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Poema La Canción De Amor De J.

Alfred Prufrock de Thomas Stearn Eliot

Vamos, tú y yo, calles


a la hora en que la tarde se extiende sobre el rascándose sobre las ventanas.
cielo Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
cual un paciente adormecido sobre la mesa Para preparar un rostro que afronte los
por el éter: rostros que enfrentamos.
vamos a través de ciertas calles Ya habrá tiempo para matar, para crear,
semisolitarias, y tiempo para todas las obras y los días de
refugios bulliciosos nuestras manos
de noches de desvelo en hoteluchos para que elevan las preguntas y las dejan caer
pernoctar sobre tu plato;
y de mesones con el piso cubierto de aserrín tiempo para ti y tiempo para mí,
y conchas de ostra, tiempo bastante aun para mil indecisiones,
calles que acechan cual debate tedioso y para mil visiones y otras tantas revisiones,
de intención insidiosa antes de la hora de compartir el pan tostado
que desemboca en un interrogante y el té.
abrumador…
Ay, no preguntes: «¿De qué me hablas?» En el salón las señoras están deambulando

Vamos más bien a realizar nuestra visita. y de Miguel Ángel están hablando.

En el salón las señoras están deambulando Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.

y de Miguel Ángel están hablando. Para preguntarnos: ¿Me atreveré yo acaso?


¿Me atreveré?
La neblina amarilla que se rasca la espalda Tiempo para dar la vuelta y bajar por la
sobre las ventanas, escalera
el humo amarillo que frota el hocico sobre las con una coronilla calva en medio de mi
ventanas, cabellera.
lamió con su lengua las esquinas del ocaso, Ellos dirán: «¡Ay, cómo el pelo se le está
se deslizó por la terraza, pegó un salto cayendo!»
repentino, Mi sacoleva, el cuello que apoya firmemente
y viendo que era una tarde lánguida de mi barbilla,
octubre, mi corbata, opulenta aunque modesta y bien
dio una vuelta a la casa y se acostó a dormir. asegurada
por un sencillo prendedor.
Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para el humo amarillo que se arrastra por las
Ellos dirán: «¡Ay, cuán flacos tiene los brazos Brazos sobre una mesa reclinados o
y las piernas! envueltos en los
¿Me aventuro yo acaso a perturbar el pliegues de un mantón.
universo?
En un minuto hay tiempo suficiente Entonces ¿habré de presumir?

para decisiones y revisiones que un minuto ¿Y cómo he de comenzar acaso?

rectifica.
Diré tal vez: he paseado por callejuelas al

Pues ya los he conocido, conocido a todos: ocaso

conocido las tardes, las mañanas, los y he visto el humo que sube de las pipas

ocasos; de hombres solitarios en mangas de camisa,

he medido mi vida con cucharitas de café, sobre las

conozco aquellas voces que fallecen en un ventanas reclinados.

salto mortal
Hubiera preferido ser un par de recias
bajo la música que llega desde el rincón
tenazas
lejano del salón
que corren en el silencio de oceánicas
Entonces, ¿cómo he de presumir?
terrazas.

Pues he conocido ya los ojos, conocido a ¡Y la tarde, la incipiente noche, duerme

todos, sosegadamente!

los ojos que nos sellan en una mirada Acariciada por unos dedos largos,

formulada dormida, exhausta… o haciéndose la

estando yo ya formulado, en un alfiler enferma

esparrancado; sobre el suelo extendida, junto a ti, junto a

bien clavado retorciéndome sobre la pared. mí.

¿Cómo comenzar entonces ¿Tendré fuerza bastante después del té y los

a escupir las colillas de mis costumbres y mis helados y las tortas,

días? para forzar la culminación de nuestro

Entonces, ¿cómo he de presumir? instante?

Pues he conocido ya los brazos, conocido a Aunque he gemido y he ayunado, he gemido

todos, y he rezado,

brazos de pulseras adornados, níveos y aunque he visto mi cabeza (algo ya calva)

desnudos portada en una

(mas al fulgor de la lámpara cubiertos de leve fuente,

vello de oro). yo no soy un profeta -y ello en realidad no


importa
¿Será el perfume de un vestido demasiado-
lo que me hace divagar así? he visto mi grandeza titubear en un instante,
he presenciado al Lacayo Eterno, con mi hubiera valido la pena, si al colocar un
abrigo en sus almohadón o
manos, reírse con desprecio, arrancar una bufanda,
y al fin de cuentas, sentí miedo. volviendo la mirada a la ventana, una
hubiese confesado:
Hubiera valido la pena, al fin de cuentas, «No. No fue esto lo que quise decir.
después de las tazas, la mermelada, el té, No lo fue. De ninguna manera».
entre las porcelanas, en medio de nuestra
charla baladí, No. No soy el príncipe Hamlet. Ni he debido
hubiera valido la pena serlo;
morder con sonrisas la materia, más bien uno de sus cortesanos acudientes,
enrollar en una bola al universo alguien capaz
para arrojarla hacia algún interrogante de integrar un cortejo, dar comienzo a un par
abrumador. de escenas,
Poder decir: «Soy Lázaro que regresa de la asesorar al príncipe; en síntesis, fácil
muerte instrumento,
para os revelarlo todo, y así lo voy a deferente, presto siempre a servir,
hacer»… político, cauto y asaz meticuloso.
Y si al poner en una almohada la cabeza, A veces, en realidad, casi ridículo.
una dijera: A veces tonto de capirote.
«No. No fue esto lo que quise decir.
No lo fue. De ninguna manera». Me vence la vejez. Me vence la vejez.
Luciré el pantalón con la manga al revés.
Hubiera valido la pena, al fin de cuentas,
sí hubiera valido la pena, ¿Me peinaré hacia atrás? ¿Me arriesgo a

después de los ocasos, las zaguanes, las comer melocotones?

callejuelas Me pondré pantalones de franela blanca

salpicadas, y me iré a pasear a lo largo de la playa.

después de las novelas, de las tazas de té y


He oído allí cómo entre ellas se cantan las
de las faldas
sirenas.
por los pisos arrastradas.
Más no creo que me vayan a cantar a mí.
¿Después de todo esto y algo más?
Las he visto nadando mar adentro sobre las
Me es imposible decir justamente lo que
crestas de la marejada,
siento.
peinando las cabelleras níveas que va
Mas cual linterna mágica que proyecta
formando el oleaje
diseños de nervios
cuando de blanco y negro el viento encrespa
sobre la pantalla,
el océano.
Nos hemos demorado demasiado en las cámaras del mar,
junto a ondinas adornadas con algaseojas y castañas, hasta que voces humanas nos despiertan, y
perecemos ahogados.

Versión de Luis Zalamea

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