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Lenguaje forense hablado


El Lenguaje Forense Hablado

I ORATORIA FORENSE

La cuestión del lenguaje ha sido estudiada por la filosofía[i], desde que los pensadores griegos equipararon lenguaje y
razón, hasta que se ha comprobado (Wittgenstein, citado por J.Ferrater) que el lenguaje aparece primero como un
especie de impedimento para conseguir el lenguaje ideal, en donde la estructura del lenguaje corresponde a la realidad.
La función primaria del lenguaje consiste en establecer qué es verdadero o falso, y en este caso la identificación del
significado con el uso es menos exacta que su identificación con las condiciones de verdad. Uno de los efectos que ha
conseguido la frase de Wittgenstein (- el significado de las palabras consiste en la forma en que se usan-) ha sido el de
atraer la atención hacia la variedad de usos a los que se aplica el lenguaje.[ii]
Un lenguaje puede definirse[iii]en términos generales como un sistema de signos que cumple con estas condiciones: 1ª:
que sus elementos constitutivos puedan combinarse de ciertas formas pero no de otras; 2ª, que cada elemento pueda
ser sustituido solamente por ciertos elementos; y 3º, que a partir de una combinación correcta de signos puedan
formarse otras por medio de determinadas transformaciones.
El interés por el lenguaje ha suscitado el estudio y la reflexión filosófica. Las fuentes de la preocupación del filósofo por
el lenguaje son la metafísica, la lógica y la epistemología. Alston[iv] considera que la lógica ocupa un lugar destacado en
el interés por el lenguaje, dado que la lógica es el estudio de la inferencia y más exactamente el intento de ingeniar
criterios que separen las inferencias de las no válidas, y puesto que el razonamiento se expresa a través del lenguaje,
“el análisis de las inferencias depende del análisis de los enunciados que figuran como premisa y conclusiones”.
Debe haber, por tanto, una relación basada en estructuras lógicas en lo que es el argumento del informe, que requiere
precisión y claridad en los elementos expositivos para obtener las conclusiones deseadas.
Todo informe forense parte de unos enunciados que tras el razonamiento se exponen como premisa para obtener
posteriormente. Pero nos encontramos ante el lenguaje forense y, específicamente, ante el lenguaje forense hablado. El
lenguaje forense es una forma expresiva, un requisito de comunicabilidad, la forma en la que hacemos llegar ante los
Tribunales nuestros argumentos. Siguiendo las pautas procesales lo hemos realizado a través de la escritura, bajo los
esquemas tradicionales entre los que destaca la precisión expositiva. Pero el lenguaje forense hablado requiere de una
técnica más específica, ya que a la precisión han de unirse otras características que avalen y den forma apropiada a lo
que se dice, y especialmente como se dice.
Por tanto, alejándonos de los estudios y reflexiones filosóficas sobre el lenguaje, nos situamos pura y simplemente ante
la oratoria forense. Y dentro de la oratoria forense voy a referirme al abogado.
Pocas dudas hay sobre la actividad que el abogado desarrolla en su actuación., asistiendo al litigante (“agere”, en
Derecho Romano) como en el arte de redactar documentos (“cavere”). El abogado expresa su consejo extrajudicial y
postula la acción que se le encomienda a través de la palabra. Por ello Hernández Gil[v] considera que la actividad
intelectual del abogado se canaliza así, como no pude ser menos, pero, consecuentemente , del razonamiento
articulado mediante ella, y así puede hablarse de palabra, lengua, lenguaje...y Derecho.
La discusión verbal es el laboratorio del jurista, y por tanto del abogado. En el informe forense hay discusión verbal por
más que la misma esté reglamentada en el tiempo concedido a cada parte. En la discusión verbal el lenguaje juega un
papel decisivo, ya que el lenguaje jurídico tiene sus características propias. La doctrina científica[vi] afirma que el
conocimiento que los hombres han desarrollado en relación con el Derecho, se ha manifestado se ha manifestado
siempre en unos enunciados lingüísticos cuya peculiaridad ha de ser tenida en cuenta en todo momento, y puesto que
el Derecho se caracteriza ante todo por ser y actuar como norma parece exigible que el lenguaje jurídico sea lo
suficientemente claro y preciso como para no ofrecer dificultades a la comprensión de la mayoría de los miembros del
grupo social a quien va destinado.
¿Hay coincidencia en el lenguaje del Derecho y el lenguaje llamémosle común? La respuesta es que hay diferencia
entre uno y otro. En la obra citada, Fernández-Galiano y De Castro señalan que la distancia entre uno y otro no es un
hecho casual, se ha producido, dicen, porque la función reglamentadora que cumple el Derecho dentro del sistema de
las relaciones sociales arrastra la necesidad de eliminar de sus propios enunciados la imprecisión o indeterminación que
acompañan a menudo a los términos del lenguaje cotidiano. Y, consecuentemente, los juristas se han visto empujados a
una constante lucha por la claridad y la precisión del lenguaje que utilizan. De ahí que no sólo han desarrollado un largo
proceso de delimitación del sentido de muchos de los términos del lenguaje común que son habitualmente utilizados por
el Derecho, sino que han procedido también, ya desde antiguo, a la incorporación de un número importante de términos
específicos. Consecuentemente, el lenguaje del Derecho se ha convertido en un lenguaje especificado y tecnificado, es
decir en un área lingüística cuya comprensión exige un especial esfuerzo de adaptación”[vii]
La importancia que para este Ponente tiene el informe oral, como expresión del lenguaje jurídico hablado, es capital. La
tendencia legisladora sobre la oralidad de los procesos no se corresponde con la realidad procesal, y, por comodidad de
los juzgadores, se solicitan minutas o “instructas” sustitutivas de la palabra hablada. Ante las jurisdicciones ordinaria y

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contencioso-administrativa, prefiero siempre el informe oral como síntesis de los problemas que todo pleito tiene, por
más que el esfuerzo sea superior a la cómoda exposición escrita. Porque en el informe oral, cuando la exposición se
hace con rigor y con elegancia, el lenguaje jurídico alcanza sus cimas más destacadas. No se habla ante los Tribunales
con el lenguaje vulgar, sino con el depurado lenguaje de la precisión jurídica, sirve de testimonio ante los litigantes y
ante los jueces del trabajo realizado, y en palabras de Hernández Gil[viii] “saca a la luz pública, con su natural función
depuradora y pública, los entresijos humanos en las contiendas judiciales. Pero sobre todo el informe oral representa
una puesta en situación del abogado ante el asunto, en presencia del contradictor y ante los que han de decidir. El
anterior diálogo escrito mantenido desde los respectivos despachos, muy propicio a los circunloquios, se torna en la
vista más vivo, directo y presente. La trama litigiosa se encuentra ya abocada al desenlace. Es la oportunidad de la
recapitulación y del acabadp definitivo. Todos los datos y los argumentos fundamentales son, respectivamente
conocidos. Si algo no ha quedado perfilado por completo es el momento de la perfilada robustecedora”
I.1. Preparación personal.
La oratoria forense requiere una preparación personal. Nadie informa de la misma manera. Las notas que el abogado
prepara para el acto de la vista son personales y su desarrollo oral ante los Tribunales está marcado por la personalidad
del autor. Por más sintonía que exista entre compañeros del mismo bufete, la exposición verbal requiere el acto previo
de la preparación personal. Vuelvo a referirme a A.Hernández Gil[ix]. Ha de tenerse en cuenta, escribe, que la retórica
directamente fustigada por los estilólogos es la concerniente a la expresión literaria, y que frente al propósito, asentado
sobre bases apriorísticas, de guiar al escritor y al orador para lograr un estilo, está el estilo ya hecho y consumado, sin
reglas.
El orador forense requiere de la misma preparación personal que el orador no forense, pero su informe requiere
requisitos diferenciados a los de este último. La preparación personal tiene en cuenta al destinatario especial que no es
otro que el miembro unipersonal o colegiado que forma el Tribunal de Justicia. La preparación personal parte de una
elaboración concreta, seleccionando la importancia de los puntos de debate y la ordenación expositiva. Toda la
arquitectura del informe es obra propia, aún antes de ser desarrollado oralmente. Y, como suelo ser usual, se pierden en
el discurso forense elementos de la estructura preestablecida, no por ello queda la nota personalísima llenando todo el
informe.
La improvisación es mala compañera en la oratoria forense, por más facilidad expresiva que se posea, y por tanto
preparación personal y preparación de la intervención van firmemente unidas.
I.2 Preparación de la intervención.
Uno de los mejores oradores forenses patrios[x] explicaba ante los Académicos que el extremo límite de preparación
recomendable llega hasta fijar con la pluma los conceptos que entran en el plan del discurso, a condición de romper
muy luego el papel, huyendo de la tentación de retener sus expresiones por muy felices que parezcan. Si ellas fueran,
en verdad, las más adecuadas, naturalmente renacerán cuando el hilo dialéctico de la peroración evoque el
pensamiento mismo; no hay razonable peligro de que prevalezca una forma peor de expresión, poseyendo ya el ánimo
aquella otra, y casi siempre resultará en el acto de perorar mejorada en concisión y energía. Si acaso quedasen
suprimidas ornamentaciones que la vez primera quedaron agradaron, no hay que dolerse; fueran ellas más naturales, y
habrían reaparecido más espontáneamente como sombra y anejo de las ideas que vistieron.
No siempre el orador forense puede permitirse este lujo maurista de romper las cuartillas y expresar su discurso guiado
por el sendero vacilante de la memoria. Pero la preparación para la intervención sí requiere una dedicación previa de
tan suficiente calado para no dejar en zona oscura lo que requerirá la luz posterior expositiva. La preparación ha de ser
minuciosa y completa. Todos sabemos que en cada pleito hay pequeños tesoros que no son descubiertos tras
sucesivas lecturas, pequeños detalles sobre los que hemos pasado de largo en la primera aproximación, datos qaue se
convierten en decisivos cuando aparentemente carecían de importancia. Lo último que se aprende es la concisión, pero
esto sirve para la exposición forense, pero no sirve para la preparación. La preparación requiere acopiar todo lo que en
el pleito vive o parece estar dormido, y ganarlo para la reflexión y, una vez ganado, llegará el momento de entrar en el
camino que lleva a lo conciso.
I.3. La exposición.
Carles Duarte[xi] considera, entre otras, como características del lenguaje jurídico, la formalidad, cortesía, objetividad,
precisión, concisión y claridad. De estas notas, que están aplicadas también al lenguaje administrativo, pueden ser
destacadas en el informe oral todas y cada una de ellas.
El informe forense, por más que lo parezca en ocasiones y ante oradores excepcionales, nunca fluye con una
espontaneidad natural. El informe forense nunca es, ni debe ser, producto nacido de la improvisación. Por más que
haya que dejar algunos márgenes a la improvisación, la improvisación no equivale a la pura espontaneidad; es como la
floración en el ambiente propio, bajo estímulos que solo se dan en los estrados, tras la siembra de ideas que se ha ido
produciendo a lo largo de la reflexión[xii].
Ha de ser cortés, preciso, conciso y claro.
La cortesía es una prenda oral de respeto hacia los jueces y hacia los contrarios, cortesía que ennoblece el discurso, sin
desdoro de la defensa de los intereses en juego. La cortesía no necesita preparación personal, porque se es cortés con

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y sin discurso. La cortesía es un don casi innato de la personalidad y, por cultura y buena crianza, una de las normas
más elementales y positivas del trato social. Corteses siempre en el lenguaje forense hablado.
La precisión representa la construcción de una difícil arquitectura oral. El lenguaje forense preciso sí requiere
preparación. La precisión se va logrando con la experiencia, pero es una cota a la que debemos llegar.
La concisión es el fruto del dominio de la materia que, condensada, agotada, mas no diluida, se acomoda a los módulos
expresivos indispensables para contenerla y trasladarla.[xiii]
Y hablemos finalmente de la claridad.
Los escolásticos consideraban que un concepto de objeto es claro cuando permite distinguir el objeto de otros objetos,
por más que un concepto claro pueda ser distinto o indistinto, siendo el primero el que permite distinguir el objeto de
otros por medio de denominaciones intrínsecas, esto es exhibiendo las características o notas que lo constituyen[xiv]. A
la claridad se refiere A. Hernández Gil[xv] haciendo un canto y una exaltación de esta nota para él fundamental. La
claridad, nos dice,[xvi] está muy lejos de consistir en el mero revestimiento externo. No es la blancura de la pared,; es el
poder de penetración de la luz. Concierne a la forma y al fondo; a la palabra y al pensamiento. Las cosas o las
cuestiones pueden ser desde el punto de vista de la inteligibilidad sencillas o complejas , fáciles o difíciles, asequibles o
escurridizas. La claridad, en ningún caso perturbadora de la sencillez, es el esfuerzo por la nitidez de la comprensión, y
no hay que confundir la claridad con la simplicidad o elementalidad.

II. LENGUAJE ANTE EL TRIBUNAL DEL JURADO


El iniciar una breve reflexión sobre el lenguaje ante el Tribunal del Jurado, nos asalta un interrogante también aplicable
a la comunicación forense antes estudiada. ¿Puede hablarse de crisis del lenguaje jurídico?
Pienso que de darse la situación crítica, es posible pensar que nunca sería una crisis en sí misma, pues resulta
inacabable y pleno como tal lenguaje además de contener en sí todo esto: su vocabulario, etimología y antecedentes, el
gran Derecho de Roma, la codificación francesa y toda la expresividad de nuestro Derecho.
Quizá el paso del tiempo apunte pálidas luminarias de crisis. De las grandes leyes del siglo XIX a las preponderantes
exigencias de hoy en la normativa jurídica, hay una distancia grande, diría yo que espectacular. Baste con pensar, sin
animosidad y siempre con espíritu generoso, la Ley de Enjuiciamiento Criminal, precedida de su exposición de motivos,
precisa, perfecta y monumental y, del otro lado de la balanza, la tan reciente Ley Orgánica del Código Penal, apenas
introducida en una Exposición de motivos tan técnica y plana, que parece olvidar la necesaria pasión intelectual de la
normativa que a todos nos obliga.
Lenguaje forense no es más que el relacionado con los tribunales y la Administración de Justicia. Esa relación supone
un principio de alteridad entre el abogado y el tribunal, pero confluye además en otro destinatario, cuando lo hay,
principal en esta Ponencia, el Jurado. Al Jurado se le supone en sentido amplio un punto de vista acerca de la Justicia a
la hora de entender el Derecho. El Jurado, retomando al Ortega más didáctico y universitario, tiene una idea de verdad
fundamental, pues las verdades fundamentales tienen que estar siempre a la mano, porque solo así son fundamentales.
El Tribunal del Jurado ha de hallarse en la situación jurídica de la verdad que ha de conocer, pero censurable sería
confundir lo que antaño se denominó, en la mejor filosofía jurídica, “Derecho de los juristas” y “Derecho popular”. Es
verdad, Legaz Lacambra dixit, que el Derecho es una forma de vida social, que requiere su comprensión, su aceptación
y asimilación. Pero no menos cierto es también, que la complejidad normativa no podría abandonarse a la idea vaga y
simple, diríamos que natural, yacente en toda persona.
Las normas de procedimiento tienen mucho de liturgia procesal. La liturgia no solo exalta el porqué y para qué del
procedimiento en sí, pues que atesora, además, el significado último del deber ser, de lo justo, La palabra, siguiendo los
procedimientos dictados en la ley, alcanza lo que hoy estudia la ciencia más en alza, la ciencia de los signos, la
semiótica o, por mejor decir, la semiología en toda su acepción. Todo signo lleva a otro signo. Todo signo jurídico, toda
palabra, lleva a otro o a otra, restando al final, no “el nombre desnudo de las cosas”, como dijera Umberto Eco, sino un
resultado, un parecer de justicia, un ejercicio de derecho.
En esa justicia procesal, sin jurado, la oratoria forense, especializada, ha de darse por supuesta. La especialización es
mucho más que el discurso, lleno de matices y complejo, que abraza las posibilidades de defensa y seguridad jurídica.
La especialización responde a la ideal colosal, de todos los intervinientes en el proceso, de la plenitud del Derecho, en
su filosofía como tal y, además, como ciencia. Y esa oratoria forense ha de ser en extremo cuidadosa. En primer
término porque todo el vocabulario procesal y afecto a las ideas de Justicia y Derecho ha venido formándose desde
hace siglos. La palabra requiere atenciones, pocos excesos y, fundamentalmente, rigor. En segundo lugar, porque no
hay mayor eficacia que la del vocablo ajustado. Y, en último término, porque el lenguaje demanda conjugación, no es un
instituto animado por sí, precisa de una peculiar arquitectura, para no caer en lo que Cervantes denomina “juicios sin
discurso y temerarios”.
El lenguaje jurídico es un lenguaje de especialidad[xvii], conjunto de registros o variedades funcionales que se dan en
un mismo campo profesional. El lenguaje jurídico , como propio de las disciplinas técnicas y científicas, es un lenguaje
tecnolecto y comparte con los otros lenguajes de especialidad, según Duarte Monserrat, obra citada, la precisión
(univocidad terminológica y, por tanto, ausencia de sinonimia), la formalidad (neutralidad afectiva y carencia de
elementos emotivos), la impersonalidad y el carácter estrictamente funcional del lenguaje.

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El lenguaje ante el Tribunal del Jurado no ha de cumplir todos los requisitos expresados en el párrafo anterior, ya que
con independencia de que el lenguaje jurídico se expresa a través de la oratoria forense, no es el mismo destinatario el
Tribunal ordinario que el Tribunal especial del Jurado. Habrá de ser, el informe oral ante el Jurado, siempre preciso (la
precisión como regla de oro de lo jurídico, extremo y cualidad no siempre comprendidas por algún justiciable, que
piensa y siente que es mejor el letrado que habla más), pero dentro de la formalidad y la impersonalidad, el lenguaje
tendrá notas diferenciadoras. La emotividad en los argumentos será mejor recibida y el letrado personalizará más su
discurso. Una nueva técnica se impone en este nuevo proceso.

A MODO DE CONCLUSIONES
La discusión verbal es el laboratorio del jurista y, por tanto, del abogado.
Importancia capital del informe oral como expresión del lenguaje jurídico hablado.
El informe oral representa una puesta en situación del abogado ante el asunto, en presencial del contradictor y ante los
que han de decidir.
La preparación personal en la oratoria forense está marcada por el hábito y la propia experiencia del abogado más que
por el aprendizaje.
La improvisación, a veces –pocas- oportuna, es mala compañera de la oratoria forense.
La preparación de la intervención debe aspirar a ser minuciosa y completa
El informe forense debe aspirar a ser cortés, preciso, conciso y claro.
El lenguaje jurídico ha de ser lo suficientemente claro y preciso para no ofrecer dificultades a la comprensión de la
mayoría de los miembros del grupo social a quienes va dirigido.
Ante el Jurado, la especificidad del lenguaje jurídico ha de ser expresada de forma más cuidadosa, teniendo en cuenta
el escaso conocimiento jurídico de sus miembros.
Toda narración ante el Jurado puede ir acompañada de notas emotivas.
El lenguaje jurídico ante el Tribunal del Jurado es diferente, pero su exposición requiere por parte del orador la intuición
receptiva de los miembros que lo componen.
Ramón Bello Bañón

[i] Bertrand Russell. “Fundamentos de Filosofía”


[ii] A.J.Ayer. “Significado y uso.-Los problemas centrales de la Filosofía.”
[iii] José Hierro S.Pescador. “Lenguaje”.Diccionario de Filosofía contemporánea.Ediciones Sígueme. Salamanca 1985.
[iv] William P.Alston.”Filosofía del lenguaje”.Alianza Universidad. Madrid 1974.Pág.16
[v] Antonio Hernández Gil. “Conceptos jurídicos fundamentales” Obras completas. Tomo I. Espasa Calpe S.A. 1987
[vi] Antonio Fernández-Galiano y Benito de Castro Cid. “Lecciones de teoría del Derecho y Derecho Natural”. Editorial
Universitaria, S.A. Madrid, 1993.
[vii] A.Fernández-Galiano y De Castro Cid. Obra citada. Pág. 23-24
[viii] Obra citada, pág. 644
[ix] Obra citada, pág.645.
[x] Antonio Maura Montaner. “Discurso de recepción en la Real Academia de la Lengua”.
[xi] “Lenguaje administrativo y lenguaje jurídico”. Cuadernos de Derecho Judicial.
[xii] A.Hernandez Gil. “Peculiaridad de la expresión oral”. O.C. pág.653
[xiii] A.Hernández Gil “Concisión y síntesis”. OC. Pág 655
[xiv] José Ferrater Mora. “Diccionario de Filosofía”. Tomo I, pág.511
[xv] “El informe oral. Algunas notas características”. Obra citada. Págs. 643 y ss.
[xvi] “Exaltación de la claridad”. O.C.
[xvii] Carles Duarte Monserrat. “Lenguaje administrativo y lenguaje jurídico”. Cuadernos de Derecho Judicial

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