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CAPITULO XX

CONSIDERACIONES HISTORICAS SOBRE EL CAPITAL COMERCIAL

La forma específica de la acumulación de dinero por el capital no será estudiada


hasta la sección siguiente.
De lo expuesto hasta aquí se desprende por si mismo que nada sería más absurdo que
considerar el capital mercantil, ya sea en forma de capital–comercial o de capital
financiero, como una modalidad especial del capital industrial, al modo como, por ejemplo,
la minería, la agricultura, la ganadería, la manufactura, la industria del transporte, etc.,
constituyen ramificaciones especiales impuestas por la división social del trabajo y, por
tanto, esferas especiales de inversión del capital industrial. Es ésta una burda concepción
que debía rendirse a la observación pura y simple de que todo capital industrial, mientras se
halla en la órbita circulatoria de su proceso de reproducción, desempeña como capital–
mercancías y como capital–dinero exactamente las mismas funciones que aparecen como
funciones exclusivas del capital comercial en sus dos formas. En cambio, en el capital–
comercial y en el capital financiero las diferencias entre el capital industrial como capital
productivo y el mismo capital dentro de la órbita de la circulación aparecen autónomas por
el hecho de que las formas y funciones determinadas que aquí reviste transitoriamente el
capital aparecen como formas y funciones independientes de una parte desglosada del
capital y encuadradas exclusivamente en ella. Entre la forma transfigurada del capital
industrial y las diferencias materiales que se derivan de la naturaleza de las distintas ramas
industriales y que separan los capitales productivos en diferentes inversiones de
producción, existe una diferencia enorme.
Aparte de la tosquedad con que los economistas consideran las diferencias de forma,
que a ellos sólo les interesan en realidad en su aspecto material, en los economistas
vulgares esta confusión responde, además, a dos causas. En primer lugar, a su incapacidad
para explicar la ganancia mercantil en lo que tiene de peculiar; en segundo lugar, a su
tendencia apologética a derivar como formas que brotan como tales necesariamente del
proceso de producción las formas del capital–mercancías y del capital–dinero, emanadas de
la forma especifica del régimen de producción capitalista –, la cual presupone ante todo
como su base la circulación de mercancías y, por tanto, la circulación de dinero–, así como
también las formas del capital–comercial y del capital–financiero.
Si el capital–comercial y el capital–financiero, no se distinguen de la agricultura sino al
modo como ésta se distingue de la ganadería y de la manufactura, es evidente como la luz
del día que producción y producción capitalista son en general términos idénticos y que,
concretamente, la distribución de los productos sociales entre los miembros de la sociedad,
ya sea para fines de consumo productivo o con vistas al consumo individual, correrá
eternamente a cargo de comerciantes y banqueros, tan eternamente como el disfrute de la
carne por medio de la ganadería y el uso de vestidos mediante su fabricación.1
Los grandes economistas como Smith, Ricardo, etc., sólo se fijan en la forma básica del
capital, en el capital como capital industrial, y sólo paran mientes en el capital de
circulación (capital–dinero y capital–mercancías) en cuanto constituye una fase del proceso
de reproducción de todo capital, razón por la cual se sienten perplejos ante el capital
mercantil, considerado como una categoría especial. Las tesis sobre la formación del valor,
la ganancia. etc., derivadas directamente del examen del capital industrial, no son
directamente aplicables al capital mercantil. Por eso lo dejan, en realidad, completamente a
un lado y sólo lo mencionan como una modalidad del capital industrial. Y cuando tratan
especialmente de él, como hace Ricardo al estudiar el comercio exterior, intentan demostrar
que no crea valor (ni tampoco, por consiguiente, plusvalía). Y lo que rige para el comercio
internacional, rige también para el comercio interior.
Hasta aquí, hemos venido examinando el capital comercial desde el punto de vista del
régimen capitalista de producción y dentro de los limites de éste. Pero el comercio e
incluso el capital comercial son anteriores al régimen de producción capitalista y cons-
tituyen en realidad la modalidad libre del capital más antigua de que nos habla la historia.
Como hemos visto que el comercio de dinero y el capital adelantado en él sólo necesita,
para desarrollarse, la existencia del comercio al por mayor, y además la del capital–
comercial, bastará con que nos ocupemos aquí de este último.
El capital comercial se halla encuadrado en la órbita de la circulación y su función
consiste exclusivamente en servir de vehículo al cambio de mercancías. Por consiguiente,
para que este capital exista –prescindiendo de formas aún no desarrolladas, derivadas del
comercio directo de trueque– basta con que se den las condiciones necesarias para la
circulación simple de mercancías y de dinero. Mejor dicho, ésta constituye su condición de
existencia. Cualquiera que sea el régimen de producción que sirva de base para crear los
productos lanzados a la circulación como mercancías –ya sea el del comunismo primitivo,
la producción esclavista, la producción pequeño–campesina o pequeño–burguesa o la
producción capitalista–, el carácter de los productos como mercancías es siempre el mismo,
y como tales mercancías tienen que someterse al proceso de cambio y a los cambios de
forma correspondientes. Los extremos entre los que sirve de mediador el capital comercial
constituyen para él factores dados, exactamente lo mismo que para el dinero y para el
movimiento del dinero. Lo único necesario es que estos extremos existan como mercancías,
lo mismo sí la producción es una producción de mercancías en toda su extensión que si
sólo se lanza al mercado el sobrante de los productores que tienen su propia economía,
después de cubrir con su producción sus necesidades inmediatas. El capital comercial
facilita simplemente el movimiento de estos extremos, que son las mercancías, como las
premisas de que tiene que partir.
Las proporciones en que la producción entra en el comercio, pasa por las manos de los
comerciantes, depende del modo de producción y alcanza su máximo al llegar a su pleno
desarrollo la producción capitalista, donde el producto se fabrica siempre como mercancía,
y no como medio directo de subsistencia. Por otra parte, a base de cualquier régimen de
producción, el comercio estimula siempre la creación de producto sobrante destinado al
cambio para aumentar los goces o el atesoramiento de los productores (entendiendo aquí
por tales, los propietarios de la producción); el comercio imprime, por tanto, a la
producción un carácter orientado cada vez más hacía el valor de cambio.
La metamorfosis de las mercancías, su movimiento, consiste: 1° materialmente, en el
cambio de distintas mercancías entre sí; 2° formalmente, en la transformación del dinero en
mercancías, compra. A estas funciones, cambio de mercancías mediante la compra y la
venta, se reduce la función del capital comercial. Este capital se limita, pues, a servir de
vehículo al cambio de mercancías, el cual, sin embargo, no debe concebirse de antemano
simplemente como un cambio de mercancías entre los productores directos. Bajo la
esclavitud, bajo la servidumbre, en el régimen tributario (para referirnos a sociedades de
tipo primitivo), es el esclavista, el señor feudal, el Estado que percibe el tributo quien
aparece como apropiador y, por tanto, como vendedor del producto. El comerciante
compra y vende para muchos. En sus manos se concentran las compras y las ventas, con lo
que éstas dejan de hallarse vinculadas a las necesidades directas del comprador (como
comerciante).
Pero, cualquiera que sea la organización social de las esferas de producción a cuyo
cambio de mercancías sirve de vehículo el comerciante, el patrimonio de éste existe
siempre como patrimonio en dinero y su dinero funciona siempre como capital. Su forma
es siempre D – M – D'; el dinero, forma independiente del valor de cambio, el punto de
partida, y el incremento del valor de cambio la meta propia y autónoma. El mismo cambio
de mercancías y las operaciones que por medio de él se realizan –separadas de la
producción y efectuadas por no productores– como simple instrumento para incrementar no
sólo la riqueza en su forma social general, como valor de cambio. El motivo propulsor y la
finalidad determinante consisten en convertir a D en D + ∆ D; los actos D – M y M – D',
que sirven de vehículo al acto D – D', aparecen simplemente como fases de transición de
esta transformación de D en D + ∆ D. Este D – M – D' como movimiento característico del
capital comercial lo distingue de M –D –M, del comercio de mercancías entre los mismos
productores, dirigido al cambio de valores de uso como finalidad determinante.
Cuanto menos desarrollada se halle la producción, más se concentrará el patrimonio–
dinero en manos de los comerciantes. más aparecerá como forma específica del patrimonio
comercial.
Dentro del régimen capitalista de producción –es decir, tan pronto como el capitalista
se apodera de la producción misma y le imprime una forma completamente nueva y
específica–, el capital comercial aparece simplemente como capital destinado a una función
específica. Bajo todos los regímenes anteriores, tanto más cuanto más es la producción
directa de medios de vida para los propios productores, el capital comercial parece ser la
función por excelencia del capital.
No cuesta, pues, la menor dificultad comprender por qué el capital comercial aparece
como la forma histórica del capital mucho antes de que éste someta a su imperio la misma
producción. Su existencia y desarrollo hasta alcanzar cierto nivel constituyen, en realidad,
la premisa histórica para el desarrollo del régimen de producción capitalista: 1° como
condición previa para la concentración del patrimonio–dinero, y 2° porque el régimen
capitalista de producción presupone la producción para el comercio, la venta al por mayor
y no a cada cliente de por sí, es decir, la venta a comerciantes que no compran con vistas a
la satisfacción de sus propias necesidades, sino que concentran en sus manos los actos de
compra de muchos. Por otra parte, todo el desarrollo del capital comercial tiende a dar a la
producción un carácter cada vez más orientado hacia el valor de cambio, a convertir cada
vez más los productos en mercancías. Sin embargo, su desarrollo, considerado de por sí,
es, como veremos enseguida, insuficiente para llevar a cabo y explicar la transición de un
régimen de producción a otro.
Dentro del régimen de producción capitalista, el capital comercial deja de tener como
antes una existencia propia e independiente para convertirse en un aspecto especial de la
inversión de capital en términos generales, y la compensación de las ganancias se encarga
de reducir su cuota de ganancia a la cuota de ganancia general. Ahora, el capital comercial
actúa simplemente como agente del capital industrial. Aquí ya no constituyen un factor
determinante los estados sociales especiales que se crean con el desarrollo del capital
comercial; por el contrario, allí donde predomina este tipo de capital imperan estados
sociales anticuados. Esto es aplicable incluso al mismo país, donde los simples centros
comerciales, por ejemplo, presentan una analogía mucho mayor con los estados sociales del
pasado que las ciudades fabriles.2
El desarrollo independiente y predominante del capital como capital comercial equivale
a la no sumisión de la producción al capital y, por tanto, al desarrollo del capital a base de
una forma social de producción ajena a él e independiente de él. El desarrollo
independiente del capital comercial se halla, pues, en razón inversa al desarrollo económico
general de la sociedad.
El patrimonio comercial independiente como forma predominante del capital constituye
la independencia del proceso de circulación frente a sus extremos, los cuales son los
mismos productores entre quienes se efectúa el cambio. Estos extremos conservan su
independencia ante el proceso de circulación y éste se mantiene independiente ante ellos. El
producto se convierte aquí en mercancía por medio del comercio. Es el comercio el que
desarrolla aquí la plasmación de los productos como mercancía, y no las mercancías
producidas, cuyo movimiento forma el comercio. Por consiguiente, aquí el capital sólo
aparece como tal capital en el proceso de circulación. En el proceso circulatorio se
desarrolla el dinero como capital. El producto empieza a desarrollarse como valor de
cambio, como mercancía y como dinero en la circulación. El capital puede y debe formarse
en el proceso de circulación antes de que aprenda a dominar a sus extremos, a las distintas
ramas de producción entre las que sirve de vehículo la circulación. La circulación de dinero
y la de mercancías pueden. servir de vehículo a esferas de producción de las más diversas
organizaciones que tienden primordialmente todavía, por su estructura interna, a la
producción de valor de uso. Esta autonomía del proceso de circulación, en que las esferas
de producción aparecen articuladas entre sí por un tercer factor, expresa dos cosas. De una
parte, que la circulación no se ha apoderado aún de la producción, sino que se comporta
con respecto a ella como su premisa dada. De otra parte, que el proceso de producción no
se ha asimilado aún la circulación como una mera fase. En la producción capitalista se dan,
por el contrarío, estas dos circunstancias. El proceso de producción se basa totalmente en la
circulación y ésta constituye aquí un simple aspecto, una fase de transición de la
producción; es pura y simplemente la realización del producto creado como mercancía y la
reposición de sus elementos de producción elaborados con igual carácter. La forma del
capital que se deriva directamente de la circulación –el capital comercial– sólo aparece aquí
como una de las formas del capital en su movimiento de reproducción.
La ley según la cual el desarrollo independiente del capital comercial se halla en razón
inversa al grado de desarrollo de la producción capitalista se revela con especial claridad en
la historia del comercio intermediario (carrying trade), tal como se presenta entre los
venecianos, los genoveses, los holandeses, etc., en que, por tanto, la ganancia principal no
se obtiene mediante la exportación de los productos del propio país, sino sirviendo de
vehículo al cambio de los productos de comunidades poco desarrolladas comercialmente y
en otros aspectos económicos y mediante la explotación de ambos países productores.3
Aquí, el capital comercial aparece en su estado puro, desglosado de los extremos, de las
esferas de producción entre las que sirve de vehículo. Es ésta una de las fuentes
fundamentales de su formación. Pero este monopolio del comercio intermediario
desaparece, y con él el comercio mismo, en la misma proporción en que progresa el
desarrollo económico de los pueblos a quienes explota por ambos lados y cuyo atraso
económico constituye su base de existencia. En el comercio intermediario, esto no aparece
solamente como el colapso de una determinada rama comercial, sino como el colapso del
predominio de pueblos puramente comerciales y de su riqueza comercial erigida sobre la
base de este comercio intermediario. Es ésta simplemente una forma especial en que se
expresa la subordinación del capital comercial al capital industrial a medida que progresa y
se desarrolla la producción capitalista. Por la demás, acerca del modo como actúa el capital
comercial allí donde domina directamente la producción, tenemos un testimonio palmario
no sólo en la economía colonial en general (en el llamado sistema colonial), sino muy
especialmente en la economía de la antigua Compañía holandesa de las Indias Orientales.
Como el movimiento que desarrolla el capital comercial es el movimiento D – M – D',
tenemos que la ganancia del comerciante se realiza, en primer lugar, mediante los actos que
se desarrollan solamente dentro del proceso de circulación, es decir, en los dos actos de la
compra y la venta, y en segundo lugar, en el último de estos actos, el de la venta. Es, por
tanto, una ganancia de enajenación, profit upon alienation. Es evidente que la ganancia co-
mercial pura, independiente, no aparece cuando los productos se vendan por sus valores.
Comprar barato para vender caro, es la ley del comercio. No se trata, pues, de un cambio
de equivalentes. El concepto del valor va implícito en él, en el sentido de que las distintas
mercancías son todas valor y, por tanto, dinero; en cuanto a la calidad, son todas ellas por
igual expresiones del trabajo social. Pero no son magnitudes iguales de valor. La
proporción cuantitativa en que los productos se cambian es, por el momento, perfectamente
fortuita. Estos productos revisten forma de mercancías en cuanto que son intercambiables,
es decir, expresiones todos ellos del mismo tercer factor. El cambio continuo y la
reproducción regular para el cambio va cancelando cada vez más este carácter fortuito.
Pero, de momento, no para los productores y los consumidores, sino para el que sirve de
mediador entre ambos, para el comerciante, que compara los precios en dinero y se
embolsa la diferencia. El establece la equivalencia por su misma transacción.
El capital comercial empieza siendo pura y simplemente el movimiento mediador entre
extremos no dominados por él, entre condiciones que él no crea.
Del mismo modo que de la simple forma de la circulación de mercancías, M – D – M,
surge el dinero, no sólo como medida de valores y medio de circulación, sino como forma
absoluta de la mercancía y, por tanto, de la riqueza, como tesoro, convirtiéndose su
conservación e incremento en fin en sí, de la simple forma de circulación del capital
comercial, D–M–D' brota el dinero, el tesoro, como algo que se conserva e incrementa
mediante la simple enajenación.
Los pueblos comerciales de la antigüedad existían, como los dioses de Epicuro, en los
intersticios del mundo o, por mejor decir, como los judíos en los poros de la sociedad
polaca. El comercio de las primeras ciudades y los primeros pueblos comerciales
independientes que llegaron a adquirir un desarrollo grandioso descansaba, como simple
comercio intermediario que era, en el barbarismo de los pueblos productores entre los que
actuaban aquéllos como mediadores.
En las fases preliminares de la sociedad capitalista, el comercio predomina sobre la
industria; en la sociedad moderna, ocurre al revés. El comercio repercutirá siempre
naturalmente, en mayor o menor medida, sobre las comunidades entre las que se desarrolla;
someterá más o menos la producción al valor de cambio, haciendo que los goces y la
subsistencia dependan más de la venta que del empleo directo del producto. El comercio va
socavando así las antiguas relaciones. Aumenta la circulación de dinero. Ahora, el
comercio ya no recae solamente sobre el sobrante de la producción, sino que va devorando
poco a poco la producción misma, sometiendo a su imperio ramas enteras de producción.
Sin embargo, este efecto socavador depende en gran parte de la naturaleza misma de la
comunidad productora.
Mientras el capital comercial sirve de vehículo al cambio de productos de comunidades
poco desarrolladas, la ganancia comercial no sólo aparece como engaño y estafa, sino que
se deriva en gran parte de estas fuentes. Prescindiendo de que explota las diferencias
existentes entre los precios de producción de distintos países (y en este sentido influye
sobre la compensación y la fijación de los valores de las mercancías), aquellos modos de
producción hacen que el capital comercial se apropie una parte predominante del producto
sobrante, ya sea al interponerse entre distintas comunidades cuya producción se orienta aún
esencialmente hacia el valor de uso y para cuya organización económica tiene una
importancia secundaria la venta por su valor de la parte del producto lanzada a la
circulación y, por tanto, la venta del producto, en general; ya sea porque en aquellos
antiguos modos de producción los poseedores principales del producto sobrante con
quienes el comerciante trata, el esclavista, el señor feudal de la tierra, el Estado (por
ejemplo, el déspota oriental) representan la riqueza de disfrute a la que tiende sus celadas el
comerciante, como atisbó ya certeramente A. Smith, en el pasaje citado, con respecto a la
época feudal. El capital comercial, allí donde predomina, implanta, pues, por doquier un
sistema de saqueo4 y su desarrollo, lo mismo en los pueblos comerciales de la antigüedad
que en los de los tiempos modernos, se halla directamente relacionado con el despojo por la
violencia, la piratería marítima, el robo de esclavos y el sojuzgamiento (en las colonias); así
sucedió en Cartago y en Roma y más tarde entre los venecianos, los portugueses, los
holandeses, etcétera.
El desarrollo del comercio y del capital comercial hace que la producción se vaya
orientando en todas partes hacia el valor de cambio, que aumente el volumen de aquélla,
que la producción se multiplique y adquiera un carácter cosmopolita; desarrolla el dinero
hasta convertirlo en dinero universal. Por consiguiente, el comercio ejerce en todas partes
una influencia más o menos disolvente sobre las organizaciones anteriores de la
producción, las cuales se orientaban primordialmente, en sus diversas formas, hacia el valor
de uso. Pero la medida en que logre disolver el antiguo régimen de producción dependerá
primeramente de su solidez y de su estructura interior. Y el sentido hacia el que este
proceso de disolución se encamine, es decir, los nuevos modos de producción que vengan a
ocupar el lugar de los antiguos, no dependerá. del comercio mismo, sino del carácter que
tuviese el régimen antiguo de producción. En el mundo antiguo, los efectos del comercio y
el desarrollo del capital comercial se traducen siempre en la economía esclavista; y según el
punto de partida, conducen simplemente a la transformación de un sistema esclavista
patriarcal, encaminado a la producción de medios directos de subsistencia, en un sistema
orientado hacía la producción de plusvalía. En el mundo moderno, por el contrarío,
desembocan en el régimen capitalista de producción. De donde se sigue que estos
resultados se hallaban condicionados, además, por factores muy distintos, ajenos al
desarrollo del mismo capital comercial.
La naturaleza de las cosas conduce a que tan pronto como la industria ciudadana se
separa de la industria agrícola, sus productos sean súbitamente mercancías, cuya venta
necesita, por tanto, del vehículo del comercio. En este sentido, son evidentes por sí mismos
el apoyo del comercio en el desarrollo de las ciudades, por una parte, y por otra la
condicionalidad de las ciudades por el comercio. Sin embargo, son circunstancias en
absoluto distintas las que determinan hasta qué punto el desarrollo industrial discurre
paralelamente con esto. La antigua Roma desarrolló ya en los últimos tiempos de la
República el capital comercial hasta un límite más alto que nunca en el mundo antiguo, sin
necesidad de que el desarrollo industrial experimentase progreso alguno; en cambio, en
Corinto y en otras ciudades griegas de Europa y del Asia Menor el desarrollo del comercio
va acompañado por una industria altamente desarrollada. De otra parte y en completa con-
traposición al desarrollo urbano y a sus condiciones, el espíritu comercial y el desarrollo
del capital comercial es inherente, no pocas veces, precisamente a los pueblos no
sedentarios, a los pueblos nómadas.
No cabe la menor duda –y es cabalmente este hecho el que ha engendrado concepciones
completamente falsas– de que en los siglos XVI y XVII las grandes revoluciones
producidas en el comercio con los descubrimientos geográficos y que imprimieron un
rápido impulso al desarrollo del capital comercial, constituyen un factor fundamental en la
obra de estimular el tránsito del régimen feudal de producción al régimen capitalista. La
súbita expansión del mercado mundial, la multiplicación de las mercancías circulantes, la
rivalidad entre las naciones europeas, en su afán de apoderarse de los productos de Asia y
de los tesoros de América, el sistema colonial, contribuyen esencialmente a derribar las
barreras feudales que se alzaban ante la producción. Sin embargo, el moderno régimen de
producción, en su primer período, el período de la manufactura, sólo se desarrolló allí
donde se habían gestado ya las condiciones propicias dentro de la Edad Media. No hay más
que comparar, por ejemplo, el caso de Holanda con el de Portugal. 5 Y si en el siglo XVI y
en parte todavía en el XVII la súbita expansión del comercio y la creación de un nuevo
mercado mundial ejercieron una influencia predominante sobre el colapso del viejo
régimen de producción y el auge del régimen capitalista, esto se produjo, por el contrario, a
base del régimen capitalista de producción ya creado. El mercado mundial constituye de
por sí la base de este régimen de producción. Por otra parte, la necesidad inmanente a él de
producir en escala cada vez mayor contribuye a la expansión constante del mercado
mundial, de tal modo que no es el comercio el que revoluciona aquí la industria, sino a la
inversa, ésta la que revoluciona el comercio. El dominio comercial se halla ahora vinculado
al mayor o menor predominio de las condiciones de la gran industria. Compárese, por
ejemplo, el caso de Inglaterra con el de Holanda. La historia del colapso de Holanda como
nación comercial dominante es la historia de la supeditación del capital comercial al capital
industrial. Los obstáculos que la solidez y la estructura interiores de los sistemas nacionales
de producción precapitalista se oponen a la influencia disgregadora del comercio se revela
de un modo palmario en el comercio de los ingleses con la India y con China. Aquí, la
amplia base del régimen de producción la forma la unidad de la pequeña agricultura con la
industria doméstica, a lo que en la India hay que añadir la forma de las comunidades
rurales basadas en la propiedad comunal sobre la tierra, que por lo demás también en China
constituía la forma primitiva. En la India, los ingleses pusieron en acción a la par su poder
político directo y su poder económico, como gobernantes y como terratenientes, para hacer
saltar estas pequeñas comunidades económicas.6 En la medida en que su comercio actúa
aquí de un modo revolucionario sobre el régimen de producción es, simplemente, en
cuanto, por medio del bajo precio de sus mercancías, destruye los talleres de hilados y
tejidos que forman desde tiempos antiquísimos parte integrante de esta unidad de la
producción agrícola e industrial. desgarrando así ha comunidades. Y aún aquí, sólo logran
llevar a cabo esta obra disgregadora de un modo muy gradual. Y menos aún en China,
donde no es posible recurrir para ello a un poder político directo. La gran economía y el
gran ahorro de tiempo que se obtienen con la articulación directa de la agricultura y la
manufactura oponen aquí la más tenaz resistencia a los productos de la gran industria, de
cuyo precio forman parte los faux frais del proceso de producción que por todas partes la
envuelve. Por el contrario, el comercio ruso, en oposición al inglés, deja intactas las bases
económicas de la producción asiática.7
El tránsito del régimen feudal de producción se opera de un doble modo. El productor
se convierte en comerciante y capitalista, por oposición a la economía natural agrícola y al
artesanado gremialmente vinculado de la industria urbana de la Edad Media. Este es el
camino realmente revolucionario. O bien el comerciante se apodera directamente de la
producción. Y por mucho que este último camino influya históricamente como tránsito
como ocurre, por ejemplo, con el clothier (21) inglés del siglo XVII, que coloca bajo su
control a los tejedores, a pesar de ser independientes, les vende la lana y les compra el
paño, no contribuye de por sí a revolucionar el antiguo régimen de producción, sino que,
lejos de ello, lo conserva y lo mantiene como su premisa. Así por ejemplo, todavía hasta
mediados del siglo actual el fabricante, en la industria sedera francesa y en la industria
inglesa de medias y encajes, seguía siendo en gran parte un fabricante puramente nominal,
pues en realidad en un simple comerciante que hacia trabajar a los obreros desperdigados,
al modo antiguo, y sólo ejercía el poder del comerciante, para quien de hecho trabajaban
aquéllos.8 Este método se interpone en todas partes al verdadero régimen capitalista de
producción y desaparece al desarrollarse éste. Sin revolucionar el régimen de producción,
lo que hace es empeorar la situación de los productores directos, convertirlos en obreros
asalariados y proletarios colocados en peores condiciones que los sometidos directamente
al capital, apropiándose su trabajo sobrante a base del antiguo régimen de producción. Esta
situación, aunque algo modificada, subsiste todavía en Londres, en una parte de la industria
artesanal del mueble, desarrollada sobre todo con gran amplitud en los Tower Hamlets. La
producción aparece dividida en muchísimas ramas, independientes las unas de las otras.
Una rama se dedica a fabricar solamente sillas, otra exclusivamente mesas, otra se
especializa en armarlos, etc. Pero todas estas ramas tienen un régimen más o menos
artesanal, a base de un pequeño patrón y unos cuantos ofíciales. Sin embargo, la produc-
ción es demasiado voluminosa para poder trabajar directamente al servicio de particulares.
Sus clientes son los propietarios de los almacenes de muebles. El patrón los visita los
sábados y les vende su producto, regateando el precio como en una casa de empeños puede
regatearse acerca de lo que ha de entregarse como préstamo por tal o cual prenda. Estos
patronos necesitan el dinero de la venta semanal para poder comprar materiales que les
permitan seguir trabajando a la semana siguiente y para poder pagar los salarios a los
ofíciales. En estas circunstancias, no son en realidad más que intermediarios entre el
comerciante y sus propios obreros. El comerciante es el verdadero capitalista, que se
embolsa la mayor parte de la plusvalía.9 Y algo parecido a esto ocurre al operarse el
tránsito a la manufactura de las ramas explotadas antes artesanalmente o como ramas
accesorias de la industria rural. Según el desarrollo técnico adquirido por estas pequeñas
explotaciones por cuenta propia –allí donde emplean ya máquinas que dejan margen a una
explotación de tipo artesanal–, se opera también el tránsito a la gran industria; la máquina
es movida a vapor en vez de serlo a mano, como ocurre por ejemplo, durante el último
período, en la rama inglesa de fabricación de medias.
Se opera también un triple tránsito: Primero, el comerciante se convierte directamente
en industrial; así acontece en las industrias basadas en el comercio, especialmente en las
industrias de artículos de lujo importadas por los comerciantes del extranjero, en unión de
las materias primas y de los obreros, como se hizo en Italia en el siglo XV, al llevar
algunas industrias de Constantinopla. Segundo, el comerciante convierte a los pequeños
patronos en sus intermediarios (middlemen) o compra directamente a quienes producen por
cuenta propia; respeta su independencia nominal y no introduce el menor cambio en sus
productos. Tercero, el industrial se hace comerciante y produce (directamente y en gran
escala para el comercio.
En la Edad Media, el comerciante es simplemente un "editor" [Verleger], como
acertadamente dice Poppe, de las mercancías producidas sea por los artesanos, sea por los
campesinos. El comerciante se convierte en industrial o, mejor dicho, hace que la pequeña
industria artesana, especialmente la campesina, trabaje para él. Por otra parte, el productor
se convierte en comerciante. Por ejemplo, el patrón de tejedores de paño, en vez de recibir
la lana del comerciante– poco a poco en pequeñas remesas, compra por sí mismo lana o
hilado y vende su paño al comerciante. Los elementos de producción entran en el proceso
de producción como mercancías compradas por él mismo. Y en vez de producir para un
determinado comerciante o para ciertos clientes, el tejedor de paños produce ahora para el
mundo del comercio. El productor es, a su vez, comerciante. El capital comercial tiene a su
cargo ya exclusivamente el proceso de circulación. Primitivamente, el comercio fue la
premisa para la transformación de la industria gremial y rural–doméstica y de la agricultura
feudal en la explotación capitalista. Es el comercio el que hace que el producto se convierta
en mercancía, en parte creándole un mercado y en parte introduciendo nuevos equivalentes
de mercancías y haciendo afluir a la producción nuevas materias primas y materias
auxiliares y abriendo con ello ramas de producción basadas de antemano en el comercio,
tanto en la producción para el mercado interior y el mercado mundial como en las
condiciones de producción derivadas de éste. Tan pronto como la manufactura se fortalece
en cierto modo, y más aún la gran industria, se crea a su vez el mercado, y lo conquista con
sus mercancías. Ahora el comercio se convierte en servidor de la producción industrial,
para la cual es condición de vida la expansión constante del mercado. Una producción
masiva cada vez más extensa inunda el mercado existente y empuja, por tanto,
constantemente hacía la expansión de este mercado, hacía la destrucción de sus barreras.
Lo que pone límite a esta producción masiva no es el comercio (siempre y cuando que éste
no exprese más que la demanda existente), sino la magnitud del capital en funciones y la
fuerza productiva desarrollada del trabajo. El capitalista industrial tiene delante
constantemente el mercado mundial, compara y tiene que comparar constantemente su
propio precio de costo con los precios del mercado, no sólo en su país, sino en el mundo
entero. En el período antiguo, esta comparación corre casi exclusivamente a cargo de los
comerciantes y asegura así al capital mercantil la supremacía sobre el capital industrial.
El primer estudio teórico del moderno régimen de producción –el sistema mercantil–
partía necesariamente de los fenómenos superficiales del proceso de circulación, que se
hacen autónomos en el movimiento del capital comercial, razón por la cual sólo captaba las
apariencias. En parte, porque el capital comercial es la primera modalidad libre del capital
en general. En parte, por razón de la influencia predominante que este tipo de capital tiene
en el primer período de transformación revolucionaria de la producción feudal, en el
período de los orígenes de la moderna producción. La verdadera ciencia de la economía
política comienza allí donde el estudio teórico se desplaza del proceso de circulación al
proceso de
producción. El capital a interés es también, indudablemente, una forma antiquísima del
capital. Más adelante veremos por qué el mercantilismo no toma este tipo de capital como
punto de partida, sino que adopta ante él, por el contrario, un punto de vista polémico.

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