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Jean-Jacques Rousseau

Nacido en Ginebra el 28 de Junio de 1712, Rousseau pertenecía a una familia


económicamente modesta y de religión protestante de la que recibió una deficiente
educación; muere en Ermenonville, Francia, a fecha de 1778.

Aunque Rousseau se ha preocupado toda su vida del problema de la educación no puede


considerárselo como un educador comparable a Pestalozzi, Kerschensteiner o Decroly. Es
más bien un filósofo como Montaigne, a quien todo debe. Por lo tanto, sería un error buscar
en su obra técnicas pedagógicas concretas. Rousseau se ocupa en la filosofía de la educación
y no en las didácticas particulares. Los ejemplos de su método que nos brinda no deben
tomarse nunca más que como ilustraciones, a menudo mediocres, y no como modelos a
imitar.

Otro error igualmente grave consiste en considerar como única obra del Rousseaus
pedagogo el Emilio, y a veces sólo los primeros libros del Emilio. Ahora bien, son los dos
últimos libros los que iluminan el sentido general de la obra, y su propio significado no puede
captarse más que en función de toda la doctrina: por lo tanto, hay que acudir también a los
Discursos, a la Julia, al Contrato y a los escritos menores.
Observemos primero que el Emilio, el Contrato y la Julia fueron meditados al mismo tiempo.
Rosseau empieza a pensar en el Emilio en 1753 o 1754 y habla de esa “nueva empresa” en
una carta de 1757; pero no lo termina hasta 1759 o 1760, pues no se consagró a él de lleno
hasta que acabó la Julia. En cuanto al Contrato, la idea nació en 1750-1751, y apareció un
mes antes que el Emilio, que contiene un resumen de aquél.
En particular, Rousseau señala el lazo que une “ese primer Discurso, el que versa sobre la
desigualdad y el Tratado de la educación, tres obras inseparables y que forman un mismo
todo”; en otro lugar dice del Emilio que es un “tratado de la bondad natural del hombre”, cita
que nos trae de nuevo a los Discursos.
Se comprende que Rousseau haya podido decir desde el principio del libro I del Emilio:
“Nuestro verdadero estudio es el de la condición humana”. Se comprende también que los
dos últimos libros sean los más importantes, puesto que contienen la Profesión de fe, el
resumen del Contrato y toda la pedagogía referente a la inclusión del hombre en la sociedad
moral, que constituye la vocación propiamente humana. En cambio, el problema que plantea
el Emilio rebasa, pues, el marco de la educación infantil. O, mejor dicho, las intenciones
pedagógicas son inseparables de las intenciones filosóficas, políticas, religiosas y morales.

La respuesta a la filosofía de la que depende el Emilio la encontramos en la primera página


del Emilio, que es como un índice de filosofía de Rousseau. “Todo está bien cuando sale de
las manos del Autor de las cosas”; esto equivale a afirmar que el problema pedagógico está
subordinado a consideraciones que suponen la existencia de una teología y de una de la
Providencia. Seguir a la naturaleza, seguir la virtud, es seguir a Dios. El culto a la naturaleza
depende de la visión providencialista del mundo.

En general, nuestra norma consistirá en seguir a la naturaleza. Ahora bien, la integración en


la sociedad es para Rousseau la vocación del hombre y el equivalente del pecado original. En
el Emilio, Rousseau, considera: “Todo degenera entre las manos del hombre…, no quiere
nada tal como lo hizo la naturaleza”.
Hemos de tener claro que no es posible que la solución del problema resida en una vida
solidaria, al margen de la sociedad. No sería posible porque en primer lugar, no
encontraríamos ningún país desierto y en segundo lugar, porque esto sería abandonar
nuestra vocación social. Es la sociedad la que “hace un hombre y un ser inteligente de un
animal estúpido y limitado”. Por lo tanto debemos reconocer que nuestra condición humana
de ser libre y social es buena, aunque dicha condición suponga una elección y un riego
difíciles.

El objeto del Contrato era constituir una sociedad racional que respete la naturaleza. Pero
dicho objeto estaba considerado desde un punto de vista colectivo. El Emilio persigue el
mismo fin en el plano insividual. Para que una persona cumpla con su deber de ciudadano, y
también su deber religioso, no basta con dejar obrar a la naturaleza; son necesarios muchos
cuidados. Si no se tiene cuidado, si no se recuerda que “nuestra espécie no quiere que se la
moldee a medias”, sólo se obtendrán semisabios como los que denuncia el primer Discurso.

El Emilio desarrolla un proyecto de educación doméstica. Cabe destacar, que hasta en el


Emilio Rousseau alaba los ejercicios colectivos y públicos de Esparta. Hay, pues, que
reconocer en Rousseau una preferencia por una educación pública de índole mancomunada,
que concuerda perfectamente con la política del Contrato. Pero la ideal educación pública no
tiene sitio en nuestra corrompida sociedad, porque supone una ciudad de hombres libres.

Rousseau hubiera podido escribir un tratado de la educación que hubiese colocado a la


educación pública en primer lugar, pero para qué si semejante educación era imposible de
aplicar a nuestra sociedad.
Toda educación entraña un riesgo. Ya el Emilio declaraba que era casi imposible que una
educación triunfara; pero también con surte, puede alcanzarse. En medio de la perversión
general dice que existen algunas personalidades no corrompidas.
Rousseau decía que para reformar la sociedad era preciso empezar por la familia y no por el
Estado. Por lo tanto, reformando la educación en los medios limitados y propicios de ciertas
familias, es como mejor podremos empezar las reformas necesarias; pues hay que empezar
por una sociedad limitada.
En estas ensoñaciones respecto a la educación el aspecto social sigue siendo la base. El
Emilio cierra una serie de obras consagradas al problema de la ciudad.

Rousseau ha comprendido hasta qué punto depende la vida moral del ambiente en que se
desarrolla la infancia. Las ideas más importantes de la obra son, para el autor, los dos
últimos libros, como ya hemos dicho anteriormente. Esos dos últimos libros tratan el
problema de la integración social, del tránsito de la infancia a la pubertad. Rousseau afirma
repetidamente que es ahí donde empieza la verdadera educación.

Responder a la vocación humana, es ocupar el lugar que nos correspone; es seguir siendo
uno mismo, negarse a extenderse hacia fuera. En todas sus obras Rousseau no deja de
insistir en esa necesaria restricción del ser en sí mismo. Defiende una educación que ponga a
la patria en primer plan. Vivimos en una época inestable. Dicha inestabilidad social nos
permite descuidar los factores artificiales y justifica una educación según la naturaleza.

Debemos mencionar que por encima de la vocación del hombre subsisten unas vocaciones
particulares subordinadas las cuales son la edad y el carácter. Las diferencias de edad no son
artificiales como las diferencias de clases, sino naturales. Rousseau decía que si el hombre
naciera adulto, sería un perfecto imbécil, un autómata, no sabría siquiera andar ni comer. Es
en la infancia cuando el niño, utilizando los datos de sus sentidos, logra construir a la vez las
conductas humanas y la razón. Conviene, pues, respetar la infancia y no hacer como esos
educadores que buscan siempre al hombre en el niño.
La pedagogía de Rousseau será una pedagogía funcional. Pero, la originalidad de Rousseua
reside en que, en él, esas pedagogías dependen de una pedagogía de la vocación humana.

Rousseau no insiste sobre la diversidad de las educaciones en función de los caracteres. Se


contenta con señalar que el problema se plantea sobre todo en la adolescencia. En ese
terreno, como en el de la edad, lo más importante es observar, a fin de poder respetar la
naturaleza.
Para él, era importante que el maestro aprendiera primero a estudiar a los demás.

La pedagogía funcional será también la pedagogía de la felicidad, puesto que es la filosofía


de la vocación. Existe una coincidencia entre naturaleza y felicidad, que puede por sí sola
explicar la parte otorgada a la espontaneidad y a la felicidad en la educación de un niño. En
efecto, si la naturaleza coincide con la virtud, la vistud coincide con la felicidad.Cada edad
tiene su virtud y su felicidad particulares.

La sociedad actual es mala; la educación “positiva” que se inspira en ella, tiende a socializar
al niño demasiado pronto y a darle el conocimiento de los deberes del hombre. Se pretende
enseñar al niño la moral adulta; esto, de hecho, es abrir la puerta a los llamados vicios.
Puesto demasiado pronto en contacto con los vicios contra los cuales se le quiere proteger,
incapaz todavía de condenarlos y dominarse, los acepta.

Lo difícil, tanto en la vida moral como en la educación, es evitar correr el peligro de la


perversión por falta de pridencia. De ahí que “la más grande, importante y útil regla de toda
educación… no es ganar tiempo, sino perderlo”. Rousseau no cesa en repetir que importan
rezagarse lo más posible ya que los “defectos del cuerpo y del alma proceden casi siempre
de los mismo; se quiere hacerlos hombres antes de tiempo”.

Es así, yendo lentamente, como se prepará mejor el porvenir. Es necesario elegir con
previsión los momentos de decir ciertas cosas ya que hay un momento para cada cosa.
Si es necesario retardarlo todo, prepararlo todo, es, ante todo, con el fin de evitar
desviaciones precoces que proceden de la influencia social, y fortalecer el alma antes de
exponerla al peligro. Es también para conservarle su libertad. Por el contrato social el hombre
conquista su libertad moral. Así la pedagogía que apela a una vocación social debe ser,
asimismo, una pedagogía de la libertad.

Roussea declara que debe de haber libertad física ante todas las cosas. Así de esa manera,
valiendose por si mismo, poseerá la verdadera libertad, que consiste en obedecer a la ley
que se ha prescrito mediante la razón, como en la infancia a someterse a la necesidad.

Puesto que cada edad tiene sus características propias, tiene también sus “deberes” y sus
“móviles”. A cada edad corresponde, por lo tanto, un tipo de educación. Pero es preciso tener
en cuenta que no se dan en el desarrollo del niño unas a manera de sucesivas metamorfosis,
cada una de las cuales ofreciera un ser autónomo. El niño se basta a sí mismo porque no
tiene necesidad alguna de las perfecciones del adulto, pero el papel de la infacia es preparar
la vida de la edad viril.
En cada edad, apelando a los móviles propios de esa edad, es necesario que consideremos
también la vocación final, el estado de hombre. La educación no consiste en una serie de
metamorfosis, sino en un continuo acrecentamiento. Son siempre los mismos móviles los que
actúan, pero en planos cada vez más amplios y en niveles cada vez más elevados.

Es necesario ante todo aprender a pensar. Pensar es un arte que aprende el hombre, como
todos los demás. Con lo cual primero se deben preparar las subestructuras del pensamiento.
El pensamiento comienza por las sensaciones; éstas, al combinarse, crean primero una
“razón sensitiva”, ideas, y luego, mediante la combinación de las ideas, producen la razón
intelectual, que es la verdadera razón humana. Si la razón sensitiva aparece
progresivamente en el puer, la razón verdadera no aparece antes de los 15 años, “la edad de
la razón” de acuerdo con la nota puesta por Rousseau mismo en su manuscrito.

El móvil de los estudios será el mismo de antes pero ampliado por el conocimiento. No
busquemos pues, otro móvil a sus estudios. Recordemos que sigue guiándole el amor de sí
mismo, que ni siquiera tiene todavía la menor noción de las cosas morales, que su razón
sigue siendo sensitiva. Se comprende entonces la importancia capital de las labores
manuales y las técnicas, en esa edad. Y los conocimientos especulativos no están a nivel de
los niños porque estós no saben manejar aún la idea; sólo serán útiles después de la
adolescencia.

A los 15 años “sólo se posee conocimientos naturales y puramente físicos…conoce las


relaciones esenciales del hombre con las cosas, pero nada de las relaciones morales del
hombre con el hombre”. A Rousseau lo que le importa es adquirir los instrumentos para las
los primeros pasos. Con la adolescencia pasa a un primer plan la educación moral. Rousseau
afirma, con frecuencia, la primicía de la educación sobre la instrucción.

En la edad de la razón (los 15 años) ya posee el niño los instrumentos necesarios para vencer
los obstáculos con que va a tropezar en los terrenos de lo moral y lo social. Pero esta edad de
la razón es también la de un “segundo nacimiento”, la de la crisis que se hace patente por la
diferenciación de los sexos y el impulso de las pasiones nacientes.

Como el amor de sí del cual ermanan, las pasiones, obra de Dios, son buenas en sí mismas;
contribuyen a la conservación del individuo y de la espécie. Pero cuando el amor de sí mismo
se convierte en amor propio, deseo de distinguirse, vanidad, etc., entonces nacen pasiones
peligrosas y no naturales, que son las que se encuentran en el mundo civilizado. El hombre
lleva entonces una “máscara”, se conduce, no según la naturaleza, sino siguiendo un
ejemplo que lo corrompe, y el prejuicio social.

Para luchar contra estas pasiones peligrosas es necesario distinguir 2 etapas; una de
preparación, que llega hasta los 18 años, y luego una de prueba hasta el matrimonio. Contra
las pasiones, emplearemos ante todo subterfugios, ya que si utilizamos únicamente la razón
sería imponente. Opongamos las pasiones a las pasiones.

Individualmente la conciencia puede guiar a la razón e ir más lejos que ella; pero necesita de
la razón para desarrollarseu. Inversamente, además, la sola razón es insuficiente. Según
Rosseau, un joven que ha sido tan bien educado ya no correrá en él un gran peligro. Sabrá
pedir ayuda del preceptor, en el momento mismo en que éste quiere devolverle por fin su
libertad; y, por su parte, el preceptor, en lo sucesivo frente a un hombre, podrá hablarle el
lenguaje de un hombre y, en un momento dado, no vacilará en darle una orden, sabiendo
que el niño puede comprender el motivo de esa conducta.

Ahora podemos ir pensando en una aunténtica inserción de nuestro personaje en la sociedad.


Esta “socialización” no llega sino hasta el final de la aventura y sale ganando con ese retraso.
Es de entender que para Rosseau no era posible tratar de otra manera los problemas
planteados, pues aquí tropezamos mucho más que en la adolescencia, con las diversidades
humanas, no sólo de caracteres sino también de situaciones. Pero a través de éstas hay
principios generales que subsisten.

El primero es que el niño aprendió a dominar sus sentimientos. El segundo principio general
es justamente que la ciudad vaya antes que cualquier otra cosa. Finalmente, un tercer
principio es el del esfuerzo. La pedagogía de Rousseau es, al fin y al cabo, una pedagogía del
esfuerzo. Y no puede ser de otro modo, porque la condición humana es la de un ser que no
realiza su vocación natural más que a fuerza de convenciones y artificios. La educación del
hombre no acaba a los 12 años ni a los 15; debe proseguir hasta que el joven, por su
participación en la vida adulta, por su inclusión en la ciudad, haya llegado por fin a la
madurez.

Convendría en nuestro sentir, examinar ante todo los postulados esenciales del sistema que
son 3: I) La naturaleza es buena, porque es de origen divino; II) La sociedad actual es mala; y
III) La libertad es la obendiencia absoluta a la ley de la ciudad ideal.

En resumen, podemos afirmar que en su obra, el Emilio, establece que el verdadero estudio
es el de la condición humana. Para Rousseau reconstruir al hombre social es la meta
fundamental de la educación. La educación, según él, debe adaptarse a la infancia, incluso a
cada edad de la infancia. Según Rousseau, el problema se plantea sobre todo en la
adolescencia y tiene claro que el maestro debe aprender a estudiar primero a los demás. Su
propósito no es preocuparles la ciencia, si no, cuando lo necesiten, hacer que la estimen y la
amen de verdad.
Sheila Rodríguez López.
1º Grado en Pedagogía, Historia de la Educación.

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