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Una taza de café

¿Quién diría que la creatividad, la magnificencia de toda la raza humana, es una


compañera tan evasiva? Se presenta bajo los más extraños indicios, desafiando todas las
leyes. Encuentra siempre al que no la necesita y en el momento más inoportuno. En el
auto, en medio de una clase, saliendo de la bañera. ¿Saben lo complicado y peligroso
que es tener medio pie afuera de la ducha y salir corriendo a buscar lápiz y papel? Ni les
digo una guitarra…
Pero eso es lo que tiene esta pequeña mujercita, tan furtiva y escurridiza. Se mofa de
nosotros, rehusando su compañía cuando más la necesitamos. ¡Y no estoy siendo
machista al caracterizarla como una mujer! Las musas eran hermosas mujeres. Además,
se deleitan con nuestro éxito, hostigándonos e impulsándonos a más, negándose a
cooperar cuando realmente son necesarias… Definitivamente son mujeres.
Aunque más impresionante que los terribles golpes en el rostro que nos da la creatividad
muy de vez en cuando, es nuestra capacidad para buscarla, aún en los lugares más
recónditos y oscuros, tanto de nuestro cerebro como del callejón de la otra cuadra.
Los hay quienes con afán de parecerse a sus ídolos, empiezan a absorber todo lo que
pueden: libros, música, arte, filosofía. Por ese motivo hay más imitadores de Sandro por
metro cuadrado que curas, y más curas que escritores escribiendo igual que Jorge Luis
Borges. Simplemente no hay la suficiente cantidad de gente que lo comprenda (yo me
incluyo).
Otros se impregnan con su cultura. Se mudan al campo y cultivan papas en el jardín,
cosechan desnudos en verano y hacen orgías multitudinarias. Eso los imitadores de
Sandro; otra gente se pone un traje marrón y una boina negra, y leen poesía en bares
“under” (“debajo” para los no entendidos) de la ciudad, recorriendo las ajadas páginas
de un libro de Girondo con unos ojos tapados por lentes de lectura redondos y
absolutamente innecesarios.
Pero la gran mayoría se refugia en las sustancias, tanto legales como no. Los
alucinógenos dan esa falsa ilusión de pericia y habilidad (lo que genera que realmente
se crean buenos), junto con una afectada percepción de la realidad que te hace decir
cosas como que Lucía está en el cielo rodeada de diamantes. Y no está bueno. Tampoco
está bueno tirarse de un edificio porque perdiste en un jueguito de futbol, por muy
peleado y definitorio que haya sido el partido.
También buscan nuevas emociones. Viajan al Amazonas, viven ocho semanas con los
pigmeos de Suazilandia o se hacen monjes en el Tíbet. Esta conducta realza las
conexiones espirituales y definitivamente abre las mentes de quienes lo hacen. Eso sí,
cuidado con los traficantes de cocaína, con los cazadores de cabezas y con el frío de ir
en bata por los Himalayas. Ni hablar de que no todos tenemos el suficiente capital como
para ir por el mundo.
Entonces, los que no podemos costearnos un viaje a Papúa-Nueva Guinea o pagarnos un
buen balde de metanfetaminas, tratamos de forzar la inspiración.
Nos mantenemos despiertos hasta que amanece, escuchando continuamente la misma
canción, leyendo el mismo párrafo y tocando la misma nota. Nos tumbamos en la cama
con un cuaderno en las manos, medio torso y una pierna tapados, mientras que la otra se
apoya en el piso, como esperando saltar a la computadora con una brillante idea.
Esperando que tal vez, esa puertita en medio de mi mente se abra, y el lápiz empiece a
bailar solo sobre el papel, o los dedos surquen con frenética rapidez el teclado.
Por lo pronto, entrecierro los ojos y miro el reloj con ilusa esperanza. No hay caso,
aunque quisiera que fueran las tres de la tarde y el sol brillara con fuerza detrás de estas
gruesas cortinas, sólo le estoy fallando por doce horas y la gente abandona para irse a
dormir.
Pero la inspiración actúa de extraña manera conmigo. No hay drogas, no hay juegos.
Sólo un cuaderno, un buen tema de acedecé y una taza de café.
Miro a mi lado y veo a mi musa sentada con picardía en la cama. Con el placer que le
provoca su control sobre mi cerebro, levanta su mano y señala el escritorio.
Tres tazas de café… Uff…
Va a ser una noche muy larga.

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