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Informal descendiente que quebró un cráneo, informal descendiente que rozó sesos
desligados a la vida propia por atrevimiento, por denegar vida ajena.
El impacto de meteoro quedó plasmado en el asfalto, junto a mi devoción perdida.
Resulta incierto la manera por la cual una discreta gota logra la capacidad de
convertir su estructura en relámpago:
Juro que aplicó una inundada descarga eléctrica, que no pude evitar un zarandeo
aplicable al absoluto
-incluido hasta el último ápice de inmanencia restado-, tal vez saltaron finas virutas
o se soldó con mi cabello castaño usual. Perdura la sensación de chispa, recorriendo
el vidrio ocular corriente.
Estaba afectado, lo suficiente como para no aceptar sin rechistar marchar sin
conocer el nombre de la rescatadora modesta de cambiante traje, tortuosa,
redonda y tan transparente como segura.
Culpa, proclamó penetrando mis entrañas. Así me nombran - Dijo la cuchilla acuosa.
Ríos, truenos, mares.
Dolor breve en exceso mas paciente sumergido arrebatadamente arrepentido.
El desamparo tiznado.
Humo. Asfalto. Estampado. Fuego.
Te perdí entre humo. Volví con truenos. Te seguí desde el asfalto precipitado.
Solemne aquí, mi sentir de hidrógeno.
Párpados, cesar, caed como tapias una vez traspasada la locura. Una vez el fuego
no se avive, una vez no quede nada más que los pulmones encharcados y un rostro
embarrado.
Al regresar de la cocina trajiste contigo una botella de vino, decidida a estar entre
nosotros.
Entre calumnias arrojadas arropadas en brío se sirvió la mesa. La lejanía por metros
entre los asientos la medían de un modo distinto, aproximadamente unos veintitrés
corazones desgajados en cuestión de colapso.