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La intensa luz de la mañana se colaba

por las ventanas abiertas de par en par

de un apartamento situado a tres pisos de

altura. Sobre una mesilla estaba colocado

un despertador del tamaño del puño de

un niño pequeño. Pero lo más interesante

era que al lado había un altavoz. Estaba

encendido, y la pequeña lucecita verde

que brillaba lo demostraba. Era apenas

apreciable, pero el despertador estaba a

punto de marcar las 7 de la mañana. En

apenas unos segundos, empezaría un


nuevo día para la persona acurrucada en

esa cama con sábanas de ajedrez.

De repente, un ruido atronador nació del

susodicho reloj y su cómplice altavoz.

Normalmente, el ruido habría

despertado a cualquier persona, y al

parecer, sus vecinos lo hicieron, y lo

dieron de manifiesto con unos sonoros

golpes sordos, seguramente hechos por

una escoba, pero sonaban repetitivos,

como si la persona que los hizo estuviera


ya acostumbrada y supiera que no le

iban a hacer caso.

Aproximadamente al minuto, la figura

que yacía en la cama se levantó de

repente. Pero al parecer, no reparó en el

despertador hasta que se tuvo que tapar

los oídos poco después de despertarse.

La persona en cuestión era un chico, de

aproximadamente dieciséis años, tenía el

pelo castaño, casi negro, bastante largo,

sin duda de hace unos dos años; unas

cejas imponentes, que resaltaban el brillo


de sus impresionantes ojos azules, muy

claros; Una nariz larga pero un poco

chata al final; y unos labios

tremendamente expresivos. Aquellos

rasgos le conferían una belleza intensa,

casi exótica, y una tez inusualmente

blanquecina.

Máximo River se levantó de su cama,

puso los pies sobre la suave moqueta de

tatami de su apartamento, y buscó sus

zapatillas. Sólo encontró una, así que

buscó cerca de él sabiendo que la otra


estaba cerca. Por fin, la encontró a medio

metro de donde estaba la otra, y,

gruñendo, se encaminó hacia su ducha.

Justo cuando se metió en su ducha, le dio

al play de su mini cadena resistente al

agua. Estaba impermeabilizada de

manera que se pudiera manipular desde

dentro de la ducha, pero que no se viera

afectada por el agua de la ducha.

Esperaba que, al pulsar el botón con el

que comenzaba en realidad la mañana,

sonara el “concierto para clarinete y


piano kv622” de Mozart, pero en lugar

de eso sonaron los primeros acordes de

guitarra de “Welcome to the Jungle”, de

Guns n’ Roses. Le entusiasmaban tanto

una como otra, y se consideraba a sí

mismo un melómano. Le gustaban casi

todos los estilos musicales, casi todos en

general y el heavy metal y la música

clásica en particular.

Terminó de ducharse y, después de

secarse, por supuesto, se vistió con unos

pantalones piratas negros y una camiseta


igualmente negra, con el logo de

Metallica, uno de sus grupos predilectos.

Lo remató con unas zapatillas negras y

amarillas.

Se disponía a bajar al mercado de Acrol,

su ciudad natal. Había vivido en esa

ciudad durante los últimos 16 años.

Mientras bajaba por las escaleras del

edificio, evocaba aquellos días de

juventud en los que soñaba con cumplir

una infinitud de sueños y esperanzas.


Sin más, se dispuso a cruzar el umbral,

pero se tropezó con un cartel que rezaba:

<<haz realidad tus sueños que están a la

vuelta de la esquina, pues la vida es

breve>>.

Cuando Máximo pensaba en qué era lo

que compraría ese día, oteaba

ligeramente el bullicio y el gentío del

centro del mercado de Acrol, pero solo

pensaba en el plato de pasta de mijo que

se iba a zampar esa noche...


-¿Qué podría hacer esta noche?- Se

preguntó Máximo-¿Practicar esgrima?

¿Salir a la calle y tocar un poco el saxo?

Todo suena muy bien... Pero creo que

haré el gandul un rato-.

Hacía tres años que se había licenciado

en el conservatorio superior, pero estaba

un poco insatisfecho porque no sabía

tocar muchos instrumentos. También


estaba dando clases de esgrima con su

maestro, un antiguo espadachín pirata.

Hace poco había estado un poco

acatarrado, así que también se

compraría unos cuantos caramelos de

muscmaloi. Dio la vuelta a la esquina, y

una vez comprado todo lo necesario para

la cena de esa noche, se dispuso a dar

media vuelta hacia su casa, cuando, de

repente, oyó a dos individuos charlar a

un volumen demasiado alto teniendo en

cuenta de lo que estaban hablando:


-¿Eh, tío, no has oído lo de la timba de

esta noche en el Tubby's?- Dijo un

primero, bastante joven y con perilla.-

Joder tío, nunca me avisas cuando hay

"campeonatos" de los buenos.¿De cuánto

es la entrada de este?- Respondió un

segundo personaje, un poco más maduro

y con la voz más grave.-Dos mil guiles,

pero solo por hoy. A partir de mañana

suben a tres mil- Dijo el individuo enjuto

y rubio, incluso un poco molesto, como si


la pregunta del otro fuera demasiado

obvia.

A partir de ese momento, a Máximo le

dejó de interesar la conversación. Miró

en sus bolsillos en busca de lo que le

había sobrado de la compra. Dos

monedas de mil guiles y un montón de

calderilla que no había tenido ganas de

cambiar. Se le iluminó la cara, y una

sonrisa de las suyas, de las que le hacían

parecer que estaba planeando algo


malvado, se le clavó en su rostro como un

relámpago centelleante. Definitivamente,

Máximo ya sabía lo que iba a hacer esa

noche.

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