Está en la página 1de 6

REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA

Año XXXI, Nº 61. Lima-Hanover, 1er. Semestre de 2005, pp. 219-223

ROA BASTOS Y EL DOLOR DE LA SIGNIFICACIÓN

Carlos Pacheco
Universidad Simón Bolívar

Las formas desaparecen, las palabras


quedan, para significar lo imposible. […]
Tendría que haber en nuestro lenguaje
palabras que tengan voz. Espacio libre.
Su propia memoria. Palabras que sub-
sistan solas, que lleven el lugar consigo.
Un lugar. Su lugar. Su propia materia.
Un espacio donde esa palabra suceda
igual que un hecho. Como en el lenguaje
de ciertos animales, de ciertas aves, de
algunos insectos muy antiguos. ¿Pero
existe lo que no hay? (Yo el Supremo)

El primer recuerdo que tengo de Augusto Roa Bastos (1917-


2005) es el de su invisibilidad. Estamos en el gran patio de la Casa
de Bello, en Caracas, y es la mañana inaugural de un encuentro de
escritores de lengua española en marzo de 1982. Debo presentar
allí al autor de una novela a cuyo estudio he dedicado muchas ho-
ras durante la preparación de mi tesis de maestría y llego agobia-
do por la timidez y la admiración. No lo veo por ninguna parte. Mi
amiga, la investigadora chilena Ana Pizarro, sale al rescate y me
lleva en volandas a conocerlo. Sí, Carlos, ese señor bajito y callado,
casi sorprendido de que se interesen por él, jugando a ser invisible
cuando ya es nada menos que el autor de Yo el Supremo, es Augus-
to Roa Bastos.
Reacio a integrar el jet set de la intelectualidad latinoamerica-
na, don Augusto, como me acostumbré a llamarlo a pesar de sus
protestas, con ese “don” que para los trujillanos es homenaje de
genuino respeto, no abandonaría jamás esa vocación de invisibili-
dad. Un par de años más tarde, una extensa entrevista realizada
en la Universidad de Maryland durante un coloquio dedicado a su
obra1 refrendaría nuestra amistad. Y una ristra de cartas, para mí
inolvidables, la mantendría viva a lo largo de los años.
En efecto, Roa Bastos fue consecuente con esa voluntad suya de
mantenerse alejado de los reflectores y las cámaras. Personalmen-
220 CARLOS PACHECO

te prefirió el bajo perfil. Nunca movió un dedo para promoverse.


Su temperamento lo hacía preferir la soledad de la escritura: que
la obra hablara por sí misma, mientras él simplemente seguía es-
cribiendo. Me doy cuenta de ello ahora, de nuevo, a raíz de las
simplificaciones que encuentro en la cobertura que ha recibido su
reciente fallecimiento en los medios de comunicación.
Ante la noticia de su muerte el pasado mes de abril se activa,
en efecto, un implacable sistema de informaciones y comentarios
que debe regirse por la claridad y la concisión. Debe identificarse
rápida y eficientemente al escritor fallecido con una gran obra y,
de ser posible, con un par de nociones nítidas y recordables. En es-
te caso, la obra es por supuesto Yo el Supremo (1974) y las nocio-
nes, las de poder y exilio. Se alude a la representación ficcional de
la dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840) co-
mo crítica a la de Alfredo Stroessner (1954-1989), que lanzó a Roa
al exilio, primero en Buenos Aires y luego en Toulouse, durante la
mayor parte de su vida. Si quedan aún algunos caracteres disponi-
bles, se mencionan sus otras novelas, su premio Cervantes en
1989, o se señala su identificación raigal con la cultura paraguaya,
escindida entre sus vertientes indígena e hispano-cristiana y di-
glósica entre el castellano y el guaraní.
Sin duda, con Yo el Supremo, su máxima contribución a la na-
rrativa, Roa Bastos realizó un osado, innovador y sistemático des-
montaje del mito del poder omnímodo, mostrando acuciosamente
cómo quien pretende asumirlo va siendo proporcionalmente des-
truido en tanto ser humano y convertido en un monstruo incomu-
nicado. Suficientemente recia y consistente para inscribir el nom-
bre de Roa entre los protagonistas de nuestra ficción de todos los
tiempos, Yo el Supremo es probablemente la más compleja y logra-
da novela de la dictadura en Latinoamérica; lo que es bastante de-
cir para quienes apreciamos El Señor Presidente, de Asturias; El
recurso del método, de Carpentier; El otoño del patriarca, de Gar-
cía Márquez o La fiesta del chivo, de Vargas Llosa, entre las dece-
nas de obras sobre el poder omnímodo y sus consecuencias, que
tantas veces, entonces y ahora, ha estado presente en la vida polí-
tica y en la novelística continental.
Pero Yo el Supremo es mucho más que una novela histórica,
que una novela de la dictadura, o que una novela de denuncia polí-
tica. El lenguaje, la comunicación, la escritura, la dificultad de ac-
ceder a la verdad de los hechos y de comunicarla impregnan sus
páginas con similar intensidad. Como lo apreciábamos en nuestro
“Prólogo” de la edición de Biblioteca Ayacucho publicada en 1986,
[l]a lucha por el poder no se da sólo en el terreno político, sino también
en el semiótico. El conflicto entre lo hegemónico y lo insurreccional, en-
tre el centro y la periferia […] no es sólo una batalla por el control del
Estado, sino que se produce también entre las diversas voces y espacios
textuales que pretenden monopolizar el sentido del texto novelesco total.
ROA BASTOS Y EL DOLOR DE LA SIGNIFICACIÓN 221

En otras palabras, la novela no sólo exhibe un combate por el poder au-


toritario, sino también por el poder autorial […] esta obra elude la uni-
dimensionalidad de relatar un acontecimiento ficticio para presentarse
como perpetuum mobile , como movimiento permanente de textos que se
desdoblan, dialogan, se invierten, se contraponen […], confrontación in-
tertextual que será, en definitiva […] el principal agente portador de la
significación.2

Por eso, como lo apreció tempranamente Ángel Rama al califi-


carla de “inclasificable libro”3, Yo el Supremo es mucho más que
una novela de la dictadura. Es un complejísimo experimento de in-
tertextualidad y metaficción y también una exploración insomne
de la difuminada frontera entre historia y novela, del arquetipo del
doble (YO / ÉL) y sus repercusiones míticas, psicológicas y estéti-
cas, así como de los límites de la escritura y sus encuentros y de-
sencuentros con la oralidad popular. Son estas otras vertientes de
la excelsa construcción novelística de Roa en Yo el Supremo las
que mejor se conectan con el resto de su obra, para mostrar la con-
sistencia de su producción ficcional (también ensayística, drama-
túrgica y poética), a menudo centrada en la (im)posibilidad de cap-
tar la realidad y de expresarla a través de la voz y la escritura: eso
que hemos llamado el dolor de la significación.
Como un tenaz intento de responder a ese llamado, Roa Bastos
vivió su dedicación a la escritura ficcional justamente como una
pasión, en el sentido evangélico de la palabra, como la obsesiva
misión de un santo laico. Es la afiebrada y tenaz búsqueda de un
logro escriturario ideal, utópico como el aludido en nuestro epígra-
fe, que se sabe esquivo, elusivo, inasible, pero que se persigue sin
embargo sin cejar, con la insistencia de quien pone en ello el ínte-
gro sentido de la vida. No otro es el empeño pertinaz de algunos de
sus personajes, tanto en sus mejores cuentos (“Moriencia”, “Bajo el
puente”, “Nonato”, “Él y el otro”, “Contar un cuento”, “Lucha hasta
el alba”) como en varias de sus novelas desde Hijo de hombre (en
ambas versiones de 1960 y 1983) hasta El fiscal (1993) y Contra-
vida (1995), en una en una consistente trayectoria literaria donde
el narrador asume en carne propia lo que sus personajes viven en
la ficción.
Y uno de los escenarios donde se dio con mayor insistencia la
persecución de ese ideal utópico fue el intento de oralizar la escri-
tura, de “hacer sonar” la lengua escrita con las cadencias de la
lengua popular, tan propio del proyecto transculturador que com-
partió con altas figuras de las letras latinoamericanas como Juan
Rulfo, José María Arguedas o Joao Guimaraes Rosa. En un reve-
lador ensayo titulado “Una cultura oral”, expresa este particular
sufrimiento, o dolor de la significación, con las siguientes palabras:
De lo que se trata finalmente es [...] de intentar establecer creativamen-
te en los textos literarios escritos en castellano y en guaraní un movi-
miento de genuina intercomunicación: hacer pasar a la escritura natu-
222 CARLOS PACHECO

ralmente, sin forcejeos artificiales y retóricos, la entonación de la orali-


dad. Esto supone una tarea creativa de resemantización del guaraní, no
la restauración de una hipotética pureza de la lengua vernácula, que es
también una abstracción idealista. [...] Para los escritores que escriben
en castellano, se plantea la misma necesidad de hacer "pasar a la escri-
tura" la entonación oral y coloquial del otro hemisferio vivo pero en
constante deterioro que es el guaraní popular paraguayo.4

Es también este dolor de la significación el que hace que el


complejo protagonista de Yo el Supremo sea un ser dividido entre
su apariencia y coraza dictatorial y su lacerada, subversiva y ence-
rrada conciencia interior: “El YO sólo se manifiesta a través de
Él.” De manera similar, en Hijo de hombre se proyecta el contraste
entre los llamados “cristos paraguayos”, en especial el viejo Maca-
rio, memoria, conciencia y voz popular, frágil portador de una sa-
biduría tradicional de fuente guaraní, y el protagonista Miguel Ve-
ra, también de origen campesino, pero educado en la ciudad, oficial
del ejército y escritor de un diario. Incapaz de reintegrarse del todo
a su cultura original, debe cargar de por vida con el estigma y la
culpa de una supuesta traición a sus orígenes.
Por lo que nos muestran varias de sus novelas posteriores, co-
mo El Fiscal y sobre todo Contravida, la más lograda de sus varias
novelas de la última década, Roa Bastos comparte en buena medi-
da este difícil destino de exiliado cultural que no cesa de trabajar
para reintegrarse a sus fuentes populares, del escritor que lucha
por lograr la utopía rulfiana de “escribir como se habla”, de escu-
char atentamente y dejarse impregnar, antes de escribir, por el
texto oral constituyente de la tradición popular. Don Augusto dio
esa batalla con humildad, perseverancia y rigor y así lo expresa
[...] en mi oficio de escritor de ficciones, he experimentado siempre, vi-
vencialmente, la presencia crepuscular de ese texto primero, audible
más que legible, que remonta del hemisferio subyacente del guaraní, y
he sentido la necesidad de incorporarlo y trasfundirlo en los textos escri-
tos en castellano; integrarlo en la escritura, si no en su materialidad fo-
nética y lexical, al menos en su riqueza semántica, en sus reverberacio-
nes significativas; en su radiación mítica y metafórica; en sus modula-
ciones que hablan musicalmente de la naturaleza, de la vida y del mun-
do.5

Esa inserción en lo popular fue mucho más allá de la escritura;


llegó a ser un proyecto de vida. Durante sus últimos años, cuando
finalmente le había sido posible volver a Paraguay, también cuan-
do el resplandor de la celebridad había amainado en algún punto,
don Augusto disfrutó de volver a interactuar con la gente más sen-
cilla, dio generoso apoyo y orientación a organizaciones juveniles y
populares, fomentó y financió un proyecto de alfabetización popu-
lar, ayudó, en fin, desinteresadamente a muchos compatriotas que
aprendieron a apreciarlo sin conocer plenamente la dimensión in-
ROA BASTOS Y EL DOLOR DE LA SIGNIFICACIÓN 223

ternacional como escritor de su renombre, hasta tal vez sin haber


leído ninguna de sus obras.
Por eso, según el testimonio de Mirta Roa, hija del escritor que
desde hace años vive en Caracas, al conocerse la noticia de su
muerte, no pocos centenares de paraguayos, de todas las esferas,
pero sobre todo del pueblo llano, desfilaron ante sus restos en un
silencioso y elocuente homenaje que durante tres días, frente a la
Plaza de la República, hizo realidad el opuesto simétricamente
perfecto de la condena que según el famoso pasquín paródico que
ocupa la primera página de Yo el Supremo se autoinflinge el pro-
tagonista dictador6.
Se daba cumplimiento así también a algunas de las enseñanzas
orales del sabio Macario de Hijo de hombre, quien explica a los
muchachos del pueblo lo que perdura más allá de la muerte: “Por-
que el hombre, mis hijos, […] tiene dos nacimientos. Uno al nacer,
otro al morir... Muere pero queda vivo en los otros, si ha sido cabal
con el prójimo. Y si sabe olvidarse en vida de sí mismo, la tierra co-
me su cuerpo, pero no su recuerdo...”7.

NOTAS:
1. “El escritor es un productor de mentiras (diálogo con Augusto Roa Bastos)
Actualidades (Caracas, Celarg) 1980-1982) 6: 35-45.
2. Carlos Pacheco: “Prólogo” a Yo el Supremo, Caracas, Biblioteca Ayacucho,
1986: XVII-XVIII.
3. Ángel Rama: “El dictador letrado de la revolución nacional latinoamerica-
na”, Revista de Literatura Hispanoamericana (Maracaibo, Universidad del
Zulia), 8, 1975.
4. Augusto Roa Bastos: "Una cultura oral". Hispamérica (Maryland) XVI, 46-
47 1987: 103-104.
5. Augusto Roa Bastos: “Una cultura oral. Loc. cit. p. 110.
6. “Yo, el Supremo Dictador de la República. / Ordeno que al acaecer mi
muerte mi cadáver sea decapitado; la cabeza puesta en una pica por tres
días en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo al son de las
campanas echadas a vuelo. / Todos mis servidores civiles y militares
sufrirán pena de horca. Sus cadáveres serán enterrados en potreros de
extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres. / Al término del
dicho plazo, mando que mis restos sean quemados y las cenizas arrojadas al
río…” Yo el Supremo, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1986: 3.
7. Hijo de hombre (segunda versión). Asunción, El Lector. 1983: 45.
224 CARLOS PACHECO

1
2
3
4
5
6
7

También podría gustarte