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La ecografía que cambió mi vida: la conversión

pro-vida de Abby Johnson según sus propias


palabras
13/01/2011

Abby Johnson

Nota: El texto a continuación es el primer


capítulo del libro de Abby Johnson, de próxima aparición.

13 de enero 2011 (Notifam) – Cheryl asomó la cabeza en mi oficina. “Abby,


necesitan que vuelva una persona extra a la sala de examen. ¿Estás libre?”.

Sorprendida, levanté la vista de mis papeles. “Claro”.

A pesar que había estado con Planned Parenthood durante ocho años, nunca
había sido asignada a la sala de examen para ayudar al equipo médico durante
un aborto, y no tenía idea por qué me necesitaban ahora. Las enfermeras de
profesión eran las únicas que ayudaban en los abortos, no otro personal de la
clínica. Como directora de esta clínica en Bryan, Texas, en un apuro yo podía
reemplazar a alguien en cualquier puesto, excepto, por supuesto, a los
médicos o enfermeras que realizan procedimientos médicos. En unas pocas
ocasiones estuve de acuerdo con el pedido de una paciente para permanecer
con ella y sostener su mano durante el procedimiento, pero sólo cuando yo
había sido la consejera que había trabajado con ella durante la ingesta y el
asesoramiento. Ese no era el caso hoy. Por eso me pregunté: ¿por qué me
necesitan?

El abortista que estaba hoy de visita había estado aquí en la clínica Bryan sólo
dos o tres veces antes. Él tenía un consultorio privado para abortos a unos 250
kilómetros de distancia. Cuando yo hablé con él sobre el trabajo varias
semanas antes, él me había explicado que en su propio establecimiento sólo se
hacían abortos guiados por ecografías, que es el procedimiento de aborto con
el menor riesgo de complicaciones para la mujer. Dado que este método
permite al médico ver exactamente lo que está pasando en el interior del
útero, hay menos posibilidades de perforar la pared uterina, que es uno de los
riesgos del aborto. Yo respetaba eso de él. Esto es lo máximo que se podía
hacer para mantener a las mujeres seguras y saludables, lo mejor en lo que a
mí respecta. Sin embargo, yo le expliqué que esta práctica no era el protocolo
en nuestra clínica. Él entendió y dijo que respetaría nuestro procedimiento
típico, aunque se había acordado que él tendría la libertad de utilizar la
ecografía si se encontraba en una situación particular que lo justificara.

Que yo sepa, nosotros nunca habíamos hecho abortos guiados por ecografías
en nuestras instalaciones. Hacíamos abortos sólo cada dos sábados, y la meta
asignada en esos días por nuestra afiliada Planned Parenthood era realizar 25 a
35 procedimientos. Nos gustaba concluir en torno a las 2 p.m. Nuestro
procedimiento típico tardaba casi 10 minutos, pero una ecografía agregaba
unos cinco minutos, y cuando estás tratando de programar hasta 35 abortos en
un día, esos minutos adicionales se suman.

Por un momento sentí repugnancia fuera de la sala de examen. Nunca me


gustó entrar en esta habitación durante un procedimiento de aborto, ya que
nunca acepté lo que sucedía detrás de esa puerta. Pero ya que todos teníamos
que estar listos en cualquier momento para arrimar el hombro y hacer el
trabajo, abrí la puerta y entré.

La paciente ya estaba sedada, aún consciente pero aturdida, la luz brillante del
médico cayendo sobre ella. Ella estaba en posición, los instrumentos estaban
prolijamente dispuestos en la bandeja, al lado del médico, y una enfermera
profesional estaba colocando la máquina de ecografías al lado de la mesa de
operaciones.

“Voy a realizar un aborto guiado por ecografía en esta paciente. Te necesito


para mantener la sonda del aparato”, me explicó el médico.

Cuando tuve la sonda del ultrasonido en la mano y ajusté la configuración de la


máquina, yo discutía conmigo misma: no quiero estar aquí. No quiero
participar en un aborto. A decir verdad, era una actitud equivocada, ya que yo
necesitaba mentalizarme para esta tarea. Respiré hondo y traté de sintonizar
la música de la radio, que sonaba suavemente en el fondo. Es una buena
experiencia de aprendizaje – Nunca antes he visto un aborto guiado por
ecografía, me dije. Tal vez esto me ayude cuando aconseje a las mujeres. Voy
a aprender de primera mano acerca de este procedimiento más seguro.
Además, estaré afuera en tan sólo unos minutos.

Yo no había imaginado cómo los siguientes 10 minutos sacudirían los cimientos


de mis valores y cambiarían el curso de mi vida.

Ocasionalmente, yo había efectuado antes diagnósticos con ecografías para las


clientes. Éste era uno de los servicios que ofrecíamos para confirmar el
embarazo y estimar qué tan avanzado estaba. La familiaridad de preparar para
una ecografía calmó mi inquietud por estar en esta sala. Apliqué el aceite en el
vientre de la paciente, y luego maniobré la sonda del aparato hasta que se vio
en la pantalla el útero y ajusté la posición de la sonda para captar la imagen
del feto.

Yo estaba esperando para ver lo que había visto en ecografías anteriores. Por
lo general, dependiendo de lo avanzado que estuviera el embarazo y de la
forma que el feto movía, primero sea veía una pierna, la cabeza o alguna
imagen parcial del torso, por eso tuve que maniobrar un poco para obtener la
mejor imagen posible. Pero esta vez la imagen era completa, es decir, pude ver
el perfil completo y perfecto de un bebé.

Se ve como Grace a las 12 semanas, pensé sorprendida, recordando la primera


visión que tuve de mi hija, tres años antes, acurrucada y protegida dentro de
mi vientre. La imagen que tenía ahora frente a mí parecía la misma, sólo que
más clara y más nítida. El detalle me sorprendió. Pude ver claramente el perfil
de la cabeza, ambos brazos, las piernas e incluso los pequeñísimos dedos de
las manos y los pies. Era una imagen perfecta.

Pero rápidamente el aleteo de la cálida memoria de Grace fue sustituida por


una oleada de ansiedad. ¿Qué voy a ver? Mi estómago se puso rígido. No
quiero ver lo que está a punto de suceder.

Supongo que suena extraño, viniendo de una profesional que había


administrado una clínica de Planned Parenthood durante dos años,
aconsejando a las mujeres en crisis, programando abortos, revisando los
informes mensuales del presupuesto de la clínica, contratando y capacitando
personal. Pero extraño o no, el simple hecho es que yo nunca había estado
interesada en la promoción del aborto. Yo había llegado a Planned Parenthood
ocho años antes, creyendo que su propósito era principalmente prevenir
embarazos no deseados y, en consecuencia, reducir el número de abortos. Esta
había sido sin duda mi meta. Y yo creía que Planned Parenthood salvaba vidas,
las vidas de las mujeres que, sin los servicios proporcionados por esta
organización, podrían recurrir a algún carnicero de la calle. Todo esto se
aceleró a través de mi mente, mientras yo sostenía con cuidado la sonda en
posición.

“Trece semanas”, oí decir a la enfermera después de hacer mediciones para


determinar la edad del feto.

“De acuerdo”, dijo el doctor mirándome, “simplemente mantén la sonda en


posición durante el procedimiento, así puedo ver lo que estoy haciendo”.

El aire fresco de la sala de examen me dejó fría. Mis ojos estaban todavía
pegados a la imagen de este bebé perfectamente formado, cuando vi como se
hacía presente una nueva imagen en la pantalla. La cánula – un instrumento
unido al extremo del tubo de succión – había sido insertado en el útero y se
acercaba hasta situarse al lado del bebé. Se veía como un invasor en la
pantalla, fuera de lugar. Mal, esto simplemente se veía mal.

Mi corazón se aceleró. El tiempo se volvió más lento. Yo no quería mirar, pero


no quería dejar de mirar bien. Yo no podía no observar. Yo estaba horrorizada,
pero fascinada al mismo tiempo, como un papamoscas que reduce la marcha
cuando pasa al lado de algunos restos horribles de un automóvil: no queriendo
ver un cuerpo destrozado, pero mirándolo lo mismo.

Mis ojos volaron hacia el rostro de la paciente, las lágrimas corrían por las
comisuras de sus ojos. Pude ver que estaba dolorida. La enfermera secó el
rostro de la mujer con un pañuelo de papel.

“Simplemente respire”, la enfermera la alentó gentilmente. “Respire”.

“Está casi terminado”, susurré. Quería mantenerme concentrada en ella, pero


mis ojos se zambulleron de nuevo en la imagen en la pantalla.

Al principio, el bebé no parecía consciente de la cánula. Se situó suavemente al


lado del bebé, y por un instante sentí un rápido alivio. Por supuesto, pensé. El
feto no siente dolor. Yo había tranquilizado a un sinnúmero de mujeres sobre
esto, tal como me habían enseñado en Planned Parenthood. El tejido del feto
no siente nada cuando se lo elimina. Entiéndelo, Abby. Éste es un
procedimiento médico rápido y simple.Mi cabeza estaba trabajando a pleno
para controlar mis respuestas, pero yo no podía eliminar una inquietud interior
que rápidamente estaba llegando a la cima del horror en el momento que
observé la pantalla.

El siguiente movimiento fue la sacudida repentina de un pie pequeño, en el


momento que el bebé comenzó a patear, como si estuviera tratando de
alejarse de la sonda invasora. A medida que la cánula lo apretaba al costado, el
bebé empezó a luchar para girar y girar de inmediato. Me pareció claro que
podía sentir la cánula, y que no le gustaba lo que estaba sintiendo. Y luego la
voz del médico se abrió paso, provocándome un susto.

“Sonríe, Scotty”, le dijo despreocupadamente a la enfermera. Él le estaba


diciendo que volviera a la succión – en un aborto, la succión no está activada
hasta que el médico siente que la cánula está en el lugar exacto.

Tuve un repentino deseo de gritar “¡Alto!”. Quería sacudir la mujer y decirle:


“¡Mira lo que le está sucediendo a tu bebé! ¡Despierta! ¡Date prisa! Haz que se
detengan!”.

Pero aun cuando pensaba estas palabras, vi que mi propia mano sostenía la
sonda. Yo era uno de “ellos” al llevar a cabo este acto. Mis ojos se sumergieron
de nuevo en la pantalla. La cánula ya estaba siendo girada por el médico, y
ahora pude ver el pequeño cuerpo retorciéndose violentamente con ello. En el
brevísimo momento en que el bebé se veía como si estuviera siendo exprimido
como un trapo de cocina, giró y se encogió. Y luego se desplomó y comenzó a
desaparecer dentro de la cánula ante mis ojos. Lo último que vi fue la espina
dorsal pequeña, perfectamente formada, succionada por el tubo, y luego se
fue. El útero quedó vacío, totalmente vacío.

Quedé helada, no lo podía creer. Sin darme cuenta, me desprendí de la sonda.


Ésta se desplazó fuera de la panza de la paciente y se deslizó sobre su pierna.
Yo podía sentir mi corazón golpeando, latiendo tan fuerte que mi cuello
vibraba. Traté de hacer una respiración profunda, pero sin poder respirar hacia
adentro o hacia afuera. Yo seguía mirando a la pantalla, a pesar que estaba
negra, porque yo había perdido la imagen. Pero no estaba registrando nada
para mí. Me sentí demasiado aturdida y sacudida para moverme. Yo escuché al
médico y a la enfermera conversando en forma casual mientras trabajaban,
pero sonaban distantes, como un ruido vago en el fondo, difícil de oír en los
latidos de mi propia sangre en mis oídos.

La imagen del pequeño cuerpo, mutilado y aspirado, se estaba repitiendo en


mi mente, y con ello la imagen de la primera ecografía de Grace, que había
sido aproximadamente del mismo tamaño. Y pude recordar y oir una de las
tantas discusiones que había mantenido con mi esposo, Doug, sobre el aborto.

“Cuando estuviste embarazada de Grace, ella no era un feto, sino que un


bebé”, dijo Doug. Y ahora esto me golpea como un rayo: ¡Tenía razón! Lo que
estaba en el vientre de esta mujer hace un momento era algo vivo. No era
solamente tejidos o células. Era un bebé humano. ¡Y estaba luchando por su
vida! Una batalla que perdió en un abrir y cerrar de ojos. Lo que he dicho a la
gente durante años, lo que he creído y enseñado y defendido, es una mentira.

De pronto sentí los ojos del médico y la enfermera sobre mí. Esto me sacó de
mis pensamientos. Me di cuenta que la sonda estaba extendida en las piernas
de la mujer y a duras penas pude volver a ponerla en su lugar. Pero ahora mis
manos estaban temblando.

“Abby, ¿estás bien?”, preguntó el médico. Los ojos de la enfermera buscaban


mi cara, porque estaba preocupada.

“Sí, estoy bien”. Todavía no había ubicado la sonda en la posición correcta, y


ahora estaba preocupada porque el médico no podía ver el interior del útero.
Mi mano derecha sostenía la sonda, y mi mano izquierda estaba
cautelosamente puesta en el vientre cálido de la mujer. La miré a la cara, en la
que había más lágrimas y una mueca de dolor. Corrí la sonda hasta que
recuperé la imagen del útero ahora vacío. Mis ojos viajaron de nuevo a mis
manos. Las observé como si ellas no fueran las mías.
¿Cuánto daño han hecho estas manos en los últimos ocho años? ¿Cuántas
vidas han sido tomadas a causa de ellas? No sólo de mis manos, sino a causa
de mis palabras. ¿Y si yo hubiera sabido la verdad, y lo que le dije a todas esas
mujeres?

¿Qué pasa si?

¡Yo había creído en una mentira! Yo había promovido ciegamente la “línea de


la compañía” durante tanto tiempo. ¿Por qué? ¿Por qué no había buscado la
verdad por mí misma? ¿Por qué yo había cerrado los oídos a los argumentos
que había escuchado? ¡Oh, Dios mío, ¿qué he hecho?

Mi mano estaba todavía en el vientre de la paciente, y tuve la sensación que


acababa de tomar algo de ella con esa mano. Yo le había robado. Y mi mano
comenzó a doler. Sentí un dolor físico real. Y allí, de pie junto a la mesa, mi
mano en el vientre de la mujer que llora, este pensamiento vino desde lo más
profundo de mí: ¡Nunca más! Nunca más.

Entré en piloto automático. Cuando la enfermera limpió a la mujer, dejé la


máquina de ecografías, luego desperté suavemente a la paciente, que estaba
débil y atontada. La ayudé a sentarse, la senté en una silla de ruedas y la llevé
a la sala de recuperación. La envolví con una manta liviana. Al igual que tantos
pacientes que había visto antes, ella continuó llorando, envuelta en un obvio
dolor emocional y físico. Hice mi mejor esfuerzo para hacerla sentir más
cómoda.

Diez minutos, tal vez 15 a lo sumo, habían pasado desde que Cheryl me había
pedido que fuera a ayudar en la sala de examen. Y en esos pocos minutos todo
había cambiado. Drásticamente. La imagen de ese pequeño bebé
retorciéndose y luchando se mantuvo repetidas veces en mi mente. Y la
paciente: me sentía tan culpable. Yo había tomado algo precioso de ella, y ella
ni siquiera lo sabía.

¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había permitido que pasara esto? Yo me
había comprometido a fondo, mi corazón y mi carrera en Planificación Familiar
porque me preocupaba por las mujeres en crisis. Y ahora me enfrenté a una
crisis que era totalmente mía.

Mirando ahora hacia atrás, en ese día de finales de septiembre de 2009, me


doy cuenta de cuán sabio es Dios por no revelar nuestro futuro para nosotros.
Si yo hubiera sabido entonces que estaba a punto de estar en medio de una
tormenta de fuego, yo no podría haber tenido el coraje de seguir adelante. Por
eso, dado que no sabía, todavía no estaba buscando ser valiente. Sin embargo,
yo estaba buscando entender cómo me encontré en este lugar – viviendo una
mentira, difundiendo una mentira y perjudicando a las propias mujeres a las
que yo quería ayudar.
Y yo necesitaba desesperadamente saber qué hacer a continuación.

Versión original en inglés en http://www.lifesitenews.com/news/the-


ultrasound-that-changed-my-life-abby-johnsons-pro-life-conversion-in-
he

Traducción por José Arturo Quarracino

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