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Tradere
historia
cuadernos 5
Santiago Arellano
plura ut unum
TRADERE
2010
Edición en Tradere, octubre 2010
Tradere
historia
cuadernos 5
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Santiago Arellano Claves para comprender... 6
1. Introducción
Buenas tardes nos dé Dios
Todos sabéis que me he dedicado a la enseñanza de la Literatura. No soy historia-dor.
Mi formación histórica es complementaria, como la filosófica, o la teológica, requisito para te-
ner una visión coherente y un sentido de la vida que ama con pasión la verdad, imprescindible
para poder enseñar aún entre los miembros de la propia familia, cuanto más como ejercicio de
una profesión. Debo aclarar que este sentido de la vida no lo da, por desgracia, la Universidad.
Quizás los datos sí, pero el sentido sólo puede darlos quien lo posee. En mi caso, mis padres,
campesinos sencillos y santos de la Ribera de Navarra, que en paz descansen.
No esperéis una exposición sistemática de lo acontecido en más de 200 años, ni tan
siquiera voy a recorrer los hechos más llamativos. Además, como comprobaréis en-seguida,
me falla la memoria, unas veces porque se me va el santo al cielo, otras porque me da asco el
suceso que debo recordar. Ya soy incapaz de situar, siguiendo a Don José Luís Comellas para
el sólo siglo XIX, por ejemplo:
-Los 130 gobiernos que se sucedieron
-Las 9 constituciones, fundamentos “eternos y sagrados” para la salvación de España,
según prometieron sus promotores
-Los Tres destronamientos, olvidándome de José Bonaparte, que se retiró a tiempo e
incluyendo a la Reina Mª Cristina, tras desterrarla Espartero y constituirse él mismo como
Regente
-Cinco guerras civiles
-Dos mil revoluciones
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Texto sin comparación en el conjunto de la literatura política europea, vio la luz al calor de los acontecimientos.
Es una crítica punto por punto del golpe de estado doceañista. Su primer firmante, don Bernardo Mozo de
Rosales, marcharía al destierro en las postrimerías de la Década Ominosa. Reproducido en diversas ocasiones
a lo largo del siglo XX, la edición (Pamplona, 1967) que aquí se reproduce es debida a los estudios de fuentes
impulsados por don Federico Suárez. Es uno de los textos en lista de espera de Tradere.
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aquella España no la conozca ni la madre que la parió, en palabras del entonces Vicepresidente
del Gobierno, Don Alfonso Guerra.
Anclada en la oscuridad había que llevarla a la Luz . “Velis, nolis”.
Os adelanto una cita que va a servir de línea directriz de mis palabras. Las reproduce don
José Mª Mundet en su introducción a La España en la presente crisis: “Si los moderados minan
la Iglesia, los progresistas la ametrallan: si aquéllos empujan algún tanto la revolución, previ-
niéndole que se detengan en el umbral de sus palacios; éstos permiten dar algunos pasos más,
pero a condición de que se pare delante de sus casas ... En todas las cuestiones la diferencia es
siempre de más o menos, de ir por el atajo o por algún sendero tortuoso; lo cual no cambia la
naturaleza de la cosa ... Los moderados doctrinarios y los doctrinarios progresistas proceden
de la misma escuela, siquiera los unos hayan salido más aprovechados que los otros ... “..
Hablaba el anónimo autor en los años 50 del siglo XIX.
Me voy a apoyar en dos documentos excepcionales: El Manifiesto de los persas y La España
en la presente crisis de don Vicente Pou, recientemente publicado por la Editorial Tradere. Tanto
el extenso manifiesto como el certero ensayo de don Vicente son unas joyas y una prueba
más de la contundencia racional de las producciones de unas mentes lúcidas y rigurosas, que
denuncian la Revolución por amor a España; frente a la vacuidad y el todo sirve de los que la
defienden. De una parte la razón; de otra los juegos verbales, las acciones innobles y tortice-
ras, las traiciones, las manipulaciones y el crimen y la crueldad.
Cuando se leen estos textos es fácil inundarse de sentimientos contrapuestos: admira-
ción y dolor. Es sorprendente la magnanimidad de ambos autores proclamando que en modo
alguno pretenden herir a las personas, pero sí a sus ideas. Por el contrario a ellos, persecución,
exilio, caricaturas y olvidos. El silencio. Para los liberales, la España Tradicional, Católica y
Monárquica debe ser borrada de la Historia. Delenda est. No ha existido. En todo caso ha sido
“ominosa” su historia “Gobernado por monjas y bribones.” Como dijo un Poeta satírico, don
Manuel de Palacios, a quien cito a pesar de que terminó medrando entre los liberales, porque
escribió sonetos con mucho gracejo y picardía:
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Es verdad que me reconcilié con este poeta cuando leí el siguiente soneto de 1867, que
aunque no viene a cuento de mi tema, me resultó simpático:
La Recompensa
Hay en el valle que mi Laura habita
Un rincón entre arbustos escondido,
Donde tienen las tórtolas su nido
Y las auras se dan amante cita.
Levántase en su centro una casita,
Cuyo tejado, por el sol herido,
Brilla con el matiz de oro bruñido
Como torre de arábiga mezquita.
Cerca de esa mansión tan hechicera
Se abre en el bosque pabellón esbelto
Vestido de jazmín y enredadera.
Allí fue donde impávido y resuelto
Pinté á Laura mi afán de tal manera...
Que me dio un bofetón de cuello vuelto.
Mirada de eternidad. Sigamos con nuestro hilo. Os he citado al Fausto, porque Göethe,
sorprendentemente, explica los acontecimientos del mundo moderno desde la tentación de
Mefistófeles, el Diablo trasfigurado en la imagen de un joven caballero espa-ñol. Estoy con-
vencido de que no se pueden interpretar estos dos siglos últimos sin recor-dar las tentaciones
de “la antigua serpiente” reiteradamente repetidas en las aparentemente diversas tramas de los
acontecimientos políticos, sociales y culturales. “Si coméis del árbol del Bien y del Mal seréis
como Dioses”. Yo estoy convencido de que sólo desde esta mirada de eternidad, se puede
entender la aberrante historia de los dos últimos siglos, y por lo ya visto y oído también del
presente. No es insensato recordar “la apostasía de las Naciones” anunciada en el Apocalipsis
y en los escritos de San Pablo para comprender los acontecimientos. Vaya esto por delante.
3. Precedentes
El tercer instrumento de mi charla es la Historia del Tradicionalismo Español. Melchor
Ferrer y compañeros nos legaron un tesoro admirable. Del que han de partir siempre los es-
tudios sobre la Tradición.
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forjada por los Reyes Católicos: El prodigio de la Monarquía Hispánica; ni de la misión ano-
nadante de la Dinastía de los Austrias en Europa y en el Nuevo Mundo.
Con Felipe V se abre España en sus clases dirigentes a Francia. El no va más de todo,
viene de Francia; incluidas las pelucas, las sedas y las mil cursilerías, que la atenta mirada
de Goya las supo plasmar en sus cuadros. Tuvo que estallar un motín contra el ministro
Esquilache, por suprimir la luenga capa española. Recordad la polémica sobre el afrancesa-
miento de la lengua castellana o la vigorosa defensa del teatro Español, del siglo de Oro frente
al Francés; el centralismo o la política de inmenso respeto de un Felipe II sobre las lenguas
amerindias, frente a la actitud impositiva de un Carlos III sobre el caste-llano cuando faltaban
unas décadas para la independencia.
Todo esto se hubiera quedado en una “bagatela” si no hubiera sido el camino por donde
penetró en este último tercio del siglo XVIII todo el veneno doctrinal que en Fran-cia produ-
jo la Ilustración, o El Enciclopedismo, o El Siglo de las Luces, evidenciado en su consecuen-
cias trágicas: la Revolución Francesa.
3.2. En la Corte de Carlos III y Carlos IV se forjó una escuela revolucionaria que
cambió la historia
En España, a pesar de las terribles consecuencias que sufrió la nación vecina, heredó
su bagaje doctrinal, como antorcha libertadora, una aristocracia envilecida y unos clérigos
corruptos, que han asolado el solar hispano. Nuestros preclaros ilustrados, escritores, o ensa-
yistas fueron moderados, según se dice, pero no la nobleza cortesana, que a pesar de los mil
vaivenes del transcurso de la Historia, ha adoptado siempre bajo una apariencia moderada y
conservadora, un menosprecio por el legado de las Españas. Horror a la España de siempre y
mayor horror a sus tradiciones.
Escuchemos las duras palabras de Melchor Ferrer – Domingo Tejera – José F. Acedo:
“Cuando la Revolución liberal llamaba a las puertas, se entretenían los ministros de los Reyes
y los aristócratas en destruir las fortalezas que defendían su « ciudad con f i a d a y a l e g
re». (Recordad el cuadro de Goya “La pradera de San Isidro” pintado en 1788, alegre jovial,
elegante, cortesano y festivo y comparadlo con espeluznantes de los fusilamientos del tres de
mayo o la carga de los mamelucos). Veinte años después.
“Las brechas no fueron nunca abiertas por los enemigos, sino por la traición de los guar-
dianes. La Revolución Francesa fue obra de traidores y de inconscientes, no del populacho, no
de los demagogos, sino de los frívolos, los livianos, los hombres que querían adornarse con un
escepticismo que creían ser demostración de inteligencia y buen gusto. Y España iba rodando
al abismo. Todo hacía suponer que había llegado a su más completa desespañolización. Se
confundía lo tradicional con la majeza en las costumbres, desaparecía el espíritu cristiano en
las altas esferas, con la licencia de una aristocracia que recibía el mal ejemplo de la Reina; en
vez de piedad, la superstición invadía el espíritu español: el Ejército estaba entregado, como el
Estado, al favoritismo. Nuestra bandera, que ondeaba en los buques de la Armada, no debía
tardar en sucumbir en Trafalgar, para servir intereses extranjeros y ambiciones de un favorito.
Entre la clase media circulaban, de mano en mano, papeles que reflejaban el pensamiento de
los revolucionarios franceses. Cierta parte del clero estaba esperando la hora de sacudir el
hábito y el traje talar; el jansenismo se había introducido en las altas dignidades eclesiásticas,
que gozaban de predicamento. El ministro Urquijo invitará a Carlos IV para que se proclame
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preste de la Iglesia Católica española, cuando la Familia Real estaba desunida y el tálamo de la
Reina manchado por las liviandades.”
Esta herencia ha perdurado en la monarquía isabelina. Nadie como la pluma de Valle
Inclán lo puso de Relieve en La Corte de los milagros o para los inicios del siglo XX, en el
esperpento de Luces de Bohemia. De los demás, no tardará la historia en desvelar sus miserias
y culpabilidades.
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Editado por Tradere (Madrid, 2010), es la mejor literatura política de la época, junto con la del mercedario Magín
Ferrer, Las Leyes Fundamentales de la Monarquía española y El Protestantismo comparado con el Catolicismo y sus relaciones
con la Civilización Europea, de Jaime Balmes. Santiago Arellano toma esta obra como base de su disertación: Es el
moderantismo político quien entrega en manos de la revolución la conciencia y la sociedad españolas. La tesis
principal de la obra radica en sostener la vinculación esencial entre la tarea del absolutismo político de Fernando
VII y la afirmación política del liberalismo.
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demostración de inteligencia y buen gusto” Y por ello, pertenecer a las élites superiores de la
Humanidad.
“Elmira: -¿Y cómo consentir en lo que queréis sin ofender al Cielo, del que vos habláis
sin cesar?
Tartufo: -Si es sólo el Cielo lo que se me opone, poca cosa es para mí quitar tal obstácu-
lo. No retenga eso el ansia de vuestro corazón.
Elmira: -¡Nos infunden tanto terror con los decretos del Cielo!
Tartufo: -Yo puedo disipar esos menudos temores. Yo sé, señora, el arte de apartar tales
escrúpulos. Verdad es que el Cielo veda ciertas satisfacciones, pero cabe hallar acomo-
dos con él. Es ciencia saber extender, según las necesidades, los lazos de nuestra con-
ciencia, rectificando lo malo del hecho con lo puro de la intención. Yo sabré instruiros
en estos secretos, señora. No tenéis sino dejaros guiar. Satisfaced mi deseo y no temáis,
que yo respondo de todo y tomo el mal sobre mí”.
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En el punto 94 del Manifiesto que luego leeremos dice Mozo Rosales: “Sí, Señor, se
vieron engañados, por no advertir que tales filósofos son osados, porque miran con desprecio
una muerte que no recela ulterior juicio”
En el 33.- “Leímos que al instalarse las Cortes por su primer decreto en la Isla a 24 de
septiembre de 1810 (dictado según se dijo a las once de la noche), se declararon los
concurrentes legítimamente constituidos en Cortes Generales y extraordinarias, y que
residía en ellas la soberanía nacional. Mas ¿quién oirá sin escándalo que la mañana del
mismo día, este Congreso había jurado a V. M. por Soberano de España sin condición,
ni restricción, y hasta la noche hubo motivo para faltar al juramento? Siendo así que no
había tal legitimidad de Cortes; que carecían de la voluntad de la Nación para establecer
un sistema de gobierno, que desconoció España desde el primer Rey constituido.
Sobrecoge la audacia de los Diputados doceañistas. Fue un auténtico trágala. Un no
respetar ni formas ni fondos. Mientras La España heroica seguía combatiendo al extranjero
invasor, una minoría lograba imponer una organización política contra la que estaba murien-
do el pueblo al que decían servir.
Pero la historia la cuentan los vencedores
Miren por dónde emplearon incluso el abucheo y la presión populachera contra los di-
putados disidentes. Dice el Manifiesto: 52.- Dijo el Artículo 126: que las sesiones serían públi-
cas, y solo en los casos que exigiesen reserva, podría celebrarse sesión secreta: esta publicidad
sin orden, sin número fijo de concurrentes, sin sujeción ni método, y, desenfre-nados a tomar
parte con gritos e insultos contra Diputados sensatos, ha sido el apoyo de la novación, y la que
ha producido la nulidad de cuanto se ha hecho, porque faltos estos de libertad, no se atrevían
a manifestar su dictamen; y las sesiones llamadas secretas, sobre escasearse todo lo posible, no
han merecido este nombre. Gritar alguna vez el Pueblo a la puerta sobre que se acabasen, y
cubrir de improperios a los que iban saliendo del Congreso, y no eran del número de los que
por lisonjear sus caprichos con voces sonoras y nada significantes merecían su aplauso en las
públicas, era el resultado.
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51.- En el Artículo 117 se nota el empeño de que los nuevos Diputados jurasen guar-
dar y hacer guardar religiosamente esta Constitución, cuyo juramento es inconciliable
con la libre función de un Diputado de Provincia que no había intervenido en su
forma-ción, y que podía considerarla perjudicial a los derechos de esta, y a los previos
juramen-tos prestados al Soberano: así que el juramento en esta parte es ineficaz.”
70.- Los muchos delitos no son efecto de la revolución sino de la impunidad. Si ninguno
ha de ser preso, sin que preceda información sumaria (capaz de formar concepto sobre
ella, de que merece ser castigado con pena corporal), y asimismo un mandamiento del
juez por escrito que se notifique en el acto de la prisión: el juez no puede prender en un
pronto, y la queja está de más en el momento, porque no puede haber autoescrito sin
previa información escrita, y entre tanto escribir, el reo se ha fugado. El delito en des-
poblado queda impune; y el hecho en poblado, sin posibilidad de acusación: porque los
delincuentes no se han de presentar al público a cometer sus excesos, ni todo vasallo
puede ir rodeado de una guardia, para que le sirva de testigo en cuanto le ocurra.”
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Don Vicente sabía que la Religión y la Monarquía son las bases sobre las que está fun-
dada desde los tiempos más remotos la sociedad española, y el lazo estrecho que de provincias
muy diversas por su localidad, por su idioma y por sus costumbres e intereses particulares
forma un todo compacto y bien ordenado (pág. 119 y siguientes).
4.6. Apóstrofe
94.- Sorprendidos los españoles con estas noticias se preguntaban, no menos con-fusos
que en el 2 de mayo de 1808. ¿Qué nuevo torrente de males se despeña sobre noso-
tros? No ha levantado la suprema justicia el azote, pues que aún nos aprisiona con más
pesada cadena de infortunios. Nuevo luto cubrió a las Provincias, y volvieron a suspirar
por la presencia de V. M., que serenaría la borrasca. En este estado deseábamos indagar
la causa, y pudimos entender, que algunos pocos de los que habían eludido las veja-
ciones francesas insensibles al mal que no habían visto sus ojos, dormidos en delicias
que para los demás eran desgracias, y por casualidad entraron en las Cortes de Cádiz,
se vieron sorprendidos (a pesar del mejor deseo) de las máximas con que los filósofos
han procurado trastornar la Europa, y sin advertirlos, se hallaron contagiados de la
animosidad emprendedora de aquellos. Sí, Señor, se vieron engañados, por no advertir
que tales filósofos son osados, porque miran con desprecio una muerte que no recela
ulterior juicio: aman la novedad por ostentar la sabiduría de que no poseen más que el
prospecto, preocupados de ideas abstractas, ignoran lo que dista la teórica de la ejecu-
ción, principal punto de la ciencia de mandar. Están poseídos de odio implacable a las
testas coronadas; porque mientras existan, no puede tener pase una filosofía revolucio-
naria, cuyo blanco es la libertad de costumbres, la licencia de insultar por escrito y de
palabra, triunfar a costa del menos atrevido, y vivir en placeres con el sudor del mísero
vasallo, a quien se alucina con la voz de libre: para que no sienta los grillos con que se
le aprisiona, todo lo que produce la inquietud del Estado, y al fin su total ruina.”
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Con qué vigor describe Pou el comportamiento de los componentes del partido cristino
liberal, alumnos aventajados de la vieja escuela dieciochesca.
“Invocando la Monarquía eran desarmados y perseguidos los celosos defensores de ella:
se protestaba quererla pura y absoluta, y se encomiaban los principios y las doc-trinas
que la destruyen; el liberalismo continuaba proscrito en los actos públicos del gobier-
no, y sus más finos partidarios eran llamados casi exclusivamente al poder: se odiaba
a los demagogos, y se les favorecía y acariciaba: eran personalmente temidos, Y se
ponían las armas en sus manos. Se protestaba en los decretos el mayor afecto y respeto
por la Religión santa, por la moral cristiana, por las demás instituciones patrias que en
muchos Siglos habían hecho feliz al Pueblo Español, al paso que se aflojaba abierta-
mente las riendas a la impiedad y a la licencia, y se aplaudía al naciente reinado de Isabel
como el principio dichoso de una Era nueva de luces de reforma y de emancipación
política y social. En una palabra parecía quererse unir la licencia con el despotismo, el
Evangelio con las falsas ideas del siglo, y la Autoridad Real con un poder fantástico que
sin ser popular en sus formas, derivase en el fondo de la supuesta soberanía del pueblo
y se atemperase servilmente a las exigencias revolucionarias. Se pretendía contener a
los realistas por medio de los liberales y demagogos, y a estos por medio de aquéllos;
y como si la Nación estuviese toda dividida en partidos incapaces de representarla, el
nuevo go-bierno debía apoyarlos a todos indistintamente, sin apoyarse exclusivamente
en ninguno, mortificarlos Y halagarlos a todos a su vez hasta ganarlos a todos y reunir-
los en su sistema que no siendo ni monárquico ni republicano, absoluto ni represen-
tativo, religioso ni impío, sin principios fijos, sin antecedentes gloriosos, sin habitudes
nacionales, sin recuerdos lisonjeros, sin tendencia cierta, sin nombre, sin interés, sin
prestigio; era preciso para conseguirlo trastornar primero las cabezas, cambiar todos
los corazones, desarraigar todos los hábitos, los gustos y hasta los caprichos, o mejor
diré, era preciso refundir la naturaleza de los españoles.” (pág. 32-33)
Sólo faltaba la cuestión dinástica. Los sucesos de La Granja de 1832 prepararon el cami-
no al mayor latrocinio histórico que se conozca sobre los derechos a la Corona espa-ñola de
un pretendiente: Don Carlos María Isidro. Napoleón había enseñado al mundo que no existe
más Ley que la Voluntad. Ni más autoridad que el triunfo de las espadas. La causa nacional
estaba definida. Aparece el Carlismo en 1833, cuando desde Talavera de la Reina se da el grito
de sublevación. Toda España defiende la Causa de Don Carlos. Si alguien tiene alguna duda
que se lea el Examen razonado. El Carlismo defiende en un mismo programa la Causa de la
Tradición y la causa de la Legitimidad. Indisolublemente unidos.
La historia, en España, de la Revolución Liberal es un sainete cómico, si no estuviera
acompañado de tanta sangre, dolor y lágrimas. Los sables quitan y ponen reyes o reinas y
los mandan al destierro y si no, se trae uno del extranjero. Proféticas palabras de Donoso:
“Apostaron por el bienestar y se entregaron en brazos de la revolución”. Su destino es el des-
tierro.
No conozco libro nacido a la par que los acontecimientos -como el de Pou-, que descri-
ba de manera tan certera los acontecimientos, y de tal agilidad en la defensa de la Causa de
Don Carlos V al igual que en la de los principios de la Tradición.
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El genio de Melchor Ferrer consumaría una gran tarea editorial acometiendo la tarea ingente de historiar el tra-
dicionalismo español en 30 tomos. Acaba de ser reeditada (Pamplona, 2010) en edición limitada por Sancho el
Fuerte Publicaciones.
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Destino de España
En la primera página de su ensayo se pregunta en 1842 don Vicente Pou sobre el futuro
de España
“¿Si deberá continuar arrastrando a la cola de su leal aliada la Gran Bretaña bajo el go-
bierno anárquico de Espartero y de su partido? ¿Si caerá de nuevo en manos del justo medio
ciegamente obstinado en hacer de la revolución un estado permanente de orden, y en conte-
ner los efectos dejando en pie las causas? ¿O si por fin será todavía tan afortuna-da en medio
de sus desgracias, que pasando rápidamente por todas las fases de la revolu-ción, sin dejarse
corromper por ella en su nativo carácter, vuelva al punto de donde ha salido, bajo el gobierno
paternal de sus Reyes y el saludable influjo de sus antiguas y sabias instituciones?
He aquí una de las grandes e importantes cuestiones del día, cuestión de vida o de muer-
te para la España, de paz o de trastorno para la Europa.” Comenta el autor.
Con sólo leer con atención la segunda opción, con palabras tan certeras, nos pare-cería
Don Vicente un comentarista político de la actualidad. Es genial: “¿Si caerá de nuevo en ma-
nos del justo medio ciegamente obstinado en hacer de la revolución un estado permanente de
orden, y en contener los efectos dejando en pie las causas?.
Aunque la Revolución permanece fiel a su empeño inicial, nuestra Historia asegura que
Roma no paga a traidores. Se convierten en objetos de usar y tirar. Permitidme volver al poeta
seleccionado, Manuel Palacio (los tres fechados en Madrid, 1869):
Los “Alfonsistas”
¡Miradlos! ¡Ellos son! Turba cobarde,
Que de su afán en el delirio insano,
Empuja á Robespierre con una mano
Y acaricia con otra á Calomarde.
Ayer luchaba con bizarro alarde
Contra un poder estúpido y tirano;
Hoy por resucitar se esfuerza en vano
Aquella estirpe, de que Dios nos guarde.
Para ser de sus culpas Cirineo
Nada encuentra mejor que un niño intonso,
Si no por él, por su familia reo;
Y mezclando el hosanna y el responso
Desdeña el nombre de Tomás por feo,
Y se llena la boca de Alfonso.
La restauración
Bien haces, Isabel, por vida mía,
En no abdicar tu cetro y tu corona,
Que los bravos que cercan tu persona
Bastan para salvar tu dinastía.
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debajo de las piedras, una pléyade de héroes capaces de morir en defensa de sus más íntimos
amores? Estremece escuchar sus vítores a España y a Cristo Rey.
Son de la misma estirpe de combatientes que nos recuerda don Vicente Pou en la página 122:
“Yo no necesito hablar de los tiempos modernos, cuya memoria conservan los que han
presenciado los sucesos o los han oído de la boca de sus padres como testigos de vista
y parte de los mismos. Jamás los españoles hubieran pensado en resistir a las fuerzas
imponentes de Napoleón, ni hubieran luchado después con tanta firmeza y tenacidad
por el espacio de treinta años con varia fortuna contra la novedad y el impío error dis-
frazados bajo el nombre de liberalismo, de ilustración y de reforma, si la masa de este
pueblo poco conocido no estuviera profundamente arraigada en el principio religioso,
como la primera y más sólida base de su verdadera constitución, y en el monárquico
que, corno vamos a ver, puede llamarse la segunda” .
Es una pena que el afán esteticista de Valle Inclán no llegara a acertar plenamente en la
transmisión de la gran epopeya que estos hombres y mujeres realizaron en el solar hispano,
generación tras generación. Ya vendrá un día el Homero que sabrá contarlo a las generaciones
futuras como legado inolvidable de una Historia verdadera.
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yor parte a la entrega callada y abnegada de estas mujeres a la educación familiar, en el ritmo
cotidiano de cada día.
Valle Inclán tiene páginas que no son fruto de su fantasía, sino realidad histórica. No
me resisto a reproduciros unos fragmentos de Los Cruzados de la Causa:
“— ¡Ladrones!... ¡Enemigos malos!... ¡Sacar a los mozos de la vera de sus padres para
luego hacerles ir contra la ley de Dios!
El centinela se detuvo mirando al camino. La vieja, una sombra menuda y negra, corría
ante el grupo de las mujeres, con los dedos enredados en los cabellos y la mantilla de
paño sobre los hombros, como en un entierro:
— ¡Arrenegados! ¡Más peores que arrenegados!
El centinela oía aquellas voces replegado en el hueco del portón, y mirando con inquie-
tud al camino. Los dos criberos agitaron los brazos asustando al asno:
— ¡Deja paso, Juanito!
Huyó el animal haciendo un corcovo, y su carga de aros bamboleó. La vieja, toda encor-
vada y con las manos tendidas hacia el centinela, clamaba rabiosa y llorosa:
— ¡Lástima de Inquisición! ¡Afuera de esa puerta, mal hijo! ¡He de hacerte bueno con
unas disciplinas, mal cristiano! ¡Vergüenza de tu madre!
Y llegando, le abofeteó en las dos mejillas. Después la vieja se volvió hacia los cri-beros
gritando desesperada:
— ¡Es mi hijo! ¡Es mi hijo!
Limpióse dos lágrimas, y con los brazos en alto, fue a sentarse en la orilla del camino:
— ¿Es ésa la crianza que recibiste?
Un sollozo le desgarró la voz. El centinela repuso con otro sollozo saliendo del hueco
del portón y reanudando su paseo:
—Es la Ordenanza...
— ¡Olvidaste la doctrina cristiana!
— Es la Ordenanza!
La voz se le hacía un nudo en la garganta, y la madre, sentada sobre la yerba, mirá-bale
con una gran congoja, cruzando las manos bajo la barbeta temblona:
— ¡Sacar a los mozos de la vera de sus padres para meterlos en la herejía!
El cribero murmuró con voz hueca: —Hay que considerar que el rapaz está sin culpa.
Es la Ordenanza.
Pasó una ronda levantando la centinela, y la vieja, toda encorvada, púsose a caminar tras
de su hijo, recriminándole con voz sombría:
— ¡Sé buen cristiano, rapaz! Si no eres buen cristiano, no podrás ajuntarte con tus pa-
dres, bajo las alas de los santos ángeles, cuando te llegue tu hora. ¡Ay, mi hijo, que la
muerte no avisa y si agora llegase para ti, arderías en el infierno! ¡Ay, que tu carne de
flor habría de ser quemada! ¡Ay, mi hijo, que cuando tu boca de manzana tuviese sede,
plomo hirviente le habrían de dar! ¡Ay, mi hijo, que tus ojos de amanecer te los sacarían
con garfios! ¡Vuélvelos a tu madre! ¡Mira cómo va arrastrada por los caminos para que
Dios te perdone!
La vieja se había hincado de rodillas y andaba así sobre la tierra, los brazos abiertos y
la cabeza bien tocada con primera mantilla. El hijo se volvió con los ojos en ascuas,
saliéndose de la fila.
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— ¡Álzase, mi madre!
Y arrojando el fusil, rompió a correr hacia las casas del pueblo, perdiéndose en la oscu-
ridad campesina mientras algunas mujerucas levantaban a la vieja, accidentada.
—jAlto! ¡Date! ¡Alto!
Era un grito que se escalonaba con el chascar de los fusiles al ser montados.
— ¡Alto! ¡Date! ¡Alto!
Las voces resonaban a lo largo de una callejuela oscura, y los pasos en las losas.
— ¡Alto! ¡Date!
Sonó un tiro y luego otro. El marinero llegaba a la esquina y la dobló. Los pasos de
los perseguidores resonaban en la calle. Muchas cabezas asomaron en las ventanas, se
enracimaban y tenían una expresión dolorida, como en los retablos de ánimas. Los per-
seguidores doblaron también la esquina y se detuvieron. El otro estaba caído sobre la
acera, boca abajo, en un charco de sangre. Las dos balas le habían entrado por la nuca,
y aún movía una pierna el marinerito.
……………
La vieja llegó a donde estaba el hijo muerto. y se derribó a su lado, batiendo con las ro-
dillas en las piedras. Dando alaridos le enclavijó los brazos y le besó en la boca inerte
y sangrienta:
— ¡Hijo!¡Prenda! ¡Bieitiño!
En lo alto del balcón resonó la voz de Don Juan Manuel Montenegro:
— ¡Pobre madre!
La vieja levantó los ojos y los brazos:
— No tenía otro hijo en el mundo, pero mejor lo quiero aquí muerto, como lo vedes
todos agora, que como yo lo vide esta tarde, crucificando a Dios Nuestro Señor.”
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Santiago Arellano Claves para comprender... 27
Quiero terminar con las palabras del Testamento Político de Don Carlos VII:
“¡Adelante mis queridos carlistas! ¡Adelante por Dios y por España! Sea ésta vues-tra
divisa en el combate, como fue siempre la mía, y los que hayamos caído en el combate,
imploraremos de Dios nuevas fuerzas para que no desmayéis.
“Mantened intacta nuestra fe y el culto a nuestras tradiciones y el amor a nuestra bande-
ra. Mi hijo Jaime, o el que en derecho, y sabiendo lo que ese derecho significa y exige,
me suceda, continuará mi obra. Y si aún así, si apuradas todas las amarguras, la dinastía
legítima que os ha servido de faro providencial, estuviera llamada a extinguirse, la di-
nastía vuestra, la dinastía de mis admirables carlistas, los españoles por excelencia, no
se extinguirá jamás. Vosotros podéis salvar a la Patria, como la salvasteis con el Rey a
la cabeza, de las hordas mahometanas y, huérfanos de monarca, de las huestes napo-
leónicas. Antepasados de los voluntarios de Alpens y de Lacar eran los que vencieron
en la Navas y en Bailen. Unos y otros llevaban la misma fe en el alma y el mismo grito
de guerra en los labios.”
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Claves
para comprender
la situación política actual, de
Tradere, se terminó de compo-
ner el año de gracia de 2010, cele-
brando la Fiesta de la Virgen del Pilar
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