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Las bienaventuranzas son el discurso inaugural de Jesús, un maravilloso


programa que recoge todo el espíritu del Evangelio.
Puede considerarse la flor del Evangelio, el culmen de la espiritualidad
cristiana.. No son leyes, no son normas, no son dogmas; son promesas, son
esperanza, son bendición, y son un estilo, un espiritu, una gran alegría. Y son
también un espejo donde se refleja el talante espiritual de Jesús. El que quiera
seguir a Jesús debe vivir las bienaventuranzas. El nuevo pueblo de Dios será el
pueblo de las bienaventuranzas.
Es una de las páginas más hermosas y consoladoras del Evangelio. Palabras
que Ilegan al corazón, que iluminan y encienden. Es una luz puesta en lo alto.
Ciertamente, cuando todo está oscuro, el monte de las bienaventuranzas está
Ileno de luz. Y no sólo los cristianos, todos los pueblos, todas las civilizaciones,
todas las religiones se fijan en ese monte y caminan hacia esa luz. No es una
ley, es un espíritu, son ideales y actit udes las que allí se enseñan.
Llama la atencìón lo positivo de estas palabras. Y son palabras de dicha y
esperanza. Así es todo el Evangelio de Jesucristo. Así es Jesús, el profeta de
la alegría y de la misericordia, el profeta de los grandes anuncios y pr omesas,
el profeta del Reino de Dios, el hombre de Dios. Son palabras dirigidas a los
pequeños, a los pobres y a los que sufren. Ellos, los despreciados del mundo,
son los preferidos de Dios. Dios está con ellos Y será su alegría y su riqueza.
Aquí son los últimos, pero en el Reino de Dios son los primeros.
Jesús pudo proclamar las bienaventuranzas porque las vivía y las vivía en su
plenitud. Cada bienaventuranza es una pincelada del retrato de Jesús. Mirando
a Jesús puedes entender las bienaventuranzas. Y, a su vez, meditando las
bienaventuranzas, puedes comprender mejor a Jesús.
* RUIZ DE GALARRETA, ¢  sj.  
  Mensajero. Bilbao.
2001, págs. 240-241.

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