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Alegría en la jubilación

Por Roberto Martínez (05-Abr-1997).-

Casi no podemos encender la radio sin escuchar un anuncio que nos


invite a inscribirnos en algún Afore, así como anteriormente resultaba
imposible no enterarse de las nuevas opciones de servicios de larga
distancia.

En los medios masivos estamos más acostumbrados a recibir


propaganda de alguna compañía que promete la eterna juventud con
cremas, tintes, vitaminas o el nuevo aparato para reducir el abdomen, y
no anuncios que nos hacen pensar en la vejez.

Resulta de por sí incómodo soportar anuncios de 20 compañías


diferentes ofreciendo todas lo mismo, pues nos confunden al no dar la
suficiente información como para determinar la mejor opción para
cada caso particular. Todavía más molesto es que nos obliguen durante
20 segundos o más a pensar en la jubilación; un tema que suena
demasiado cercano y similar a la muerte.

Es como cuando alguien te dice que no te imagines a un lobo


amenazante con los colmillos afilados y el hocico escurriendo de babas,
es casi imposible no hacerlo.

La jubilación, para aquellos afortunados que viven suficiente tiempo, es


parte de la vida, por lo que es bueno pensar de vez en cuando en ella,
aunque nos moleste, para trazar un camino que nos lleve por cada
etapa de la vida y así no dejarnos caer en la depresión de sentir que
perdemos el rumbo, el control y el sentido. Algunos tienen el propósito
de morir trabajando y nunca jubilarse, pero considero que hay más
cosas de fondo que considerar.

El trabajo ordinario requiere dinamismo y creatividad, pero sobre todo


perseverancia y tenacidad, elementos que encontramos más fácilmente
en la juventud, por lo que, querámoslo o no, tenemos que considerar
que tarde o temprano nos veremos forzados a cambiar de rutina en el
trabajo. La fuerza del que ya trabajó 35 ó 40 años es su experiencia y
sus relaciones, además de la ascendencia natural que le dan sus años y
por lo que muchas personas empiezan a referirse a esa persona con el
título de don. Las largas jornadas las delegan a los jóvenes siempre que
les sea posible y la salud debilitada les hace incumplir con mayor
frecuencia que antes.

Por otra parte, el joven profesionista tiene que construir su patrimonio


y capacitarse continuamente, por lo que cuenta con menos tiempo para
velar por otros aspectos personales y sociales que son tan importantes
como las actividades económicas, o que incluso las trascienden. Los
días, las semanas y los meses pasan velozmente y pierde muchas
oportunidades de satisfacer sus necesidades espirituales por estar
concentrado en conseguir el pan de cada día. El trabajo se vuelve rutina
y la rutina agota hasta el punto de adormecer la voz inaudible que
tenemos todos en la conciencia y que nos recuerda que hay algo más
que tan sólo trabajar y que estamos descuidando.

La persona que llega a la edad de jubilación y que tiene la opción de


retirarse puede descubrir un universo de actividades que le hagan caer
en la cuenta de que la vida encierra motivos para la alegría,
diariamente.
Muchas son vivencias gratuitas que nos llenan de alegría, como cuando
un familiar recobra la salud después de un grave padecimiento, pero la
mayoría de las veces tenemos que robarle a la vida esos momentos.

Basta con comprometerse en aquellas obras que desaten la alegría


contenida en ellas. El secreto está en ser portador de motivos para la
alegría, pues al darla a los demás la recibo en mayor medida, porque
siempre será mayor la felicidad del que la da, que del que la recibe.

Qué gusto da, por ejemplo, ver que crezca la tolerancia racial en
algunas comunidades donde se ha promovido el antirracismo con leyes
que protegen los derechos humanos. Vivir con la esperanza de un
mundo mejor e involucrarse con el proceso también llena de alegría.

Ser portador de buenas noticias, ayudar a la gente a salir de la miseria,


reconciliarse con algún hermano o pariente que vive fuera de la ciudad,
compartir mis conocimientos con aquellos que más se pueden
beneficiar, contemplar cómo se consolida la obra iniciada con tanto
anhelo y que otros toman la estafeta de continuarla con el mismo
entusiasmo y dedicación, recibir y acoger con generosidad la vida
nueva de un nieto, reunirse con la familia, compartir el propio hogar y
apoyar causas que mejoren a la comunidad, son todas ellas actividades
que nos llenan de alegría y nos ayudarán a descubrir el sentido de esta
nueva etapa.

La auténtica alegría se mantiene limpia y nutrida por el apego a los


valores morales, porque la fidelidad a lo bueno exalta el corazón. La
alegría en la jubilación o en cualquier otra etapa de la vida está en la
entrega a los demás en el servicio alegre. La jubilación no tiene que ser
el fin, sino que puede ser el comienzo de una mejor vida; la diferencia
está en el uso que des a tu libertad.

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