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La muerte no es la guerra. No a la guerra.

Ellos me invocan, me despojan de mi belleza, me hacen actuar sin ser consciente de


mis movimientos. Me convierten a los ojos de todos en un demonio, cuando los
únicos desalmados son ellos.
Yo soy el último resquicio, lo último que todos ven antes de viajar con mi lacayo, el
ave fénix. Yo, soy la MUERTE.
Soy la muerte, la muerte dulce vestida siempre con sus mejores galas para recibir a
todo aquel que quiera verme.
Pero si me ven sin elegirlo, sin que tenga que ser, las cosas cambian. Dejo de ser esa
belleza en potencia para convertirme en un ogro enfurruñado, sin rostro, sin ropas de
galas. Estoy desnuda, acudo sin acicalarme. Me enojo. Me han despertado, me han
invocado sin tener que llamarme.
Preparo mi venganza contra todos aquellos que escupen círculos que causan
agujeros, llamas, cuerpos incendiados, articulaciones sueltas, que logran convertir un
territorio seco en el mismo mar rojo. Me enfado. He perdido mi belleza. Yo no soy
esa. No soy ella, ella es la Guerra disfrazada en la opulencia que la envuelve su
prima Justicia, la cual hace y deshace normas y juicios. Dictamania lo alegado ante
su padre Dinero y su madre Poder.
Ahora, escuchen atentamente, pues si piensan que se saldrán con la suya. Que
pueden llamar a las armas, asesinar a diestro y siniestro…
¡Silencio!, No me interesa los por qué. No hay excusa. Están equivocados. Una vez
que me han robado mi bien más preciado, mi cara blanca se tiñe de naranja y
amarillo. Mi pájaro escupirá semillas mías, igual que sus pájaros metálicos han
lanzado muerte, mí fénix, esparcirá parte de mí por los territorios en los que se ha
firmado mi cambio de sexo. Pero seré sutil, pues no seré yo quien les claudique a mi
presencia, irán ellos, despacio, pausadamente, me suplicarán que aparezca. Quizá, no
lo haga, quizá les deje agonizando en la puerta de mi casa.

NO A LA GUERRA. A NINGUNA GUERRA. A NINGUNA FORMA DE VIOLENCIA. EXISTE LA


PALABRA. CON ESTÁ, PODEMOS JUGAR, CREAR…
EN UN ESPACIO ARMADO NO QUEDA NADA.

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