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Me despertó el silencio.

Las horas se habían detenido de manera extraña, sobre y al lado de mi cama,


quise moverme pero mi cuerpo no me obedeció. Aún así, no pensé que algo
estuviera mal. NI siquiera atiné a pensar.

Aquella noche, había sido bastante particular, comenzó con el sonido del
teléfono y el arrumaco sexy de una voz femenina preguntando por Rafael. Una
mujer llamando a mi marido, no era de extrañar, lo que me extrañó es que
llamará a mi teléfono particular. Las mujeres de mi marido no ingerían conmigo,
iban y venían como trapos viejos, pero siempre procurando no toparse conmigo
y yo, la verdad se los agradecía.

La primera otra mujer, me dolió de una manera abrumadora, de manera


concreta sentí como abrió mi pecho y había arrancado mi corazón. Le reclamé
y le pregunté, él me sugirió de manera terminante, que si no me gustaba que
me fuera, pero no me fui.

No me fui por comodidad y por, según yo, mi macabro sentido del humor.
Tendría a su lado a una esposa que no le estorbaba y al mismo, si. Una mujer
que detenía a esas otras que veían en él a un proveedor y una mujer en la
cama de la que si sería un proveedor, me burocraticé y empecé a vivir de
manera llana y vacía, una especie de “aviador”.

Mirando como pasaban las mujeres del brazo de sus maridos, con pieles sobre
los hombros, sonriendo y fingiendo ser felices. Yo no fingía ser nada, nunca
nadie preguntó y yo jamás dije palabra alguna. Las mujeres me compadecían
y me tonteaban, algunas pensaban, incluso, que era estúpida porque nunca
usé pieles, ni sobre ni debajo de los hombros, y todavía más idiota me
consideraban. Porque no alcanzaban a captar como podía ir por la vida sin
joyas. Si algo podían aseguran el futuro eran las joyas, y como en esto del
matrimonio nada es seguro, pues hay que comenzar a acumularlas; mientras
se puede, hay que ir creando una caja de asistencia social personal, por el
futuro incierto al que estamos sometidas .

Yo no, nunca había ni comprado, ni recibido una joya, solo el anillo de


compromiso y el de boda que lucían en mi mano izquierda. No sé si lo lucía de
manera correcta pero era el único adorno que acostumbraba.

Rafael me arrebató el teléfono de la mano y al escuchar la voz del otro lado ,


palideció. Luego dijo que tenía que salir de urgencia y sin más explicaciones
tomó las llaves del automóvil y se marchó. Yo quedé ahí con cara de tonta,
con la sonrisa de oreja a oreja, los invitados, no lograban disimular su fastidio,
intentaron quedarse el suficiente tiempo, para no parecer majaderos, antes de
retirarse.
Ellos y yo, nada en común, ni siquiera mi marido. Fingimos no necesitarle y la
verdad fue clara, no le necesitamos. Sugerí acercarnos al balcón, acomodarnos
alrededor de una mesa y me atreví a preguntar que les parecía que jugásemos
póker. Como éramos trece personas nos fuimos turnando, hasta que me
fastidie del juego y de perder todo el dinero, el poco dinero que conservaba en
uno de los cajones de la cocina y que la doncella había tenido a bien ponerlo
en mis manos. Las apuestas hacían mas emocionantes las partidas y sin
percatarnos se nos pasó el tiempo. Para cuando todos se habían marchado,
Rafael aún no había regresado.

Al quedarme a solas, me asomé al balcón y miré como la luna se proyectaba


silenciosa sobre el mar que lucía calmo y oscuro.

Ya habían pasado unos cinco años, desde la última vez que Rafael pegado a
mi espalda, había besado mi cuello y me había llevado al lecho. Habíamos
hecho el amor de manera arrebatadora, como dos pasiones que se encienden
en una vorágine efímera, sin dejar recuerdo dejando como hilachos los
cuerpos. Fue la última vez que le escuche decir que me amaba. Después la
dulzura de su voz se acabó para mí.

Se le acabó el amor en una revolcada. Nunca había escuchado de cosa similar,


pero en ese medio donde nos desenvolvíamos, nada era de extrañar. Así que,
dejó de tocarme, de besarme, de ser mi hombre y yo, dejé de ser su mujer.

Luego las infidelidades, una, detrás de otra se fueron a conglomerando en mi


vida y las fui aceptando con una filosofía muy practica y muy burguesa, como
si no me importará. Como si ser o no ser no fuera lo primordial. Y no debía
serlo, porque seguía metida en esa casa.

Luego de que Rafael se fuera a paso veloz con rumbo desconocido,


dejándome a cargo de los invitados. Y tratando de evitar que salieran de la
misma manera. Enfrenté mi primera situación comprometida y de riesgo
extremoso, en ese matrimonio.

Una condición social que atacó de manera muy ventajosa mi, ya tan declinada
y menospreciada posición dentro del grupo de amigos de mi marido. Todos
muy estirados y snob, que vestían de blanco para jugar tenis, y de color paja
para navegar. Y no se diga si se trataba de tomar una copa de vino, con sus
jersey “polo”. Dignos de una estampa publicitaria de alguna revista de
sociedad. A mi casa, esas revistas, llegaban por docena, todas pedidas por
subscripción, se iban apilando una encima de la otra. Mi marido solía ojearlas
y enterarse de los chismes del better sellers al que, de alguna manera
pertenecíamos; pero yo… yo esperaba el selecciones, no me importaba si me
lo enviaban en francés, del mismo modo intentaba leerlo.
Para mi era, de una manera inexplicable, esos relatos eran importantes para
sobrevivir todos esas vivencias que leía constantemente en sus páginas, nada
mas renovador y lleno de fé que las historias narradas ahí mismo. Cuanto
héroe desconocido. Cuánto sacrificio, cuantas historias de sobrevivencia, el
hombre luchando contra las adversidades, Esas narraciones me hacían sentir
no una parte separada de la tierra, sino algo, que emergiendo le proporciona
valor a la tierra.

Nada me había costado tanto esfuerzo mental, como el de aparentar que no


me importaba que todos los invitados con sus maravillosos trajes de gala, se
quedarán a esperarlo, cuando lo que deseaba con urgencia era quedarme a
solas, esperando que todo regresara a la normalidad, las luces que colgaban
del techo debía apagarse.

Cierto que la velada resulto satisfactoria y Rafael no nos había hecho falta para
absolutamente nada, incluso intercambien números telefónicos con esposas y
esposos de otras. Nadie podía asegurarme que un día cualquiera podría
necesitar ayuda.

Finalmente dentro de su esnobismo me resultaron personas muy agradables


e incluso, sentí un poco de vergüenza por haber pecado de egocéntrica, y
creyéndome humilde, había pecado de soberbia. Nadie tenemos la culpa de lo
que hicieron de nosotros conforme fuimos creciendo. Cada quien hace lo que le
resulta justo y así vamos creciendo entre el albedrio y el ajetreo de las cosas y
de las situaciones.

¿Cuando me acosté? No lo supe, la oscuridad era rota por una pequeña


lámpara encendida de manera muy tenue en el escritorio del fondo, al lado del
piano. Las puertas del balcón estaban abiertas de par en par, no hacía viento y
el calor era sofocante.

Intenté tocar a Rafael pero mi mano cayo en falso. Que raro que Rafael no
hubiese llegado, a él, no le gustaba faltar a la casa, ni dejar de compartir su
cama conmigo. Era una costumbre de dos.

Me quité la ropa y desnuda me asomé al banco. De frente la playa privada no


pude observar mas que unas pequeñas luces en un lejano rincón, por lo demás
todo estaba casi a oscuras, el arrumaco de las olas amándose con las rocas no
se escuchaba, ese silencio era lo que me había despertado. Un mar que no
produce rumores es como una noche vacía, sin luna ni estrellas

Desnuda, Salí al balcón y me senté a mirar en la oscuridad.

Mi casa , porque era mía, creo que la única que tengo, herencia de mis padres,
es una quinta preciosa y que da de manera muy ventajosa hacia el mar .
Hace años me había enamorado de un lanchero, pobre chico le costó su amor
por el mar, no sé como mi padre se enteró y lo mandó desterrado hasta la
costa del atlántico y no le volví a ver. Me contaron que se había casado y que
ahora tenía una vieja muy mandona que no le dejaba respirar.

Las cinco y treinta, en el horizonte empieza a mirar como la luz se despereza.


De Rafael ni sus luces, tal vez, no sé

- Muévela- le escucho decir- anda margara, muévela

- Si, señor, la muevo, esta fría. Esta tiesa.

- Si, está muerta. Tráeme el teléfono hay que avisar a la policía

Margara se echa la mano a los ojos, lanza un sollozo y sale de la pieza.

Yo tengo los ojos abiertos y no puedo mirar los ojos de él porque los oculta. Su
boca está en una línea recta, no sabe llorar, se tiembla el mentón. Se deja caer
al lado mío, y me cubre los senos con la manta.

De la alfombra levanta dos frascos vacios de pastillas. Los aprieta entre los
puños. Le escucho maldecir, pero no es por el dolor de perderme, me he
convertido en un inconveniente, pobre mi Rafael, le eché a perder el evento de
la noche. No fue mi intención Rafael, no quise intervenir.

No, te miento, desde el primer momento, cuando Liliana vino a traerte los
papeles supe que nunca tendrías en paz esta fiesta. Yo no te lo permitiría. Así
tuviera que cortarme las venas, esa fiesta no se llevaría a cabo.

Solo yo sabía porque me lo había propuesto, solo yo y mi conciencia y esa


carta que había mandado desde la noche anterior con Carlos Amerita hasta los
principales inversionistas de la compañía de mi padre, donde estipulaba como
quería que las cosas debían estar dirigidas desde este momento. El notario
había sido discreto y en secreto se sentía emocionado por el bullicio que se
veía venir. Claro, el pobre del licenciado nunca se imaginó que me suicidaría
antes de la hecatombe.

Pero Rafael aun no lo sabía, él solo pensaba en el inconveniente que mi


muerte le traería a su vida, pero hasta ese momento no sabía que tan grande
sería el asunto. En la ciudad nadie sabía que yo era la que tenía el dinero y no
el señor.

Te veo ahí, reclinado sobre el ventanal mirando hacia la playa, qué estarás
pensando, ¿en tu herencia? ¿En tu posición?

Sabes, la idea me la dio Joe Black. . Siempre me chocó Joe Black, no me


parecía que la muerte encarnara en un hombre tan guapo y lo convirtiera en un
insulso. La muerte no puede ser insulsa. Pero ahora acostada aquí, sin
poderme mover, sé que si lo es, la muerte es tan desabrida y tan sin chiste. No
se siente absolutamente.

La vida, al contrario, está llena de descargas energéticas que hace que las
terminaciones nerviosas se enciendan como mecheros personales. Nada que
la vida no es vacía en lo absoluto.

Rafael no se acordó de cerrarme los ojos, y de esta manera, pude mirarlo


fumar, suspirar, acomodarse la ropa, jugar con el botón de su camisa.

Afuera el sol levantaba con premura y empezaba a calentar. Se escucharon


unos golpecitos en la puerta. Margara asomó la cabeza y dejo pasar a los
gendarmes. Los conozco, son Héctor y Jaime, muchas veces me llevaron ebria
al departamento de emergencia de la cruz roja. Una vez creo que me le arrimé
a uno de ellos y empecé a besarlo con lujuria, el pobre chico se puso rojo y
como puso me sujeto de las manos y me leyó mis derechos y me metió presa.

-está muerta- dijo Héctor

-si…

Pobres chicos. Eran tan buenos, no me gustó mucho que hayan sido ellos los
que tuvieran que constatar que estoy muerta y tampoco me gustó que Ángeles
haya sido la encargada de levantar el acta de defunción.

A solas conmigo, se tomó atribuciones que no le correspondían. Se atrevió a


regañarme y a decirme que estaba muy enfadada conmigo, que como había
permitido que ese tipo me hubiera obligado a esto. Pero la verdad es que a mi
nadie me obligó, lo hice por decisión propia, ni siquiera por depresión o
traumas infantiles.

No podía culpar a nadie, más que a mi persona y a mis decisiones. Aquella


tarde cuando decidí quedarme no lo tuve claro, pero ahora lo sé a ciencia
cierta. Era venganza, le dejaría que me humillara todo lo que su poca hombría
le permitía y después le arrancaría hasta el más bajo vestigio de orgullo.
Aunque pensándolo bien ya no estaría para mirarlo humillado y derrotado

Nunca pensé cargar rencor ni amargura. Pero si, era amargura lo que llevaba
como prendedor debajo de mis senos.

Carlos no entregó la carta, la hizo pedacitos y siguió su camino, la noche se


tragó sus pasos y sus secretos. El notario, dejó de frotarse las manos. Margara
siguió preparando los Martini que también le quedaban, las noches de póker en
el balcón se hicieron cosa de todos los viernes. Solo cambió la anfitriona, hoy
se llama Carolina, es mona la niña, la miro sonreír desde el balcón, donde
sentada en el barandal paso las noches.

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