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"Para todos los males, hay dos remedios:

el tiempo y el silencio."

Alejandro Dumas (Padre)

Era ciertamente difícil encontrar a alguien que no conociera a Walter en el sector donde solía
pasar lentamente sus días. Comenzando por el simple hecho de la facilidad con que se podía
hacer una rápida descripción de su físico para aclarar en una conversación de quién se estaba
hablando. Al mencionar las palabras “bajo y de pelo rizado” la respuesta casi obligada era
“Claro. Ya sé de quién me está hablando”. Casi del mismo modo era difícil encontrar a un ser
humano que lo distinguiera y pudiera dar alguna queja objetiva de él. Muchas cosas se podrían
rumorar, más aún simplemente comentar, pero que alguien diera alguna prueba o afirmara con
certeza que conocía una razón para desprestigiar de algún modo a Walter es algo que nunca
había acontecido.

Siendo así, cualquiera pensaría que aquel muchacho debía ser un modelo ejemplar a seguir.
Algún tipo de personalidad íntegra, responsable y respetuosa de las que se encuentran en
peligro de extinción. Que los amigos seguramente no le faltaría. Cómo podía encontrarse en
algún momento solo aquel muchacho del que nadie nunca se había quejado? Siempre se le
veía acompañado de dos de sus grandes amigos. De vez en cuando hablaba calmadamente
con dos de las mujeres más codiciadas del sector. Walter, aquel sujeto de personalidad extraña
que nunca había tenido novia se hablaba con total confianza con esas dos mujeres como si
fuera casi su confidente? Confiar plenamente en él, pero sobre todo, ellas confiar plenamente
en él? La envidia rondaba los pensamientos de muchos hombres cuando lo veían caminar
inexpresivo con alguna de ellas. Muchos querrían estar en su lugar. No eran pocos los hombres
que habían deseado recibir un abrazo sincero de parte de alguna de estas muchachas. Y
Walter parecía ser indiferente ante ellos. Casi se podría decir que los evitaba.

Walter por su lado, veía los acontecimientos de un modo muy particular. Las discusiones no lo
azotaban, los problemas no hacían parte de su vida. Solía pensar frecuentemente que sabía de
antemano el momento de su muerte. Antes de llegar a ese momento, terminaría su carrera
profesional y quizá optaría por una especialización. Como lo dictaminaba su principio de “Deber
antes que vida” tan proclamado en su himno pero poco practicado por aquellos que lo entonan,
buscaría el modo de obtener un sustento económico suficiente para darse el lujo de un viaje en
soledad, a una tierra dentro de lo posible, también solitaria. Soñaba constantemente con
numerosos sitios que veía ocasionalmente en documentales o revistas. Un viaje así, sería uno
de los primeros recompensas que se daría a si mismo. Luego… o quizá antes de eso, reuniría
recursos para regalarles un viaje a sus padres al sitio que ellos quisieran. Un viaje romántico, o
meramente turístico, o como ellos eligieran y como su madre siempre había soñado. Quizá un
solo viaje, quizá muchos más, son los que había soñado Walter para sus padres. Pero para
llegar a esto, tendría que esforzarse día a día, tal y como venía haciéndolo, a su ritmo,
lentamente, calmado.

Y donde viviría una vez dejara su hogar? No tenía ambiciones de casas suntuosas bañadas en
yeso y mármol. Un hogar sencillo, pero bien acondicionado bastaría. En la misma ciudad donde
ahora residía, y donde había agotado su ahora llegaba al crepúsculo su adolescencia. Ni el
mismo Satanás ofreciéndole el mundo hubiera podido acabar con esa indiferencia del
muchacho hacia lo material. “Vivir comodamente, sin lujos, para que más?” le expresaba a sus
amigos.

Respecto al matrimonio, Walter luchaba por mantenerse indiferente, pese a los constantes
impulsos depresivos que lo azotaban cada vez que tocaba esta temática. Ya se mencionó que
nunca había tenido novia. Esto era fácil de entender respecto a alguien totalmente indiferente
hacia muchas de las cosas que se encuentran de moda, bajo y de pelo rizado. Ninguna mujer
se había fijado en él, pero él tampoco se había esforzado por captar la atención de alguna.
Luego de meditar día a día sobre su falta de voluntad para conseguir compañía, tomó quizá la
decisión más trascendental que pudo haber tomado en su monótona y aburrida vida: no
contraería matrimonio. En efecto, solía pensar que si en algún momento se proponía a si
mismo conseguir una novia, lo lograría. Solo bastaba aparentar en uno que otro detalle, tal y
como había visto hacer a muchos otros hombres, expertos en el campo. Engañar un poco a la
mujer hasta que llegara el momento de engañarse a si mismo haciéndose creer que la quería…
o que la amaba.

Pero esto no lo convencía. “Deber antes que vida” implica también respeto. El respeto que las
mujeres se merecían y que los hombres no tenían en cuenta al engañarlas sutilmente para
conquistarlas. Así que, si tenía que engañar a una mujer para casarse, prefería no hacerlo.
Prefería quedarse solo, calmado, tranquilo. Quizá esto era lo que irradiaba Walter frente a las
dos muchachas codiciadas con las que solía hablar. Era quizá la razón por las que ellas al
parecer confiaban en él. Esa carencia de coqueteo. La indiferencia de Walter hacia que se
forjara en el ambiente una confianza natural hacia él. Y así como muchos confiaban en el casi
sin pensarlo cuando le hablaban, el mundo le devolvía al muchacho esa indiferencia que el
proclamaba. Y muy pocas veces se veía que alguien quisiera hablar con él. Excepto quizá sus
dos amigotes y las dos mujeres.

Y eran esas dos mujeres el principal y más discreto argumento para la filosofía extraña del
muchacho. Eran las dos mujeres perfectas según él. Pero no las codiciaba. Ellas merecían algo
mejor que él. Del mismo modo que él no merecía compañía ni en su vida ni en sus viajes.

Así que cuando llegara el momento de despedir en la tumba a sus padres, terminaría la corta y
extraña lista de deberes de Walter. No tendría hijos, ni una mujer a quién amar y cuidar. Sus
viajes en soledad seguramente ya habrían acontecido para este momento. Cortos y sublimes.
Ya no tendría que responderle a nadie. Llegaría el momento de confirmar que desde mucho
tiempo atrás conocía el momento de su muerte.

Por último, deseaba que alguien lograra comprenderlo. Que alguien buscara entender la
extrañeza de su pensar. Que alguna mujer que nunca pensó conocer y que siempre asumió no
merecer asistiera a su entierro. Y dejara caer algún rastro de lágrima sobre su tumba, dejando
por fin a un lado la indiferencia que bautizó su vida, para sentir, así fuera muerto, que no se
encontraba solo.

Eldanior

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