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Venían sudorosos. Las chicas traían pañuelos de colorines, como Paulina, con
los picos colgando. Ellos, camisas blancas casi todos. Uno tenía camiseta de rayas
horizontales, blanco y azul, como los marineros. Se había cubierto la cabeza con u
pañuelo de bolsillo, hecho cuatro nuditos en sus cuatro esquinas. Venía con los
pantalones metidos en los calcetines. Otros en cambio traían pinzas de andar en
bicicleta. Una alta, la última, se hacía toda remilgos por los accidentes del suelo, al
pasar las vías, maldiciendo la bici.
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Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su explicación,
que las relacioné con la literatura; le dije que por qué no las escribía.
Previsiblemente respondió que ya lo había hecho.
No estaba tan borracho como para no sentir que había hecho pedazos su casa,
que dentro de él nada estaba en su sitio pero que al mismo tiempo ²era cierto,
era maravillosamente cierto-, en el suelo o el techo, debajo de la cama o
flotando en una palangana había estrellas y pedazos de eternidad, poemas
como soles y enormes caras de mujeres y de gatos donde ardía la furia de sus
especies.
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Dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se
puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las
imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba
del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a
la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que
los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba
el aire del atardecer bajo los robles.
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Conocí a un chico que era alérgico al polen y al polvo y al serrín y
al humo provocado por combustión de carbu rantes = las ensaladas =
los gatos = las ballenas = las fibras sintéticas y a uno de cada dos
medicamentos. Era uno de esos chicos que no hablan con nadie.
Parecía uno de los que viven en campan as de cristal, pero era alérgico a
las campanas de cristal, así que tenía que enfrentarse con todas sus
alergias. Llevaba sus alergias encima como un viajante de comercio lleva
sus maletas. Demostró legal mente que era alérgico a sus padres, así que
sus padres tuvieron que darle una pensión vitalicia sin disfrutar a cam -
bio del consuelo de agujerear sus zapatos con sus propias desgracias,
además él ni siquiera llevaba zapatos porque era alérgico a la piel y al
caucho. Le hicieron unos zapatos de madera pero a él le pareció que era
como andar con dos ataúdes chiquititos en los pies, así que los tiró por
la ventana. Una chica que pasaba por la calle recogió los zapa tos, y
como nunca había visto unos zapatos tan raros subió a ver de quién
eran. El chico abrió la puerta y la chica entró, los dos se miraron un
rato y los dos eran guapos, y los dos llevaban solos demasiado tiempo,
así que se abrazaron un poco a ver qué pasaba y resultó que la chica
iba vestida con fibras sintéticas y tenía ojos de gato, y estaba gorda
como una ballena = tenía polen en el pelo = serrín en el cerebro y
antibióticos en los dedos y ensaladas en la falda y un motor de explosión
que le ayudaba a subir las escaleras. El chico s e murió con una estúpida
y gigante sonrisa de felicidad en la cara.
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