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- Vaya días, ¿eh?

- ¿Cómo?
- Olvídalo.

Un silencio de negra en una tarde gris. Un día cualquiera de una vida


en blanco.

El viento entre sus cabezas, y el cielo, y los árboles, y todo lo que es


bello y naranja en Otoño. El sol desangrándose. El humo de sus
cigarros. Su jersey de lana, sus botas viejas.

- ¿Qué vas a hacer ahora?


- No lo sé. No sé qué hacer, en realidad.
- Da igual.
- Sí, supongo que sí.

Y los últimos pájaros vuelan metros por encima de ellos. Y el día cada
vez está más muerto, a cada palabra, a cada gesto. Ellos siguen
hablando sin mirarse.

- Creo que al final tenía razón.


- ¿En qué te basas?
- En nada, supongo. En lo mismo de siempre.
- ¿Cuándo fue la última vez que acertaste por instinto?

Cierra los ojos. Aire fresco, humo cálido.

- A veces somos capaces de obtener información sin desearlo, casi


accidentalmente. Todos somos capaces de saber, sin preguntar.
Cuando se tiene un poco de experiencia y sensibilidad uno deja de
hacer preguntas. Comienza a ver a través de las paredes y son las
tripas las que hablan, conversando sin palabras. Quizá no puedas
entenderlo.
- También lo he vivido, sé de lo que hablas.
- Naturalmente.
- Luego se trata de eso.
- ¿De qué?
- De esa sensación, como de conocimiento.
- Algo así, sí. Creo que lo sé.
- Lo siento.

Gira la cabeza hacia él, pero no le mira, él sigue mirando al río.


Definitivamente la noche estrangula al día; después de la lucha y el
naranja de su cara, llega la asfixia, los labios azules, brillantísimos. El
cielo púrpura. El canto de cisne, el crepúsculo.

- ¿Cómo que lo sientes? ¿Por qué?


- Son las verdades amargas las que se intuyen de esa manera, sólo
esas.

Él calla, y retira la vista de nuevo.

- ¿Y ahora qué?
- Ahora llanto y crujir de dientes.
- ¿Y luego?
- Nadie lo sabe. Probablemente nada.

Se mira las manos. Ya es luego. El tiempo fluye entre sus dedos como la
brisa cortante entre sus labios, como el agua del río.

- Sé lo que quiero.
- Eso es inútil. Concéntrate en encontrar lo que necesitas.
- No sé lo que necesito.

Luces de farolas, paseantes. Estrellas tímidas. Orejas heladas, ojos


vidriosos, labios cortados como pupitres viejos de colegio. La cara, aún
joven, tersa. El corazón negro, enfermo.

- Yo sí.
Ahora es luego, y ayer es tarde. La eterna construcción de la historia, la
sucesión de instantes, la fusión de momentos. La deleción del presente,
que muere mientras da a luz a otro nuevo, distinto, constantemente.

Se miran.

- Necesitas enamorarte de alguien que fuera capaz de dispararte en


la cabeza si tú se lo pidieses. Necesitas olvidar todos tus asuntos y
entregarte por completo a ti mismo. Elabora unas memorias, deja
un legado. Una nota de suicidio de más de doscientas páginas,
encuadernada en espiral, blanco y negro, arial, doce. Eso es lo que
necesitas.

Vuelven a mirar al río, lo que deja ver la luz de las farolas. De vez en
cuando algún destello, nunca en el mismo punto; el agua negra
resbalando por encima del mundo. Y el sonido, nítido, infinito.

- Bueno, no creo que ella fuera capaz de dispararme.


- Entonces no te preocupes, no te conviene.

Quizá tuviera razón. Quizá en el momento crítico ella fuera incapaz de


sostener correctamente el arma. Daba lo mismo, en realidad, nunca lo
sabría. Supo que jamás se daría el caso desde el momento en que la vió
por primera vez, pero ambos saben cómo funcionan estas cosas.

- ¿Para qué necesito yo un disparo en la cara?


- No ahora, desde luego.
- ¿Acaso existe una diferencia?
- Los finales nunca son felices o infelices en virtud de sí mismos, se
hace necesaria una última escena antes del cartel “Fin”. Un último
párrafo. Es el contexto el que hace el final algo memorable o algo
banal.
- Los finales no deberían ser banales.
- Por eso mismo.
- ¿Qué hay de los epílogos?
- Son propios de malos finales. Tú no quieres un final así.
- Tú no sabes lo que quiero. Ni lo que necesito.

Enésimo silencio, enésimo cigarro. Los pulmones negros, el humo blanco.


Las manos frías, el viento, la noche, ya cerrada. Noviembre, mes de nadie,
como el anterior, y como el siguiente. El banco, durísimo, las farolas y el
río. Ha desaparecido la gente, al menos la de buenas costumbres. Ahora
sólo quedan ellos.

Las lenguas afiladas de las mentes despiertas, los corazones podridos.

- Sólo procura tener una última escena que merezca la pena. La


clase de párrafo por el que uno se dejaría encantado volar los
sesos. Eso es perfección.
- Eso es estupidez.
- Estupidez es tocar techo y querer seguir viviendo. No quiero una
vida mejor, quiero vivir para ese instante, y luego teñirlo todo de rojo.
- Eres un enfermo mental, o un gilipollas.
- Algo así, sí.

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