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Melisa Slep
1° Cuatrimestre 2010
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Problemas de legitimidad en el orden político contemporáneo
Melisa Slep
1° Cuatrimestre 2010
La soberanía del derecho significa sólo soberanía de los hombres que instauran y aplican
las normas jurídicas, es decir que la soberanía de un “orden superior” es una frase vacía
cuando no tiene el significado político de que determinados hombres quieren, sobre la base
de este denominado “orden superior”, dominar a los hombres de un “orden inferior” […]
hay siempre grupos concretos de hombres que […] combaten contra otros grupos
concretos. (Schmitt, 1985).
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Problemas de legitimidad en el orden político contemporáneo
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representa mucho más que un código escrito: implica que los hombres se den
a sí mismos la ley que les permita ejercer su poder bajo el orden que han
decidido formar. Ante la imposibilidad de fundarlo bajo un absoluto, la
alternativa radica en la autorreferencialidad como origen de su autoridad. Los
padres fundadores, en opinión de Arendt, tienen en cuenta este objetivo
determinado: “el problema principal que se les planteó no consistió en limitar
el poder, sino en establecerlo, no en limitar el gobierno, sino en fundar uno
nuevo” (Arendt, 1992)v. Hacia eso apuntan cuando se va configurando el rol
que la ley va a cumplir en todo esto: habilitar de la mejor manera posible el
ejercicio de ese poder, y no limitarlo (que es el defecto que la filósofa suele
encontrar en las interpretaciones de los usos de la ley): “Aún suponiendo que
la ley es capaz de contrarrestar al poder […] las limitaciones impuestas por la
ley al poder sólo pueden traer como resultado una disminución de su
potencia” (Arendt, 1992).
La necesidad de un absoluto se manifiesta en el concepto de fundación;
la fundación conlleva en sí la noción de reemplazar el absoluto perdido. El
argumento no deja de tener cierta circularidad, lo cual es sin dudas un
problema tanto en el planteo de Arendt como en el de Claude Lefort, aunque
quizás en éste autor se pueda ver de manera más evidente cuando analiza la
tentación totalitaria. Pero primero pongamos en evidencia algunos conceptos
necesarios para llegar a ello.
¿Qué entiende Lefort que sucede en una sociedad cuyo referente de
comunidad política ya no puede encontrarse en un Otro trascendente? En este
caso, la interpretación del autor va a centrarse, por un lado, en la descripción
de una autoridad cuyo lugar de poder se encuentra vacío, simbólicamente
hablando; por otro lado, en analizar cómo las esferas de la ley, el poder y el
saber se han separado cuando un absoluto trascendente ya no es capaz de
condensarlos. “Se desprende que el poder no pertenece a nadie, que los que
lo ejercen no lo poseen, más aun, no lo encarnan” (Lefort, 1988). Es
precisamente por esto que la ley y el poder ya no están condensados en una
figura corpórea. Pero es ésta una característica de la Modernidad y no de otro
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rige por una lógica de amigo-enemigo, es decir que lo político implica lucha.
Para Arendt y Lefort, de alguna manera, en la democracia se pone de
manifiesto también un enfrentamiento inherente a la condición de alteridad
que rige la sociedad: somos todos iguales en nuestra capacidad de acción, en
nuestra inserción en un espacio social configurado de manera determinada:
pero en ambas circunstancias nadie posee la última palabra. Lo político es
puesta en común en el espacio público -puesta en común de las diferencias-;
lo político de Lefort configura la forma del espacio social de acuerdo a las
significaciones y el régimen que la sociedad se da para sí misma.
En este sentido, ¿cómo plantear un orden en la Modernidad? ¿En qué
debe basarse? Cada autor opera sobre una categoría que le permita
aproximarse al problema. Es el estado de excepción -milagro- en Schmitt, la
acción constitutiva en Arendt y el lugar vacío del poder de Lefort. Pero
ninguna solución deja de ser problemática. Incluso el concepto de soberanía
de Schmitt -que a primera vista impone desde su decisionismo político una
fortaleza envidiable- no termina de ser convincente, frente a otras
alternativas, quizás de menos impacto pero que -desde una opinión personal-
dan cuenta del drama irresoluble de la modernidad de una mejor manera;
mejor en el sentido de que el objetivo es visibilizar el problema intrínseco que
encuentra la autoridad para fundamentarse sobre un horizonte, en definitiva,
de autorreferencialidad -con el riesgo que eso conlleva-. Schmitt quizás coarta
dicho riesgo, pero retornando a conciencia a una teología política (algo que
desde su posición es deseable para garantizar el orden más estable). De
alguna manera Schmitt provee un fundamento último, que aunque no sea
trascendente sí tiene un elemento de alteridad externo al orden que pretende
crear -en aquella caracterización de la soberanía como externa al Derecho
pero sujeto a él, en la misma operación.
Por otra parte, el planteo de Arendt de la constitución de un orden a
partir de la propia libertad de la comunidad, al ser una situación ideal (no
cabe duda que la Revolución Americana tomada de esta manera no puede
operar más que como un tipo ideal) presenta un horizonte de sentido que
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quizás nunca sea posible alcanzar: las sociedades todavía no se han dado a sí
mismas su propia constitución, quizás no tanto porque persistan las ataduras
de la tradición, sino porque el hombre todavía se encuentra desorientado
respecto a cómo configurar su futuro a partir de su pasado, pero en el
presente: aquí y ahora.
El poder como lugar vacío, como bien señala Lefort, siempre va a tentar
al hombre a llenarlo con algún referente concreto; el desafío, entonces, pasa
por superar esa tentación en el quehacer político y en la aceptación de que la
disputa por la significación del espacio social quedará, mientras se hable
propiamente de una democracia, sin resolver: he ahí para Lefort lo
propiamente democrático de la Modernidad. Por supuesto, para Schmitt esto
es inaceptable -como pone de manifiesto en su crítica al liberalismo-, dado
que esto no puede dar como resultado un orden estable, y lo que es peor para
él, deja de lado la decisión política, que se presenta como fundamental.
En definitiva, se nos presentan bases contradictorias para la legitimidad
política, lo cual no nos debe sorprender: después de todo, hace mucho tiempo
somos conscientes de que ya no existe una única respuesta a la pregunta de
cómo fundar el orden. El valor de esta pregunta precisamente radica en
reformularla constantemente.
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i En particular es posible apreciar su descargo en el apartado “La época de las neutralizaciones y las despolitizaciones”, que
también se encuentra en El concepto de lo político. (Schmitt, 1932).
ii Constantemente Schmitt planteará un ida y vuelta con la sociología del orden jurídico de Kelsen para demostrar, en
definitiva, que es un absurdo “imaginar un sistema completo de diferentes ordenaciones, tomando por punto de partida una
última norma originaria suprema y descendiendo hasta llegar a una norma ínfima” (Schmitt, 1985), asumiendo una
normatividad ad infinitum que no encuentra una fundamentación concreta.
iii Recordemos que para Hannah Arendt la referencia constante a los griegos y a los romanos es esencial, sobre todo cuando,
después de siglos de dominio, se cierra el gran período histórico de la Cristiandad, y es necesario un retorno al origen -como
bien ya lo había planteado Maquiavelo- para encontrar otras formas de entender la legitimidad.
iv Paralelamente, Arendt deja en evidencia el peligro de confundir al momento de ruptura con la revolución tomada en su
totalidad (para lo cual utiliza detalladamente el caso de la Revolución Francesa, aunque también entraría perfectamente en
el panorama la Revolución Rusa): “no hay nada más inútil que la rebelión y la liberación cuando no van seguidas de la
constitución de la libertad recién conquistada” (Arendt, 1992).
v Uno no puede dejar de mencionar -y Arendt de hecho lo hace- el gran aporte de Montesquieu en cuanto al equilibrio del
poder, con su axioma de la filosofía política de que “sólo el poder detiene al poder”.
Arendt, Hannah, “Labor, trabajo y acción”, en M. Cruz (comp.), De la historia a la acción. Paidós.
Barcelona: 1996 (a).
Arendt, Hannah, “Qué es la autoridad”, en Entre pasado y futuro. Ediciones Península. Barcelona:
1996 (b).
Arendt, Hannah, Sobre la Revolución. Alianza. Buenos Aires: 1992, caps. 4 y 5.
Lefort, Claude, ¿Permanece lo teológico-político?, Editorial Librería Hachette. Buenos Aires: 1988.
Lefort, Claude, “La imagen del cuerpo y el totalitarismo”, en La invención democrática. Nueva
Visión. Buenos Aires: 1990.
Lefort, Claude, “La cuestión de la democracia”, en Revista Opciones. Santiago de Chile: 1985.
Lefort, Claude, “Los derechos humanos y el Estado de Bienestar”, en Revista Vuelta, Santiago de
Chile: 1986. (*)
Schmitt, Carl, “La era de las neutralizaciones y las despolitizaciones”, en El concepto de lo político.
1932. (Traducción de Dénes Martos. 1963). Disponible en Internet en
[http://www.laeditorialvirtual.com.ar/Pages/CarlSchmitt/CarlSchmitt_ElConceptoDeLoPolitico.htm].
Schmitt, Carl, El concepto de lo político. Folios Ediciones. Buenos Aires: 1984.
Schmitt, Carl, Teología Política. Editorial Struhart & Cía. Buenos Aires: 1985.
(*) Bibliografía no citada explícitamente