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¿En que se parecen Baudelaire, la sociología y la

modernidad?
por Marisol Romero Magallán
Ensayo Final para la materia de Literatura y Sociedad
Profa. Patricia Toussaint

Aproximarse a Charles Baudelaire es complicado ya que está


lleno de sentidos opuestos imbricados entre sí. Por una parte es un
dandy que aprecia la pompe de la vie y por otro es un crítico de la
vida moderna. Su vida personal está empapada de un amor-odio
hacia lo que lo rodea, por ejemplo, su madre, de la cual se rebeló
constantemente pero de la que, al mismo tiempo, dependía, como se
puede notar en sus últimos momentos en los cuales, ella estuvo a su
lado. O bien, como literato en 1857 mientras era juzgado y
condenado a pagar una multa de 50 francos al gobierno francés por la
publicación de Las Flores del Mal, recibía un subsidio para la creación
literaria1. En otras palabras, Baudelaire fue un hombre ambiguo, un
hijo de la modernidad, de la que repela y depende al mismo tiempo.
En este sentido, la reflexión sociológica puede hermanarse con
la reflexión baudelairiana pues la sociología surge como una
autoconciencia de la modernidad respecto a sus aspectos, no sólo
positivos, sino también negativos. Así, el sociólogo, tanto como el
poeta, se adjudica el papel de visionario en el mundo, como un
albatros que ronda el cielo observando a sus contemporáneos.
Desde esta perspectiva, este trabajo buscará reflexionar sobre
las preocupaciones compartidas entre Baudelaire y la sociología
respecto a la modernidad. Para esto, se retomarán las ideas del
filósofo Marshall Berman, contenidas en su libro Todo lo sólido se
desvanece en el aire: La experiencia de la Modernidad,
particularmente el capítulo 3 “Baudelaire: El modernismo en la calle”.
Berman, en su fascinación por la modernidad, hace un recorrido
por sus distintas significaciones con el objeto de esbozar la
experiencia moderna, y en tanto que ésta no es exclusiva de un
grupo en particular, se ve expresada tanto en el pensamiento como
en la cotidianeidad.
En el prefacio nos dice:
“Ser modernos es vivir una vida llena de paradojas y
contradicciones[…]Es ser, a la vez, revolucionario y conservador:
vitales ante las nuevas posibilidades de experiencia y aventura,
atemorizados ante las profundidades nihilistas a que conducen tantas
aventuras modernas, ansiosos por crear y asirnos a algo real cuando
todo se desvanezca. Podríamos incluso decir que ser totalmente
modernos es ser antimodernos[…]”2

,lo cual nos lleva a considerar lo siguiente: ¿el pensamiento


sociológico no se deriva tanto de la pulsión revolucionaria como de la
pulsión conservadora que guía también el mundo de Baudelaire? Esta
será también una pregunta subyacente de este ensayo.
1
Luis Martínez de Merlo, “Introducción”, en: Las Flores del mal, p. 10n.
2
Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire, p. XI.
Comenzaremos con la distinción que Berman hace sobre
<<modernismo>> y <<modernización >> a partir de su ubicación en

distintos planos: el plano espiritual y el plano material. El modernismo


es aquel que se refiere a “una especie de espíritu puro que
evoluciona de acuerdo a sus imperativos artísticos e intelectuales
autónomos”3, mientras que la modernización es “un complejo de
estructuras y procesos materiales –políticos, económicos y sociales-
que supuestamente, una vez que se ha puesto en marcha, se muere
por su propio impulso, con poca o nula aportación de mentes o almas
humanas”4. Esta dualidad conceptual no es pura en la realidad, sino
que es la mezcla de las fuerzas espirituales y materiales la que
impregna al ser y al entorno moderno, en su tendencia por la unidad.
Baudelaire, así como otros pensadores de la época entre los
que se puede incluir a Marx, pone instintivamente de manifiesto, en
su obra y en su vida, esta visión unitaria sobre la modernidad, la cual
apela a sus contemporáneos a una autoconciencia del propio carácter
moderno. Pero, a todo esto, ¿qué es la modernidad para Charles
Baudelaire? Una de las definiciones más famosas, según una cita de
El pintor de la vida moderna tomada por Marshall Berman, es aquella
que remite, dentro del arte, a la efimeridad, a lo contingente, a <<la
mitad del arte cuya otra mitad es eterna e inmutable>> .5

A la misma conclusión llegan algunos teóricos contemporáneos


de la sociología, como Anthony Giddens, Niklas Luhmann, Ulrich Beck
y Zygmunt Bauman. Por medio de categorías como contingencia,
ambigüedad y efectos colaterales, dan un giro con respecto a la
comprensión conflictiva y determinista de la sociedad moderna,
dando paso a la construcción teórica de una realidad social dinámica,
recursiva e indeterminada que se abre a la posibilidad tanto de
construir una sociedad diferente, como de anquilosarla en la idea de
una única modernidad.
Baudelaire nos invita a un modernismo original, despojado de la
reproducción del pasado, apartado de esa fe ciega en las verdades
eternas, pero al mismo tiempo temporalizado en el arte como la
expresión del espíritu de un tiempo. Estos sociólogos, por su parte,
nos sugieren una sociedad que emerge, más que del conflicto de la
modernidad industrial, de la reflexión sobre sí misma, sobre la
particularidad de su ambivalencia que deviene en reflexividad, la cual
<<pretende significar autotransformación […]que no es lo mismo que

la autorreflexión de esa autotransformación.>>6


La ironía, como hermana de la ambivalencia, es el hilo
conductor que permite una analogía entre estas dos perspectivas de
lo moderno. Pensar moderno es pensar en lo temporal y en lo
atemporal. Temporal en tanto que se capta la peculiaridad de un
momento. Atemporal, porque cada cual <<tiene su propia
modernidad>>7. Y en esto radica, a su vez, lo conservador y lo

3
M. Berman, Ibídem., p. 129.
4
Berman, Op. Cit., p. 129.
5
Ibíd., p. 131
6
Ulrich Beck, Modernización reflexiva, p. 4.
7
Berman, Op. cit., p. 131.
revolucionario: en el asirnos a un momento, que aunque fugaz, es
nuestro momento y en el desprendimiento de la peculiaridad de la
modernidad, al hablar no de una, sino de varias modernidades.
Lo que si cabría diferenciar entre la visión baudeleriana y la
visión sociológica es que Baudelaire no era consciente, al menos no
siempre, de estas tensiones; mientras que Luhmann, Beck, Giddens y
Bauman lo tienen tan presente en su conciencia que lo racionalizan,
conceptualizan y lo entretejen en sus teorías. He ahí la brecha entre
el arte y la sociología. A Baudelaire le venía instintivamente, mientras
que a la sociología contemporánea le llega por medio de la razón.
Pero que conste que conciencia no es a infalibilidad, como tampoco
inconsciencia a falibilidad.
Siguiendo en esta misma línea, y de la mano de Marshall
Berman, nos encontramos una temática crucial de la modernidad,
tanto en su matiz baudeleriano como en el sociológico. Las
interpretaciones de Baudelaire sobre la modernidad no fueron
unívocas, sino que nos conducen por el camino de la modernolatría y
al mismo tiempo, por el de la desesperación cultural8.
Una vez más hace su aparición la ironía para mostrarnos a un
Baudelaire que, contrario a las creencias de un pensamiento
generalizador, se muestra condescendiente con los burgueses. Y no
sólo eso, sino que también <<los adula por su inteligencia, fuerza de
voluntad y creatividad en la industria, el comercio y las finanzas. >>9.
En esto consiste la visión pastoral moderna10 de Baudelaire, de la que
nos habla Berman, en una idolatría de esas consecuencias positivas
de la modernidad, en el reconocimiento e idealización de los avances,
no tanto de la modernización, sino del modernismo burgués: la
realización del progreso humano en todas sus diversas formas, y
especialmente en el arte.
Por su parte, Marx -que aunque es bien sabido que no es un
sociólogo, es más que aceptado como miembro honorario de la
disciplina- sorprendentemente11 nos aplica la misma “jugarreta” que
Baudelaire, aunque su fe radica en otro lado. En el Manifiesto
Comunista, también alaba al modernismo burgués e incluso le
reconoce su carácter revolucionario:

<<La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente


revolucionario.>>12
<<La burguesía a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas

con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más


abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas
juntas […] ¿Cuál de los dos siglos pasados pudo sospechar siquiera
que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del
trabajo social?>>13

8
Ibíd., p. 132.
9
Ib., p. 133. En esta parte Marshall Berman hace referencia al prefacio del libro Art in París ,
1845-1862, titulado: “A los Burgueses”. Cfr. 132n.
10
Ib., p. 132.
11
Al menos para mí
12
Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, p.56.
13
Ibídem, p. 59.
, sin embargo, su idealización modernista se manifiesta más
concretamente en su fervorosa exaltación del proletariado como la
clase redentora no sólo del mismo hombre, sino también del progreso
moderno, en tanto que es en sus manos en donde se aprovechará
realmente el desarrollo tecnológico de los medios de producción:

<<De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el
proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás
clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran
industria; el proletariado, en cambio, es un producto más peculiar >>
14

Por su parte, la desesperación cultural se puede vislumbrar


como una implicación moderna que nos lleva a la reflexión, más que
como la raíz de la destrucción de la modernidad. Si bien, el
desencantamiento se deriva del rompimiento de lo deseable con lo
indeseable, que pareciera apuntar hacia una tabula rasa, en realidad
termina manifestándose como un equilibrio de la contradicción
abierto siempre a una posibilidad no definida, o en otras palabras,
una especie de dialéctica en donde la síntesis es relativa: <<[…] es la
retórica del equilibrio, que se opone a los acentos exclusivos: la
verdad es solamente esencial cuando no apaga a la belleza>>15 y
viceversa, la belleza es solamente esencial cuando no apaga la
verdad.
Un ejemplo de esto en Baudelaire, desde mi punto de vista, es
el cuento de Los ojos de los pobres en donde un hombre que va con
su amada a un café parisino ubicado en un nuevo y flamante bulevar,
se topa con una familia de ojos que lo orilla a una reflexión
desesperada en tanto este grupo de pobres hacen irrumpir en su
mundo idílico lo indeseable, algo que, no obstante es inevitable;
aunque cabe aclarar, que este desencanto no es convencional (al
igual que el elogio marxista hacia la burguesía tampoco lo era).
De entrada, en el segundo párrafo del poema en prosa, se
entrevé un primer desencantamiento derivado de una frustración
sobre algo que se desea pero que se sabe inalcanzable, de una
promesa de antemano rota:
<<Habíamos pasado juntos una larga jornada que me había parecido
corta. Nos habíamos prometido que todos nuestros pensamientos
serían comunes a ambos, y que en adelante nuestras dos almas no
formarían más que una; un sueño, éste, que nada tiene de original,
después de todo, como no sea por el hecho de que, habiendo sido
soñado por todos los hombres, no ha sido realizado por ninguno.>>16
,que posteriormente se levanta con la esperanza de nuestro
personaje de encontrar lo deseable, la correspondencia entre la
belleza y la verdad, y no precisamente en el asombro de los ojos
pobres –la cual se le dio instintivamente- sino más bien, en aquel
lugar donde se pensaría que se encontraría sin esforzarse:
<<Los chansonniers dicen que el placer hace buena el alma y
emblandece el corazón. La canción tenía razón esa noche, en lo que a
14
Ib., p. 64.
15
M. Berman, Ib., p. 139.
16
Charles Baudelaire, El Spleen de París, p. 79.
mí se refería. No sólo estaba enternecido por aquella familia de ojos,
sino que me sentía un tanto avergonzado de nuestros vasos y
nuestras jarras mayores que nuestra sed. Volvía a mis ojos hacia los
tuyos, querida mía, para leer en ellos mi pensamiento; me sumergía
en tus ojos tan hermosos y tan extrañamente dulces […] y entonces
me dijiste: “¡Esa gente me resulta insoportable con sus ojos abiertos
como puertas cocheras! ¿No podrías pedirle al dueño del café que los
alejará de aquí?”>>17
,y no obstante el rompimiento brutal de la comunión amorosa, el
quiebre no es exterior sino interior, aún cuando se manifieste
únicamente una inconformidad:
¡Así de difícil es entenderse, Ángel mío, y así de incomunicable es el
pensamiento, incluso entre personas que se aman!18

Analógicamente, Marcuse en su libro de Eros y civilización nos


habla de esto en términos de represión y sublimación, cultura y
libertad, malestar y placer. Partiendo de la idea de que para
comprender la historia del hombre es necesario comprender la
historia de la represión, hace un análisis de la cultura desde las
restricciones que impone tanto a la existencia orgánica como a la
existencia social de los seres humanos; afirmando que, si bien las
medidas represivas de la civilización generan un malestar, éste es
inherente a los progresos de la humanidad contemporánea. Usando la
oposición freudiana entre un principio de placer y un principio de
realidad, Marcuse deja claro que estos no pueden embonar a la
perfección, sin embargo, esto no significa que sea una contradicción
imposible de soportar. Existe la posibilidad de un equilibrio de la
contradicción, una sociedad sublimadora.
Y estas contradicciones, instintos inconscientes en Baudelaire y
razones conscientes en la sociología, nos llevan a una misma
“lección”: <<[…] la vida moderna tiene una belleza auténtica y
distintiva, inseparable, no obstante, de su inherente miseria y
ansiedad, de las facturas que tiene que pagar el hombre moderno>>19.
A final de cuentas, Baudelaire, la sociología y la modernidad se
parecen por ese constante batir entre lo efímero y lo eterno, entre la
tranquilizante familiaridad y el angustioso desconocimiento del propio
hombre.

¡Hombre libre, tu siempre adorarás la mar!


Es tu espejo la mar; tu alma tú la contemplas
en ese desplegarse sin final de su lámina,
y no es menos amargo que su abismo tu espíritu

Tú te gozas hundiendo en su seno tu imagen;


con ojos y con brazos le abrazas, y tu pecho
se distrae de su propio rumor algunas veces
con el salvaje ruido de esta queja indomable.

17
C. Baudelaire, Ibídem, p. 80.
18
Ibíd., p. 81.
19
Berman, ibíd.., p. 140.
Sois los dos tenebrosos y discretos: ninguno
el fondo ha sondeado de tus abismos, Hombre;
oh mar, nadie conoce tus íntimas riquezas,
¡pues tan celosos sois de guardar los secretos!

Sin embargo desde hace siglos innumerables


os combatís sin tregua y sin remordimientos,
de tal manera amáis la carnaza y la muerte,
¡Oh eternos luchadores, oh implacables hermanos!20

BIBLIOGRAFÍA Y OTRAS FUENTES


• A. Gidenns, Z. Bauman, N. Luhmann, U. Beck; Las
consecuencias perversas de la modernidad; Josetxo Beriain
comp.; traducción de Celso Sánchez Capdequí, 2ª edición, Rubí
(Barcelona), Anthropos editorial, 2007, pp. 283.
• Baudelaire, Charles; Las Flores del Mal, Edición bilingüe de Alain
Verjat y Luis Martínez de Merlo, 12ª edición, Madrid, Cátedra,
2009, pp.610.
• --------------------------; El spleen de París, trad. de Emilio Olcina
Aya, 2ª edición, México, Fontamara, 1989, pp.159.
• Beck, Ulrich; Modernización reflexiva, traducido del alemán por:
Orestes Sandoval López, obtenido en:
http://www.criterios.es/pdf/archplusbeckmoder.pdf (revista
Criterios, 2007 [original en alemán Archplus, 1999]).
• Berman, Marshall; Todo lo sólido se desvanece en el aire. La
experiencia de la modernidad, 17ª edición, México, Siglo XXI
editores, 2008, pp. 386.
• Marcuse, Herbert; Eros y Civilización, Ariel, España, 1981, pp.
253.
• Marx, Karl y Engels, Friedrich; Manifiesto del Partido Comunista,
2ª edición, México, Ediciones el Caballito/Editora Política, 2002,
pp.95.

20
Charles Baudelaire, “El Hombre y el Mar”, en: Las Flores del Mal, p. 123.

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