By Juan re-crivello
Hay semanas que la intensidad emocional nos impulsa a ir detrás de una u otra
situación. Luego llega el viernes y uno intentando reducir el estrés, pero sin medir
acción a su paso por una calle uno observa un cartel en la puerta -de una defunción
familiar. El negocio es de varias generaciones y decide salir en dirección a la antigua
iglesia. En el camino con la prisa uno se permite llamar a su esposa y a conocidos. La
entrada al oficio está en obras, y uno debe intentar colarse por un espacio pequeño
intentado llegar lo más cercano del atrio.
¿Que llevaba en si nuestro común desaparecido?.
Tal vez mortaja, aceite frito, amores, calumnias y algún error. En el desconsuelo
familiar, un testigo al azar sobrevuela su ceremonia. Un testigo que se ha asomado a su
balcón y deambula disperso y errático hasta descubrir que quien se había marchado,
¡está vivo en la primera fila!, con sus ojos llorosos y firme. Y deduce que aquel extraño
que le trajo al mundo, camina al olvido.
Nada es como nos parece. Excepto. La fría almohada, o el té seco metido con su cubito
en verano. O, la caliente lengua del amante, o la camiseta de algodón antigua y blanca.
Nada.
En la fría estepa, los lazos familiares se tejen dentro de un cubículo de madera y carne
de alce. En la cálida madeja mediterránea, depende si estamos en la ribera de los
católicos, occidental y lógica, ante lo cual le deseamos suerte y rezamos. Si es en la
ribera musulmana, un río de lenguas femeninas produce un sonido visceral.
Una llamada en mi móvil me encuentra de regreso.
_¡Me vas a volver loca!. Mi partenaire femenina, me recuerda que le he avisado de un
entierro equivocado. La iglesia queda detrás. De la muerte pasamos al despertar de la
risa.
Tan poco.
Es el manto de frío y hielo.
Casi, como un aviso erróneo.
Comeré pan frito -en castigo y
lavare ropa el viernes.
Tibio y febril en nuestro error, le encajaré en secreto (1).