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-Y esta es una canción del rock nacional, de la lejana década de los noventa,
porque hay que apoyar la industria local y a la vez recordar, para quienes como yo
vivieron esos años convulsivos y memorables. Estos son los Aterciopelados, con
“La gomela”.
Limpió el botón del dial, que había ensuciado de grasa y continuó desgarrando su
chuleta de cerdo con salsa de tomate... Para no atragantarse hizo una pausa y
agarró el teléfono inalámbrico con el dedo anular y el pulgar de su mano derecha.
Usó el meñique izquierdo al oprimir las teclas, para no embadurnar el aparato y
pidió a domicilio una caja de pollo a la broasted con miel de abejas, salsa de ajo y
ketchup... Estaba deprimida, la ansiedad estaba de vuelta y con ella su voraz
apetito de langosta. Ante eso ya no había nada que hacer... Así que destapó una
caja de galletas rellenas con crema de fresa y sacó del refrigerador un recipiente
de cinco litros, repleto del delicioso helado importado, que Alberto le traía todos los
sábados y se dispuso a deglutir su banquete chatarra como una iguana que
aprisiona en sus mandíbulas los tiernos brotes de un árbol de caucho.
Lo hacía sin pensar en los kilos de más, con la satisfacción de quitarse de la
cabeza, aunque fuera por unos fugaces minutos, el complejo de aceptación que la
mortificaba desde niña. Era consciente de que con la comida pretendía desahogar
su rascacielos de tristeza, pero no le importaba. Así se libraba de la estafa de las
cremas antiarrugas, de los fallidos rituales de atracción, que le recomendaban los
libros esotéricos y de las sugestivas predicciones de los horóscopos. De su
destino torcido, del tedio matrimonial y de la fantasía erótica de copular con dos
hombres musculosos, quienes le regalarían orgasmos múltiples con sus lenguas.
Quería deshacerse del peso de soportar hasta la muerte a su esposo
complaciente y sin iniciativa... Y por eso buscaba consuelo rellenando los test de
sus revistas preferidas, que le aconsejaban comer chocolate para contrarrestar el
síndrome depresivo, que en su caso ya no daba resultados. Ingirió por lo menos
cinco o siete barras con maní, caramelo y arroz crocante... Pero con eso sólo
hinchó su paquidérmico abdomen, sus brazos de gelatina y sus piernas varicosas.
El espejo le susurraba que parecía un cerdo de engorde y no paraba de insultarla
hasta que las lágrimas volvían a recorrer el cauce seco de sus mejillas... Ese día
se quedó mirando el redondel de vidrio esmaltado, como si al otro lado hubiera
una criatura argentina riéndose, al borde del umbral de su infierno, con la macabra
carcajada de Thriller, la canción de Jackson el abominable hombre, que tiñó de
blanco su piel marrón.
Su llanto bajaba sin que se hubiera acabado aún el round del presente, sin que los
jueces dieran su veredicto humillante y sin que el badajo de la campana decisoria
iniciara la danza trágica de los anhelos... Las galletas y el helado fueron
insuficientes para borrar su salada amargura... Así que arrojó el tazón, a medio
acabar, en el lavaplatos y lloró en su día de descanso, sola como un cetáceo
hembra varado en las aguas tibias de una playa desierta.
-¿Quién es?
-Es un sicario criollo conocido en el bajo mundo como Alias El Mago, porque
siempre desaparece de la escena criminal sin dejar rastros. Nunca lo han
capturado, pero se sabe quién le consigue los “contratos”. A ese si lo tenemos
precisado.
-Necesito saber.
-¿Y cómo hace un teniente del Ejército para tener acceso a esos “contactos”?
-En la universidad le enseñaron a preguntar pendejadas ¿verdad?
-Ok. Ya te entendí.
-No sé.
-En el bajo mundo se conoce hasta cuantos polvos echa su mamacita, con
detalles incluidos, porque se convive a diario con malvivientes sin moral. Se debe
estar mosca, alerta, con el dedo en el gatillo, para evitar las sorpresas...
La Policía secreta esta tras la pista, pero sólo tienen indicios... Es difícil atrapar a
un tipo como ese, pero no imposible. Según mis informantes El Mago se dedica
exclusivamente a crímenes pasionales, que son los más rentables. La industria de
la infidelidad, ya sabes.
-Ellos están atados por el cumplimiento de la ley, los derechos humanos y todas
esas patrañas… Yo te traeré su cabeza, ya lo verás.
-No exageres, no quiero trofeos para coleccionar... Sólo quiero que lo elimines
para vivir tranquilo como antes.
¿Fuiste al trabajo?
-En el carro del gordo Alberto, un vecino. Se ofreció a llevarme por auxiliar a su
esposa. Roca no habló, pero con un gesto de la mano quiso dar a entender que le
interesaba la historia.
-Habla con el jefe y pídele unos días. Luego, vas a la Policía para que te protejan y
vigilen el edificio.
-Creo que no lo harán. Eso sólo sucede con los políticos ladrones...
-Es cierto, pero no hables mal de la fuerza pública, yo también pertenezco a ella.
Le di las monedas y lo guardé en mi cartera roja... Hoy seré libre, por fin tiraré el
lastre de mi globo aerostático... Hoy escogí morirme... No le haré caso a quienes
creen que Dios es dueño de la vida. Si todo fuera tan fácil como el cura dice en
sus sermones... Pobre idiota, representando a una religión plagada de viciosos,
pederastas, reprimidos y rateros... Están escondidos tras las sotanas y perdieron
la autoridad moral para enseñarnos qué hacer con nuestras vidas. Un modelo
racional alejado de Dios es lo que practico. Uno que ordena asumir al ser humano
como un animal débil, cruel y sin salvación; que siempre se ha conformado con
sobrevivir, por eso desarrolló su inteligencia el lenguaje y la amistad…
Pero yo no tengo amigos y nadie va a venir de los cielos a devastarlo todo para
salvar a los justos. ¿Cuáles?, si cada uno vive su pequeña desgracia. La mía: ser
una gorda hambrienta, traumatizada, discriminada y aburrida. No quiero vivir con
mi esposo, porque él nunca me dará los hijos con que toda mujer sueña.
Niños despiadados que usen el dinero de sus meriendas para humillar a los más
pobres, que insulten y arrojen avioncitos de papel en la espalda de sus maestros.
Criaturas tiernas que rieguen comida en la alfombra, jueguen con los botones del
ascensor y timbren por diversión en los apartamentos vecinos. Bestias que se
corten los dedos, derramen leche sobre el televisor, ahorquen pollitos, coman
tierra, sufran de pesadillas y no sepan atarse los cordones de los zapatos ni
limpiarse el culo...
Jamás tendré que alimentar a ninguno de esos engendros con mis senos ni lo
arrullaré ni le enfriaré con mi aliento la sopa de verduras... ¡Y eso me duele!, por
eso no quiero sufrir más ni que me tengan lástima. No quiero escuchar que bajen
la voz y disimulen hablando del clima y las noticias violentas, que suceden a
diario. No quiero recibir su misericordia de buen samaritano ni su compasión
hipócrita.
Hoy es el día, pero no moriré como aquella muchacha de blusa negra y jeans
desteñidos, que se lanzó de cabeza desde la baranda de un puente peatonal hace
un par días ¿Alguien se acuerda ahora?, sus sesos quedaron esparcidos como un
puré de papas grises con jugo de tomate de árbol y nadie la socorrió.
Un soldado bachiller la miró desde abajo, pero no tuvo tiempo. En ese preciso
instante un ciego, con un cartel de cartón colgado al cuello, se le atravesó
pidiendo limosna... Y luego sólo pudo desviar el tráfico, para que los automóviles
no la desmembraran con sus ruedas. Pobre soldado de la patria, con su estorboso
fusil inútil. A punto de llorar... Arrojó el casco contra el andén para desahogar la
rabia y le montó guardia al cadáver hasta que llegó el solitario reportero rojo.
En la universidad me tradujeron el mamotreto casi ininteligible de la revolución
kantiana, que guarda una verdad sencilla y espeluznante: percibimos el mundo a
través de la información que nos proporcionan los sentidos. Pero ¿es posible que
nuestra realidad se reduzca a una simple abstracción sensorial?, no me interesa la
respuesta, a mí ya nada me importa, yo moriré dentro de poco para cambiar mi
destino. El mismo que los brujos revelan en el pocillo del café, en los caracoles
isleños o en las cenizas del tabaco... Lo haré para triunfar sobre esta urdimbre
trágica, que convierte mi cotidianidad y la de los demás en un trasto viejo y
renegrido, lleno de muertes anónimas, de intentos fallidos de cambio, de bienestar
restringido, y de una carga histórica que no queremos llevar a cuestas...
La ciudad se ve distinta el último día, las personas parecen caricaturas
apresuradas y el sonido de los motores se escucha con más brío. Esquivo un
hueco de la calle... En el semáforo hay niños danzando y brincando, un
tragafuegos con una botella de gasolina en la mano, mujeres ancianas que comen
de las flores y este frío de ultratumba que me empuja. Sí, moriré hoy, sin avisarle a
Beto...
Ninfa sacó de la olla 10 mazorcas cocidas, les untó mantequilla y les puso sal con
pimienta... Las rumió con parsimonia y las tragó con un refrescante litro de cola.
Luego se subió en la báscula para saber su último peso y se desilusionó. Había
tres kilos de más, alzó los hombros y se lamió los labios grasosos para aprovechar
su último sabor. Disolvió el veneno en un jugo de naranja y se sentó en el sofá a
esperar los efectos del raticida, que la hizo salivar como un niño retrasado.
Cuando cayó en el piso sintió sus nalgas mojadas en el charco de sus orines
tibios, sudaba como si hubiera jugado un partido de basketball, las axilas se le
humedecieron, la vista se le nubló y sus ojos se marchitaron como una flor
deshidratada.
En ese breve instante experimentó un lancetazo en el tórax como si alguien le
clavara un hacha en la mitad de sus hermosos senos, esas ubres que le
encantaban a su esposo, porque sus pezones eran hipersensibles al tacto... A
Ninfa se le olvidó quitarse de la cabeza los tubos de plástico rojo, se los puso para
gastar su última vanidad, quería verse bonita antes de irse de este mundo...
Alberto pensó timbrar, pero recordó que traía las llaves en sus bolsillos. Al girar la
cerradura encontró a su amada tirada como una bola de algodón, con la piel
lívida... La canción Milagro de abril, de Alberto Plazas salía por los parlantes del
radio antiguo, que le compró con la plata de la quincena pasada. Un RCA Víctor
de 1948, la marca del perrito y el gramófono, con sus cuatro botones de madera y
su parrilla de tela. Un electrodoméstico vetusto con rasgos de mueble, que
captaba las emisoras modernas. Allí estaba sintonizando sus tonadas rosas...
-¿Por qué lo hizo?, era la pregunta del millón de dólares y quien la contestara se
ganaría su gratitud para toda la vida... Se restregaba las manos, mientras su
cerebro pensaba y le daba vueltas para hallar la razón que le era esquiva. Alcanzó
a traerla de urgencia con el apoyo de su vecino solidario, sin él no hubiera podido
subirla al automóvil. Era un gordo NO FEAR como rezaba la calcomanía pegada al
cristal trasero de su carro. Pero ahí estaba, cruzado de brazos, incapaz de
contener su nerviosismo. Alberto no pudo más, lloró durante un rato largo sobre el
hombro del periodista y después se quedó callado, imbuido en el obligado silencio
del hospital...
-Allá puedo comprarme la ropa holgada de marca y comer hasta que los
paramédicos vengan a sacarme del apartamento...
-Te darían los peores trabajos y serías un inmigrante más. A todos los
colombianos nos tienen estigmatizados como narcotraficantes ¿Lo sabías?...
Alberto lo interrumpió...
-Sin Estados Unidos no hubiéramos ido a la luna y nuestra niñez no hubiera sido
igual.
-¿Por qué?
-¿Cuál?
-Tú eres un colombiano y deberías vivir orgulloso del sombrero vueltiao, de las
ruanas, de tu música llanera y de tu selva gigantesca. Espero que tu mujer se
salve... Por lo menos te quité la preocupación, dijo el periodista.
El gordo esbozó una sonrisa y escuchó que una enfermera de piel oscura
pronunciaba con sensualidad su nombre y apellido. Se levantó de la silla y el cojín
suspiró...
En la cárcel los gritos de angustia de los inocentes fueron interrumpidos... Hoy era
día de visita y las mujeres resignadas hacían largas filas para hacer el amor con
sus presos, llevarles pollo sudado con papas, una manta, un colchón usado,
historias dolorosas, lágrimas y noticias de cómo va el proceso de conseguir la
plata para el abogado defensor.
Los carceleros se preparaban para negociar las papeletas de droga, los paquetes
de cigarrillo, las llamadas por teléfono celular, uno que otro favor y a cumplir con
su oficio a cabalidad...
-¿Es mi esposa?
-No.
-Cálmese Sukosky, dijo el visitante. Era un hombre bajo, fornido, de corte militar,
vestía con una chaqueta amarilla y olía demasiado a perfume. Se acercó a él y lo
abrazó con fuerza para susurrarle al oído...
-¿Quién es usted?...
-Listo, quedó bien asustado el fotógrafo de pacotilla... Y esa música ¿Puro rock
nacional?
-Estoy de acuerdo, los jóvenes están sin trabajo y viviendo de las pensiones de
sus viejos. Las niñas saliendo con los que mueven los pesos y nosotros limpiando
la porquería que hay en medio.
-Bueno, Roca. Yo me comunicaré más tarde. Déjeme cerca de ese almacén, voy a
comprarle un balón de fútbol al niño, para que se vuelva futbolista y salga de la
pobreza... ¿Sabe qué?
Roca hizo un gesto con la cabeza, mientras roía su dulce mentolado. Acomodó el
espejo retrovisor, con movimientos leves de su muñeca y enderezó los dados de
felpa, para que se vieran mejor, quien se los vendió dijo que eran un amuleto de
buena suerte.
-Estamos en el negocio equivocado... Eso nos pasa por no saber patear un balón,
dijo el visitante antes de irse y cruzó la calle repleta de gente gris. Roca aceleró y
las entrañas del escarabajo rugieron con su mítico motor...
-¿Cuál será?
-La que...
-Yo no creo, dijo Abelardo, mientras tomaba otro buche de licor. Simulaba con las
dos manos la máquina de guerra, el traqueteo que repartía balas de izquierda a
derecha. La posición con la barbilla tocándole el pecho, los ojos aterrorizados y los
agujeros en el pecho. El semáforo iba a cambiar a verde y debían arrancar, pero
nos les dio tiempo... La ráfaga destrozó los cojines de los pasajeros e hizo estallar
los vidrios, los espejos retrovisores y una de las manijas de la puerta, en forma de
pulgar. Las ruedas explotaron, los rines aplastaron los neumáticos y los muertos
quedaron como una pila de queso blanco rallado, adobados con un vinagre
carmesí, que empezó a salir por las uniones de las puertas. Una horrenda
compota aguada que impregnaba la escena y olía a pelos quemados. Una materia
gaseosa y áspera que penetraba en la nariz y provocaba el vómito, a los curiosos
de estómago delicado. Era una putrefacción similar a como huele la curación de
una gallina, en un fogón de leña, después de torcerle el cuello y sacarle los
intestinos, el hígado y los riñones...
-Puede ser, pero esa fuente es peligrosa. El bajo mundo está lleno de
delincuentes, sicarios y rateros... Hasta asesinos en serie como el caníbal de
Milkwaukee, en Estados Unidos. Creo que se llamaba Jeffrey Dahmer...
-¿Supo de ese?
-Es cierto, pero no hay que importarlos...Aquí tenemos peores, como el célebre
demonio de Garavito. Y eso no es nada comparado con la violencia en los
campos... Allí la guerra es real y los muertos se ven todos los días. No como en
las ciudades... Además, yo he trabajado uno que otro caso, como la descuartizada
que la Policía halló en el puente de la carrera 30 con avenida 68. Pobrecita, tenía
una edad calculada de 20 a 25 años y signos de violación.
-¿Cómo se llamaba?
-Yo que sé, a esa noticia no se le hizo seguimiento... Ocurrió a finales del mes de
junio del año pasado, primero encontraron el tronco de la mitad hacia abajo, en
una bolsa negra, envuelto en una chaqueta. No tenía cabeza. La Policía recuperó
los brazos al día siguiente... Le tajaron la yema de los dedos para torturarla o para
que no la identificaran.
-Debió ser con una sierra eléctrica... A la crónica le puse una foto de archivo para
ilustrarla y un recuadro con los asesinos nacionales... No necesitamos american
killers, tenemos los propios...
-¡Qué horrendo!
-Yo no soy tan pendejo, pero precisamente es ese detalle el que me llama la
atención... Lo que pasa es que el mendigo tenía las piernas amputadas desde su
juventud.
-¿Alguna enfermedad?
-No...
-Soy yo, Roca...Te llamo para avisarte que el detective Sukosky abrió la boca y ya
tenemos los datos que faltaban para ir tras el sicario de Amparo. Entonces, tú
dirás dónde nos encontramos para planear los detalles. ¿Todavía insistes en
participar?
-No... Recapacité. Eso te lo dejo a ti. Cuando tengas al autor intelectual me avisas.
Ah, y tengo un caso en el que podrías ayudarme...
-Seguro, habla...
-Bien.