mismas no tengan peso y puedan ser invalidadas por investigaciones mo- Germas serias, tampoco deben ser descartadas como mera ilu- sion o error. Es bastante facil demostrar que, tal como se mi- den actualmente las depresiones econémicas, las décadas que 4. Véase E. J, Hobsbawm, «The Making of a Bou Research, 56, n2 1 (1989), pp. 10-11 zgeois Revolution», Social PREFACIO 13. van de mediados de los afios setenta a los primeros afios no- venta del siglo pasado no eran de ninguna forma una era de crisis econémica secular, y mucho menos una «Gran Depre- sidns, lo cual hace que nos dehamos explicar por qué perso- nas por otra parte sensibles y con opiniones bien fundadas sobre la realidad econémica, insistieren en que lo fueron. En- tonces, c6mo podemos explicar la divergencia, a veces con- siderable, entre los puntos de vista nuevos y viejos? Un ejemplo tal vez. nos ayude a explicar c6mo ha podido suceder. Actualmente, entre los historiadores econémicos ha dejado de estar de moda pensar que la economfa britdnica, y mucho menos cualquier otra economia, experimentara una «re- volucién industrial» entre 1780 y 1840, no tanto debido a los motivos ideol6gicos que Hevaron al gran experto en estadistica de datos bioldgicos Karl Pearson a rechazar la discontinuidad porque «ninguna reconstruccién social que vaya a beneficiar permanentemente a cualquier clase de la comunidad esta provo- cada por una revolucién», sino porque los cambios en el indice del crecimiento econémico y la transformaci6n de la economia que tuvieron lugar, o incluso su mero incremento cuantitativo, simplemente no parecen suficientemente grandes ni repentinos a nuestro juicio para justificar semejante descripcién. De he- cho, es facil mostrar que, en los términos de los debates entre historiadores cuantitativos, esto no fue una «revolucién». En ese caso, gc6mo se explica que el término Revolucién industrial se incorporara al vocabulario tanto en la Francia como en la Gran Bretafla de 1820 junto con el nuevo 1éxico originado por el reciente concepto de industria, hasta el pun- to de que antes de 1840 la palabra ya fuera «un término de uso corriente que no precisa explicacién> entre los escritores so- bre problemas sociales?$ Por otra parte, esta claro que personas 5, «Schon mit einer gewissen Selbstverstinclichkeit gebraucht», Emse Nolte, Marsismus und Industrielle Revolution, Stuttgart, 1983, p. 24. 14 LOS ECOS DE LA MARSELLESA inteligentes ¢ informadas, entre las que se contaban hombres con una gran experiencia practica en tecnologia y manufactu- 1a, predijeron (con esperanza, temor 0 satisfacci6n) la comple- ta transformacién de la sociedad por medio de la industria: el tory Robert Southey y el fabricante socialista Robert Owen incluso antes de Waterloo; Karl Marx y su béie noire, el doctor ‘Andrew Ure; Friedrich Engels y el cientifico Charles Babbage Parece claro que estos observadores contempordneos no esta~ ban meramente rindiendo tributo a la contundente novedad de las maquinas de vapor y de los sistemas de fabricacién, ni re- flejando ‘a alta visibilidad social de lugares como Manchester o Merthyr, atestiguada por las sucesivas llegadas de visitantes continenles, sino que estaban sorprendidos, ante todo, por el ilimitadc potencial de la revolucién que ellos personificaban y la velocidad de la transformaci6n que predijeron correcta mente. En resumen, tanto los historiadores escépticos como Jos contempordneos proféticos tenfan raz6n, aunque cada gru- po se coacentrara en un aspecto diferente de a realidad. Uno hace hincapié en Ia distancia entre 1830 y Jos afios ochenta, mientras que el otro subrayé lo que vio de nuevo y dindmico mas que lo que vio como reliquias del pasado. Hay una diferencia similar entre los observadores contem- pordineos y los comentaristas posnapolednicos de la Revolu- Gién francesa, as{ como entre historiadores que se mantuvie- ron en su camino y los revisionistas actuales. La pregunta s gue planteandose: ,cuil de ellos es més ttil para el historiador del siglo xix? Apenas cabe dudarlo. Supsngase que deseamos explicar por qué Marx y Engels escribieron un Manifiesto co- muniste prediciendo el derrumbamiento de la sociedad bur- enesa mediante una revolucién del proletariado, hije de la Revolucién industrial de 1847; por qué el «espectro del comu- nisimo» obsesions a tantos observadores en los afios cuarenta; ppor que se incluyeron representantes de los trabajadores revo~ ncionetios en el Gobierno Provisional frances tras 1a Revolu- PREFACIO| 15 cién de 1848, y los politicos consideraron brevemente si la bandera de la nueva repiblica tenia que ser roja o tricolor. La historia que se limita a contamos lo alejada que estaba la realidad de Ia Europa occidental de la imagen que de ella se fenfa on los ofrculos radicales sirve de muy poco. Sélo nos Gice Io obvio, 2 saber, que el capitalismo de 1848, lejos de es- tar en las ultimas, apenas estaba empezando « entrar en juego tal como incluso los revolucionarios sociales no tardarfan en reconacer). Lo que precisa una explicacién es cémo fue. posi- ble gue alguien tomara en serio la idea de que la politica Fran esa, y tal vez la de todas partes, se convirtiera en tna lucha dle clases entre empresarios burgueses y asalariados, o de que el propio comunismo pucliera considerarse 4 sf mismo y Ser temido como una amenaza para la sociedad burguesa, a pesar Hel eseaso desarrollo cuantitativo del capitalismo industrial. Sin embargo as{ fue, y no s6lo por parte de un puftado de im- pulsivos. Para los historiadores que quieran contestar preguntas So- bre el pasado, y tal vez también sobre el presente, es indis- pensable una interpretacidn hist6rica arraigada en el contexto Eontempordneo (tanto intelectual como social y politico; fan- fo existencial como analitico). Demostrar mediante archivos ¥y ecuaeiones que nada cambid mucho entre 1780 y 1830 pus- Yo ser correcto © no, pero mientras no comprendamos que la gente se vio a si misma como habiendo vivido, y como vi- viendo, una era de revolucién (un proceso de transformacién gue ya habfa convulsionado el continente y que iba @ seguit feciéndolo) no comprenderemos nada sobre la historia del mundo a partir de 1789. Inevitablemente, todos nosotros for- Tnulamos por escrito 1a historia de nuestro tiempo cuando Volvemos la vista hacia el pasado y, en cierta medida, lucha mos en las batallas de hoy con trajes de época. Pero quienes ‘slo escriben sobre la historia de su propio tiempo no pueden comprender el pasado y lo que éste trajo consigo. Incluso 16 ‘LOS ECOS DE LA MARSELLESA. pueden llegar a falsear el pasado y el presente sin que sea esta su intencién. Esta obra se ha escrito con el convencimiento de que los doscientos aftos que nos separan de 1789 no pueden pasarse por alto si queremos comprender «la mis terrible y trascen- dental serie de acontecimientos de toda la historia ... el verda- dero punto de partida de 1a historia del siglo xvx», para utilizar palabras del historiador britanico J. Holland Rose. Y compar- to la opinion de que el efecto de esta Revolucién sobre la hu- manidad y su historia ha sido beneficioso, con el convenci- miento de que el juicio politico es menos importante que el andlisis. Después de todo, tal como dijo el gran eritico litera- rio danés Georg Brandes a propésito del apasionado ataque contra la Revolucién que hiciera Hippolyte Taine en Los ori- genes de la Francia contemporénea, iqué sentido tiene pro- nunciar un sermén contra un terremoto? (gO a favor de é1?) E. |. Honszawat Santa Ménica y Londres, 1989 +P 1. UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA El subtitulo de este libro es «Dos siglos recuerdan la Re- voluci6n francesa». Mirar hacia atrés, hacia adelante o en cualquier otra direccién siempre impl.ca un punto de vista* (en el tiempo, el espacio, la actitud mental u otras percepcio- nes subjetivas). Lo que veo desde la ventana que se abre sobre Santa Ménica mientras escribo esto es harto real. No me estoy inventando los edificios, las palmeras, el aparcamiento que hay seis pisos mas abajo, ni las colinas de la lejanfa, apenas visibles a través del smog. Hasta este punto los te6ricos que ven toda la realidad puramente como una construcciéa mental en la que el anélisis no puede penetrar estan equivocados, y al decir esto al principio, estoy colgando mis colores conceptua- les en una especie de mastil, Si la historia sobre la que escribi- mos no fuera discernible de la ficci6n, ya no habrfa lugar para la profesién de historiador, y 1a gente como yo habria desper- diciado su vida. No obstante, es innegable que lo que veo des- de mi ventana, o al volver la vista hacia el pasado, no es soto la realidad que existe abi fuera o allé atrds, sino una seleccién muy especifica, Es a la vez lo que puedo ver fisicamente des- * Sereficre al subifulo de la edieién original: Two Centuries Look Buck on French Revolution, Bl autor hace un juego Ue palabras con 10 laok back on, recor ‘dar o rememorar, y to look back, mirar hacia aris. (N. del ¢.) 2-ponentn 18 LOS ECOS DE LA MARSELIESA de el punto en que me encuentro y bajo determinadas circuns- tancias (por ejemplo, si no voy al otro lado del edificio no puedo mirar en direccién a Los Angeles, asi como no podré ver gran cosa de las colinas hasta que mejore el tiempo) y lo que ne interesa ver. De la infinidad de. cosas que son abjetiva- mente observables ahi fuera, de hecho slo estoy observando una seleccién muy limitada. Y por supuesto, si volviera a ob- servar exactamente el mismo panorama desde la misma ven- tana en otro momento, podria centrar mi atencién en otros as- pectes de él; 0 lo que es lo mismo, podria hacer una selecci6n diferente. Sin embargo, es casi inconcebible que yo, 0 cualquier otro que estuviera mirando por esta ventana en cualquier mo- mento mientras el paisaje permanezca como es ahora, no 1a, 0 para ser més precisos no advirtien, algunos elementos ineludibles del mismo: por ejemplo, el esbelto chapitel de una igles.a que esta justo al lado de la mole insuisa de un edificio de dizeiocho plantas, y la torre etibica que hay en el terrado del mismo. No quiero insistir en esta analogfa entre mirar un paisaje y mirar hacia una parte del pasado, En cuslquier caso, vamos a regresar a la cuestién que he intentado abordar a lo largo de estas paginas. Como veremos, lo que la gente ha lefdo sobre la Revclucién francesa durante los doscientos afios transcurri- dos desde 1789 ha variado enormemente, sobre todo por razo- nes foliticas e ideolégicas, Pero ha habido dos cosas que han suscitado la aceptacién general. La primera es el aspecto ge- neral del paisaje que se observa, Prescindiendo de las distintas teorfas sobre el origen de la Revolucién, todo el mundo esté de acuerdo en que se produjo una crisis en el seno de la anti gua monarquia que en 1788 condujo a I convocatoria de los Estados Generales (1a asamblea que representaba a los tres es- tados del reino, el clero, la nobleza y el resto, el «Tercer Esta- do») por primera vez desde 1614. Desde que se establecieron, los principales acontecimientos politicos permanecen inalte- UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 19 rados: la transformacién de los Estados Generales, o més bien del Tercer Estado, en Asamblea Nacional y las acciones que terminaron visiblemente con el Antiguo Régimen: la toma de Ta Bastilla, la prisién real, el 14 de Julio; la renuncia de la no: bleza a sus derechos fendales el 4 de agosto de 1789: la Decla- racién de Derechos; la transformacién de la Asamblea Nacional la Asamblea Constituyente que entre 1789 y 1791 revolu- cioné la estructura administrativa y la organizacién del pai introduciendo de paso el sistema métrico en el mundo, y que redact6 la primera de las casi veinte constituciones de Ja Fran- cia moderna, una monarquifa constitucional liberal. Asimismo tampoco existe desacuerdo alguno sobre los hechos de la do- ble radicalizacidn de la Revolucién que tuvieron lugar des- pués de 1791 y que condujeron, en 1792, al estallido de la guerra entre la Francia revolucionaria y una coalicién variable de potencias extranjeras contrarrevolticionarias, y a insurrec~ ciones contrarrevolucionarias interiores. Este estado de cosas se mantuvo casi sin interrupcidn hasta 1815. Asimismo llev6 a la segunda revolucién de agosto de 1792, la cual abolié la monarqufa ¢ instituyé la Repdblica (una era naeva y totalmen- te revolucionaria en la historia de la humanidad) simbolizada, con un pequefio retraso, por un nuevo calendario, Empezando enel aiio I, el calendario abolic 1a antigua division en semanas y dio nuevos nombres a los meses para ocasionar dolores de cabeza a los estudiantes de historia a pesar de ser también tti- Jes mnemotecnias, (La nueva era y su calendario duraron sélo doce aios. El periodo de Ia revolucién radical de 1792.a 1794, y espe- cialmente el periodo de Ia Repiiblica jacobina, también co- nocida como el «Terror» de 1793-1794, corstituyen un hito reconocido universalmente. Como también Jo es el final del Terror, el famoso Nueve de Termidor, fecha del arresto y eje- cucién de su lider Robespierre (aunque ningiin otro perfodo de 1d Revolucién ha suscitado opiniones mas encoatradas que este). 20 LOS BCOS DE LA MARSELLESA El régimen de liberalismo moderado y corrupcién que asumié el poder durante Jos cinco afios siguientes carecia de una base de apoyo politico adecuada, ast como de la capacidad para res tituir las condiciones necesarias para la estabilidad y, una vez mais todo el mundo esté de acuerdo, fue sustituido el famoso Dieciocho de Brumario de 1799 por una dictadura militar ape- nas disimulada, la primera de muchas en la historia moderna, como resultado del golpe de Estado de un joven general ex ra- dical de éxito, Napoleén Bonaparte, La mayoria de historia- dores modernos dan por terminada la Revoluci6n francesa en este punto. Aunque, tal como veremos, durante la primera mi- | tad del siglo xix, el régimen de Napoledn, en todo caso hasta |) que en 1804 se proclamé a si mismo emperador, generalmente |fue considerado como la institucionalizacién de la nueva so- |eiedad revolucionaria, El lector tal vez recuerde que Beetho: ven no retir6 la dedicatoria a Napolesn de la 3.* sinfonia, la Heroica, hasta que éste hubo dejado de ser el jefe de la Repit- blica. La sucesion de los acontecimientos basicos, asi como la naturaleza y los perfodos establecidos de la Revolucion, no se discuten, Cualesquiera que sean nuestros desacuerdos sobre Ja Revolucion y sobre sus hitos, en la medida en que vemos Jos mismos hitos en su paisaje hist6rico, estamos hablando de lo mismo. (Lo cual no siempre sucede en historia.) Si men- cionamos el Nueve de Termidor, todos aquellos que tengan un minimo interés en la Revolucién francesa sabrén lo que signi- fica; Ja eaida y ejecucién de Robespierre, el final de la fase ‘més radical de la Revolucion. La segunda nocién sobre la Revolucién universaimente acepiada, al menos hasta hace muy poco, es en cierto modo mis importante: la Revolucidn fue un episodio de una profun- da importancia sin precedentes en la historia de todo el mundo modero, prescindiendo de qué es exactamente Jo que cons’ deramos importante. Fue, retomando la cita de Holland Rose, «la mas terrible y trascendental serie de acontecimientos de SL UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 2 toda fa historia ... el verdadero punto de partida de la historia del siglo xtx, pues este gran trastorno ha afectado profunda- mente la vida politica y mas avin Ia vida social del continente europeo»,! Para Karl von Rotteck, histariador liberal aleman en 1848 no habfa «un acontecimiento histérico de mayor rele~ vancia que la Revolucion francesa en toda la historia del mun- do; de hecho, casi ningtin acontecimiento de una grandeza semejante».? Otros historiadores eran menos extremistas, li- miténdose a pensar que era el acontecimiento hist6rica més importante desde la caida del Imperio Romano en el siglo V dC. Algunos de los mds cristianos 0, entre los alemanes, los mas patrioticos, estaban dispuestos a compararla con las Cruzadas y la Reforma (alemana), pero Rotteck, que tuvo en considers GiGn otros candidatos como la fundacién del Islam, las refor- ‘mas del papado medieval y las Cruzadas, los desdeis. Para él, los tinicos acontecimientos que habfan cambiando el mundo en la misma medida eran el cristianismo y 1a invencidn de la escritura y de la imprenta, y éstos habfan cambiado el mun- do gradualmente, Pero la Revolucién francesa «convulsioné abruptamente y con una fuerza irresistible el continente que la vio nacer. También se extendié hacia ctros continentes. Des- de que se produjo, ha sido virtualmente el tinico asunto di de consideracién en la escena de Ia historia del mundo».* Por consiguiente, podemos dar por sentado que la gente del siglo x1x, 0 al menos la secci6n cults de 1a misma, conside- raba que la Revolucién francesa era extremadamente impor- tante; como un acontecimiento o una serie de acontecimientos de un tamafio, escala e impacto sin precedentes, Esto no se de- bio solo a las enormes consecuencias hist6ricas que resulta- 1. J, Holland Rose, A Century of Continental History, 1780-1880, Londres, 1895, po. 2. Allgemeine Geschichte vom Anfang der historisohen Kennonise bls au sere Zeiten, vol. 9, Brunswich, 1848, pp. 1-2. 3. [idem 22 LDS ECOS DE LA MARSI ban obvias para los observadores, sing también a la especta- cular y peculiarmente drastica naturaleza de lo que tavo lugar en Francia, y a través de Francia en Eugopa e incluso més all, en ‘os afios que siguieron a 1789. Thomas Carlyle, autor de una temprana, apasionada y colorista historia de la Revolu- cin escrita en los afios treinta del siglo pasado, pensaba que Ja Revolucién francesa en cierto modo no era sélo una revolu- ciéa europea (la vefa como predecesora del cartismo) sino el gran poema del siglo x1x; un equivalence real de los mitos épi- cos de la antigua Grecia, s6lo que en lugar de escribirlo un $6- focles o un Homero, lo habfa escrito ly vida misma.* Era una hiscoria de terror, y de hecho el perfodo de la Repiiblica ja~ cobina de 1793-1794 todavfa se conoce como el Terror, a pe- sar de que, dados los estdndares actuales de las matanzas, s6lo maté a una cantidad de gente relativamente modesta: tal vez unas cuantas decenas de miles, En Gran Bretafia, por ejem- plo, esta fue la imagen de la Revolucién que estuvo més cer- ca de apoderarse de 1a conciencia ptiblica, gracias a Carlyle y ala obra de Dickens (basada en una idea del primero) Histo- ria de dos ciudades, seguida de los epfgonos de la literatura popular como La Pimpinela escarlata de 1a baronesa dO el golpe de la cuchilla de la guillotina, las mujeres sans-cu- lot’es tejiendo impasibles mientras veian caer las cabezas de os contrarrevolucionarios. Citizens, de Simon Schama, best- seller de 1989 escrito para el mercado ungléfono por un histo- riador britdnico expatriado, sugiere que esta imagen popular sigue estando viva. Era una historia de herofsmo y de gran- des hazaiias, de soldados harapientos liderados por generales veinteafieros que conguistaban toda Europa y que precipita- baa a todo el continente y a los mares 4 casi un cuarto de siglo de guerra practicamente ininterrumpida. Produjo héroes y , | 4 Véase Barton R, Friedman, Fabricating History: English Writers on the | Freach Revolron, Princeton, 198, p. 117 UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 23 villanos que fueron leyendas vivas: Robespierre, Saint-Just. Danton, Napoleén. Para los intelectuales produjo una prose de una fuerza y una lucidez maravillosamente lacénica. En } resumen, fuera lo que fuere la Revolucién, era un gran spec: | iaculo, eet ~ ~~ Pero el principal impacto de a Revolucién sobre quienes la rememoraban en el siglo xtx, asi como en el xx, no fue lite- rario sino politico, o mas en general, ideolégico. En este libro examinaré tres aspectos de este andlisis retrospectivo. Prime- ro, enfocaré la Revolucién francesa como una revolucién bur- 7 guesa; de hecho, en cierto sentido, como el prototipo de las re voluziones burguesas, A continuacién, la aralizaré como mo- delo para las revoluciones posteriores, especialmente para las <>, revoluciones sociales o para quienes quisieron levarlas a cabo. Y por iltimo, examinaré las cambiantes actitudes politicas que han quedado reflejadas en las conmemoraciones de la Revo- Iucién francesa celebradas entre su primer y su segundo cen- tenario, ast como su impacto sobre quienes escribieron y ¢s~ criben su historia, Actualmente, no s6lo esté pasado de moda ver la Revo- lucidn francesa como una «revolucién burguesa», sino que muchos historiadores excelentes considerarian que esa inter- pretacién de la Revolucién es refutable insostenible. De modo que, aunque no tendrfa ninguna dificultad en mostrar que los primeros estudiosos serios de Ia historia de la Revo- lucién, que dicho sea de paso vivieron durante el perfodo que va de 1789 a 1815, la vieron precisamente como tal, ten- dré que decir una palabras preliminares sobre Ja fase actual del revisionismo histérico que tiene por objeto a la Revolu- cion, y que fue iniciado por el difunto Alfred Cobban de la Universidad de Londres a mediados de los afios cincuenta, El revisionismo Ilegé a ser un movimiento importante en 1970, cuando Frangois Furet y Denis Richet criticaron las ideas establecidas sobre la historia revolucionaria, tal como 24 LOS ECOS DE LA MARSELLESA se ensefiaban desde la caitedra de la Sorbona (establecida con este propésito casi un siglo antes).? En el itimo capitulo, volveré sobre la sucesi6n canénica de profesores que defen- dieron la Revoluci6n y la Repiiblica. Ahora lo importante es observar que el ataque revisionista se dirigié principalmente contra lo que se consideraba como una (0 mejor como Ja) in terpretacion marxista de la Revolucign tal como se formuld en los veinte aiios anteriores y los veinte posteriores a la se- gunda guerra mundial. Que se tratara o no de la propia inter- pretacién de Marx es una cuestién relativamente trivial, es- pecialmente porque los examenes eruditos mas completos sobre los puntos de vista de Marx y Engels al respecto mues- tran que sus opiniones, que nunca fueron expuestas sistemd- ticamente, a veces cran incoherentes y contradictorias. Sin embargo, merece la pena mencionar de paso que, segiin los mismos eruditos, el concepto de revolucién burguesa (revo- lucién biirgerliche) no aparece més de una docena de veces en los treinta y ocho enormes voliimenes que recogen las Werke® de ambos autores. La idea que ha suscitado controversia es la que ve el siglo xyut francés como una lucha de clases entre la burguesia capi- talista naciente y la clase dirigente establecida de aristécratas feudales, que la nueva burguesia, consciente de su condicién de clase, aproveché para reemplazar la fuerza dominante de la sociedad, Este parecer veia la Revolucisn como el triunfo de esta clase, y, en consecuencia, como el mecanismo histérico que termin6 con la sociedad aristocrética feudal y que inaugu- 6 la sociedad burguesa capitalista del siglo 2x, {a cual, estaba 5, Frangois Furet y Denis Richet, La Révolutien Francaise, Paris, 1970 (hay tsad, cast: La Revolucién francesa, Rialp, Madrid, 1984). 6. Eberhard Schmitt y Matthias Meyn, «Ursprong und Charakter der Franz0- sischen Revolution bei Marx und Engels», en Emst Hinrichs, Eberhard Schmitt y Rudolf Vieshaus, eds, Vom Aucien Regime zu Franzbsischen Revolution, Vande hhoeck y Ruprecht, Gotinga, 1978, pp. $88-639, UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 25 implicito, no podria haberse abierto paso de otra manera a tra- vés de lo que Marx, al hablar de la revolucién proletaria que veia destinada a derribar el capitalismo, llamé «el tegumento de. la vieja sociedad». En resumen, el revisionismo criticaba (y critica) la interpretacién que considera que la Revolucion francesa fue esencialmente una revolucién social necesaria, un paso esencial ¢ inevitable para el desarrollo hist6rico de la sociedad moderna, y, por supuesto, como la transferencia del poder de una clase a otra, No cabe duda de que opiniones de este tipo han sido am- pliamente defendidas, y no sélo entre los marxistas. Sin em- argo, también hay que decir que los grandes especialistas en historia que defendian esta tradicién estan lejos de ser reduci- bies a un modelo tan simple. Por otra parte, este modelo no era especificamente marxista, aungue (por razones que discu- tiré en el dltimo capitulo) entre 1900 y la segunda guerra mun- dial, la tradicidn ortodoxa de Ia historiografia revolucionaria se encontré a si misma convergiendo con la tradicién marxis- ta, También esté claro por qué un modelo como este podia re- sultar adecuado para los marxistas. Proporcionaba un prece- dente burgués del futuro triunfo del proletariado. Los obreros eran una nueva clase que habfa nacido y crecido con una fuer- za imparable en el seno de una vieja scciedad, y su destino era hacerse con el poder. Su triunfo también se alcanzarta inevita- blemente mediante una revolucién; y tal como la sociedad burguesa habia derrocado al feudalismo que la precedié para tomar el poder, la nueva sociedad socialista serfa la siguiente y més alta fase del desarrollo de la sociedad humana. La era comunista atin se adaptaba més a la ideologia marxista, dado que sugeria que ningtn otro mecanismo podfa tansformar la sociedad tan de prisa y con tanta trascendencia como la revo- tucién No es preciso que resuma las razones que han hecho in- sostenible esta opinién para describir lo que sucedié en la 26 LOS ECOS DE LA MARSELLESA Francia de finales del siglo xvi. Limitémonos a aceptar que ~-—} en 1789 no haba una burguesia con conciencia de clase que representara la nueva realidad del poder econémico y que ¢s- tuviera preparada para tomar las riendlas del Estado y de la so- ciedad; en la medida en que una clase como esta puede discer- nirse a partir de la década de 1780, su objetivo no era llevar a cabo una revolucién social sino reformar las instituciones del reino; y en todo caso, no conceba la construccién sistemati- cade una economia capitalista industrial. Pero aun asf, el pro- “Dlema de Ia revolucién burguesa no desaparece, a pesar de haberse demostrado que en 1789 la burguesfa y la nobleza no eran dos clases antagénicas bien definidas que lucharan por la supremacfa. Citando a Colin Lucas, cuyo trabajo «Nobles, Bourgeois and the Origins of French Revolution» han utiliza- do con frecuencia los revisionistas franceses, si en 1789 no hafa dos clases antagénicas bien diferenciadas, tenemos que decidir por qué, en 1788-1789, grupos que pue- den ser identificados como no nobles combatfan con grupos que podemos identificar como nobles, estableciendo con ello los fundamentos del sistema politico de la burguesfa del siglo xbx; asimismo debemos aclarar por qué atacaron y destruye- ron los privilegios en 1789, acabando asf con la organizacién formal de la sociedad francesa del siglo xvar y preparando de este modo una estructura en cuyo seno podria florecer el desa- rrollo socioecondmico del siglo x1x." En otras palabras, tenemos que descubrir por qué la Revolu- cién francesa fue una revolucién burguesa aunque nadie pre- terdiera que lo fuese. Este problema nunca preocupé a los primeros hombres que vieron la Revolucién francesa coma una revolucién so- 1. Past & Present, 60 (1973), pp. 469-496; y en Douglas Johnson, ed, French Society and the Revolution, Camibridge, 1976, p20, UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA a7 cial, una lucha de clases y una victoria burguesa sobre el feu- dalismo en los afios inmediatamente posteriores a la caida de Napolesn, Ellos mismos eran liberales moderados, y, como ta- les, bourgeois sin conciencia de clase; témese como ejemplo al curioso liberal moderado Tocqueville, que pertenecia a la antigua aristocracia. De hecho, tal como el propio Marx admi- ti6 abiertamente, de estos hombres fue de donde sacé la idea de Ia lucha de clases en la historia,* Se trataba esencialmente de historiadores de su propio tiempo. Frangois Guizot tenia veintinueve afios cuando Napoleén fue deportado a Santa Helena, Augustin Thierry tenia veinte, Adolphe Thiers y F. A. Mignet diecinueve y Victor Cousin veintitrés. P. L. Roe- dereder —que vio 1a Revolucién como algo que ya se habia producido «dans les moeurs de la classe moyenne» («en las costumbres de la clase media»)-, y que escribié sobre la pre- destinada ascensi6n secular de las clases medias y la sustitu- cidn de la tierra por el capital en 1815) nacié en 1754 y tomé parte activa en la propia Revolucién.’ Era un poco mayor que Antoine Bamave, un moderado que fue guillotinado pero cuya «Introduccién a la Revolucién francesa», escrita mien- tras esperaba su ejecucién, siguié una linea similar, Jean Jaurés utiliz6 este texto en su Historia de la Revolucién fran- cesa como fundamento de la interpretacién socialista de las clases. Al escribir sobre la Revoluci6n francesa estos hombres estaban formando un juicio sobre lo que ellos habian vivido, y sin duda sobre lo que sus padres, maestros y amigos habian experimentado de primera mano, Y Jo que estaban hacien- do cuando empezaron a escribir historia partir de la déca- 8. De Manca Weydemeyer, S de marzo de 1852, de Marx a Engels, 27 de julio de 1854, de Karl Marx y Friedrich Engels, Collected Works, vol. 29, Londres, 1983, pp. 62-63, 473-476, 9, Para su (péstumo) «d.'Esprit de la Révolution», véase Oeuvres du comte PLL. Roederer publiées par son fils A.M, Roederer, Patis, 1854, vol. 3, pp. 7, 1-1 28 LOS ECOS DE LA MARSELLESA da de 1820 era, para citar un texto francés reciente, «celebrar a epopeya de las clases medias francesas».! Esta epopeya, para Guizot y Thierry, asi como para Marx, empez6 mucho antes de la Revolucién. De hecho, cuando los burgueses medievales lograron cierta autonomfa respecto de los sefiores feudales, se constituyeron en el micleo de lo que Hegarian a ser las clases medias modemas, La burguesfa, una nueva nacién, cuyos principios y moral los constituyen la igualdad civil y el trabajo independiente, aparecié entre la nobleza y los siervos, destruyendo asf para siempre Ia dualidad social original del antiguo feudalismo, Su instinto para la innovacién, su actividad, e! capital que acu- ‘uulé fla cursiva es mia), formaron una fuerza que reaccioné de mil modos distintos contra el poder de aquellos que posefan la tierra." «La continua ascensién del tiers état es el hecho predominan- te y la ley de nuestra historia», pensaba Thiemy. La aparicién histérica de esta clase, y su ascenso al poder, fue demostrado y ratificado por la Revolucién, y atin mas por la Revolucién de 1830, que Thierry vio como «ia providencial culminacién de todos los siglos desde el xn»."? Frangois Guizot, un historiador sorprendentemente intere- sante que legé a ser primer ministro de Francia durante el régimen con conciencia burguesa de 1830-1848, fue incluso més claro, La suma de las emancipaciones locales de burgue- ses durante la Edad Media «cre6 una clase nueva y general». 10. Marcel Gauehet, «Les Lettres sur Uhisioire de France de Augustin ‘Thierty», en Pierte Nora ed, Les Liewede mémoire, vl, 2 de La Nation, Parts, 1986, p27. 11. Augustin Thierry, Essai sur histoire de fg formation ee des progrés uli Tiers Etat, Pasi, 1853, p. 21 12. Lionel Gossmnan, Augustin Thierry and Liberal Historiography History and Theory, Beiheft 15, Middletown, 1916, pp. 37-39, para referencias, UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA. 29 Por eso, aunque no habia ninguna cenexién entre estos bur- ‘gueses que no compartfan una actividad piiblica comin como clase, «Jos hombres que se hallaban en la misma situacién en distintas partes del pais, que compartian los mismos intereses y el mismo estilo de vida [moeurs}, no podian dejar de engen- rar vinculos mutuos, una cierta unidad, de donde iba a nacer la burguesia, La formacién de una gran clase social, la bur- guesia, fue la consecuencia necesaria de la emancipacién de los burgueses».!? ¥ no sélo esto, La emancipacién de los mu- nicipios medievales produjo la lucha de clases, «esa lucha que liena las paginas de Ja historia modema: la Europa Modema nacié de Ja lucha entre las distintas clases de la sociedad»."* Sin embargo, la nueva burguesia que se desarrollaba gradual- mente se limitaba a lo que Gramsci llamaria su subalternidad y que Guizot denomind «la prodigiosa timidez de espiritu de los burgueses, la facilidad con la que sc les podfa satistacer.!* En resumen, la burguesia fuc lenta al nacer valer sus derechos como clase dirigente, tards en demostrar lo que Guizot llam6 «ese auténtico espiritu politico que aspira a influir, a reformar, a gobernar.'° En 1829, bajo el gobiemo reaccionario de Car- los X, que pronto serfa barrido por una auténtica revolucién burguesa, era imposible hablar mas claramente desde una tari- ma universitaria, {Pero cual serfa el cardcter exacto de la sociedad dirigida por la burguesia una vez ésta se decidiera finalmente «a in- fluir, a reformar, a gobernar»? ,Acaso fue, tal como sigue manteniendo la visién convencional de la Revolucién y a pe~ sar del rechazo de los «revisionistas», «la era del capitalismo 13, Frangois Guizot, Histoire de la civilisation en Europe, ed. Pierre Rosanva- lion, Plucticl, Paris, 1985, p. 181 (hay trad. cast: Historia de ta civilizacién en Europa, Aliaciza, Maid, 1968), 14, (bid, p. 182 15. Lbid., pp. 181-184, 16. Toid., p. 183, 30 LOS ECOS DE LA MARSELLBSA liberal basado en la propiedad privada, la igualdad ante la ley y les carriéres ouvertes (al menos te6ricamente) aux talents»? ‘No cabe ninguna duda sobre la intencidn de los portavoces del tiers état, por no hablar de los liberales de la Restauracién, de instaurar los tres ailtimos principios. La Declaracién de los Derechos del Hombre dice otro tanto. Tampoco puede dudar- se de lo primero, a pesar de que en 1789 los términos liberal y capitalismo no existfan, 0 no tenfan sus connotaciones moder- nas, puesto que el término capitalismo no aparece en Ia lengua francesa hasta después de 1840, en la década en que la recién acufiada expresidn laissez-faire también pasa a formar parte del vocabulario francés.'* (No obstante capitalista, en el senti- do de persona que vive del rédito de una inversién, aparece do- cumentado en 1798.) Estos hombres estaban a favor de {a libertad de empresa, de la no interferencia del gobierno en los asuntos de la eco- nonfa. El propio hecho de que el esjogan internacional de semejante politica («laissez-faire, laissez-passer») sea de ori- gen francés y ya tuviera una antiguedad de varias décadas en 1789 lo sugiere claramente.” Como lo hace la popularidad @ influencia de Adam Smith cuya Rigueza de las naciones, tal como admitirian los propios franceses muy a su pesar, «de~ sacredité a los economistas franceses que eran la vanguardia mundial ... reinando sin competencia durante la mayor parte del siglo». Hubo al menos tres ediciones en francés de su trabajo antes de la Revolucién y otras cuatro se publicaron durante el perfodo revolucionario (1790-1791, 1795, 1800- 17. W. G, Runciman, «Unnecessary Revolution: The Case of France», Archi ves européennes de sociologie, 24 (1983), p. 298, 18. Paul Imbs, e6., Présor de la langue franceise, Dictionnaire de la langwe ddu SIX et du XX sideles, Paris, 1971, vol. 5 (1977), pp. 143, 144; vol. 10 (1983), p.92T. 19, Se atribuye con més frecuencia a J.C. M. Vincent de Gouray (1712-1759) 20, «Smith, Adam» en La Grande Encyclopéae, Parts, .d., 30, UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 31 1801, 1802, sin contar la primera edicién de la obra de su dis- cfpuloT.-B, Sa} Tratado de economia politica (1803) ya que el autor S6I6 hizo valer sus méritos con la Restauraci6n) y s6lo hubo otras cinco ediciones francesas de La riqueza de las na- ciones desde la caida de Napoleon hasta el final del siglo 2! Apenas puede negarse que esto demuestra que durante ¢] periodo revolucionario habia un considerable interés por el profeta de lo que hoy sin duda lamarfamos la economia del capitalismo liberal. ‘Uno no puede siquiera negar que los liberales burgueses de la Restauracién apuntaban hacia un capitalismo industrial aunque los teéricos de 1789 no pudieran formularlo asi. (Pero entonces no busquemos en la gran obra de Adam Smith nin- guna anticipacién seria de la Revolucién indastrial, la cual es- taba a punto de producirse en su propio pais.) Hacia el final del perfodo napoleénico, la conexi6n entre desarrollo econd- micoe industrializacién ya era evidente. El economista J.-B. Say, antiguo girondino, probé suerte con los hilados de algodén y pudo confirmar sus convicciones sobre ¢l mercado libre al on- frentarse a los obstaculos de la politica de intervencionismo estatal de Napoleén. Hacia 1814, Saint-Simon ya vio la indus- tria (en el sentido modemo de la palabra)-y los industriales (término que acuié é1 mismo) como Ia base del futuro, y el término Revolucién industrial estaba abriéndose camino en Jos vocabularios francés y alemén por analogia con la Revolu- cin francesa.” Ademés, el vinculo entre el progreso, la politi- 21. Catalogue général des livres imprimés de fa Bibliotheque Nationale, Pa- 1948, Cabe afadie que en ese perfoda se adquirieron también dos ediciones in alesas (1799, 1814), que se sumaron a la tes primeras ediciones que ya estaban alll antes de 1789, asi como e! compendio (inglés) de la obra (7804), También se publi- 6 uns traduccién francesa de los Philosophical Essays de Smith en 1797, 22. Laprimera discusién en A. Bezanson, «The Enrly Use of the Term Indus- vial Revolution», Quarrerly Journal of Economics, 36 (1922), pp. 343-349; tambien Emst Nolte, Mareismus und Industrielle Revolution, Stuttgat, 1983, pp, 23-25. 18 32 LOS ECOS DE LA MARSELLESA ca econémica y la industria ya estaba claro en las mentes de los Jovenes filésofos liberales. Victor Cousin dectaré en 1828: «Las ciencias matemiéticas y fisicas son una conquista de la in- teligencia humana sobre los secretas de la naturaleza; la indus- tria es una conquista de la libertad cle volicidn sobre las fuer= zas de esta misma naturaleza ... El mundo tal como las ciencias maieméticas y fisicas y, siguiéndolas, la industria, lo han hecho, 5 un mundo a la medida del hombre, reconstruido por éste a su imagen y semejanza».”* «La economfa politica -anunciaba Cousin (es decir, Adam Smith) explica el secreto, 0 mejor el detalle, de todo esto; es consecuencia de los ogros de la in- dustria, que a su vez estin estrechamente relacionados con los de las ciencias matematicas y fisicas.»?! Y es mas, la industria no seré estética e inmsvil sino progresiva. No se contentaré con recibir de la naturaleza lo que la naturaleza esté dlispuesta a concederle ... Bjercerd fuerza en la tierra con el objetivo de arrancarle el méximo niimero de productos y a su vez, actuaré sobre estos productos para darles la forma que se adapte mejor a las ideas de la época, El comercio se desa- rrollarii a gran escala, y todas las naciones que tengan un pa- pel en esta era serdn naciones comerciantes ... Sera la era de las grandes empresas maritimas.> No es preciso un gran esfuerzo para reconocer tras las genera- lidades del discurso del joven profesor el modelo de la socie- dad del siglo xix que tiene en mente: podia verse desde Fran- cia a través del Canal. En breve volyeremos a la orientacién x [ briténica del liberalismo francés. 23. Vievor Cousin, Pniroduction to the Hisiory of Philosopiy, trad. ing. de Henning Gottried Linberg, Boston, 1832, p. 8, 24. Cours de philosophie par V. Cousin: Inroduction & Ukistoire de la phi sophie, Paris. 1828, pp. 10-12. 25. Ibid, pp. 1-15, [ UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 33 E] punto que debe quedar claro ahora no es que la idea de una economia industrial como tal no surgi6 claramente has- ia después de la era napolednica, tal como atestiguan tanto Saint-Simon como Cousin, cuando el concepto general ya era familiar para la izquierda intelectual, sino que aparecis como una prolongacion natural del pensamiento ilustrado del si-_ glo xv, Fue el resultado de la combinacién del «progreso de Ia Ilustracion» en general, de la libertad, la igualdad y la eco- nomia politica junto a los avances materiales de la produc- cidn, La novedad residia en hacer depender el triunfo de este progreso del ascenso y el triunfo de una clase especifica, la bourgeoisie. {Pero cusnde encajé en este esquema la Revolueién tran- cosa%XE. A. Mignet! en su Historia de la Revolucién francesa de 1824, 108 da una respuesta. Siendo la primera obra que me- reciera el nombre de historia, al trabajo de Mignet sdlo lo pre~ cedié un trabajo similar, aunque més amplio, escrito por un hombre que, como Guizot, estaba destinado a los més altos cargos politicos, Adolphe Thiers> En el Antiguo Régimen, mantenia Mignet, los homibtes estaban divididos en dos clases tivales: los nobles y «el pueblo» o Tercer Estado, «cuyo po- der, riqueza estabilidad e inteligencia aumentaban a diarion.”6 El Tercer Estado formulé la Constitucién de 1791 instituyen- do una monarquia constitucional liberal. «Esta constitucién —afirma Mignet~ fire obra de la clase media, que en aquellos tiempos cra la més fuerte; pues como todo el mundo sabe, el poder dominante siempre toma el control de las institucio- nes.» En resumen, la clase media era aiora el poder dominan- te o clase dirigente. Desgraciadamente atrapada entre el rey y {a aristocracia contrarrevolucionaria por un lado y «la multi- tudy por cl otto, la clase media fue «atacada por unos € inva 26. A. F. Mignet, Histoire de la Révolution frangaise, depuis 1789 jusyi'en 1814, vol. 1, Paris, 1898, p. 15 Artes 4 LOS ECOS DE LA MARSELLESA dida por los otros».2” Si habfa que mantener los logros de la revoluci6n liberal, la guerra civil y Ja intervencién extranjera requerian lz movilizacion de la gene comtin. Pero dado que se necesitaba a 1a multitud para defender el pafs, «ésta exigis bernar cl pais; de modo que Hev« a cabo su propia revolu- ci6n, tal como la clase media habia lJevado a cabo la suya». El poder popular no duré, Pero se habia alcanzado la finalidad de la revoluci6n liberal a pesar de «la anarquia y el despotismo; durante Ia Revolucién se destruy6 Ja antigua sociedad, y la nueva se estableci6 bajo el Imperiov.”* Con bastante I6gica, Mignet terminé su historia de la Revolucién con la caida de Napoleon en 1814. Por consiguiente, la Revolucién se contemplaba como un Froceso complejo y en absoluto lineal que, sin embargo, supu- so el punto culminante de la larga ascension de la clase media "_y que reemplaz6 la vieja sociedad por otra nueva. La disconti- tuidad social fundamental que marcé se ha expresado pocas veces de forma mas elegante y elocuente que en las obras de Alexis de Tocqueville, cuyos trabajos citan con ‘otros propési tos los historiadores revisionistas. «Nuestra historia -escribié en sus Recuerdos-, vista a distancia y en conjunto, configura el cuadro de Ja lucha a muerte entre el Antiguo Régimen, sus tradiciones, sus conmemoraciones, sus esperanzas y sus hom: bres, representados por la aristocracia, y la Nueva Francia di rigida por la clase media.» Como Tnierry, Tocqueville con templaba la Revolucién de 1830 como una segunda y més afortunada edicién de la de 1789 que fue necesaria dada la ten- tativa de los Borbones por hacer retroceder el reloj hasta 1788 La Revolucién de 1830, declaré, fue un triunfo de la clase 21, Ibid, pp. 206, 208. 28, Hay una tradaccién, probablemente de editor, en Walter Simon, 4. ‘ench Liberalism 1789-1848, Nueva York, 1972, pp. 139-143. | 23: Ales de Toxgueville, Recollections ed) P. Mayer, Nueva Yor, 1909 UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 35 media «tan claro y completo que todo el poder politico, todas las prerrogativas y todo el gobierno fueron confinados y amontonados entre los estrechos limites de esta clase ... Por consiguiente, no slo goberé la sociedad sino que podemos decir que la formé».*? «La Revolucién —coms escribié en otra parte ha destruido completamente, o esta en trance de des- truir, todo aquello de la antigua sociedad que derive de las ins titaciones feudales y aristocriticas, todo lo que de una forma u otra tuviera relacién con ellas, todo lo que tenga Ja minima hella de ellas.»** Ante tales aseveraciones en boca de hombres que al fin y al cabo estaban describiendo la sociedad donde vivian es difi- cil comprender las opiniones contemporsineas que afirman que la Revolucién fue «ineficaz en su resultado», por no mencio- nar a los historiadores revisionistas que mantienen que «al final la Revoluci6n beneficié a la misma elite terrateniente que Ia habja empezado», 0 que vefan a Ia nueva burguesia asinserer dans une volonté d’identification & Paristocratie» («participando de una voluntad de identificarse con Ia aristo- cracia»).” Lo iiltimo que se puede decir es que esta fuera la impresién que tenfan quienes vivian o visitaban la Francia posrevolucionaria, Al ments en opiniGn de los observadores extranjeros, asi como de Balzac, la Francia posrevolucional era una sociedad en la que, més que en ninguna otra, Ia rique- za era el poder y los hombres se consagraban a acumularla, Lorenz von Stein, al seguir la pista del surgimiento de ta lucha de clases entre burgueses y proletaris en Francia des- pués de la Revolucidn, incluso concibié una explicacién his i6rica de esta excepcional propensién al capitalismo. Bajo 30, Ibidem. 31, Tocqueville, Ancien Régime, trad ing. de M. W. Paterson, Oxford, 1947, 1.23 thay trad. cast. El Antigua Régimen y la revolucin, Guadarrama, Madrid, 1968), 32. Runciman, «Unnecessary Revolutions, p. 318; Jacques Sole, La réveti- en questions, Paris, 1988, pp. 273, 275, 36 LOS ECOS DE LA MARSELLESA Napole6n, razon6, la cuestién crucial de la Revolucién, a sa~ ber, «el derecho de todo individuo g aleanzar, por sus propios méritos, los puestos més elevados de la sociedad civil y del Estado», se vio reducida a Ia altemativa de acumular propic~ dades 0 hacer carrera en el ejército.>? El despotismo excluia las demds formas de competencia para alcanzar honores pi blicos. De modo que Francia se enriquecié «precisamente Porque al caer bajo el despotismo de] Imperio inauguré el pe- riod donde la riqueza constituye el poder de cada indivi- duo».¥ Cémo explicar esta considerable divergencia entre al- gunos historiadores de fines del siglo xx y los observadores de principios del x1x es otra cuestiGn. Sea cual fuere la respuesta, el hecho de que los liberales moderados del primer perfodo vieran las consecuencias de la Revoluci6n francesa en térmi- nos completamente distintos que sys sucesores liberales mo- derados de los afios ochenta, no puede eludirse, Una cosa est clara. En algtin momento entre 1814, cuan- do Mignet termins su historia, y 1820, los jovenes liberales de clase media que crecieron con el cambio de siglo leyeron la interpretacién de la Revolucién francesa como la culminacién del ascenso secular de la burguesia hasta la posicién de clase dirigente. Adviértase, no obstante, que ellos no identificaban la clase media exclusiva ni esencialente con los hombres de negocios, a pesar de que tuvieran pocas duda de que, en termi- nologfa posierior, la sociedad burguesa de hecho tomaria la forma de una sociedad capitalista y cada vez mas industrial Guizot, una vez més, lo expres6 con su habitual lucidez, En el siglo 2, la nueva clase la constitufan basicamente mercaderes, Pequefios comerciantes («négociants faisant un petit commer. ce») y pequefios propietarios de casas o de tierra residentes en 33. Lorenz von Stcin, Der Socialisenus und Communismus des heutigen Fran: Areich: Ein Beitrag zur Zelegeschichte, 2* e4,, Leipzig. 1848, pp. 128-129, 131 34, Tider (ony de berquens UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 37 las ciudades. Tres siglos més tarde, también inclufa a los abo- ‘gados, los médicos, las personas cultivadas de todo tipo y to- dos los magistrados locales: «la burguesia fue tomando forma con el tiempo, y estaba compuesta por elementos diversos. ‘Tanto su secuencia cronoldgica como su diversidad a menudo han sido insignificantes en su historia ... Tal vez el secreto de su destino hist6rico resida precisamente en Ia diversidad de su composicién en los diferentes perfodos de la historia». Sociolégicamente, Guizot estaba cbviamente en lo cierto. Fuera cual fuese 1a naturaleza de la burguesfa o clase media del siglo x1x, estaba formada por la transformacién de varios ‘grupos situados entre la nobleza y el campesinado, que ante- riormente no tenfan necesariamente mucho en comin, en una clase nica, consciente de s{ misma y tratada por los demés como tal; y muy especialmente por aquellos cuya posicisn se basaba en la educaciGn (Besitzbtirgertum y Bildungsbiirger- tum, en la reveladora terminologia alemana).* La historia del siglo xix es incomprensible para quien suponga que s6lo los empresarios eran «auténticos» burgueses. La interpretacién burguesa de la Revolucién francesa le- 26 a ser la dominante, no s6lo entre los liberales franceses sino entre los liberales de todos los paises donde «el comercio y el liberalismo», es decir, la sociedad burguesa, todavia no habfa triunfado (tal como, por supuesto, los liberales pensa- ban que era su destino en todas partes). En 1817, Thierry pen- saba que los tnicos paises donde habia triunfado hasta enton- ces eran Francia, Inglaterra y Holanda. La afinidad entze los paises donde la sociedad burguesa habia llegado a ser domi- nante parecia ser tan estrecha que en 1814 Saint-Simon, el pro- feta de la industrializacién e inventor de la palabra, y Thierry, 35, Guizor, Histoire de la civilisation, pp. VB1-182. 36. Una discusién completa en Jurgen Kocka y Ute Frevert, eds., Biirgertunt im 19 Jahriundert,3 vols. Munich, 1988, esp. vol i, parte | LOS ECOS DE LA MARSELLESA cue por aquel entonces era su secretario, Hlegaron a vislum- trar un nico parlamento anglofrancés que serfa el nicleo de tn organismo tinico de instituciones paneuropeas en el seno ce una monarquia constitucional paneuropea cuando el nuevo _ sistema fuera universalmente triunfante.” (° _ Los historiadores liberales no s6lo observaron la afinidad , \existente entre Francia y Gran Bretafia sino que también vie | ron a esta tiitima como en cierto modo predecesora y modelo \para Francia. Nada es més sorprendente, dado el habitual ga- locentrismo de la cultura francesa, que 1a dedicacion de estos hombres a la historia de Gran Bretaiia (especialmente Thierry y Guizot, ambos profundamente influidos por Walter Scott). Incluso podria decirse que no s6lo vieron Ja Revolucién fran- cesa como una fevolucién burguesa, sino que hicieron lo mis mo con la Revolucién inglesa del siglo xix. (Este es otro de Jos aspectos de la herencia liberal de la Restauracién que mas adelante Hamaria la atencién de los marxistas.) Habfa una po- ~ derosa razén para ello: el precedente inglés ratificaba la pos- tura de los liberales franceses de clase media, cuyo ideal sin duda no era la propia revolucién sino, citando de nuevo a Thierry, «el progreso lento pero ininterrumpido», con la con- viecién de que, con todo, la revolucién podia ser necesaria, mientras el ejemplo inglés demostraba que tal revolucién tanto podia sobrevivir al equivalente de 1793-1794 (1649 y Cromwell) como evitarlo (1688) para crear un sistema capaz de Ilevar a cabo una progresiva transformacién no revolucio- naria* Los argumentos de Guizot estan particularmente claros, paes aunque insistfa en la importancig de la lucha de clases en Ic historia europea, no vefa esta lucha como un enfrentamien- to que llevara a la victoria completa de unos y a la eliminacién 37. Gossman, Thierry, p40, 38. Thiosry, Tiers Bat, pp. 76-77 UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 39 de otros, sino (incluso en 1820) como generadora, dentro de cada nacién, «de un determinado espiritu general, un deter- minado conjunto de intereses, ideas y sentimientos que triun- fan sobre la diversidad y la guerra». Su ideal era la unidad nacional bajo la hegemonia burguesa. Sin duda estaba fasci nado por el desarrollo hist6rico de Inglaterra, donde, més que en cualguier otro Tugar de Europa, «los distintos elementos del entramado social [état social] se han combinado, han lu- chado y se han modificado reciprocamente, obligéndose per- manentemente a consensuar una existencia en comin». Don- de «el orden civil y religioso, la aristocracia, la democracia, la realeza, las instituciones locales y centrales. el desarrollo po- itico y moral, avanzaron y crecieron juntes, aparejados, tal vez no siempre con la misma velocidad, pero nunca demasia- do alejados unos de otros». Y de este modo Inglaterra habia sido capaz, «mas répidamente que cualquiera de los estados del continente, de conseguir el anhelo de toda sociedad, es de- cir, el establecimiento de un gobierno firme y libre a la vez, y desarrollar un buen sentido politico asf como opiniones fun- dadas sobre los asuntos piiblicos. {“Le bon sens national et Vintelligence des affaires publiques.”}».” Hubo razones histOricas que explicaron esta diferencia en- tre las revoluciones francesa y britanica (fue el tema de la tl tima clase del curso de Guizot), a pesar de que la tendencia fundamental de la evolucién de ambos paises fue similar, Mientras el feudalismo briténico (el «Norman Yoke») fue la conquista de una nobleza normanda sobre una organizacién politica anglosajona estructurada, lo cual trajo aparejada una resistencia popular institucionalizada y estructurada que rei- vindicaba las anteriores libertades anglosajonas, el equivalen- te francés habfa sido la conquista de los nobles francos sobre 39. Guizos, Histoire de la civilisarion, pp. 182-183, 40. ibid, pp, 287-288. 40 LOS ECOS DE LA MARSELLESA tuna poblacién nativa gala disgregadla («nos ancétres les Gau- lois»), que no se resignaba pero que era impotente. Su insur- gencia contra los nobles durante la Revolucién francesa fue por ello mas incontrolada e inconirolable, y en consecuencia dicha revolucién fue mas terrible y extrema,*! Asi se intentaba explicar lo que tanto chocaba a los historiadores liberales del siglo xix, es decir, el por qué (en palabras de lord Acton) en Francia «el paso de una sociedad feudal y aristocratica a otra industrial y democrética estaba ligado a convulsiones», lo cual no sucedia en otras naciones (es decir, en Inglaterra). . A pesar de eso, los briténicos podian servir de modelo para la "Francia posterior a 1789: si Gran Bretafia haba superado a su | Robespierre y/o a su Napoleén (Cromwell) para posibilitar una segunda, pacifica y mas decisiva revolucién que instaura- ra un sistema permanente (la Revolucion Gloriosa de 1688), Francia podia hacer lo mismo. Podfa, y asi lo hizo, instaurar la | Monarqufa de Julio en 1830. ~ Por lo tanto, en la Francia de la Restauracién, los vencedo- res de la revoluci6n burguesa ya eran moderados en potencia, conscientes de haber alcanzado la viotoria decisiva de su cla- se. Fuera de Francia, lo que resonabs claramente en los ofdos de las clases medias eran las exigenojas de 1789. A las institu- ciones de Ja Edad Media les habfa llegado la hora, pensaba un historiador liberal aleman, Habfan surgido nuevas ideas, y és- tas afectaban «ante todo a las relaciones de las clases sociales [ Sidinde] en Ja sociedad humana», siendo la «clase burguesa» [Biirgerstand] la que cada vez cobraba mas importancia. De ahf que de la historia francesa, tras la cual las cosas recuperaron el ritmo lento de los cambios, gdebe sor prendemos que los moderados a veces denuncien el despropor- Cionado coste de esos cambios relativamente tan pequefios?®* ;Y que incluso den muestras de esa nostalgia por el Ancien Rég me que quienes visitan regiones de Europa que una vez estuvie~ ron gobernadas por la monarquia de los Habsburgo todavia de- tectan en los intelectuales de paises que se deshicieron de ese yugo en tiempos de sus abuelos o bisabuelos? (ZNo deberfamos hhaber esperado una regresisn hacia la monarquia en las masas cu- yas vidas se vieron tan convulsionadas a cambio de tan poco?)®* 61. Mencionado en Simon, French Liberalism, pp. 149-151 62. René Sedillot, Le cose le fa Révolucon frangaise, Pais, 1987, pp- 282-287. 63. Pero, por supuesto, aunque los escepticas ven un ebilan globalement né- aif en Ja agricultura, como en cualquier otto sitio; incluso Sédillot no nega que ‘los campesinos genaron mas de lo que perdieron» tbid., pp. 173, 266), que es lo {ue toda el murado daba por sentado en el siglo xx, 50 LOS ECOS DE LA MARSBLLESA Pero no hay sefiales que indiquen que ales reacciones se pro- dujeran. Los liberales de la Restauracién, por més asombrados que estuvieran con lo que habfa sucedido en su pais, no rechaza- ton la Revolucién ni hicieron una apologia de la misma. De hecho, un contemporéneo briténico conservador vio su histo- riograffa como una «conspiracién general urdida contra los antiguos Borbones, una paraddjica apologia de Ia vieja Re- vohicién y una provocacién encubierta para Hevar a cabo otra». El autor en quien pensaba, Adolphe Thiers, a duras penas puede ser acusado de excesivo radicalismo, ni siquiera en la década posterior a 1820. Fueran cuales fueren los exce- sos de la Revolucién, ino habrfa sido peor la alternativa, es decir, la no revoluci6n? Frangois-Xavier Joseph Droz, que vi- vig el Terror en su juventud, lo expresé asi: «No imitemos a esos antiguos que, aterrorizados por la quema del carro de Fae- 16r, suplicaron & los dioses que los dejaran en la permanente oseuridad».® Nada sorprende tanto en los liberales de la Restauracién como su rechazo a abandonar siquiera esa parte de la Revolu- cién que no era defendible en aras del liberalismo, que los li- be-ales no deseaban defender, y que sin embargo los mode- rados habian desbaratado: el jacobinismo de 1793-1794. La Revolucién que deseaban preservar era la de 1789, la de la Declaracién de los Derechos del Hombre, sobre cuyo intrinse- co liberalismo Tocqueville nunca dejé de hacer hincapié, 0 para ser mas concretos, la de los principios de la Constitucién 64, Essays on the Early Period of the French Revolution by the Late John Wil- son Croker, Londres, 1857, p.2 65. Ibiders 66. Nouvelle Biographie Générale, Paris, 1855, vol. 13, p. 810. Los lectores del siglo xb no necesitaban que les dijeran que Fuet6n era un antiguo astronouta ela mitologia priegn que fue incinerado cuando sy catroza se acere6 demasiado aol QINA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 51 de 1791.57 ¢Pero no fue el propio Guizot quien defendié la Re- voluci6n en su totalidad como «el desarrolto necesario de una sociedad en progreso ... la terrible pero legitima batalla del derecho contra el privilegio? Acaso no fue él quien dijo no deseo repudiar nada de a Revolucién. No pido que se la disculpe de nada, La tomo como una totalidad, con sus acier- t08 y sus errores, sus virtudes y sus excesos, sus triunfos y sus infortunios ... Me diréis que violé la justicia, que oprimid ala libertad, Estaré de acuerdo. Incluso particiaré en el examen de las causas de tan lamentables digresiones, ¥ lo que es més: 0s garantizaré que el germen de estos erimenes estaba presen- teen el mismisimo origen de la Revoluci6r.* ‘A diferencia de muchos de quienes preparaban, 0 de quienes dudaban en preparar, la celebracién del bicentenario de la Re~ volucién, Ios liberales de la Restauracién, a pesar de toda su moderacién, opinaban que «si la consideramos en conjunto, crimenes incluidos, la Revolucién merecié la pena». ‘Una razén que explica esta voluntad de aceptar lo que Thie- rry, al hablar de la Revolucién inglesa, Hamé «actos de violen- cia necesarios», fue, sin duda, que el Terror jacobino fue un episodio corto; un episodio, ademas, cuyo firal impuso la pro- pia Revolucién, Los moderados s6lo perdieron el control tem- poralmente. Pero otra razén més poderosa, si cabe, fue que la Revolucion segufa pareciendo indispensable, ya que si habia sido imprescindible para derrocar el Antiguo Régimen en 1789, Ja tentativa por restaurarlo, que ellos consideraban que estaba progresando, también tendria que frustrarla una revoluciGn. 67, Ena segunda (e incompleta) parte de su Ancien Régime. Véase Alan Ka- han, «Tocqueville's Two Revolutions», Journal of the History of Ideas, 46 (1985), pp. 595-596. 68. Mencionado en Sianley Mellon, The Political Uses of History: A Study of Historians in the French Restoration, Stanford, 1958, p.29. L 69, Dbidem. at LOS ECOS DE LA MARSELLESA Detrds del desarrollo del modelo burgués de la Revolu- cidn francesa, cuya pista he seguido a lo largo de la Restaura- cidn, se halla precisamente la lucha politica de los burgueses iberales modcrados contra la intentony reaccionaria de hacer retroceder el reloj de la historia, Esto se les hizo evidente en 1820, cuando los activistas politicos liberales (incluidos todos Jos nombres que hemos mencionado) tuvieron que abandonar la accién y retirarse a pensar y escribir. El dirigente liberal Koyer-Coilard, tras la caida del gabinee Decazes, parece ser gue se dirigié a aquellos j6venes intejectuales, diciéndoles: «Escriban libros, altora mismo no hay nada mas que hacer».”° Asi es como surgié la escuela de historiadores formada por Guizot, Thiers, Mignet y demas, aunque cuando la accién vol- vi a ser plausible, algunos prefirieron permanecer en sus es- tudios, Estos jévenes historiadores estaban inmersos en Ja ela. boracién de una teoria para llevar a cabo una revolucién bur- guesa, En 1830 la pusieron en prictica, Liegados a este punto se precisa una aclaracién. Debe en- tenderse claramente que para los liberales moderados, a dife- rencia de los herederos del jacobinismo, Ia Restauracién de 1814 no fue una desgraciada concesién a la reaccién debida a la presién de la derrota, sino exactamente 10 que querian. Aunque al principio fuese incierto, los liberales pronto vieron (9 encontraron conveniente ver) a Luis XVII como un mo- rarca constitucional, a pesar de que la apatiencia monérquica ¢ internacional se salvé cambiando el término Constitucién ror el de Carta otorgada generosamente desde arriba.” Napo- Je6n habia salvaguardado a la burguesia de los dos peligros cue la amenazaban, pero pagando un precio: la exclusién de la vida politica y la ausencia de derechos del ciudadano, La bur- 70. Gossman, Thierry, p.7. TH. Véase Mellon, Political Uses of History, pp. 47-52, para su linea de razo- rnamiento, | ko UN UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 5 guesfa no participaba del poder. Segtin Lerenz von Stein, «se- guia habiendo ricos y pobres pero no habfa una clase dirigente ni una clase dirigida, Solo habfa siibditos».” Pero la Restaura- cidn de 1814 no resiauré sdlo la monarquia sino también le nocién de gobiemo constitucional que parecia tan necesaria. y lo hizo sin corer el peligro de un exceso de democracia. Fue como si institucionalizara los logros de la Revolucién mode- tada anterior a 1791 sin la necesidad de una revolucién ulte- rior. Como escribié Guizot, «hoy, revolucién y legitimidad tienen en comin el hecho de que el objetivo de ambas es pre- servarse a sf mismas y preservar el status quo»? Al hacerlo establecieron esa «cooperaci6n franca» mediante la cual «los reyes y las naciones» (Guizot pensaba en Inglaterra, como de costumbre) «han terminado con esas guerras internas que de- nominamos revoluciones». Guizot culpata a los reaccionarios no ya de a intencién de restaurar un Antiguo Régimen que ya no tenia posibilidad de revitalizarse, sino de que corriera el Tiesgo de que las masas volvieran a Ja accién, una accién que podia llegar a ser tan necesaria como peligrosa e impredec bie, A la burguesfa le gustaba Luis XVII porque «la casa de Borbén y sus partidarios [ahora] no pueden ejercer un poder absoluto; bajo ellos Francia tiene que ser libre». En resu- men, se trataba de una salvaguardia mejor y més deseable que Napoledn contra el Antiguo Régimen y la democracia, Y el régimen de 1830, esa revolucién que se llevé a cabo como una auténtica revoluciOn burguesa y que instituy6 un régimen con ciente de si mismo y con conciencia de clase, con un rey que llevaba una chistera en lugar de una corona, fue una solucién todavia mds deseable. Incluso parecié resolver el problema crucial del liberalismo burgués moderado, a saber, el control 72, Stein, Der Sovialismus, p. 133, 7B. Mencionado en Simon, French Liberalism, p. 10. 74, Ibid, pp. 112-113. 4 LOS ECOS DE LA MARSELLESA. cle Ja movilizaci6n revolucionaria de las masas. Como luego se vio, no lo habfa logrado. De hecho, la Revolucién fue nevesariamente moderada (1789) y jacobina (1793-1794). Toda tentativa de escisién, aceptar a Mirabeau pero rechazar a Robespierte, es poco rea. lista, For supuesto, esto no significa que uno y otro deban con- siderarse semejantes, como hacian los conservadores del si- glo xbs: «el jacobinismo, llamado ahora liberalismo», escribia el ide¢logo protestante holandés Isaac Da Costa (1798-1860) en 1823."* Los idedlogos del liberalismo burgués intentaron mantener la democracia a raya, a saber, evitaron la interven- ci6n de los pobres y de la mayoria trabajadora. Los liberales de la Restauracién y la Constitucién de 1830 Io hicieron mas despiadadamente que la Constitucién de 1791, puesto que re- cordaban la experiencia del jacobinismo, Crefan, como hemos visto, en el electorado de Mignet «restringido a los ilustra- dos», quienes «controlaban toda la fuerza y el poder del Esta- do», porque eran los tnicos que estaban cualificados para controlarlo, No crefan en la igualdad de derechos para todos los ciudadanos, sino que para ellos el anténtico selio de «ver- dadera igualdad», citando de nuevo a Mignet, era Ia «admisi- bilidad», asi como el sello de la desigualdad era la «exclu sion.” La democracia liberal les parcefa una contradiccién terminol6gica: o liberalismo, gue se basaba en una elite a la que se podfa acceder por méritos, o democracia. La experien- cia de la Revolucién les habia hecho suspicaces hasta de la Repiiblica, que en Francia se asociaba al jacobinismo. Lo que ms les habria agradado hubiese sido una monarqufa constitu- cional como la briténica, aunque tal vez un poco mas légica y sistemética y un poco menos fortuita, preferentemente insti- 75, Sita de eezwaaren tegen den gest dee coun (1423) en entrada el beralisme», Woordenboek der Nederlandsche Taal, v var a r tay beaten i sol. 8, pane 1 La Haya, 76, Mignet, Histoire, p. 207 } | } | | i | i UNA REVOLUCION DE LA CLASE MEDIA 5S tuida mediante una revolucién controlada como la de 1688. En 1830 pensaron que la habjan encontrado. Pero no funcionarfa, Una vez. pasada la puerta de 1789, ya no era posible detenerse. Aqui reside el enorme mérito de Toc queville, un liberal de origen aristocrético, que no comparti6 las ilusiones de un Guizot o de un Thiers. Los escritos de ‘Toc- queville sobre la Revolucién francesa se han interpretado mal, como si considerara que no fue necesaria y estuviera a favor de Ja continuidad hist6rica de la evolucién francesa, Pero, como he- ‘mos visto, nadie estaba tan convencido del papel de ruptura irre~ versible con el pasado como él. Asimismo, sus escritos sobre la democracia en América se han lefdo, especialmente en Norte- américa, como apreciaciones sobre los méritos de dicho siste- ma, Pero esto es un error. Tocqueville reconocié que, por mas que él y otros hombres ilustrados temieran a la cemocracia, no habia manera de impedir que se estableciera a largo plazo. Es- taba implicita en el liberalismo. Pero era posible desarrollar ese sistema sin que trajera aparejados ef jacobinismo y la revolu- cin social? Esta fue la cuestiGn que ie llevé a estudiar el caso de los Estados Unidos. Liegé a la conclusién de que la version no jacobina de la democracia era posible. Sin embargo, a pe~ sar de su disposicién para apreciar la democracia norteameri- cana, nunca fue un entusiasta de dicho sistema, Cuando escri- bi6 su notable obra, Tocqueville probablemente pensd, y sin duda esperaba, que 1830 proporcionara un marzo permanente para la ulterior evolucién de la sociedad francesa y de sus ins- tituciones, Lo tinico que quiso sefialar fue que, incluso en ese caso, inevitablemente deberia ampliarse para poder manejar Ja democracia politica que, les gustara o no, generaba. A largo plazo, la sociedad burguesa asi lo hizo, aunque no llevs a cabo ningtin intento serio hasta después de 1870, ni siquiera en el pais que vio nacer la Revolucién. Y, como veremos en el tti- ‘mo capitulo, la evaluacién de la Revolucién en su primer cente- nario estaria en gran medida dominada por este problema, 56 LOS ECOS DE LA MARSELLESA. Et hecho fundamental era, y sigue siendo, que 1789 y 1793 estiin ligados. Tanto el liberalismo burgués como las revolu- ciones sociales de los siglos xrx y xx reivindican Ta herencia de la Revolucién francesa, En este capitulo he intentado mos- tar como cristaliz6 el programa del liberalismo burgués en la experiencia y el reflejo de la Revolucién francesa. En el pro- ximo capitulo consideraremos Ja Revohuci6n como un modelo para las revoluciones sociales posterinres que se propusieron ir més alld del liberalismo y como punto de referencia para quienes observaron y evaluaron dichas revoluciones. ys 2. MAS ALLA DE LA BURGUESIA La Revolucion francesa dominé la historia, el lenguaje y el simbolismo de la politica occidental desde su comienzo hasta el periodo posterior a la primera guerra mundial, inclui- da la politica de esas elites de lo que hoy conocemos como ‘Tercer Mundo, quienes veian las esperanzas de sus pueblos en vias de modernizaci6n, es decir, siguiendo el ejemplo de los estados europeos mas avanzados. Asi, la bandera francesa tri- color proporcions el modelo para la mayoria de las banderas de los estados del mundo que lograron independizarse o uniti- carse a lo largo de un siglo y medio; la Alemania unificada eligié el negro, el rojo y el oro (y més tarde el negro, el blanco y el rojo) en lugar del azul, el blanco y el ojo; la Italia unifica- da, el verde, e| blanco y el rojo; y en la década de los veinte, veintidés estados adoptaron banderas nacionales formadas por tres bandas de distintos colores, verticales w horizontales, y otros dos las compusieron en bloques tricolores en rojo, blanco y azul, lo cual también sugiere una influencia francesa, Compa- rativamenie, las banderas nacionales que muestran la influen- cia directa de las barras y estrellas fueron muy pocas, incluso si consideramos que una tinica estrella en el angulo izquierdo superior pueda ser una derivacién de la bandera estadouni- dense: hay un maximo de cinco, tres de los cuales (Liberia, Panama y Cuba) fueron virtualmente creados por los Estados 4 LL 58 LOS ECOS DE LA MARSELLESA Unidos. Incluso en América Latina Tas banderas que muestran una inf uencia tricolor superan numéricamente a las que mues- tran influencias del norte. De hecho, la relativamente modesta influencia internacional de la Revolucién norteamericana (ex- cepto, por supuesto, sobre la propia Revolucién francesa) debe suiprender al observador. En tanto que modelo para cambiar los sistemas politico y social se vio absorbida y reemplazada por la Revolucién francesa, en parte debido a que los refor- mistas 9 revolucionarios de las sociedades europeas podian reconocerse a s{ mismos con mayor facilidad en el Ancien Ré- gime de Francia que en los colonos libres y los negreros de América del Norte. Ademés, la Revolucin francesa se vio a sf misma, en mayor medida que la norteamericana, como un fenémeno global, el modelo y la pionera del destino del mun- do. Entre las numerosas revoluciones de finales del siglo xvi se destaca no sdlo por su aleance, y en términos de sistema e tatal por su centralismo, por no mencionar su drama, sino tam- bign, desde el principio, por tener conciencia de su dimension ecuménica, Por razones obvias, quienes proponfan llevar a cabo revo- luciones, especialmente revoluciones cuyo objetivo fuera la iransformacién fundamental del orden social («revoluciones sociales»), estaban particularmente inspirados e influidos por el modelo francés. A partir de 1830, 6 como muy tarde, de 1840, eatre dichas tendencias se contaban los nuevos movi- mientos sociales de las clases obreras de los paises industria lizados, © cuando menos las organizaciones y movimientos que pretendian hablar en nombre de esas nuevas clases. En la propia Francia, la ideologta y el lenguaje de la Revolucion se extendieron a partir de 1830 hasta regiones y estratos que ha- bian permanecido intactos durante el primer perfodo revolu cionario, inchuidas grandes extensiones del campo. Maurice Agulhon analizé y describis maravillosamente el desarrollo de este proceso en la Provenza en su obra La République au MAS ALLA DE LA BURGUESIA 59 Village.’ Fuera de Francia, los campesinos segufan siendo hos- tiles ante las ideologfas que les trafan los hombres de las ciu- dades, incluso cuando podfan comprenderlas, y justificaban sus propios movimientos de protesta social y sus anhelos de revuelta con una terminologia distinta. Los gobiernos, las cla- ses dirigentes y los idedlogos de izquierdas, hasta bien en~ trada la segunda mitad del siglo xix, estaban de acuerdo (con satisfaccién © con resignacién) en que los campesinos eran conservadores. Esta infravaloracién del potencial radical del campesinado por parte de la izquierda puede apreciarse en las revoluciones de 1848, y qued6 reflejado en su historiografia hasta mucho después de la segunda guerra mundial, incluso hay indicios, en las secuelas de 1848, de que Friedrich Engels no consideré la posibilidad de una segunda edici6n de Ia gue- ra campesina a la que taché (al eseribir una historia popular de la misma) de totalmente utdpica. Por supuesto, participé en Ja accién con los revolucionarios armados del sureste alemén, la zona del pafs donde, tal como los historiadores actuales recono- cen, 1848 fue esencialmente un movimiento agrario, y tal vez el mayor de este tipo que se diera en Alemania desde la guerra campesina del siglo xv1.*No obstante, incluso para los campe. sinos revolucionarios la Revolucién francesa erg algo remoto. El joven Georg Biichner, autor de la sorprendeate La muerte de Danton, no se dirigfa al campesinado de su Hesse natal en Ienguaje jacobino, sino en el Jenguaje de la Biblia luterana.* No sucedié lo mismo con los trabajadores urbanos o in- dustriales, quienes no hallaron ninguna dificultad para adop- Maurice Agulhon, La République au vilage: Les populations dl Var de ta Révohrion a Séconde République Pai, 1970 2. Ct Hans-tibch Wehlen, Deuce Geselschafsgeschishe 2neter Band 1815-1848, Munich, 1987, pp 7106-71, nampa bibliog en bid, 80-88, 3. Vases panier dngido la poblacin ral, Der esse Landbote (4834) on Georg Blchner, Werke nd Bree, Moniz, Deuce" Tatchenbucver Ii, 1963, pp 133-148, 50 LOS ECOS DE LA MARSELLESA car el lenguaje y el simbolismo de la revolucién jacobina que ia Francia ultraizquierdista (sobre todo a partir de 1830) habia adaptado a su situacién especffica, identificando al pueblo n el proletariado. En 1830 los trabajadores franceses adop- aron la retSrica de la Revolucin para sus propios propésitos, a pesar de que eran conscientes de ser un movimiento de cla- ses contra las autoridades liberales que también recurrfan a esa retérica, y no sélo en Francia.‘ Los movimientos sociali tas austriaco y alemén, tal vez debido a la identificacién de sus lideres con la Revolucién de 1848 (los obreros ausiriacos celebraban el aniversario de las victimas de marzo de 1848 (Marzgefallene) antes de celebrar el Primero de Mayo) haefan hincapié en la continuidad de la Gran Revoluci6n, La Marse- ilesa (en diversas adaptaciones) era el himno de los socialde- mécratas alemanes, y los socialdemécratas austrfacos de 1890 segufan poniéndose el gorro frigio (caracteristico de la Revo- lucién) y la consigna «lgualdad, Libertad, Fraternidad» en sus distintivos el Primero de Mayo.’ No es sorprendente. Al fin y al cabo, la ideologfa y el lenguaje de la revolucién social le- garon a Europa central desde Francia, gracias a los oficiales (irabajadores cualificados) radicales alemanes que viajaban por todo el continente, a los turistas, a los alemanes que emi- graron por motivos politicos al Parfs de antes de 1848, y gra- cias también a las publicaciones a menudo extremadamente bien informadas e influyentes que algunos de ellos se llevaron 4. William Sewell, Workand Revotualon in France, Cambridge, 1980, pp. 198 "0. 5. Para buenos ejemplos de una «Proletarier-Marsellaise» y de la herencia simbstica © ieonogréfica de 1789, véase pp. 65, 68 de la Biblioteca de Felrineli (Ogn Anno un Maggio Nuovo: il Centenario del Prime Maggio, int. Antonio Pizzi- ‘ato, Mildn, 1988. Este volumen del Primero de Mayo se publics bajo los auspicios los sindicatos obreros de la Umbria, Véanse tainbién Andrea Panaccione, ed., The Memory of May Bay: An Iconographic History ofthe Origins and Implanting “of a Worker's Holiday, Venecia: Marsilio Editore, 1939, especialmente p. 290 (Di- ramarea), p, 295 (Suecia}, p. 336 (Italia). MAS ALLA DE LA BURGUESIA 6L consigo al regresar a su tierra, como la de Lorenz von Stein.“ Por aquel entonces se estaban desarrollando importantes mo- vimientos obreros socialistas en la Europa continental, los cuales redujeron la activa e insurgente transformacién politica de Ja Revolucién a su componente obrerc, La Comuna de Pa- ris de 1871 vineulé a los jacobinos con la tradicién de revolu cion social proletaria tanto como el elocuente y andlitico ob: tuario que Karl Marx le dedicara.’ Para los observadores atentos era evidente que la Revolu- cion seguia tan viva en 1793-1794 como en 1789. Por eso 1848, a pesar de que en apariencia fuese un breve episodio répit mente frustrado en la mayoria de paises convulsionados por la revoluci6n, demostré sin lugar a dudas que el proceso revolu- cionario seguia su curso. En Francia, la esperanza de que hu- biese Hegado a una conclusién definitiva en 1830 dio paso pesimismo y a la incertidumbre entre los liberales. «No sé cuando terminard este viaje -exclamé Tocqueville poco des- pués de 1850-. Estoy cansado de pensar, una y otta vez, que hemos alcanzado la costa y descubrir que s6lo se trataba de un engafioso banco de niebla. A menudo me pregunto si esa tie rra firme que andamos buscando desde hace tanto realmente existe, 0 si nuestro destino serd navegar en un opéano tormen- toso para siempre.»* Fuera de Francia, utilizando el mismo si- mil, Jacob Burckhardt, en la década de los setenta del siglo pasado, inauguré su curso sobre la Revolucién francesa con estas palabras: «Sabemos que la misma tormenta que azote a la humanidad en 1789 nos sigue conduciendo hacia el futuro»? 6. Lorena Stein, Der Socialismus. El von se incorporé mas tarde, cuando era profesor en Viena, 7. CI. «The Commune as Symbol and Example», en Georges Haupt, Aspects of Imzrnational Socialism, Cambridge y Paris, 1986, pp. 23-17 8. «Spavenirs», en Oeuvres Completes, Pasis, 1968, vol. 12, p. 81. 9. Mencionado en el articulo «Revolution» de Falix Gibest en Dictionary the History of Ideas, 5 vols., Scxibner's Sons, Nueva York, 1980, p. 159. LOS ECOS DE LA MARSELLESA Er esta situacién, fa Revolucién francesa servia a un buen mtimero de propésitos. Para aquellos que querian transformar !a sociedad, proporcionaba un elemento de inspiracién, una retérica y un vocabulario, un modelo y un esténdar de compa- racién Para quienes no necesitaban ono querian llevar a cabo una revolucién, los tres primeros elementos citados tenfan poca importancia (excepto en Francia), aunque la mayor parte del vozabulario politico de todos los estados occidentales del siglo xix se derivara de la Revolucién y a menudo consistiera en adgptaciones directas del francés: por ejemplo, la mayor parte de lo que se asociaba al término «la nacién». Por otra par- te, la Revolucién como esténdar de comparacion era mas im- portante, dado que el temor a la revolucién es més comtin que luna pe:spectiva real de la misma. Y como veremos, aunque para la mayorfa de los nuevos izquierdistas occidentales (obreros y socialistas) la relevancia operacional de 1789-1799, a diferen- cia de su relevancia ideolégica, cada yez era mas tenue, los gobieraos y las clases dirigentes valoraban constantemente la posibilidad de una subversidn y de ung rebelién de los hom- bres y mujeres que, como bien sabjan, tenfan un montén de buenas razones para estar descontentos con su suerte. Las re- voluciones del pasado constituian puntos de referencia ob- vios. For eso, en 1914, el ministro briténico John Morley se preguntaba si el humor del pais, en visperas de lo que lep6 a ser la primera guerra mundial, y sumergido en un considera- ble malestar sociopolitico, no era semejante al que precedié a 1848." Cuando una revolucién legaba a estallar, tanto quie- nes estaban a favor de la misma como sus oponentes la com- paraban inmediatamente con sus predecesoras. Cuanto mas central y de mayor alcance era, mas inevitable se hacia la com- paracién con 1789. 10, Citado en Norman Stone, Ewrope Transjurmed 1878-1919, Londces, MAS ALLA DE La BURGUESIA 3 De este modo, en julio de 1917 la Current History Maga- zine del New York Times publicé un articulo anénimo cuyo ti- tulo, «The Russian and French Revolutions 1789-1917; Para- Hels and Contrasts», sin duda reflejaba las preccupaciones de todos los curopeos y norteamericanos cultos de la época.'! Probablemente, muchos de ellos estavieron de acuerdo con las poco perceptivas observaciones del citado articulo, En am- bos paises, segtin el autor, «si los soberanos, con més inteli- gencia y lealtad, hubiesen renunciado en el memento critico, estableciendo instituciones representativas ... no habria tenido lugar ninguna revolucién. Asimismo, en ambos paises, la opo- sicin tiltima y fatal fue instigada por la reina extranjera (Ma- ria Antonieta en un caso, la zarina de origen alemén en el otro), gracias al peligroso poder que ejereia sobre el sobera- no». En ambos paises, argumentaba, los filésolos y escritores, se habfan estado preparando durante mucho tiempo para la re: volucidn —Voltaire y Rousseau en un caso, Tolstoi, Herzen y Bakunin en el otro. (E] autor de este ensayo no considers rele~ vante la influencia de Marx.) Estableci6 un paralelismo entre la Asamblea de Notables francesa, sustituida por los Estados Generales y la Asamblea Constituyente en un caso, y el Con- sejo del Imperio ruso, sustituido por la Duma Imperial, en el otro, Al observar el desarrollo interno de la Revolucién, que por supuesto no habfa progresado mucho en el verano de 1917, el autor vefaa los «cadetes», a Rodzianko y a Miliukov como una versién de los girondinos, y a los diputados del Soviet de Trabajadores y Soldados como los nuevos jacobinos. (En la medida en que esto pudiera implicar que los liberales serfan barridos por los soviets, no era una mala prediccién, aunque en otros aspectos el andlisis del autor no es demasiado agudo.) Estas comparaciones se centraban no ya en la revolucién liberal sino en la revolucién jacobina y sus posibles conse- 11. 6, 118-123, julio de 1917, n° 1,p. 11 od LOS ECOS DE LA MARSELLESA cuencias. De forma progresiva, excepto en la Rusia zarista y en Turquia, 1789 estaba dejando de ser un tema candente. A finales del siglo x1x, Europa estaba formada mayoritariamen- te, con Ja excepcidn de las dos monarquias absolutas mencio- nadas y de las reptblicas de Francia y Suiza (no es preciso te- ner en cuenta las minirreliquias de Ia Edad Media como San Marino y Andorra), por monarquias que se habfan adaptado a la Revolucién, o a la inversa, por clases medias que se habian «daptado a los antiguos regimenes, Después de 1830 ya no hubo més revoluciones burguesas con éxito. Pero los antiguos regimenes apréndieron que sobrevivir significaba adaptarse a Ja era del liberalismo y a la burguesfa (en cualquier caso, al li- beralismo de 1789-1791, o mejor alin al de 1815-1830). A cam- bio aprendieron que la mayorfa de burgueses liberales, si pu- dieran, aceptarian no llevar a cabo todo su programa siempre y cuando se les garantizara la necesaria proteccién contra el Jacobinismo, la democracia, o lo que éscos pudieran producit. De hecho, la restauracién de la monarquia en Francia en 1814 cemostr6 ser la anticipacién de un modelo general: un Anti guo Régimen que asimilaba parte de la Revolucién francesa Fara satisfacer a ambas facciones. Tal como el archiconserva- Cor Bismarck escribié en 1866, con su habitual e incomparable lucidez y su gusto por la provocaci6n: «Si tiene que haber una revoluci6n, mejor que seamos sus artifices que sus victima EI liberalismo burgués (excepto en Rusia y en Turquia) tabia dejado de necesitar una revolucign y sin duda ya no la ceseaba, De hecho estaba ansioso por apartarse del andlisis cue anteriormente habia promovido, puesto que dicho andli- sis, en principio dirigido contra el feudalismo, ahora apuntaba contra la sociedad burguesa. Tal como ¢l socialista moderado Louis Blanc es. de 1847, la burguesfa habfa ganado una libertad genuina me- 12, «Revolution», Geschichilichte Grundbegrife, vol. 5, p. 744. bid en su Historia de la Revolucion francesa * MAS ALLA DE LA BURGUESIA 65 diante la revolucién, pero la libertad del pueblo era s6lo nomi- nal. De modo que precisaba su propia Revolucién francesa. Otros observadores més licidos o radicales fueron més lejos y vieron la lucha de clases entre la nueva clase dirigente burgue- sa y el proletariado que explotaba como la clave principal de la historia capitalista, del mismo modo en que la de la burguesta contra el feudalismo lo habia sido en la era antigua. Esta opi- nion la compartan los comunistas franceses, hijos de la ultraiz- quierda jacobina del periodo posterior a Termidor, Este desa- rrollo del andlisis de la clase burguesa liberal era tan grato a os revolucionarios sociales como Marx, como ingrato para sus fundadores, Thierry, transtornado por la Revolucién de 1848, lleg6 a la conclusién de que el andlisis de las clases era perti- nente en el Antiguo Régimen pero no er. el nuevo, porque la nacién, al constituirse a si misma mediante la Revolucién, ha bia pasado a ser un todo, una globalidad inmutable; y lo que todavia era mas erréneo era suponer que el tiers état lo consti- tuyera la burguesia y que este tiers état burgués fuese superior a otras clases inferiores y tuviera intereses diferentes a los su yos.'* Guizot, que siempre previé una salida de emergencia para evitar su propio anilisis, se desdijo de su anterior apoyo a cualquier revolucién. Las revoluciones formaban, o deberian formar, parte del pasado. Por otro lado, para los nuevos revolucionarios sociales vinculados al proletariado, la cuestién ce la revolucién bur- guesa seguia siendo, paraddjicamente, urgente y vital. Resul- taba evidente que la revolucién burguesa precedia a la revolu- cién proletaria, puesto que al menos habfa una revolucién burguesa exitosa, y sin embargo, hasta entonces, ninguna re- volucién proletaria que hubiese triunfado. Se pensaba que solo el desarrollo del capitalismo en el seno de la sociedad burgue- 13, Louis Blane, Hisvoire de la Révolution francaise, Paris, 1847, vol 1, p. 12 LA. Thierry, Tiers Beat, p.2. 66 LOS ECOS DE LA MARSELLESA sa victoriosa crearia las condiciones para que emergiera ese rival proletario econémico y politico ya que, tal como escribi6 Marx cuando criticaba al Thierry de después de 1848, «el en- fientamiento decisivo entre burguesta y pueblo no se estable- ce hasta que la burguesia deja de pertenecer al riers état, que se opone al clergé y a la noblesse».® También podria argumentar- se, y més tarde se hizo, que s6lo la exteusién de la revoluci6n burguesa hasta Ia conclusién légica de la repitblica democrati- ca crearia las condiciones institucionales y organizativas que ermitirian dirigir de forma efectiva la lucha del proletariado contra .a burguesia. Sean cuales fueren los detalles de este ar- gumento, se acepté universalmente hasta 1917, al menos en- ve los marxistas, que el camino hacia el triunfo de la clase obrera y del socialismo pasaba por una revohucién burguesa, considerada la primera fase de la revalucidn socialista, Llegados a este punto, no obstante, surgen tres preguntas. Primero, parecia evidente que ambas debian estar entrelaza- das. El espectro del comunismo empezé a obsesionar a Euro- pa en un momento en que la revolucién burguesa todavia no se habia Hevado a cabo (como en Alemania), 0 estaba lejos de haberse completado, al menos para importantes sectores de la burguesfa, como en la Monarquia de Julio o en la Inglaterra de la Primera Acta reformista, Segundo, .qué pasarfa si, como sucedié en muchos paises, la burguesia consegufa sus objeti- vos principales sin evar la revolucién burguesa més alld de] punto ce satisfactorio compromiso con el Antiguo Régimen? O, la tercera contingencia, ;qué ocurriria si una vez mas ésta sacrificaba su reivindicacién politica de una constitucién y de tun gobierno representativo en favor de algtin tipo de dictadura que mantuviera a los obreros a raya? La Revolucién francesa proporcionaba respuestas para el primer y el tercer casos, pero no para el segundo, 15, Kasi Marx y Friedrich Engels, Collected Works, 39,9. 474 I MAS ALLA DE LA BURGUESIA 67 El jacobinismo parecfa ser la clave del problema de 1848 Parecia /anto un elemento esencial para el éxito y la supervi- vencia de la revoluci6n burguesa como un medio para radica- lizarla y hacerla tender a la izquierda, més alli de los limites burgueses. En resumen, constitufa tanto el medio para conse- guit los objetivos de la revolucién burguesa, dado que la bur- guesfa por si sola no estaba en condiciones de lograrlo, como el medio para ir més alld de 1a misma. El anélisis inicial de Marx en los primeros afios cuarenta del siglo pasado (y 61 fue sdlo uno de los muchos izquierdistas que escudrifiaron cada una de las fases de la historia de la Revolucién con una lupa politica, con la intencién de discernir lecciones para el futuro) se cenitré en el jacobinismo como fenémeno politico que per- mitia que la revolucién saltara en lugar de caminar y que al- canzara en cinco afios lo que de otro modo requerirfa varias décadas «debido a las timoratas y excesivamente conciliado- ras concepciones de la burguesfa».® No obstante, durante y después de 1848, la posibilidad de empujar la revolucién ha cia la izquierda mediante una vanguardia politica, la posibili- dad de transformar su cardcter, pas6 a ser el tema central de su pensamiento: esta fase del pensamiento estratégico de Marx seria la que constituiria el punto de partida de Lenin, o més exactamente de los revolucionarios marxistas Tusos que se en- contraron a si mismos en lo que ellos consideraban una situa- cién andloga a Ia de una burguesia y un proletariado, ambos evidentemente demasiado débiles para desempefiar los come- tidos hist6ricos que su propia teorfa les exigia. A sus oponen- tes les gustaba decir que Lenin era un jacobino, Por supuesto, la idea de que el comunismo era hijo del ja 16, Véanse E, J, Hobsbavwm, «Mars, Engels and Politics», en EJ, Hobsbawm, e4., The History of Marxism. Volume One: Maraism in Marx’ Day, Bloomington, 1982; Marr en Perspective, ed. Beart Chavance, Paris, 1985, pp. 557-570; «Mo: talising Crivicism and Critical Morality», 1847, Karl Mars y Friedrich Engels, Co- Hected Works, Londres, 1976, vol. 6, p. 319. 68 LOS BCOS DE LA MARSELLESA. cobinismo habia sido la esencia del argumento de la Historia de la sublevacion de los Iguales (1828) de Buonarroti, La ul- traizquierda francesa lo dio por sentado antes de que los blan- guistas, después de 1848, se comprometieran con la opinin de que los hebertistas y no el insuficientemente ateo Robespierre habfan sido los auténticos revolucionarios, 1o cual acepté sin ‘eparos el joven Engels.!” Tanto él como Marx compartieron al principio la opinién de que los partidarios de la Reptiblica Jacobina eran «el proletariado insurgente», pero un proletaria- ‘lo cuya victoria en 1793-1794 s6lo podia ser temporal y cons- titwir «un elemento de Ja propia revolucién burguesa» dado que las condiciones materiales para el desbancamiento de la sociedad burguesa todavia no estaban maduras. (Este es uno de los raros casos en que Marx utilizé la expresién revolucién burguesa.)'® Hasta mucho mas tarde no se formulé un andlisis mas completo de la composicién social del pueblo de Parfs en 1789-1794, ni se estableci6 Ia clara distinciGn entre jacobinos ¥ sans-couloties que seria tan importante en la historiografia francesa de la izquierda desde Mathiez: hasta Soboul En resumen, era natural que Marx se dirigiera a Jos pola- cos en 1848, diciéndoles: «El jacobino dle 1793 se ha converti- do en el comunista de hoy>.'” Como tanypoco debe sorprender que Lenin no disimulara su admiracién por el jacobinismo ni se dejara convencer por los mencheviques que le atacaban por ser jacobino a principios del siglo xx, ni por los narodniks, que hicieron lo mismo en otros Ambitos.» Tal vez deberfa afia~ 17, Samuel Bemstein, Auguste Blangui and ihe art of Insurrection, Londres, 1971, pp. 270-275; Engels, «The Festival of Nations in London», ea Collected Works, vol. 6, 9p. 45. 18, Ibid. y «The Civil War in Switzerland, Coitected Works, vol. 6, p. 372; Narx, «Moralizing Criticism», Collected Works, vol. 6p. 329, 19. Karl Marx y Friedvich Engels, Coflected Works, vol. 6, Londces, 1976, sds, 20. Véuse Victor Daline, «Lénine t le Jacobiniyme», Annales Historiques de 4a Révoluaion Francaise, 43 (1971), pp. 89-112. y ww MAS ALLA DE LA BURGUESIA 69 dirse que, a diferencia de muchos vtros revolucionarios rusos, Lenin no parece que tuviera un detallado conocimiento de los, pormenores de la historia de 1a Revolucién francesa, aunque durante su exilio en Suiza durante la guerra se dedicé a leer sobre el tema, Practicamente todo lo que escribié sobre esta cuesti6n podria derivarse de la cultura general y de las obras, de Marx y Engels. Sin embargo, al margen de su filiacién histérica, la refle- xién marxista sobre la estrategia de proletariado en una fulu- ra revolucién posterior a 1848 (como en el Discurso a la Liva Comunista, 1850), el famoso llamamiento a «la revolucién per manente», constituye un vinculo con el tipo de problema po- Iitico al que los bolcheviques tendrian que enfrentarse medio siglo después. Adems, la critica que Tro:ski hiciera de Lenin, eventualmente encamada por las ortodoxias rivales de las sec- tas trotskistas, hace referencia al mismo punto del pensamien- to de Mara, a saber, su (ocasional) utilizaciGn de la expresion

También podría gustarte