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III

“All the time”

A diferencia de lo que creía el profesor de Literatura, Summer Burns no solía ir a


fiestas. Y cuando iba evitaba el alcohol. No bebía con frecuencia, pero cuando lo hacía
sabía que algo no terminaría muy bien. Sin embargo la noche anterior había aceptado la
cerveza que su reciente amigo le había ofrecido, así también como todos las extrañas
combinaciones de diferentes bebidas que había inventado Tré. Éstas habían sido la
culpable de que todos se fueran a casa más “contentos” de lo normal. Aunque para ella
había sido su perdición. Había llegado al punto en que no se podía parar por si sola y lo
peor era que en la cocina todavía quedaba alcohol. Billie fue quien tuvo la madura idea
de sacarla de allí.
La muchacha estaba recostada en una cama de una plaza, se notaba que entre
sueños había logrado destaparse de las sábanas. Poco a poco su mente se fue
despertando hasta que finalmente pudo abrir los ojos, los cuales cerró mecánicamente al
ver la mínima mota de claridad. No sabía de dónde provenía la luz, pero le intrigaba.
Cuando intentó incorporarse un quejido se le escapó por la boca, la cual la tenía seca, al
sentir que su cabeza pesaba toneladas. Y le dolía muchísimo.
—Linda resaca, lo sé. Intenta moverte despacio… Créeme que lo sé.
Repitió una voz masculina desde el marco de la puerta, aunque en realidad no
había puerta y solo el espacio donde debería estar. Ella se colocó una mano sobre los
ojos, intentando contrarrestar un poco la iluminación y abrió los ojos apenas para
encontrarse con la figura que recordaba había estado en la fiesta. Aún así no recordaba
nada.
—¿Qué hora es?
Inquirió Summer, con una voz tan ronca que le hizo picar la garganta por lo que
comenzó a toser. Cuando él quiso acercarse ella posó una mano sobre su pecho,
deteniéndolo. Podía sentir el olor a alcohol que ella misma desprendía, no quería que él
también lo sintiera. Aquello no pareció molestarle a Billie, porque soltó una risa y se
apartó, dejando algo sobre la mesita de luz.
—Como las… dos.
Ella pareció relajarse, puesto que había cerrado nuevamente sus ojos y se había
recostado. Pero poco le duró la tranquilidad cuando relacionó la hora con la claridad que
se colaba por la ventana de la habitación. Nuevamente se incorporó, sentándose de
manera brusca y haciendo que todo se le moviera por unos segundos. Agitó la cabeza,
como si así se le fuera el mareo y se puso de pie, dando unos pequeños pasos mientras
intentaba ver hacia delante.
—Espera, Bob Esponja, no tan rápido —soltó Billie entre risas y la sostuvo del
brazo derecho antes de que se chocara contra una silla que no había visto.
<<¿Bob… Esponja…? Oh… no>> escuchó Summer a su propia voz hablándole
y se refregó el rostro, tapándoselo con ambas manos.
—¿Cuá…? —debió tragar, aunque en vano. —¿Cuánto bebí? —o lo poco que se
le había entendido al tener el rostro tapado.
—Eso depende si cuentas lo que quedó de alcohol en tu cuerpo luego de
expulsar tanto líquido, que dudo que tengas algo ahora mismo. ¿Quieres agua?
Ella agradecía no haberse destapado el rostro para mirarlo cuando él respondía
eso. <<¡OH POR…! Has vomitado tanto que…>> la voz en su mente se calló al sentir
una nausea. No. No vomitaría frente/sobre él. No de nuevo al menos. Apartó un dedo,
para mirarlo por detrás de su mano y volvió a agachar la cabeza al ver que él la
observaba atento. No solía importarle lo que demás creían de ella, pero si le importaba
la imagen que ese joven ahora tendría de ella. Era mucho más que emborracharse hasta
perder el conocimiento.
—Iré por un vaso de agua. El baño está cuando termina el pasillo, puedes
ducharte si quieres. Mientras a mi madre no le molestará hacerte uno de esos cafés que
me hace a mi cuando más los necesito, ya verás… —comentó simpático mientras se
alejaba a la puerta.
—¿Qué? —inquirió ella, atónita, abriendo los ojos como platos ahora sin cubrirse
la cara.
—¿Qué? —preguntó él también, en tono bajo, sin saber que era lo que había
detonado esa reacción.
—Di… dijiste madre…
—Oh, si. Estás en mi casa.
Summer se lo quedó observando, quieta en el lugar y luego se volteó a la cama
donde aparentemente había dormido. Paseó la mirada por toda la habitación, llena de
pósters de bandas de punk-rock, incluso de algunas portadas de Maxim y dos guitarras
en un rincón. Nuevamente sintió ese calor que había sentido la primera vez que lo había
visto. Aunque ahora no se sonrojaba por encontrarse con sus ojos, sino por enterarse no
solo que la había visto en el estado más deplorable que podía tener sino que la había
llevado a su propia casa y había cuidado de ella.
<<Al menos que…>> una idea apareció en su mente y ella se volteó
rápidamente hacia él nuevamente, observándolo incluso señalándolo con un dedo.
—¿Nosotros…? —comenzó a preguntar, sin embargo no dijo nada más.
Le llevó un tiempo a Billie entender aquella pregunta, pero por la mirada de
Summer y la sorpresa o espanto tras enterarse que estaba en su casa lo entendió. Sin
embargo no contestó en seguida, ¿buscando hacerla dudar? ¿Realmente no recordaba
nada? Quizás era una buena oportunidad para decirle que habían dormido juntos y ahora
estaban saliendo. No, no podía mentirle, ni siquiera en una broma así. Antes de
contestarle una imagen invadió la mente del joven un año mayor que ella. Era de la
noche anterior, cuando había logrado que ella dejara de vomitar y quisiera dormir.
Recordaba como Summer le había pedido que se recostara junto a ella, no lo pensó,
puesto que él también había bebido un poco. Sin embargo sabía seguro que nada en
absoluto había pasado. Ella se abrazó a él enérgicamente y el también la había
abrazado. No recordaba cuando un abrazo lo había reconfortado tanto. Quizás porque el
abrazo de la muchacha parecía estar deseoso de cariño. Así se habían dormido ambos,
aunque él se despertó antes para que ella no despertara y viera esa escena de manera
errónea.
—No. No, no, no —contestó él repetidas veces, tras reaccionar.
—Genial —soltó ella, aliviada y suspiró, aunque se detuvo. —No es que me
aterra que suceda algo entre nosotros, pero si sucede algo me gustaría estar conciente,
ya sabes —rápidamente cerró los ojos ante aquella confesión e hizo una mueca. —Ve, yo
aceptaré la ducha.
—La necesitas, si —la sonrisa en su rostro lejos era por la ducha y si por la
confidencia.
—¡Ya lo sé, no necesito que tu lo digas! —exclamó sin más y le hizo un gesto
con la mano, para que se fuera.
Cuando se quedó sola volvió a observar mejor el cuarto y vio lo que Billie había
dejado sobre la mesita de luz. Eran un par de prendas, que definitivamente era para que
ella las usara. Le hubiera gustado poder evitar eso, ya tenía bastante con el hecho de
que la había llevado a su casa, y le brindaran servicios. Maldijo por lo bajo mientras
tomaba las prendas y se dirigió al baño. Era bastante chico, igual que el que tenía en su
casa, lo que la hizo sentir más cómoda de lo que debería estar en una casa extraña.
Aunque con frecuencia ella se sentía extraña en su propia casa. Encendió la ducha y no
dejó correr mucho el agua antes de meterse y ducharse. Tardó su tiempo mínimo, y tras
salir dudó de secarse con la toalla que estaba allí. Se quedó un momento abrazándose a
sí misma, titiritando y finalmente la tomó. Tampoco era que podía usar su ropa para
secarse, apestaban a alcohol y cigarrillo. Se puso su ropa interior y observó la remera
negra que le habían dejado. “No man can eat 50 eggs” decía la leyenda que se leía en la
parte delantera, lo que le hizo reír sola. ¿Qué rayos era eso? Ahora estaba segura que se
trataba de una remera de Billie. No tardó en colocársela y sintió algo de colonia. Le
gustaba como olía. Observó los pantalones, puesto que parecían de mujer. ¿Serían de su
madre? No podría usar ropa de su madre… Sin embargo no tenía opción, sus propios
pantalones ya se habían mojado porque ella se había parado sobre ellos al salir de la
ducha.
Al terminar de vestirse y arreglarse un poco el pelo, y enjuagarse el delineador
negro que había quedado alrededor de los ojos siguió el largo pasillo hacia donde sentía
ruidos. Sostuvo mejor su ropa debajo de su brazo derecho y se asomó con timidez a la
cocina. Una mujer de unos 45 años tenía el pelo azabache recogido y planchaba ropa
mientras miraba hacia el televisor que estaba justo frente a la mesa. Allí estaba sentado
Billie, quien también parecía entretenido en lo que sucedía en las noticias. El aroma a
café inundó su nariz, así como el aroma a algo horneado, lo que le hizo revolver el
estómago desesperadamente hambriento. Summer no se animó a entrar, le encantaría
poder quedarse, porque al recibir sus cuidados probablemente la invitaran no solo a un
café sino le darían algo de comer. Pero tenía que volver a su casa. Su padre debería
estar furioso por su ausencia, no porque se preocupara, ella creía que no le importaba,
pero si porque no tenía quien le cocinara y aseara su desastre.
—Cariño… ¿vas a quedarte ahí todo el día?
La voz de la mujer la sobresaltó y cuando recibió las miradas de ambos
presentes en la cocina volvió a sonrojarse un poco, suerte que estaba lejos y ellos no
pudieron notarlo. Billie se puso de pie en seguida y la invitó con un gesto en la mano.
Summer se acercó a la mesa, observando a la madre.
—Buen d… tardes —se mordió el labio, algo nerviosa y miró a su amigo de
reojo.
—Siéntate —dijo él en seguida, apartando una silla junto a él.
—Yo… debería… irme, ya sabes —dijo bajito.
Él observaba como le quedaba la remera, intentando no reír y cuando escuchó
su comentario de que se tenía que ir soltó la carcajada que guardaba. Sin embargo la
muchacha estaba bastante seria, aunque quizás incómoda por la amabilidad que tenían
con ella. No estaba acostumbrada a eso.
—Summer, has faltado toda la noche y mañana de tu casa, no creo que media
hora más haga la diferencia —apuntó Billie, más tranquilo, pero sonriéndole.
Antes de que Summer pudiera hacer o decir otra cosa, la mujer de ojos tan
verdes como su hijo se acercó a ella y le arrebató las ropas sucias que sostenía. La chica
intentó detenerla, pero ya se había alejado hacia la puerta que llevaba al patio,
seguramente donde tendría su lavadero. Cuando se encontró sola con Billie nuevamente
le dio un golpe en el hombro para expresar de alguna manera su… ¿pavor?
—¿Qué haces? Dile que no tiene que hacerlo… —se quejó y pataleó un poco,
aún de pie.
Él lejos de enojarse o sorprenderse por el golpe, probablemente sus amigos
golpeaban más fuerte, la tomó de la mano para tirar de ella. Logró hacer que
prácticamente se sentara en la silla junto a él y le acercó una de las tazas de café que
había sobre la mesa. Ella frunció el ceño observándolo y rodeó los ojos, rindiéndose. Era
molestamente maravilloso. Tanto que le daban ganas de golpearlo y ahogarlo a besos a
la vez. Se mordisqueó los labios desviando la mirada de él justo en el momento en que la
Señora Adams entraba nuevamente.
Algo que Summer agradecía, dudaba que su estómago se retorciera solo por la
falta de alimento, puesto que ese joven la había tomado con la guardia baja.

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