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La habitación está a oscuras.

No es que le tema a la oscuridad, ni mucho


menos. Bueno, a lo mejor sí. Un poco. La verdad es que mucho, me aterra la
oscuridad.
Estar sólo en la oscuridad… Supongo que es algo evolutivo. La oscuridad
supone lo desconocido, lo que aún no sabés. Lo que acecha allí para comerte
en cuanto cerrés un ojo.
¿Qué es eso? Debo estar delirando… Me pareció ver algo detrás de mí.
Es algo que heredé de mi infancia, ¿saben? Una incipiente paranoia que no
termino de sacarme de encima.
¿Nunca sintieron ese suspiro detrás suyo? Como si alguien estuviera
respirando a tus espaldas, riendosé de vos. Fantasmas. ¡Já! Esas son puras
patrañas. Los espectros no son más que percheros obstruyendo la luz de una
lámpara. Los vampiros son paraguas entreabiertos.
Sin embargo siento esa presencia detrás de mí. No sé como explicarlo…
Me estaré volviendo loco, pero no es el pelo largo lo que veo por el rabillo del
ojo. Sombras blancas, mortecinas.
Caminar a la cocina de noche es una tortura, ¿saben? Ir todo ese trayecto
de pasillo completamente a oscuras; atravesar el comedor y ver mi reflejo
sombrío en los ventanales cerrados; llegar a la cocina y pasar frente al
televisor. Ese aparato que es una ventana negra y elocuente, desdibujando las
siluetas en su pantalla curvada, el foquito de la cafetera como un ojo en la
mesada.
Algunas veces abro la heladera para que esa luz anaranjada aclare la
cocina. Los resoplidos caninos de mi perro se atisban en la noche de una casa
completamente cerrada, hermética, oscura. Atrapando la luz como un
terciopelo negro; atrapando el aire como un submarino.
Volver es lo más complicado. Tanteo la pared en la ceguera fingida de
mis ojos entrecerrados, y si encuentro la llave de la luz, apoyo la mano y la
prendo como si hubiera sido un accidente. Un fortuito accidente. Miro la
bastedad del comedor y el mantel blanco de una mesa me hiela la sangre.
Tranquilo, tranquilo, es sólo una mesa, es sólo un mantel. Es sólo un sueño.
¿Monstruos en el armario? ¡Estupideces! No hay miedo en un lugar
cerrado. No hay pánico entre pantalones y camperas. Es del descampado del
que deberías tener miedo, deberías enloquecer. Tanta negrura que no podés
verte las manos y una corriente fresca que te golpea la cara; ni una estrella en
el cielo, ninguna luna dando la cara.
Algún genio dejó la ventana entreabierta y mi reflejo nada sutil de un
hombre en calzoncillos se adivina en el espejo del living. No le temo a mi
reflejo, basura psicológica. Pero lo miro fijamente, con desconfianza,
esperando que tal vez, sólo tal vez, no responda a mis movimientos.
Aguardando que conteste esa sombra con un gesto burlón, anticipandosé a mi
huida.
Por eso apuro el paso, y no me incomoda patear al perro en la oscuridad,
tan sólo para sentir un ser vivo rondando por la casa… ¿Un ser vivo? ¡Aghh!
¡Pavadas, ideas de mi mente!
Mi habitación se encuentra al fondo de un pasillo. Es privada en extremo,
y el murmullo de la ciudad entra por un ventanal que solía ser portón. Menudo
pasillo.
Percibo una voz… de hombre. Es el idiota de mi vecino, otra vez con su
insomnio.
Encaro el pasillo mirando hacia delante. Siempre hacia delante, sin
importar las voces, los sonidos, las sombras y resoplidos. Tan sólo extender la
mano y tomar el picaporte de mi puerta…
¡Listo! No fue tan difícil. Cuando la sed te despierta es imposible ignorarla.
Ahora, a la cama y a dormir, que mañana hay que trabajar. Acostarse
medio tapado porque hace calor, con la mirada en el techo blanco y en el
ventilador de aspas de mimbre.
Nunca había notado lo amplia que es mi habitación. Nunca me había
horrorizado la amplitud de mi habitación. Cierro los ojos con fuerza y trato de
dormir. La sábana me hace cosquillas en la espalda, y una brisa inexplicable
me sopla la oreja. La colcha es más confortable; y más por encima de la oreja.
Pero hace demasiado calor, y sucumbir a la tentación de mirar es demasiado
difícil.
No hay nada, como es normal, como siempre lo fue. Pero sigo pensando
lo mismo.
Sigo pensando que estoy loco, sigo pensando que no soy normal, sigo
pensando que soy un nervioso y sigo pensando que me debería analizar.
Aunque también pienso que, en cuanto clave la mirada en la puerta, ésta
se va a abrir. No voy a querer mirar, así que cerraré los ojos con fuerza, pese a
que algo que no es mi sábana me acariciará la nariz. Abriré los párpados tarde
o temprano, sucumbiendo a la curiosidad, y fijaré la vista en la puerta
entreabierta, preludio a lo desconocido.
Y sé que si pienso en una mano blanca y mortecina, la veré. Si pienso en
un rostro moribundo y espeluznante, lo veré.
Y no podré hacer nada, me quedaré paralizado hasta que se acerque y
me diga que va a ser de mí.
Porque no sé qué me ocurrirá. Nunca estuve con un fantasma. Yo no creo
en fantasmas, yo no creo en fantasmas, yo no creo en fantasmas, yo no creo
en fantasmas…
Los fantasmas están en mi mente. ¿No es cierto?
Esperemos que mi mente no exista.

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