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Se podría decir que el frenesí chino de trabajar a toda hora es también una
forma inexorablemente alienante. O que la inmolación de los sectores radicalizados del
islamismo sólo conduce a sangre y dolor. Pero no es menos cierto que buscar a cualquier
precio hidrocarburos y recursos estratégicos y expoliarlos también lleva a horrores y
formidables conmociones. Inclusive, introduce al mundo en atolladeros de harto compleja
salida.
Además, es tan alambicada la situación mundial que hasta la OTAN ha
llamado a Rusia- a pesar de que ésta la reputa enemiga - a implicarse en...¡Afganistán! Sí,
el mismo viejo país clave en la ruta del Asia en el que hace un cuarto de siglo Moscú
intentó escandalosamente aposentarse. Fue el último estertor del imperio soviético. En ese
escenario, un siglo atrás, asimismo estuvo Londres.
En rigor, el mundo parece cambiar, pero el poder y sus apetencias siguen
incólumes, al igual que las líneas básicas que fija la geopolítica.
Las amenazas, antes, eran de ejércitos, con gorra, uniforme y fusil. Ahora
también, pero con aditamentos sofisticados. Hoy existen amenazas en el ciberespacio, en el
clima, en el terror, en la exacerbación de odios religiosos, en el espionaje industria-
tecnológico y en diversidad de cuestiones.
Expresa bien Moisés Naim que los piratas somalíes ponen en jaque a las
flotas de los más poderosos Estados, lo mismo que los talibanes - en apariencia tan rústicos
y atrasados. Las acechanzas, pues, están aquí, entre nosotros, impertérritas no obstante
todos los aparentes avances de la civilización (o civilizaciones...).
Un mundo sin patriotismo sería una vida sin emociones, sin mística, sin
motivaciones, sin alicientes, sin corazón. Sería sin el más auténtico de los amores
colectivos. Claro que si el orbe se deja atrapar otra vez por el patriotismo exorbitado y
desmadrado, podría quedar envuelto y revuelto en la devastación.
Pero hay algo más para decir acerca del patriotismo, incluyendo sus
presuntos excesos. El gran factor distorsionador de la convivencia humana no hay que
buscarlo en él, sino en la avaricia y en la avidez de lucro. Me atrevo a establecer una idea:
el patriotismo es un antemural de los estragos que causan los ilimitados afanes posesivos
de riquezas. La mayoría de los patriotas del mundo son gente tan sana que vive con amor a
lo suyo. Esa sanidad obra como ahuyentadora de los demonios de la guerra y del odio y de
las sobredosis de cualquier aspecto de la vida, incluyendo las apetencias materiales.