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Aquella noche, había sido bastante particular, comenzó con el sonido del
teléfono y el arrumaco sexy de una voz femenina preguntando por Rafael. Una
mujer llamando a mi marido, no era de extrañar, lo que me extrañó es que
llamará a mi teléfono particular. Las mujeres de mi marido no ingerían conmigo,
iban y venían como trapos viejos, pero siempre procurando no toparse conmigo
y yo, la verdad se los agradecía.
No me fui por comodidad y por, según yo, mi macabro sentido del humor.
Tendría a su lado a una esposa que no le estorbaba y al mismo, si. Una mujer
que detenía a esas otras que veían en él a un proveedor y una mujer en la
cama de la que si sería un proveedor, me burocraticé y empecé a vivir de
manera llana y vacía, una especie de “aviador”.
Mirando como pasaban las mujeres del brazo de sus maridos, con pieles sobre
los hombros, sonriendo y fingiendo ser felices. Yo no fingía ser nada, nunca
nadie preguntó y yo jamás dije palabra alguna. Las mujeres me compadecían
y me tonteaban, algunas pensaban, incluso, que era estúpida porque nunca
usé pieles, ni sobre ni debajo de los hombros, y todavía más idiota me
consideraban. Porque no alcanzaban a captar como podía ir por la vida sin
joyas. Si algo podían aseguran el futuro eran las joyas, y como en esto del
matrimonio nada es seguro, pues hay que comenzar a acumularlas; mientras
se puede, hay que ir creando una caja de asistencia social personal, por el
futuro incierto al que estamos sometidas .
Ya habían pasado unos cinco años, desde la última vez que Rafael pegado a
mi espalda, había besado mi cuello y me había llevado al lecho. Habíamos
hecho el amor de manera arrebatadora, como dos pasiones que se encienden
en una vorágine efímera, sin dejar recuerdo dejando como hilachos los
cuerpos. Fue la última vez que le escuche decir que me amaba. Después la
dulzura de su voz se acabó para mí.
Una condición social que atacó de manera muy ventajosa mi, ya tan declinada
y menospreciada posición dentro del grupo de amigos de mi marido. Todos
muy estirados y snob, que vestían de blanco para jugar tenis, y de color paja
para navegar. Y no se diga si se trataba de tomar una copa de vino, con sus
jersey “polo”. Dignos de una estampa publicitaria de alguna revista de
sociedad. A mi casa, esas revistas, llegaban por docena, todas pedidas por
subscripción, se iban apilando una encima de la otra. Mi marido solía ojearlas
y enterarse de los chismes del better sellers al que, de alguna manera
pertenecíamos; pero yo… yo esperaba el selecciones, no me importaba si me
lo enviaban en francés, del mismo modo intentaba leerlo.
Para mi era, de una manera inexplicable, esos relatos eran importantes para
sobrevivir todos esas vivencias que leía constantemente en sus páginas, nada
mas renovador y lleno de fé que las historias narradas ahí mismo. Cuanto
héroe desconocido. Cuánto sacrificio, cuantas historias de sobrevivencia, el
hombre luchando contra las adversidades, Esas narraciones me hacían sentir
no una parte separada de la tierra, sino algo, que emergiendo le proporciona
valor a la tierra.
Cierto que la velada resulto satisfactoria y Rafael no nos había hecho falta para
absolutamente nada, incluso intercambien números telefónicos con esposas y
esposos de otras. Nadie podía asegurarme que un día cualquiera podría
necesitar ayuda.
Intenté tocar a Rafael pero mi mano cayo en falso. Que raro que Rafael no
hubiese llegado, a él, no le gustaba faltar a la casa, ni dejar de compartir su
cama conmigo. Era una costumbre de dos.
Mi casa , porque era mía, creo que la única que tengo, herencia de mis padres,
es una quinta preciosa y que da de manera muy ventajosa hacia el mar .
Hace años me había enamorado de un lanchero, pobre chico le costó su amor
por el mar, no sé como mi padre se enteró y lo mandó desterrado hasta la
costa del atlántico y no le volví a ver. Me contaron que se había casado y que
ahora tenía una vieja muy mandona que no le dejaba respirar.
Yo tengo los ojos abiertos y no puedo mirar los ojos de él porque los oculta. Su
boca está en una línea recta, no sabe llorar, se tiembla el mentón. Se deja caer
al lado mío, y me cubre los senos con la manta.
De la alfombra levanta dos frascos vacios de pastillas. Los aprieta entre los
puños. Le escucho maldecir, pero no es por el dolor de perderme, me he
convertido en un inconveniente, pobre mi Rafael, le eché a perder el evento de
la noche. No fue mi intención Rafael, no quise intervenir.
No, te miento, desde el primer momento, cuando Liliana vino a traerte los
papeles supe que nunca tendrías en paz esta fiesta. Yo no te lo permitiría. Así
tuviera que cortarme las venas, esa fiesta no se llevaría a cabo.
Te veo ahí, reclinado sobre el ventanal mirando hacia la playa, qué estarás
pensando, ¿en tu herencia? ¿En tu posición?
La vida, al contrario, está llena de descargas energéticas que hace que las
terminaciones nerviosas se enciendan como mecheros personales. Nada que
la vida no es vacía en lo absoluto.
-si…
Pobres chicos. Eran tan buenos, no me gustó mucho que hayan sido ellos los
que tuvieran que constatar que estoy muerta y tampoco me gustó que Ángeles
haya sido la encargada de levantar el acta de defunción.
Nunca pensé cargar rencor ni amargura. Pero si, era amargura lo que llevaba
como prendedor debajo de mis senos.