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SEMIÓTICA Y COMUNICACIÓN

En resumen, la posibilidad que queda a


interlocutores que no se entienden es de
reconocerse como miembros de grupos
lingüísticos diferentes y de volverse entonces
traductores.
T.S.Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas)
Modelo lineal de la comunicación

Comunicarse implica una interacción con alguien. Sin embargo, esta interacción posee cualidades y
consecuencias distintas según el punto de vista con el que analicemos la comunicación. El punto de vista
más clásico en la teoría de la comunicación es aquel en el que se tiene en cuenta un aspecto de la
interacción: la transmisión de información. Este punto de vista ha surgido desde el modelo lineal de la
comunicación.

Desde la Teoría de la Comunicación, Shannon elaboró una teoría matemática de la comunicación. Esta
teoría describía la comunicación como un proceso lineal. En el contexto de la comunicación humana a este
proceso de comunicación se le etiquetó como modelo lineal de la comunicación. El modelo tuvo gran
influencia en las ciencias sociales de la época, hasta el punto de que posteriores modelos, que han intentado
describir el proceso de la comunicación desde la psicología, han mantenido el esquema básico del modelo de
Shannon.

El estudio de la comunicación desde este modelo se apoya en la descripción del proceso que sigue el acto
comunicativo. Un primer aspecto a tener en cuenta desde este proceso es que sólo hay comunicación cuando
aquello que se comunica tiene un significado común para los dos elementos de la interacción. Antes de
atribuir significado a una idea es necesario codificarla en términos comprensibles, y a partir de ahí realizar el
acto de la comunicación. Un segundo aspecto consiste en que no se puede transmitir una idea sin disponer
de un medio o soporte. Aquí es necesario referirse a dos conceptos que suelen confundirse: información y
comunicación. Para el modelo lineal de la comunicación, el primer concepto (información) hace referencia a la
acción de informar, es decir, al contenido de una comunicación (mensaje); el segundo (comunicación) se
refiere a cómo el proceso pone en contacto dos o más polos (emisores y receptores) que intercambian
información.
La comunicación desde el modelo lineal se concibe como un proceso de transmisión de información,
realizado con un acto lingüístico, consciente y voluntario. En este proceso los dos elementos más importantes
para el éxito de la comunicación son el emisor y el receptor, considerados individualmente.

Este modelo ha sido pensado para sistemas técnicos. Cuando se intentó aplicarlo a la comunicación entre
personas se vio que era insuficiente. Posteriores modificaciones del modelo desde la psicología, siguen
manteniendo una concepción de la comunicación entre dos personas como transmisión de un mensaje
sucesivamente codificado y después descodificado. Sin embargo, ha sido necesario incorporar al modelo el
concepto aplicado por Wienner de retorno. El retorno proviene del modelo cibernético de Wienner, y rompe el
esquema lineal al hacerlo circular. Es la única forma de que la base del modelo pueda tener una aplicación en
la comunicación humana, puesto que las personas no son elementos estáticos en el proceso de
comunicación, como lo puedan ser dos terminales telegráficos.

De esta forma la estructura del acto comunicativo sigue manteniendo la misma concepción de
comunicación como proceso de transmisión de información, pero desarrollando un modelo circular, más
próximo al modelo cibernético de Wiener. Un modelo humano basado en el modelo lineal de la comunicación
quedaría así:

Vemos, pues, la relevancia que tienen los procedimientos simétricos de codificación y descodificación en
todo proceso comunicativo. Estos procedimientos se llevan a cabo mediante signos y por ello ha irrumpido la
semiótica (la ciencia de los signos) en el campo de la Teoría de la Comunicación.

La semiótica

Es difícil dar una definición unánime de lo que es la semiótica. Sin embargo, puede haber acuerdo acerca
de "doctrina de los signos" o "teoría de los signos". Esta definición presenta el inconveniente de transferir al
término "signo" la mayor parte de los interrogantes. Para algunos el signo es, en principio, un objeto
construido; para otros, es, en principio, un objeto observable; otros sólo toman en cuenta sistemas de signos
previamente establecidos, que pueden alcanzar desde sistemas de señalización concretos hasta los
sistemas de significación implícitos en toda práctica social (ritos, mitos, costumbres).

Existen, pues, concepciones opuestas de la disciplina, que van desde el estudio de un sistema concreto
de señales hasta una concepción "absolutista" que hace depender la propia cultura del fenómeno
comunicativo. Un breve sumario de estas concepciones sería el siguiente:
1. Una concepción limitada a los sistemas de signos instituidos en la práctica social y no-lingüísticos:
carteles de señalización, escudos, uniformes, etc... En todo caso, podría hablarse de "signalética"
para calificar esta concepción.
2. La concepción que puede llamarse "saussuro-hjelmsleviana" que considera con Saussure, que la
lingüística es una parte de la semiología, "ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la
vida social". Extendiendo el modelo lingüístico a todos los sistemas de signos humanos, la misma
podría calificarse como "semiolinguística" aún cuando sus sostenedores recusan este apelativo. Sin
embargo, construye sus objetos sobre el "patrón" de los objetos de la lengua.
3. La concepción peirceana que combina, en el estudio de los signos un análisis de los fenómenos de
significación como la cooperación de tres instancias que implican al representante (el signo
propiamente dicho), al representado (aquello de lo que el signo da cuenta) y a un intérprete genérico
considerado como un muestrario representativo portador de los hábitos interpretativos de la
comunidad a la que pertenece.
4. Concepciones etnoculturales que ven en la cultura una combinación de sistemas "modelizadores" de
lo real (Yuri Lotman, Escuela de Tartú).
5. Concepciones que tienden a abolir la separación entre ciencias humanas y ciencias de la naturaleza,
a partir de una zoosemiótica, de una fitosemiótica, reagrupadas con la teoría de la información y las
neurociencias, para constituir una especie de "perspectiva semiótica" (Círculo de Toronto).
6. Concepciones "regionales" del objeto semiótico limitadas a campos como el visual, las prácticas
culturales y artísticas (danza, literatura, poesía, urbanismo y arquitectura, cine, teatro, circo, pintura,
presentación de la persona, etc...), los "discursos" de carácter social (jurídico, religioso, político,
etc...). Aunque pretendidamente independientes, dada la especificidad de su objeto, no dejan de
vincularse, más o menos explícitamente, con alguna de las concepciones enunciadas anteriormente.

Las concepciones 2) y 3) son las más comúnmente aceptadas y no han dejado de existir intentos de
proceder a síntesis de ambas, de los que el más reputado ha sido el de Umberto Eco[1]. Sin embargo, dicha
síntesis se presenta problemática, ya que, como veremos, sus metodologías de trabajo se presentan casi
como irreconciliables, apoyándose la concepción saussureana en una base binaria (significado / significante)
mientras que la pierceana se apoya en una base triádica (objeto / signo / interpretante).

El uso de los signos en el pasado.

Los hombres primitivos se contentaban con un uso puramente instrumental de los signos, ligado a sus
condiciones de subsistencia (lugar donde encontrar la caza, avisar de peligros inminentes, etc.), lo que no
implicaba problemáticas específicas que resolver. Pero, a medida que la realidad social se va haciendo más
compleja, el uso de los signos deviene más estricto: el signo debe reproducir de forma unívoca las realidades
del mundo material con el fin de preservar la integridad y la identidad del grupo humano.

Los primeros pensadores que reflexionaron sobre los signos fueron Aristóteles y los estoicos, quienes
buscan las relaciones entre la configuración de los términos en el silogismo y la configuración del orden real,
así como los motivos de la transferencia de valores de verdad de una a otra.

La primera ampliación del campo de estudio se la debemos a Leibniz, quien con su Mathesis Universalis,
extenderá las nuevas funciones matemáticas a nuevos campos significantes. Sin embargo, el proyecto
quedará inconcluso al enfrentarse con los numerosos problemas de polisemia que requerirán el regreso al
estudio específico de la lengua humana. Locke y los filósofos ilustrados (especialmente Condillac)
fundamentarán la semiótica en la gramática.

El inicio de la semiótica contemporánea.

Pese a que todos los grandes pensadores, aunque no lo hayan hecho explícitamente, se hayan
interrogado acerca del problema de la significación, generalmente se coincide en distinguir dos fuentes de la
semiótica contemporánea: F. de Saussure y Ch. S. Peirce. Para completar conviene acercar al nombre del
primero el del lingüista danés L. Hjelmslev.

Ferdinand de Saussure (1857-1913) tenía como objetivo estudiar la lengua considerada en sí misma,
retomando de esta forma el proyecto estoico sobre la base de la materialidad del lenguaje mismo.
Naturalmente, ubica a la lingüística como una parte de la semiología, ciencia que estudia la vida de los signos
en el seno de la vida social y que nos enseñaría en qué consisten los signos y qué leyes los rigen. Para
Saussure el signo es una unidad psíquica de dos caras: la imagen acústica (el significante) y el concepto (el
significado); la unión que existe entre ambos es totalmente arbitraria. El signo es, pues, fruto de un contrato
concertado entre los miembros de la sociedad, que actúa como fuerza externa sobre la lengua modificándola
pero sin alterar sus características formales.

Louis Hjelmslev (1899-1963) era un lingüista danés cuya obra es un eslabón indispensable para
comprender la evolución de la lingüística moderna surgida de las intuiciones de Saussure. Hjelmslev añade
dos caras más a cada una de las caras de Saussure: tanto el contenido (significado) como la expresión
(significante) tienen forma y substancia. La función semiótica se establece entre la forma del contenido y la
forma de la expresión; mientras que la substancia del contenido (el pensamiento) y la substancia de la
expresión (la cadena fónica) dependen exclusivamente de la forma y no tienen existencia independiente. Este
homomorfismo entre el plano de la expresión y el plano del contenido abre las puertas a una semántica
estructural.

Charles Sanders Peirce (1839-1914) se interesó, entre otras cosas, en la semiótica a la que consideraba
ante todo como una lógica, lo que no deja de evocar el proyecto estoico. Sin embargo, su propósito apunta a
aprehender la totalidad de los procesos comprometidos en el establecimiento de las significaciones, por ello
su concepto de signo es general y pragmático. En la significación cooperan tres instancias: el objeto (que se
pretende representar), el signo (que lo representa) y el interpretante (que lo interpreta). El interpretante es, a
la vez, una norma social o un hábito colectivo institucionalizado y la determinación aquí y ahora de una mente
que interioriza esta norma.

La relación entre semiótica y comunicación.

Todo acto de comunicación puede describirse como un par constituido por un signo producido por un
emisor, interpretado luego por un receptor. Su estudio combinará producción e interpretación de un mismo
signo. Tomando el modelo peirceano podríamos representar los procesos de producción e interpretación con
un gráfico como el siguiente, en el que O representa el objeto, S representa el signo, I representa el
interpretante y las flechas muestran las relaciones de dependencia:
La mayor parte de los autores se han interesado casi exclusivamente en el problema de la interpretación
de los signos, partiendo de la opinión, ampliamente extendida, de que la producción y la interpretación son
procesos absolutamente reversibles. De esto se desprendería que describir la interpretación es describir
también, como en un espejo, la producción.

Contra esta afirmación se puede observar que, si el productor es dueño del objeto que elige para
comunicar su mensaje (elección de palabras, de grafismos, de gestos, de configuraciones múltiples de unos y
de otros), el intérprete está obligado a efectuar un trabajo de reconstrucción de ese objeto (una semiosis
inferencial) que no tiene por qué llegar necesariamente a reencontrar el mensaje original. En efecto, las
relaciones singulares que productor e intérprete mantienen con las instituciones de la significación son las
que regulan su comunicación. Hay, entonces, una disimetría a priori, puesto que el primero pone en marcha
algo ya presente en él, mientras que el segundo debe descubrir precisamente lo que el primero actualizó.

Lo que hay que remarcar antes que nada es que toda producción es, en alguna medida, una interpretación
a priori. Dicho en otras palabras, la producción es un proceso de incorporación de un pensamiento en una
configuración que se ubica bajo la dependencia de una interpretación anticipada, respecto de la que el
productor se vuelve un intérprete más. En este sentido participa en este proceso colectivo de interpretación
que describimos como una institución social. Por parte del intérprete hay un proceso que va de lo particular a
lo universal, de lo individual a lo colectivo, mientras que, de parte del productor, se va de lo universal a lo
particular y de lo colectivo a lo individual. Más que de reversibilidad, que no diferencia los dos procesos,
debemos hablar de dualidad.

Algo pasa de la mente del productor a la del intérprete. Más formalmente, puede considerarse que en todo
fenómeno semiótico hay un traspaso, a través de un signo, de una cierta forma de relaciones que está en la
mente de un productor hacia la mente de un intérprete. El signo se transforma en un medio para la
comunicación de una figura.

Hay que destacar que en el acto de comunicación, definido como un par (signo producido / signo
interpretado), tanto el productor como el intérprete hacen referencia a la misma relación de naturaleza
institucional que liga al signo con su objeto. El productor lo utiliza como algo ya institucionalizado que le
permite elegir una cosa (el signo) y presentarla como el sustituto de otra cosa ausente (el objeto), con la
garantía (en el interior de su comunidad) de que un intérprete eventual que comparta su cultura tendrá la
posibilidad de poner en funcionamiento la relación empleada en el otro sentido. La comunicación sólo se logra
cuando el objeto del que habla el productor es el mismo que imagina el intérprete.

Es precisamente en este sentido donde la concepción peirceana del signo se muestra más potente que
sus rivales binarias. La noción de interpretante nos remite a las normas sociales compartidas que hacen
posible la simetría en el proceso de producción y en el de interpretación; mientras que, en las concepciones
binarias[2], nada nos remite a una intersubjetividad indispensable para cerrar felizmente el proceso
comunicativo.

El proceso cognitivo.

Para que exista esta intersubjetividad que permite la comunicación, es necesario postular que existen
rasgos comunes en los procesos cognitivos de todos los seres humanos. Tanto si se cree que el proceso de
conocimiento es categorial (como dirían Aristóteles o Kant) como si se cree que es puramente perceptivo
(como defenderían Locke o Hume), el producto de este conocimiento individual establece un área de
consenso con el resto de los miembros de la comunidad.

La filosofía de la mente y demás ciencias cognitivas debaten todavía sobre los procesos neuronales y/o
ambientales que permiten la configuración de los esquemas de conocimiento (imágenes mentales o lo que
quiera que éstas sean) que compartimos intersubjetivamente[3]. Desde el campo de la semiótica, lo máximo a
lo que podemos aspirar es al control del producto mental de este conocimiento.

Nuevamente es en Peirce donde encontramos las ideas más sugestivas sobre la formación de los
contenidos. Sus categorías de primeridad, secundidad y terceridad definen las modalidades de conocimiento
del mundo que, al propio tiempo, son los procedimientos por los que el mundo se interpreta a sí mismo. La
teoría semiótica de Peirce clarifica muchos de los problemas de la percepción y de la forma que las
percepciones se organizan en forma de conocimiento. De la misma forma que existen tres categorías de
conocimiento, existen tres tipos de signos correspondientes a la naturaleza, al individuo y a la
sociedad/cultura. Esta triple triada nos da la siguiente organización de los tipos de signos:

en la que los signos de la naturaleza (cualisigno, sinsigno y legisigno) están en el origen de los signos del
individuo (icono, índice y símbolo) que a su vez son socializados como signos compartidos por la comunidad
(rema, dicente y argumento). El signo más elemental es el cualisigno (pura posibilidad lógica) que puede
interpretarse como signo del ser (como rema) y como similaridad (como icono). En un nivel parejo se halla el
sinsigno (existencia real) que se interpreta como existencia efectiva (dicente) y como objeto real (icono). El
legisigno representa el signo convencional (el más importante, ley de la naturaleza) que se interpreta como
norma (argumento) y como precepto de la naturaleza (símbolo). Esta triple triada puede reorganizarse en el
siguiente esquema[4]:

Con ello Peirce puede estarnos sugiriendo que cuando actuamos en el mundo, lo que percibimos no es de
hecho el mundo real sino el mundo como un desplazamiento de signos; que el mundo que existe en nuestras
mentes es una representación simbólica determinada por nuestra cultura.
En este sentido puede tener razón Umberto Eco cuando propone la hipótesis de que existe "una especie de
petición incondicional por parte de la semiótica que exigiría que el conjunto de la cultura se estudiara como un
fenómeno de comunicación"[5].

El propio Umberto Eco ha propuesto recientemente unos conceptos que nos brindan otra aproximación al
fenómeno cognitivo. Partiendo de dos ejemplos en los que un individuo y su comunidad se enfrentan a un
fenómeno desconocido hasta la fecha, estudia el proceso de formación de los contenidos o conceptos de
dicho fenómeno. En el primer caso se trata del ornitorrinco, de los zoólogos de finales de XVIII y buena parte
del XIX y de Kant quien probablemente nunca llegó a saber nada del animal ya que falleció en 1804, mucho
tiempo antes de que la comunidad científica se pusiera de acuerdo sobre su clasificación. En el segundo caso
se trata de los caballos, de los aztecas y de su rey Moctezuma quienes nunca, hasta la llegada de los tercios
españoles, habían visto animales como aquellos[6].

Eco afirma que a la vista del fenómeno nuevo (ornitorrinco o caballos) los individuos elaboran un Tipo
Cognitivo (TC). Este TC no tiene nada que ver con un tipo ideal platónico ni con un juicio perceptivo kantiano.
Es algo similar a un esquema morfológico, parecido a un modelo tridimensional, pero que puede incluir otras
características como el olor, el ruido del relincho u otras propiedades funcionales (ser cabalgable, por
ejemplo). Mediante el TC, los individuos son capaces de reconocer otros ejemplares del mismo fenómeno
que no han visto anteriormente: tienen un tipo, un parámetro mediante el que pueden cotejar las ocurrencias.
Este tipo tampoco tiene nada que ver con una esencia aristotélico escolástica (la caballinidad).

Sin embargo, el TC que se desarrolla en las primeras instancias no es común a todos los hablantes. Como
en el caso del ornitorrinco en los primeros años de su estudio, en que diferentes zoólogos pretenden
clasificarlo en distintos grupos (mamíferos, anfibios, aves), cada hablante destaca alguna característica por
encima de las otras.

Cuando los aztecas empiezan a hablar entre ellos sobre los caballos o los zoólogos a discutir sobre el
ornitorrinco, se empiezan a establecer áreas de consenso. Empiezan a aparecer las primeras interpretaciones
colectivas que se asemejan bastante a una definición. Estas interpretaciones serían como los interpretantes
en sentido peirceano. Eco denomina a este conjunto de interpretantes Contenido Nuclear (CN), señalando
que mientras el TC es privado el CN es público. En este sentido el CN es el modo en que intersubjetivamente
establecemos los rasgos que componen el TC, de tal forma que el CN puede transmitirse creando TC en
individuos que no han tenido percepción alguna del objeto. ¿Acaso no identificaríamos hoy en día un
ornitorrinco sin haberlo visto jamás sabiendo que es una especie de topo con pico de pato? ¿No pudo
identificar Moctezuma los caballos la primera vez que los vio gracias a las informaciones que le habían
suministrado sus emisarios? Como hemos visto, pues, el TC se puede constituir por dos vías: la directamente
perceptiva y la informada por un CN. Podríamos llamar a esta segunda vía TC tentativo que podría llegar a
ser tan imperfecto que impidiese la identificación. Al distinguir entre los casos empíricos (el ornitorrinco o los
caballos) de los casos culturales (la amistad, la enfiteusis o el matrimonio) se pone de manifiesto que en los
primeros se va del TC al CN, mientras que para los casos culturales sucede lo contrario. En cualquiera de
ambos casos queda claro que tanto los TC como los CN son negociables siempre[7], fruto de la cultura y las
circunstancias.

Finalmente, una vez los zoólogos acabaron los estudios sobre el ornitorrinco (en 1884, 86 años después
de su descubrimiento) se alcanzaría el Contenido Molar (CM), un tipo de conocimiento complejo que abarca
una gran cantidad de características. Sin embargo el CM de caballo sería distinto para un zoólogo que para
un jinete profesional, ya que sus áreas de competencias son diferentes[8]. La suma de los distintos CM sería
el conocimiento enciclopédico del caballo.

Eco plantea estos conceptos de TC, CN y CM desde lo que el denomina folk psychology, es decir, desde
el sentido común, y no desde las ciencias cognitivas que requerirían conceptos más precisos. Pero no por ello
debemos despreciarlos, ya que evidencian los fenómenos del reconocimiento y de la referencia feliz sin los
que la comunicación sería imposible. La experiencia cotidiana nos demuestra que asociamos de forma
constante ciertos nombres a ciertos objetos y esta asociación, compartida por el conjunto social, garantiza la
simetría entre codificación y descodificación de los mensajes. La comprensión sólo es posible atribuyendo al
interlocutor creencias similares a las nuestras y esta uniformidad de creencias sólo puede garantizarla la
cultura[9].

Conclusión.

Con el concepto de Tipo Cognitivo, Eco prosigue la vía sincrética, iniciada en el Tratado de semiótica
general de 1975, entre las perspectivas estructuralista (Hjelmslev) y cognitivo interpretativa (Peirce) afirmando
que el momento categorial y el momento observacional no son modos inconciliables de conocimiento. Pero,
aunque se les considere como modos complementarios de analizar nuestras competencias lingüísticas, sigue
flotando en el aire la falta de una teoría omnicomprensiva que dé cuenta del fenómeno de forma completa. No
parece suficiente afirmar que ambas perspectivas deben mantener un equilibrio inestable porque en el plano
de nuestra experiencia procedemos efectivamente de esta forma. Ello significa simplemente que no
disponemos de teoría alguna de análisis de los productos de nuestro proceso cognitivo.
Lo cual no es ningún descrédito: en definitiva Eco renuncia a investigar en la caja negra porque la
naturaleza de la inteligencia consciente sigue siendo en gran medida un misterio. Por muchos avances que
se hayan realizado en las ciencias empíricas, ello sólo nos ha dado ciertas pistas sobre el funcionamiento de
nuestros estados y procesos mentales y el estado actual de la filosofía de la mente no es más que un
conjunto de problemas, intuiciones y observaciones interesantes sin sistematizar. Es muy probable que hasta
que no obtengamos una respuesta clara sobre la naturaleza de la inteligencia consciente, no podamos
comprender plenamente el proceso cognitivo y semántico que subyace en la comunicación humana.

[1] .En la primera página de su artículo "La vida social como un sistema de signos". [VSSS] (VV.AA. "Introducción al
estructuralismo". Alianza. Madrid, 1976. Pág. 89), facilitado con los apuntes, cita precisamente a Saussure y a Pierce,
aceptando sus definiciones de signo "como punto de partida indiscutible". El propio Eco lo reconoce en una obra reciente
(Eco, Umberto. "Kant y el ornitorrinco". [KO] Lumen. Barcelona, 1999. Pág. 290): "Durante mucho tiempo he temido que el
enfoque semiótico del Tratado adoleciera de sincretismo. ¿Qué quería decir intentar, como hice, juntar la perspectiva
estructuralista de Hjelmslev y la semiótica cognitivo-interpretativa de Peirce?".

[2] .Umberto Eco en VSSS Pág. 96-97 reprocha que "muchos lingüistas han supuesto que el extenso campo de la Forma del
Contenido (Hjelmslev) caía fuera de la jurisdicción de la lingüística y lo concebían como materia propia y privativa de la
antropología cultural, de la ciencia física, de la filosofía."

[3] .Eco, Umberto en KO Págs. 157-159 se refiere a dichos procesos como la caja negra afirmando que no entra a debatir
sobre cuestiones como dónde residen los esquemas cognitivos, cómo se configuran mentalmente o si son producto del
ambiente o del aparato neuronal.

[4] .Los gráficos aquí reproducidos han sido obtenidos del artículo de Torkild Leo Thellefsen titulado "Firstness and
Thirdness Displacement - The epistemology of Peirce s three sign trichotomies" que puede consultarse en
http://www.digitalpeirce.org/torkild/tritor.htm [18-1-2003].

[5] .Eco, Umberto. VSSS. Pág. 95.

[6] .Eco. Umberto. KO. Págs 152 y ss.

[7] .Eco. Umberto. KO. Págs 312 y ss.

[8] .Eco compara estas diferencias en el CM con la división del trabajo lingüístico de Putnam, aunque referido a la cultura.

[9] .Eco. Umberto. KO. Págs 318 y ss. Es muy ilustrativo de ello el ejemplo que propone Eco sobre el lenguaje de los
pitufos: "Mañana pitufareis a las urnas para pitufar a quien será vuestro pitufo" es una frase perfectamente comprensible a
pesar de la prolija utilización de homónimos.

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