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Revista de Literatura Hispanoamericana 32(1996)

César Aira: Una trilogía imaginaria


Ednodio Quintero

César Aíra (Coronel Pringles, Ar- núa escribiendo a un ritmo casi de-
gentina, 1949) ha publicado hasta la mencial y así nuestro vicio se verá
fecha quince novelas: Moreira, recompensado, difícilmente lo llega-
Ema, La cautiva, La luz argentina, remos a alcanzar.
Las ovejas, Canto castrato, Una no- En esta breve incursión al mundo
vela china, Los fantasmas, El bautis- de Aira no quisiera caer en la tenta-
mo, La liebre, Embalse, El llanto, ción de las clasificaciones -y encasi-
La prueba, El volante, La guerra de llamientos- tan comunes a la crítica
los gimnasios y Cómo me hice mon- literaria, tampoco en el lugar común
ja. Tres cuentos : «El vestido rosa», del elogio desmedido. No soy crítico
«Cecil Taylor» y «El infinito». Dos ni redactor de panegíricos, soy un
libros de ensayos: Copi y Nouvelles lector. Y de la dilatada obra de Aira,
impressions du Petit Maroc. Una apenas si he leído la mitad -soy víc-
obra de teatro: «Madre e hijo»; y el tima de la balcanización editorial-.
«Diario de la hepatitis ». Más de Así que me limitaré a recoger una
veinte libros que a una edad tempra- serie de impresiones acerca de la
na lo han convertido en un mito per- lectura caprichosa que he hecho de
sonal, tal vez la leyenda más contro- tres novelas cortas que -a mi juicio,
versial de la nueva narrativa latinoa- y aun cuando el autor no lo admita y
mericana. A decir verdad, la fama de ni siquiera lo haya pensado- consti-
Aira no se basa en lo prolífico de su tuyen una perfecta trilogía. Estas
producción sino en el carácter sub- son: La prueba (1992), El llanto
versivo, seductor e irritante de su es- (1992) y Cómo me hice monja
critura. Pues -y hablo desde mi pro- (1993). ¿Una trilogía imaginaria?
pia experiencia- Aira es uno de esos Tal vez. Me gustaría verlas publica-
rarísimos escritores cuya lectura das en un sólo volumen, y espero
produce adicción. Leemos un primer que los futuros e hipotéticos e hipó-
libro, buscamos el segundo, pasa- critas lectores de «la trilogía» me
mos a un tercero y queremos más, concedan la razón.
mucho más. Por fortuna, Aira conti- Comenzaré haciendo una espe-
cie de síntesis de cada una de las no- agrupan en las esquinas y en las en-
velas -no se alarmen, no es mi propó- tradas de las disquerías. Como fon-
sito contarles la película, apenas les do: música de The Cure, «que a
mostraré unas escenas- y luego inten- Marcia le encantaba». Una escena
taré una audaz, pretenciosa y sorpren- idílica, cotidiana -pues Marcia cum-
dente aproximación ¿Qué se creían ple este periplo casi todos los días-,
ustedes? Los lectores de Aira se con- diríamos pastoril si hubiera ovejas
vierten en avezados intérpretes, luego que pastorear en las calles de esta
de su dosis de airamania nada los de- gran ciudad. Pero el idilio se rompe
tiene, ni siquiera la kriptonita. Ya. - mejor dicho se inicia- con la incur-
sión en el mundo de Marcia de un
par de punketas lesbianas, que la
I abordan sin ningún preámbulo y la
invitan de buenas a primeras a hacer
Una requisitoria feroz a la socie- el amor. La primera frase de la no-
dad de consumo en uno de sus tem- vela es precisamente la voz de Mao -
plos más característicos: el super- que así se hace llamar una de las
mercado. Esta sería una muy inteli- punketas- desafiando a Marcia. «-
gente lectura de La prueba. Pero no ¿Querés c ...?». Marcia, la virgen
creo que se trate de un mero asunto Marcia se ruboriza y quiere escapar.
de inteligencia o de sociología urba- Pero el destino quiere otra cosa, y
na. Cualquier interpretación de esta Marcia presta oídos a las intrusas y
extraordinaria e inquietante nouvelle se deja envolver por aquel par de
corre el peligro de quedarse corta, de chicas desenfadadas, estrafalarias y
tomar alguna de las partes por el libres, ángeles encantadores surgi-
todo, en otras palabras: de jugar al dos de algún sueño crepuscular. Una
reduccionismo, un juego de salón secuencia de escenas, tal vez previ-
practicado a mansalva por una tropa sibles dentro de su extravagancia,
de críticos inescrupulosos. Intente- apoyadas en una serie de diálogos -
mos un abordaje diferente, comence- que van aumentando la tensión y el
mos, al igual que en el inicio de la interés en un crescendo que se hace
novela, con una pregunta: ¿qué suce- por momentos insoportable-, inician
de en La prueba? Sucede todo. Mar- a Marcia en lo que podríamos llamar
cia, una adolescente gordita de die- su temprana educación sentimental.
ciséis años, se pasea por el Barrio de Y la conducen en un plazo perento-
Flores (Buenos Aires, of course) en rio (una hora, tal vez) a «la prueba».
un atardecer invernal. Se abre paso Marcia de improviso descubre la be-
entre jóvenes de su edad que se lleza, y el amor está próximo. Escu-
cha la voz de Mao. «Porque el amor, no a los cuarenta y con catorce li-
que no tiene explicaciones, tiene de bros publicados) se levanta al ama-
todos modos pruebas». Vemos al necer tras una noche de insomnio y
trío de adolescentes entrar al super- da inicio a una confesión acerca de
mercado y comienza la función. Una su vida desdichada: Claudia, su mu-
verdadera pesadilla, a la cual el adje- jer, lo ha abandonado por un japo-
tivo de dantesca le calza muy bien. nés. El protagonista llora, y aunque
La violencia en su estado más puro y la condición de separado, vulgariza-
salvaje -que haría palidecer de envi- da por las estadísticas, no ameritaría
dia a los amotinados de una cárcel un sufrimiento así de tenaz, el sufri-
marginal. Es forzoso pensar en dos miento es único, intransferible, par-
films recientes: Asesinos por natu- ticular. Pero no se trata del recuento
raleza de Oliver Stone y Pulp fic- de un vulgar despecho, la narración
tion de Quentin Tarantino. Sólo que toma los caminos más inesperados.
La prueba de César Aira es anterior «Es como si hubiera entrado con una
a este par de películas que hacen de zambullida de espaldas al reino de
la violencia una manera muy su¡ ge- las explicaciones». Los hechos se
neris de expresión cultural. Aquí en suceden sin seguir una lógica de
el supermercado -ese templo de la causa y efecto, y aunque la «sensa-
sociedad de consumo, ya lo dijimos ción» de realidad pareciera predomi-
antes, sucede todo. Contra las expec- nar a lo largo del relato, los conti-
tativas más exageradas, la razzia de nuos quiebres y desarticulaciones
las punketas no tiene comparación. van agregando diferentes niveles de
Sucede además que el autor nos de- significación, nuevos extravíos,
muestra en la secuencia final cómo otras vueltas de tuerca. Lo que cuen-
la ficción supera a la realidad. Triun- ta -pareciera decirnos en sordina el
fa entonces la literatura -ese sistema autor- es narrar, mantenerse siempre
de signos tan vapuleado en este fin en movimiento, huir de la parálisis y
de milenio-, Marcia supera la prueba de la inmovilidad.
y César Aira -cómo no- también. (Aquí me atrevo a formular una
hipótesis: el autor -que tiene la capa-
II cidad de desdoblarse una y otra vez-
se cuenta a sí mismo una historia
«Todos los caminos de la sombra tristísima, va inventando sobre la
llevan a la certeza atroz de que me marcha un argumento deprimente, se
ha sucedido lo que más temía». El tortura valiéndose de un cilicio men-
protagonista -y narrador- de El llan- tal con el único propósito de hacer
to (escritor, poeta y ensayista, cerca- soportable su felicidad).

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Un viaje a Varsovia, que nadie con su Isso a Tokio, y allí da a luz cin-
en su sano juicio sería capaz de co hermosos bebés de ojos rasgados.
aguantar. La escena del magnicidio -el En esta serie de escenas que he sim-
asesino es por supuesto el japonés, plificado al máximo (o al mínimo) se
llamado Isso Hokkama- en un restau- siente, como las marcas de agua en el
rant de lujo, en el cual vemos a nues- papel vistas al trasluz, la presencia de
tro protagonista acompañado por Lau- Raymond Roussel. Pero César Aira,
ra Premondini, una beldad de la tele- luego de haber hecho unos cuantos
visión, y espiando a su querida Clau- guiños maliciosos a su admirado
dia a través de un espejo. Los peces maestro, se escapa a tiempo -y tam-
vivos del menú, la silicona, flores para bién con admirable maestría- por la
Laura que languidece en la clínica de tangente de una supuesta realidad. En
moda. La mudanza de Claudia para la escena foral da una vuelta de tuerca
un apartamento de la vecindad, y el -otra más- que borra las fronteras en-
protagonista reducido a simple guar- tre la ficción -la novela que estamos
dián de Rin-Tin-Tin, el perro histérico leyendo- y el espacio de la repre-
de la pareja -que por momentos se sentación -aquel donde el narrador ha
convierte no sólo en el eje de la narra- confesado que «me ha sucedido lo
ción, sino en la única razón de ser del que yo más temía». Me abstengo, en
burlado narrador, vale decir en una es- beneficio de los lectores, de revelar el
pecie de memoria supramatrimonial, procedimiento empleado por el narra-
pues todo los recuerdos acumulados dor. Pero reconozco, eso sí, que la li-
durante años de dicha conyugal remi- teratura ha triunfado de nuevo, aunque
ten a él. Reflexiones etnológicas como esta vez la supuesta realidad supera a
aquella de la página 48. «...Si un sal- la ficción.
vaje, analfabeto por supuesto, un
hombre salido de la selva, me viera III
con un libro en las manos, ignorando
como él ignora la operación de la lec- ¿Qué nos queda entonces para la
tura, me creería manipulando un pe- tercera parte de la trilogía? Cómo me
dazo de cualquier cosa inanimada y hice monja es presentada por los
desprovista de sentido». Otra fuga, editores como una novela autobio-
esta vez breve y mental, a un café de gráfica y el autor mantiene a lo largo
Reunes, justo frente a la plaza del par- de las cien páginas del texto el tono
lamento bretón donde comenzara el confesional. Hasta aquí no hallamos
fin de la historia (es decir, la Revolu- ninguna novedad. Y el hecho de
ción Francesa). Y en fin, Claudia que el narrador se trate a sí mismo de
anuncia su avanzado embarazo y se va niña cuando los demás lo llaman por

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su nombre y apellido: César Aira, 5. La niñita César Aira entra a la
Cesita o don César, nos sorprende al escuela con tres meses de retraso;
principio, pero luego nos acostum- aún no sabe leer, pero un episodio
bramos a este juego simpático de bizarro de aprehensión de una frase
confusión de identidad -que hubiera críptica -y en esencia pornográfica-
fascinado a nuestro querido y casi en la pared de un retrete causa la se-
olvidado Sigmund Freud. Lo que gregación de la niña y el desquicia-
cuenta de verdad verdad en esta fas- miento de la maestra.
cinante invención del genio de Aira 6. Visita al padre en la prisión. La
-al igual que en las dos novelas cita- niñita se esconde en una especie de
das- es el poder de la ficción: esa ca- nicho y tiene visiones de ángel. ¿El
pacidad (única) de las palabras para ángel exterminador?.
alterar la percepción del mundo. 7. Madre e hija escuchan con de-
Veamos -capítulo a capítulo- cómo y voción los radioteatros y también los
por qué. programas de aficionados. Una can-
1. La niñita de seis años, recién tante, la peor de todas, la Desafina-
llegada a la ciudad, es invitada por da, impresiona por su incompetencia
su padre a comerse su primer hela- a la niñita curiosa. Y esta anécdota
do. Acto iniciático que se convierte permite al narrador una de las sali-
en pesadilla, pues la niñita está dis- das más originales de la novela, in-
puesta a dejarse matar antes que pro- vita a la cantante, si aún vive y si por
bar aquella asquerosidad. un azar lee esta novela, a que lo lla-
2. La pesadilla continúa y llega a me por teléfono y cante para él.
su fin. Muerte del heladero. 8. En este capítulo el autor des-
3. Víctima de los temibles ciáni- pliega todo un arsenal basado en el
dos alimenticios contenidos en el he- ars combinatoria y en las teorías del
lado primigenio, la niñita se debate juego. Clases imaginarias para alum-
entre la vida y la muerte. «Un corazón nos inventados -dictadas en un silen-
del tamaño de una lenteja latiendo ate- cio sepulcral-, que no obstante re-
rido en medio de los despojos». producen el universo entero del sa-
4. Calvario en el hospital: el tor- lón de clases. (Pareciera que en Aira
neo de mentiras con el médico in- este tipo de invenciones es inagota-
quisidor; la ubicua enfermera Ana ble, pues recientemente en El infini-
Módena, «un jeroglífico viviente»; to (1994), un relato delirante, retorna
la enana -cananea- y sus ensalmos el tema de los juegos sin fin).
matutinos. La madre al lado de la 9. Los juegos continúan, esta vez con
cama aguardando un milagro -que al su único amigo -y vecino-: Arturito.
fin llegó-. 10. En el arte, como en la vida,

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todo tiene su final. Este último capítulo entonces, por su proximidad estilística,
lo guardaré en el congelador, ya he re- leer El volante y El llanto como un díp-
contado lo suficiente y no quisiera que tico.
el futuro lector de Cómo me hice monja ¿Un punto de inflexión? ¿Qué es
lanzara sobre mí una maldición por ha- eso? (Les recuerdo a los atentos lecto-
berlo privado de un exquisito placer. res que no soy crítico, sino un ingenie-
Sólo diré que Stephen King -de quien ro lector). El lenguaje -por llamarlo de
Aira hiciera profusas traducciones- se alguna manera- es el protagonista prin-
habría mostrado encantado con este fi- cipal de estas (tres) magistrales inven-
nal atroz- ¿acaso feliz? Sí, feliz, otra ciones. Y en ellas el lenguaje toca fon-
vez, para la literatura de ficción. do, alcanza unos límites insospechados,
¿Por qué propongo estas tres no- se hace sustancia -como una especie de
velas como una trilogía? ¿Simplemente melcocha salida de un Allien cinemato-
por capricho? Creo que no. De la ex- gráfico que invade la pantalla e inunda
tensa y variada obra de Aira, me atreve- la sala de cine y acaba perneando la
ría a afirmar que son éstas sus propues- piel de los espectadores -vale decir del
tas más logradas -por radicales, quizá-, lector-. Ahí está la clave: Aira asume el
es decir en las que el arte de narrar al- riesgo total. Quema las naves y se lanza
canza un punto de inflexión. Creo, ade- a la conquista de un territorio ignoto
más, que no será fácil hacerme enten- poblado de espectros al acecho y de cu-
der, pues esta temeraria afirmación no lebras cascabel. No sabemos - aún- si
subestima en absoluto ninguna de las saldrá indemne de la aventura, pero al
obras anteriores. (Para curarme en sa- darnos testimonio de su travesía nos
lud, confesaré que entre las novelas de proporciona un inmenso placer. Su
Aira sigo prefiriendo Una novela china contribución a ese grande y único libro
(1987) -que el autor considera, con ese que se viene escribiendo desde Horne-
característico y ácido humor suyo, ro es, cuando menos, admirable. Y esa
como un pecado de juventud . Ah, y el contribución, expresada hasta ahora en
cuento «El vestido rosa» es una verda- una veintena de libros, y plasmada de
dera delicia). En rigor, habría que agre- manera ejemplar -y radical- en esta tri-
gar a la trilogía, El volante ( 1992), pero logía imaginaria, justifica cualquier
en esta última invención la sombra es- riesgo, aún aquel de haber llegado a un
pesa de Raymond Roussel me distor- cul de sac. Del cual se librará con segu-
siona un tanto la visión . De cualquier ridad convirtiéndose en la liebre del
manera, la idea de cuarteto sigue sien- mago o en el mago mismo o en ambas
do válida, pues El volante responde a cosas a la vez, convirtiéndose en lo que
las mismas preocupaciones esenciales siempre ha sido, un formidable escri-
de las novelas comentadas. Propongo tor.

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