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1

Héctor
Carreto
El poeta regañado por la
musa
-Antología
Antología personal
personal-

BIBLIOTECA
DIGITAL DE
AQUILES
JULIÁN
Un
Muestrario de
Biblioteca Digital Poesía 67
Coeditores:
MÉXICO 2
Fernando Ruiz Granados
José Solórzano
José Eugenio Sánchez
ARGENTINA
Mario Alberto Manuel Vásquez
Francisco A. Chiroleu
El poeta regañado por la
Patricia del Carmen Oroño
Ángel Balzarino
Fernando Sorrentino
Claudia Martin Trazar
musa.
ESTADOS UNIDOS
José Acosta Héctor Carreto, México
Aníbal Rosario
José Alejandro Peña
César Sánchez Beras
ESPAÑA
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Edición Digital Gratuita
Giulia De Sarlo
María Caballero
Elena Guichot
distribuida por Internet
Teresa Sánchez Carmona
Losu Moracho
Rocío Parada
HONDURAS
Muestrario de Poesía 67
Dardo Justino Rodríguez
VENEZUELA
Milagros Hernández Chiliberti
Editor:
Tony Rivera Chávez Aquiles Julián, República Dominicana.
URUGUAY
Marta de Arévalo
APLA Uruguay
COLOMBIA
Primera edición: Marzo 2011
Ernesto Franco Gómez Santo Domingo, República Dominicana
Julio Cuervo Escobar
PERU
Luis Daniel Gutiérrez
Nicolás Hidrogo Navarro
Juan C. Paredes Azañero
Muestrario de Poesía es una colección digital gratuita que se envía
REPÚBLICA DOMINICANA por la Internet y se dedica a promocionar la obra poética de los
Ernesto Franco Gómez grandes creadores, difundiéndola y fomentando nuevos lectores para
Eduardo Gautreau de Windt
Félix Villalona
ella. Los derechos de autor de cada libro pertenecen a quienes han
Ángela Yanet Ferreira escrito los textos publicados o sus herederos, así como a los
Cándida Figuereo traductores y quienes calzan con su firma los artículos. Agradecemos
Enrique Eusebio
Julio Enrique Ledenborg la benevolencia de permitirnos reproducir estos textos para promover
Vaugn González e interesar a un mayor número de lectores en la riqueza de la obra del
Efraím Castillo autor al que homenajeamos en la edición.
Oscar Holguín-Veras Tabar
Edgar Omar Ramírez
Carmen Rosa Estrada
Roberto Adames
Valentín Amaro
Alexis Méndez
Juan Freddy Armando
Sélvido Candelaria
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CHILE
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COSTA RICA
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3

Contenido

Héctor Carreto y la utopía de América / Aquiles Julián 5


El nacimiento de Venus 10
La cierva 11
Inscripción 12
La oveja descarriada 13
Vanidad de vanidades 15
Las piernas de Hammelin 16
Instantánea 18
Alicia, Carta de 19
El caballo de Trojan 20
Coliseo 21
Nightmare 22
San Frígida, Confesión de 23
Honores a Baco 24
Delikatessen 25
Utopía 27
Dark chocolate 28
Ebriedad 29
A un empleado 30
Tentaciones de san Héctor 31
Circus 32
Respuesta de Dios a la confesión de san Héctor 33
Ella 35
Pies 36
La comezón del séptimo año (tentaciones en el cine) 37
Mal de amor 39
La conquista del espacio 40
Miss Universo 42
En la tumba de Helena 43
4

Los dos Mecenas 44


La rata más vieja 45
Salón de belleza 46
El yerno de Calígula 47
El caballo de Calígula 48
Hombres de bolsillo 49
Relojes 50
Mi poema, esa bestia 51
El ciego 52
¿Volver a Ítaca? (fragmentos) 53
El poeta regañado por la musa 61
Palabra de corrector 63
Obras maestras 64
La torre 65
La edad de oro (Renoir) 67
Broche de tinta negra 69
Mitología 71
Café de chinos 72
Alcancía 73
El arca 74
Cíclope 75
La casa de Allende número cinco 76
Poema del sueño interrumpido 78
Cetrería 83
Habitante de los parques públicos 85

Decálogo y medio (consejos para un poeta que empieza) / H. Carreto 88

Héctor Carreto / Carmen Morán Rodríguez 91


Coliseo, una voz interior / Norma Salazar 105

Héctor Carreto / biografía 110


5

Héctor Carreto y la utopía de América

Por Aquiles Julián

“Si el espíritu ha triunfado, en nuestra


América, sobre la barbarie interior, no cabe temer
que lo rinda la barbarie de afuera. No nos
deslumbre el poder ajeno: el poder es siempre
efímero. Ensanchemos el campo espiritual: demos
el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno
de los instrumentos mejores para trabajar en bien
de todos; esforcémonos
onos por acercarnos a la
justicia social y a la libertad verdadera;
avancemos, en fin, hacia nuestra utopía.”
Pedro Henríquez Ureña

Nuestra ignorancia nos mantiene repitiendo los


mismos nombres, tapiada la santa curiosidad, el sano interés, en asomarnos a las
planicies, selvas, hondonadas, montañas y valles de cualquier literatura nacional
vecina. No sólo las altas crestas, también están otros componentes del paisaje sin
los que aquellas no serían ni explicables ni justificables.

Alguien me hizo la anécdota de un bien pensante que dijo que él creía en la unidad
latinoamericana hasta que viajó por varios de nuestros países y constató los
profundos odios y animadversiones que separaban a cada país de sus vecinos, y a
veces a una región de la o
otra
tra en el mismo país. Y todo para vergüenza nuestra.
Motes, epítetos, descalificaciones, odios innecesarios, inútiles, suicidas. El espejo
de los demás nos refleja y no nos gusta lo que vemos. Y disgustados por el mensaje,
matamos al mensajero.

Y sin embargo,…
rgo,… En cada latitud hay tesoros aguardando. Un cambio en la actitud,
y el asombro nos invade. Es increíble cuánto nos ignoramos,
ign cuánto nos
desconocemos, cuánto perdemos por no aceptarnos y valorarnos.

Debo mucho a la amistad y a la generosidad de escritores


escritores amigos, y destaco hoy a
uno en particular, Fernando
rnando Ruiz Granados, de México. Es un apasionado poeta y
promotor cultural, en ambos renglones grande y generoso. Y de él me llega el
aporte de este libro del poeta mexicano Héctor Carreto.

A Fernando lo conocí vía ese surtidor esplendoroso de poesía y amistad que es


nuestro Alexis Gómez Rosa, voz mayor de la poesía dominicana y latinoamericana.
Y con él he mantenido en estos años en que Muestrario de Poesía ha ido
engrosando su nómina de poetas publicados digitalmente
digitalmente y compartidos
gratuitamente con lectores de los cinco continentes, una fructífera colaboración.
6

Héctor Carreto es mi contemporáneo. Nació en 1953. Y es autor de una poesía rica


en resonancias, que se apoya en el andamiaje de una cultura, la helénica-románica,
o greco-romana, misma que compartimos todos los pueblos de origen latino.
Apoyándose en ese sustrato cultural, al igual que en el judeo-cristiano, como
referencias y también como máscaras que generan un distanciamiento propicio, el
poeta canta su realidad, como siempre es el caso. Y lo hace con, talento, picardía y
humor sobresalientes.

Humor desacralizante, como el de esa Venus cuyo sexo “huele a sardina”. Poesía
que anula banderas, lenguas y tiempos para instalar una bandera única: la cultura;
una lengua única: la poesía; un tiempo único: el tiempo del poema, intemporal.

Los conflictos y tragedias, los dramas que los poemas aluden, son, bajo la máscaras
del tiempo, los mismos de siempre. Y el poeta los registra, goloso. Viajamos en sus
poemas por esa ilusión que es el tiempo. El poeta nos recuerda que nada es
perenne, pero que la poesía permanece.

Es una poesía que ríe, que en ocasiona burbujea en el sarcasmo, que parodia, que
ironiza y que, sin cesar, desacraliza. Nos invita a una visión desangelada y, a la vez,
piadosa, compasiva, de las tribulaciones humanas. En cierto sentido propone una
constatación de la verdad expresa en el Esclesiastés, en que Salomón, poeta al
igual que su padre David, dice que “no hay nada nuevo bajo el sol” y que todo es
“Vanidad de vanidades”. Y sin embargo,…

Nunca mejor la frivolidad que en ese cambio de referentes de su poema “Vanidad


de vanidades” en que tendremos periódicamente que sustituir a las divas del
momento para que no envejezca, pues el poema permanece más que la nombradía
y la belleza de aquellas.

Poesía disfrutable como la que más, nos convida y convoca desde la inteligencia y
desde el corazón. Y en no pocos momentos alcanza en mí la gracia de la lograda
alegoría de su poema “La Cierva”, ejemplar, en que esa dama elusiva que es la
poesía no deja de retarnos, ilesa, “inténtalo de nuevo”.

Catulo y Marcial, la sátira y el epigrama, respiran en sus versos (¡cómo hubiera


disfrutado estos versos nuestro Antonio Fernández Spencer!). Y bajo el ropaje
greco-latino, que les sirven como máscara que distancia, una mirada irreverente al
mundo cotidiano, un diálogo con la vida, un retrato del burócrata de clase media
hundido en sus minúsculos afanes de cada día, en esa vida nimia e inútil que le
consume la existencia. Un retrato del colapso de los sueños y la adecuación a la
medianía, un dejar la existencia en rutinas aplanadoras.

Ya nuestros nombres, Héctor y Aquiles, se habían encontrado antes, mucho antes


de que fuesen posibles nuestras existencias. Ellos provienen de un poema
fundacional. Allí contendimos. Aquí colaboramos. ¿No es esto acaso un símbolo?
7

Este poemario de Héctor Carreto, el número 67 de este Muestrario de Poesía se


suma con fortuna y mérito a otros dedicados a la poesía mexicana contemporánea,
como el No. 28, La lengua de las cosas y otros poemas, de José Emilio
Pacheco; el 50, Jardín de Piedra, de Fernando Ruiz Granados; el 59, Elevación
de los elementos, de David Huerta; y el 61, Voluntad de luz, de Luis Armenta
Malpica. Un rico ejemplo de la fuerza y maestría de la poesía mexicana
contemporánea.

Nuestro Pedro Henríquez Ureña, a quien México acogió, donde se casó e hizo
grandísimas amistades, habló en una conferencia de La Utopía de América. Y
en particular América Latina sigue siendo eso aún: una utopía, un posible que no
termina por enrumbarse, concretarse, materializarse. Seguimos de espaldas unos a
otros, ventilando viejas inquinas, aireando las mismas maledicencias, los mismos
rencores. Y hasta que esa maldad apasionada no sea sustituida por la aceptación, el
respeto, el perdón, la humildad, el servicio y la tolerancia, mientras la pasión nos
obnubile y ciegue y lo peor de cada comunidad sea lo que esté al mando, nos
estaremos empobreciendo ridículamente y sólo veremos la calidad del vecino
cuando en Europa y/o Norteamérica la reconozcan.

Cuando leí las páginas que Borges y, sobre todo, Ernesto Sábato dedicaron a Pedro
Henríquez Ureña. El reconocimiento que dieron a su calidad humana, intelectual.
Cómo enrostraron a sus propias comunidades la cegatería con que lo acogieron, la
discriminación de que fue víctima, lo miserable que se mostraron ante el maestro
indiscutible, cómo no lo aprovecharon, como tampoco lo hicimos los dominicanos
empecinados, como estuvimos, en prosternarnos al tirano y cubrirnos de
abyección, entendí que hay dos actitudes vigentes y uno selecciona la suya. Sábato
seleccionó la correcta, aunque eso le enajenara afectos o le propiciara críticas y
sarcasmos. La América posible, la de la hermandad y la fraternidad, esa es la que
quiero. La que se regocija en poemas como los de Héctor Carreto. La que se siente
ampliada, completada, enriquecida con las vidas y otras de los demás. La que se
apropia de lo mejor de toda la tradición universal, como lo hicieron prohombres
como Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges. La comprometida
con ideales de democracia, tolerancia, libertad y justicia social, todos posibles. La
otra ni me interesa ni me enorgullece. El estar acusando a pueblos vecinos de
nuestras situaciones en nada nos hace mejores. Más bien, nos envilece. Mientras el
locus de control sea ajeno a nosotros, estaremos renunciando a cambiar nuestras
realidades. El espíritu tiene todavía la ardua tarea de vencer “la barbarie interior”.
Esa que mora en nuestro interior.

Es tiempo de ser parte de esa utopía y de irla realizando en los hechos.


8
9

A mi madre
10

El nacimiento de Venus

Después de nacer de la espuma,


ataviada con su vestido de gotas,
los labios con sabor a marisco,
Venus confesó a su poeta:
“No creo en milagros ni en dones divinos;
soy sólida como el pan que muerdes,
imperfecta como la roca o el sueño,
mi sexo huele a sardina,
me gustan los collares de perlas,
la cerveza clara y amar sin quitarme las botas.

(De Coliseo)
11

La cierva
Soñé que el ciervo ileso pedía perdón
al cazador frustrado.
Nemen Ibn el Barud

De pronto tú
recostada en un claro del bosque
manjar sereno
¿Intacto?
Tensé el arco
y disparé
sobre ti
rápidas palabras
red para cazar lo inasible.
Pero ninguna letra
fue salpicada por tu sangre:
entre un adjetivo y otro
saltaste
más veloz que la luz de la flecha.

Una vez más


mi palabra no alcanzó a la Poesía.

Ilesa
sobre la rama de un árbol
pero con lágrimas en los ojos
me suplicas:
“inténtalo de nuevo,
inténtalo de nuevo.”
(De Habitante de los parques públicos)
12

Inscripción

Se entregó en cuerpo y alma a la poesía;


fue inmortal mientras vivió.

(De Coliseo)
13

La oveja descarriada
Señor:
Déjame besar los labios de esa joven romana.

No soy tu cordero más blanco,


no soy tu daga más pulcra
pero no falto a misa,
no olvido el ayuno
ni repartir el pan entre los mendigos.
Déjame besar los labios de esa joven romana.

Déjame ser Uno con ella,


dame la forma del áspid
para enroscarme en su cuello
senos
vientre
muslos
tobillos
bajo el manzano.

Señor:
El vino de consagrar es exquisito
pero el que brota
de sus intimidades
me abre las puertas del cielo.

Ella no habla la lengua de tu iglesia;


cultivada por Venus y Minerva,
otorga placer
sin culpa ni castigo.
14

Déjame besar los labios de esa joven romana.

Señor:
Déjame palpar su húmeda belleza,
lamer los pies de esa criatura
que triunfal ensaliva mi cuerpo.

Señor:
No soy tu cordero más blanco,
no soy tu daga más pulcra,
pero deja que ponga mi pez en esa boca.

Cierra los ojos, Señor,


y por piedad
déjame besar los labios de esa joven romana.

(Inédito en libro)
15

Vanidad de vanidades*

Angelina Jolie, la fiera de labios amenazantes,


Charlize Theron, la del tatuaje en el empeine,
Naomi Watts, la novia de King Kong
y todas las diosas de Hollywood
están sumamente indignadas
porque Héctor, el poeta,
prefiere cantarte a ti, oh dulce Lesbia,
modesta secretaria de banco.

*En la primera versión, actrices de los setenta ocuparon este espacio. Pienso que este poema se
presta a la actualización constante, e invito al lector a proponer, para su lectura personal, otros
nombres que lo inquieten. (N. del A.)

(De La espada de san Jorge)


16

Las piernas de Hammelin

I
Cierto día la secretaria fue sin medias al trabajo.
Esto les produjo ceguera a los guardianes
y júbilo a los pájaros,
que cantaron con fuerza.
El jefe enloqueció: no creyó tener enfrente
un imperio de piel sobre dos zapatillas:
qué decir del brillo que despierta ese paisaje,
qué decir del pie,
piel metida en otra piel.
El intendente, espuma en los labios,
no volvió a salir del baño
y las otras secretarias, boquiabiertas,
se volvieron fruta amarga
y perdieron dientes, labios masculinos.

II
Ardió Roma:
a la oficina la transformaron
en un manojo de ratones alelados.
¿Magia negra?, ¿magia verde?
La blusa de siempre, la falda de siempre,
los tacones de siempre.
Entonces, ¿por qué vino
sin medias?, ¿las olvidó?, ¿lo hizo adrede?
(Ella sonríe,
17

como no sabiendo del asunto;


sus piernas, sin embargo, siguen frotando el aire
hasta encender el edificio.)

III

En fin, sólo faltó en esta historia


el príncipe azul que le pidiera la mano,
perdón,
el pie.

(De La espada de san Jorge)


18

Instantánea

El mar lame tus pies con su lengua de plata;


los calza con zapatillas de espuma.

(Inédito)
19

Alicia, carta de

Para Agustín Contreras C.

Señor mío Jesucristo,


Dios y hombre verdadero,
te ruego clemencia y libertad
para un amigo muy querido
juzgado y sentenciado
por el Papa y su ejército de naipes.
Su nombre: Lewis Carroll.
Motivo: amar corazoncitos tiernos.
Y es verdad, lo reconozco:
A mí me dio placer antes de tiempo,
pero no tenía alternativa:
en el jardín no afloraban mujeres
sino yeguas y gallinas disfrazadas.

Señor:
él es un tipo inteligente,
sin intenciones de seducir a niñas de encaje blanco,
¡qué va!, tan sólo busca la pureza
(por eso también ama las matemáticas).

Si no lo absuelves, Señor,
si no le das su libertad,
romperé mi catecismo
y votaré por Freud en las siguientes elecciones.

(De La espada de san Jorge)


20

El Caballo de Trojan

Esa noche, mientras Paris,


absorto, pulía su dardo;
mientras Menelao soñaba
con lienzos tibios detrás del muro,
me escurrí hasta la pieza de Helena
y, envuelto en un disfraz de látex,
logré violar las puertas de Troya.

(De Coliseo)
21

Coliseo

Oh sublime Cleopatra,
dueña de la Alejandría que todos llevamos dentro
–esa tierra propicia para el placer–;
tú, que no encuentras par
en el combate de las ideas
ni en el combate de los besos;
tú, que jamás te has rebajado
a mirar a este esclavo,
te obsequio estas pocas palabras:

Soy incapaz de descifrar jeroglíficos


y estoy ciego ante el latín de los conquistadores
que entran y salen
por el suntuoso palacio de tu cuerpo.

Desconozco la grafía griega


pero entiendo el lenguaje de las manos.

Tampoco soy gladiador latino,


pero, si en la Arena ambos soltáramos las túnicas,
mi rígida lanza podría hacerte mi esclava.

(De Coliseo)
22

Nightmare

Es más hermosa que dos yeguas juntas,


pero ni el diablo mismo se atrevería a montarla.

(De Coliseo)
23

Santa Frígida, Confesión de

Cristo, esposo mío,


te confieso un desliz:
fue aquella noche muy oscura,
¿la recuerdas?
Tenía mucho calor
y me desvié
hacia la fuente.
Allí se apareció
frente a mis ojos
el demonio,
más parecido al minotauro Héctor
que a un ángel caído.

Y me desnudó como a una fruta.


Me mordió
¡ay!
me mordió todo el cuerpo.
Yo sentí sabroso alivio
en refrescar esos labios.

Pero no te enojes, amado mío,


te traigo intactos
el alma
la cáscara
y el hueso.

(De La espada de san Jorge)


24

Honores a Baco

No volveré a descorchar una sola botella:


para extraviarme bastará que me obsequies,
apetecible Terapia,
la dádiva de tus uvas gemelas.

(De Coliseo)
25

Delikatessen

Lamento mucho, Hef,1 no haber asistido


al festín del conejo.2
Lamento no sumergirme en la espuma de tus fuentes romanas.
Ya será en otra ocasión, Hef, en que pase la noche
en El Grotto.3

Pero dime, ¿sobre qué rodillas asentó la espiga


de ojos tristes sus áureas nalgas?4
¿Qué modelo de sandalias buscó elevar los tobillos
de la Venus de Silicón?5, ¿qué lenguas barnizaron
sus plantas bajo los albos manteles?
¿Qué rosáceo cerdo se revolcó en el fango
con Madonna?
Seguramente fuiste tú, oh viejo macho cabrío.

Leí acerca de la cama para las grandes ocasiones,


donde racimos de uvas se humedecen y perfuman
en las tiernas cavernas.

Cierro los ojos y veo surcar esa cama hacia el alba,


hacia la playa donde arroja los desnudos cuerpos.
¿Pues qué creían esos tripulantes?, ¿que acaso, a semejanza
de madres virtuosas, desembarcarían en suelo impoluto?
No son faraones, no son santos, mi buen carnicero.
Tú tampoco eres inmortal,
y fugaz es el vientre sin grasa de Pam,6
pues aunque las más jugosas hembras
se ciñan al rigor de las calorías
26

y metódicas practiquen aeróbics y sexo oral,


un día ni el menos agraciado de los amantes
será su par en el lecho de tierra.

(Después de hojear tu revista


casi me convierto en lector de versos castos:
“las hojas secas, la rosa intacta...”)

Citas

1. Se refiere a Hugh M. Hefner, creador y presidente de Playboy.


2. Se refiere al festejo de la revista en su 47 aniversario.
3. Recinto donde han retozado las conejas más apetecibles del mercado.
4. Se refiere a Cameron Díaz, famosa actriz de cine.
5. Se trata a la hembra latina Jennifer López.
6. Se refiere a la playmate Pamela Anderson Lee.

(De Coliseo)
27

Utopía

Afrodita Luna, directora del plantel,


es amada y codiciada por nosotros,
ilustres licenciados.
Ella prefiere, sin embargo, los brazos
–pequeños y peludos–
de su gato,
el intendente.

(De La espada de san Jorge)


28

Dark Chocolate
Quítame la envoltura.
No abras tus labios para hablar
sino para el goce.
Soy un chocolate amargo
y cuánto placer garantizo.

Tienes esposo, lo sé,


pero no tiene por qué enterarse;
con una barra en la boca
no podrás soltar palabras que delaten.

No seas tímida, apaga la luz,


con pulgar e índice sostén mi cuerpo
y húndeme en tu pozo húmedo.

Te sugiero no usar los dientes,


ambos sentiremos mayor placer
si tu lengua me disuelve sin prisa;
ambos gozaremos si yo,
líquido espeso, embarro tus cavernas.

(Inédito)
29

Ebriedad

Bien entrada la noche


puedo continuar, de pie, bebiendo el vino
que inicio cuando la tarde nace,
y testifico cómo se desploman
aquellos que temprano chocaban sus vasos.

Tus ojos son dos copas que se estrellan con las mías;
un sudor blanco como el néctar me amortaja;
mis sentidos, sin una sola gota, se turban,
mis piernas ceden
y, aun siendo el vencedor de Baco,
soy el primero en besar el suelo.

(De Coliseo)
30

A un empleado

¿Le molesta, empleado Vargas,


que me acueste con su esposa?
Tenga lógica, mi amigo;
soy más guapo –qué remedio,
y soy su jefe,
le recuerdo.

(De La espada de san Jorge)


31

Tentaciones de san Héctor


Señor:
He pecado.
La culpa la tiene Santa Dionisia,
la secretaria de mi devoción,
quien día a día
me exhibía sus piernas
–la más fina cristalería–
tras la vitrina de seda.
Pero cierta vez
Santa Dionisia llegó sin medias,
dejando el vivo cristal al alcance de la mano.
Entonces las niñas de mis ojos
–desobedeciendo la ley divina–
tomaron una copa,
quedando ebrias en el acto.
¡Qué ardor sentí
al beber
con la mirada
el vino de esas piernas!
Por eso, Señor,
no merezco tu paraíso.
Castígame; ordena que me ahogue
en el fondo de una copa.

(De La espada de san Jorge)


32

Circus
Extraño despertar del César
esa tarde en medio de la Arena,
cuando suplicaba al público cristiano
que un gladiador pusiera fin a su vida,
que soltaran a los leones
y lo subieran a la cruz más alta.

(De Coliseo)
33

Respuesta de Dios a la confesión de San


Héctor

San Héctor, hijo:


tu pecado es grande
pero no tan grave como el mío.
¿Qué voy a hacer ahora, san Héctor?
Escucha:
tú deseaste
los labios de una hembra,
pero mi pequeño cardenal deseó a mi madre,
la Virgen;
y la culpa la tiene ese Freud, mal amigo,
ahora en el infierno:
me obligó a espiar
por el ojo de la puerta:
en su altar
mi madre se ajustaba una media
con lujo de detalles.
¡Qué espectáculo, san Héctor,
qué delicia!
Pero, ¿qué voy a hacer ahora
si se enteran los discípulos?
¿Qué diría Juana Inés?
Cuando lo sepa el diablo, ese Marx,
se morirá de la risa.
Ayúdame, san Héctor,
te lo suplico,
reza por mí,
y no te preocupes, hijo mío,
34

quedas absuelto.
(De La espada de san Jorge)
35

Ella
Mi dueño, ahora, se llama Próspero,
en verdad un hombre rudo:
no entiende, como tú, de altos ideales,
su memoria jamás evocaría Las metamorfosis.

Pero aunque no es rapsoda ni académico


sabe distinguir entre una mujer y una yegua:
me halaga con las palabras cariñosas
que tú me negaste.
Tierno, me acaricia,
cepilla mi pelo

y con orgullo me monta delante de todos.

(De Coliseo)
36

Pies

A Margo Glantz

Pies: zapatos de piel humana

Cuidemos nuestros pies: ellos son algo más que animales amaestrados: revelan
nuestra casta, entre otras cosas; por eso las chinas esconden sus pies al hacer el
amor y yo me ahogo en un mar de baba al contemplar tu pie, nadando en peceras
de charol.
Los pies de Ulises calzaron, durante diez años, sandalias de otro,
equivocadamente. Los de Aldous Huxley cruzaron las puertas de la percepción y
Karl Marx cubría sus pies con calcetines tejidos por las masas. ¡Ah!, pero son
también las armas secretas de las diosas: para hechizar manojos de falos, Marilyn
calzaba zapatillas de labios abiertos, exhibiendo las sonrientes uñas. Y habrá que
recordar a Cenicienta: sus pies la rescataron de bosques grises.
Por otro lado, si usted los lleva de paseo al pasado, vístalos con borceguíes y
polainas; si los lleva al paraíso, consiga coturnos; si va al infierno, botas de
bombero.
Pero señor, señora o señorita, trate con amor a sus pies: son de piel legítima.
Acarícielos, Mercurio se lo agradecerá.

(De La espada de san Jorge)


37

La comezón del séptimo año [tentaciones


en el cine]
Señor:
devuélveme la luz
a cualquier precio.

Mira:
una noche
descendí
a la noche de un cine.
La imagen que allí se apareció
era más bella
que la virgen:
irradiaba tanta luz
que causó la envidia de la copa
–su vestido.
Dos gardenias (sentadas junto a mí) se marchitaron.
¿Por qué los pies brillaban más
que el charol de los zapatos?

Los subtítulos decían:


Si roca de cristal no es de Neptuno,
Pavón de Venus es, cisne de Juno.

Pero aunque el ángel era custodiado


por arcángel de saco y sombrero,
el Diablo –disfrazado de viento–
metió sus dedos
bajo la falda,
que levantó
38

para mostrarme
el incendio
del templo.

Tanto ardían las desnudas columnas


que el pequeño cardenal
que siempre me acompaña
se puso aún más rojo…

...a noticia de todos llegó que era el día del Juicio, fue de ver cómo los lujuriosos
no querían que los hallasen sus ojos, por no llevar al tribunal testigos contra sí...

y yo a gatas buscaba, entre carcajadas y aplausos,


la salida del infierno.

(De La espada de san Jorge)


39

Mal de amor

No me importa el contagio del herpes


ni de otros daños incurables.
Es el riesgo del deseo, es su mandato:
beber en tu taza es, acaso, mi única oportunidad
de poner mis labios sobre los tuyos.

(De Coliseo)
40

La conquista del espacio

Aun distantes, las estrellas se parecen a tus ojos.

“Otra expedición al cielo,”


anuncian sin emoción los medios.

No son aventureros los tripulantes.


Los remos son teclas
que oprimen los astronautas, los ingenieros electrónicos,
los políticos del Espacio.
(No buscan tesoros sagrados
sino una verdad menos candente.)
Para ellos Júpiter, Saturno, Venus y Mercurio
no son deidades
–no influyen en nuestras emociones–;
tan sólo son puntos donde puedan clavar un estandarte.

¿Cuándo volará un poeta


en una nave de la NASA,
que cante la guerra desatada por dos opuestos
y a la belleza inédita de tan distantes paisajes?

No importa:
Homero fundó el mito de Occidente
sin haber visto jamás las murallas de Troya.
(Con ojos sellados presenció el descenso de los dioses.)

Yo canto a las constelaciones


sin saber leer los mapas
y sin haberme envuelto
41

en el manto
de ninguna galaxia.

He viajado más lejos, más allá de las ciencias exactas:


ayer me acerqué al enigma de tus ojos abiertos.

(De Coliseo)
42

Miss Universo

Venus hurtó tus sandalias, Demetria,


por lo cual ahora gana concursos de belleza.

(Inédito)
43

En la tumba de Helena

En vida no tuvo par su belleza;


tampoco su crueldad.
No permitas, sepulcro,
la resurrección: por su culpa
muchos regaron sus vidas.
En nombre de ellos
te suplico, Mnemosine,
nos hagas olvidar sus vilezas
y nos otorgues memoria suficiente
para laudar sus ojos sin par,
ya en ánforas,
ya en epigramas desdichados.

(De Coliseo)
44

Los dos Mecenas

Eres generoso, Mecenas, con los aduladores.


Pavo real, no ostentes el pecho;
ese rico plumaje no es tuyo.
Las dietas que repartes no saltan de tu bolsa
sino de mis impuestos
que te asignan un salario a la altura de tus caprichos.

Eres mecenas de otros; yo soy el tuyo.

(De Coliseo)
45

La rata más vieja

A semejanza de la rata más vieja,


que come, antes que nadie, el nuevo alimento
para saber si está envenenado,
debo arriesgarme y ser el primero en probar
el pubis de esa dama insinuante.

(De Coliseo)
46

Salón de belleza
Podrías ser dueña
de un cuerpo envidiable,
como aquellos que se hospedan en museos
de Roma, Madrid, Nueva York.

En la sala de espejos de mi poema


descubrirías un cutis ya sin surcos.
¿O acaso piensas, ingenua, que rostro y nalgas
de La Maja pertenecían a una sola?,
¿o que la Venus de Botticelli se ceñía
a la dieta?,
¿o que la piel de Diana
era de mármol bruñido?

Escucha: esos artistas retocaron a sus modelos


porque con ellas compartieron
mantel y sábanas.

Anda, desnúdate
y de aquí saldrás, lo garantizo,
físicamente satisfecha.

(De Coliseo)
47

El yerno de Calígula

Para jueces del concurso literario


el yerno de Calígula nombró a los perros de la Corte.

Nada leyeron, se entiende.


Hocicos fieles, llevaron
las coronas de laurel
a sus dueños.

Se ve satisfecho el yerno de Calígula:


para elegir juez, ningún olfato como el suyo.

(De Coliseo)
48

El caballo de Calígula

Cómo se indignó el Senado


cuando irrumpió el caballo del césar
y ocupó una curul.

Tenían razón: un corcel


no cabe en un establo de asnos.

(De Coliseo)
49

Hombres de bolsillo
Los hombres de bolsillo son pequeños,
visten de oscuro
y corren peligro de ser confundidos con ratones.
No obstante, son inofensivos
y es débil su chillido.
Se limitan a cumplir,
no más, no más.
Como buenos relojitos caminan por la calle.
¡Qué lindos muñequitos de cuerda,
qué monos!
No sienten la cadena que va desde su cuello
hasta el chaleco de los dioses
ni la mano que tranquila
los guarda en el bolsillo.

(De La espada de san Jorge)


50

Relojes

El reloj es el guardapelo del tiempo.


Ramón Gómez de la Serna

Entiendo que existen varias formas de relojes: el de Haydn, por ejemplo, es una
cajita musical guardada en el estuche del oído; el de Gómez de la Serna, una flor de
metal; el de Proust, para volver a Ítaca, recogerá cada instante sembrado en el
viaje. A la inversa, el reloj de Ray Bradbury marca las horas del futuro.
Hay también relojes secretos: el del doctor Freud se ocultaba en el bolsillo
del deseo fijado. Los hay también un tanto fláccidos (Dalí les ha quitado el sostén).
Y hay, por qué no, relojes perfectos, como los muslos de Isadora Duncan.
Pero si usted no tiene reloj, no se asuste: los relojes son espejos que nos
degüellan de frente: así, los burgueses descubrieron su perdición en el reloj de
Marx, y a Cortázar le regalaron un pequeño infierno florido, una cadena de rosas,
un calabozo de aire.

(De La espada de san Jorge)


51

Mi poema, esa bestia


Mi poema se alimenta de seres humanos.
No importa si jadean
o si yacen en lápidas.
Muerde el alto pezón,
que después del contagio se volverá oda;
lame la sangre del mártir,
que tomará forma de elegía.
Escucha el bullicio de los columpios
y aunque beba del vaso envenenado, saldrá ileso.
Cuando duermo hurga en el basurero de mis sueños,
Y, al abrir los párpados me tropiezo con algún hueso roído
o con el cadáver intacto de mi padre.
Olfatea la flor impura: humedece el clítoris.

Cuando queda satisfecho


se convierte en palabra
en verso
en poema.

(De Coliseo)
52

El ciego
Aunque redacta discursos,
Victórico es analfabeta:
no ha leído su epitafio.

Victórico ya es difunto
y aún no lo sabe.

(De Coliseo)
53

¿Volver a Ítaca?
(fragmentos)

A Carlos Illescas

III
De qué manera llegar a las playas de Ítaca,
de qué manera
besarle sus piernas desnudas,
si ella
–la de los negros cabellos–
espera al otro,
al que se fue.

V
Mejor será no regresar a Ítaca y ser amado y recordado por mis barbas aún frescas
y mi pueblo me levante monumentos y leyendas en las calles y mi vida (esa misma)
la contemplen en los cines y en los libros de la escuela y mi rostro circule en las
monedas de Ítaca y entre los dedos seniles de Penélope.

VII
Cuando partí de Ítaca,
el otro yo de Penélope fue colocando obstáculos
a mis espaldas.
Así, mi regreso sería muy largo
54

y ella podría esperar


–sin prisa–
desde las costas de Italia,
la llegada de eneas.

VIII b
Mientras Penélope siga subiendo
los impuestos, exageradamente,
mientras el precio del combustible se eleve
hasta las nubes
y el aumento de salario se oculte
–astutamente en las palabras–
no podré volver jamás a Ítaca.

IX
Mi amor por Penélope
fue el más sereno de todos,
acariciando sus muslos
cada atardecer en Ítaca.
Pero en las noches huía de ella
hasta llegar a las murallas frescas
de una ciudad desconocida,
que, con su tersura, me regresaba
las fuerzas del guerrero,
y entonces la incendiaba toda
y entonces a mis labios los mojaban
los labios cansados de Penélope.
55

XI
Cuando irremediablemente regrese a Ítaca,
cada obstáculo será la huella de Penélope,
es decir,
cada papeleo,
cada firma y cada sello
y cada puerta de oficinas y oficinas
será el capricho de una loca,
enamorada del poder.

XII
al acercarme a la calle Ítaca,
al anochecer,
alguien me confundió con Prometeo.
Entonces abrió la caja de Pandora.
Así, tardé diez años
en convencer a los dioses
de que yo era Ulises,
honesto empleadillo de banco.

XIV
Cuando llegué por fin a las piernas de mi Ítaca,
éstas, ubicadas en la calle Homero,
ya habían caminado hacia la calle Carlomagno.
Cuando llegué a Carlomagno,
56

Ítaca se encontraba en Leibiz


y así sucesivamente hasta llegar a la calle Freud,
durante diez años.
Allí creí llegar,
pero Ítaca se ubicaba –de nuevo– en Homero.
Entonces decidí no regresar jamás.
Entonces aparecí, de repente,
en las crecidas, desconocidas calles de Ítaca.

XV
Cuando llegué a las costas de Ítaca
Penélope abrió los ojos/
Cuando desperté
Ulises todavía estaba allí,
Inmóvil, sin poder llegar hasta mis brazos/
Entonces corrió Aquiles tras la tortuga
Pero al llegar hasta sus bordes
Ulises abrió los ojos/
Cuando desperté
La tortuga estaba ahí,
Muy quieta, esperándome con los brazos abiertos.
Entonces Penélope corrió hacia Penélope
Pero al tocarse los dedos
Ulises todavía estaba allí
Sin poder pasar/ al otro lado del espejo.

XVI
57

Después de veinte años, una llamada telefónica. Ahora Penélope saldrá de Ítaca a
identificar el cadáver.

XVII
Si desembarco en Ítaca,
recobraré cada instante, cada gesto,
cada brillo de cada mueble.
Teñiré el cabello de Penélope,
le devolveré a Telémaco su infancia,
y ya hacia el amanecer
partiré, satisfecho,
hacia Troya.

XVIII
Llegaré de nuevo a Ítaca
Después de veinte años de aventuras
Arrollaré a mis enemigos
Besaré a Penélope
Se apagarán las luces
Nos quitaremos la ropa
Todo volverá a la normalidad

XXI
Después de veinte años
como agente viajero,
me jubilé
por la gracia de los dioses.
58

Ahora, sea por justicia,


sea por la liberación femenina,
Penélope saldrá
a vender su cuerpo a los troyanos
o a cortarle un pantalón a Polifemo
o a limpiar las ventanas
en el templo de Afrodita.

XXII
Exiliado,
¿imaginas a Penélope rascándome la axila?

XXIII
Tendré que regresar a pie a Ítaca
porque al caballo de Troya le quité la gasolina,
la cual utilicé para quemar Ilión.

XXV
Cada vez estoy más
y más cerca de la tranquila Ítaca;
cada día los compruebo en el espejo:
el nacimiento de una arruga
o una cana joven lo demuestran.

XXVIII
¿El campo de juego?
59

El Mediterráneo
¿Los jugadores?
Penélope y Circe
¿La pelota?
Ulises
¿El trofeo?
Un viaje a Troya
en el caballo de madera

XXX
Ítaca, 20 de septiembre.– Fue condenado a veinte años de prisión por haber
violado a una niña de diez años. Al parecer, la sedujo regalándole un caballito de
palo.

XXXIII
Al desembarcar por fin en Ítaca,
la puerta no reconoció mi cutis,
quizás por arrugado.
Mostré mi pasaporte, firmé documentos,
saqué algunas monedas.
Adentro el piso
era más frío, más sucio.
Al llegar al comedor
saludé a la mesa: me miró confusa.
Le recordé banquetes, nombres, fechas memorables.
Fue inútil.
La silla, con pelo ya cansado,
me recordaba menos;
60

en ella se posaron tantos cuerpos,


tantas huellas.
Las paredes, más pálidas que nunca,
no sonrieron.
En fin,
la casa había cambiado.
¿Acaso había encogido?, ¿acaso era más grande?
Al llegar hasta Penélope
–mi fiel Penélope–
llevé una gran sorpresa:
ella, aun de espaldas,
me reconoció inmediatamente.
Mi fiel Penélope.

Volvió la cara:
era otra.

(De ¿Volver a Ítaca?)


61

El poeta regañado por la musa


“Ante sus cabellos, el viento
fue incapaz de enredarse.
Intactos, sus labios permanecen.
Sólo la luz –camafeo– fijó el recuerdo”,
fueron los versos que escribí pensando en Ella.

Después de leerlos, la Musa marcó mi número:


“¿Por qué me describes con palabras de epitafio?
Según mi espejo de mano, no estoy muerta
ni soy estatua.
Tampoco quieras que me asemeje a tu madre.
¿Estás enfermo, o qué sinrazones
te obligaron a cambiar de poética?
¿Acaso aseguras un túmulo en la Rotonda
de los Ilustres,
en el Colegio Nacional,
o paladeas dieta vitalicia?

Escúchame: no escribas más como geómetra abstraído,


en un lenguaje de cristales que entrechocan,
capaz de pintar una batalla como ramo de madreselvas.

Confía en el instinto: que tus labios refieran con orgullo


mi talento en el baile, mi afición por el vino.
Presume al lector de mis piernas en loca bicicleta,
de los encuentros sudorosos, cuyos frutos
son tus epigramas.

Tampoco ocultes que tenemos diferencias.


62

Entre la musa que riñe contigo y la que duerme en un lienzo,


no dudes: confía en el instinto.”

(De Coliseo)
63

Palabra de corrector

Señor:

Bendice a los redactores improvisados,


bendice también los dedos de las tipógrafas
que bailan sobre las teclas;
bendice, especialmente, a los escritores sin ortografía,
porque gracias a ellos existimos los correctores.

Señor, hiciste un mundo apresurado.


Ninguna obra maestra, debes, saberlo,
se escribe en siete días.

Por si decides corregir tu creación


te dejo mi tarjeta.

(Inédito)
64

Obras maestras

Ante la soberbia de Melos,


que extrajo a Venus,
no de la espuma
sino de la intratable piedra,
tú, Señor, diste luz a Terapia,
más graciosa en sus movimientos,
de mirada más viva
y de brazos más cálidos.

Sin embargo, a diferencia de esa famosa


y quieta deidad,
un día el reloj de Terapia
perderá el último grano de arena.

Señor:
Si logras que tan agraciada criatura me mire,
te prometo darle un soplo
de eternidad en las odas que le escriba,
y así sus nietos admiren en ella
tu obra.

Si la convences, Señor,
si logras que me ame,
pondré tu firma al pie.

(De Coliseo)
65

La torre

a Helena y Fernando M. Díaz

Escuchas, sobre los peldaños, pisadas con filo.


Son zapatos, lo sabes, de tacón.
Inmóvil, dominas el cuadro desde una nube de piedra.
Ahora logras ver, aunque de lejos:
una joven sube, sin premura.
Entre la cima y la sima, se detiene en un descanso
de la escalinata,
desabrocha su vestido negro por el frente:
un camino de botones se abre desde el cuello
a las rodillas.
Como broche de capa, el botón más alto permanece
sellado.
Las manos desplazan el traje hacia la espalda
y se aferran al barandal.
El rostro, de cara al cielo, arroja la melena
hacia el vacío.
Bajo la ropa, el cuerpo esbelto se ofrece
como única prenda íntima que se entrega en sacrificio
al puñal luminoso.
Ángel impaciente y veloz, la luz pule pezones, vientre,
rodillas, tobillos.
La claridad de sus ojos se abre: plenitud.
Imaginas o sueñas lo siguiente,
lo que no encierra el dibujo:
fundidos, mujer y sol inician su extinción.
El día pisa la penumbra.
Tímidas, descienden alas negras
66

que en breve cubrirán el espacio.


Sobre un nicho, el yeso del querubín no alcanza a volar;
presencia el acto más cerca que tú.

La capa flota,
las altas zapatillas duermen.

(De Incubus)
67

La edad de oro
[Renoir]

aquí no pasa nada, no,


aquí no pasa nada.
La voz no se filtra por la ventana
ni la noche encuentra los zapatos apropiados.
En este jardín la dicha nos protege.
Nadie se agota,
nadie se atreve a romper las copas
del instante perfecto.
Son las cinco de la tarde
y no llegará 1914,
aunque el aire, el muy necio, se destroce
al chocar con la epidermis del paisaje.
Si una bañista presume sus tetas al cielo,
el aire no le clavará sus cuchillos,
y la niña
–cabellos de lino–
no se asfixia,
porque no pasa nada aquí,
no pasa nada;
sólo la belleza,
sólo una mirada,
sólo la mirada perpetua de aquella muchacha,
ruiseñora muda
sobre la rama del columpio inmóvil:
la juventud, la juventud.

Desde el otro lado del espejo


68

las estrellas, parpadeando,


nos descubren,
extrañadas.

(De Naturaleza muerta)


69

Broche de tinta negra


Me raptó en el peor momento.
Ahora sé por qué todos la odian.
Inflexible, la Parca
no me permitió ensamblar el último verso,
broche de tinta negra, lacre, epitafio.

¿Qué opinarán mis lectores?


Los críticos arrojarán proyectiles
sobre esta pieza imperfecta.

Los lapidarios frustrarán su labor


de cincelar una última línea.
Cierta casa editorial estafará cuando anuncie:
Anónimo, Obras completas.

De haber asistido puntual a la lectura de mi palma


o si hubiera revisado el horóscopo del día.

Mi viuda no cesa en su llanto.


Por más que cosquilleo sus pies dormidos, no responde.
Le escribo telegramas, pero las palabras se diluyen
cuando abre los ojos.

Si mi mujer, en vez de autorizar a los editores


esta pieza coja –sin pie quebrado–
consultara a un medium,
podría dictarle ese pobre verso
del que empiezo a perder algún detalle,
pero ella nunca dio crédito a charlatanes.
70

Piedad, Dios mío, déjame sumar a mi obra ese verso,


no es muy largo y está corregido,
y por él sí sería recordado, lo aseguro.

Gorostiza, Juana Inés, Villaurrutia


y otros colegas me aconsejan que lo olvide,
que no vale la pena:
“a las palabras se las lleva el viento.”

Ellos se ven despreocupados, incluso felices.


Se entiende: ya son inmortales.

(De Coliseo)
71

Mitología

¿Por qué nunca me dijiste, madre,


que aquellas fábulas que me contabas de niño
–sobre arpías, cíclopes, gorgonas–
no eran sólo cuentos infantiles?

¿Por qué no me previniste?


A ciegas, y sin espada, poco a poco me interné en un laberinto
más ominoso, donde aún no deletreo
el rostro del Adversario.
En estos pasillos de oficina
padezco picotazos,
mi cerebro se trastorna con las órdenes
lanzadas desde el acantilado,
donde mis pies esquivan a Medusa.

Ahora lo sé: no soy Perseo ni Hércules


ni alguno de los argonautas.
Adulto, no tengo retorno:

¿Mi espada?
Tendría que rascar el suelo perdido de la infancia.

(De Coliseo)
72

Café de chinos

La dinastía del centro sirve café con leche y pan


dulce en vez de sopa de nido de golondrina,
entre maderas descascaradas y virgencitas de Guadalupe.
Por la noche aquí se refugian dioses retirados
y boxeadores en el invierno de su gloria.
Aquí hacen escala patrulleros, delincuentes, el taxista
y la billetera,
después de la pachanga, el taloneo, la última función.
Desde mi mesa observo cómo el carmín se deslava
en el rostro de la rubia:
desde la barra suelta sus perros al cincuentón relamido.
Detrás de la caja, un escuálido dragón cuida el sueño
de cada águila o sol.
Su mirada de rescoldos, ¿a quién vigila?

Es un simple café de chinos, un muelle abierto


a quienes temen las veredas del insomnio.

Meto una moneda en la ranura.


De un salto, el bolero alcanza toda oreja
y a la hora de cerrar
un espejo con las fauces abiertas
se traga, de golpe, el alma
–sin yin ni yang–
de los últimos desvelados.

(De Habitante de los parques públicos)


73

Alcancía

Cada domingo arrojaba al mar


la moneda que recibía
de la mano paterna.

Y cuando aquellos peces de plata


desbordaban su continente,
mis manos, como una red,
levantaban la pesca.

La Tierra, con sus islas calcadas a mano,


carabelas y tritones, era mi alcancía.
El dinero jamás alcanzó para un viaje.

Para surcar las aguas


del globo que giraba
dentro de cuatro paredes
bastaba con lanzar al aire
una moneda imaginaria.

(De Habitante de los parques públicos)


74

El arca*
Al caer el ocaso, recorro Allende.

En la penumbra de un bazar
centellea la bayoneta de plomo,
abro un ejemplar de Clásicos Ilustrados
y reaparece el antifaz del héroe solitario.

Encontré, por fin, el barco hundido


con los tesoros de la infancia.

–No están a la venta –escapa una voz


desde la oscuridad.

Entonces el escaparate se transfigura


en el atrio de San Hipólito
y el arcángel desciende
y me devuelve la llave extraviada.
1993

(De Incubus)

*Ésta es una versión de “El disfraz”, que escribí un año después, en verso y con otro nombre.
75

Cíclope

¿Por qué me observas a toda hora,


mientras escribo, leo
y cuando me encorvo o cruzo la pierna?
¿Eres acaso un ente de mayor estatura, obsesionado
en mis actos más nimios?
Escucha: no soy un héroe
en lo alto de ningún atalaya
ni encabezo bajeles con argonautas.
Sólo soy un editor sin firma,
un número más en la nómina.
Nadie me otorgó un papel en la tragedia.
Me torno invisible cuando me cruzo con Sófocles.

Anda, ojo sin párpado, retorna a tu isla:


vigila tus cabras.

(De Coliseo)
76

La casa de Allende número cinco

Han derribado una casa colonial


en el centro del universo, a media cuadra de Tacuba,
a media de Donceles.

Nada impide que ciertas noches esta casa se levante


para sentirse habitada,
que solicite mis pasos en su caracol de madera
o me obligue a escuchar un diálogo de ciertos fantasmas
en lengua desconocida.

Otras veces soy el centro del patio.


Levanto los ojos:
el sol es un reloj con grietas.
Hora húmeda, ocre.
La respiración es la espiral que el agua traza
sobre la tina.

Es la hora en que aparecen los dioses de la casa:


mis abuelos;
nebulosos, me observan desde un retrato de familia.
Centellean sus garras y colmillos.

La noche es el ángel negro que no acaba de bajar.


Desde el cielo raso
resbalan
lentas gotas.

Aquí viví los primeros instantes:


77

invierno de 1953.

No sé a qué regreso,
no sé qué busco partiendo la penumbra,
y aunque derrumben y construyan un palacio
de otro orden,
llegará la noche y abriré de nuevo los mismos candados.

(De Naturaleza muerta)


78

Poema del sueño interrumpido

I
Igual que siempre, nace el día.

Abotono el pulcro sudario


y congelo el río fúnebre de la corbata
sobre el tórax.

Estos pies, no sé
si aún dormidos o ya difuntos,
son cargados por sonámbulos zapatos
hacia el reino donde el tedio se contempla
en aguas petrificadas.

Peno mis días detrás de un escritorio,


al lado de contentos ciudadanos de la sombra.

¿Escucharé de nuevo el canto


de la joven que tiende las sábanas?

Son las siete:


me abrocho la camisa.

II
Abro los ojos.
79

Acostado veo cómo, desde lo alto,


me observan rostros conocidos.
Se asoman como para descubrir
quién cayó en el pozo.

Mi madre llora, mi hermana


blasfema, el jefe reprende,
un hombre sin rostro
demanda los impuestos.
Pero todos, pala en mano,
arrojan tierra.

Mi madre se acerca:
“Son casi las siete;
de nuevo se hizo tarde.”

III
Mi alma
–hoja de otoño–
cae
entre el par de hojas
blancas
abiertas
de un libro.

IV
Muerto el día
me embarco a mi isla.
80

Busco la calle inmóvil


entre el viento que huye,

la escalera dormida
entre sonámbulos peldaños,

la puerta que solloza


entre aldabas mustias.

En la bolsa del pantalón


palpo una llave

entre despiertos cascabeles.


Mi mujer abre y dice:

“Partió una mañana, pero olvidó el alma,


aún dormida, bajo el lecho.”

V
Con los ojos abiertos me pierdo
al llegar a cada esquina.
No alcanzo a ver, a tocar esa voz
que me llama.
Sonámbulo, cruzo puentes,
baldíos donde ahora nace
un rascacielos, el jardín
con resbaladillas y columpios
donde el niño que fui perdió las llaves.

Ciegas, mis piernas apuntan a la oficina


81

donde respiro la mayor parte del tiempo.


Llego al pico de un acantilado
y las botas del águila
se aferran a la roca.

En la sima
el mar se pronuncia.
Bajo los pies, la piedra es humo, eco.
Caigo.

Son las siete:


abrocho unos zapatos.

VI
Quisiera encontrar la llave
de esta jaula
romper algún barrote
volar
de rama en rama
sobre la copa
de los árboles
Pero al abrir la ventana
el monóxido de carbono
me lava
los ojos

VII
Una mañana, después de un sueño intranquilo,
desperté, como todos los días,
82

en mi penumbra cotidiana,
detrás de un escritorio, y me pregunté:
¿Finalmente qué hago aquí,
a la mitad de mi vida,
firmando cartas de banco,
corrigiendo estilo, redactando
documentos útiles, prácticos,
si soy un animal inconforme, neurótico?

Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro


sueño que soy un hombre anclado a un escritorio
y cuando despierto
soy un hombre anclado a un escritorio
y entonces no sé.

El médico me receta dietas, ejercicio,


mayor iniciativa, menos poesía.
Pero sufro y maldigo mis horas de trabajo.
¿Cuándo veré despierta a mi familia?

Son las siete.


El jefe, sonriendo, me comenta:
“Usted siempre llega temprano;
tal vez merezca un aumento.”

(De Habitante de los parques públicos)


83

Cetrería

Sentado
deslizo la mirada
sobre el paisaje del escritorio:
montañas de libros
lápices
colinas de papel
los rayos de una lámpara.

Afuera, abajo,
la calle.
Mi vista
resbala.
Tres muchachas cruzan una esquina.
Una es de oro;
las otras, bronce.

Hincho las alas


me impulso
y de nuevo desciendo.

Atenazo a la rubia.
Sus pies se liberan
de las sandalias.
Mi plumaje la envuelve.

Juntos giramos
sobre escritorio
lámpara
lápices
84

libros
objetos que pierden peso
y se elevan.

Siento un flechazo–
otro
una orden
un oficio
y uno que otro memorándum.

(De Habitante de los parques públicos)


85

Habitante de los parques públicos

Era el ocaso de la infancia. En el bosque, me tocaste.


¡Encantado!

Era el juego de la mano que toca y petrifica, de la mano, ala en vuelo, que cada
tarde nos perseguía entre los arbustos. ¡Encantado!, ¡desencantado!

Me tocaste. Insectos de cristal resbalaban por el mármol de mi frente. El uniforme


azul marino ostentaba galardones de guerra, lodo en las rodillas y en la
punta de cada zapato.

La primera señal del neón silbó el final del juego. Entonces mis colegas volaron a
sus altos condominios. Tú, amiga, ganaste la vanguardia.

¿Volverás mañana?, pensé, encantado, como el amante que bajo el faro soporta la
tempestad, aguardando una señal en la ventana del cielo, o como la
cariátide que imagina frente al mar el regreso de los navíos.

Aterido, permanecí muy quieto, hasta que una mano –tu mano– rompiera el
hechizo.

Sólo las niñas de mis ojos tenían permiso de salir y columpiarse, conversar entre el
follaje y cantar bajo los kioscos.

Estas niñas sollozaron frente a la púber que estrenaba las primeras medias y al
nagual que le rasgó aquel nailon, bajo un aguacero incapaz de apagar el
dolor del incendio.

Asistieron al entierro de un pepenador, sepultado por hojas y envolturas de


plástico.
86

A la sombra de un roble desahuciado flameaban gargantas gemelas de hombres


desiguales.

Más allá, el matrimonio de volcanes poblaba el frío estanque del cielo.

Con el adiós de las aves diurnas, mis niñas dieron la bienvenida a sus primos, los
oídos.

Sobre mis hombros, pequeños seres con alas describieron tus juegos en otros
parques. Encantados, mis ojos te perseguían a través de sus voces.

Por los agujeros brotaban inquilinos contagiosos, excitadas navajas y relámpagos


negros, los reptiles.

De un torso caliente brotaba el plumaje de acanto, abierto por un pistilo de acero.

Y mientras las flores de la noche abrían sus capas y salpicaban a la luna con
sus fragancias, imaginé una vez más el palacio sin archiduque con
las luces prendidas.

Bajo esa luna herida, el bosque se transformaba en algo como misterio en


opulencia.

Bajo esa luna que, con su nieve tibia, quiso hacer del parque un mausoleo, casto
como el ángel sobre la tumba.

Señora de la Noche, cuéntame de aquella que, sonámbula, clamaba por su hijo


perdido.

Al final de la noche, Señora, sólo dos brasas permanecieron insomnes.


87

Con los primeros vidrios que tímido dejaba caer un sol recién nacido, alguien
barría la noche y sus desechos:

El corazón esculpido en un tronco, las flores del óxido, un guante non de granito y
la huella veloz de tu zapato.

La mañana navegó eterna, con mujeres que empujaban carreolas y


hombres atisbando letras de periódico.

Las bocas del ansia mordían naranjas con sal; los cuadernos, colgando,
babeaban números.

Llegaron mis amigos y, ya sin tobilleras, ya sin uniforme; con el mismo nombre
aunque con otro cuerpo; con el mismo rostro aunque con otros ojos,
también reías.

¿Venías acaso a continuar el juego?, ¿o a practicar otro?, ¿o a observar cómo


despiertan los niños?, ¿o a cerrar el círculo con una tiza?

Desafiando la mirada de los héroes sobre sus pedestales, paralizados por una
orden, los filos de una mano alcanzan a su presa.

Cobijados por el árbol más anciano, tus labios sienten mi boca fría. ¡Desencantado!

(De Habitante de los parques públicos)


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Decálogo y medio (consejos para un


poeta que empieza)

(De su blog)
1. No busques palabras “poéticas” para
escribir. Todas las palabras que hay en el
diccionario pueden ser útiles en un
poema. Todo depende de la naturaleza
del texto. La utilización de palabras
“elegantes” o en desuso causará un efecto
artificial o cursi en el lector.
Hay diccionarios que señalan que la
poesía busca la belleza. Es una
afirmación a la ligera. En todo arte
legítimo tiene que estar presente la
belleza. En la poesía la belleza está en el conjunto, no en la elección de ciertas
palabras.

2. Escribe sólo sobre lo que conoces bien. De otra manera, el lector lo sentirá falso.
Evita el hipérbaton. Muchos principiantes creen que cambiando el orden de una
frase, ésta se convierte en verso. Nada más falso. El trazo debe ser sencillo, natural,
como en la prosa.

3. Aplica el hipérbaton sólo si tiene alguna función en la rima.

4. No pierdas de vista el sujeto. Aun si escribes poesía hermética, debe haber


precisión en el discurso. De otra manera, el lector no entenderá el poema y
abandonará la lectura.

5. No tengas miedo a las influencias. Todos, cuando empezamos a escribir,


necesitamos modelos, como ocurre con los estudiantes de otras disciplinas, como
las artes visuales. Imita al escritor que admiras, a tu padre poético y, cuando te
sientas preparado para irte de casa, independízate. Sin embargo, regresa de vez en
cuando a visitar a tus padres.

6. Escribe sobre lo que te interese. No hay temas vedados a la poesía. No existen


temas exclusivos para la prosa ni exclusivos para la poesía. Simplemente, se
abordan desde ángulos distintos. Donde termina la prosa empieza el poema, y
viceversa.

7. No te preocupes mucho por la retórica, y menos por la tradicional. Te


recomiendo conocerla y olvidarla a la hora de escribir. La retórica puede servir de
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ayuda, pero jamás garantiza la buena y legítima escritura.

8. Si buscas escribir poesía de corte clásico, rimada y medida, piensa que los
maestros de otros siglos ya agotaron esas formas. Si insistes en dedicar tu vida
literaria, por ejemplo, al soneto, valdrá la pena si los tuyos pueden alcanzar la
altura de los escritos por Shakespeare, Quevedo o Sor Juana, lo cual es
prácticamente imposible. Y en la lectura de sonetos, el lector siempre elegirá leer a
los grandes poetas.

9. En un poema, igual que en la narrativa, puedes incluir diálogos, personajes,


plegarias, noticias de periódico. Asimismo, el verso puede ser corto o largo, o una
combinación de ambos, e incluso puedes escribir el poema en prosa. La poesía es
tan flexible como las necesidades que requiere quien la escriba.

10. No escribas una poesía explicativa, pero tampoco una tan oscura que nadie
entienda. No es lo mismo un poema misterioso que una adivinanza.
Si necesitas poner símbolos, éstos deberán ser localizados por el lector. Es decir,
debe localizarlos aunque no los descifre.
Un poema muy explicativo aburre por lo obvio y uno oscuro difícilmente se le
termina de leer.

11. El poema debe tener tanta causalidad como la prosa. Aunque te propongas
escribir un poema oscuro, no debes perder nunca la lógica del discurso. Esto es,
nunca pierdas el sujeto ni la concordancia en los tiempos verbales. De otro modo,
corres el riesgo de que nadie entienda lo que escribiste.

12. Los poemas no necesariamente deben tener metáforas ni muchas imágenes.


Hay muchos poemas de grandes autores que no contienen imágenes y otros que,
aunque las tengan, no elaboran metáforas. Además, no es regla que el uso de las
imágenes deba ser muy elaborado. Hay poetas que incluyen sólo incluyen las
imágenes que son necesarias al discurso.

13. Sobre la intertextualidad. Si decides insertar en tu obra versos o incluso


párrafos de otro poeta, busca que éstos cambien de sentido en tu discurso. Es decir
que, integrados a un poema tuyo, lo enriquezcan. En cambio, si lo único que haces
es acomodarlos junto a los tuyos, el lector opinará, con justa razón, que lo valioso
en tu texto son los versos del otro, que seguramente será un autor importante.
Aunque todos estamos acostumbrados al saqueo, te aconsejo que, si los versos que
robas no son muy conocidos, por la fuente al pie de la página, o por lo menos por
los versos robados en cursivas.

14. Si los temas que elijas son políticos, amorosos, sociales o eróticos, haz crecer el
poema asociando el tema elegido con otro complementario. Por ejemplo, el tema
amoroso está prácticamente agotado si únicamente se aboca a expresar el
sentimiento. Éste ya fue explotado con éxito por los poetas de épocas pasadas, por
lo que el tuyo tendrá que contener un plus. Esto es, que además de amoroso lo
vuelvas, al mismo tiempo, político o social, o que tenga sentido del humor. Los
90

epigramas de Ernesto Cardenal, por ejemplo, son amorosos y al mismo tiempo


políticos; los de las poetas estadounidenses son eróticos pero también son políticos,
o sea, feministas. Cuestionan a la sociedad en la que viven.

15. Sobre el tono. Te recomiendo familiarizarte con la música de concierto, o


clásica, y también con el jazz, sobre todo si tu proyecto es escribir un poema
extenso. Muchos poetas tienen la tendencia a escribir poemas largos sin cambiar ni
el ritmo y ni el tono del discurso. Esto hace que los textos lleguen a ser pesados,
aburridos, y en algún momento llegan a caerse, pues es casi imposible, por ejemplo,
mantener la nota alta (el éxtasis) siempre arriba. Si escuchas con atención un
concierto o una sinfonía, podrás observar los diversos matices y cambios de ritmo
que tienen las obras.
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Héctor Carreto
Por Carmen Morán Rodríguez

Lamentaba José Donoso, allá por los años


setenta, que los jóvenes narradores chilenos
del medio siglo no pudiesen conocer lo que
se estaba publicando en Colombia, ni los
colombianos lo que aparecía en Argentina,
ni los argentinos qué interesaba en Venezuela, etc. Dos décadas más tarde, Alberto
Fuguet y Sergio Gómez revalidaban la queja en el prólogo a la antología de relato
hispanoamericano McOndo. Y se podrían ampliar los testimonios. Si este
desconocimiento se produce en el terreno de la narrativa, cuánto más podrá decirse
de la poesía, género minoritario y en el que trascender los círculos restringidos de
las pequeñas editoriales y la distribución limitada es casi milagroso. La posibilidad
de encontrar tesoros como la poesía de Héctor Carreto hace que merezca la pena
aventurarse y explorar más allá del finis terrae de la oferta más cercana. Los
atisbos que suministran las antologías poéticas e Internet actúan como reclamo que
a la vez incita y niega, dejándonos con la miel en los labios y la certeza de que existe
una obra poética de la que apenas hemos vislumbrado los contornos.
Héctor Carreto nació en 1953, en México D. F. Estudió Letras Hispánicas en
la UNAM y en la década de los 70 comenzó a escribir poesía. Sus poemarios
publicados hasta la fecha son: ¿Volver a Ítaca? (publicado en el libro colectivo
Lejos de las naves, de la revista Punto de partida, en 1979), Naturaleza muerta
(Premio Nacional de Poesía “Efraín Huerta” de Guanajuato en 1979, publicado en
1980), La espada de San Jorge (Premio Nacional de Poesía “Carlos Pellicer” para
obra publicada en 1983; recoge en él sus libros anteriores salvo Naturaleza
muerta; ha sido reeditado en 2005), Habitante de los parques públicos
(galardonado con el X Premio de Poesía “Luis Cernuda” 1991, aparecido en 1992),
Íncubus (1993), Antología desordenada (1996), Coliseo (Premio Nacional de
92

Poesía Aguascalientes, 2002), El poeta regañado por la musa. Antología personal


(2007) y Poesía portátil (1997-2006) (2008). Ha publicado en diversas revistas
literarias, periódicos y suplementos, como Tierra Adentro, Nexos, Casa del
Tiempo, Cantera Verde, Periódico de Poesía, el Nacional, la Jornada, Pauta,
Novedades, Gaceta del Fondo de Cultura Económica, y en la californiana El último
vuelo (Cansigno, 205).
Numerosas antologías, tanto en ámbito hispánico como en otras lenguas,
han recogido poemas de Héctor Carreto. Así, por ejemplo, forma parte de La voz de
la poesía en México, preparada por Yvonne Cansigno (1993), La poesía del siglo
XX en México, preparada por Marco Antonio Campos y editada en Madrid por
Visor, Poétes mexicains contemporains (Écrits de Forges-PHI-UNAM, Aldus,
Quebéc, 1996), Anthology of Contemporary Latin American Literature (1960-
1984) (Londres-Toronto, Fairleigh Dickinson University Press, 1086), New Writing
from Mexico (Número especial de la revista TriQuarterly, vol. 85, fall 1992), Ruido
de sueños /Noise of Dreams. Panorama de la nueva poesía mexicana (México, El
Tucán de Virginia, 1994), “Quattordici poeti messicani d’oggi. Seconda parte”,
antología en forma de artículo doble publicada en la revista Poesia: mensile
internazionale di cultura poetica al cuidado de Emilio Coco, en 2010.
Paralelamente, el propio Carreto ha sido compilador de varias antologías,
como La región menos transparente: antología poética de la ciudad de México,
Poetas de tierra adentro, Cuentistas de tierra adentro y la recopilación Vigencia
del epigrama, en la que recoge poemas en que autores hispanoamericanos
contemporáneos recrean el género clásico (aunque proteico) del epigrama, que él
mismo, consumado epigramista, conoce muy bien.
Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (2001-2007),
profesor en la Academia de Creación Literaria de la UAM y director de Ediciones
Fósforo. En noviembre de 2007 participó en la I Semana Latina de Salamanca, con
un recital de su poesía.
En el estudio que precede a su antología de poesía reciente mexicana,
Yvonne Cansigno destaca la coincidencia de intereses temáticos entre Héctor
Carreto, Carlos Oliva y –quizá de modo más laso—Ricardo Castillo: pese a las
grandes diferencias que hay entre ellos, los tres muestran una preferencia por los
93

ambientes urbanos. Carreto sumaría, además, su interés por las formas clásicas –
en especial por el epigrama, en el que se revela como un maestro— y por el tema de
la memoria. Lo confirma un poema incluido en Naturaleza muerta, bajo el título
“La casa de Allende número 5”, cuyo tema es el regreso a una infancia –esa única
patria de la que hablase Rilke— perdida para siempre. El propio título de la
composición revela que la ciudad es, en la poética de Carreto, el inevitable marco
existencial del hombre, pues ya desde el origen (el nacimiento, la infancia) el
individuo se define no por su nombre, sino por el lugar exacto ocupado en el plano
urbanístico: Allende, 5, dirección de la casa de su niñez, en el Distrito Federal.
En el estudio introductorio a su antología de poesía mexicana actual, Marco
Antonio Campos vincula a Carreto con Juan Domingo Argüelles (Chetumal,
Quintana Roo, 1958) y José Ángel Leyva (Durango, 1958), por la afición a la sátira y
el epigrama que los tres tienen en común. Precisamente esta veta epigramática es la
que, en opinión de Campos, da lugar a la mejor poesía de Carreto, hija de la
tradición grecolatina y de la sátira española del Siglo de Oro (Campos, 43-44). Pero
la imitatio que Carreto practica con respecto a los modelos clásicos es un
complicado juego de lealtades y traiciones. Así, mientras algunos de sus epigramas
siguen muy de cerca, si no textos concretos, sí el espíritu que animaba este género
(por ejemplo, la “[Inscripción]” que abre el poemario Coliseo), otros lo subvierten
de manera muy explícita (por ejemplo, “[El nacimiento de Venus]”, o dos textos
que comentaré más adelante, “[El caballo de Trojan]” y “[Delikatessen]”, incluidos
los tres en Coliseo). Algo similar sucede con su tratamiento de los mitos clásicos.
Estos quedan sometidos al tributo de la posmodernidad, que les despoja de
aquellas virtudes y características les habían sido no solo propias, sino
consustanciales, desde siempre, en el antiguo tiempo del mythos. Pero el mythos
ha quedado definitivamente sepultado no por el logos, sino por el logo de la
posmodernidad. Es lo que encontramos en el poema “Odisea II”, de La espada de
San Jorge, que me permito reproducir y comentar antes de adentrarme en las
“Tentaciones” seleccionadas para este número de Adarme:
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ODISEA II
En este viaje ya no importa
conocer nuevos países, plagados de sorpresas
ni besarle los pies a al desconocida
que nos espera en cada puerto:
Ni siquiera compartir con los amigos
la flora y la fauna de Neptuno.

En verdad te lo digo,
abuelo Ulises,
ahora ya no hay tiempo que perder
en paladear la estúpida caída de la tarde.
Ahora, te lo vuelo a repetir,
lo único importante es llegar
muy rápido a la Cólquide
y hacerse muy rico
a costillas de quien sea:
vestirse el traje de oro
y dejar lustroso
todo lo que toque nuestro guante.

“Odisea II”, se titula el poema, es decir, remake de la Odisea homérica, o


bien segunda parte del clásico. ¿Por qué? La respuesta está implícita: en nuestro
mundo, las antiguas epopeyas están obsoletas, y requerimos una Odisea Redux o
Reloaded, a la medida de las necesidades de nuestro nuevo mundo. Malos tiempos
para la épica. El viejo Ulises ya no es alter ego del hombre contemporáneo, sino un
“abuelo Ulises”, con cuyo mundo lento no tienen demasiado que ver ambiciones del
hombre actual (aunque Ulises sea precisamente, en multitud de poemas
contemporáneos en lengua española, trasunto del homo urbanus; cfr. Conde
Parrado). El personaje del mito con quien este se identifica es bien distinto: Jasón,
más un príncipe moderno –príncipe maquiavélico— que un antiguo rey. Y su viaje
no es ya una morosa Odisea de diez años en la que encontrar nuevas tierras, nuevos
hombres, y encontrarse uno mismo para ser, al regreso, alguien más completo.
Ahora (es necesario repetirlo, dice Carreto, al viejo abuelo Ulises que se perfila
como interlocutor y se resiste a comprender) ahora se trata de llegar rápido, lo
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más rápido posible, a la Cólquide. Los nietos de Ulises deben hacer su viaje sin
perder tiempo en experiencias, ni en contemplar el paisaje, ni en amar a Calipsos ni
Nausicaas, ni en paladear la amistad: “En este viaje ya no importa / conocer nuevos
países, plagados de sorpresas / ni besarle los pies a al desconocida / que nos
espera en cada puerto: / Ni siquiera compartir con los amigos / la flora y la fauna
de Neptuno.”. La única experiencia que vale es la de llegada (la meta, literalmente):
hacerse con el Vellocino de oro y, ya puestos –el mito de la piel áurea se funde con
el de Midas— “dejar lustroso / todo lo que toque nuestro guante”. Ulises –aquel
hombre para el que aún era posible la Modernidad, porque todavía había sobre la
tierra cosas nuevas a las que darles nombre— se pasea desnudo durante gran parte
de su poema. Jasón, el hombre nuevo, posmoderno, es más su traje que él mismo, y
por eso tiene tanta prisa en llegar hasta él y vestírselo. No es ya la mano (lo natural)
sino el guante (la cobertura) lo que toca el mundo y lo transforma en oro. Y aquí un
se introduce un nuevo ingrediente en la configuración del nieto de Ulises, el
hombre posmoderno: no solo es Jasón, sino que es, a la vez, Midas. La
posmodernidad se sirve del pastiche: lo que antes eran mitos fundacionales de un
mundo ahora vienen a ser como posters de famosos a los que parecerse, y por qué
no a varios simultáneamente. Así, uno puede superponer (lo kitsch es cool) la
figura de Jasón al tacto (literal) de Midas; ser (i.e., consumir), por qué no, uno y
otro a la vez. Ni la fauna o la flora, ni el amor, ni el paisaje, importan por sí mismos
en el viaje, sino tan solo en tanto que puedan convertirse en oro. Y hasta uno
mismo importa solamente cuando se pone al fin el áureo traje que cubre incluso la
mano, y forrarse, hacerse de oro (sic) hasta la punta de los dedos.
En una clave más humorística, “El Caballo de Trojan” también ilustra el
abismo generacional entre la Antigüedad y la Posmodernidad (abismo sin embargo
sobre el que se tienden toda clase de puentes, como este poema). La alteración de
Troya por Trojan que produce la intriga inicial del título se desvela si visitamos
mentalmente un drugstore de cualquier localidad o carretera de los Estados
Unidos: Trojan es una marca comercial de preservativos muy conocida en el país
americano. Los dones de los dánaos, de los que con tan buen criterio desconfiaba
Laocoonte, aquí no son los que eran; el casus belli no es ya un caballo majestuoso,
sino un envoltorio anatómico de plástico (bien que pueda mantener, en algunos
96

casos, la majestuosidad). El desenlace agudo del poema (requerido siempre en la


poesía epigramática) viene dado por la anfibología del verbo violar, en el que
conviven el sentido sexual y el bélico: “me escurrí hasta la pieza de Helena / y,
envuelto en un disfraz de látex, / logré violar las puertas de Troya”.

El conjunto de poemas que, bajo el título común “Tentaciones” presentamos


en este número de Adarme, nos brinda la ocasión de aproximarnos a una obra
poética que, a partir de sus raíces en la tradición –en diversas tradiciones, como
veremos— innova mediante la ironía, la introducción de lecturas metaliterarias, el
humor, etc.
La tradición hispánica de los cancioneros, pasados por San Juan de la Cruz
se hacen presentes en “La cierva”, poema encabezado por una cita del poeta
argentino de origen libanés Nemer ibn el Barud. En este texto, a la correspondencia
tradicional de la cierva con la amada, y la caza con la conquista amorosa o con el
acto amoroso, se le añade una evidente lectura metapoética: la caza a la que se
alude es también una caza de palabras, una persecución poética, y la amada–cierva
es la Poesía, a la que se trata de dar alcance, infructuosamente aquí (“Una vez más
/ mi palabra no alcanzó a la poesía”). O tal vez no tan infructuosamente. Porque la
escritura poética es –muy becquerianamente, por cierto, aunque el origen de estas
ideas se remonte a Platón— una exigencia que va más allá de los resultados
contingentes de cada poema. Aunque nunca logramos expresar ese himno gigante y
extraño, aunque la Poesía, cierva huidiza, escape de un salto súbito, ella misma le
suplicará al poeta: “Inténtalo de nuevo, inténtalo de nuevo”. Y ante nosotros, el
poema, testimonio y fruto de esa caza que no es, por tanto, estéril: en ella (por
fortuna) nunca se llega a apresar completamente a la presa (por eso la poesía no se
acaba), pero se obtienen los galardones que ella misma concede en la batida.
En repetidas ocasiones, Carreto se sirve de la tradición religiosa subvertida
(y literalmente pervertida). La oración religiosa dedicada a motivos inusuales, y
que frecuentemente se vuelve contra el Dios al que se dirige, ha conocido bastante
desarrollo en la lírica hispánica reciente: desde la célebre “Oración por una
muchacha muerta” de Ernesto Cardenal al “Padre Nuestro” de Nicanor Parra,
pasando por ejemplos españoles como “Cordura de Dios” de Juan Bonilla. Héctor
97

Carreto confiere al motivo una dimensión metaliteraria en el poema “[Alicia, carta


de]” (cuyo título resulta, ya que se ha citado al gran artífice de la antipoesía, Parra,
bastante antipoemático). La misiva resulta ser una oración que tiene por
destinatario a Dios y por firmante a una tal Alicia. Y esta Alicia no es otra que la
protagonista del célebre libro de Lewis Carroll. Como sabemos, Carroll se inspiró
para escribir Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas y una segunda
parte, Alicia a través del espejo, en una niña real, Alice Lidell, que también le sirvió
como modelo de fotografía en varias ocasiones. Que Charles Lutwidge Dodgson
(verdadero nombre de Carroll) tenía debilidad por las niñas de aspecto delicado
frágil, a las que gustaba de fotografiar, no es una novedad. La oración puesta en
boca de Alicia se dirige a Jesucristo para argumentar en favor del escritor,
justificando –sin negarla— la inclinación de Carroll por nínfulas como ella misma.
En ese sentido, el poema-oración no contraviene la tradición devocional: la víctima
(especialmente inocente, por ser una niña) es quien intercede por el pecador. Pero
la prez queda pronto subvertida en sátira. Alicia no es tan inocente, ni tan víctima,
pues admite haber gozado con lo que debería haber sido su ultraje (al que no se
alude de manera explícita, pero que está implícito, y bastante evidente, en la
acusación que la oración trata de contrarrestar): “Y es verdad, lo reconozco: a mí
me dio placer antes de tiempo”. La justificación puesta en boca de Alicia es una
invectiva contra la sociedad victoriana, y particularmente contra la pobreza de los
roles femeninos, escasamente atractivos para el amor: “no tenía alternativa: / en el
jardín no afloraban mujeres / sino yeguas y gallinas disfrazadas”: yeguas que
tirasen del carro conyugal (que llevasen, literalmente, el mayor peso del yugo del
matrimonio) o gallinas ponedoras, esas eran las opciones socialmente admitidas en
la Inglaterra victoriana en que el escritor escribió, fotografió y amó. Alicia alude a
Carroll “juzgado y sentenciado / por el Papa y su ejército de naipes”. La imagen,
evidentemente, fusiona Carroll, pues es a Alicia a quien, en uno de los pasajes más
conocidos del libro, la Reina de Corazones apresa con su ejército de naipes y
somete a juicio. Un juicio, por cierto, muy falto de juicio, una grotesca parodia
como lo sería la justicia de la sociedad victoriana (la misma que juzgó y condenó a
Wilde, otro mártir de la época). Carroll, autor de Alicia (pero en el poema objeto
enunciado por la voz de ella) queda identificado con la niña (personaje de Carroll,
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pero en el poema, en cierta forma, autora de él, pues es a ella a quien Carreto da
voz para defender al escritor). Sin embargo, no por advertir lo que de crítica (social,
religiosa) tiene el poema dejemos de ver lo que en este hay de pura broma, y que
queda de manifiesto en ese “qué va” con que la propia Alicia ironiza sobre la
exculpación de Carroll y, sobre todo, en la amenaza de los versos finales. La rabieta
infantil (“romperé mi catecismo”) se une disparatada y lúcidamente a la sustitución
de Dios por uno de los nuevos dioses (o santones) del mundo posmoderno, Freud
(los otros, Steiner dixit, serían Marx, Freud, Lèvi-Strauss y la espiritualidad new
age de “todo a zen”). Dios es un cargo electo, y hasta los votantes que creía seguros
(las niñas con catecismo) pueden, si no se pliega a sus deseos, votar a algún otro
candidato.

Otra oración perversa es “[Santa Frígida, confesión de]”, cuyo tono anuncia
ya el juego fónico del título, con la sustitución del esperable, admisible, Brígida por
Frígida. El contenido de la confesión, revela, contra lo que el nombre parece
declarar, que la santa se apartó, al menos una vez, de su virginal frigidez de esposa
de Cristo: “fue en aquella noche muy oscura / ¿la recuerdas?”. Los conocimientos y
la sinceridad de la santa al culpar de su caída al Maligno quedan muy en entredicho
si atendemos a la manifiesta incoherencia de su descripción “el demonio / más
parecido al Minotauro Héctor / que a un ángel caído”. Y la evocación del acto
pecaminoso se demora demasiado, se detiene en los detalles con un regodeo non
sancto. Al final, la gradación (también tipográfica) de lo que se entrega intacto al
esposo: “el alma / la cáscara / y el hueso”; todo, menos la carne de la fruta, lo más
fresco y apetitoso. Reliquias secas, muy a propósito para el culto de Santa Frígida.
El verso confirma la filiación, ya notada por Campos, de Carreto con el barroco
español, y en concreto, con el verso gongorino “en tierra, en humo, en polvo, en
sombra, en nada” –un verso, además, especialmente arraigado en la tradición
mexicana, por cuanto ya fue objeto de imitatio por Sor Juana Inés de la Cruz en el
suyo “es cadáver, es polvo, es sombra, es nada”. La subversión a la que Carreto
somete el motivo aurisecular del memento pulvis eris llega cuando nos damos
cuenta de la felicidad que a duras penas Frígida intenta disfrazar de
arrepentimiento, y de que la gradación negativa (que en Góngora y Sor Juana
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servía, ortodoxamente, para advertir al humano del futuro que aguarda a sus
vanidades), en Carreto enumera los dones que se entregan a Dios, y que no son otra
cosa que desperdicios (también el alma, sí, porque a Frígida parece haberle
reportado más felicidad el goce del cuerpo en una sola noche). O, por decirlo de
manera también barroca, aunque quevediana: lo que Frígida tan celosamente ha
guardado para su Dios y le entrega como un tesoro son las cenizas que restan
cuando la carne, la pulpa, la médula, han gloriosamente ardido.

La subversión del motivo de la oración/confesión cristiana llega al extremo


en el dístico de poemas formado por “[Tentaciones de San Héctor]” y “[Respuesta
de Dios a la tentación de San Héctor]”. Como en la “[Confesión de Santa Frígida]”
el empleo de un lenguaje religioso da pie a la irreverencia humorística: la devoción
es una actividad que requiere secretaria, y quien ocupa estas funciones se dedica a
distraer provocativamente al santo varón de su deber. O al menos esto es lo que él
asegura en su confesión, que empieza con mal pie si nos atenemos al catecismo
cristiano, pues no parece una muestra de sincera contrición añadir, seguido al “He
pecado”, una acusación exculpatoria: “La culpa la tiene…” El poema se construye
sobre un juego conceptista en torno al nombre de la santa provocadora, Dionisa,
que alude al dios griego del vino y la ebriedad, y sus encantos, descritos en la esfera
semántica del cristal en que se sirve la bebida embriagadora. Las medias que
recubren las piernas de la secretaria son “vitrinas” que exhiben lo que recubren
(serán, entonces, “medias de cristal”, claro). Y como si de un mueble aparador se
tratase, lo que se encuentra tras el vidrio que muestra y evita el tacto es más cristal:
el de unas bellas copas, las piernas de la santa (“la más fina cristalería”), que
emborrachan a las niñas… de los ojos del poeta. De nuevo un juego conceptista
entre tacto y mirada, manos y ojos. Son los ojos del santo los que tocan el cristal
(“al alcance de la mano”) y se emborrachan con el tacto. Pero al unir en la metáfora
piernas y copas, Carreto sabe que siglos de tradición inducen al lector de esta
confesión a recordar la identificación copas-pechos. Quizá San Héctor haya pecado
(con la mirada) más de lo que quiere confesar, quizá su subconsciente le traiciona
al buscar las imágenes con las que suavizar la exposición de sus flaquezas carnales.
Hasta la exclamación final de la culpa (“¡Qué ardor sentí / al beber / con la mirada
100

/ el vino de esas piernas!”) no se menciona el vino, verdadero agente de la ebriedad


y atributo asociado al nombre de la secretaria, sino que la confesión se mantiene en
una gradación de menor a mayor intensidad, de frío a calor, de la materia inerte a
la materia viva y fluyente, del cristal al licor. La súplica final del pecador no puede
ser más ambigua: “Castígame, ordena que me ahogue / en el fondo de una copa”.
San Héctor parece encontrarse dispuesto a acatar uno de esos castigos mitológicos
en que la misma transgresión que produjo el placer se convierte en agente de
sufrimiento. O a beber hasta perder la razón y la vida (la terrenal y la eterna) en el
vino de las piernas de su secretaria, cristalina tentación.
La vuelta de tuerca llega cuando leemos la respuesta de Dios a esta confesión
de San Héctor. Una respuesta que es otra confesión, a su vez, y he ahí la primera –y
blasfematoria— sorpresa, ya que Dios no puede pecar ni por tanto confesarse
(podría aducirse que sí puede, en tanto que omnipotente, pero no trataremos de
resolver aquí la paradoja de la omnipotencia divina que tantos dolores de cabeza ha
dado a sabios como Santo Tomás de Aquino). Dios quita yerro a la infracción
libidinosa del santo, leve pecado si se compara con el que él mismo relata (el juego
conceptista aquí parte de la Trinidad divina): él mismo ha deseado y yacido con su
propia madre, en la que ha engendrado un hijo que no es otro que él, y que comete,
por tanto, gravísimo pecado de incesto. Pero Dios, como San Héctor, también
busca a quién echar las culpas de su flaqueza: “la culpa la tiene ese Freud, mal
amigo”. La concepción divina se explica como un complejo de Edipo llevado hasta
sus últimas consecuencias. Contemplar la escena erótica prohibida agazapado tras
la puerta, por el ojo de la cerradura, lugar común del psicoanálisis freudiano. Pero
lo que más parece preocupar a Dios no es el pecado en sí mismo, sino la burla que
pueda suscitar en el diablo, que no es otro que Marx (al igual que Freud, otro de los
nuevos dioses que han firmado el acta de defunción de su predecesor). El Ser
Omnipotente necesita, al final, de la ayuda de su pecador (“Ayúdame, San Héctor, /
te lo suplico reza / por mí”). A cambio (como si de una transacción se tratase),
ofrece al santo pecador la absolución de los pecados confesados en el anterior
poema.
101

“Tentaciones en el cine [Mirando Seven Year Itch]” es una confesión


nuevamente dirigida a Dios, esta vez en una primera persona que se identifica con
el poeta. La ocasión del pecado ha sido ver una película de cine, The Seven Year
Itch, cinta dirigida por Billy Wilder y estrenada en 1955. Su título en España no es
otro que La tentación vive arriba. Muy lógico, por tanto, que la cinta que narra los
deseos prohibidos e hilarantes de un esposo y padre formal por su vecina sean
fuente de tentaciones en el espectador. La belleza que aparece en pantalla –como
bien sabemos, aunque el poema nada diga, Marilyn Monroe— es tal que supera la
de la Virgen (ya no sorprende el que la confesión se deslice hacia la blasfemia…), y
hace que se marchiten dos gardenias… no las del célebre bolero, sino las de la
butaca de al lado (tal vez, los pechos de la acompañante del cinéfilo pecador). Se
eligen para encomiar la hermosura de la diva los versos con que Góngora
ponderaba la de Galatea: “Si roca de cristal no es de Neptuno / pavón de Venus es,
cisne de Juno”. De nuevo el cristal como término de comparación de la belleza
femenina (y, antes, ha mencionado la copa como metáfora de la copa del vestido de
Marilyn, el célebre vestido que la corriente de la rejilla del metro hace volar en la
asfixiante noche neoyorkina). Pero estamos en el mundo de hoy, y los versos
gongorinos son subtítulos que el pecador confeso lee en la pantalla como
traducción de la hermosura angloparlante de la dama. Justamente la escena citada
es la que el poema evoca, envolviéndola de una imaginería cristiana puesta al día:
un ángel trajeado y con sombrero (el pecaminoso protagonista) no acierta a evitar
que el diablo meta sus dedos bajo la falda de Marilyn y nos muestre las piernas de
la rubia, columnas del templo incendiado (por el calor de Nueva York en verano,
por el fuego sulfuroso del infierno…) La impresión es tal que excita sobremanera al
“pequeño cardenal”. Esta metáfora para aludir al sexo masculino (que el poeta ya
había usado en el poema anterior) juega con los dos sentidos del sintagma: es sexo
asemeja a un eclesiástico de alto rango y vestimenta púrpura (aunque de pequeño
tamaño), o un pajarito (el que se denomina comúnmente “pequeño cardenal”). La
tentación es tan irresistible que el poeta, a gatas, busca la salida del infierno. Como
en la confesión de San Héctor, el final es ambiguo: quizá huye del cine, convertido
en infierno oscuro y poblado de lúbricas visiones, quizá busca la salida (o la
entrada…) del infierno que arde bajo la falda de Marilyn, agachándose para mejor
102

hacerlo. La cita que entremedias se introduce pertenece a los Sueños de Quevedo, y


en concreto a “El sueño del Juicio Final” o “de las calaveras”.

Aunque la intención satírica es obvia en estas “oraciones” jocosamente


blasfemas, es en “Delikatessen” donde mejor vemos al Carreto seguidor de la
tradición satírica y epigramática de la Antigüedad grecorromana. El poema se
incluye en Coliseo, y da nombre a toda la primera parte del mismo (las otras tres
partes son “Ocasión funeral”, “Satélites” y “Contagios”). El tú al que se dirige el
poema no es ya Dios, ni Jesucristo, sino un tú concreto y de carne y hueso (bien que
sea improbable que llegue jamás a leer los versos de Carreto): Hugh M. Heffner
(“coloquialmente conocido como Hef”, precisa Wikipedia), fundador y editor jefe
de la revista Playboy. Precisamente, el dirigirse a un tú concreto es una de las
aportaciones marcialescas al género cambiante del epigrama (aunque con
precedentes como Catulo) (Ortega Villaro, 16, 18). Lo es también, claro está, el
dirigir la mirada sobre lo procaz revestido de aceptación social: Playboy es una
revista erótica pero respetable y hasta prestigiosa, por ser una publicación cara,
para un lector de alto standing al que las páginas satinadas del conejito le ofrecen,
como coartada, interesantísimos reportajes de actualidad. La sátira dirigida a Hef
aúna la descripción crítica del desorden rígidamente ordenado de las fiestas
Playboy, donde el erotismo no es igual a placer espontáneo, sino a producto de
consumo pasado por estudios de mercado, jerarquizado y exacto. Pero la crítica
social da paso a una lectura todavía más profunda: la reflexión sobre el destino
mortal de los hombres y la vanitas vanitatis. Como a un nuevo César se le recuerda
a Hef “Tú tampoco eres inmortal”. La fugacidad de la belleza y de la lozanía se
expresan no mediante la rosa y la azucena que habrán de marchitarse, sino
mediante la alusión al vientre terso de Pamela Anderson Lee, una de las más
célebres playmates de los años 90. Tan pasajera era la beldad juvenil a la que
advertía Garcilaso como Pam, pero todo un mundo media entre la hermosura floral
del primero y la siliconada belleza entronada por Hef en función de los datos de
ventas de su revista. Como en tantos epigramas, desde época clásica, una ocasión
concreta suscita el poema, que alude a ella: en este caso se trata de la fiesta ofrecida
en la mansión de Heffner en el 47 aniversario de la publicación. Los festejos de la
103

casa del director de Playboy son célebres orgías, más que de carne (aunque
naturalmente esta es un ingrediente obligado), de dinero y poder: es una codiciada
distinción ser invitado a la Playboy Mansion, y no resulta fácil alcanzarla. El sancta
sanctorum de ese templo es la cama. De nuevo, no por el sexo, como cabría
suponer, sino porque según cuenta la leyenda, desde ella dirigía su imperio
Heffner, en los años 60 (esa mansión y esa cama se encontraban, entonces, en
Chicago, pero en 1974 se trasladó a la más soleada y turística California,
concretamente a Los Angeles). La imagen más potente del poema es, a mi juicio,
precisamente la que evoca el lecho principal de la mansión: una especie de paraíso
fugaz, donde gozar, si se poseen la juventud y la belleza suficientes, de los frescos
racimos, pero que se convertirá en una balsa que habrá de abandonar a sus
ocupantes en la primera playa, o en el mar, al llegar el alba. Y el precio es la
inocencia: envilecidos, quedarán como náufragos sin comprender muy bien qué ha
sucedido, ni que la cama, en realidad, era un altar del sacrificio: terminada la
ceremonia, los despojos se arrojan fuera. Pero no le conviene al satírico convertirse
en pesado agorero, y sí cierta punta de autoironía que Carreto reserva para los
versos finales, donde introduce, entre paréntesis, una distanciada reflexión sobre
su propio poema: “Después de hojear tu revista / casi me convierto en lector de
versos castos: / ‘las hojas secas, la rosa intacta…’”. El poeta pone de manifiesto la
paradoja de que Playboy inspire en él tan graves pensamientos, y que las
voluptuosas chicas que sirven de reclamo se hagan pensar en el paso del tiempo, en
la fugacidad de la belleza, y en que si las beldades pasan y se secan (como las de las
hojas secas de la revista), queda aún, rosa intacta, la Belleza. Platónicos
pensamientos de un lector ocasional de Playboy.

La poesía de Carreto demuestra la vigencia de las referencias clásicas,


grecolatinas o medievales –que son clásicas precisamente por eso, porque
permanecen vigentes en un mundo en que casi todo lo demás cambia. Apenas
hemos acertado a ofrecer un atisbo de un puñado de tentaciones. Las suficientes,
creo, para tentar al lector a conocer esta obra sorprendente.
104

BIBLIOGRAFÍA

Calderón, Lila, “Héctor Carreto: epigramas y hombres de bolsillo”, Boletín y


cuadernos de la Fundación Pablo Neruda 59 (2006), pp. 124-128.
Cansigno, Yvonne, La voz de la poesía en México, Tlascala-México D.F.,
Universidad de Tlascala-Universidad Metropolitana, 1993.

Coco, Emilio, “Quattordici poeti messicani d’oggi. Seconda parte: Antonio Deltoro,
Marco Antonio Campos, Héctor Carreto, Coral Bracho”, Poesia: mensile
Internazionale di cultura poetica, vol. 23, nº 247 (2010), pp. 22-37.

Ortega Villaro, “Versiones, revisiones y (per)versiones del epigrama en las últimas


generaciones poéticas”, en Orfeo XXI. Poesía española contemporánea y tradición
clásica, ed. de Pedro Conde Parrado y Javier García Rodríguez, Gijón, Llibros del
Peixe-Cátedra Miguel Delibes, 2005, pp. 9-28.

Conde Parrado, Pedro, “Ecos de Homero en el discurso poético contemporáneo. La


Odisea en verso”, en Orfeo XXI. Poesía española contemporánea y tradición
clásica, ed. de Pedro Conde Parrado y Javier García Rodríguez, Gijón, Llibros del
Peixe-Cátedra Miguel Delibes, 2005, pp. 79-100.

Publicado en la revista electrónica Adarve Núm. 5.


105

Coliseo una voz interior


Por Norma Salazar

Desde el fondo de sus lentes y de su


gran corazón, Héctor Carreto cuida
la pulcritud de sus poemas
amorosos. Sus versos comparten un
lenguaje didáctico del mundo
grecolatino. Carreto es único, no
sólo expresa en Coliseo, libro
ganador del Premio Nacional
Aguascalientes 2002, vehemente de
regresar a los orígenes y patrones culturales griegos. Escritura rustica y elegante
limpia al poema de todo adorno innecesario: Coliseo
“Oh sublime Cleopatra,
dueña de la Alejandría que todos llevamos dentro
-esa tierra propicia para el placer-;”
En primera persona escribe el pasado, lo expresa como tal, esta en contra de toda
(de)formación del deseo, incluso con soltura enfrenta al lenguaje reprimido:
“Desconozco la grafía griega
pero entiendo el lenguaje de las manos.

Tampoco soy gladiador latino,


pero, si en la Arena ambos soltáramos las túnicas,
mi rígida lanza podría hacerte mi esclava”.
Su poesía erótica es culto a esos sentimientos de todo margen moral, donde afloran
en una eclosión, él es quien tira del hilo y se domina adentro del poema.
Pero, es justamente en su impotencia llamar por su nombre a la amada, al perderse
en el lenguaje metafórico; es entonces cuando la relectura domina la transgresión,
106

como diría George Bataille “la prohibición y el tabú están ahí para ser
transgredidos, por la violencia o por la razón, poco importa”, como lo (d)escribe en
el poema; El poeta regañado por la musa:
“Confía en el instinto: que tus labios refieran con orgullo
mi talento en el baile, mi afición por el vino.
Presume al lector de mis piernas en loca bicicleta,
de los encuentros sudorosos, cuyos frutos
son tus epigramas.

Tampoco ocultes que tenemos diferencias.


Entre la musa que riñe contigo y la que duerme en un
[lienzo,
no dudes: confía en el instinto”.
Sin embargo, esta transgresión no se llevaría a cabo de cualquier modo, según las
propias reglas que puedan advertirse en la inspiración y escritura del propio poeta,
es no ocultar su propósito de abordar con enorme franqueza y sin gazmoñería lo
'real' de su musa, que es el personaje protagónico, donde corrompe, para mí,
lector, cualquier tipo de moralidad.
El aire de intimidad ante la presencia de esa primera persona enmascarada en la
voz poética, confirma sus códigos grandilocuentes y sublimes; Salón de belleza
“Escucha: esos artistas retocaron a sus modelos
porque con ellas compartieron
mantel y sábanas.
Anda, desnúdate
y de aquí saldrás, lo garantizo,
físicamente satisfecha”.
Por otro lado, no debemos olvidar que la poesía erótica en la actualidad es un
género literario noble, que va desde la emoción estética y sensual al grado de
alcanzar la chocarrería, el libertinaje y la obscenidad. La Grecia clásica tuvo la
ventaja de no tener que poner límites a una literatura erótica, ya que el erotismo se
hallaba en todas partes y se desarrollaba en la espontaneidad y la evidencia. Esta
visión de la poesía, es un claro lenguaje poético que nace del conflicto que viven los
107

amantes y hablan desde la situación ambigua que les toca vivir, sin preocuparse por
el activismo social, como lo escribiera también, la poeta turcochipriota Neshé
Yashín en un fragmento de; Desnudez absoluta
“No me beses,
tu lengua envenenada es mi suicidio
No hables de mí,
tu voz es la venganza de las penas
Qué loca danza fue aquélla
de un amor sin gravedad
perdiéndose en el espacio”.
En la voz interior existe una imagen amorosa más abierta donde el razonamiento
interior da ánimo en la vida del autor, el amor como juego, el amor como acto de
rebeldía, el amor no sólo a la mujer sino el amor a él, al mismo poeta.
Son las vertientes para encausar un colorido de ritmos, apariciones de sonidos al
irrumpir con su palabra una tradición binaria, insisto, es el complemento de un
discurso que el poeta configura con un lenguaje propio, lo hace crecer para
aumentar lo que es: su realidad. La sintaxis de las cosas, en la más alta
representación; ejemplo de ello: La rata más vieja:
“A semejanza de la rata más vieja,
que come, antes que nadie, el nuevo alimento
para saber si está envenenado,
debo arriesgarme y ser el primero en probar
el pubis de esa dama insinuante”.

Carreto tiene una apariencia de cristal; la claridad por un lado y la oscuridad por el
otro, para espejear la realidad en su libro Coliseo, utiliza la forma de acomodar a las
palabras en un cortejo totalmente literario, este poeta citadino da pie a una dupla
entre cuerpo y alma; esencias primordiales que cobran cierto frescor. Tal es el caso
de las tres últimas líneas del poema: Mal de amor
“Es el riesgo del deseo, es su mandato:
beber en tu taza es, acaso, mi única oportunidad
de poner mis labios sobre los tuyos”.
108

Lenguaje poético que interiorizara e.e Cummings, como una vía de escape donde el
acto amoroso se intimida con la correspondencia de ellos para buscar el otro reflejo
terminal: el goce.
“Me gusta mi cuerpo cuando está en tu cuerpo.
Es algo completamente nuevo”.
Así, leemos que dicha expresión enriquece a la palabra, al verso, al fragmento de
cada poema en su conjunto literario la infinita variedad de niveles que conforma el
erotismo va desde la emoción estética y sensual, donde se halla la espontaneidad y
la evidencia que encontramos en la poética de Héctor Carreto.
Entre más releemos su premiado libro, descubrimos a un autor en la más pura
concepción del hombre; un ceremonial progreso que ayuda a desacralizar las
pasiones de ilusión en beneficio de las pasiones de lucidez, donde las imágenes
suscitan deseos alocados. El espíritu del libro va más allá del beso, de la musa, el
humor, la soledad, la ironía, la paradoja.
Nos regala una enseñanza en este mundo confundido. Cada ser humano es un
espejo para el otro; y la multiplicidad de los espejos suscita una emulación colectiva
que decuplica las repeticiones conductuales y exageraciones en nuestros propios
fantasmas afectivos, morales y sexuales. La desmitificación de los tabúes y las
prohibiciones se hacen en consecuencia posible, a su vez nos libera de algo tan
imaginario demasiado difícil de reprimir. Un poeta que enseña al hombre ha amar
sin vincularse a la insatisfacción.
Otro aspecto interesante es la relación de su escritura; 'la brevedad', sí, esta
característica tan suya para cada fragmento expresa un crecimiento de voz propia.
Llama la atención una intimidación en los verbos que hilvanan una acción en la
expresión subjetiva que podemos claramente observar en; Circus
“Extraño [despertar]/
del César
esa tarde en medio de la Arena,
cuando [suplicaba]/
al público cristiano
que un gladiador [pusiera]/
fin a su vida,
109

que [soltaran]/
a los leones
y lo [subieran ]/
a la cruz más alta”.
El significado de suplicar, soltar, subieran son verbos pretéritos inmediatos;
excepto despertar presente para la acción dentro del poema pero que cambia 'la
visión' de las cosas, haciendo que la realidad no se sienta como significado, sino al
contrario, como si el poema “provocara” su propia verdad: Extraño del César/ (Yo)
forma distinta de percepción del mundo cuando suplica/ acción imperativa del
significante (suplicar), que un gladiador pusiera fin a su vida/ (poner) significado
distinto, que alude a “algo real” , como puede ser algo, por ejemplo; la furia del
gladiador con determinados usos concretos de los signos verbales; soltar a los
leones, subir a la cruz más alta/ la subordinación semántica 'soltaran a los leones'
crea una nueva experiencia de las ya habituales en el saber cultural de la
inefabilidad semántica hablante.
Por último deseo comentar que la evocación de Coliseo es un mundo mítico pero
reencuentra el camino del mundo fantástico a la realidad en la medida en que,
gracias a sus dones poéticos hace tomar a su musa y personajes reales, que
adquieren para los lectores valor de figuras preciosas de la realidad.
Enhorabuena Héctor Carreto.

Norma Salazar, radica en la ciudad de México.


Estudió las licenciaturas en Letras Hispánicas y Estudios Latinoamericanos; maestría en Literatura
comparada, posgrado en Literatura dramática por la UNAM
Poeta, ensayista y maestra de Teoría de la Crítica literaria
Ha publicado dos poemas; Cantos lejanos (1999) y Cuadro al óleo (2005)
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Héctor Carreto / biografía


(Ciudad de México, 1953). Estudió Letras
Hispánicas en la UNAM. Ha publicado los
siguientes volúmenes de poesía: ¿Volver a
Ítaca? (1979), Naturaleza muerta (1980), La
espada de san Jorge (1982 y 2005), Habitante de
los parques públicos (1992), Incubus (1993),
Antología desordenada (1996),Coliseo(2002) y El
poeta regañado por la musa, antología
personal (2006).
Ha obtenido los premios nacionales: Efraín Huerta
(1979), Raúl Garduño (Chiapas, 1981), Carlos
Pellicer para obra publicada (1983), el X Premio Internacional de Poesía Luis
Cernuda (Sevilla, España, 1990) y en 2002 el Premio Nacional de Poesía
Aguascalientes, el más prestigioso de México.
Ha traducido y divulgado la obra de autores de lengua portuguesa. Es autor de
diversas antologías de escritores mexicanos y extranjeros. Recientemente publicó
una antología sobre el epigrama contemporáneo en español: Vigencia del
epigrama (2006).
Su poesía ha sido publicada en antologías y revistas norteamericanas,
como Anthology of Contemporary Latin American Literature (1960-1984), El
último vuelo, New Writing from Mexico, Noise of Dreams, Northwest
Review, International Quarterly, Great River Review, entre otras. Algunos de sus
poemas, traducidos al francés, forman parte de una antología publicada en
Canadá: Poétes mexicains contemporains (Écrits de Forges-PHI-UNAM, Aldus,
Quebéc, 1996). También ha sido traducido al italiano y al húngaro.
Fue miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (período 2001-2007) y es
profesor-investigador de la Academia de Creación Literaria de la Universidad
Autónoma de la Ciudad de México (UACM). También escribe cuento y dirige las
Ediciones Fósforo.
Sobre su libro Coliseo, dice, lo comenzó a escribir en la oficina donde trabaja todo
el día. Es un libro “donde comenzó a salir mi frustración, mi odio contra las
instituciones, los horarios, contra las tarjetas de checar, contra la autoridad. Este
libro me ha ayudado a sobrellevar esta situación laboral. La poesía, en este
sentido, para quienes la escribimos y la leemos es una compañía; nos ayuda a
llevar la vida mejor”. Para él, como para otros artistas, “el poeta es el que canta el
canto de la tribu”. En este sentido, “soy sincero conmigo en un primer momento,
para de esa manera hablar por los demás”.
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Muestrario de Poesía
1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa 35. El animal que llora y otros poemas / Antonio
2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo Gamoneda
3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín 36. Los andamios del mundo y otros poemas / Ledo Ivo
Pasos 37. Dominican
can Style y otros poemas / Alexis Gómez Rosa
4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo 38. Poesía francesa actual / Muestra de 40 autores
Carranza 39. Número equivocado y otros poemas / Wislawa
5. Propiedad del recuerdo y otros poemas / Franklin Mieses Szymborska
Burgos 40. Desde la república de la conciencia y otros poemas /
6. Poesía vertical (selección) / Roberto Juarroz Seamus Heaney
7. Para vivir mañana y otros poemas / Washington 41. La tierra giró para acercar
acercarnos y otros poemas /
Delgado. Eugenio Montejo
8. Haikus / Matsuo Basho 42. Secreto de familia y otros poemas / Blanca Varela
9. La última tarde en esta tierra y otros poemas / Mahmud 43. Tal vez no era pensar y otros poemas / Idea Vilariño
Darwish 44. Bajo la alta luz inmerso y otros poemas / Mariano
10. Elegía sin nombre y otros poemas / Emilio Ballagas Brull
11. Carta del exiliado y otros poemas / Ezra Pound 45. Las ocupaciones nocturnas / Jorge Enrique Adoum
12. Unidos por las manos y otros poemas / Carlos 46. La gruta de las palabras y otros poemas / Vladimir
Drummond de Andrade Holan
13. Oda a nadie y otros poemas / Hans Magnus 47. La vida nada más, la sola vida y otros poemas /
Enzersberger Gastón Baquero
14. Entender el rugido del tigre / Aimé Césaire 48. El futuro empezó ayer / Luis Cardoza y Aragón
15. Poesía árabe / Antología de 16 poetas árabes 49. Los errores necesarios y otros poemas / Joaquín
contemporáneos Giannuzzi
16.. Voy a nombrar las cosas y otros poemas / Eliseo Diego 50. Jardín de Piedra / Fernando Ruiz Granados
17. Muero de sed ante la fuente y otros popoemas / Tom 51. Hablar desde la inseguridad / Rafael Cadenas
Raworth 52. El hombre acorralado y otros poemas / Luis Alfredo
18. Estoy de pie en un sueño y otros poemas / Ana Istarú Torres
19. Señal de identidad y otros poemas / Norberto James 53. Territorios Extraños /José Acosta
Rawlings 54. Cuadernos de Voronezh / Osip Mandelstam
20. Puedo sentirla viniendo de lejos / Derek Walcott 55. La traición de los sueños / Francisco de Asís
21. Epístola a los poetas que vendrán / Manuel Scorza Fernández
22. Antología de Spoon River / Edgar Lee Masters 56. Quemaremos los días por venir / Radhamés Reyes-
23. Beso para la Mujer de Lot y otros poemas / Carlos Vásquez
Martínez Rivas 57. Sobre toda palabra / Rafael Guillén
24. Antología esencial / Joseph Brodsky 58. Días de Carne / César Sánchez Beras
25. El hombre al margen y otros poemas / Heberto Padilla 59. Bajo la noche enemiga y otros poemas / Ulises
26. Réquiem y otros poemas / Ana Ajmátova Varsovia
27. La novia mecánica y otros poemas / Jerome 59ª. Elevación
ón de los elementos / David Huerta
Rothenberg 60. La imperfección es la ccima / Yves Bonnefoy
28.. La lengua de las cosas y otros poemas / José Emilio 61. Voluntad de la luz / Luis Armenta Malpica
Pacheco 62. Ciudad en llamas y otros poemas / Oscar Hahn
29. La tierra baldía y otros poemas / T.S. Eliot 63. Iniciación final / José Alejandro Peña
30. El adivinador de hojas y otros poemas / Odysseas 64.. Gente desarraigada y otros poemas / Cesare Pavese
Elytis 65. La luz interrumpida y otros poemas / Luis Rosales
31. Las ventajas de aprender y otrosros poemas / Kenneth 66. Una raya larga y roja en el polvo de la historia / Pablo
Rexroth Antonio Cuadra
32. Nunca de ti, ciudad y otros poemas / Czeslaw Milosz 67. El poeta regañado por la musa / Héctor Carreto
33. El barco en llamas y otros poemas / Jaroslav Seifert
34. Uno escribe en el viento y otros poemas / Gonzalo
Rojas
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Colección
Muestrario de
Poesía
2011

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