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XXI

“Macy’s day parade”

—¿Estás aquí?
Resonó un susurro que intentaba no romper violentamente el silencio,
pero a la vez ser oído por sobre el sonido del agua cayendo en la ducha. Mike
Davis golpeó un par de veces la puerta del baño, con los nudillos, pero sin recibir
respuesta.
—¿Puedo entrar?
Volvió a hablar, echándole una mirada al umbral de la habitación donde
su pequeña hija dormía plácidamente, sin querer molestarla. Oía como la lluvia de
agua simplemente caía contra el suelo, sin percibir que hubiera algo que
detuviera su caída, lo que quería decir que Summer Burns no se estaría duchando
como parecía. Sin esperar mucho más entró, y encontró a su amiga dentro de la
ducha, completamente vestida, observando un punto fijo de la pared. Estaba
sentada, se sostenía las piernas con los brazos, como si intentara hacerse más
pequeña y desaparecer. Su rostro se levantó apenas hacia Mike, quien ya había
apagado la ducha.
—¿Pero qué…? —soltó él sin entender demasiado.
Buscó la toalla que había prolijamente doblada sobre el suelo y se metió
en la ducha para envolverla con ella. La muchacha no dijo nada, solo tiritaba del
frío que sus prendas empapadas le causaban. Apretó sus labios y solamente lo
observó. No iba a decir nada, y él lo sabía. Se agachó frente a ella y frotó un poco
sus brazos, por sobre la toalla, intentando darle algo de calor, mientras suspiraba.
—Iré por algo de ropa seca… ¿Por qué no te secas, te cambias y vas a la
cocina que te prepararé un café caliente?
Ella solo asintió una vez, observándolo por unos largos segundos hasta
que el joven decidió irse. Tras unos cuantos minutos, los que parecieron ser 15,
Summer se sentó en una de las sillas en la cocina. Su cabello aún goteaba agua,
humedeciendo los hombros del abrigo que su amigo le había dejado sobre la
cama. Se acomodó en la misma posición de antes, pegando sus piernas en su
pecho, por debajo del buzo ya que al tratarse de una prenda de Mike era más
amplia que las suyas. Él fue quien volvió a romper el silencio, cuando se acercó a
dejarle la taza delante de ella.
—¿Estás bien?
Summer hubiera contestado un simple si, pero mentir no era algo que
estuviera en sus habilidades, mucho menos con su mejor amigo. Así que optó por
ser honesta.
—No lo sé —sintió su voz ronca, quizás por su llanto. —Jane se durmió en
seguida después de que llegamos, me contó que había hecho un nuevo amiguito
en el jardín y…
—Sum —la interrumpió.
—Se llama Harry, comenzó ayer… —prosiguió, ignorándolo.
—Summer —subió el tono, haciéndola callar. —Mírame.
Su petición tardó un poco en cumplirse. La joven bebió un trago de café,
intentando pensar sobre el desorden que era su mente en ese momento y
finalmente alzó su vista a los ojos celestes que la llamaban. Ninguno dijo nada.
Mike sabía que ella no estaba bien y lo entendía, pero estaba preocupado, quería
decirle lo que lo había hecho volver repentinamente. Como si se tratase de un
sexto sentido, ella simplemente intuyó que algo no iba bien.
—¿Dónde está? —no obtuvo respuesta. —Mike, ¿dónde está Billie Joe?
—Él uhm… —carraspeó, desviando la mirada.
Eso fue todo lo que bastó para que ella se asegurara que había intuido
perfectamente la situación. Algo no había ido exactamente “bien” lo que
significaba que quizás Billie se había ido tan rápido como había llegado. Si eso era
cierto lo buscaría para darle la patada en la entrepierna más fuerte de todas.
—En el psiquiátrico.
—¡¿Qué?! —reaccionó Summer, saltando de la silla. —¡¿Estás loco?!
—Yo no —bromeó, sin gracia. Hizo una pausa ante la mirada que ella le
había dado. —Cálmate.
—¿Qué me calme…? ¡Michael, no puede ir ahí solo! ¿No te das cuenta
que…?
Se calló, saliendo por la cocina hacia el pasillo donde tomó las llaves del
auto del portallaves. Mike no tardó en ir tras ella, deteniéndola al tomarle un
brazo. La volteó a él, sosteniéndola para que no saliera.
—No fue mi intención, ¿si?
—¿Cuándo ibas a decirlo? ¿Y por qué demonios no fuiste con él? —intentó
soltarse.
—Se lo dije y… fue más rápido que yo. Se alejó en su auto, y cuando
quise hacer lo mismo me di cuenta que tu habías conducido hasta aquí y… te
encontré en la ducha, por lo que no pude decirte en seguida…
—Déjame —le ordenó ella, con los ojos húmedos.
—No es buena idea que vayas así. Ni siquiera pudiste hablarle… ¿qué
harás?
Tenía razón. Ni siquiera había podido articular una palabra al verlo volver,
pero eso no quería decir que le daba igual lo que pudiera llegar a pasarle cuando
se enterara de la salud de su madre. Aspiró aire, intentando calmarse y esta vez
tomó la mano de Mike con más cuidado, deshaciéndose de ella lentamente. Si no
podía hablarme al menos estaría a su lado en ese momento, eso si no era
demasiado tarde.
—Lo acompañaré.

—¿Señor?
El hombre de seguridad intentó llamar la atención del joven de cabello
rubio, quien observaba el cartel de la puerta 86, la cual estaba abierta. No obtuvo
réplica por lo que apoyó una mano sobre su hombro. Quizás la reacción que
obtuvo no fue la que esperaba, puesto que cuando el joven se defendió con un
golpe, el oficial calló al suelo.
—¡No puede entrar! —exclamó levantándose.
Billie Joe solo había atravesado la puerta donde se leía el nombre “Donna
Adams” cuando la imagen dentro prácticamente lo paralizó. Su madre,
desalineada, vestida con unas ropas blancas, estaba sentada en el borde de una
cama, observando la puerta con una expresión de terror en su rostro al ver aquel
extraño entrar en su cuarto.
—¿Mam…? —el hijo de voz se quebró antes de terminar la palabra.
Los gritos desaforados de la mujer fueron la respuesta.
—¡Auxilio!
El muchacho sintió una vez más aquella sensación como si alguien lo
apuñalara por la espalda. Todo le dio vueltas, intentó avanzar hacia la
habitación, pero una enfermera lo detuvo. El giró su rostro a ella, veía que
sus labios se movían pero no lograba oír nada por sobre el pitido que
invadía sus oídos. El de seguridad intentó agarrarlo, pero Billie logró zafarse,
y sin más salió corriendo del Hospital de Salud Mental. Corrió lo más rápido
que pudo hasta su auto, en el cual se encerró. Tomó la autopista que lo
llevaba a las afueras de la cuidad. Con desesperación buscó en la guantera
un frasco de pastillas. Se metió varias a la boca, las cuales tragó con la
ayuda de unos tragos de cerveza que tenía junto al asiento. Golpeó con
fuerza el volante, al tiempo que tomaba una salida que conocía bien a
donde lo llevaría, eso si lograba mantener sus ojos abiertos.

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