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-No puedo compararme con la esbelta y sigilosa hache- se repetía una y otra vez-
ni con la voluptuosa be, ni tampoco con la afilada equis. Si el maestro me toma con
su pluma y me deposita sobre el papel, nadie reparará en mí, en este minúsculo
borrón, latoso paréntesis entre frases en el que me he convertido, sino para la burla
descarnada, la risotada sonora, el oprobio manifiesto y finalmente, el naufragio en
un mar de páginas surcadas por miles y miles de letras.
Desdichados transcurrían los días del Punto, empequeñecido a sus propios ojos
en comparación con el resto de caracteres. Solo los relinchos de Rocinante
rompían esta tristeza perenne, únicamente horadaba el silencio el trote
armonioso del corcel del Quijote. Disfrutaba con los cientos de sinrazones que
profería el entrañable caballero Quijano, mezcladas con los contrapuntos
juiciosos de Sancho y la bella y recia voz de la Dulcinea. Los hacía plenos de
felicidad, cada uno a su forma, en sus alocadas aventuras. Los imaginaba a ambos
Quijote y Sancho, menguados como él, blandiendo espada ante el batir de
molinos que no eran gigantes, e incluso llegó a sentir como propia la sorpresa y
tristeza al saberse presa del engaño con la sonora explosión de fuegos de artificio
en la cola de Clavileño. Cada noche, sin reserva, caía dormido imaginando
historias como estas.
El pequeño punto asió con sus bracitos la punta de la pluma, y no sin dificultades
encontró acomodo subido a lomos de ella.- ¿Qué puedo hacer por Vos?-preguntó.
-¿Yo?-exclamó el Punto.
-Sí, tú. Quizás no te hayas dado cuenta, pero en todo este tiempo he podido
comprobar el valor que tienes desbordante en ese diminuto cuerpo, tu lealtad,
bondad y misericordia, así que he decidido encomendarte la misión más importante
de todas, la de mantener a todas las palabras juntas, conexas, con sentido. Vas a
mantener el orden de todo y en todo, y tú, y sólo tú, serás quien indiques al lector
que la historia concluye donde tú estás. Serás testigo de llanto y sonrisa, bostezo y
asombro, tú y solo tú tendrás esa oportunidad, así que cuando estés listo dímelo,
descuida que yo sabré llevarte a tu sitio.
El Punto vaciló durante un momento, atónito ante la propuesta. Pero poco le
duró la duda, y sintiéndose a cada instante más seguro de la decisión tomada,
cogió con fuerza la punta de la pluma y se dispuso a ocupar su lugar definitivo.
Así fue como nuestro amigo, el Punto, se convirtió en el importante final de una
de las novelas cumbre de la literatura mundial, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote
de la Mancha.