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Defensa del celibato

Por Roberto Martínez (11-Ene-1997).-

En los primeros siglos de la era cristiana algunos sacerdotes y obispos estaban


casados, pero pronto fue preferido el celibato y eventualmente pasó a ser
obligatorio, como norma disciplinaria (que puede cambiar), no como doctrina (que
es inmutable). Esta predilección por la vida célibe queda mejor expresada por San
Pablo: "Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús. Nadie
que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer
al que le ha alistado". (2 Tm 2:3-4)

En años recientes hemos sabido de algunos sacerdotes en la Iglesia Católica


Romana que están casados. Esto es porque algunos son conversos del luteranismo,
y como ministros luteranos podían estar casados, y más recientemente un número
en aumento de conversos de la Iglesia Episcopal en la misma situación. Estos casos
son claramente excepciones a la norma.

De los que no aprueban el celibato es común leer o escuchar que se refieren a él


como celibato represivo o celibato a ultranza, como si fuera una postura fanática o
una imposición de la Iglesia en contra de la voluntad de los futuros y actuales
sacerdotes. También gustan de atacar con algunos argumentos en contra de la vida
célibe. Lo que más repiten es que el celibato es antinatural, porque Dios ordenó a
todos los hombres casarse cuando dijo: "Sed fecundos y multiplicaos" (Gn. 1:28).

No es así. "Sed fecundos y multiplicaos" es un precepto general para la raza


humana, que no ata a cada individuo. Si así fuera, todo hombre soltero (y mujer,
para tal caso) en edad de casarse estaría en estado de pecado mientras
permaneciese así. Cristo mismo hubiese violado ese supuesto mandamiento, pues
El nunca se casó. Aun si lo excusan por su divinidad, todavía quedarían muchos
santos en la misma situación, como Juan el Bautista, y la mayoría de los primeros
apóstoles. Inclusive San Pablo fue célibe, como él mismo lo atestiguó: "No obstante
digo a los célibes y a las viudas: bien les está quedarse como yo. Pero si no pueden
contenerse, que se casen; mejor es casarse que abrasarse" (1 Co. 7:8-9).
Los opositores del celibato también toman el versículo: "Por eso deja el hombre a
su padre y a su madre, y se hacen una sola carne" (Gn. 2:24). Esto lo interpretan
como que el ser humano debe casarse. Pero Cristo animó a sus seguidores no sólo a
dejar a sus padres, sino también a renunciar a la oportunidad de tener esposa e
hijos: "Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre,
hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna"
(Mt. 19:29).

Otro argumento en contra lo basan en la norma que dio San Pablo a Timoteo,
donde le aclaraba que un obispo debe ser esposo de una mujer (cf. 1 Tm. 3:2). Lo
que Pablo infirió no es que un hombre debe estar casado como requisito para ser
obispo, sino que un obispo no puede casarse más de una vez. Después de todo, si
los obispos debían ser hombres casados, Pablo estaría violando su propia norma.
Una regla que prohíbe a un hombre tener más de una esposa, lo que implica
también que le prohíbe casarse después de enviudar, no le ordena tener al menos
una. Un hombre que no se casa no viola esta norma.

En los primeros años de la Iglesia, dada la escasez de hombres solteros que fuesen
buenos candidatos para el sacerdocio, fueron aceptados hombres casados para
ordenarlos tanto al sacerdocio como al episcopado. A medida que aumentó el
número de hombres solteros y aptos, sólo se aceptaron hombres célibes en las
ordenaciones dentro del Rito Latino, en concordancia con el deseo de San Pablo de
que todos permaneciesen célibes (cf. 1 Co. 7:7). En el Rito Oriental se mantuvo la
antigua costumbre.

Siguiendo con el mismo ataque, algunos citan el comentario de Pablo donde dice
que un obispo debe ser alguien "que gobierne bien su propia casa y mantenga
sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su
propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?" (1 Tm. 3:4-5). Así quieren
recalcar que el obispo debe ser un hombre casado. Si ésa fuera la interpretación
correcta, la lógica del pronunciamiento de San Pablo implicaría que un obispo
también debe tener hijos, y que todos sus hijos deben respetarlo plenamente.

Entonces, un hombre casado, sin hijos, ¿ no puede aspirar a ser obispo ?


Aparentemente no. O qué me dicen de un hombre casado con hijos, pero que uno
de ellos no lo respeta completamente; ¿tampoco es candidato al episcopado? Por lo
visto no. Y, ¿cómo debe uno medir el grado de respeto que le tienen sus hijos, para
determinar si es pleno? ¿Quién pone la medida?

El asunto se complica mucho. Todo lo que este pasaje significa es que un hombre
casado, para ser elegido como obispo, debe gobernar bien su casa, y como aclaré
anteriormente, no obliga a que los obispos sean hombres casados.

Otros dicen, con un tono condenatorio, que prohibir a alguien que se case es señal
de una doctrina apóstata, según está escrito en la Biblia (cf. 1 Tm. 4:3). Siguen con
el razonamiento de que la Iglesia Católica prohíbe el matrimonio a los sacerdotes y
consagrados, por lo que no puede ser la Iglesia que Cristo fundó. El hecho real es
que la Iglesia Católica no prohíbe el matrimonio. La mayoría de los católicos se
casa con la completa bendición de la Iglesia.

Cuando la Biblia condena a los que prohíben el matrimonio se refiere a los que
promueven el gnosticismo, una ideología irreconciliable con el cristianismo, que
declara todos los matrimonios como instituciones malvadas. El matrimonio no es
malvado a los ojos de la Iglesia (recuerda que según ella, Cristo lo instituyó como
sacramento, o sea, medio para llegar a Dios), y ningún católico tiene prohibido
casarse. Es verdad que los sacerdotes, fieles al Papa, no se casan, pero nadie los
obligó a consagrarse. El matrimonio no está prohibido para ellos como seres
humanos, sino como sacerdotes. Cualquier católico es libre de escoger su vocación.
El celibato no se impone a nadie.

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