En la Edad Media surge la concepción teocéntrica de la realidad, pues Dios aparece
como el centro de todo. Así, la óptica desde la que se mira al hombre es Dios, la idea fundamental es la concepción de Dios como creador de la naturaleza y el hombre como criatura suya, como hecho a semejanza suya. La interpretación más radical del homo viator, es la interpretación teológico metafísica. Porque, según ella, el viaje y el camino no sólo no serían meras connotaciones particulares de los hombres, sino que afectarían a estos en su misma esencia, y antes aun de que ellos hubiesen construido caminos y hubieran sido, por tanto, viajeros, en sentido «positivo». Si nos situamos en esta perspectiva teológica, la expresión homo viator querrá decir que siempre, y en todo momento, el hombre va encaminado por una vía que, partiendo de este mundo, acaba en otro mundo. El homo viator, se tomará de la concepción teológica del vivir humano como un caminar, como un camino; lo que obliga, eso sí, a distorsionar los términos positivos de los caminos efectivos. La vida se concebirá como el caminar sin descanso de la criatura humana desde su condición de hombre en la Tierra hasta su condición de hombre que marcha hacia el seno de Dios. El camino por la Tierra comienza entonces, en realidad, a ser entendido como una fase de retorno de un camino anterior imaginario (metafísico) que habría sido el que condujo al hombre a su nacimiento. El hombre medieval es, entonces, homo viator, un hombre que sigue un camino. El camino es el camino simbólico de quien hace de su vida una búsqueda de perfección o, cuando menos, de desasimiento respecto al mundo, concebido como simple tránsito, como mera vía, para la morada definitiva del cielo. El homo viator es un caminante en distintos planos de su existencia.