La persona del año eres tú”, sentenció la revista Time en diciembre del año
pasado, llevando en la portada un espejo. La revista aludía de esta forma a los
usuarios de la red, regidos hoy por la segunda generación de internautas conocida como Web 2.0, distinta a la camada que se extinguió con el estallido de la burbuja económica del Punto-Com, a finales de los años noventa. Hoy los apologistas celebran el surgimiento de Wikipedia, YouTube, MySpace, Blogger.com, donde los contenidos de la red son prácticamente dictados por los propios usuarios. Esto diferencia a la segunda generación internáutica de la primera, además de la conexión móvil que le da a internet un carácter ubicuo, ya no confinado al escritorio de una habitación. Redacto esto en mi computadora como en una máquina de escribir pero al mismo tiempo estoy conectado a internet por WiFi, descargo música de los grupos más disímiles, recibo constantes invitaciones para leer algún blog o solicitudes de videoconferencias por ichat y recados por MSN que acepto o rechazo según me convenga. En todo caso, experimento una sensación de confluencia informática, a la vez que un sentimiento de sincronía casi ontológica. En todo momento pueden contactarme mis amigos o simplemente otros habitantes de las redes afines a mis intereses. Parece un mundo idílico. Ahora mismo recibo un MSN de una chica de Tijuana informándome sobre su nuevo sitio, un “distribuidor de audio en línea autogestionario”: “Ya quedó listo nuestro netlabel, ahora sí baja muchos mp3! de www.d-i- net.org”. Como siempre, los apologistas creen que el universo se reinventa con cada hallazgo internáutico, afirmando que internet ha llevado el poder a las manos de “la gente común” (suelen no mencionar la parte oscura del proceso, como la censura). La sentencia es excesiva, desde luego. Lo cierto es que la generación del Web 2.0 acelera la tendencia de las subculturas hacia la autogestión. Dicho de otra manera, desde la invención de la imprenta hasta la aparición de la computadora, o desde el invento del cilindro de cera que permitió registrar permanentemente el sonido, hasta el lanzamiento de la tornamesa o los sintetizadores, los hallazgos tecnológicos normalizados en la vida cotidiana de cada vez más segmentos de la población, han reciclado el choque entre la gestión horizontal de la tecnología (y los valores culturales asociados a ella) versus la gestión vertical de los corporativos que imponen un consumo pasivo. Una tensión que nunca terminará de resolverse, aunque a veces un avance tecnológico llegue a expandir las posibilidades de gestión directa y hasta a generar nuevos campos culturales (v.g. la aparición del protagonista más emblemático de la cultura del baile actual, el DJ, fue factible sólo a partir del registro del sonido). Nuestra civilización consumista engendra a sus contrarios, aunque no los supera. Por un lado fomenta el consumo acrítico, por el otro genera en cada vez más individuos y comunidades la necesidad de participar en la toma de decisiones. Con la posibilidad de grabar el sonido aparecieron las disqueras que pronto dominaron las escenas del baile y la radio, sustituyendo a las bandas en vivo y acaparando las decisiones sobre qué escuchar. Los músicos de los cincuenta sólo podían aspirar a ser “descubiertos” por los magnates discográficos y, si todavía en los años ochenta los rockeros se quejaban porque los sellos no los firmaban, hoy parece más glamoroso producir tu propio disco. Un imperativo categórico Este cambio de mentalidad puede rastrearse tanto en el extranjero como en México. Tiene que ver con el avance de la tecnología pero también con su abaratamiento que, sobre todo a lo largo de los años ochenta en países como Inglaterra y Estados Unidos, puso al alcance del artista las condiciones de producción. Desde los años sesenta existieron sellos independientes en Estados Unidos (Motown, Stax, Chess, Sun y Atlantic), pero que a principios de los setenta fueron absorbidos por las grandes discográficas. El movimiento indie como tal surge con el punk y su filosofía DIY (Do It Yourself), aunque sonoramente abarcaba varios estilos. Kmike Watt, bajista de Minutemen, sintetiza esa actitud: “El punk era más que sólo formar una banda, tenía que ver con echar a andar un sello, con salir de gira; con tomar el control. Con la misma actitud que muestras al escribir una canción, simplemente lo haces”. [1] De pronto la subterraneidad fue tanto o más digna que el superestrellato. Como escribe Michael Azerrad: “El subterráneo indie permitió que una forma de vida modesta fuera no solamente atractiva, sino incluso un imperativo moral categórico”. [2] Antes que la fama o la cantidad de discos vendidos, la escena indie valoraba la calidad del propio trabajo y la actitud que se tomaba ante él: “esta idea invirtió el destino del innovador, hasta entonces una batalla cuesta arriba a través de la oscuridad, la pobreza y la frustración. En el microcosmos de los sellos independientes pudieron florecer los innovadores, disfrutar de respeto y admiración por su trabajo, recibir el aplauso e incluso la remuneración por apegarse a su propio punto de vista. Bajar la puntería significó elevar las perspectivas”. [3] En el subterráneo de 1984 sonaban Meat Puppets, Hüsker Dü, Minutemen, Replacements, Black Flag, mientras que en el mainstream se oía lo de siempre, Lionel Richie, Yes, Phil Collins. Pronto las grandes disqueras firmaron algunas bandas indies, pero muchas prefirieron mantenerse fieles a sus principios independientes porque ya existía una serie de circuitos autónomos que otorgaba una gran proyección a los grupos sin necesidad de recurrir a la industria del entretenimiento. [4] Se trataba de un mundo conformado por redes y cooperativas de fanzines, estaciones de radio subterráneas y college radio, pequeñas tiendas de discos (mom-and-pop record stores), disqueras y distribuidoras de discos independientes, bares y foros alternativos, tip-sheets, booking agents y fans que, durante más de una década, se mantuvieron en actividad sin que el mainstream se diera cuenta, con grupos como Sonic Youth, Mission of Burma, Minor Threat, R.E.M. y muchos otros. Si bien los sellos corporativos firmaron a los grupos under, “no podían cooptar la infraestructura del punk —las escenas, los sellos, las radiodifusoras, los fanzines y las tiendas subterráneos—. Esta fue la herencia más perdurable del punk”. [5] Hasta la radio fue un territorio de combate. Por un lado estaba la radio comercial controlada por un pequeño grupo de firmas de consultoría que mantenía fuera a la música nueva, por el otro los shows indies del college radio llegando cada vez a más gente. Entre los años 1981 y 1991 el movimiento indie vio aparecer sellos como SST, Dischord, Touch & Go, Sub Pop, Slash, Taang!, Frontier, Posh Boy, Coyote, Alternative Tentacles, Dangerhouse, Bar/None, Pith-a-Tent, Wax Trax, entre muchísimos otros, pero también la multiplicación de los fanzines, órganos informativos de la escena independiente por antonomasia, surgidos lustros atrás gracias a las tecnologías de impresión como el mimeógrafo e incluso las fotocopiadoras, socorridas herramientas previas a las computadoras personales: “La mayoría de los fanzines comenzaron como vociferantes fotocopias hechas por gente frustrada porque las revistas del mainstream ignoraban toda esa nueva música excitante. Algunos crecieron hasta alcanzar gran influencia (Flipside, Maximumrocknroll y Forced Exposure), pero había cientos de zines más pequeños realizados colectivamente y enmarcados en la estética indie”. [6] Hacia la red de redes En 1991 salió el álbum Nevermind de Nirvana, que en poco tiempo superó a Michael Jackson en los charts de la revista Billboard. Con la década comenzaba también el acelerado desarrollo del Punto-Com. Hoy, con la Web 2.0, hay más recursos para que los grupos promocionen sus trabajos y tocadas: blogs, MySpace.com, netlabels, listas de correos electrónicos en torno a todo tipo de géneros musicales, incluyendo aquellos estilos asociados a generaciones musicales previas (como jazzmestizo.com). Incluso encontramos comunidades virtuales relacionadas con géneros campesinos como sonjarocho.com, donde los usuarios, radicados en Jaltipan, Veracruz, o en el DF, en la Huasteca Potosina o en la misma España, comparten técnicas de laudería y versificación o noticias sobre nuevas grabaciones, invitaciones a fandangos y conciertos. El caso mexicano En los años setenta también tuvimos disqueras aquí que reivindicaban la independencia y que dieron salida a diversos géneros musicales que no eran atendidos por la gran industria, por ejemplo la Nueva Canción, aunque tampoco resultaron suficientes para la creciente oferta musical del país. Recordemos que entonces el rock era considerado por algunos sectores artísticos e intelectuales como imperialista. En esa década era caro acceder a la tecnología y los pocos rockeros que pudieron sacar su material por canales propios lo hicieron por no tener opción y no por convicción autogestionaria. A finales de la década de los años ochenta la industria discográfica mexicana descubrió que el rock mexicano también vendía, sin embargo, fueron pocas las bandas fichadas por los grandes sellos. La mayoría de la producción musical se realizó mediante grabaciones independientes, principalmente en cassettes, ante la fatal indiferencia de los corporativos. Más tarde, entusiasmadas por el auge del movimiento indie en anglosajonia y en Europa, durante los noventa los corporativos mexicanos intentaron subirse a la cresta del movimiento subte y crearon disqueras independientes dentro de su seno. La primera fue discos Culebra, del grupo Bertelsman (BMG), que duró poco más de un lustro. Resultó imposible sostener la ficción de hacer pasar por independiente a un sello desde un corporativo, como si se tratara de un marsupial. Al terminar los años noventa las bandas fichadas volvieron a la independencia, a la vez que más grupos noveles aspiraban a sacar su trabajo por vías independientes, ya con una actitud reivindicativa. Auge del indie y la electrónica mexicanos La búsqueda de la independencia se ve reforzada por el creciente acceso a las computadoras personales y a internet, ahora incluso móvil. En México confluyen los grupos del rock indie como Porter, Bengala, Dynamites, Austin TV, Niña, Cultas, Los Abandoned y otros, con la escena de la electrónica (o basada en “estéticas digitales”) que, obviamente, encuentra su medio de distribución natural en la web. A sellos como Konfort, Abolipop, Noise Control y netlabels como Filtro, la red les acorta distancias y costos de producción y distribución. Fran Ilich, del netlabel Música Para Espías, comenta: “La música electrónica desde su aparición ha innovado constantemente los modos de producir y distribuir música. Si en un principio tuvimos música creada por completo con sintetizadores, ahora se produce en estudios de recámara, con equipo de grabación bastante accesible. La cultura del DJ recupera al vinil en una época que parecía pertenecer por completo al CD. Además, aparecen los white labels, discos sin etiquetas donde lo importante es el contenido y no el productor ni la disquera. Con la popularización del internet surgen formatos de audio como el mp3, a un décimo de compresión del formato de CD. Qué decir de las nuevas formas de distribución de audio vía internet, o de los netlabels que posibilitan la distribución masiva de discos virtuales que nunca se imprimen y que, por el contrario, se descargan de internet para ser escuchados en mp3 players, en computadoras o en el iPod”. Si bien estamos ante un proceso cultural y tecnológico que ha significado la liberación de los músicos ante el maltrato de las grandes disqueras, también ofrece nuevos problemas derivados de la excesiva concentración de poder de los grandes corporativos de la comunicación, ahora en internet, que ya echan mano hasta de la censura, sobre todo en países como China e Irán. Algunas personas hablan ya sobre un futuro donde se cobrará cualquier tipo de servicio a todos los usuarios, incluyendo el envío de cada correo electrónico. Esta circunstancia ha abierto la polémica sobre temas como la propiedad intelectual, los derechos de autor, las licencias de creative commons y el copy left. Hoy el compositor puede grabar una canción en su recámara y un segundo después ponerla en línea para su distribución cibernética. La historia indie ha sido larga y no exenta de tensiones con los grandes corporativos, mismas que caracterizarán muchos de los procesos culturales del presente siglo. n